viernes, 23 de julio de 2021

MONSTRUO DEL MAR

 

 

 

Hay una limitación para todo, pensó la mujer. No cruzaría aquel pasillo oscuro y siniestro, tenía que buscar otra salida. Se encaminó hacia el ascensor que quedaba a escasos metros de donde estaba, pulsó el botón. No funcionaba. Se había ido la luz en todo el hotel a causa de la tormenta. Regresó a su habitación. Tenía que salir de allí y dejar a un lado su fobia a la oscuridad. La pantalla del móvil se iluminó. Había llegado otro mensaje y éste era peor que el anterior “estoy cerca, puedo olerte amor mío. Esta noche dormirás en el infierno”. Miró a través del cristal de la ventana, un coche entraba en el aparcamiento. Estaba segura de que era él. Tenía que salir de allí antes de que la encontrara.

A lo lejos vio una luz potente e intermitente. Era la luz del faro. Abrió la puerta y miró a ambos lados antes de salir. Alumbraba el largo y oscuro pasillo con la linterna del móvil. Al fondo había una puerta con un letrero que decía “salida de emergencia”, la abrió y bajó las escaleras que daban directamente a la calle. Empezó a correr bajo la lluvia. Vio un cartel que indicaba el camino a seguir para llegar al faro, un sendero que bordeaba el acantilado. Caminó durante una media hora, hasta que por fin lo vio. Siguió caminando un poco más y encontró un túnel como único acceso al faro. La luz de la linterna del móvil cada vez era más débil. La batería se estaba agotando y aquel túnel parecía muy largo y sobre todo muy oscuro. Respiró hondo y entró. Fue caminando pegada a la pared fría y húmeda.

Aquellas vacaciones no estaban resultando como se había imaginado. Había llegado a aquel pequeño pueblo costero buscando tranquilidad, lejos del bullicio de la ciudad y huyendo de su pasado dispuesta a empezar una nueva vida. Pero su tranquilidad había durado una semana. Su pasado había encontrado a su presente poniendo en peligro su futuro. El ruido que produjeron unas latas vacías dentro de una bolsa al chocar contra su pie la sobresaltó. Algunos excursionistas no tenían ningún reparo en dejar la basura esparcida por todas partes. Tuvo que tomar aliento, el corazón le latía desbocado en su pecho. Con la poca luz que le quedaba en el móvil vio que las latas no era lo único que había por el suelo, también había trozos de frutas. Se apartó un poco para no pisarlas. Una luz potente alumbró el túnel. Se pegó todo lo que pudo a la pared, respirando con dificultad a causa de la angustia y el miedo que sentía. Escuchó la voz de su pasado “¡Empieza la diversión, querida!” La había encontrado. Corrió con desesperación. En su alocada carrera tropezó, cayéndose un par de veces. Al fin vislumbró la salida. Había dejado de llover cuando salió del túnel. El faro distaba escasos metros. Cuando llegó había una placa negra con las fechas en las que se podía visitar el faro grabadas en letras de color blanco. La puerta estaba cerrada y por más que lo intentó no logró abrirla. Decidió dar la vuelta por si había otra entrada. Nada. Entonces lo vio saliendo del túnel. No podía volver por donde había venido y detrás tenía el acantilado. Pensó que podría esconderse entre las rocas. Qué otra cosa podría hacer. Si lo despistaba tal vez pudiera regresar al hotel, coger su coche y huir. Bajó por la empinada cuesta hasta las rocas, mirando bien donde ponía los pies para no resbalar y caer. Una caída por aquella pendiente significaba una muerte segura. Miró hacia atrás un par de veces, pero no vio a nadie. Eso no la relajó en absoluto. Sabía que podía ser muy astuto y no verlo, no significaba que hubiera desistido de seguirla ni mucho menos.

