miércoles, 25 de mayo de 2022

NUEVA VIDA

 

 

 

Cuando fue consciente de su propia existencia se dio de bruces con la realidad.

Estaba privada de la luz y del sonido. Todo era oscuridad y silencio a su alrededor. Sin embargo…. Podía sentir que no estaba sola.

No podía precisar cuántos, ni decir un número exacto, pero eran muchos. Se movían, la rozaban. El contacto contra su piel era pegajoso, pero lejos de sentir asco o repulsión sentía euforia e incluso algo parecido al amor hacia aquella compañía. Era extraño ¿no?

Ella también lograba moverse torpemente por aquel lugar. Se sentía como si la hubieran atado de pies y manos. El lugar tenía forma redondeada de textura sedosa y elástica. Sabía que aquello los protegía, era cómodo y la temperatura allí dentro era muy agradable.

A medida que el tiempo transcurría, sus movimientos, al igual que la de sus compañeros de encierro, se iban haciendo más precisos y su tamaño iba aumentando.

No sabía cómo había terminado allí. Lo último que recordaba es estar postrada en una cama de hospital. Escuchó a los médicos hablar con su esposa del estado muy crítico en el que se encontraba. Recordaba con claridad el accidente de coche. Podía escuchar el ir y venir de personas, entrando y saliendo de su habitación, incluso podía escuchar lo que hablaban entre ellos, pero no podía mover ni un solo músculo de su cuerpo, tampoco podía abrir los ojos. Permanecía tumbada en aquella cama mientras el tiempo iba pasando. Entonces… la máquina, a la que estaba conectada, comenzó a emitir un sonido, estridente, ensordecedor. Después de eso, nada, salvo el silencio más absoluto.

Ahora sentía un cuerpo, pero muy diferente al que tenía. Podía pensar, e incluso su visión se iba haciendo, poco a poco, más nítida, empezaba a distinguir formas a su alrededor. Se dio cuenta de que no tenía manos, ni piernas. Tenía patas.

Su desconcierto le hizo entrar en pánico. En su desesperación quiso gritar, pero de su garganta no salió ningún sonido. Tampoco podía llorar. Sus ojos estaban secos. Sentía unos deseos enormes de salir al exterior. Sus compañeros, al parecer sintieron lo mismo que ella, porque al unísono, se pusieron a golpear aquella pared hasta que hicieron un agujero lo suficientemente grande por el cual pudieron colarse. Una gran tarántula los estaba esperando fuera con pequeños insectos para alimentarlos.

¿Aquella era su nueva vida?

 

 

lunes, 23 de mayo de 2022

ERES PASADO

 


En su interior se estaba desatando una gran batalla. Una titánica guerra moral. ¿hacerlo o no hacerlo?

El mero hecho de pensar en volver a intentarlo, después de tantos años, la hacía estremecer de angustia, de terror absoluto, porque sabía que no fallaría, como no había fallado aquella primera y aquella segunda vez.

Pero… si no lo hacía tendría que llevar aquel miedo sobre sus espaldas de por vida. Preocupada siempre por su bienestar y el de su hija. No podía morir, no, ese no era el camino, tenía que luchar por la vida de las dos y para ello tenía que…. Hacerlo.

La primera vez que lo hizo, cuando escribió el nombre de aquella niña en una hoja de papel mientras lloraba de rabia, impotencia y odio, recordando los insultos, empujones y algún que otra agresión física, no sabía lo que iba a pasar. Aun así, encendió una cerilla y quemó aquel papel y con él aquel nombre. Sólo tenía 9 años, pero lo que deseó con todas sus fuerzas, se cumplió. Dos días después de aquello, se cancelaron las clases en su colegio en señal de luto por la muerte de una alumna. La había atropellado un coche cuando cruzaba un paso de peatones con unas amigas. Sólo ella murió, a pesar de que se llevó por delante a dos niñas más.

Pensó que no podría vivir con los remordimientos, al saber que ella era la responsable de su muerte. Pero se sorprendió al comprobar que no los tenía. Se sorprendió al comprobar que se sentía feliz. No era un monstruo. Era una niña que deseaba vivir libre de amenazas.

