Un ruido lo despertó. Miró el reloj. Marcaba las3:33.
Sabía lo que significaba a ello. La mujer que estaba a su lado se movió. Esperaba
que no se despertara. No lo hizo. Se giró y siguió durmiendo. Mejor así. No
quería que viera lo que iba a suceder. Es más, sabía que ella estaba relacionada
con EL visitante.
Todo había comenzado tiempo atrás. Ni en un millón de
años habría podido imaginar todo lo que se podía encontrar en internet. Desde hechizos
de amor, pasando por cómo matar a una persona, hasta cómo hacer un pacto con el
DIABLO Él hizo esto último.
Siguió todos los pasos. Se situó frente al espejo del baño.
Se rodeó de 13 velas negras. Recitó una oración. Eligió la hora señalada. Las 3:33
ni un minuto más ni uno menos. Y pidió un deseo. Casi todos los mortales
pedirían riquezas al diablo, pero él no, él quería la inmortalidad.
Dos semanas después sonó el timbre de la puerta. Como no
podía ser de otra manera a las 3:33.
La abrió. Frente a él había un hombre. Estaba pulcramente
vestido. Llevaba un traje negro, camisa blanca y una corbata granate. Su pelo
canoso le llegaba hasta los hombros. Perfectamente peinado, perfectamente
cortado. Agarraba un maletín negro con su mano derecha. Le sonrió. Su sonrisa
le mostró unos dientes perfectamente alineados, blancos como la nieve. La imaginación
no SIEMPRE acierta.
Le hizo pasar hasta el salón. Se sentó en su sofá. Le
ofreció algo de beber que el hombre rechazó amablemente. Sin más preámbulos fue
al grano. Tenía prisa, le dijo. Todavía tenía que visitar a más clientes.
Ante los ojos temerosos del hombre abrió el maletín. Sacó
una hoja de papel y un bolígrafo. Los puso sobre la mesa y le dijo que firmara.
Armando leyó el documento. Su cara demudó de color con
cada palabra que leía. Tenía que entregarle un alma al mes. Miró al diablo a
los ojos. Vio reflejado en ellos el placer que le causaba todo aquello. Él estaba
terriblemente asustado.
-No puedo hacer lo que me pide –le dijo en un hilo de voz.
El hombre recogió el papel y el bolígrafo lo guardó en el
maletín y se levantó con la intención de marcharse.
- ¡Espere! –le gritó.
El diablo se detuvo a pocos metros de la puerta.
- ¡Lo haré!
Firmó el documento.
Durante los siguientes años todo había ido bien. Había
cumplido, a rajatabla, lo estipulado en el contrato.
Un día conoció a una joven. Desde el primer momento en
que la vio supo que quería pasar el resto de su vida con ella. O por lo menos
los años que pudiera antes de que tanto ella como el resto del mundo se dieran
cuenta de que no envejecía. Se dieran cuenta de que no podía morir.
Y ahora…. sabía que era él. Porque no había matado a
nadie ese mes. Pero el tiempo junto a Elisa pasaba como un suspiro. No quería
separarse de ella ni un segundo. Nunca había sido tan feliz. La había soñado
una y mil veces. Y no cejó en buscar las letras necesarias que señalasen la
ruta de su nombre. No paró hasta encontrarla.
Era consciente de que no había cumplido su parte del contrato.
Y ahora…. era tarde.
Abrió la puerta. Estaba nervioso. Volvió a ver a aquel
hombre frente a él.
Sin mediar palabra el diablo entró en su casa.
Fue hasta el salón y se sentó en el sofá donde lo había
hecho años atrás.
Cogió el contrato entre sus manos dispuesto a romperlo.
Armando le gritó, le suplicó que no lo hiciera.
Una voz de mujer lo llamó por su nombre desde el piso de
arriba.
El diablo levantó la mirada. Sonrió.
-Aun estás a tiempo –le dijo sonriendo.
Armando de rodillas le suplicó que no podría hacerlo.
Ella no. La amaba.
Pero al mirar a los ojos a aquel ser supo que sus plegarias
eran en vano.
Comenzó a romper el contrato
-¡¡¡Está bien!!! –le gritó el hombre
Dirigió sus cansados pasos hasta la cocina.
Cogió el cuchillo más grande que encontró.
Subió las escaleras.
El diablo siempre GANA.