Encontró una cueva y decidió descansar un rato allí escondida entre las sombras. Escuchó un fuerte y lastimoso alarido, seguido del sonido de unas cadenas, que le heló la sangre e hizo estremecer todo su cuerpo. Asomó la cabeza y vio un ser abominable que la paralizó por completo. Cualquier teólogo perdería la fe si viera aquello. A escasos metros de aquella cueva, un enorme perro de color blanco provisto de cuernos y grandes orejas, con los ojos negros como el averno y unos dientes largos y afilados salía del agua. Todo ocurrió en cuestión de segundos. El hombre que la perseguía presa del pánico y paralizado de miedo, desapareció de su vista. Aquel enorme monstruo se abalanzó sobre él atrapándolo entre sus fauces. Escuchó el sonido de los huesos al ser triturados por los dientes de aquel ser. Estaba aterrada, pero si no huía en aquel momento, sabía que correría la misma suerte que él. Empezó a correr sin mirar atrás. Al llegar al faro escuchó voces procedentes del túnel seguidas de la luz de unas linternas. Gritó con las pocas fuerzas que le quedaban, pidiendo ayuda. Aquellos hombres habían oído aquel aullido infernal. Sabía que aquello no presagiaba nada bueno. Aquel demonio del mar, sólo salía de noche y sólo si notaba la presencia de algún humano cerca.

viernes, 16 de julio de 2021

LA SALVADORA

 

 

La mujer salió a pasear por el campo que bordeaba su casa con su bebé de pocos meses. Hacía una tarde muy calurosa de verano y decidió descansar del paseo. Se sentó a la sombra de un gran árbol. La pequeña empezó a lloriquear, moviendo sus pequeñas piernas y sus brazos pidiendo comida, la madre la amamantó. Al terminar no pudo menos que eructar cuando su madre la levantó. Luego se quedó dormidita en su regazo. La contempló con amor, mientras le susurraba “Mi niña, mi dulce y hermosa niña”.

La madre entrecerró los ojos y se dejó llevar por los sonidos envolventes del campo, pájaros, grillos, cigarras y alguna que otra rana no muy lejos de donde estaba es todo lo que escuchaba. La calma y quietud que se respiraba le producía paz y tranquilidad. Se dejó llevar. Su imaginación cobró vida y comenzó a volar muy lejos de allí.

Se vio en un inmenso castillo escribiendo una carta con una pluma que mojaba en un tintero en forma de cuerno. La carta hablaba de espías que, como fantasmas, la acechaban y observaban a todas horas y de candados en las puertas. Al anochecer cuando las estrellas brillaran en el firmamento, abandonaría aquel lugar para siempre y se iría con él.

Un escarabajo había empezado a subir por su pierna, pero ella no sintió el cosquilleo que le producía, ni se movió de donde estaba, seguía soñando.

Al anochecer salió de aquel castillo como había planeado, embozada en una capa negra y protegida por las sombras que la noche le otorgaba.

Un escultor de renombre había tallado en piedra la figura de una madre portando un bebé en brazos en el jardín. Se tocó su abultado vientre y pensó en su hija y en la nueva vida que les esperaba, mientras contemplaba aquella hermosísima escultura.  

El frío filo de una espada apoyada en su garganta la sobresaltó, despertándola de su sueño. Frente a ella, vestido de etiqueta, había un hombre muy algo y delgado, con facciones delgadas y pelo muy oscuro que la miraba fijamente mientras esbozaba una sonrisa que hizo que se le helara el corazón, era siniestra, malvada. Los ojos de la mujer eran la viva imagen del terror. Instintivamente abrazó con fuerza a su pequeña contra su pecho para protegerla. Aquel hombre estaba dispuesto a rajarle el cuello y una vez hubiera acabado con su vida haría lo mismo con el bebé que sostenía en brazos. Pasó la punta de la espada por el cuello de la mujer mientras emitía una risa sardónica cargada de odio.

Aquel árbol donde seguía apoyada se abrió tras ella formando un hueco en su tronco lo suficientemente grande para darles cabida. Unas ramas la rodearon por la cintura, la introdujeron dentro para luego cerrarse bajo su atónita mirada. Pudo ver el filo de la espada que se había clavado en la corteza del árbol a pocos centímetros de donde estaban ella y su pequeña. Entonces escuchó la voz de una mujer.

-No permitiré que cambies el curso de la historia -le decía al hombre –Has fracasado una vez hace mucho tiempo y no vencerás ahora. No lograste matar a la antepasada de esta mujer y esa niña que lleva en brazos será la salvadora del mundo.