La segunda vez hizo lo mismo con su padrastro. Un nombre que maltrataba a su madre y a ella misma. Un hombre manipulador, borracho y abusador. Esta vez le resultó más fácil escribir su nombre en aquella hoja en blanco. Y disfrutó cuando le prendió fuego. Sonreía. Feliz porque sabía que a partir de entonces su madre no volvería a llorar, ella no volvería a llorar, porque él ya no estaría en sus vidas.

Pasaron muchos años desde entonces. Y nunca volvió a necesitar escribir otro nombre en una hoja en blanco.

Estaba sola en casa. Hoy no iría a trabajar, era su día libre. Su niña estaba en el colegio. Sentada ante la mesa de la cocina con un bolígrafo en la mano y un folio blanco delante de ella, no le tembló el pulso cuando escribió el nombre de su marido en él. Había tomado una decisión. No se echaría atrás. Ya no.

Lloraba mientras lo hacía, no por pena, sino porque sabía que la felicidad comenzaría en el momento justo en que quemara aquel papel. Sería cuestión de horas, o días, pero sucedería. Como si de un rito se tratara pronunció unas palabras mientras trazaba aquellas letras, una tras otra, formando un nombre al terminar de escribirlas:

- “Cuando descubrí tu perverso juego y tu infinita variedad de formas de herir, me dije: eres pasado”.

A continuación, prendió fuego a la hoja.

 

 

 

 

 


miércoles, 18 de mayo de 2022

EL CONDE

 

Había decidido hacer su tesis sobre el libro de Bram Stoker: Drácula. Analizaría, desgranaría, desangraría cada párrafo, cada frase, cada palabra de dicho libro hasta lograr introducirse en las cavernas más oscuras de la mente del autor.

Pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca. Concentrada en su tesis, no prestaba atención a la gente que había a su alrededor. Si lo hubiera hecho se habría dado cuenta de que hacía más de una semana un joven vestido de negro, con aspecto enfermizo debido a la palidez de su piel, la observaba detenidamente. Siempre estaba sola, aunque de vez en cuando su mejor amiga, Laura, la acompañaba en sus largas horas de estudio. Aquel era uno de esos días en los que no se encontraba sola. Su amiga dejó sus libros sobre la mesa y le hizo señas para que la siguiera. Salieron a la calle. Laura se veía emocionada. Le tendió una tarjeta negra que le había entregado un joven muy pálido a la entrada de la biblioteca, con un nombre y una dirección impresa en letras blancas. “Reunión de amantes de Drácula”. Martes a las 23 horas” Había un número de teléfono para confirmar la asistencia.

Diez minutos antes de la hora señalada, un coche negro apareció delante del apartamento que compartían las dos chicas, tal y como les había indicado una voz masculina al otro lado de la línea cuando habían llamado. Conducía aquel joven.

El coche se paró delante de una casa enorme de estilo victoriano. El muchacho se adelantó. Levantó un enorme llamador de hierro forjado con forma de calavera y lo dejó caer sobre la maciza puerta de madera. No tardaron en escucharse unos pasos. La puerta se abrió. En el umbral apareció un hombre de mediana edad, vestido con ropas antiguas, pasadas de moda. El semblante de las chicas mudó de color. Aquel hombre tenía un parecido extraordinario con Bram Stoker. Se presentó como “el conde”. Con unos modales exquisitos las invitó a entrar en su “humilde morada”. Al cruzar la puerta un olor penetrante a muerte, a hojas mojadas y a tierra húmeda les golpeó en la cara.

Pasaron a un comedor. La mesa estaba preparada para dos comensales. Viandas de todo tipo descansaban sobre ella. El anfitrión tras acomodarlas en sus respectivas sillas de respaldo alto pasó a llenarles las copas. Al probarlo, las jóvenes se dieron cuenta de que aquello no era, ni por asomo, vino tinto como habían supuesto. Aquella bebida tenía un sabor metálico, similar al de la sangre.

La escupieron. El hombre lanzó una carcajada al aire, siniestra, macabra que no hizo más que incrementar el miedo que sentían las muchachas y las ganas de marcharse de allí.

