lunes, 6 de junio de 2022

EL ÚLTIMO TREN

 

Le extrañó ver que la casa estaba a oscuras cuando aparcó su coche en la entrada. Era más tarde de lo habitual, se había retrasado un poco en salir de la oficina, pero aun así ella siempre lo esperaba. Cuando escuchaba llegar su coche salía a la puerta a recibirlo con aquella sonrisa que lo había enamorado años atrás cuando todavía eran unos alocados adolescentes que se querían comer el mundo, sonrisa que todavía le hacía vibrar cuando la veía. Luego sus labios se juntaban y se fundían en un largo y reconfortante abrazo. Pero hoy...

Tenía que reconocer que estaba nervioso. Las manos le temblaban cuando introdujo la llave en la cerradura de la puerta. Encendió las luces y gritó su nombre. Recibió silencio a su llamada. Su mirada preocupada se fijó en la foto del recibidor que descansaba sobre una pequeña mesa circular al lado de la maqueta de un tren a vapor, tomada hacía dos veranos cuando habían ido de vacaciones a Francia. La cogió entre sus manos y la observó. Se les veía sonrientes y muy felices, porque lo eran, siempre lo habían sido, a pesar de los altibajos de la vida como la pérdida de su único hijo hacía 5 años a causa de un cáncer, que intentaban superar día tras día. El dolor nunca se va, se queda para siempre como un okupa en tu corazón, lo único que tienes que hacer es convivir con él y continuar mirando siempre al frente sin echar la vista atrás. A ella le costaba más. Tenía días buenos y días en los que apenas se levantaba de la cama. Últimamente parecía que su estado de ánimo había mejorado bastante y él se enorgullecía de ella, de su fuerza, de sus ganas de vivir, porque si ella estaba bien, él era feliz.

Fue hasta la cocina. Abrió la nevera para coger una lata de refresco. Al cerrar la puerta la vio. La nota. Sujeta con un imán en forma de pera. Reconoció la letra de su mujer. La cogió y comenzó a leer.

“Hoy vuelvo a vestir de intenso negro el magullado corazón,

No será porque no te quiero,

Más bien porque no me quiero yo”

Tuvo que sentarse porque las piernas comenzaron a temblarle. La releyó dos, tres veces y siempre llegaba a misma conclusión, no le gustaba, no presagiaba nada bueno.

Le dio un largo trago a la lata de refresco. Cogió el móvil e hizo una llamada.

Le respondieron al segundo tono. Sólo dijo tres palabras: «Pili ha desaparecido”

Media hora después el timbre de la puerta lo devolvía a la realidad.

Al abrirla vio a tres mujeres, las reconoció al instante, eran María, Alicia y María José, las amigas de su mujer, amigas hechas en la infancia. Una amistad que había perdurado en el tiempo.

Preparó café para todos al tiempo que les explicaba la situación y les mostraba la nota que había encontrado en la nevera.

Tras más de una hora debatiendo, intentando descifrar lo que había oculto entre líneas en aquella nota, llegaron a dos conclusiones cada cual más macabra y escalofriante.

O se había ido, abandonando la vida que había llevado hasta ahora para buscar la paz anhelada en otro lugar, o… se había suicidado.

La última opción, la más dolorosa, era la que más pesaba sobre ellos como una gran losa en sus conciencias.

Si bien ninguno de los cuatro, habían visto un comportamiento inusual o diferente en los últimos días y semanas, estaba claro que no lo quisieron ver o ella había escondido tanto sus sentimientos que pasaron desapercibidos para todos.

Los llantos y lamentaciones pensando en un trágico final afloraron en ellos en forma de culpabilidad. Pero estar allí sentados ante una taza de café no ayudaba para nada en que la verdad saliera a la luz. Así que decidieron hacer algo. Tenían que buscarla. Que estuviera muerta sería la última opción a tener en cuenta.

Decidieron que el marido fuera a comisaría a denunciar la desaparición de su mujer.

Y ella tres irían a buscarla. Preguntarían en el aeropuerto, en la estación de autobuses y en la estación de trenes. Removerían cielo y tierra hasta que no les quedara un solo sitio donde buscar.

