mi茅rcoles, 30 de noviembre de 2022

LA REINA CATALINA

 

La maldad de la reina Catalina no era un secreto para nadie. Su obsesi贸n por mantenerse joven, por no envejecer jam谩s, era conocido m谩s all谩 de los muros de palacio llegando incluso a traspasar fronteras. Pero aquella obsesi贸n conllevaba unos actos tan viles y atroces que pon铆an entre dicho su cordura.

Era vanidosa, egoc茅ntrica, autoritaria, malvada. Viv铆a por y para ella. Su reino se desmoronaba a pasos agigantados.

Sus doncellas m谩s allegadas duraban a su lado lo que dura un suspiro. Temerosa de que se supiera su secreto, eran aniquiladas por su propia mano y reemplazadas por unas nuevas. Siempre escog铆a a ni帽as. Las degollaba. Inhalaba sus 煤ltimos alientos. Y luego se ba帽aba en su sangre.   

Un d铆a apareci贸 un pintor en palacio. Le propuso hacerle un retrato, alegando que el mundo ten铆a derecho a deleitarse con su enorme belleza y recordarla siempre.

Extasiada ante tales halagos la reina acept贸.

El pintor, un hombre bien parecido, adulador, de palabra f谩cil, no tuvo problemas en robarle el coraz贸n a la soberana y 茅sta, m谩s pronto que tarde, qued贸 rendida ante sus encantos.

Lo que no sab铆a ella era que aquel hombre, del que se hab铆a enamorado perdidamente, no era otro que un poderoso brujo venido de tierras muy lejanas, llamado por los s煤bditos de la soberana para que pusiera fin a sus malvados actos.

La reina, cuya confianza en el pintor estaba por encima de cualquier l贸gica razonable no se percat贸, o no quer铆a hacerlo, de que a medida que aquel hombre plasmaba su imagen en el lienzo ella perd铆a vitalidad y su salud se deterioraba a pasos agigantados.

Una vez terminado el retrato su alma abandon贸 su cuerpo quedando encerrada para siempre entre los colores de aquel lienzo. El pintor desapareci贸 misteriosamente. En su lugar un cuervo se dejaba ver por todo el palacio. Todo intento de echarlo fue en vano.

Libres de la malvada reina, escondieron su retrato en los s贸tanos de palacio donde qued贸 olvidado durante siglos.

 

Luis, hab铆a heredado el palacio que hab铆a pertenecido a su familia desde hac铆a varios siglos. All铆 hab铆a vivido su bisabuela, la reina Catalina. Sin embargo, cuando preguntaba por ella todos elud铆an sus preguntas.

Recorri贸 el palacio sin encontrar ning煤n indicio de que hubiera existido. Hasta que encontr贸 en el s贸tano en medio de trastos viejos y cubierto por una enorme capa de polvo un retrato suyo. Lo mir贸 embelesado ante tanta belleza. Su antepasada hab铆a sido la mujer m谩s guapa que jam谩s hab铆a visto.

Lo llev贸 al sal贸n y tras limpiarlo, lo colg贸 sobre la chimenea.  El sitio perfecto para que todo el que lo visitara pudiera contemplar semejante belleza.

Una semana despu茅s llegaron su mujer y su hija. Ambas adularon la belleza de aquella mujer y a ninguna le molest贸 que su retrato estuviera all铆 colgado.

Una noche en que, Sara, la esposa de Luis, no pod铆a dormir, baj贸 a la cocina a prepararse un vaso de leche caliente. Pas贸 por el sal贸n donde estaba la gran chimenea y el retrato de la reina Catalina. Algo le llam贸 la atenci贸n. Hab铆a algo diferente en el retrato. Hab铆a un hueco que correspond铆a al lugar donde ten铆a que estar la mujer. Catalina no estaba en el cuadro.

Un grito desgarrador la sac贸 de su desconcierto. Dicho grito proven铆a del piso de arriba. Dicho grito era el de su hija Alba.

Subi贸 corriendo las escaleras hasta llegar a la habitaci贸n de su peque帽a.