El pálido joven que hasta ese momento había guardado un completo silencio, agarró a Laura por detrás cogiéndola desprevenida. A continuación, le mordió el cuello sin dejar de mirar a la amiga que, en un ataque de pánico, había comenzado a gritar.

Entonces comprendió a que se debía aquel aspecto cadavérico que presentaba el muchacho.

-El conde bebió toda tu sangre ¿verdad? –le preguntó en un hilo de voz, mientras luchaba con todas sus fuerzas para no perder el conocimiento.

-Sí –le respondió él, esbozando una sonrisa pintada de rojo.

 

 

lunes, 16 de mayo de 2022

TU RECUERDO

 

Raúl se despertó con los primeros rayos del sol que se colaban por la ventana de su habitación. Sara estaba a su lado. Se giró. Le gustaba contemplarla mientras dormía. En esos momentos veía a aquella jovencita que le había robado el corazón hacía más de cincuenta años y que todavía le pertenecía.

Aquella mañana se había despertado acariciando recuerdos que creía ya olvidados, de un tiempo muy lejano. Su madre en la cocina orneando pan y como aquel aroma impregnaba cada rincón de la casa. Su larga melena recogida en una coleta, su delantal blanco y una gran sonrisa dibujada en su cara mientras le apremiaba que se diera prisa o llegaría tarde al colegio. Había sentido aquel beso que le había dado en su mejilla y la había visto en el umbral de la puerta despidiéndose de él con la mano mientras le decía:

-Recuerda que hoy vendrá la familia a casa, no tardes en regresar del colegio. Hoy será un gran día.

-Sí, mamá –le había respondido con el corazón rebosante de amor.

Ahora recostado en su cama, en el ocaso de su vida, con las manos entrelazadas sobre su pecho y contemplando el techo recordaba aquel sueño tan nítido. Nunca había tenido uno igual. Había sentido aquel beso, el olor al pan recién hecho. Había vuelto a su infancia mientras dormía.

Cerró los ojos. Quería volverla a ver una vez más. Y lo hizo, y esta vez no era un sueño. Su madre estaba allí, sentada en el borde de su cama. Era tan liviana que parecía flotar. No había envejecido, era la misma que cuando era pequeño, igual que en su sueño. Con su coleta y su delantal blanco. Se miraron sin pronunciar palabra. No hacía falta hablar. Aquellas miradas cargadas de amor lo decían todo. No sentía miedo, no. Era paz lo que sentía en cada fibra de su cuerpo. Ella le sonreía mientras acariciaba con ternura su mejilla surcada de arrugas. Escuchó su voz en su cabeza a pesar de que no había movido los labios. “Hoy es el día, hoy vendrá toda la familia” A continuación se inclinó sobre él y le besó la frente. Luego se desvaneció.

Se giró para contárselo a Sara, pero…. seguía dormida. Últimamente su salud había empeorado mucho. Dormía muchas horas y aun así siempre estaba cansada. Decidió no despertarla.

Como impulsado por un resorte invisible se levantó. Su artritis había decidido darle una tregua aquella mañana. Se sentía bien, como si le hubieran quitado cincuenta años de encima. Fue al baño. Se contempló en el espejo. Estaba llorando. Éste le devolvió la imagen de un hombre octogenario, sin embargo, se sentía joven de nuevo. Siguió mirándose un buen rato, como si quisiera ver más allá del cristal. Cuando desvió la mirada sus ojos tenían un brillo especial, el de un hombre que había tenido una revelación que debía llevar a cabo.  El viaje que Sara y él llevaban tiempo posponiendo se haría, por fin, realidad.

El día se presentaba gris y nublado, amenaza con llover. Pero ni el tiempo ni ninguna otra cosa enturbiaría su misión y mucho menos su buen humor.

Tres horas después de haber salido a la carretera, las primeras gotas de agua comenzaron a mojar el parabrisas del coche.

Poco después bajo una cortina de lluvia vio la silueta de una mujer. Aminoró la marcha. Era joven y muy guapa, vestida con ropa de los sesenta. El corazón le dio un vuelco en el pecho al reconocerla. Era su madre. Y… no estaba sola.

