miércoles, 21 de diciembre de 2022

AJUSTE DE CUENTAS

 

Se embriagó de maldad porque su sed de venganza estaba sedienta de odio.

Para comenzar a narrar los hechos quiero que conozcáis (lo que todavía no lo habéis hecho) y recordad (para los que ya la conocíais) una cita de Charles Baudelaire que dice así: «El odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida» y podría jurar, sin perder una parte de mi cuerpo que, en el momento en que a este gran poeta se le ocurrió esa frase, estaba viendo a un hombre ante una mesa de madera ajada por el paso de los años y los clientes que en ella habían apoyado sus cansados codos mientras esperaban que le sirvieran una jarra del vino, un hombre escondido entre las sombras queriendo pasar desapercibido para el resto de la clientela que en esos momentos brindaban por la llegada de la Navidad.

Ese hombre más bien corpulento, vestía ropas que alguna vez fueron nuevas y que ahora presentaban un aspecto desgastado por el uso y los lavados llegando a perder su color original. Muchos años sin renovar el armario, es lo que tiene vivir en la cárcel.

Nadie le prestaba atención. Solo una cucaracha en busca de algún alimento que llevarse a la boca, paseaba por la mesa con una tranquilidad pasmosa sabiendo que era ignorada por todos incluido aquel hombre.

Si le preguntásemos a la susodicha algún aspecto que destacar sobre aquel individuo, no me cabría la menos duda que lo primero de lo que nos hablaría sería de su mirada. Una mirada cargada de odio, rencor e ira. Y lo segundo que sus ojos estaban puestos en un hombre que junto a la barra había invitado a todos los allí congregados al mejor whisky que el dueño de lo local les pudiera ofrecer. Dicho hombre desentonaba con el resto del personal. Vestía un traje caro, zapatos relucientes de piel y de su bolsillo había sacado una cartera repleta de billetes de los grandes, sin temor alguno que algún amigo de lo ajeno quisiera hacerse con ellos, porque aquel hombre era el dueño del pueblo, todos los allí presentes trabajaban para él. Y como bien decían las abuelas en su infinita sabiduría «nunca muerdas la mano que te da de comer»

Volvamos al hombre agazapado entre las sombras. El de la mirada de odio que bebía solo en un rincón y que al parecer aquella celebración le traía sin cuidado.

Desde los inicios de los tiempos las rencillas entre hermanos existen. No se olviden de Caín y Abel, tal vez la primera trifulca de este tipo conocida. Pues bien, el hombre amparado por las sombras se llama José y es hermano de Juan, el hombre del traje caro y cartera llena.

Hubo un tiempo, cuando todavía eran pequeños, en que se toleraban. Si bien el carácter reservado e introspectivo de José, el pequeño, siempre fue motivo de burlas por parte de su hermano y sus amigos. Juan siempre conseguía el beneplácito de su padre para todo, como hermano mayor y el que a la muerte del viejo tomaría el mando de la empresa. Eso no molestaba a José ni mucho tiempo, al contrario, que su padre no le prestara tanta atención le gustaba porque le permitía hacer lo que más le gustaba, leer y escribir historias de ciencia ficción.

Ni que decir tiene que mientras José era un alumno aventajado, Juan era la pesadilla de los profesores por sus numerosas trastadas y malas notas. Pero siendo hijo de quien era al final de curso siempre conseguía el aprobado en todas las asignaturas.

El tiempo fue pasando y las rencillas entre ellos iban en aumento. José fue a la universidad y Juan se quedó en el pueblo junto a su padre en la fábrica, malgastando el dinero en alcohol y fiestas.

Una noche en que José volvió a casa para pasar las navidades, Juan había bebido demasiado. José le quitó las llaves del coche y se puso delante del volante. Querían ir a una discoteca de moda al pueblo más próximo que distaba unos treinta kilómetros. Por el camino Juan no paraba de insultarlo, de hostigarlo y humillarlo llegando a darles golpes reiterados en los brazos y en la cabeza, incluso más de una vez se había hecho con el volante haciendo que el coche zigzagueara por la carretera. En una de esas alocadas maniobras perdieron el control. Algo golpeó el coche.