Sobre ella hab铆a una mujer vestida con ropajes antiguos. Un largo vestido negro muy entallado y una cabellera rubia ca铆a sobre su espalda en largos tirabuzones. La mujer al escuchar abrirse la puerta gir贸 la cabeza en aquella direcci贸n.

Sara la reconoci贸. Era, sin duda alguna, la reina Catalina.

Hab铆a puesto un cuchillo sobre la garganta de su hija. Le hab铆a hecho un profundo corte del que manaba la sangre a borbotones.

Sara se abalanz贸 sobre ella gritando desesperadamente.

Cuando su marido lleg贸, la encontr贸 sobre el cuerpo sin vida de su hija llorando desconsoladamente y hab铆a algo m谩s. Un cuervo posado en la cabecera de su cama.

Abajo, en el sal贸n, el retrato escupi贸 los pecados. La reina Catalina esbozaba una amplia sonrisa. Su boca estaba cubierta de sangre.

 

 

 

 

lunes, 28 de noviembre de 2022

INVITADA ESPECIAL

 

Las 煤ltimas semanas cuando pensaba en ella, lo hac铆a sin dolor. Tal vez ayudaba el hecho de que se hab铆a volcado en su trabajo, como cocinero en un renombrado restaurante de la ciudad, y tambi茅n que hab铆a comenzado una nueva relaci贸n meses atr谩s. Ahora cuando pensaba en ella no sent铆a amor, ni rabia, ni siquiera indiferencia, sent铆a pena. Por ella, por 茅l, por una relaci贸n que hubiese sido muy bonita si ella no hubiese decidido ponerle fin.

Ese fin de semana era el cumplea帽os de su nueva pareja, Sara. La sorprender铆a con una fant谩stica cena en su casa. Luego, en los postres, le pedir铆a matrimonio. Ser铆a una velada perfecta.

Sin embargo, era consciente de que ten铆a que cerrar, para siempre, aquella puerta. Dejar de pensar en ella, dejar de recordarla…. Era necesario.

Cuando Laura recobr贸 la conciencia lo hizo a causa de un dolor punzante en su cabeza que la estaba martirizando. Intent贸 moverse. No pudo. Estaba atada de pies y manos a una silla. Mir贸 a su alrededor presa del p谩nico. No pod铆a gritar. Se lo imped铆a la mordaza que ten铆a en la boca. Estaba en un s贸tano en penumbra. Alumbrado tan solo por una 煤nica bombilla que arrojaba sobre ella una luz mortecina. Escuch贸 una voz. La reconoci贸. Era la de 茅l….

Empez贸 a removerse en la silla intentando que las cuerdas con las que estaba atada se aflojaran. Pero lo 煤nico que consigui贸 fue que se le clavaran m谩s en la carne, caus谩ndole un dolor insoportable.

Lo 煤ltimo que recordaba es estar en el coche de 脕ngel, su pareja, rumbo a la costa donde hab铆an reservado una habitaci贸n en un hotel a pie de playa. La idea era pasar juntos un agradable fin de semana. Unas im谩genes fugaces cruzaron por su cabeza. 脕ngel gritando. ¡Los frenos no funcionaban! El coche sali贸 de la carretera….  Luego…

El hombre se situ贸 frente a ella. Sonre铆a. Ella lo mir贸 directamente a los ojos, desafi谩ndolo.

- ¡Oh, mi querida Laura! ¡cu谩nto me alegro de verte! No tienes muy buen aspecto, querida –solt贸 una sonora carcajada que logr贸 ponerle los pelos de punta a Laura- pero bueno, es normal dadas las circunstancias –continu贸 el hombre- Te preguntar谩s que haces aqu铆. Est谩s en todo tu derecho de hacerlo.

Mientras hablaba caminaba en c铆rculos alrededor de ella. Bland铆a un cuchillo de grandes dimensiones, que mov铆a de un lado a otro al tiempo que gesticulaba.

-Tu novio est谩 muerto, hundido en el fondo del mar dentro del coche. Y t煤 est谩s aqu铆 –volvi贸 a re铆rse.

¡C贸mo odiaba aquella risa!

-No te cost贸 pasar p谩gina por lo que veo. Pero bueno teniendo en cuenta que empezaste a salir conmigo por una apuesta…. que al final ganaste, porque yo me enamor茅 perdidamente de ti, a pesar de tus desaires y de no hacer m谩s que poner trabas para no continuar algo que estaba empezando y que podr铆a a ver sido muy bonito.