La última en salir de la casa fue María. Se había detenido, como había hecho el marido al llegar a casa, junto a la pequeña mesa del vestíbulo, pero ella no se fijó en la foto como había hecho él, no, ella se fijó en la maqueta del tren y entonces se acordó de algo que le había dicho su amiga. Había sido en el entierro de su hijo. Destrozada y rota por dentro a punto de desmayarse por el dolor que embargaba su alma le había susurrado al oído: “mi pequeño se subió al último tren que lo llevará a la luz y a la felicidad eterna”.

Era conocido por su círculo más cercano su pasión por los trenes. Cuando se sentía deprimida se sentaba en uno de los bancos de la estación y se pasaba horas viendo pasar, un tren tras otro con la mirada perdida y ensoñadora. Como si de una revelación se tratara supo donde tenían que ir.

Se subieron en el coche de Alicia, en el que habían venido, dejaron al desconsolado marido en la comisaría y por petición de María se dirigieron hacia la estación de trenes. María José y Alicia aun creyendo que no era buena idea comenzar por allí no se opusieron, aunque pensaban que lo más lógico, si quería meter kilómetros por medio, sería coger un vuelo que la llevara lo más rápido y lejos posible.

La luna reinaba en la cúpula celestial cubriendo la ciudad con un manto oscuro donde las sombras se escondían en los rincones más inhóspitos, expectantes y observando con ávida curiosidad la vida nocturna que iba despertando poco a poco.

Llegaron a la estación. A esas horas estaba casi vacía. Sólo había un tren. Sin embargo, en la pantalla de salida no mencionaban ninguna partida inminente.

Varias personas caminaban hacia él por el andén. No llevaban equipaje. Su caminar era lento. Sin embargo, había algo en sus rostros diferente a lo que habían visto hasta ese momento. Sonreían y sus facciones denotaban paz y tranquilidad.

Vieron a una mujer sentada en uno de los bancos. Llevaba un abrigo negro y su negra y larga melena estaba recogida en una coleta. La reconocieron. Era ella. Era Pili.

Gritaron su nombre mientras apuraban el paso a su encuentro.

Ella parecía no oírlas.

Se levantó y comenzó a caminar hacia aquel tren, entremezclándose con los otros pasajeros. La perdieron de vista.

Las tres gritaron al unísono su nombre. Era tal el barullo que estaban armando que un revisor se acercó a ellas cortándoles el paso con una mirada cargada de reproche y visiblemente enfadado. Les preguntó a dónde se dirigían.

Hablaron las tres a la vez rápida y atropelladamente, rogándole, implorándole que las dejara pasar para hablar con su amiga que se iba a subir a aquel tren.

El hombre las miró de hito en hito. Impasible ante sus ruegos les pidió que se calmaran.

Tardaron unos minutos en hacerlo. Mientras tanto el andén se había quedado vacío. Todos los pasajeros se habían subido ya a aquel tren y éste comenzaba a deslizarse lentamente por la vía, hacia un destino desconocido.

El móvil de María sonó insistente al recibir un mensaje.

Era del marido. Tenía noticias de su mujer.

Mientras tanto el revisor les recriminaba enérgicamente:

-Señoritas, no puedo dejarlas subir a ese tren.

- ¿Por qué? –preguntaron ellas.

-Porque ustedes no están muertas –les respondió.

Lo miraron sin comprender.

María les enseñó el mensaje que había recibido.

Habían encontrado el cuerpo de su amiga. Se había cortado las venas sobre la tumba de su hijo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 1 de junio de 2022

TEATRO DE TÍTERES

 

Corría el año 1845, Amandine, la baronesa Dudevant, ayudada de su hijo Maurice, creó su propio teatro de títeres en el castillo Nohant donde había pasado su infancia. Sus representaciones se convirtieron en una cita a la que acudía un público cada vez más grande, en la que los representantes de la alta sociedad se mezclaban con la gente del pueblo invitados.

