Las noticias del mediodía eran, cada día, más de lo mismo,
sólo cambiaban algunos personajes. El presentador de la cadena con mayor
audiencia del país estaba hablando sobre el incremento de la bolsa de la compra
en el último año que según decían los expertos había subido un 15 %, situándose
en lo más alto de la lista el aceite y el pienso para perros. Algún que otro
cliente del bar levantó la mirada hacia el televisor. El presentador impasible
siguió hablando sobre la preocupación de que algunos dueños de estas mascotas
las abandonaran por no poder darles de comer.
El propietario del local comentó al hombre sentado en la
barra, un tipo alto, corpulento, con una gran barba salpicada de canas, la
cabeza rapada, vestido con una camisa de leñador a la que le había cortado las
mangas dejando al descubierto unos brazos musculosos, fruto de muchas horas de
gimnasio y vaqueros desteñidos, mientras le servía una tercera cerveza: “la
cosa se estaba poniendo muy fea”. El hombre meneó la cabeza por toda respuesta.
Había dejado el camión en el aparcamiento bastante concurrido
a esas horas. Le quedaba menos de una hora para llegar a casa. Ese día había
sido bastante extraño. Había salido de madrugada tras una llamada para un
trabajo que había que realizar con máxima urgencia.
Tras dos horas de camino llegó a una gran nave. No era el
único. Contó una veintena de camiones similares al suyo, unos como él, esperando
para cargar y otros saliendo ya a la carretera en dirección a…. De momento no
lo sabía.
Cuando le llegó su turno comprobó que la carga que había
que llevar era pienso para perros. Envasado y listo para su venta. Todos eran
de la marca EL MEJOR AMIGO. El eslogan decía: “La mejor comida para el mejor
amigo”
Le dieron la dirección. Una nave en medio de la nada. A
su llegada le esperaba un buen fajo de billetes. Le regalaron un saco grande de
ese pienso para su perro.
Lo distribuirían en clínicas veterinarias, grandes
superficies, supermercados y demás puntos de venta autorizados, a un precio
irrisorio. Se alegró de que por fin alguien tuviera esa iniciativa. Ya había
bastantes perros callejeros por las calles, abandonar a los que tenían dueño
sería un caos.
Terminó la cerveza, se levantó y se dirigió al camión.
Cuando estaba saliendo por la puerta en la televisión del bar estaban dando la noticia
de que la empresa “huellas”, la
mayor del mundo dedicada al bienestar de las mascotas, acababa de sacar a la venta
una marca de pienso para perros de gran calidad a un precio muy bajo.
Al llegar a casa su perro, un Golden retriever de dos
años llamado Coco, lo recibió con entusiasmo moviendo la cola y saltando a su
alrededor. Él lo acarició con verdadero afecto. Adoraba a aquel perro. En la
cocina lo esperaba su mujer terminando de preparar la comida. Le comentó lo que
había hecho esa mañana y le sirvió un buen cuenco del nuevo pienso a Coco que
lo devoró en un abrir y cerrar de ojos.
La tarde transcurrió tranquila. Hicieron unas compras en
el centro comercial, cenaron unas hamburguesas y regresaron a casa. Les extraño
que Coco no saliera a recibirlos. Lo encontraron tumbado en la cocina. Parecía
dormido. Mientras tanto la mujer había puesto la televisión. El informativo
disponía de un gran titular aquella noche: “el pienso maldito”. Según decía el presentador
visiblemente consternado, era que aquel pienso “los contagió con la rabia del
infierno”. Una cepa muy virulenta de la rabia que los hacía muy violentos y
agresivos, llegando incluso a matar a todo el que se interpusiera en su camino.
Pero algunos canes habían dado un paso más. Devoraban a sus dueños.
Pero el hombre ya no pudo hacer nada a pesar de haber
escuchado los gritos de su mujer de que no se acercara a Coco. Era demasiado
tarde. El perro estaba sobre él. Las intenciones de querer jugar con su dueño
estaban del todo descartadas.