viernes, 13 de agosto de 2021

COMA

 

Había nacido en Sudáfrica, concretamente en Ciudad del Cabo. Sus padres se habían asentado allí, pocos después de casarse, haciéndose cargo de un hotel a las afueras de la cuidad, rodeado de naturaleza y próximo a un parque natural.

Su infancia la pasó rodeado de animales. Sus favoritos eran los elefantes y como no podía ser de otra manera, su pasión por ellos y su trabajo se unieron, convirtiéndose en un prestigioso naire. Era un hombre sencillo que necesitaba pocas cosas materiales para ser feliz. Podía tener un coche de la marca “mercedes” de alta gama, pero en vez de ello viajaba en una destartalada camioneta que había heredado de su padre.

Una mañana cuando estaba en su casa a punto de levantarse, llamaron fuertemente a su puerta. En el umbral había una mujer, sonrojada y sofocada por la carrera que había realizado para avisarle que uno de los elefantes estaba enfermo. Rápidamente se subieron a la camioneta. Una música estridente salió de la radio. La apagó de inmediato. Se fijó en la mujer que estaba sentada a su lado. Era joven, unos veintitantos, alta, delgada, morena. Llevaba el pelo recogido en una coleta con forma de nenúfar. No la había visto nunca por allí, parecía una turista. El veterinario ya había llegado. El elefante enfermo era una cría de apenas dos meses. No presentaba buen aspecto, le costaba respirar. La mujer y él se acercaron. Estaban tan absortos mirando a la cría que no la vieron venir. La madre, tal vez pensando que les estaba haciendo algo a su bebé, les propinó un golpe con la trompa. El peor parado fue él.

Se despertó, se desperezó y se levantó de la cama. Abrió la ventana dejando que los rayos de sol de la mañana entraran en la habitación. Se giró para ir hasta la cocina cuando se dio cuenta de que algo no iba bien. No escuchaba ningún ruido. Vivía bastante aislado de la civilización, no escuchar ruidos de gente o de coches era lo normal, pero no escuchar el sonido de la naturaleza y la fauna que habita en ella, eso sí que no era nada habitual.

Se preparó un café bien cargado y salió al porche. Miró hacia el cielo completamente azul, no vio nubes y tampoco vio pájaros. A su alrededor reinaba un silencio sepulcral. Cogió la furgoneta y fue hasta el pueblo, puso la radio, pero parecía no funcionar, aunque cambiara de emisora no emitía sonido alguno. La aparcó delante de la única tienda de comestibles que había. La puerta estaba abierta. Entró. Llamó a gritos al dependiente. Nadie respondió.

La calle estaba vacía, ni siquiera se veía un coche aparcado en las inmediaciones. Fue hasta el hotel. No había nadie tras el mostrador de recepción. Lo que si estaba era la vieja máscara que una vez le había dado, cuando era pequeño, un chamán amigo de sus padres poco antes de morir. Cuando la veía se acordaba de sus progenitores, provocándole una agradable sensación de paz y sosiego. Pero aquel día al contemplarla, un escalofrío recorrió todo su cuerpo.

Salió a la calle. El aparcamiento estaba vacío. Sino recordaba mal, habían tenido que poner el cartel de completo y la zona de aparcamiento la recordaba llena. Se estaba poniendo nervioso. No comprendía qué estaba pasando. Recorrió el hotel de arriba abajo, tuvo que ir por las escaleras porque el ascensor no funcionaba. No había electricidad.  El hotel estaba completamente vacío.

Cansado, desconcertado y algo asustado se sentó en las escaleras de acceso a la entrada principal. Miró a su alrededor. Y lo mismo que había pasado en su casa, el silencio era total y absoluto, tanto que lo estaba volviendo loco. Se agarró la cabeza con ambas manos y gritó y gritó hasta quedarse afónico. Por el rabillo del ojo vio pasar una sombra como una exhalación, muy cerca de donde estaba. Levantó la cabeza y miró en esa dirección. Vio a una mujer. Era la misma que había ido a su casa. Parecía asustada. Tenía los ojos vidriosos como si hubiera estado llorando y miraba en todas direcciones con verdadero terror. Deambulaba de un lado para otro sin rumbo fijo. Se acercó a ella despacio para no asustarla y le tocó el hombro con la mano. Se llevó una sorpresa enorme al comprobar que su mano la había atravesado como si fuera humo. La mujer ni se inmutó y siguió caminando de un lado. No podía verlo. Ahora sí que estaba realmente asustado. ¿Qué estaba pasando? La joven siguió caminando y pronto la perdió de vista. No intentó seguirla. ¿Para qué? En cualquier momento se despertaría en su cama y se daría cuenta de que todo aquello había sido un sueño, uno terrible, pero un sueño, al fin y al cabo.

