Era un caloroso día del mes de junio. Faltaban pocos días
para terminar las clases. El verano ya estaba a la vuelta de la esquina y con
él las ansiadas vacaciones.
La joven y guapa profesora de historia, Elisa, estaba
intentando que sus alumnos prestaran atención a su clase de historia sin mucho
éxito. Las continuas y rápidas miradas hacia el reloj que había sobre la pizarra
le indicaba que estaban desando irse y que la clase les estaba siendo la mar de
aburrida. Sonrió. El ambiente olía a días repletos de diversión y playa.
Fijó su mirada en un chico que se sentaba al fondo. Era
muy alto y delgado, con el cabello muy corto y rubio. Era el único que prestaba
atención. Lo conocía bien. Mateo era un alumno destacado y con unas ansias
desmesuradas de empaparse de conocimientos, sobre todo los referentes a su
clase.
Sus miradas se cruzaron. Mateo sintió como una suave
brisa lo envolvía. Olía a sal. Cerró los ojos y dejó que aquel olor llenara sus
pulmones. Los volvió a abrir. Elisa estaba frente a él, observándolo con aquellos
grandes ojos azules inmensos como el mar. Reinaba un silencio sepulcral a su
alrededor. Una rápida mirada a su alrededor le mostró la quietud y la calma que
reinaba en el lugar. Ningún compañero se movía parecía como si una fuerza
invisible los hubiera congelado en el tiempo. Las manecillas del reloj marcaban
una hora eterna. Se removió en su asiento. Parte de su temor se disipó al ver
que él estaba libre de cualquier atadura siniestra y diabólica que lo clavara a
la silla.
Entonces fue consciente de lo que realmente era aquella
mujer. Vio bajo su largo vestido algo que estaba más allá de cualquier razonamiento
lógico. Un grito murió en su garganta antes incluso de nacer. Su joven y guapa
profesora no tenía piernas, sobresalían de su vestido unos tentáculos iguales a
los que tenían los pulpos.
Sintió que la fina línea lo separaba de la locura
comenzaba a resquebrajarse.
Ella lo asió de su mano y entonces….
Se vio en aquel navío el que descubriría nuevas tierras surcando
los mares. Él formaba parte de la tripulación. Una gran tormenta se cernía
sobre ellos. Las inmensas olas bañaban el barco arrasando a su paso todo lo que
encontraba, incluyendo a los tripulantes que desaparecían entre desgarradores
gritos de auxilio.
El miedo se cernió sobre ellos como una gran losa,
incapaces de ver un final prometedor ante tanta desolación.
Entonces la vio. Era ella. Se elevaba sobre el agua del
mar a caballo de una enorme ola. Sus tentáculos se movían a gran velocidad
provocando aquel infierno.
La cecaelia destruyó el barco dejándolo a él y a algunos
hombres flotando a su suerte en las aguas frías y saladas del mar.
Sus ojos ya no tenían aquella tonalidad azul que
recordaba, no, habían cambiado. Ahora presentaban un color rojo como la sangre,
como las llamas del infierno, como la muerte misma que venía a buscarlos.
Gritó. Lo hizo como nunca lo había hecho.
Unas risas lo transportaron a un lugar seco y cálido.
Desconcertado, comprobó que estaba en la clase de historia
y que era el blanco de todas las miradas.
Se sonrojó al darse cuenta de que se había quedado
dormido. Todo había sido un mal sueño.
Sin embargo, pudo ver que bajo los pies de su profesora se
había un charco de agua. Sonreía mientras lo miraba con aquellos grandes ojos
azules como el mar.