Martín decidió salir a dar un paseo aquella calurosa
noche. Tenía los exámenes finales a la vuelta de la esquina, pero hacía tanto
calor que la ropa se le pegaba al cuerpo y su mente clamaba a gritos un
respiro.
Así que no lo dudó ni un minuto. Salió a la calle y se
puso a caminar. Sus pies lo llevaron a la parte antigua de la ciudad. Entre el
calor y la caminata le entraron unas ganas enormes de beber algo bien frío.
Vislumbró el cartel de un bar haciendo esquina a pocos metros de donde estaba.
Le gustó el nombre “La milla verde”. La
terraza estaba a tope, así que entró. El aire acondicionado estaba puesto y al
entrar aquel aire frío le rozó ligeramente la cara como el beso de un amante.
Se acercó a la barra, se sentó en el único taburete que
estaba vacío. Una voz dulce y melodiosa le pregunto ¿qué quería beber? Al alzar
la mirada vio que tenía ante sí a una chica muy guapa con una mirada intensa,
tras unos ojos verdes grandes y brillantes. El corazón comenzó a latir en su
pecho de manera apresurada y las manos comenzaron a sudarle.
No podía dejar de mirarla mientras ella iba y venía
sirviendo a los clientes que se agolpaban en la barra como una horda de zombis.
Cuando al fin ella, tuvo un pequeño descanso pudieron
charlar un rato. Escribió algo en una servilleta de papel y se lo dio. Sus labios
rozaron ligeramente los suyos. Martín salió del bar envuelto en una ola de
éxtasis. En la servilleta había anotado su número de teléfono y su nombre, Alma.
Cuando regresó a su casa, desechó la idea de seguir
estudiando y se acostó. Pasó una noche inquieta, cargada de sueños extraños que
le causaban angustia y miedo. Por la mañana se levantó somnoliento y muy
cansado. Pero aquello no le impidió ir a clase.
Su mejor amigo, Álvaro, le preguntó si se encontraba bien
al ver el mal aspecto que tenía aquella mañana. Él le explicó lo que le había
pasado la noche anterior, cómo había conocido a aquella chica y como le había
impresionado. También le relató lo mal que había dormido esa noche, que había
tenido sueños que no recordaba pero que al despertar su cama estaba revuelta
como si hubiera estado peleándose con alguien.
Álvaro le preguntó dónde estaba ese bar. Martín se lo
dijo. Su amigo abrió los ojos como platos porque por casualidades (o no) de la
vida, su abuela vivía a dos calles de aquella dirección y tenía que recoger
unas medicinas en la farmacia y llevárselas.
Pasarían por aquel bar antes de ir a casa de su abuela.
Martín accedió.
Al llegar, aquella cafetería no mostraba el aspecto que
él recordaba de la noche anterior. La puerta estaba cerrada con una gran cadena
oxidada. Las ventanas estaban muy sucias, la pintura de la fachada había
perdido el color y estaba cubierta de pintadas. Todo hacía indicar que aquel
bar llevaba mucho tiempo cerrado.
Martín quedó atónito. No podía creer lo que estaban
viendo.
- ¿Estás seguro de que es aquí? –le preguntó Álvaro
Martín asintió con la cabeza. No podía hablar. No
entendía lo que estaba pasando
-Tal vez, solo tal vez, lo has soñado Martín –le dijo su
amigo- a veces nuestra mente nos juega malas pasadas.
-Podría ser –le dijo Álvaro- pero que me dices de esta
servilleta, donde ella escribió su número de teléfono, tiene el nombre del bar.
Su amigo tuvo que reconocer que aquello era muy raro y le
propuso que la llamara. Así saldrían de dudas.
Así lo hizo.
Le respondieron al segundo tono. Reconoció la voz de Alma
de inmediato.
Charlaron un rato y quedaron en verse esa noche sobre las
10 en el bar.
Estaba tan feliz por aquella cita que se olvidó por
completo de la situación en la que estaba metido. Era como si al escuchar su
voz sólo existieran ellos dos. Pero la realidad le dio de lleno en la cara como
una bofetada al finalizar la llamada.
Tenía que haberle dicho que estaba delante de “La Milla
Verde” y se veía sucio y abandonado desde hacía mucho tiempo. Preguntarle si
todo aquello era una broma. Porque si era así, era de muy mal gusto. Pero no lo
hizo.
Su amigo decidió acompañarle esa noche.
Álvaro esperó a Martín en la calle a que éste saliera de
su casa. Caminaron un rato en silencio. Martín estaba muy nervioso. La
incertidumbre de lo que se iba a encontrar al llegar a su destino lo estaba matando.
Su amigo quería decirle, gritarle, suplicarle, que lo mejor era dar la vuelta y
olvidarse del tema, que aquello era un error. Pero veía en la mirada de su
amigo que ya había tomado una decisión y no se iba a echar a atrás.
A escasos metros de “La Milla Verde” Álvaro le preguntó:
- ¿Estás seguro?
-Sí –le respondió.
Al dar la vuelta a la esquina lo vieron.
Martín vio un bar rebosante de vida. Con la terraza llena
de clientes y a Alma llevando una bandeja cargada de vasos y botellas que iba
dejando en las diversas mesas.
Lo vio, le sonrió y le hizo una seña para que entrara.
Él no lo dudó y entró en el bar tras ella.
Álvaro vio como Martín caminaba con paso lento, hacia aquella
puerta sucia y ajada por el paso del tiempo cerrada con una cadena. Gritó su nombre,
pero su amigo no se paró. Parecía que aquel lugar lo estuviera llamando.
Lo que sucedió a continuación lo desconcertó. Álvaro entró
en pánico y se puso a gritar.
Las puertas se abrieron de par en par, dejando escapar retazos
de una canción y el barullo de un bar lleno de gente.
Se cerraron de golpe tras él una vez hubo entrado.
Luego nada.
La puerta volvía a estar cerrada con la cadena. El bar a
oscuras y con el mismo aspecto de abandono de hacía unos minutos. Pero sucedió algo….
Una servilleta de papel salió de aquel lugar y cayó a sus
pies. Álvaro la leyó:
“A veces los
errores se disfrazan de deliciosos bombones,
para que las almas
incautas y golosas no puedan reconocerlos”