Pero no se despertó y los días fueron pasando. No sabía cuántos, pero podría jurar que semanas e incluso meses. Aquel silencio lo estaba volviendo loco. Y entonces un día, comenzó a hablar para sí mismo. A cantar. Luego a hablar solo y a cantar. La comida se estaba acabando. No sabía cuánto tiempo más podría aguantar aquella pesadilla que estaba viviendo. Estaba completamente solo, sin personas, ni animales, ni pájaros. Sólo vegetación que día a día iba adquiriendo más y más terreno.

Una mañana se despertó con un fuerte dolor de cabeza. La frente le ardía. Tenía mucha fiebre. El cuerpo le picaba y cada vez que se rascaba levantaba una capa de piel con las uñas. En un par de horas el aspecto que presentaba era lamentable y bastante macabro. Apenas le quedaba unos centímetros de piel en el cuerpo. El dolor de cabeza se había incrementado por cien la ultima hora y su cuerpo ardía de calor. Echó a correr desesperado sin una dirección fija, sólo quería correr y dejar atrás aquel picor que lo estaba matando. En su alocada carrera tropezó con la rama de un árbol y cayó de bruces en el suelo. Estaba tan débil, tan cansado que supo al tratar de levantarse que ya no podría hacerlo. Rompió a llorar como un niño. Gritó pidiendo auxilio, aun sabiendo que sus súplicas no serían escuchadas. Entonces una sombra lo cubrió. Abrió los ojos. El viejo chamán lo observaba. Junto a él estaba la mujer. Lo miraba, parecía que ahora podía verlo.  Quiso hablar, pero su garganta no emitió sonido alguno. El anciano le habló en su lengua nativa, zulú, que él entendía muy bien. “Es hora de despertar” le dijo, mientas le tendía una mano. Él se la tomó. Ya no tenía miedo.

En una cama de hospital yacía un hombre en coma tras la agresión sufrida por un elefante. La mujer que estaba con él, salió mejor parada, un par de costillas rotas y diversas contusiones. Tras varios meses dormido, el hombre, por fin, se despertó. Cuando abrió los ojos lo primero que vio fue a la joven que se había quedado dormida en una silla que había colocado junto a la cama. A los pies ésta, estaba el viejo chamán, sonriéndole.

 

sábado, 7 de agosto de 2021

PUERTA AL INFIERNO

 

 Digamos que, si por algún hipotético motivo ocurriera alguna vez, tendríamos que estar preparados y no esperar a que suceda para tomar medidas. También es verdad que, si llegara a ocurrir por razones no humanas, mejor no imaginar la mente pensante, perversa y malvada capaz de dar forma a aquellas atrocidades. Vivimos en una era que en cuanto la luz del sol deja de iluminar nuestras vidas, encendemos lámparas, farolas y cualquier artilugio que nos dé luz, tal vez, porque inconscientemente o no nos aterra la oscuridad y las sombras que habitan en ellas. La raza humana somos una fauna muy peculiar. Juguetes de la vida y el sudoku de la muerte. Un hombre de letras, erudito donde los haya, escritor de fama mundial, conocedor de miles de historias insólitas que, siglo tras siglo han sucedido en nuestro mundo y siguen sucediendo.

