miércoles, 2 de noviembre de 2022

LA CORTINA CARMESÍ

 

Pablo, un joven alto y desgarbado de 17 años, era el sobrino de Víctor Damon, un afamado pintor de retratos muy reclamado en la alta sociedad francesa. El muchacho se había metido en algunos líos y sus padres esperando un milagro por parte del pintor lo mandaron a pasar un verano con él. El hombre vivía en una enorme mansión a las afueras de París.

A su llegada a la estación se subió al coche que lo estaba esperando y que lo llevaría al que sería su nuevo hogar en los siguientes tres meses.

Al ver la mansión se quedó estupefacto ante la inmensidad y la majestuosidad que desprendía aquellos muros de piedra de siglos de antigüedad. Todo estaba limpio y bien cuidado, eso incluía el gran jardín que la rodeaba. Se respiraba una gran paz y tranquilidad de la que no estaba acostumbrado.  El venía de vivir en un piso ubicado en el centro de Madrid. Al fondo vio algo que le alegró un poco aquel día de cambios, un embarcadero. Había una pequeña lancha pintada de rojo atada a un gran poste de madera.

El chófer ya había bajado las maletas y le pidió, amablemente, que lo siguiera al interior de la casa.

Por dentro era más impresionante todavía. Los muebles parecían sacados de una tienda de antigüedades. Enormes lámparas colgaban del techo. Y numerosos cuadros vestían las paredes. En ellos se veía siempre retratada a la misma mujer. Una joven pelirroja con la cara muy blanca y cubierta de pecas. Poseía una belleza deslumbrante y una gran sonrisa. Desbordaba felicidad y alegría. No conocía aquella mujer. Sabía que había estado casado e incluso había tenido una hija. También conocía el trágico destino que les había deparado. Habían encontrado la muerte en un accidente de coche. Éste se había caído por un precipicio. Nunca encontraron los cuerpos.

Unas enormes escaleras de madera en forma de caracol ascendían hacia el piso de arriba. Pablo siguió al hombre. Abrió una de las muchas puertas que había a lo largo del pasillo y lo hizo pasar. Era su habitación. Le informó que su tío lo vería a la hora de la cena, mientras tanto podía darse una vuelta por la casa y los jardines.

Así lo hizo hasta que de un viejo reloj sonaron nueve campanadas que retumbaron por toda la casa. Pasó a un gran comedor donde su tío lo esperaba sentado a la cabecera de una mesa.

Lo recordaba más joven. Hacía unos cinco años que no lo veía. Solía visitar a su hermana, su madre, dos o tres veces al año, hasta que un día dejó de hacerlo. El día que murieron su mujer y su hija. El día que compró aquella mansión.

Su tío seguía siendo el hombre hablador que recordaba. Parecía muy contento de tenerlo allí. Pablo le habló de sus padres, de sus estudios y de sus expectativas de futuro.

Él le sugirió que podía ayudarle en su estudio. Limpiaría los pinceles, iría a la ciudad a comprar el material que necesitaba y cosas así. El joven aceptó de buena gana.

A la mañana siguiente se presentó en el estudio de su tío. Estaba en la última planta, a la cual se accedía por las mismas escaleras que las que daban a la primera, donde estaban los dormitorios. Pero había algo inusual. Una puerta roja al final de las escaleras. La empujó y está se abrió lentamente emitiendo quejumbroso gemido.

Se quedó perplejo cuando entró. La última planta estaba libre de tabiques. Era diáfana. La luz entraba a raudales por los ventanales.

Estaban llena de cuadros, casi todos tapados con sábanas blancas, excepto uno de ellos que era en el que estaba trabajando su tío.

Su tío dejó el pincel y se acercó a él. Le enseñó el lugar mientras le daba instrucciones de lo que tenía que hacer. Cuando llegaron al fondo Pablo vio que había una parte oculta tras una cortina carmesí. Al ver el interés que aquello suscitó en su sobrino el pintor se apresuró a decirle que nunca, bajo ningún concepto corriera aquella cortina.

El joven asintió con la cabeza. Al tiempo que miraba fijamente a los ojos de su tío. Unos ojos negros y penetrantes que parecían atravesarle el cuerpo de parte a parte. Su mirada le asustó y tartamudeando logró decirle que no lo haría. El pintor le respondió que sí lo hacía le infringiría un gran castigo. El joven al escuchar aquello y viendo donde estaba se imaginó que en el sótano de aquella vieja casa tendría un buen surtido de aparatos de tortura.