La baronesa tenía la ayuda de una jovencita, Luna, de apenas quince años, que habían rescatado de los bosques donde la habían abandonada de niña. Tras más de un año bajo su tutela y gracias a la paciencia y al amor que Amandine le profería, la jovencita se fue adaptando a pasos agigantados a su nueva vida. Adoraba ayudar a la baronesa en la tarea de confeccionar los vestidos para aquellos títeres y lo hacía con gran destreza y maestría. Sin embargo, no todos los habitantes del castillo estaban contentos con la presencia de aquella joven en el castillo. Algunos pensaban que tras aquella fachada de joven frágil se escondía la maldad de una bruja. Pero la baronesa hacía caso omiso de las habladurías y la trataba como si de una hija se tratara.  La joven Luna, quería a aquellos títeres como si fueran parte de ella. Les hablaba con ternura, los abrazaba y besaba. Cuando la muchacha estaba presente parecía que aquellos muñecos hechos de madera y piel cobraban vida.

El día de Navidad el salón donde estaba ubicado el teatro se había llenado por completo. Se hablaba tanto de las representaciones en el castillo que su fama había traspasado fronteras. Incluso el Rey se había interesado por ellas y tenía intenciones de acudir en persona para cerciorarse de que aquella fama no era infundada.

Pero no todos estaban interesados en aquellas reuniones como un modo de distracción y entretenimiento. Había algunos que las veían como una manera fácil de agenciarse de lo ajeno.

La función había comenzado. Había un silencio total en el salón mientras los títeres representaban la obra escrita por el gran escritor Balzac, para aquel día.

Se escucharon unos gritos tras las puertas cerradas del salón. Todos giraron la cabeza. En ese momento irrumpieron un grupo de media docena de forajidos armados hasta los dientes, dispuestos a matar a todo aquel que se interpusiera en su camino.

Los gritos no tardaron en dejarse en escuchar de hombres, mujeres y niños atemorizados.  Sin miramientos aquellos hombres amenazaban con matar a todo aquel que opusiera resistencia a entregar sus pertenencias en un gran sombrero de copa que iban pasando entre los asistentes. Un hombre se resistió. Un cuchillo rajó su cuello. Los títeres fueron testigos de la tragedia.

Las luces se apagaron. Aquello provocó el pánico total y absoluto entre los presentes.

Se escucharon unos gritos ensordecedores, desgarradores, que provocaban escalofríos a todos aquellos que los escucharon.

Al cabo de unos minutos cuando la luz volvió, dejó ver una masacre sin parangones.

Los forajidos habían sido aniquilados sin miramientos. La visión era dantesca. Como si de una carnicería se tratara, los seis hombres colgados del techo por ganchos, estaban abiertos en canal. Las tripas, libres de su atadura, colgaban fuera de los cuerpos cubiertas de sangre. En sus rostros se veía reflejado el horror y terror que sintieron en el momento de morir.

Tras el telón, Luna se afanaba en limpiar la sangre que cubría los cuerpos de los títeres mientras les abrazaba y hablaba con dulzura.

 

lunes, 30 de mayo de 2022

DESDE QUE PARTISTE

 

Cuando entró aquel hombre en comisaría denunciando la desaparición de su mujer todos quedaron sorprendidos ante tal noticia. Tanto él como su esposa eran muy conocidos en aquel pueblo. Gente respetable. Una pareja de mediana edad, aparentemente sólida y sin problemas de ninguna índole. Vivían solos en una gran casa de dos pisos rodeada de un gran jardín.

Él era un prestigioso abogado que trabajaba en un bufete en la cuidad y ella era maestra en la escuela primaria del pueblo.

La última vez que la vieron fue a la salida del colegio. Nunca llegó a casa. Su esposo dio la voz de alarma por la tarde cuando regresó del trabajo y su esposa no estaba. Algo inusual en ella. La llamó repetidas veces al móvil. No daba señal.

Comenzaron las pesquisas. Preguntaron a los vecinos. El director de la escuela dijo a la policía que le pareció ver cómo subía a una furgoneta negra, sin rotulación y con los cristales tintados. Era un dato a tener en cuenta.  Sólo faltaba esperar a que, si había sido un secuestro, llamaran para pedir un rescate. No descartaban esa posibilidad. Era de todos conocido su buena posición económica. No se conocían enemigos por ambas partes, pero no dejarían de averiguar. Por el trabajo del esposo podría tratarse de cualquier malhechor que hubiera metido en la cárcel y lo hiciera por venganza. El abanico de posibilidades era bastante amplio. Al cabo de dos días, un canal de televisión le propuso al esposo ponerse en contacto con los secuestradores en la hora de mayor audiencia. Les daría lo que pidieses a cambio de que dejaran volver a su esposa a casa.