Se despierta un día de lluvia, se asoma a la ventana y a partir de ahí su vida cambia para siempre. Como buen coleccionista de lo insólito, hace un repaso mental para encontrar acontecimientos acaecidos a lo largo de la historia similares a lo que está viendo tras el cristal mojado de su ventana, para darse cuenta con verdadero terror, que nunca hubo nada igual. Cogió su móvil para llamar a la policía. Como si de un trabalenguas se tratara lo que les tenía que contarles, sus palabras salían atropelladamente de su boca sin sentido alguno para el que estaba escuchando al otro lado de la línea. Un grito aterrador en la calle lo asustó de tal manera, que el móvil se le escurrió entre los dedos. Corrió hacia la ventana. Una madre lloraba desconsoladamente gritando el nombre de su hijita que había desaparecido en un charco de agua que había formado la lluvia en la calle. Él abrió la ventana y le gritó que se subiera a la acera. Pero la desesperación de la madre, junto con el ruido de la lluvia cayendo sobre el asfalto, impidieron que escuchara lo que gritaba el hombre. Había metido la mano en aquel charco, hasta la altura del codo para recuperar a su hija. Todavía podía escuchar sus gritos llamándola con verdadero pavor. Entonces una sombra se alzó de aquella hendidura en el suelo cubierta de agua, arrastró a la mujer con él, desapareciendo ambos de su vista. Alguna gente que andaba por allí se acercó para ayudarla. Él seguía gritando desde la ventana, advirtiéndoles que no lo hicieran, que se alejaran de cualquier charco que vieran lo más lejos posible. No era tan fácil evitarlos, los había por todas partes. Una joven lo escuchó y les gritó a los demás que se subieran a las aceras y evitaran los charcos de agua, de esa manera estarían a salvo. El hombre había visto como los coches desaparecían cuando sus ruedas rozaban el agua empozada. Aquellos charcos no eran iguales entre sí, presentaban distintos tamaños. Desde su ventana pudo comprobar, muy a su pesar, que podían moverse como si algo o alguien los impulsara a hacerlo o peor aún, como si tuvieran vida propia. En cuanto una persona o coche pisaba uno, éstos se encogían o agrandaban en función del tamaño. Luego eran agarrados y arrastrados hacia el fondo, desapareciendo. Sintonizó la radio en un canal local esperando que alguien arrojara luz sobre lo que estaba sucediendo y si era así, tomaran las medidas pertinentes para acabar con aquella pesadilla. Sólo sucedía en aquella calle de la ciudad. Hasta el momento nadie sabía con certeza lo que estaba pasando, todo eran especulaciones, nada concluyente. Fue a su despacho y sacó una carpeta negra de uno de los cajones de su escritorio, en ella guardaba fotografías antiguas de la cuidad. Al cerrarlo vio unas hojas asomando por una hendidura del cajón. Descubrió un doble fondo cuya existencia era desconocida para él hasta ese momento. Quitó la madera. Encontró otra carpeta del mismo color. La puso sobre la mesa y fue pasando las hojas. Encontró los planos de la ciudad de hacía más de trescientos años, cuando todavía no había edificios ni calles asfaltadas. Aquello era oro puro. Leyó aquellos documentos durante un buen rato. Debajo de esa parte de la ciudad hubo una mina de carbón. Había estado en funcionamiento muchas décadas. Se había levantado una ciudad para acoger a la gente que trabajaba en ella, llegando a ser muy rica y próspera y un lugar de gran renombre y punto de encuentro para la gente pudiente de la época. Pero algo pasó en aquella mina que de un día a otro se cerró. Los obreros empezaron a desparecer misteriosamente y la gente de la ciudad empezó a ponerse nerviosa. Para calmar los nervios se cerró, y construyeron una fábrica textil y una maderera. Indemnizaron a las familias de los desaparecidos y les dieron trabajo en las fábricas. Con el paso del tiempo todo aquello se olvidó. Pero hubo un hombre, el capataz de la mina, que había visto como uno de sus hombres desaparecía ante su vista, engullido por un charco que se había formado en el suelo a causa de las lluvias de los últimos días. No se cansaba de repetir que un ser monstruoso de grandes uñas y dientes afilados había emergido de aquel charco llevándoselo con él. Juró hasta el día de su muerte, que aquella mina era una puerta al infierno. Nunca había escuchado aquella historia. Siguió leyendo y descubrió recortes de periódicos fechados en años posteriores, donde se hablaba de desapariciones de gente en esa vía, coincidiendo siempre con alguna reforma en la misma o la construcción de algún edificio a pie de calle. Daba la casualidad que estaban haciendo unas obras en la pavimentación desde hacía varios días.

¿Habrían vuelto a abrir aquella puerta al infierno desatando la furia de los demonios?