Laura se revolvi贸 en la silla. Desesperada. Aterrada. L谩grimas de terror y angustia resbalaban por sus mejillas. Sab铆a que aquello era el final, su final.

-Yo tambi茅n ha comenzado una relaci贸n. Se llama Sara. Es muy guapa, casi tanto como t煤. Y por eso tengo que cerrar el cap铆tulo de mi vida donde apareces t煤 y comenzar a escribir otro donde s贸lo aparezca ella. Si te sirve de consuelo vivir谩s en m铆 y en ella, para siempre. Ser谩s la invitada especial en la cena.

Hizo una peque帽a pausa. La sujet贸 por los hombres. Se inclin贸 ligeramente. Acerc贸 sus labios a su o铆do y le susurr贸:

-Quiz谩 el amor que me quede por dar son los restos que t煤 me dejaste.

El s谩bado de noche cuando Sara acudi贸 a la cita, se encontr贸 con una mesa preparada con exquisitez. No faltaba detalle. Cubiertos de plata, velas, rosas rojas (sus preferidas). El mejor vino, m煤sica de fondo. Una luz tenue… la mejor compa帽铆a…

Y el plato principal estofado de carne en vino tinto de Borgo帽a, ajo, cebolla, hierbas y setas, cocinado a fuego lento durante horas.

 

 

 

mi茅rcoles, 23 de noviembre de 2022

ANDRAS, EL DEMONIO

 

Alejandro Bernad. Hombre poderoso donde los haya. Levant贸 su imperio de la nada. Naci贸 en el seno de una familia humilde. Su madre modista, confeccionaba vestidos para las mujeres de la alta sociedad parisina. Su padre, trabajada como mayordomo en la casa del primer ministro franc茅s de entonces, Paul Reynaud.

Alejandro, hijo 煤nico, se crio en la mansi贸n donde trabajaba su padre. Desde peque帽o sab铆a lo que no quer铆a ser de mayor: un donnadie como su padre. Aspiraba a formar parte de aquel c铆rculo cerrado de gente pudiente y de poder. Comenz贸 a coquetear con temas sat谩nicos.  Se empap贸 de conocimientos, llegando a ser un experto en la materia.

Despuntaba en los estudios. Su capacidad intelectual superaba, con creces, la media. Pronto se adentr贸, haci茅ndose un experto, en el arte de la manipulaci贸n, mentiras y enga帽os. Con menos de 10 a帽os supo camelarse a la familia del primer ministro, consiguiendo as铆 recibir una educaci贸n igual a la de sus hijos, que estudiaban en casa con los mejores maestros.

Sus notas eran las mejores, superando a los hermanos Reynaud. A los 18 a帽os termin贸 la carrera de Derecho. Los grandes bufetes del pa铆s se lo disputaban.

Sus enga帽os y estrategias crecieron a medida que ello hac铆a. Al morir sus padres hered贸 una peque帽a casa y una peque帽a fortuna que su padre hab铆a ido ahorrando a lo largo de los a帽os. Invirti贸 bien el dinero en la bolsa y al poco tiempo cuadriplic贸 la suma pudiendo adquirir una mansi贸n superior a la que se hab铆a criado.

Llevaba una vida de excesos. Era un joven muy apuesto, siempre se le ve铆a rodeado de mujeres hermosas y acompa帽ado de grandes figuras de la pol铆tica. Todos lo adoraban. Era un sabio entre sabios. A 茅l los halagos y las adulaciones le encantaban. Y sus ansias de poder parec铆an ser inagotables. Se hab铆a propuesto ser el hombre m谩s poderoso en la faz de la tierra y llevaba camino de conseguirlo hasta que….

A pesar de su gran carisma e inteligencia era un hombre con muchos prejuicios. Era racista, hom贸fono, machista en exceso, consideraba que las mujeres eran una raza inferior que no deber铆an tener pensamientos propios ni privilegios algunos salvo los de servir a los hombres en cuerpo y alma.