Días después José se despertó en el hospital, había estado. Habían atropellado a una joven del pueblo. Murió a causa de las heridas en la ambulancia de camino al hospital. Juan que había salido ileso salvo por algunos rasguños, culpó a su hermano del atropello. A José le cayeron cinco años de cárcel.

Había salido aquella tarde. Nadie lo sabía. Su padre había muerto hacía un año. No tenía, salvo a su hermano, a nadie a quien contárselo.

Tras más de tres horas observando el comportamiento de su hermano, entró en acción. Juan había salido a tomar un poco el aire. Su borrachera era más que evidente. Tambaleándose salió por la puerta de atrás del bar. Nadie lo acompañó, ni nadie lo echaría en falta durante algún tiempo. Seguramente hasta que cerrara el bar y tuviera que abonar la cuenta.

José salió tras él. Juan estaba vomitando entre unos cubos de basura. Se acercó a él. Juan lo miró. Nada en su comportamiento indicó que lo hubiera reconocido. Tal vez la causa podría ser por la espesa barba y el pelo rapado al cero que presentaba el individuo que lo estaba mirando fijamente.

José se ofreció a llevarlo a su casa.

Juan rehusó en un primer momento, alegando que tenía el coche cerca y que no necesitaba ayuda.

Pero al comenzar a caminar y ver que no se tenía en pie le lanzó las llaves a aquel desconocido, del cual no desconfiaba. Sabía el poder que tenía en el pueblo y que gozaba del respeto de todos, así que, no tenía nada por lo que preocuparse y mucho menos desconfiar.

José lo ayudó a subir, luego se colocó tras el volante y comenzó a conducir.

Juan se quedó dormido.

El coche se paró. Juan abrió los ojos. Estaba somnoliento. Se dispuso a bajar. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba en su casa, ni siquiera en el pueblo. Estaba en un mirador, alejado de todo y de todos, que conocía muy bien por sus innumerables noches de juerga.

—Mírame –le instó José- ¿No me reconoces?

Juan entrecerró los ojos en un intento de centrar la mirada y enfocarlo bien. Todo giraba a su alrededor.

Tardó unos minutos en darse cuenta de quién era aquel hombre.

- ¿Tú? –le preguntó atónito- ¿No estabas en la cárcel?

-He salido esta mañana, dos años antes por buena conducta –le respondió.

El silencio cayó sobre ellos como una gran losa.

Juan intentó coger desprevenido a José y se abalanzó sobre él llevando sus manos al cuello. Pero su hermano pequeño fue más rápido y lo apartó propinándole un golpe en la cara. El otro comenzó a sangrar por la nariz rota.

José sacó el freno de mano y se bajó del coche que comenzó a descender por el camino de tierra a gran velocidad. Mientras en su interior Juan intentaba abrir la puerta.

No lo consiguió.

El coche se precipitó por el acantilado.

 

 

miércoles, 14 de diciembre de 2022

UN DEMONIO ME CUIDA

 

—¿De verdad que no me vas a hacer daño?

Elisa que pasaba delante de la habitación de su sobrino, lo escuchó hablar.

—¿Estás bien cariño? –le preguntó mientras abría la puerta

Mario estaba sentado en la cama.

—¿Con quién hablabas? –le preguntó su tía.

El niño movió la cabeza de un lado a otro, se metió bajo las mantas y cerró los ojos. Ella le dio un beso de buenas noches y salió de la habitación.

Elisa se había hecho cargo del niño, hacía un par de meses tras la muerte de su hermana y su cuñado. Tenía tan solo seis años.

El padre del niño había llegado un día borracho a casa y había matado a la mujer. Mario había sido testigo de la brutal paliza que le había costado la vida a su madre y también había sido testigo del suicidio de su padre.