 

viernes, 30 de julio de 2021

DELIRIOS

 

Miró con escepticismo a sus hermanos. Ni en un millón de años llegaría a imaginar que serían capaz de hacerle una cosa así y todo porque una vez, desesperada, los había llamado en plena noche para contarles “aquello”. Lo hizo porque estaba asustada, nada más, no para darles pies a esas ideas que se les había metido en la cabeza de que estaba loca.

- ¿En serio? ¿lo decís en serio? –les preguntó.

Sus ojos eran dos signos de interrogación. Sus hermanos bajaron las miradas. Tal vez avergonzados, tal vez apenados, o tal vez, ambas cosas.

- ¡Salid de mi casa! –les gritó. Mientras les abría la puerta de la calle invitándolos a salir.

Una rápida lectura a sus miradas le indicó que no se iban a rendir y que volverían a por ella.

Se sirvió un vaso de gaseosa bien fría. Salió al jardín y se sentó en la hierba. Recordó una canción de su infancia y se puso a cantar. Miles de recuerdos la envolvieron en aquella calurosa tarde de verano transportándola a la casa de sus padres, donde ella y sus hermanos, pasaron muchas tardes como aquella jugando en el jardín mientras su madre tendía la ropa cantando aquella canción.

- ¿En serio te vas a poner nostálgica en estos momentos? –le espetó una voz. –¿Recuerdas que estamos en peligro o acaso ya lo has olvidado?

Se levantó de un brinco y se encaminó hacia la casa. Subió a su cuarto y cerró la puerta.

-No debes hablar cuando estamos fuera –le reprimió a aquella voz enfadada- alguien te podría escuchar.

-Me da igual que me escuchen –le respondió con desdén mientras se sentaba en la cama y cogía un peluche con forma de jirafa. –ahora ese no es nuestro mayor problema.

-Lo sé –le respondió ella- tenemos que hacer algo al respeto. Miró al peluche que tenía en la mano y le pareció que tenía una cara infeliz. Con el dedo abrió un poco más las costuras para hacerle una gran sonrisa.

-Tengo una idea –le dijo la voz- ¿por qué no les hacemos una visita esta noche?

-Pero esta noche ponen en la televisión “la ruleta de la fortuna” –le respondió ella apenada.

-No digas tonterías sino arreglamos esto de una vez por todas nos van a encerrar y allí no podremos ver nunca más ese programa. A ver dime –le retó- prefieres perderte un programa o todos, tú eliges.

-Vale, vale, tú ganas –le respondió, aunque no muy convencida.

Aquella noche su hermana y su hermano se habían reunido en casa de la primera para hablar de la salud mental de su hermana pequeña. No estaba muy bien. El detonante que había alterado su mente, había sido la muerte de su hija, de tan solo dos años, atropellada por un coche que se dio a la fuga, delante de su casa. Habían pasado seis meses de aquello y aunque no querían que viviera sola no había manera de hacerla salir de su casa. Una vez tuvieron que llamar una ambulancia porque se había pasado con las pastillas de dormir. Otra había dejado el grifo de la bañera abierto y otra vez casi incendia la cocina al olvidarse la tetera al fuego. Y ahora, resulta que tenía alucinaciones, veía figuras, monstruos en su habitación y los llamaba por las noches a altas horas de la madrugada. Habían conseguido una enfermera que se quedaba con ella por el día, pero las noches las pasaba sola. La enfermera les había dicho que la situación de su hermana empeoraba con los días. Se había inventado una amiga y hablaba con ella a todas horas. El psiquiatra que llevaba su caso, les había sugerido como la mejor opción, internarla en un centro especializado donde estaría vigilada las 24 horas y donde recibiría la atención que necesitaba. Lo que no le habían dicho a su hermana, es que al día siguiente irían a buscarla para llevarla a aquel hospital. Les dolía que su hermana acabara así pero no veían otra salida.

 

- ¡Vamos, espabila, que ya es de noche! –le apremió la voz enfadada –tu estulticia consiste en no querer aprender. Te dan miles de bofetadas y sigues sin comprender nada. ¡espabila! -le gritó.

Salió de la casa, cogió el coche y se encaminó hacia la de su hermana. Vivía cera de una fábrica, a una media hora.

Aparcó el coche en la acera de enfrente. Había dos coches más aparcados en la entrada, uno era el de su hermano y el otro el de su hermana.