El viaje había llegado a su fin.

 

Un conductor había llamado a emergencias. Les explicó, visiblemente alterado. que el coche que circulaba delante de él, se había salido de la carretera chocando contra un árbol.

Había estacionado el coche en el arcén para realizar la llamada. Tal vez todavía siguieran con vida. Tenía que ir a ver. La ayuda no tardaría en llegar.

Se apeó del coche y fue hasta el lugar del accidente.

Al volante iba un hombre muy mayor, demasiado a su entender para que condujera y más con aquel tiempo. Estaba muerto.

En el asiento del copiloto había una persona. Estaba totalmente envuelta en un manta.

Debido al impacto parte de su cabeza quedó al descubierto.

Aquella imagen le acompañaría hasta el día de su muerte provocándole pesadillas noche tras noche.

Se trataba de una mujer. Una anciana. En avanzado estado de descomposición.

 

 

 

 

 

miércoles, 11 de mayo de 2022

RECORDAR

 

Él se había llevado lo único que tenía, lo único que le importaba y quería de este mundo. Él en su infinito egoísmo se la había llevado.

No recordaba mucho de aquella noche. El día en que Sara se fue, para siempre, con Él.

Estaba muy cansado. Tenía frio y le dolía enormemente la cabeza. Escuchó a alguien hablando no muy lejos de donde estaba. No estaba solo. Eso lo consolaba. De alguna manera lo hacía sentirse mejor. Pudo escuchar como decían:

-El borracho incendió su memoria. Tenemos que hacerle recordar, tal vez unas cuantas tazas de café le ayuden.

Tenía la vaga sospecha que se referían a él. Pero... ¿qué tenía que recordar? Sólo quería ir a casa con Sara, su Sara, que estaba muy enferma. Sara lo necesitaba y él no estaba a su lado. Los ojos se le humedecieron.

Retazos de lo acontecido envueltos en una espesa niebla acudieron a su memoria. Veía como ella, tumbada en aquella cama desde hacía semanas, aullaba de dolor. Recordaba vagamente darle la morfina. Recordaba…. como la había dejado sola porque aquellos gritos lo estaban volviendo loco. Recordaba… sacar la botella de whisky que tenía escondida en el garaje y beber un trago tras otro. Recordaba… dar un portazo al irse de la casa.

¿A dónde? No se acordaba del nombre del sitio, pero sí de que había seguido bebiendo allí. El camarero no dejaba de llenar su copa y él no dejaba de vaciarla.

Al despuntar el alba, no recordaba cómo, pero se encontró frente a su casa. No había cogido las llaves así que aporreó la puerta para que ella le abriera. Para que su Sara le abriera. Pero no podía hacerlo. No podía levantarse de la cama, aunque quisiera. Aun así, insistió tanto que algún vecino tuvo la “brillante” idea de llamar a la policía.

Alguien le ofreció una taza humeante de café. Sabía a rayos, pero le despejó un poco la mente. Entonces comenzaron a preguntarle dónde había estado esa noche. No recordaba el nombre del lugar. Sus recuerdos iban y venían como el vaivén de las olas en el mar.

Más café y más preguntas. Los recuerdos volvían, poco a poco, para atormentarlo. Entonces recordó. Gritó y lloró. Y deseó estar muerto. Porque la muerte era lo único que podría calmar aquel dolor. Pero la muerte no vino. Sólo el recuerdo de que Él no se había llevado a su Sara porque todavía no era su hora, no. Él se la había entregado. Él la había matado.

 

lunes, 9 de mayo de 2022

LA ANCIANA DEL ESPEJO

 


No le había gustado su decisión. Se tragó su desilusión. Cuando se despidieron esa mañana él la estrechó entre sus brazos y la besó apasionadamente en los labios:

-Cariño, sólo estaré una noche fuera. Mañana cuando regrese celebraremos tu cumpleaños, te lo prometo.

Cuando las miradas queman el miedo de la distancia se derrite.

Ella no dijo nada. Sólo asintió con la cabeza, sonrió y se quedó en la puerta hasta que el coche desapreció de su vista.