Tras estas palabras escuchó gritos aterradores proferidos por el hombre y fuertes golpes que hacían tambalear el árbol. No sabría calcular el tiempo que duró aquella contienda. Cuando al final reinó el silencio y el árbol abrió su tronco y pudieron salir, ya había anochecido por completo. Sobre la tierra yacía el traje negro del hombre, pero no había rastro alguno de su cuerpo y la espada que había portado estaba a su lado. El árbol seguía erguido, majestuoso apuntando a las estrellas, con algún que otro corte en el tronco y unas cuantas ramas cortadas.

 


viernes, 9 de julio de 2021

NO HAY CABIDA PARA EL ERROR

 


 

Con veinte años, aquel joven había conseguido la puntuación más alta en tiro. Se había alistado en el ejército cuando cumplió la mayoría de edad, no dejando escapar la oportunidad que se le ofrecía de largarse de casa. Su madre había muerto hacía un par de años y su padre desde entonces, se había convertido en un alcohólico. Lo despedían de todos los trabajos y se había puesto violento con él en más de una ocasión. Antes de abandonar su pueblo y la casa que lo vio crecer fue hasta el cementerio para despedirse de su madre. Depositó sobre su tumba un ramo de tulipanes, sus flores preferidas.

En su primera misión en combate, el parabrisas del camión donde iba con sus compañeros, había quedado hechos añicos por una explosión. Resultó con heridas leves. Sus compañeros no corrieron la misma suerte, había sido tal la fuerza de la explosión que la onda expansiva los lanzó varios metros por el aire, pereciendo algunos y otros quedando en un estado más bien lamentable, falleciendo poco después. Se salvaron el sargento al mando y él.  Intentando protegerse de las balas que zumbaban a su alrededor subieron los escalones de un edificio casi en ruina hasta la azotea, desde la cual tenían una buena visión de toda la aldea. Estaba anocheciendo. El enemigo se escondía entre las sombras que poco a poco iban cubriendo el lugar. Entonces lo volvió a ver. Ahí estaba Él. La última vez que había visto a aquel ser encapuchado de blanco tenía doce años. Estaba jugando al fútbol con unos amigos en la calle, no vieron el camión que había perdido los frenos y que se acercaba a ellos a una gran velocidad. Fue la primera vez que lo vio. Se colocó en medio de la carretera y durante unos minutos el tiempo se paró para todos menos para él y sus amigos que lograron ponerse a salvo y no morir atropellados.

Escuchó como el sargento le gritaba que disparara. Tenía a aquel hombre a tiro, pero había un problema, había tomado a una mujer como rehén con un estado muy avanzado de embarazo. Si disparaba a aquel hombre podía errar y matarla a ella. Era buen tirador, el mejor, pero aquella situación lo sobrepasaba. Conocía los engranajes de la guerra y que la duda, aunque fuera mínima podía costarte la vida. Colocó el dedo en el gatillo dispuesto a disparar a la cabeza de aquel hombre, esperando no fallar. Sabía que si le daba a aquella mujer caería en un pozo de depresión. La culpabilidad lo perseguiría toda su vida y viviría una realidad maquillada. Entonces aquel ser vestido de blanco se situó delante de la mujer. No lo dudó. Apretó el gatillo. Abatió al enemigo.


sábado, 3 de julio de 2021

LA MUJER DE BLANCO

 

Tenía que coger un avión aquella mañana. El despertador no había sonado y era consciente de que si no me daba prisa por llegar al aeropuerto perdería el vuelo. El tiempo era muy desapacible. Había llovido toda la noche y continuaba haciéndolo por la mañana. Como si no llegara con la lluvia, se había levantado una niebla que hacía que la visibilidad fuera muy escasa, prácticamente nula, más allá de los faros del coche. Aun así, pisé el acelerador a fondo para llegar lo más rápido posible al aeropuerto, sabiendo que aquella temeridad me podía costar la vida.