- ¡Genial! –dijo la voz- están juntos. Nos ha tocado la lotería. Y comenzó a reírse de manera compulsiva como si hubiera contado el mejor chiste del mundo.

Se bajó del coche, fue hasta el maletero, cogió una garrafa que llevaba allí y con ella en la mano se dirigió a la casa. Sin hacer ruido fue a la parte trasera y se coló dentro por la puerta que daba al jardín que su hermana siempre dejaba abierta. Empezó a derramar el líquido por todas partes, mientras sus hermanos se habían quedado dormidos viendo una película en el sofá, ajenos a lo que pasaba.

Encendió una cerilla y la lanzó al suelo. Las llamas empezaron a hacer su trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 24 de julio de 2021

ACECHO

 

 Cuando aquella mañana sonó el despertador se levantó, como cada día, para ir a trabajar. El camino al trabajo lo hacía a pie, no estaba muy lejos de su casa. Era muy temprano y apenas había gente por la calle. Pasados unos minutos se percató de que no estaba solo, alguien caminaba tras él. No le dio mucha importancia y siguió andando. El sonido de aquellos pasos lo acompañaron hasta llegar a un cruce. Se paró esperando que el semáforo cambiara de color. Miró hacia atrás para ver de quien se trataba. No vio a nadie, ni siquiera cerca, estaba solo en la calle. Cruzó y siguió caminando un poco preocupado por aquella situación en la que se encontraba. Los pasos parecían reales. ¿Cómo era posible escucharlos y no ver a nadie? Siguió caminando esta vez más deprisa. Se estaba poniendo muy nervioso, sentía que alguien o algo lo estaba siguiendo. Se volvió a girar. No había nadie. Muy asustado corrió los cinco minutos que distaban de la fábrica. Abrió la puerta, entró y la cerró rápidamente tras de sí. Un viento gélido se coló por ella. Un escalofrió recorrió todo su cuerpo.

La jornada pasó como cada día, y aunque de vez en cuando pensaba en lo que le había pasado, cuando regresó a casa se había olvidado del tema. Había sido todo fruto de su imaginación. Su mente le había jugado una mala pasada.

Esa noche tuvo un sueño un tanto extraño. Soñó que estaba viendo la televisión, concretamente las noticias de la tarde, cuando el presentador, lo miró fijamente y le dijo:

 -Cuando quieras huir, cierra los ojos, concéntrate hasta que veas una puerta roja, ábrela y corre sin mirar atrás.

Al día siguiente no tenía que acudir al trabajo, era sábado. Pasó la mañana limpiando y haciendo compras. Por la tarde un par de amigos acudieron a su casa a cenar y ver unas películas. Pusieron la televisión. Estaban dando las noticias. Entonces lo vio, al presentador que le había hablado en su sueño la noche anterior, estaba allí en la pantalla delante de él e igual que había ocurrido en el sueño, le habló:

-No abras la puerta o morirás –le dijo.

Atónito y asustado les preguntó a sus amigos si habían oído lo que acababa de decir el presentador.

-Claro –le dijo uno de ellos-  encontraron otro cuerpo con más de veinte puñaladas en el cuerpo. ¿por qué lo preguntas? ¿acaso no lo has oído?

El hombre iba a contestar cuando sonó el timbre de la puerta.

Fue tan grande el susto que se llevó que se levantó de un brinco del sofá.

Uno de sus amigos, que había ido a la cocina a buscar unos vasos, se encaminó hacia la puerta para abrirla.

