El llanto del bebé se escuchaba en todo el palacio. El
recién estrenado padre que hasta esos momentos había estado paseando por la
biblioteca de un lado a otro, abrió la puerta y salió al pasillo al tiempo que
escuchó cerrarse la puerta de la calle.
Su ayudante cámara salió a su encuentro visiblemente
preocupado:
—Es una niña, señor –le dijo.
El Rey movió la cabeza apesadumbrado y resolvió.
—Tenemos que esconderla, Frederick
—Si señor –le respondió el criado-yo me encargo.
Pero antes de que su ayudante se la llevara el padre se
despidió de ella con lágrimas en los ojos.
—Mi querida niña,
tengo que dejarte marchar porque tu nombre esconde una maldición.
El Obispo Marcelo seguido de su séquito irrumpió en el
palacio mientras vociferaba:
—¡Traedme a la niña!
El Rey acudió a su encuentro. Se arrodilló y le beso el
gran anillo que llevaba en el dedo anular de su mano derecha.
—Eminencia, la niña ha muerto –le dijo.
El hombre apartó al soberano con furia al tiempo que le
decía que quería verla.
La comadrona salió a su encuentro con un bebe amortajado
con un sudario blanco que le cubría todo el cuerpo incluida la cabeza.
Su eminencia acercó su oído al corazón de aquel cuerpo
para cerciorarse de que no respiraba.
—Esta vez le hemos ganado la batalla al mismísimo diablo
-dijo
Satisfecho dio media vuelta y salió del palacio.
A la recién nacida fue llevaba en barco al país vecino a
vivir en el seno de una familia acomodada. Nunca le dijeron cuál era su
verdadera procedencia. Ella creció creyendo que aquella pareja eran sus
verdaderos padres.
El tiempo fue pasando. La niña se convirtió en una joven
culta, guapa y simpática.
Sus padres dieron un baile para celebrar la mayoría de
edad de la joven.
En el punto más álgido de la fiesta un joven hizo acto de
presencia.
El muchacho era muy guapo, alto, con gran don de gentes y
se le veía que había nacido en el seno de una familia acomodada. Nadie sabía de
donde procedía. El halo de misterio que lo envolvía lo hacía más deseable, si
cabe, a los ojos de las jóvenes casaderas que habían acudido a aquella fiesta.
Se fijó en la joven desde el primer momento y comenzó a
cortejarla bajo las miradas de envidia de las demás muchachas y muchachos q ue habían asistido a la fiesta.
Pero ella no podía darle su corazón a aquel apuesto joven
porque ya se lo había entregado a Mateo, unos de los criados de su padre que hacía
unos meses que se veían a escondidas. Aun así, nadie se sorprendió cuando
semanas después el joven apareció en su casa pidiendo la mano de la joven. Sus
padres celebraron con alegría tal petición y comenzaron los preparativos de la
boda, no sabiendo que la joven llevaba en su vientre el hijo del joven criado.
A la joven ya se le empezaba a notar el embarazo, pero el
padre de la criatura había desaparecido sin dejar rastro así que se las ingenió
para hacer creer que el bebe que esperaba era de su futuro esposo.
No fue hasta que el futuro esposo descubrió su procedencia
cuando sus padres se dieron cuenta del error que habían cometido en acceder a
la boda. El joven era el hijo del Rey del país vecino, o sea, su hermano.
La boda se canceló. Ella furiosa se encerró en su cuarto.
No quería comer, ni beber, ni ver a nadie.
Una noche tras caer exhausta de tanto llorar, una voz le
habló.
Era la voz de un hombre escondido entre las sombras. Una
voz gutural que en un primer momento la aterrorizó.
El hombre la calmó diciéndole que el niño que llevaba en
su vientre era el hijo del Rey del Averno. Ella había sido elegida para traerlo
al mundo.
Días después nacería el hijo de Satán.
La maldición se había cumplido.