Los días fueron pasando en total tranquilidad. Le gustaba ayudar a su tío e incluso comenzó a hacer pequeños bocetos. Su tío al ver el interés del muchacho comenzó a enseñarle algunas técnicas de dibujo.

Una noche escuchó ruidos en el exterior. La risa de unas mujeres rompía el silencio nocturno. Se asomó a la ventana. Habían llegado en el mismo coche que lo había traído de la estación varios días atrás. El chófer las estaba llevando hacia la casa.

A la mañana siguiente subió al estudio de su tío como siempre. No había rastro alguno de las muchachas.

Su tío había comenzado un cuadro nuevo. En él se veían a dos jóvenes, una con el cabello muy rubio, casi blanco y otra con el cabello negro como el azabache. Sonreían. Una imagen acudió a su mente, como un flash. La chica rubia era idéntica a la que había visto la noche anterior bajar del coche. Lo sabía porque ella había mirado hacia su ventana y bajo la luz de las farolas la había visto perfectamente.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo, a pesar de la temperatura en aquel lugar rondaba los 30 grados. Las ventanas estaban abiertas. Una ligera brisa movía ligeramente la cortina carmesí del fondo. Le pareció ver un pie asomando. Aquello no era posible. Allí, según le había dicho su tío, había retratos terminados. Encargos por entregar.

Esa noche la cena se realizó en total silencio. Su tío no estaba muy hablador. Quizá preocupado por su nuevo cuadro o cualquier otra cosa que le rondara por la cabeza. El muchacho respetó aquel silencio. Al terminar se fue a dormir. Su tío hizo lo propio y se fue a su cuarto que quedaba a dos puertas del suyo.

A medianoche escuchó unos ruidos en el piso de arriba. Se despertó asustado. Salió al pasillo. Allí se oían con más intensidad. Le extrañaba que su tío no se diera cuenta. Tocó en la puerta de su habitación y entró. El hombre estaba completamente dormido. Sus ronquidos lo delataban, así como, una botella de whisky vacía sobre su mesilla de noche.

A parte de él y su tío nadie más vivía en la casa. El personal acudía a primera hora de la mañana y se iban al oscurecer.

Subió despacio las escaleras. La puerta de acceso al estudio estaba abierta de par en par. Buscó el interruptor de la luz. Cuando las lámparas se encendieron, entró.

El ruido venía del fondo. El ruido procedía de detrás de la cortina carmesí.

Éstas se movían descontroladas como si una fuerte brisa las impulsara. Pero las ventanas estaban cerradas.

- ¿Quién anda ahí? –preguntó intentando que su voz no delatara el miedo que le embargaba.

Nadie respondió. Se hizo el silencio.

Siguió caminando en aquella dirección. Alzó la mano para correr la cortina, aun sabiendo que lo tenía prohibido.

Su mano quedó suspendida en el aire cuando escuchó unas risas. Una de ellas era la de una niña.

Retrocedió. Estaba aterrado.

Las diabólicas rascaron la cortina carmesí.

En pocos segundos quedó hecha jirones.

Entonces lo vio.

Dos muchachas tumbadas en una gran cama. Tenían puestas unas vías en sus brazos delas cuales salían unos tubos llenos de sangre. Dicha sangre iba hasta unos grandes cubos de los cuales una mujer y una niña pequeña, ambas pelirrojas, bebían con un ansia desmesurada.

 

 

 

 

lunes, 31 de octubre de 2022

HAY AMORES QUE MATAN

 

 

- ¿Te fijas cuanta gente se ha reunido hoy aquí, Mario?

El tal Mario, un adolescente alto y desgarbado, miraba a su alrededor asombrado y sin llegar a entender muy bien que un entierro tuviera un gran parecido con un día de feria. Viejos y no tan viejos rostros pasaban ante él. Casi todos eran conocidos. Los asistentes mostraban semblantes compungidos, enmascarando corazones helados. Caminaban como sonámbulos en busca de un poco de paz para sus ya condenadas almas.

Mario caminaba entre ellos mirando en todas direcciones como si no buscara algo en concreto.  Una conversación entre una joven muy guapa, la cual no conocía, y un chico, el único amigo que había tenido en su vida, salvo Juan, claro está captó su atención. Se detuvo a poca distancia de ellos, quería escuchar lo que hablaban.