- ¡No la abras! –le gritó

Pero ya era tarde. Ya había abierto la puerta. Un hombre encapuchado entró en el apartamento. Llevaba algo en la mano. Era un cuchillo.  Se abalanzó sobre él y empezó a asestarle cuchilladas una tras otra. Su otro amigo que estaba con él en el salón, se levantó del sofá y fue hacia la puerta. El encapuchado se giró, lo agarró y lo apuñaló en el abdomen. El hombre aterrorizado corrió hacia el baño y se encerró allí. Temblaba de miedo sentado en el suelo junto a la bañera. Escuchó pasos por el pasillo. Los reconoció. Eran los mismos pasos que había escuchado el día anterior de camino al trabajo. El asesino se estaba acercando. Empezó a aporrear la puerta con una fuerza. Era cuestión de minutos que el pestillo cediera y entrara. Cerró los ojos, se agarró las piernas y empezó a balancearse de delante a atrás rezando y llorando. En medio de aquel caos la imagen de una puerta roja acudió a su mente. Se vio asimismo abriéndola. Al otro lado estaba muy oscuro, entró y la cerró tras de sí. Su sorpresa fue enorme cuando vio que ya no estaba en el baño, sino delante de la puerta de su apartamento. Entró. El cuerpo de uno de sus amigos yacía en la entrada en medio de un gran charco de sangre. A pocos metros estaba su otro amigo, también muerto. Entonces escuchó ruidos al final del pasillo. Un hombre encapuchado estaba intentando echar abajo la puerta del baño. Cogió un cuchillo de la cocina, el más grande que tenía. No le tembló la mano cuando se lo clavó en la espalda. El hombre cayó de bruces al suelo. Lo giró para verle la cara. Era él. Cuando llegó la policía encontró dos cuerpos. El asesino en serie que andaban buscando se había escapado de nuevo.

viernes, 23 de julio de 2021

MONSTRUO DEL MAR

 

 

 

Hay una limitación para todo, pensó la mujer. No cruzaría aquel pasillo oscuro y siniestro, tenía que buscar otra salida. Se encaminó hacia el ascensor que quedaba a escasos metros de donde estaba, pulsó el botón. No funcionaba. Se había ido la luz en todo el hotel a causa de la tormenta. Regresó a su habitación. Tenía que salir de allí y dejar a un lado su fobia a la oscuridad. La pantalla del móvil se iluminó. Había llegado otro mensaje y éste era peor que el anterior “estoy cerca, puedo olerte amor mío. Esta noche dormirás en el infierno”. Miró a través del cristal de la ventana, un coche entraba en el aparcamiento. Estaba segura de que era él. Tenía que salir de allí antes de que la encontrara.

A lo lejos vio una luz potente e intermitente. Era la luz del faro. Abrió la puerta y miró a ambos lados antes de salir. Alumbraba el largo y oscuro pasillo con la linterna del móvil. Al fondo había una puerta con un letrero que decía “salida de emergencia”, la abrió y bajó las escaleras que daban directamente a la calle. Empezó a correr bajo la lluvia. Vio un cartel que indicaba el camino a seguir para llegar al faro, un sendero que bordeaba el acantilado. Caminó durante una media hora, hasta que por fin lo vio. Siguió caminando un poco más y encontró un túnel como único acceso al faro. La luz de la linterna del móvil cada vez era más débil. La batería se estaba agotando y aquel túnel parecía muy largo y sobre todo muy oscuro. Respiró hondo y entró. Fue caminando pegada a la pared fría y húmeda.

Aquellas vacaciones no estaban resultando como se había imaginado. Había llegado a aquel pequeño pueblo costero buscando tranquilidad, lejos del bullicio de la ciudad y huyendo de su pasado dispuesta a empezar una nueva vida. Pero su tranquilidad había durado una semana. Su pasado había encontrado a su presente poniendo en peligro su futuro. El ruido que produjeron unas latas vacías dentro de una bolsa al chocar contra su pie la sobresaltó. Algunos excursionistas no tenían ningún reparo en dejar la basura esparcida por todas partes. Tuvo que tomar aliento, el corazón le latía desbocado en su pecho. Con la poca luz que le quedaba en el móvil vio que las latas no era lo único que había por el suelo, también había trozos de frutas. Se apartó un poco para no pisarlas. Una luz potente alumbró el túnel. Se pegó todo lo que pudo a la pared, respirando con dificultad a causa de la angustia y el miedo que sentía. Escuchó la voz de su pasado “¡Empieza la diversión, querida!” La había encontrado. Corrió con desesperación. En su alocada carrera tropezó, cayéndose un par de veces. Al fin vislumbró la salida. Había dejado de llover cuando salió del túnel. El faro distaba escasos metros. Cuando llegó había una placa negra con las fechas en las que se podía visitar el faro grabadas en letras de color blanco. La puerta estaba cerrada y por más que lo intentó no logró abrirla. Decidió dar la vuelta por si había otra entrada. Nada. Entonces lo vio saliendo del túnel. No podía volver por donde había venido y detrás tenía el acantilado. Pensó que podría esconderse entre las rocas. Qué otra cosa podría hacer. Si lo despistaba tal vez pudiera regresar al hotel, coger su coche y huir. Bajó por la empinada cuesta hasta las rocas, mirando bien donde ponía los pies para no resbalar y caer. Una caída por aquella pendiente significaba una muerte segura. Miró hacia atrás un par de veces, pero no vio a nadie. Eso no la relajó en absoluto. Sabía que podía ser muy astuto y no verlo, no significaba que hubiera desistido de seguirla ni mucho menos.