No hablaba. Se había convertido en un niño introvertido, solitario. No tenía amigos en el colegio. Las únicas veces que lo había escuchado hablar era cuando estaba solo, como en aquella ocasión.

Lo había comentado con su marido y con el pediatra. Llegando a la conclusión de que un amigo invisible le haría más bien que mal. Así que no le dio mayor importancia ni aquella vez, ni las veces posteriores.

Hasta que un día al entrar a limpiar su habitación encontró un par de dibujos colgados en la pared.

Cada día había alguno nuevo.

En todos aparecía siempre la misma figura.

Un ente, un demonio terrorífico, muy alto y extremadamente delgado, provisto de dientes afilados, dedos largos y esqueléticos que presentaban unas uñas en forma de garras.

En los primeros dibujos aparecía solo aquel monstruo.

Luego el niño se dibujaba junto a él. De pie unas veces cogidos de la mano, otras sentados en el suelo, jugando con sus coches de carreras o dibujando. En la bañera frotándole la espalda con la esponja, en la cocina añadiéndole leche a su tazón de cereales. En la cama junto a él abrazándolo.

En ningún dibujo aparecía nadie más.

Sólo ellos dos.

Su tía se preocupó seriamente al ver aquellos dibujos.

El niño dibujó la bestia que destrozó la realidad de lo que había conocido hasta entonces, sumergiéndolo en una nueva.

Un día tras merendar el niño fue a su habitación a jugar.

Ella esperó a que cerrara la puerta. Sigilosamente se colocó tras ella y escuchó.

Mario hablaba sin parar, sobre el colegio, los compañeros de clase, sus profesores….

En un principio sólo lo escuchaba a él y algo parecido a un gruñido. Hasta que aquellos gruñidos se convirtieron en palabras.

Reconoció aquella voz.

Sus piernas comenzaron a temblarle de miedo, de terror, de pánico. Se sentó en el suelo y rompió a llorar.

—Tu tía está detrás de la puerta –escuchó que le decía aquella voz al niño- ¿quieres que me encargue de ella?

—No, papá, es buena conmigo. Sigamos jugando.

 

 

 

 

 

 

 

 

UNA LUZ EN EL INFIERNO

 

Mientras tomaba su primer café de la mañana miraba distraídamente la calle que empezaba a cobrar vida a esa hora de la mañana. Pero su mente estaba ausente, muy lejos del ahí y el ahora. Rememoraba la primera vez que pisó aquella ciudad, de eso hacía ya seis meses. El día de su treinta cumpleaños para ser más exactos.

Tal vez podría resultar algo trivial para algunos, pero para ella, ese tiempo era el mejor que había tenido en años. Era la primera vez desde que había llegado que se había atrevido a recordar el pasado. Ahora lo hacía tranquila, sin temor, con la alegría de haber tenido el valor suficiente para comenzar de nuevo, una nueva vida, un nuevo futuro lleno de esperanzas e ilusiones.

Si bien el primer mes no había disfrutado todo lo que hubiese querido de su nuevo apartamento y nuevo empleo por el temor que llevaba a cuestas como una pesada carga. Poco a poco, día tras día, aquella carga se fue haciendo más liviana hasta desaparecer por completo. Y entonces… comenzó a vivir de nuevo.  

Había huido con lo puesto y una pequeña maleta, de una relación que la estaba consumiendo a pasos agigantados. Su pequeño cielo se había cubierto sombras cuando en su matrimonio el alcohol se había interpuesto entre los dos. Pero en su infierno un día, así sin más, apareció una luz. Una luz de esperanza. Aquella luz se convirtió en su salvación. Dejó todo atrás. Una vida hecha, amigos, un trabajo y huyó.