Juan se puso a su lado. Mario le dijo entre susurros que no hiciera ruido y que escuchara.

- ¿No te das cuenta de que somos invisibles para todos ellos? –le replicó Juan

-Aun así, no te muevas, por favor –le respondió en todo casi suplicante Mario.

La chica le había pedido a su amigo que le contara lo que había pasado para que aquel nublado y frío del mes de octubre se reunieran en aquel lugar que le producía escalofríos. Nunca le gustaron los cementerios. Había escuchado retazos de ella, pero dudaba que todo lo que se decía por ahí fuese cierto. Ella sabía que él conocía si no todos, por lo menos si la mayoría de los detalles de lo acontecido.

Juan y Mario iban juntos al instituto. Juan llegó el último año y en cuanto la mirada de aquellos dos chicos se cruzó en clase, el flechazo fue total. Mario no tenía muchos amigos. Se apartaban de él como si su homosexualidad fuera una enfermedad contagiosa. Pasaba los días en la biblioteca. Era el primero de su clase. Siempre quiso ser cirujano y lo hubiese conseguido….

A veces, yo acudía también a la biblioteca a estudiar con él. Siempre me ayudaba en los deberes de matemáticas. Gracias a Mario logré graduarme.

El padre de Mario era un hombre muy religioso.  Un día descubrió a los chicos en una “aptitud comprometedora” según sus palabras, al abrir la puerta de la habitación de su hijo y fue a partir de aquel momento cuando sus vidas se convirtieron en un auténtico infierno.

Intentaron separarlos de todas las maneras posibles, pero ellos siempre volvían a reencontrarse.

Hasta que decidieron que lo mejor para ellos eran poner millones de litros de agua por medio. Mandarían a Mario a la otra punta del mundo.

Aquello los volvió locos. No podían ni pensar que no volver a ver. Aquello los estaba enloqueciendo. Entonces tomaron una decisión y lo prepararon todo….

Por las mejillas de la muchacha empezaron a resbalar unas lágrimas. Sabía la difícil decisión que habían tomado y su trágico final.

-Tuvieron que llegar a esto para estar juntos –le dijo a su amigo señalando los dos féretros que esperaban pacientemente descender a la oscuridad de la tierra.

-Pero no fue tan fácil que hoy se vayan a enterrar juntos. Sus familias querían enterrarlos por separado. Pero logramos que nuestra petición fuera escuchada. E incluso que grabaran esa inscripción en su lápida compartida.

“Hay amores mortales por sus temores,

 inmortales por sus deseos

lunes, 24 de octubre de 2022

NI CONTIGO NI SIN TI

 

- “Cariño, saldremos de ésta ya verás. Nadie ni nada podrá separarnos jamás”.

Escuché la voz de mi hermana. Estaba hablando con alguien. Supuse que, con su marido, por el tono cariñoso que empleaba.

Me extrañó. El día anterior había llevado a su perro a mi casa para que lo cuidara durante unos días. Se iban de vacaciones. Su relación, una vez más, pasaba por un mal momento y, una vez más, trataban de solucionarlo. Llevaban más de 10 años juntos y no recordaba que lograran estar sin discutir más de dos meses seguidos. Recuerdo que me había dicho, en un tono bastante decidido, tal vez, para convencerme a mí o convencerse a ella misma que, al fin iban a solucionar sus diferencias de una vez por todas: «vamos a lanzar por la borda un último intento, así sabremos si nuestra relación reflota o se hunde para siempre”. Yo asentí como única respuesta, tenía mis dudas al respeto, pero no se lo dije.

Había ido a su casa a buscar algún juguete para Nerón, el pastor alemán, y su comida, de la cual, sorprendentemente, se había olvidado Elisa, mi hermana. Es una mujer meticulosa, obsesiva del orden y controladora. Olvidarse de la comida del perro era algo inédito en ella. No le di mucha importancia pensando que, la idea de esas vacaciones, acaparaba toda su atención.

La voz parecía provenir del salón. Grité su nombre. No obtuve respuesta. La casa estaba en penumbra. Las persianas estaban bajadas y sólo podía distinguir la forma de los muebles. Busqué el interruptor de la luz. No había nadie. Pero sí encontré algo que definitivamente no tenía que estar allí. Se trataba de una silla de madera colocada en medio del salón, de cara a la televisión. Sobre ella había unas cuerdas ensangrentadas. Y la alfombra tenía manchas de sangre. Alguien había sido atado con ellas.