Encontró una cueva y decidió descansar un rato allí escondida entre las sombras. Escuchó un fuerte y lastimoso alarido, seguido del sonido de unas cadenas, que le heló la sangre e hizo estremecer todo su cuerpo. Asomó la cabeza y vio un ser abominable que la paralizó por completo. Cualquier teólogo perdería la fe si viera aquello. A escasos metros de aquella cueva, un enorme perro de color blanco provisto de cuernos y grandes orejas, con los ojos negros como el averno y unos dientes largos y afilados salía del agua. Todo ocurrió en cuestión de segundos. El hombre que la perseguía presa del pánico y paralizado de miedo, desapareció de su vista. Aquel enorme monstruo se abalanzó sobre él atrapándolo entre sus fauces. Escuchó el sonido de los huesos al ser triturados por los dientes de aquel ser. Estaba aterrada, pero si no huía en aquel momento, sabía que correría la misma suerte que él. Empezó a correr sin mirar atrás. Al llegar al faro escuchó voces procedentes del túnel seguidas de la luz de unas linternas. Gritó con las pocas fuerzas que le quedaban, pidiendo ayuda. Aquellos hombres habían oído aquel aullido infernal. Sabía que aquello no presagiaba nada bueno. Aquel demonio del mar, sólo salía de noche y sólo si notaba la presencia de algún humano cerca.

viernes, 16 de julio de 2021

LA SALVADORA

 

 

La mujer salió a pasear por el campo que bordeaba su casa con su bebé de pocos meses. Hacía una tarde muy calurosa de verano y decidió descansar del paseo. Se sentó a la sombra de un gran árbol. La pequeña empezó a lloriquear, moviendo sus pequeñas piernas y sus brazos pidiendo comida, la madre la amamantó. Al terminar no pudo menos que eructar cuando su madre la levantó. Luego se quedó dormidita en su regazo. La contempló con amor, mientras le susurraba “Mi niña, mi dulce y hermosa niña”.

La madre entrecerró los ojos y se dejó llevar por los sonidos envolventes del campo, pájaros, grillos, cigarras y alguna que otra rana no muy lejos de donde estaba es todo lo que escuchaba. La calma y quietud que se respiraba le producía paz y tranquilidad. Se dejó llevar. Su imaginación cobró vida y comenzó a volar muy lejos de allí.

Se vio en un inmenso castillo escribiendo una carta con una pluma que mojaba en un tintero en forma de cuerno. La carta hablaba de espías que, como fantasmas, la acechaban y observaban a todas horas y de candados en las puertas. Al anochecer cuando las estrellas brillaran en el firmamento, abandonaría aquel lugar para siempre y se iría con él.

Un escarabajo había empezado a subir por su pierna, pero ella no sintió el cosquilleo que le producía, ni se movió de donde estaba, seguía soñando.

Al anochecer salió de aquel castillo como había planeado, embozada en una capa negra y protegida por las sombras que la noche le otorgaba.

Un escultor de renombre había tallado en piedra la figura de una madre portando un bebé en brazos en el jardín. Se tocó su abultado vientre y pensó en su hija y en la nueva vida que les esperaba, mientras contemplaba aquella hermosísima escultura.  

El frío filo de una espada apoyada en su garganta la sobresaltó, despertándola de su sueño. Frente a ella, vestido de etiqueta, había un hombre muy algo y delgado, con facciones delgadas y pelo muy oscuro que la miraba fijamente mientras esbozaba una sonrisa que hizo que se le helara el corazón, era siniestra, malvada. Los ojos de la mujer eran la viva imagen del terror. Instintivamente abrazó con fuerza a su pequeña contra su pecho para protegerla. Aquel hombre estaba dispuesto a rajarle el cuello y una vez hubiera acabado con su vida haría lo mismo con el bebé que sostenía en brazos. Pasó la punta de la espada por el cuello de la mujer mientras emitía una risa sardónica cargada de odio.