Llevaban 25 años casados, los niños ya se habían ido a la universidad y volvían a estar solos como al principio. El amor no se había acabado, si bien no era como al principio, ahora su matrimonio se había convertido en algo así como “un lugar tranquilo”, donde todavía pululaba el amor y donde se sentían cómodos y relajados cuando volvían a casa.

Decidió pasar el día de su cumpleaños ordenando el desván. Era un día como otro cualquiera para realizar aquella tarea. El fin de semana saldría a comer con las chicas. Sabía que le tenían preparada una sorpresa. Aquella mañana al despertarse la acompañaba una melancolía que iba incrementando a medida que pasaban los minutos.

En el desván la esperaban cajas llenas de juguetes de sus niños cuando eran pequeños, viejos álbumes de fotos y dibujos que habían ido haciendo, año tras años, por el día del padre y de la madre. Tenía una necesidad imperiosa de abrirlas y volver a recrear aquellos tiempos.

Lo primero que vio al entrar fue aquella vieja y pesada cómoda que había pertenecido a sus suegros y que, al morir ellos la había heredado su marido. No venía sola. Un gran espejo descansaba sobre ella, ahora cubierto con una gran sábana blanca que le daba un aspecto macabro y tétrico.

Tenía dos cajones grandes en la parte superior y cuatro pequeñas puertas. Una de ellas estaba cerrada con llave. Había sido una decisión tomada por los dos. Allí guardaba una vieja escopeta de caza, que había utilizado un par de veces (la caza no era lo suyo). No quería que los niños la descubrieran y se pusieran a jugar con ella. Sabía dónde estaba guardada la llave.

Abrió aquella puerta. Desconcertada comprobó que la escopeta no estaba. Pensó que tal vez la había regalado o vendido, pero le extrañaba que no le hubiera comentado nada al respeto. Volvió a cerrar aquella puerta con la llave.

En las otras tres sabía lo que encontraría. Tesoros de un valor incalculable, por lo menos en lo sentimental, los recuerdos de sus hijos. Pero había algo que ella pasó por alto pero sus ojos no. Al cerrar aquella puerta vio brillar algo al fondo envuelto en sombras. Volvió a colocar la llave en la cerradura. Estiró el brazo. Tocó una caja metálica. La agarró y la contempló. Era de color azul metalizado y tenía una cerradura. Pero no rastro de la pequeña llave que la abriría. Probó con una horquilla que llevaba en el pelo Nunca había hecho algo así, pero había leído suficientes novelas de misterio donde con perseverancia conseguían su objetivo. Lo consiguió tras varios intentos. ¡Suerte del principiante! Dijo en voz alta.

La abrió. Se sobresaltó al contemplar lo que había dentro. La caja se le escurrió de las manos. Su contenido quedó desparramado por el suelo. Las braguitas que había en su interior descansaban en el suelo. Estaba desconcertada, atónita. Las cogió una a una con la punta de los dedos para volver a colocarlas en su sitio. Había seis. Pero había más sorpresas. Recortes de periódico doblados milimétricamente. Abrió el primero. Hablaba del hallazgo del cuerpo de una joven, hacía algo más de tres años. Le empezaron a temblar las manos. Los siguientes hablaban de lo mismo. Todas eran chicas que habían asesinado y sus cuerpos habían sido encontrados a lo largo de esos años. La última tenía fecha de hacía un mes.

No sabía que significaba todo a aquello. ¿Por qué su marido tenia aquello en casa? Acaso él….

Lo conocía bien, no sería capaz de matar una mosca. Pero… ¿realmente conocemos totalmente a una persona, aunque llevemos años conviviendo con ella?

Volvió a colocar todo en su sitio y bajó a la cocina. Necesitaba pensar. Miró el reloj era la hora de comer. Pero ella sentía nauseas cada vez con más intensidad. Corrió al baño y echó el café que había tomado por la mañana. Se estaba lavando la cara cuando escuchó un ruido. Provenía del desván. Tal vez se habría caído algo. Fue hasta allí y a tan solo un par de escaleras para alcanzar la puerta ésta se abrió lentamente de par en par. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Algo le decía que no entrara. Pero la curiosidad era más fuerte que las ganas de huir. Entró.