El sonido del timbre la devolvió a la realidad. Era su vecina de arriba. Una chica de dieciocho años que buscaba un lugar en la vida. Provista de gran temperamento, con poco afán de seguir cualquier tipo de norma establecida y unas grandes dosis de rebeldía que la habían metido en más de un lío. Luchaba por adaptarse a una nueva etapa en su vida, el divorcio de sus padres.

La probabilidad de que entre ellas surgiera una amistad era más bien escasa por no decir nula. Pero a veces el destino une almas dañadas y perdidas que se compenetran en su totalidad ante la adversidad.

El caso es que Mara, la chica del octavo, había visto en Elisa el consuelo y la comprensión de una hermana mayor. Pasaba tardes en su casa cuando su madre estaba trabajando. Aquella amistad les hacía bien a ambas.

Aquella mañana irían de compras. La graduación de Mara estaba a la vuelta de la esquina y tenían que encontrar el vestido perfecto para el que sería un día muy especial en su vida.

Ambas se parecían mucho. Altas, Mara unos centímetros más, delgadas, con la tez muy blanca, y las dos lucían unas melenas lisas y rubias. Podían pasar perfectamente por hermanas.

Tras las compras comieron algo en un restaurante de comida rápida y fueron al apartamento de Elisa. La madre de Mara tardaría un par de horas en regresar del trabajo.

Pero una llamada del trabajo de Elisa hizo que ésta tuviera que ausentarse.

Mara se quedó sola.

Comenzó a probarse la ropa que habían comprado. Mirándose al espejo enamorada del aspecto que la imagen le devolvía con la ropa nueva puesta, pasó la tarde.

No escuchó la puerta de la calle al abrirse. La música alta fue una de las razones.

Estaba anocheciendo.

Mara, cansada de probarse ropa, se había sentado en una silla junto a la ventana hojeando distraídamente una revista.

Un hombre la agarró del pelo. Le puso un cuchillo en la garganta. La amenazó con matarla si gritaba.

-Llevo meses buscándote –le dijo- y al fin te encontré.

Una voz de mujer, que el hombre reconoció de inmediato, le hizo darse cuenta de su equivocación.

Aquella mujer que estaba sujetando no era Elisa.

Se giró.

Craso error.

La chica logró escapar.

El hombre miró fijamente a Elisa. Su mirada estaba cargada de odio.

Elisa también lo miró. Sostuvieron la mirada durante unos segundos…

Él blandiendo el cuchillo de manera amenazadora comenzó a caminar hacia ella.

Elisa levantó su brazo derecho.

Llevaba algo en la mano.

Una pistola.

Hizo un único disparo.

 

 

  

 

miércoles, 7 de diciembre de 2022

BIENVENIDO A LA LOCURA

 

El llanto de un bebé la despertó. Somnolienta, a causa de las pastillas que le daban para mantenerla calmada, le costó un rato orientarse. Ese gemido lastimero la había arrancado de un hermoso sueño. Un sueño en el que era libre. Un sueño en el que, con su bebé en brazos, caminaba por un vasto prado cubierto de hermosas flores de colores. Un sueño del que, si le hubieran preguntado, no querría despertar jamás. Pero ahí estaba. Otra vez despierta. En otra realidad muy distinta a la soñada. Otra vez se encontraba sumida en el infierno en el que se había convertido su vida, con los pies y las manos atadas a la cama mediante unas grandes cadenas que le reducían el movimiento.

El llanto provenía de la pared que tenía a su derecha. A pesar de que la noche ya había caído y que las sombras eran su única compañía en aquella claustrofóbica habitación donde la tenían retenida, la luz tenue que arrojaba la luna a través del pequeño ventanuco situado en el techo le dejaba ver las marcas que había dejado en las piedras que recubrían su celda hechas con sus uñas, fruto de la desesperación. Quería hacer un hueco en la pared y así poder salvar a aquel bebé, su bebé…

Aquella era la causa de que la hubieran encadenado.  El director del psiquiátrico, su marido, había tomado aquella decisión. No la había consultado ni para eso, ni para encerrarla allí tras la muerte de su bebé. Unas fuertes fiebres se lo habían arrebatado de su lado, dejando en su lugar, una gran depresión que con el paso de los días no hacía más que incrementar. Se despertaba a media noche porque escuchaba el llanto de su pequeño. Salía a buscarlo desesperada por abrazarlo y mecerlo entre sus brazos. Perdía la noción del tiempo. La encontraban al amanecer media muerta de frío, temblando y balbuceando palabras inconexas.