 

Entonces escuché un ruido sordo sobre mi cabeza. Un ruido similar al que provoca un mueble al ser volcado.

Subí despacio hasta el piso de arriba. Estaba muy asustada.

El ruido provenía de la habitación de mi hermana. La puerta estaba entreabierta. El lugar estaba oscuro como el resto de la casa. La luz de las farolas de la calle me permitía distinguir las formas. Así fue como pude ver la cama. Allí tumbado distinguí la figura de un hombre. Ni rastro de mi hermana. Palpé la pared en busca del interruptor de la luz. Al iluminarse la habitación las sombras dieron paso a la realidad.

Aquella figura en la cama era mi marido. Me acerqué asustada. Lo toqué. Estaba frío. Tenía la ropa manchada de sangre. No estaba seca. Lo habían matado hacía poco. En las manos había marcas de ataduras. Entonces lo comprendí. Comencé a gritar rota de dolor. La puerta del baño se abrió de golpe. Salió mi cuñado. Llevaba un cuchillo cubierto de sangre en la mano. Sus ojos enloquecidos se clavaron en los míos. Mi grito lo había alertado de mi presencia.

Tras él apareció mi hermana. Llevaba la ropa mojada. Tenía la cara llena de arañazos y la ropa hecha jirones.

Mi cuñado se abalanzó sobre mí. Tuve los reflejos rápidos para agarrar la pequeña lámpara de bronce que había sobre la mesilla de noche y golpear su cabeza con ella.

Más tarde cuando llegó la policía supe la verdadera historia de aquel triángulo amoroso. Encontraron las suficientes pruebas para determinar que mi marido y mi hermana eran amantes. Mi cuñado lo había descubierto. Había matado a mi marido y habría hecho lo mismo con mi hermana si no hubiese escuchado mi grito desgarrador. Mi querida Elisa se ha esfumado. Por más que la buscaron durante días, no la encontraron.

Mi marido muerto, mi cuñado muerto, ahora me tocaba a mí vengarme.

¡¡¡Corre hermanita, corre, mientras puedas hacerlo!!!!

 

 

 

 

 

lunes, 17 de octubre de 2022

TODO ES POSIBLE

 

Aquella tarde sentí que alguien me observaba con insistencia. Me extrañó mucho. En el tiempo que llevaba yendo a aquel parque que era mucho, podría estar hablando de meses, incluso algún que otro año (a veces pierdo la noción del tiempo) era la primera vez. Me sentaba en el banco que estaba justo frente al estanque de patos. Por lo general, pasaba desapercibido al resto de la gente que frecuentaba aquel lugar en concreto. Algunos pasaban por allí caminando, otros corriendo y la mayoría simplemente se sentaban a mi lado observando las vistas que no solían variar mucho de un día a otro. Muy de vez en cuando alguna de aquellas personas me hacía un ademán con la cabeza a modo de saludo.

¿Por qué iba allí todos los días? Porque desde que lo venía haciendo el dolor había remitido por completo. Aquel dolor físico como si cientos de cuchillos atravesaran todo mi cuerpo. Un dolor interno que me desgarraba las entrañas y que no me daba tregua, ya no existía desde que me sentaba en aquel banco.

Y porque me traía muchos recuerdos. Allí me sentaba con Raúl. El amor de mi vida. Lo echaba mucho de menos. No sé lo que había pasado. Todo está muy borroso en mi mente. Sólo sé que un día desapareció de mi vida. Un día dejó de sentarse a mi lado en aquel banco. Comprendí, muy a mi pesar, de que ya no volvería. Pero yo no dejé de acudir a aquel lugar esperándolo. Esperando su regreso.

Mi memoria ya no es la de antes. No puedo recordar lo que hago antes de acabar sentado en aquel banco. Sólo tengo una idea fija cada tarde. Sentarme en aquel banco y observar los patos. Tal vez estuviera sufriendo alguna enfermedad mental de la que no tenía ni idea. Pero no me importaba, sólo sabía que estar allí me hacía sentir bien.