Lo primero que vio fue su reflejo en el gran espejo que descansaba sobre la cómoda. Misteriosamente la sabana que lo había estado cubriendo estaba tirada en el suelo. Pero no se reconoció en aquella imagen. Supo que no era ella. Podía ver con claridad a una anciana, con el pelo blanco como la nieve y la cara surcada de arrugas. Tenía el pelo recogido en un moño y vestía completamente de negro.  Le estaba sonriendo mientras le tendía una mano.

Hipnotizada comenzó a caminar hacia ella. Aquella mano tendida sobresalía del espejo. Ella la agarró. No sintió miedo a hacerlo. No sentía nada. Flotaba. Sus pies no tocaban el suelo. Se adentró en aquel espejo junto a la mujer.

Estaban en una gasolinera perdida en lanada. Había un coche repostando. Lo reconoció era el de su marido. Ella se sobresaltó. La anciana le dijo que no podía verlas.

El coche arrancó. No sabía cómo lo habían hecho, pero estaban sentadas en el asiento de atrás. A pesar de la música que sonaba pudo escuchar perfectamente ruidos provenientes del maletero. El coche se desvió por una carretera sin asfaltar que atravesaba un tupido bosque. Poco después se desvió por un sendero de tierra. Su marido se apeó del coche y se encaminó hacia la parte de atrás, el maletero. Ella ya estaba fuera contemplando la escena. Había una mujer atada y amordazada en él. Se tapó la boca para evitar que un grito saliera de su garganta. La reconoció. Era su mejor amiga. Era Laura. Él se reía a carcajadas. La sacó del maletero y la dejó marchar. Luego cogió una escopeta. ¡La escopeta que había desaparecido del desván! Su mujer se abalanzó sobre él. No sabría si aquello serviría de algo. Pero vaya si sirvió. El hombre perdió el equilibrio y se cayó. La escopeta salió disparada perdiéndose entre unos matorrales. Laura volteó la cabeza una sola vez justo a tiempo para ver al hombre tendido en el suelo mientras una piedra de gran tamaño flotaba en el aire para luego caer sobre su cabeza.

El timbre de la puerta la despertó. Seguía en el desván. Se había quedado dormida tumbada en el suelo. Estaba muy cansada. Bajó despacio las escaleras para abrir la puerta. Fuera las luces de un coche de policía iluminaban la casa en penumbra.

Habían encontrado el cuerpo sin vida de su marido.

 

 

 

 


martes, 3 de mayo de 2022

LA AGUJA DE LA MUERTE

 

Salió de la sala de reuniones desconcertado, aturdido y muy enfadado. Tenía que tratarse de un sueño. No podía ser de otra manera. Porque si no era así…. Significaba que aquello era el principio del fin de la humanidad.

Había votado que no a lo que se proponían hacer, aun sabiendo que su voto no valía nada si sus “colegas”, los 20 que estaban allí reunidos, habían dado un voto favorable. Estaba en clara desventaja.

Para cuando llegó a su despacho, le dijo a la enfermera que cancelara todas las citas. No tenía humor ni se sentía bien para atender a ningún paciente en lo que quedaba de día.

Cerró la puerta tras de sí dando un portazo y descargó su furia tirando todo lo que había sobre la mesa.  

Necesitaba salir de aquel hospital.

Fuera se había desatado una fuerte tormenta.

Empezó a correr bajo la lluvia. No vio el coche que en esos momentos se dirigía hacia él a gran velocidad. Se quedó petrificado. Aquello era el fin. Pero antes de perder el conocimiento reconoció al conductor. No le cabía la menor duda de que iban a por él.

Una mujer hablaba con un médico en un largo pasillo junto a la puerta abierta de una de las habitaciones del hospital. Le preguntaba por el estado de su marido que llevaba un mes en coma y todavía no se había despertado.

-Señora, sólo le puedo decir que hay que esperar. Puede salir del coma mañana, dentro de una semana, un mes o quizá no lo haga en años. No lo sabemos. Ha sufrido grandes lesiones internas.