Llevaba mucho tiempo atada. Pero eso no la disuadía de Intentar llegar hasta la pared. Pero las gruesas cadenas se lo impedían. Lloraba implorando clemencia. Lloraba… gritaba….

Entonces… la puerta se abría, siempre era igual, día tras días, alguien entraba y le clavaba una aguja en el brazo. A veces veía la cara de esa persona, otras veces debido a su dolor ni siquiera escuchaba la puerta al abrirse…Luego se olvidaba de su existencia, la suya, la de su bebé y la del mundo entero.

Pero ese día no gritó, no lloró ni siquiera intentó llegar a la pared para salvar a su bebé. No lo hizo. Se sentó en su camastro. Con la mirada puesta en la pared de dónde provenían los llantos y esperó.

Escuchó la puerta al abrirse. Cerró los ojos y se hizo la dormida. Unos pasos se acercaron a ella. Notó como alguien se sentaba a su lado. Conocía aquel olor. Aquella colonia. Sabía quién era.

Las sombras se habían vuelto sus alidadas. Le hablaban y la tranquilizaban. Le dijeron lo que tenía que hacer. Le habían soltado las cadenas de las manos.

Dejó que su marido le hablara largo y tendido. Le costó mantenerse quieta cuando presa de la culpa y el remordimiento rompió a llorar. El hombre apoyó su cabeza sobre su pecho y se adormeció.

Entre sueños escuchó una voz gutural que le susurra al oído:

-¡¡¡Te arrastraré con mis cadenas hasta el abismo de la locura!!!!

Al día siguiente encontraron al director del hospital completamente desnudo, atado a la cama, delirando y totalmente ido.

 

 

 

miércoles, 30 de noviembre de 2022

LA REINA CATALINA

 

La maldad de la reina Catalina no era un secreto para nadie. Su obsesión por mantenerse joven, por no envejecer jamás, era conocido más allá de los muros de palacio llegando incluso a traspasar fronteras. Pero aquella obsesión conllevaba unos actos tan viles y atroces que ponían entre dicho su cordura.

Era vanidosa, egocéntrica, autoritaria, malvada. Vivía por y para ella. Su reino se desmoronaba a pasos agigantados.

Sus doncellas más allegadas duraban a su lado lo que dura un suspiro. Temerosa de que se supiera su secreto, eran aniquiladas por su propia mano y reemplazadas por unas nuevas. Siempre escogía a niñas. Las degollaba. Inhalaba sus últimos alientos. Y luego se bañaba en su sangre.   

Un día apareció un pintor en palacio. Le propuso hacerle un retrato, alegando que el mundo tenía derecho a deleitarse con su enorme belleza y recordarla siempre.

Extasiada ante tales halagos la reina aceptó.

El pintor, un hombre bien parecido, adulador, de palabra fácil, no tuvo problemas en robarle el corazón a la soberana y ésta, más pronto que tarde, quedó rendida ante sus encantos.

Lo que no sabía ella era que aquel hombre, del que se había enamorado perdidamente, no era otro que un poderoso brujo venido de tierras muy lejanas, llamado por los súbditos de la soberana para que pusiera fin a sus malvados actos.

La reina, cuya confianza en el pintor estaba por encima de cualquier lógica razonable no se percató, o no quería hacerlo, de que a medida que aquel hombre plasmaba su imagen en el lienzo ella perdía vitalidad y su salud se deterioraba a pasos agigantados.

