Hay una limitación para todo, pensó la mujer. No cruzaría
aquel pasillo oscuro y siniestro, tenía que buscar otra salida. Se encaminó
hacia el ascensor que quedaba a escasos metros de donde estaba, pulsó el botón. No
funcionaba. Se había ido la luz en todo el hotel a causa de la tormenta. Regresó
a su habitación. Tenía que salir de allí y dejar a un lado su fobia a la
oscuridad. La pantalla del móvil se iluminó. Había llegado otro mensaje y éste
era peor que el anterior “estoy cerca, puedo olerte amor mío. Esta noche
dormirás en el infierno”. Miró a través del cristal de la ventana, un coche
entraba en el aparcamiento. Estaba segura de que era él. Tenía que salir de
allí antes de que la encontrara.
A lo lejos vio una luz potente e intermitente. Era la luz
del faro. Abrió la puerta y miró a ambos lados antes de salir. Alumbraba el
largo y oscuro pasillo con la linterna del móvil. Al fondo había una puerta con
un letrero que decía “salida de emergencia”, la abrió y bajó las escaleras que
daban directamente a la calle. Empezó a correr bajo la lluvia. Vio un cartel
que indicaba el camino a seguir para llegar al faro, un sendero que bordeaba el
acantilado. Caminó durante una media hora, hasta que por fin lo vio. Siguió caminando
un poco más y encontró un túnel como único acceso al faro. La luz de la
linterna del móvil cada vez era más débil. La batería se estaba agotando y
aquel túnel parecía muy largo y sobre todo muy oscuro. Respiró hondo y entró.
Fue caminando pegada a la pared fría y húmeda.
Aquellas vacaciones no estaban resultando como se había
imaginado. Había llegado a aquel pequeño pueblo costero buscando tranquilidad,
lejos del bullicio de la ciudad y huyendo de su pasado dispuesta a empezar una
nueva vida. Pero su tranquilidad había durado una semana. Su pasado había
encontrado a su presente poniendo en peligro su futuro. El ruido que produjeron
unas latas vacías dentro de una bolsa al chocar contra su pie la sobresaltó.
Algunos excursionistas no tenían ningún reparo en dejar la basura esparcida por
todas partes. Tuvo que tomar aliento, el corazón le latía desbocado en su
pecho. Con la poca luz que le quedaba en el móvil vio que las latas no era lo
único que había por el suelo, también había trozos de frutas. Se apartó un poco
para no pisarlas. Una luz potente alumbró el túnel. Se pegó todo lo que pudo a
la pared, respirando con dificultad a causa de la angustia y el miedo que
sentía. Escuchó la voz de su pasado “¡Empieza la diversión, querida!” La había
encontrado. Corrió con desesperación. En su alocada carrera tropezó, cayéndose
un par de veces. Al fin vislumbró la salida. Había dejado de llover cuando salió
del túnel. El faro distaba escasos metros. Cuando llegó había una placa negra con
las fechas en las que se podía visitar el faro grabadas en letras de color blanco. La puerta estaba
cerrada y por más que lo intentó no logró abrirla. Decidió dar la vuelta por si
había otra entrada. Nada. Entonces lo vio saliendo del túnel. No podía volver
por donde había venido y detrás tenía el acantilado. Pensó que podría
esconderse entre las rocas. Qué otra cosa podría hacer. Si lo despistaba tal
vez pudiera regresar al hotel, coger su coche y huir. Bajó por la empinada
cuesta hasta las rocas, mirando bien donde ponía los pies para no resbalar y
caer. Una caída por aquella pendiente significaba una muerte segura. Miró hacia
atrás un par de veces, pero no vio a nadie. Eso no la relajó en absoluto. Sabía
que podía ser muy astuto y no verlo, no significaba que hubiera desistido de seguirla
ni mucho menos.
Encontró una cueva y decidió descansar un rato allí
escondida entre las sombras. Escuchó un fuerte y lastimoso alarido, seguido del
sonido de unas cadenas, que le heló la sangre e hizo estremecer todo su cuerpo.
Asomó la cabeza y vio un ser abominable que la paralizó por completo. Cualquier
teólogo perdería la fe si viera aquello. A escasos metros de aquella cueva, un
enorme perro de color blanco provisto de cuernos y grandes orejas, con los ojos
negros como el averno y unos dientes largos y afilados salía del agua. Todo
ocurrió en cuestión de segundos. El hombre que la perseguía presa del pánico y
paralizado de miedo, desapareció de su vista. Aquel enorme monstruo se abalanzó
sobre él atrapándolo entre sus fauces. Escuchó el sonido de los huesos al ser
triturados por los dientes de aquel ser. Estaba aterrada, pero si no huía en
aquel momento, sabía que correría la misma suerte que él. Empezó a correr sin
mirar atrás. Al llegar al faro escuchó voces procedentes del túnel seguidas de la
luz de unas linternas. Gritó con las pocas fuerzas que le quedaban, pidiendo
ayuda. Aquellos hombres habían oído aquel aullido infernal. Sabía que aquello
no presagiaba nada bueno. Aquel demonio del mar, sólo salía de noche y sólo si
notaba la presencia de algún humano cerca.