Entonces la vi. De pie, inmóvil en medio de la carretera, había una figura embozada en una túnica blanca. Frené. El coche derrapó y se salió de la carretera. Cuando me desperté supe que estaba mal herido. No podía moverme por mucho empeño que pusiera en ello. Una rama había atravesado el parabrisas del coche, clavándose en mi abdomen. Perdía mucha sangre.  La mujer que había visto en la carretera se sentó a mi lado. Empezó a acariciar mi canoso pelo mientras sus labios esbozaban una sonrisa. Me transmitía paz su contacto en mi piel. Sabía quién era ella y sabía por qué estaba allí. Entonces dentro de mi emergieron unas ansias enormes de hablar. Sentía una necesidad imperiosa de contarle mis hazañas, mis aventuras y desventuras vividas por encontrar la verdad de ella, por saber su identidad.

 Casi toda mi vida la pasé viajando de un lugar a otro por el mundo cubriendo noticias de toda índole, guerras, desastres naturales, siempre en primera línea, muchas veces arriesgando mi vida en ello. Tuve que renunciar a muchas cosas. No me arrepiento, porque logré vivir la vida que quería y tener el trabajo que me gustaba.

     Hace algunos años viajé al Vaticano para cubrir la noticia de la elección del nuevo Papa. Estaba en mi hotel, redactando un artículo en mi portátil, cuando una fotografía me llamó la atención. Me sentí hipnotizado al ver aquella mujer. La foto era borrosa, pero aun así se podía ver su gran belleza, su porte divino, que no tenía cabida en este mundo. El titular rezaba: la mujer de blanco vuelve a hacer presencia en el aeropuerto de Roma. Nunca había leído nada sobre ella, y sentí curiosidad, así que leí el artículo hasta el final. Al parecer una mujer vestida totalmente de blanco, ataviada con una túnica larga, hacía su presencia en aeropuertos, estaciones de tren y autobuses, y era el presagio de que algo malo iba a pasar. Si la veías tenías la opción de cancelar tu viaje y de esa manera salvar tu vida. Aquella mujer presagiaba la muerte o… ¿ella era la Muerte? Me pareció de lo más sorprendente. Seguí navegando por internet para ver qué otra información había al respecto. No encontré mucha, no era una noticia de primera plana. De hecho, la información que encontraba, estaba relegada a las páginas interiores ocupando poco espacio, eso me llevó a pensar que el tema o bien no interesaba por su halo de misterio o porque se mencionaba un tema eternamente tabú: la muerte.

      Una persona en París me contó que la había visto en la terminal 4 del aeropuerto, en la fila de embarque. Él tenía que tomar ese avión, pero recordó las historias que había escuchado sobre esa mujer y no se lo pensó dos veces, no embarcó. Eso le salvó la vida.

     Este testigo no fue el único que se había quedado en tierra por voluntad propia. Todos tenían algo en común: la conocían o habían oído hablar de ella, y ante la duda, algunos pensaron que primero salvarían la vida ante cualquier otra cosa.

      En Argentina la habían visto en una estación de tren, y tras verla parada en uno de los arcenes, pocos se subieron al tren. Los que lo hicieron perecieron. El tren descarriló cuando estaba llegando a su destino. Las causas, todavía seguían sin estar claras del todo, solo suposiciones.

     Seguí investigando. Me llevó tiempo, horas de llamadas y mucha lectura. Pero no me importaba. El tema llegó a obsesionarme. Averigüé que la llevaban viendo mucho tiempo atrás, no solo años, sino siglos. Ella fue la que avisó a Alexander Fleming de que no cogiera aquel tren para ver a su familia, si lo hubiera hecho habría muerto y no hubiese descubierto la penicilina.    

He de reconocer que mi obsesión con esa mujer no tenía límites. Tenía que verla, pero ¿cómo?  No era tan simple como llamarla por teléfono o mandar un correo. En cada aeropuerto, estación de tren o autobús, esperaba verla. Anhelaba un encuentro. Cada mujer vestida de blanco que me cruzaba hacía que el corazón me diera un vuelco, pero nunca era ella. Estaba desesperado. Hasta que un día la vi. Ese día tan ansiado por fin había llegado.