Una vez terminado el retrato su alma abandonó su cuerpo quedando encerrada para siempre entre los colores de aquel lienzo. El pintor desapareció misteriosamente. En su lugar un cuervo se dejaba ver por todo el palacio. Todo intento de echarlo fue en vano.

Libres de la malvada reina, escondieron su retrato en los sótanos de palacio donde quedó olvidado durante siglos.

 

Luis, había heredado el palacio que había pertenecido a su familia desde hacía varios siglos. Allí había vivido su bisabuela, la reina Catalina. Sin embargo, cuando preguntaba por ella todos eludían sus preguntas.

Recorrió el palacio sin encontrar ningún indicio de que hubiera existido. Hasta que encontró en el sótano en medio de trastos viejos y cubierto por una enorme capa de polvo un retrato suyo. Lo miró embelesado ante tanta belleza. Su antepasada había sido la mujer más guapa que jamás había visto.

Lo llevó al salón y tras limpiarlo, lo colgó sobre la chimenea.  El sitio perfecto para que todo el que lo visitara pudiera contemplar semejante belleza.

Una semana después llegaron su mujer y su hija. Ambas adularon la belleza de aquella mujer y a ninguna le molestó que su retrato estuviera allí colgado.

Una noche en que, Sara, la esposa de Luis, no podía dormir, bajó a la cocina a prepararse un vaso de leche caliente. Pasó por el salón donde estaba la gran chimenea y el retrato de la reina Catalina. Algo le llamó la atención. Había algo diferente en el retrato. Había un hueco que correspondía al lugar donde tenía que estar la mujer. Catalina no estaba en el cuadro.

Un grito desgarrador la sacó de su desconcierto. Dicho grito provenía del piso de arriba. Dicho grito era el de su hija Alba.

Subió corriendo las escaleras hasta llegar a la habitación de su pequeña.

Sobre ella había una mujer vestida con ropajes antiguos. Un largo vestido negro muy entallado y una cabellera rubia caía sobre su espalda en largos tirabuzones. La mujer al escuchar abrirse la puerta giró la cabeza en aquella dirección.

Sara la reconoció. Era, sin duda alguna, la reina Catalina.

Había puesto un cuchillo sobre la garganta de su hija. Le había hecho un profundo corte del que manaba la sangre a borbotones.

Sara se abalanzó sobre ella gritando desesperadamente.

Cuando su marido llegó, la encontró sobre el cuerpo sin vida de su hija llorando desconsoladamente y había algo más. Un cuervo posado en la cabecera de su cama.

Abajo, en el salón, el retrato escupió los pecados. La reina Catalina esbozaba una amplia sonrisa. Su boca estaba cubierta de sangre.

 

 

 

 

lunes, 28 de noviembre de 2022

INVITADA ESPECIAL

 

Las últimas semanas cuando pensaba en ella, lo hacía sin dolor. Tal vez ayudaba el hecho de que se había volcado en su trabajo, como cocinero en un renombrado restaurante de la ciudad, y también que había comenzado una nueva relación meses atrás. Ahora cuando pensaba en ella no sentía amor, ni rabia, ni siquiera indiferencia, sentía pena. Por ella, por él, por una relación que hubiese sido muy bonita si ella no hubiese decidido ponerle fin.

Ese fin de semana era el cumpleaños de su nueva pareja, Sara. La sorprendería con una fantástica cena en su casa. Luego, en los postres, le pediría matrimonio. Sería una velada perfecta.

Sin embargo, era consciente de que tenía que cerrar, para siempre, aquella puerta. Dejar de pensar en ella, dejar de recordarla…. Era necesario.

Cuando Laura recobró la conciencia lo hizo a causa de un dolor punzante en su cabeza que la estaba martirizando. Intentó moverse. No pudo. Estaba atada de pies y manos a una silla. Miró a su alrededor presa del pánico. No podía gritar. Se lo impedía la mordaza que tenía en la boca. Estaba en un sótano en penumbra. Alumbrado tan solo por una única bombilla que arrojaba sobre ella una luz mortecina. Escuchó una voz. La reconoció. Era la de él….