Mientras tanto sentada en el borde de la cama una niña de unos seis años con un peluche en forma de sirena le hablaba a aquel hombre postrado en la cama.

- ¿Papá cuando vuelves a casa con nosotras?

Lo zarandeó para que se despertara.

Bajó de la cama y se dirigió hacia la mujer.

Su mamá seguía hablando con aquel hombre mayor vestido con una bata blanca. Esperó sentada en el pasillo a que su madre se diera cuenta de que estaba allí. Tenía prohibido molestar a los mayores cuando estuvieran hablando.

Jugaba con su sirena mientras le llegaban retazos de la conversación. Ellos o no se habían dado cuenta de su presencia o pensaban que prestaba más atención a jugar con su peluche que a lo que estaban hablando ellos dos.  

Pero ella estaba escuchando.

-Piense lo que le acabo de decir. Tal vez no despierte nunca y el gasto del hospital se va a disparar cada día que pase aquí.

-Pero lo que me propone es…. matarlo- musitó ella

-No, ese dinero se lo da el hospital y lo puede invertir en la educación de su hija, en una buena universidad. Hace un mes que lo hemos decidido en una junta extraordinaria. El gasto que conlleva un paciente de larga duración por una enfermedad grave que le dejará secuelas de por vida, le será entregado a su familia un cincuenta por ciento de dicho gasto, si ésta decide parar el tratamiento y por consiguiente dejar la cama libre.

La mujer había comenzado a llorar.

-No sé- logró decir.

-Mire, aquí tengo una hoja con los cálculos hechos del dinero que supondrá que su marido esté ingresado durante un año.

La mujer con los ojos anegados en lágrimas contempló aquella cifra de varios ceros. Abrió la boca sorprendida para decir algo, pero se lo tragó junto con las lágrimas que corrían por sus mejillas.

- ¿Está seguro que no despertará? -logró preguntarle

-Los daños cerebrales son muy graves y si despierta será una persona dependiente toda su vida. Escuche…

Se acercó a ella como si le fuera a contar un secreto

-Usted es joven. Puede rehacer su vida cuando quiera. No creo que quiera malgastarla cuidando de una persona que la va a necesitar toda su vida para T O D O. –le dijo, recalcando esa última palabra y estirándola en el tiempo.

- ¿Podré despedirme de él?

-Claro que si, además….

Y siguieron hablando. La niña no quiso escuchar más.

Entró en la habitación y se subió a la cama donde yacía su padre.

-¡¡Papá!!!- lo zarandeó todo lo fuerte que sus fuerzas le permitían. - ¡Tienes que despertar! ¡Lo tienes que hacer ya! Mamá y ese señor te quieren matar.

Se acurrucó a su lado llorando. Se quedó dormida.

 

Sintió la humedad sobre su cara y un calor en su mejilla izquierda. Todo estaba muy oscuro. Fuera donde fuese que estuviera era frío y húmedo, sin luz, sólo oscuridad.

¡Un momento! Escuchaba algo. Llantos. Parecían lejanos. Shhhh. Eran de una niña. Decía algo.

¿Por qué no podía entenderlo? Sonaba muy lejos. Tenía que moverse. Pero ¿hacia dónde? Estaba desorientado. Todo a su alrededor estaba negro. Otra vez la voz. Se movió en aquella dirección. Cada vez la escuchaba más cercana. ¡Papá! Si, lo había oído. La reconoció. Era de su pequeña.

Entonces todo se movió. Él se movía. Como si fuera parte de los ingredientes de una coctelera que estaban agitando. Le dolía la cabeza. Se estaba mareando. Escuchó otra vez la voz de su niña. ¡Tienes que despertar! ¡Abre los ojos papá!

No podía hacerlo. Un momento, la oscuridad se estaba disipando. Una puerta se cerró tras él dejándola atrás. Sintió presión en su pecho. Se estaba ahogando. Tenía que tomar aire. Necesitaba respirar……

El hombre se incorporó en la cama, con los ojos abiertos de par en par, llevándose por delante a la niña que se había tendido sobre su pecho en un intento de evitar que aquel hombre de la bata blanca le clavara una aguja, la aguja de la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...