   Fue en Japón. Acabé allí para informar de unos fenómenos naturales que estaban sucediendo en esos días. Y allí estaba, de pie en el aeropuerto, con su túnica blanca y su larga melena negra como azabache. La miré, ella me miró y creí ver que se dibujaba una sonrisa en sus labios. Sentí que un escalofrío corría por todo mi cuerpo. Los pelos como escarpias, el corazón a punto de explotar. Me tuve que sentar y tomar aliento. Ella sabía de mi existencia, pero para cuando me repuse y volví a mirar ya no estaba.

     Me puse en pie, todavía en shock. Un olor a lavanda impregnaba el ambiente, me giré y allí estaba, a mi lado, sentí el roce de su túnica en mis brazos desnudos. Se acercó a mí y me susurró al oído con una voz dulce, aterciopelada:” Estoy aquí, ya me has visto”, para luego desaparecer.

  Tomé ese avión, tengo que confesar que con recelo. Pero llegamos a nuestro destino sanos y salvos. Me sentí por primera vez en mucho tiempo, en paz, una fuerza renovadora había embargado mi cuerpo y colmado de alegría mi corazón. Salí del aeropuerto sonriendo y tarareando una vieja canción de mi infancia que tenía por olvidada. Estaba feliz.

 

    Alargué la mano, ella la tomó entre las suyas. La miré a los ojos y le dije: “no querría a nadie más a mi lado en este mi último viaje” susurré. Ella se inclinó sobre mí y me besó con ternura. Emprendí mi último viaje notando como sus labios besaban los míos.

 

 

 


viernes, 2 de julio de 2021

CHUPA PIES

 

 

 

Acostado en la cama que compartía con su mujer desde hacía más de una década, el hombre miraba a través del cristal de la ventana del dormitorio, las estrellas que formaban la cúpula celestial pensando en la miríada de realidades alternas que ofrece el universo. El ladrido de su cachorro lo sacó de sus pensamientos. Con tan solo tres meses, dormía a los pies de la cama. Se levantó para ver si estaba bien, el perrito seguía durmiendo, había tenido una pesadilla. Volvió a la cama. Se acurró junto a su esposa, cerró los ojos y esperó que el sueño lo envolviera. Pronto su cerebro comenzó a divagar en la oscuridad de su mente, mostrándole destellos de cosas vividas recientemente, como la compra de un cinturón negro para el pantalón del traje gris que se iba a poner para la boda de su cuñada el próximo fin de semana. La imagen de una jarra de cerveza muy fría en el chiringuito de la playa con unos amigos. Y la de aquel compresor que le había prestado el vecino, para inflar los neumáticos de su coche. Destellos y más destellos de recuerdos inundaban su mente. Al fin cesaron y pudo descansar hasta que el despertador lo trajo de vuelta del mundo de los sueños, a las siete de la mañana. Aquel día tenía que realizar unas entrevistas a posibles candidatos para un puesto de contable en la empresa. El primero en presentarse fue un tipo con pinta de intelectual que parecía un adolescente a pesar de tener los 30 años cumplidos. Su voz era pausada y lenta. Le recordó a un caracol

Regresó a su casa al atardecer cansado y hambriento. Tras la cena pusieron una película. Su mujer escogió una ambientada en la época medieval, “El último caballero” se titulaba. A pesar de que estaba bastante entretenida tenía que hacer unos esfuerzos sobrehumanos para no quedarse dormido. Su mujer se había enfadado con él, al ver las cabezadas que daba en el sofá cuando estaban viendo la película, le culpaba de que cuando ella elegía algo que le gustaba él se dormía y ella tenía que mantenerse despierta cuando ponía sus malditas pelis de extraterrestres. ¡Qué pesadilla de mujer! Así que esa noche, ella, puso una gran almohada haciendo un entreliño en la cama. Cuando el sueño había invadido todo su cuerpo el perro empezó a ladrar igual que la noche anterior pero esta vez con más insistencia. Abrió los ojos, intentó levantarse para ver qué le pasaba al cachorro cuando notó que las sábanas se elevaban a la altura de sus pies. Pensó que sería su mujer queriendo hacer las paces, pero había algo extraño en aquello que no le encajaba, le estaba chupando los pies. Nunca se los había chupado con anterioridad, ni tenía conocimiento alguno de que le gustara hacer esas cosas. Levantó las mantas de golpe y su sorpresa fue mayúscula cuando comprobó que allí no había nadie. Sin embargo, notaba cierta humedad en sus dedos. Fue al baño y se los lavó con verdadero asco. Volvió a la cama, su mujer no se había movido ni un centímetro de su lado de la cama, es más, estaba profundamente dormida. Tardó en volver a quedarse dormido, pero al final lo consiguió. Al día siguiente volvió a ocurrir lo mismo, primero el ladrido del cacharro como un previo aviso y luego el lametazo, esta vez notó una lengua áspera y húmeda sobre ellos. Volvió a levantar las mantas. No había nada. Los lavó y volvió a acostarse. Su mujer ni se había inmutado. Seguía dormida en la misma posición en la que se había acostado. Se había llevado consigo el atizador de la chimenea. Esta vez si volvía a suceder estaría prevenido. Pero esa noche no volvió a ocurrir. Pero sí al día siguiente. La misma rutina. Entonces atizador en mano lo descargó con todas sus fuerzas sobre aquel ser o lo que fuera que le estaba chupando los pies. Las sábanas se tiñeron de rojo, bajo sus desconcierto y terror. Las levantó y vio a su mujer con una gran brecha en la cabeza, de la cual, no paraba de manar sangre. La había matado.