En todas las pantallas de televisión del país se podía ver a un hombre demacrado, ojeroso, con la mirada ida y con los ojos anegados de lágrimas. Era la viva imagen del dolor, el sufrimiento y la desesperación. Incluso recitó una poesía que había escrito para su esposa y que no dejó indiferente a nadie:


Desde que partiste

Mi cielo naufragó,

Inmovilizando al tiempo en el exilio

 donde até mi alma


Pasaron los días y no había señales de que los secuestradores se fueran a poner en contacto con él.

La policía entonces decidió tomar otros caminos alternativos.

Mientras tanto el hombre sumido en una tristeza no se dejaba ver por el pueblo. Cuando no estaba trabajando se encerraba en su casa.

La policía mientas tanto seguía haciendo su trabajo. Así que una tarde se acercaron a hablar con el afligido esposo. Habían recibido una llamada de un hombre que no quiso dar su nombre pero que tenía una información importante que darles. La esposa desaparecida había tenido una aventura con el director del colegio durante meses.  Unos días antes de su desaparición ella había puesto fin a aquella relación.  El director confirmó aquel hecho. Diciéndoles que el marido se había enterado de la infidelidad de su mujer y que se había presentado en su despacho furioso y fuera de sí, montándole una escena. Al final lograron calmarlo y se había ido a casa. Luego ella despareció.

En aquel momento todo indicaba que el marido tenía algo que ver en la desaparición de la maestra. Tal vez la hubiera matado en un arrebato de celos. Cabía esa posibilidad. Tenían que tomar aquel camino.

Pidieron dos órdenes de registro. Una de ellas se llevó a cabo en casa del marido. Él no se opuso a tal requerimiento. Se le veía cansado, envejecido y muy delgado. Esperó pacientemente a que terminaran, sentado en una butaca en el salón de su casa. La policía comprobó que la ropa de la mujer seguía en su armario, así como todas sus pertenencias. Revisaron cada rincón de la casa, incluido el sótano. No encontraron nada que pudiera incriminar al marido.

Al mismo tiempo se realizaba otro registro en la casa donde residía el director del colegio. Era pequeña, de un solo piso. Cuando les abrió la puerta iba en pijama. No les sorprendió. Era fin de semana y no tenía que madrugar para ir al colegio. En un principio se sorprendió al verlos. Luego al ver la orden de registro se enfureció. No tenían derecho a entrar en su casa, les decía gritando. Lo apartaron a un lado y comenzaron a registrar la casa. Estaba bastante desordenada y sucia. Recorrieron las dos habitaciones que tenía, el salón, y el cuarto de baño.  No tardaron en encontrar algo sospechoso. Y fue en la cocina. Les extrañó que un hombre que vivía solo tuviera una nevera tan grande. De esas que son tan altas que rozan el techo. Otro detalle era que descansaba sobre un carrito con ruedas que facilitaba su manejo. Pero, ¿para qué quería mover la nevera? Teniendo en cuenta la suciedad de la casa descartaban que fuera para limpiar.

Encontraron una puerta tras ella.

No les costó abrirla, no estaba cerrada con llave.

Tras encender la luz, bajaron por unas escaleras que daban a un sótano.

Olía a antiséptico.  Había una mesa sobre la que descansaban diversos materiales quirúrgicos, escalpelos, tijeras…. A su alrededor había una gran cantidad de animales de distintos tamaños desecados.

Resulta que al del director del colegio le encantaba la taxidermia.

Pero la cosa no terminó ahí.

Recorriendo aquel sótano vieron un bulto al fondo, escondido entre las sombras y tapado con una sábana blanca que dejaba ver las patas de madera de una silla sobre el que estaba colocado. Se acercaron. Lo destaparon y….

Encontraron a la mujer desaparecida.

 

 

 

miércoles, 25 de mayo de 2022

NUEVA VIDA

 

 

 

Cuando fue consciente de su propia existencia se dio de bruces con la realidad.

Estaba privada de la luz y del sonido. Todo era oscuridad y silencio a su alrededor. Sin embargo…. Podía sentir que no estaba sola.

No podía precisar cuántos, ni decir un número exacto, pero eran muchos. Se movían, la rozaban. El contacto contra su piel era pegajoso, pero lejos de sentir asco o repulsión sentía euforia e incluso algo parecido al amor hacia aquella compañía. Era extraño ¿no?