Como decía, esa tarde me sentí observado. Giré la cabeza y lo vi. Había un joven a pocos metros de donde me encontraba, sentado en un banco similar al mío. Tenía un block de dibujo entre sus manos. Cuando lo miré él estaba trazando unas líneas en él con un lápiz. No se dio cuenta de que lo estaba mirando. Cuando levantó la vista yo giré la cabeza deprisa y seguí contemplando los patos como si fuera la más asombroso que hubiera visto jamás. Creo que exageré en poner demasiada atención en ellos. Pero bueno, nunca supe disimular muy bien y menos en situaciones como aquella en que los nervios están a flor de piel.

Comprendí una cosa: me estaba dibujando. Para él no era indiferente, era especial de alguna manera. Y eso me gustó. Me gustó mucho. Pasar de ser invisible a que dediquen su tiempo a dibujarte era casi un milagro.

De vez en cuando miraba de reojo para asegurarme que seguía allí. Inconscientemente o no, me erguí un poco en el banco, me peiné con los dedos el pelo, me coloqué bien la camiseta, esbocé una sonrisa y me dejé dibujar.

Respiré hondo, dejé pasar unos minutos y lo volví a mirar. Era muy guapo. A pesar de que tanto su camiseta como su pantalón pedían a gritos un buen lavado y su pelo un buen peinado, el joven estaba muy bien.

Me vino una idea a la cabeza, así de la nada, como quien no quiere la cosa y me pareció bastante buena: “donde nada es seguro todo es posible”.

Así que, me levanté. Sacudí una mota inexistente de polvo de mi pantalón y me acerqué a él.

Estuvimos charlando unos quince minutos. Cuando más lo conocía más me gustaba. Me contó que acababa de llegar a la cuidad hacía poco. Y que desde que descubrió aquel parque acudía cada día para dibujar lo que más le gustaba: retratos. Había quedado con un amigo. Le había costado mucho convencerle de que fuera. Le traía recuerdos muy dolorosos aquel lugar.

Entonces escuchamos a alguien gritar su nombre y el sonido de unos pasos corriendo hacia nosotros.

Sergio, el joven con el que estaba hablando, se levantó. Le dio un par de besos al muchacho que había llegado.

- ¿Qué haces? -le preguntó mientras se sentaba a su lado.

-Dibujando a este joven que conocí en el parque –le dijo mientras se giraba hacia donde se suponía que estaba sentado. Pero esta vez no me vio y Raúl tampoco lo hizo.

-No lo entiendo…. –comenzó a decir balbuceando- estaba aquí hace un momento.

- Enséñame el dibujo –le pidió Raúl.

Sergio se lo mostró.

Su amigo se puso pálido como la cera. El block de dibujo se le cayó de las manos. Rompió a llorar.

Sergio al ver la reacción de Raúl se preocupó enormemente y le preguntó:

- ¿Lo conoces?

-Sí –logró decir- es Mario

- ¿Tu novio Mario que murió el año pasado?

-Sí -respondió entre sollozos.

 

 

miércoles, 12 de octubre de 2022

MORIR CADA NOCHE

 

No está nada mal esto de estar muerta, no señor. Una de las cosas que más me gustan es entrar en un lugar caldeado y que la temperatura baje unos cuantos grados. Creo que, en general, a los muertos no nos va mucho el calor.

Esta habitación la conozco muy bien. Esquivo los muebles con facilidad. Me siento en una silla junto a la cama. Está durmiendo. No puedo dejar de mirarlo. Le quise mucho. Me moría por él. Y al final por él estoy muerta. Paradojas de la vida. Todavía quedan resquicios de mi amor desperdigados por mi corazón, aunque el odio, a pasos agigantados se está acercando, con la intención de quedarse para siempre.

Me viene a la cabeza una canción de los 80 “te hubiese querido hasta el fin”. Lo hubiese hecho, sí, no me cabe la menor duda, pero él tenía otros planes muy diferentes a los míos.

Me liquidó, me quitó de en medio, me asesinó, le bastó con apretar con fuerza mi cuello para arrebatarme la vida. Y todo ¿por qué? Porque como su secretaria y amante sabía muchos secretos sobre sus “negocios”.

Que me haya quitado la vida me duele, claro está, pero el odio se multiplica hasta el infinito porque también sesgó la de su hijo que se estaba gestando en mi vientre.

No le deseo la muerte, sería demasiado benevolente por mi parte. No. Hay maneras de vengarse mucho peores.