Empezó a removerse en la silla intentando que las cuerdas con las que estaba atada se aflojaran. Pero lo único que consiguió fue que se le clavaran más en la carne, causándole un dolor insoportable.

Lo último que recordaba es estar en el coche de Ángel, su pareja, rumbo a la costa donde habían reservado una habitación en un hotel a pie de playa. La idea era pasar juntos un agradable fin de semana. Unas imágenes fugaces cruzaron por su cabeza. Ángel gritando. ¡Los frenos no funcionaban! El coche salió de la carretera….  Luego…

El hombre se situó frente a ella. Sonreía. Ella lo miró directamente a los ojos, desafiándolo.

- ¡Oh, mi querida Laura! ¡cuánto me alegro de verte! No tienes muy buen aspecto, querida –soltó una sonora carcajada que logró ponerle los pelos de punta a Laura- pero bueno, es normal dadas las circunstancias –continuó el hombre- Te preguntarás que haces aquí. Estás en todo tu derecho de hacerlo.

Mientras hablaba caminaba en círculos alrededor de ella. Blandía un cuchillo de grandes dimensiones, que movía de un lado a otro al tiempo que gesticulaba.

-Tu novio está muerto, hundido en el fondo del mar dentro del coche. Y tú estás aquí –volvió a reírse.

¡Cómo odiaba aquella risa!

-No te costó pasar página por lo que veo. Pero bueno teniendo en cuenta que empezaste a salir conmigo por una apuesta…. que al final ganaste, porque yo me enamoré perdidamente de ti, a pesar de tus desaires y de no hacer más que poner trabas para no continuar algo que estaba empezando y que podría a ver sido muy bonito.

Laura se revolvió en la silla. Desesperada. Aterrada. Lágrimas de terror y angustia resbalaban por sus mejillas. Sabía que aquello era el final, su final.

-Yo también ha comenzado una relación. Se llama Sara. Es muy guapa, casi tanto como tú. Y por eso tengo que cerrar el capítulo de mi vida donde apareces tú y comenzar a escribir otro donde sólo aparezca ella. Si te sirve de consuelo vivirás en mí y en ella, para siempre. Serás la invitada especial en la cena.

Hizo una pequeña pausa. La sujetó por los hombres. Se inclinó ligeramente. Acercó sus labios a su oído y le susurró:

-Quizá el amor que me quede por dar son los restos que tú me dejaste.

El sábado de noche cuando Sara acudió a la cita, se encontró con una mesa preparada con exquisitez. No faltaba detalle. Cubiertos de plata, velas, rosas rojas (sus preferidas). El mejor vino, música de fondo. Una luz tenue… la mejor compañía…

Y el plato principal estofado de carne en vino tinto de Borgoña, ajo, cebolla, hierbas y setas, cocinado a fuego lento durante horas.

 

 

 

miércoles, 23 de noviembre de 2022

ANDRAS, EL DEMONIO

 

Alejandro Bernad. Hombre poderoso donde los haya. Levantó su imperio de la nada. Nació en el seno de una familia humilde. Su madre modista, confeccionaba vestidos para las mujeres de la alta sociedad parisina. Su padre, trabajada como mayordomo en la casa del primer ministro francés de entonces, Paul Reynaud.

Alejandro, hijo único, se crio en la mansión donde trabajaba su padre. Desde pequeño sabía lo que no quería ser de mayor: un donnadie como su padre. Aspiraba a formar parte de aquel círculo cerrado de gente pudiente y de poder. Comenzó a coquetear con temas satánicos.  Se empapó de conocimientos, llegando a ser un experto en la materia.

Despuntaba en los estudios. Su capacidad intelectual superaba, con creces, la media. Pronto se adentró, haciéndose un experto, en el arte de la manipulación, mentiras y engaños. Con menos de 10 años supo camelarse a la familia del primer ministro, consiguiendo así recibir una educación igual a la de sus hijos, que estudiaban en casa con los mejores maestros.