Aquel árbol donde seguía apoyada se abrió tras ella formando un hueco en su tronco lo suficientemente grande para darles cabida. Unas ramas la rodearon por la cintura, la introdujeron dentro para luego cerrarse bajo su atónita mirada. Pudo ver el filo de la espada que se había clavado en la corteza del árbol a pocos centímetros de donde estaban ella y su pequeña. Entonces escuchó la voz de una mujer.

-No permitiré que cambies el curso de la historia -le decía al hombre –Has fracasado una vez hace mucho tiempo y no vencerás ahora. No lograste matar a la antepasada de esta mujer y esa niña que lleva en brazos será la salvadora del mundo.

Tras estas palabras escuchó gritos aterradores proferidos por el hombre y fuertes golpes que hacían tambalear el árbol. No sabría calcular el tiempo que duró aquella contienda. Cuando al final reinó el silencio y el árbol abrió su tronco y pudieron salir, ya había anochecido por completo. Sobre la tierra yacía el traje negro del hombre, pero no había rastro alguno de su cuerpo y la espada que había portado estaba a su lado. El árbol seguía erguido, majestuoso apuntando a las estrellas, con algún que otro corte en el tronco y unas cuantas ramas cortadas.

 


viernes, 9 de julio de 2021

NO HAY CABIDA PARA EL ERROR

 


 

Con veinte años, aquel joven había conseguido la puntuación más alta en tiro. Se había alistado en el ejército cuando cumplió la mayoría de edad, no dejando escapar la oportunidad que se le ofrecía de largarse de casa. Su madre había muerto hacía un par de años y su padre desde entonces, se había convertido en un alcohólico. Lo despedían de todos los trabajos y se había puesto violento con él en más de una ocasión. Antes de abandonar su pueblo y la casa que lo vio crecer fue hasta el cementerio para despedirse de su madre. Depositó sobre su tumba un ramo de tulipanes, sus flores preferidas.

En su primera misión en combate, el parabrisas del camión donde iba con sus compañeros, había quedado hechos añicos por una explosión. Resultó con heridas leves. Sus compañeros no corrieron la misma suerte, había sido tal la fuerza de la explosión que la onda expansiva los lanzó varios metros por el aire, pereciendo algunos y otros quedando en un estado más bien lamentable, falleciendo poco después. Se salvaron el sargento al mando y él.  Intentando protegerse de las balas que zumbaban a su alrededor subieron los escalones de un edificio casi en ruina hasta la azotea, desde la cual tenían una buena visión de toda la aldea. Estaba anocheciendo. El enemigo se escondía entre las sombras que poco a poco iban cubriendo el lugar. Entonces lo volvió a ver. Ahí estaba Él. La última vez que había visto a aquel ser encapuchado de blanco tenía doce años. Estaba jugando al fútbol con unos amigos en la calle, no vieron el camión que había perdido los frenos y que se acercaba a ellos a una gran velocidad. Fue la primera vez que lo vio. Se colocó en medio de la carretera y durante unos minutos el tiempo se paró para todos menos para él y sus amigos que lograron ponerse a salvo y no morir atropellados.

Escuchó como el sargento le gritaba que disparara. Tenía a aquel hombre a tiro, pero había un problema, había tomado a una mujer como rehén con un estado muy avanzado de embarazo. Si disparaba a aquel hombre podía errar y matarla a ella. Era buen tirador, el mejor, pero aquella situación lo sobrepasaba. Conocía los engranajes de la guerra y que la duda, aunque fuera mínima podía costarte la vida. Colocó el dedo en el gatillo dispuesto a disparar a la cabeza de aquel hombre, esperando no fallar. Sabía que si le daba a aquella mujer caería en un pozo de depresión. La culpabilidad lo perseguiría toda su vida y viviría una realidad maquillada. Entonces aquel ser vestido de blanco se situó delante de la mujer. No lo dudó. Apretó el gatillo. Abatió al enemigo.


LA NO HISTORIA. PARTE PRIMERA. SAN

  Santiago Pemán, San para sus amigos y allegados se levantó aquella mañana del 12 de junio con ganas de coger el coche e ir a la ciudad. ¿C...