He dejado que me vea un par de veces al día. A través de un espejo, al final de una calle, sentada en una cafetería…  

Le he susurrado su nombre al oído. He tirado cosas en su casa.

Lo llevo torturando unos cuantos meses. Y me lo estoy pasando en grande.

Su mesilla de noche está llena de botes de pastillas, unas para dormir, otras para relajarse, otras para las visiones, dolores de cabeza….

Visita a su psicólogo tres veces por semana y la cosa no mejora. Porque yo no quiero que lo haga, simple y llanamente.

Ha perdido el trabajo. Sus relaciones sociales son casi nulas. Ninguna mujer está más de un par de días a su lado. Ya comenzó a hablar solo. Ha puesto varias cerraduras en la puerta de su casa. Como si eso le sirviera de algo. Soy un fantasma no un ladrón.

Ahora me toca hacer el truco final.

Se está despertando. No duerme muy bien. Tienes unas ojeras grandes y negras alrededor de sus ojos. Ha envejecido unos cuantos años. Está delgado y demacrado. ¡Me encanta! Es el resultado de un buen trabajo.

Sé que sueña con aquel día. Los remordimientos lo están consumiendo en vida. Pero puedo hacer algo más para incrementar su tortura.

Me mira. Se sienta en la cama aterrado. No puede hablar. El miedo lo tiene paralizado.

Le sonrío y le digo:

-Yo espanto tus sueños y doy paso a tus peores pesadillas. Morirás estrangulado cada noche y resucitarás cada mañana.

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 10 de octubre de 2022

MI QUERIDA LUNA

 


Mi querida Luna:

Recuerdo la primera que vez que nos vimos. Yo buscaba una mascota y tú un hogar. Me olisqueaste y me lamiste una mano cuando me acerqué a ti para acariciarte.

Me escogiste como tu dueño. Yo acepté tu decisión.

Empecé a quererte sin querer.

La policía andaba tras mi pista. Un pequeño error podía costarme vivir entre rejas el resto de mi vida. Me vi en la imperiosa necesidad de huir de la ciudad, con solo lo puesto y una pequeña maleta hecha a toda prisa. Cogí el primer avión y aterricé al otro lado del mundo. Encontré una bonita casa. Nadie conocía mi tortuoso pasado. Me sentía a salvo. Pero me faltaba algo. Me fijé que todos tenían perros con los que pasear y entablar conversación con los vecinos. Lo vi necesario para que te invitaran a sus barbacoas, cumpleaños y demás eventos vecinales.  Por eso acudía allí. Buscando sin saber muy bien qué. Pensé en un perro grande, pero entonces apareciste tú, tan pequeña, tan frágil….

Conseguí esa vida que tanto anhelaba. Gracias a ti acudía a un centenar de barbacoas, cumpleaños e incluso me invitaron a una boda. Me llevaba bien con los vecinos. Venían a mi casa y yo a la de ellos. Dejé de matar. Ya no sentía esa necesidad carcomiéndome por dentro. Por primera vez desde que tengo uso de razón fui feliz, una persona integrada en la sociedad. Un trabajo, una casa, una vida normal y una mascota.

Ahora sin ti, las cosas han cambiado.

Todo comenzó cuando llegó un nuevo vecino a la casa al lado de la nuestra. Un viejo gruñón y amargado que todo le molestaba. Vivía solo.  Un día te escapaste persiguiendo un gato. Entraste en su jardín. Él hacía semanas que venía quejándose de tus ladridos. El caso es que ladrabas de día, por las noches jamás lo hacías.

Te busqué desesperadamente. Siempre regresabas a casa. Pero esa vez no lo hiciste.

El segundo día de tu búsqueda, recuerdo que el viejo se sentó en el porche de su casa. En esos momentos pasaba por delante de su casa. Recuerdo ver como encendía su pipa tranquilamente y me preguntó dónde estaba “mi maldita perra”.

Me paré delante de él. Lo miré fijamente a los ojos. Su manera de moverse en la silla me indicó que estaba nervioso. Tenía las botas sucias y en sus manos quedaban restos de tierra que no había logrado quitar al lavarlas. Me acerqué a él. Le expliqué mi situación.  Mi otro yo, el que había logrado calmar durante los años que estuviste a mi lado, regresó. Comencé a notar como tomaba posesión de mi cuerpo. Aun así, mantuve la calma hasta el final. Me invitó a una cerveza. Acepté. Entró en la casa para ir a buscarla a la nevera. Entré tras él. Estaba anocheciendo. La calle estaba desierta en esos momentos.