Sus notas eran las mejores, superando a los hermanos Reynaud. A los 18 años terminó la carrera de Derecho. Los grandes bufetes del país se lo disputaban.

Sus engaños y estrategias crecieron a medida que ello hacía. Al morir sus padres heredó una pequeña casa y una pequeña fortuna que su padre había ido ahorrando a lo largo de los años. Invirtió bien el dinero en la bolsa y al poco tiempo cuadriplicó la suma pudiendo adquirir una mansión superior a la que se había criado.

Llevaba una vida de excesos. Era un joven muy apuesto, siempre se le veía rodeado de mujeres hermosas y acompañado de grandes figuras de la política. Todos lo adoraban. Era un sabio entre sabios. A él los halagos y las adulaciones le encantaban. Y sus ansias de poder parecían ser inagotables. Se había propuesto ser el hombre más poderoso en la faz de la tierra y llevaba camino de conseguirlo hasta que….

A pesar de su gran carisma e inteligencia era un hombre con muchos prejuicios. Era racista, homófono, machista en exceso, consideraba que las mujeres eran una raza inferior que no deberían tener pensamientos propios ni privilegios algunos salvo los de servir a los hombres en cuerpo y alma.

En la fiesta de fin de año que celebraba en su casa, una mujer hermosísima hizo acto de presencia. A su paso se hacía el silencio absoluto. Los presentes no sólo quedaban extasiados por su gran belleza y su aspecto angelical, sino también por la fuerza y el control que desprendía al caminar.

Alejandro Bernad no fue una excepción. Quedó impresionado al verla. Ella se acercó a él. Lo invitó a bailar. Sonaba El Vals del Emperador. Al compás de la música Alejandro sintió que sus pies no tocaban el suelo. Tener a aquella mujer entre sus brazos era puro placer, había oído hablar del Edén y supo con certeza que, si realmente existía aquel lugar, estaba en él.

Bailaron y bailaron como sino existiera nadie más en el salón salvo ellos dos.

Al terminar la pieza, él le ofreció algo de beber en su salón privado. Ella aceptó.

Ella le dijo que había oído hablar mucho sobre él. Era conocido en todo el mundo. Esas palabras aumentaron más, si cabe, el ego del joven. Le ofreció una copa de champán y estuvieron charlando hasta el amanecer. Supo algo que nunca podría haber imaginado hasta ese momento: se había enamorado perdidamente de aquella mujer.

Salieron al balcón para ver la salida del sol. Era el momento perfecto, pensó él, para robarle un beso.

Acercó sus labios a los suyos. Se fundieron en un apasionado beso.

Entonces Alejandro comenzó a notar como si miles de insectos corrieran por su boca. Preso del pánico se separó de ella. Pero se dio cuenta de que estaba abrazando a la nada. La mujer había desaparecido.

Sintió que se atragantaba. Su cuerpo estaba infestado, tanto por dentro como por fuera, por pequeños escarabajos negros como la noche, negros como el pecado.

Aquellos bichos habían llegado a su cabeza. Notaba como se movían dentro de ella. Como comían su cerebro. El demonio devoró la cabeza del sabio.

Su mayordomo entró poco después para llevarle otra botella de champán.

Lo encontró tirado en el suelo. Solo.

Estaba vivo. Lo levantó y lo llevó hasta una silla. Le dio un poco de agua. Pronto el color volvió a sus mejillas del joven.

Alejandro le hizo una petición a su mayordomo que lo dejó desconcertado. Quería que lo acercara hasta un espejo.

Había uno en aquella habitación. Cuando vio su imagen reflejada en él sonrió. El demonio que lo había poseído, Andras, aquella mujer bellísima y de aspecto angelical, tenía grandes planes para el futuro, primero del país, luego… del mundo entero.

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...