Ella también lograba moverse torpemente por aquel lugar. Se sentía como si la hubieran atado de pies y manos. El lugar tenía forma redondeada de textura sedosa y elástica. Sabía que aquello los protegía, era cómodo y la temperatura allí dentro era muy agradable.

A medida que el tiempo transcurría, sus movimientos, al igual que la de sus compañeros de encierro, se iban haciendo más precisos y su tamaño iba aumentando.

No sabía cómo había terminado allí. Lo último que recordaba es estar postrada en una cama de hospital. Escuchó a los médicos hablar con su esposa del estado muy crítico en el que se encontraba. Recordaba con claridad el accidente de coche. Podía escuchar el ir y venir de personas, entrando y saliendo de su habitación, incluso podía escuchar lo que hablaban entre ellos, pero no podía mover ni un solo músculo de su cuerpo, tampoco podía abrir los ojos. Permanecía tumbada en aquella cama mientras el tiempo iba pasando. Entonces… la máquina, a la que estaba conectada, comenzó a emitir un sonido, estridente, ensordecedor. Después de eso, nada, salvo el silencio más absoluto.

Ahora sentía un cuerpo, pero muy diferente al que tenía. Podía pensar, e incluso su visión se iba haciendo, poco a poco, más nítida, empezaba a distinguir formas a su alrededor. Se dio cuenta de que no tenía manos, ni piernas. Tenía patas.

Su desconcierto le hizo entrar en pánico. En su desesperación quiso gritar, pero de su garganta no salió ningún sonido. Tampoco podía llorar. Sus ojos estaban secos. Sentía unos deseos enormes de salir al exterior. Sus compañeros, al parecer sintieron lo mismo que ella, porque al unísono, se pusieron a golpear aquella pared hasta que hicieron un agujero lo suficientemente grande por el cual pudieron colarse. Una gran tarántula los estaba esperando fuera con pequeños insectos para alimentarlos.

¿Aquella era su nueva vida?

 

 

lunes, 23 de mayo de 2022

ERES PASADO

 


En su interior se estaba desatando una gran batalla. Una titánica guerra moral. ¿hacerlo o no hacerlo?

El mero hecho de pensar en volver a intentarlo, después de tantos años, la hacía estremecer de angustia, de terror absoluto, porque sabía que no fallaría, como no había fallado aquella primera y aquella segunda vez.

Pero… si no lo hacía tendría que llevar aquel miedo sobre sus espaldas de por vida. Preocupada siempre por su bienestar y el de su hija. No podía morir, no, ese no era el camino, tenía que luchar por la vida de las dos y para ello tenía que…. Hacerlo.

La primera vez que lo hizo, cuando escribió el nombre de aquella niña en una hoja de papel mientras lloraba de rabia, impotencia y odio, recordando los insultos, empujones y algún que otra agresión física, no sabía lo que iba a pasar. Aun así, encendió una cerilla y quemó aquel papel y con él aquel nombre. Sólo tenía 9 años, pero lo que deseó con todas sus fuerzas, se cumplió. Dos días después de aquello, se cancelaron las clases en su colegio en señal de luto por la muerte de una alumna. La había atropellado un coche cuando cruzaba un paso de peatones con unas amigas. Sólo ella murió, a pesar de que se llevó por delante a dos niñas más.

Pensó que no podría vivir con los remordimientos, al saber que ella era la responsable de su muerte. Pero se sorprendió al comprobar que no los tenía. Se sorprendió al comprobar que se sentía feliz. No era un monstruo. Era una niña que deseaba vivir libre de amenazas.

La segunda vez hizo lo mismo con su padrastro. Un nombre que maltrataba a su madre y a ella misma. Un hombre manipulador, borracho y abusador. Esta vez le resultó más fácil escribir su nombre en aquella hoja en blanco. Y disfrutó cuando le prendió fuego. Sonreía. Feliz porque sabía que a partir de entonces su madre no volvería a llorar, ella no volvería a llorar, porque él ya no estaría en sus vidas.

Pasaron muchos años desde entonces. Y nunca volvió a necesitar escribir otro nombre en una hoja en blanco.