En el barrio se busca a mi perra. Sé dónde está. Enterrada en el jardín de mi vecino.

En el barrio se busca a mi vecino. Sé dónde está. Enterrado en su jardín muy cerca de mi perra.

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 5 de octubre de 2022

SUENAN LAS CAMPANAS DEL INFIERNO

 

- ¡Sois una panda de pecadores! ¡Me avergüenzo de vosotros! Vuestras almas impuras están cargadas de odio, maldad y rencor, dispuestas a hacer cualquier cosa para alimentar vuestro ego. No tenéis fe. No sois merecedores del perdón de Dios. El mismísimo diablo habita en vosotros.

Hizo una pausa, miró uno a uno a los hombres, mujeres y niños que lo miraban atentamente. Vio el desconcierto en sus miradas, respiró hondo y continuó:

-Hoy suenan por ti las campanas del infierno, por ti, por ti y por ti también, por todos vosotros –decía el sacerdote en el sermón dominical mientras iba señalando con el dedo a cada vecino del pueblo que ese domingo, como todos, se habían acercado a la iglesia de San Miguel.

Las campanas de la iglesia comenzaron a sonar. Con cada toque, los presentes podían sentir el miedo extendiéndose en su interior. Serpientes reptando en sus entrañas. Raíces de un árbol bifurcándose hasta el rincón más inhóspito de sus cuerpos.

En uno de los bancos una niña pequeña se agarró con fuerza al cuello de su madre. Estaba muerta de miedo ante las palabras de aquel hombre vestido de negro. Los otros niños comenzaron a llorar. Pedían a sus padres, entre sollozos, que se fueran de allí. Estaban aterrados.

Los demás feligreses, sin dar crédito a lo que estaban escuchando, observaban al sacerdote con miradas cargadas de terror y desconcierto ante lo que estaban escuchando. El padre Matías siempre había sido muy amable con todos. Un hombre humilde, generoso, cordial. No entendían aquel cambio que se había producido en él.

El sacerdote impasible siguió hablando.

- ¡He tenido una revelación! Dios me ha hablado. –Alzó sus brazos y dirigió su mirada al techo de la iglesia- Debéis expiar vuestros pecados. Hacer un sacrificio para ganar el perdón. El fin ha llegado. Si no lo hacéis vuestras almas arderán eternamente en el infierno.

Fuera, la presencia de una grandes y oscuras nubes amenazaban con eclipsar el día soleado y caluroso con el que se habían levantado. Gotas de agua comenzaron a chocar contra las cristaleras de la iglesia.

Los presentes miraron hacia el exterior estupefactos. Hacía más de tres meses que no llovía.

El sacerdote alzó la voz. Cada vez más enfadado.

-Quiero que los niños se acerquen a mí. ¡Que suban! - les gritó.

Los niños comenzaron a llorar y a gritar. Ninguno quería dejar a sus padres. Ninguno quería subir.

Entonces aquellas gotas de agua que, hasta ese momento, caían delicadamente contra los cristales se convirtieron en grandes bolas de granizo del tamaño de pelotas de golf, con tal fuerza que algunos cristales se rompieron con el impacto. El ruido era ensordecedor. Aquellas bolas de granizo destrozaban los coches aparcados. Los niños gritaban asustados. Todos se levantaron al mismo tiempo, con una idea muy clara en sus mentes. Tenían que salir de allí. Y tenían que hacerlo ya. Corrieron hasta la puerta. La encontraron cerrada. Miraron hacia el sacerdote sin comprender lo que estaba pasado.

Este soltó una carcajada siniestra, malvada. Su cara mutó. Ya no era el sacerdote quien reía. Estaban ante un ser monstruoso, un demonio salido de las profundidades del averno.

En la Iglesia reinó un silencio sepulcral. El terror en estado puro los envolvió con su manto negro.

Los niños comenzaron a caminar por el pasillo, moviéndose al ritmo de una marcha macabra que sólo ellos parecían escuchar.

El sacerdote los esperaba. Sonreía.

- ¡La sangre de los inocentes calmará la ira de Satanás! –vaticinó.

Les rajó el cuello a los niños.

Las campanas dejaron de sonar.

Las puertas de la iglesia se abrieron.

El granizo cesó.

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...