viernes, 25 de junio de 2021

SOLO

 

Llegó a casa después de una dura jornada de trabajo, se preparó un bocadillo y se sentó en el sofá a ver un rato la televisión. Después de no encontrar nada que le interesara en ninguno de los canales, (no le apetecía ver como un grupo de personas jugaban a la tómbola, ni un trío de música, ni mucho menos un documental sobre cómo se formaba la nieve), optó por ver una película. Se decidió por una de zombis. Adoraba esas películas en que un virus terminaba con la vida en la tierra y daba a los muertos vida atemorizando a los supervivientes. Así que dio buena cuenta de su bocadillo, se tumbó en el sofá se tapó con una manta y empezó a ver la película. Pero a los diez minutos había sucumbido al sueño más profundo. Le despertó un fuerte dolor en el cuello. Fue al baño y optó por irse a la cama, durmiendo hasta bien entrada la mañana. Se levantó, preparó un café y mientras se lo tomaba se asomó al balcón. Hacía un rato que no escuchaba ningún ruido, ni procedente de la calle, ni de sus vecinos de al lado que tenían un bebé de pocos meses y siempre lo escuchaba llorar, sobre todo por las mañanas y al anochecer. Pero hoy nada, silencio absoluto. Eran las once de la mañana de un viernes, día laborable, y como tal tendría que haber coches por la calle y gente caminando. Las tiendas, frente a su casa todavía no habían abierto, algo inusual a esas horas. Él tenía el turno de tarde, se lo había cambiado a un compañero que tenía una boda el fin de semana y quería emprender el viaje esa tarde. Se duchó, se vistió y bajó al portal. Abrió el buzón por si había correspondencia, nada, el cartero no había pasado todavía. Salió a la calle. Era un precioso día de verano, con el cielo despejado y la temperatura subiendo a cada minuto que pasaba. Comenzó a caminar por la acera, a dos portales de su casa, la tienda del Señor Gustavo estaba abierta. En el escaparte había un surtido de frutos secos, cebollas y una ristra de ajos formando una trenza. Entró, estaba vacía, gritó su nombre, sin obtener respuesta. Se estaba empezando a poner nervioso. Gotas de sudor le cubrían la frente y le costaba respirar. Estaba sufriendo un ataque de pánico. Echó a correr por la calle gritando con la esperanza de que alguien lo escuchara. Sólo recibió por respuesta su propio eco. Vio una sombra al final de la calle que desaparecía tras doblar la esquina de una casa de ladrillos. Corrió como no lo había hecho nunca, mientras una inmensa alegría recorría todo su cuerpo. Había alguien más, no estaba solo. Pero al girar aquella esquina casi se lleva por delante al perro que se había sentado a esperarle. Un pastor alemán que lo miraba con verdadera fascinación moviendo el rabo efusivamente. No era lo que esperaba. Lo abrazó con todas sus fuerzas, mientras el perro le lamía la cara indicándole que también se alegraba de encontrar un humano. A partir de ese momento se hicieron inseparables. Recorrieron la ciudad en busca de alguien con vida, sin mucho éxito. Al atardecer cansados de tanto caminar se sentaron en un banco de un parque. Frente a ellos había un enorme cartel con la foto de una chica muy guapa al lado de un caballo negro con una brida de color rojo intenso, el cartel rezaba que eran las mejores del mercado. Estuvo un rato contemplándolo ensimismado, pensando si los caballos y otros animales también habrían desaparecido. Entonces el perro, que hasta ese momento estaba tumbado a su lado, empezó a gruñir. Frente a ellos una veintena de canes los estaban mirando fijamente mientras gruñían enseñando los dientes.  Les tiró unas botellas de plástico que había tiradas en el suelo para ahuyentarlos. Los animales se enfurecieron más. Aquello no tenía buena pinta. Se levantó muy despacio del banco, bajo la atenta mirada de los perros y echó a correr. Éstos hicieron lo mismo tras él. En su alocada carrera por salvar su vida, tropezó y se cayó al suelo. Ya no pudo levantarse. Los canes se le echaron encima. Empezó a gritar con todas sus fuerzas cubriéndose la cara.