Estaba sola en casa. Hoy no iría a trabajar, era su día libre. Su niña estaba en el colegio. Sentada ante la mesa de la cocina con un bolígrafo en la mano y un folio blanco delante de ella, no le tembló el pulso cuando escribió el nombre de su marido en él. Había tomado una decisión. No se echaría atrás. Ya no.

Lloraba mientras lo hacía, no por pena, sino porque sabía que la felicidad comenzaría en el momento justo en que quemara aquel papel. Sería cuestión de horas, o días, pero sucedería. Como si de un rito se tratara pronunció unas palabras mientras trazaba aquellas letras, una tras otra, formando un nombre al terminar de escribirlas:

- “Cuando descubrí tu perverso juego y tu infinita variedad de formas de herir, me dije: eres pasado”.

A continuación, prendió fuego a la hoja.

 

 

 

 

 


miércoles, 18 de mayo de 2022

EL CONDE

 

Había decidido hacer su tesis sobre el libro de Bram Stoker: Drácula. Analizaría, desgranaría, desangraría cada párrafo, cada frase, cada palabra de dicho libro hasta lograr introducirse en las cavernas más oscuras de la mente del autor.

Pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca. Concentrada en su tesis, no prestaba atención a la gente que había a su alrededor. Si lo hubiera hecho se habría dado cuenta de que hacía más de una semana un joven vestido de negro, con aspecto enfermizo debido a la palidez de su piel, la observaba detenidamente. Siempre estaba sola, aunque de vez en cuando su mejor amiga, Laura, la acompañaba en sus largas horas de estudio. Aquel era uno de esos días en los que no se encontraba sola. Su amiga dejó sus libros sobre la mesa y le hizo señas para que la siguiera. Salieron a la calle. Laura se veía emocionada. Le tendió una tarjeta negra que le había entregado un joven muy pálido a la entrada de la biblioteca, con un nombre y una dirección impresa en letras blancas. “Reunión de amantes de Drácula”. Martes a las 23 horas” Había un número de teléfono para confirmar la asistencia.

Diez minutos antes de la hora señalada, un coche negro apareció delante del apartamento que compartían las dos chicas, tal y como les había indicado una voz masculina al otro lado de la línea cuando habían llamado. Conducía aquel joven.

El coche se paró delante de una casa enorme de estilo victoriano. El muchacho se adelantó. Levantó un enorme llamador de hierro forjado con forma de calavera y lo dejó caer sobre la maciza puerta de madera. No tardaron en escucharse unos pasos. La puerta se abrió. En el umbral apareció un hombre de mediana edad, vestido con ropas antiguas, pasadas de moda. El semblante de las chicas mudó de color. Aquel hombre tenía un parecido extraordinario con Bram Stoker. Se presentó como “el conde”. Con unos modales exquisitos las invitó a entrar en su “humilde morada”. Al cruzar la puerta un olor penetrante a muerte, a hojas mojadas y a tierra húmeda les golpeó en la cara.

Pasaron a un comedor. La mesa estaba preparada para dos comensales. Viandas de todo tipo descansaban sobre ella. El anfitrión tras acomodarlas en sus respectivas sillas de respaldo alto pasó a llenarles las copas. Al probarlo, las jóvenes se dieron cuenta de que aquello no era, ni por asomo, vino tinto como habían supuesto. Aquella bebida tenía un sabor metálico, similar al de la sangre.

La escupieron. El hombre lanzó una carcajada al aire, siniestra, macabra que no hizo más que incrementar el miedo que sentían las muchachas y las ganas de marcharse de allí.

El pálido joven que hasta ese momento había guardado un completo silencio, agarró a Laura por detrás cogiéndola desprevenida. A continuación, le mordió el cuello sin dejar de mirar a la amiga que, en un ataque de pánico, había comenzado a gritar.

Entonces comprendió a que se debía aquel aspecto cadavérico que presentaba el muchacho.

-El conde bebió toda tu sangre ¿verdad? –le preguntó en un hilo de voz, mientras luchaba con todas sus fuerzas para no perder el conocimiento.

-Sí –le respondió él, esbozando una sonrisa pintada de rojo.