El hombre postrado en la cama de la habitación número dos había empezado a gritar y a convulsionar de manera preocupante. El monitor mostraba que sufría fuertes ramalazos en la zona lumbar. Un médico que lo estaba viendo en el monitor desde la sala de control, fue corriendo a la habitación para inyectarle un tranquilizante. El ataque de los perros había sido el detonante de aquel ataque. La manada prevalece ante un animal solo. El instinto de supervivencia se incrementa ante las adversidades. Sonrió.

En aquel laboratorio se estaban realizando unos experimentos con una serie de personas que se habían presentado voluntarias y a las cuales se les retribuiría con una gran cantidad de dinero por aceptar formar parte de aquel proyecto gubernamental sobre el comportamiento humano ante adversidades de origen tanto medioambiental, como el provocado por el hombre.

En la habitación número uno había una mujer, monitorizada y con un proyector de retina en forma de pantalla en su cabeza, donde estaba siendo parte de una catástrofe natural, vivida en tiempo real, para estudiar con detenimiento el comportamiento del ser humano ante tales sucesos.

En la habitación número tres, un hombre se enfrentaba a una invasión alienígena.

Y en la habitación número dos, estaba nuestro hombre. Ahora más relajado tras el sedante que le habían inyectado. Esperarían un par de horas para continuar con la experimentación. Esta vez volvería a empezar de nuevo, despertándose en su casa tras una larga jornada de trabajo.

 

jueves, 24 de junio de 2021

EL JUEGO DEL AMOR

 

Botellas de vino sobre la enorme mesa de madera, que ocupaba casi todo el salón. Junto a ellas, habían servido un verdadero festín. Los comensales comenzaron a comer con voraz apetito. Habían sido invitados por el conde, señor del castillo, para festejar su regreso que, por motivos reales, lo había tenido ausente muchos meses. Aún lejos del castillo, era conocedor de todo acontecía allí.  Supo de la infidelidad de su esposa y el nombre del amante. Uno de sus hombres de confianza y un gran erudito. Aquella fiesta formaba parte de un plan que había ideado y que sólo una mente perversa y malvada, como la suya, podría urdir. Cuando sus invitados hubieron calmado su apetito y saciado su sed, les propuso un juego. Haría una serie de preguntas que versarían sobre temas variados, entre ellos religión, arte, música, literatura. El que mayor número de respuestas acertara sería proclamado rey hasta el amanecer. Coronándolo con tal y sentándose en su trono. Todos aplaudieron la idea con entusiasmo y el juego sin más preámbulos, comenzó. A pocos minutos de la media noche quedaban dos ganadores. El amante de su esposa era uno de ellos. Hizo una última pregunta. Pidió que tradujeran un texto al latín. Sólo uno supo hacerlo, el abad. Como ganador se sentó en el trono, entre aplausos y vítores de los presentes. El rey, fiel a su palabra, le colocó en la cabeza una corona de hierro al rojo vivo acabando con su vida. 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...