 

 

lunes, 16 de mayo de 2022

TU RECUERDO

 

Raúl se despertó con los primeros rayos del sol que se colaban por la ventana de su habitación. Sara estaba a su lado. Se giró. Le gustaba contemplarla mientras dormía. En esos momentos veía a aquella jovencita que le había robado el corazón hacía más de cincuenta años y que todavía le pertenecía.

Aquella mañana se había despertado acariciando recuerdos que creía ya olvidados, de un tiempo muy lejano. Su madre en la cocina orneando pan y como aquel aroma impregnaba cada rincón de la casa. Su larga melena recogida en una coleta, su delantal blanco y una gran sonrisa dibujada en su cara mientras le apremiaba que se diera prisa o llegaría tarde al colegio. Había sentido aquel beso que le había dado en su mejilla y la había visto en el umbral de la puerta despidiéndose de él con la mano mientras le decía:

-Recuerda que hoy vendrá la familia a casa, no tardes en regresar del colegio. Hoy será un gran día.

-Sí, mamá –le había respondido con el corazón rebosante de amor.

Ahora recostado en su cama, en el ocaso de su vida, con las manos entrelazadas sobre su pecho y contemplando el techo recordaba aquel sueño tan nítido. Nunca había tenido uno igual. Había sentido aquel beso, el olor al pan recién hecho. Había vuelto a su infancia mientras dormía.

Cerró los ojos. Quería volverla a ver una vez más. Y lo hizo, y esta vez no era un sueño. Su madre estaba allí, sentada en el borde de su cama. Era tan liviana que parecía flotar. No había envejecido, era la misma que cuando era pequeño, igual que en su sueño. Con su coleta y su delantal blanco. Se miraron sin pronunciar palabra. No hacía falta hablar. Aquellas miradas cargadas de amor lo decían todo. No sentía miedo, no. Era paz lo que sentía en cada fibra de su cuerpo. Ella le sonreía mientras acariciaba con ternura su mejilla surcada de arrugas. Escuchó su voz en su cabeza a pesar de que no había movido los labios. “Hoy es el día, hoy vendrá toda la familia” A continuación se inclinó sobre él y le besó la frente. Luego se desvaneció.

Se giró para contárselo a Sara, pero…. seguía dormida. Últimamente su salud había empeorado mucho. Dormía muchas horas y aun así siempre estaba cansada. Decidió no despertarla.

Como impulsado por un resorte invisible se levantó. Su artritis había decidido darle una tregua aquella mañana. Se sentía bien, como si le hubieran quitado cincuenta años de encima. Fue al baño. Se contempló en el espejo. Estaba llorando. Éste le devolvió la imagen de un hombre octogenario, sin embargo, se sentía joven de nuevo. Siguió mirándose un buen rato, como si quisiera ver más allá del cristal. Cuando desvió la mirada sus ojos tenían un brillo especial, el de un hombre que había tenido una revelación que debía llevar a cabo.  El viaje que Sara y él llevaban tiempo posponiendo se haría, por fin, realidad.

El día se presentaba gris y nublado, amenaza con llover. Pero ni el tiempo ni ninguna otra cosa enturbiaría su misión y mucho menos su buen humor.

Tres horas después de haber salido a la carretera, las primeras gotas de agua comenzaron a mojar el parabrisas del coche.

Poco después bajo una cortina de lluvia vio la silueta de una mujer. Aminoró la marcha. Era joven y muy guapa, vestida con ropa de los sesenta. El corazón le dio un vuelco en el pecho al reconocerla. Era su madre. Y… no estaba sola.

El viaje había llegado a su fin.

 

Un conductor había llamado a emergencias. Les explicó, visiblemente alterado. que el coche que circulaba delante de él, se había salido de la carretera chocando contra un árbol.

Había estacionado el coche en el arcén para realizar la llamada. Tal vez todavía siguieran con vida. Tenía que ir a ver. La ayuda no tardaría en llegar.

Se apeó del coche y fue hasta el lugar del accidente.

Al volante iba un hombre muy mayor, demasiado a su entender para que condujera y más con aquel tiempo. Estaba muerto.

En el asiento del copiloto había una persona. Estaba totalmente envuelta en un manta.

Debido al impacto parte de su cabeza quedó al descubierto.

Aquella imagen le acompañaría hasta el día de su muerte provocándole pesadillas noche tras noche.

Se trataba de una mujer. Una anciana. En avanzado estado de descomposición.

 

 

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...