En la fiesta de fin de a帽o que celebraba en su casa, una mujer hermos铆sima hizo acto de presencia. A su paso se hac铆a el silencio absoluto. Los presentes no s贸lo quedaban extasiados por su gran belleza y su aspecto angelical, sino tambi茅n por la fuerza y el control que desprend铆a al caminar.

Alejandro Bernad no fue una excepci贸n. Qued贸 impresionado al verla. Ella se acerc贸 a 茅l. Lo invit贸 a bailar. Sonaba El Vals del Emperador. Al comp谩s de la m煤sica Alejandro sinti贸 que sus pies no tocaban el suelo. Tener a aquella mujer entre sus brazos era puro placer, hab铆a o铆do hablar del Ed茅n y supo con certeza que, si realmente exist铆a aquel lugar, estaba en 茅l.

Bailaron y bailaron como sino existiera nadie m谩s en el sal贸n salvo ellos dos.

Al terminar la pieza, 茅l le ofreci贸 algo de beber en su sal贸n privado. Ella acept贸.

Ella le dijo que hab铆a o铆do hablar mucho sobre 茅l. Era conocido en todo el mundo. Esas palabras aumentaron m谩s, si cabe, el ego del joven. Le ofreci贸 una copa de champ谩n y estuvieron charlando hasta el amanecer. Supo algo que nunca podr铆a haber imaginado hasta ese momento: se hab铆a enamorado perdidamente de aquella mujer.

Salieron al balc贸n para ver la salida del sol. Era el momento perfecto, pens贸 茅l, para robarle un beso.

Acerc贸 sus labios a los suyos. Se fundieron en un apasionado beso.

Entonces Alejandro comenz贸 a notar como si miles de insectos corrieran por su boca. Preso del p谩nico se separ贸 de ella. Pero se dio cuenta de que estaba abrazando a la nada. La mujer hab铆a desaparecido.

Sinti贸 que se atragantaba. Su cuerpo estaba infestado, tanto por dentro como por fuera, por peque帽os escarabajos negros como la noche, negros como el pecado.

Aquellos bichos hab铆an llegado a su cabeza. Notaba como se mov铆an dentro de ella. Como com铆an su cerebro. El demonio devor贸 la cabeza del sabio.

Su mayordomo entr贸 poco despu茅s para llevarle otra botella de champ谩n.

Lo encontr贸 tirado en el suelo. Solo.

Estaba vivo. Lo levant贸 y lo llev贸 hasta una silla. Le dio un poco de agua. Pronto el color volvi贸 a sus mejillas del joven.

Alejandro le hizo una petici贸n a su mayordomo que lo dej贸 desconcertado. Quer铆a que lo acercara hasta un espejo.

Hab铆a uno en aquella habitaci贸n. Cuando vio su imagen reflejada en 茅l sonri贸. El demonio que lo hab铆a pose铆do, Andras, aquella mujer bell铆sima y de aspecto angelical, ten铆a grandes planes para el futuro, primero del pa铆s, luego… del mundo entero.

 

lunes, 21 de noviembre de 2022

HABITACI脫N 232

 

Habitaci贸n 232. Una enfermera situada en el umbral de la puerta observaba a los dos pacientes estaban en ella. Su cara reflejaba desconcierto, pena y resignaci贸n.

Le preocupaba la joven que se debat铆a entre la vida y la muerte, enchufada a una m谩quina que la manten铆a con vida. Un joven no se separaba de su lado. Ahora se hab铆a quedado dormido con la cabeza sobre la cama sin dejar de agarrar la mano de la muchacha. En el otro lado de la habitaci贸n, separados tan solo por una cortina blanca, un hombre mayor dorm铆a pl谩cidamente.

Se dispon铆a a entrar en la habitaci贸n, cuando un escalofr铆o recorri贸 todo su cuerpo. La temperatura hab铆a bajado considerablemente. Sab铆a lo que significaba aquello: la muerte estaba cerca.

-Hola Gladys –le salud贸 cordialmente una figura embozada en una t煤nica negra que apenas dejaba ver su rostro.

-Hola –le respondi贸 la enfermera- me imagino que no est谩s aqu铆 por casualidad

La figura solt贸 una carcajada.

-Mi querida enfermera, parece mentira que a estas alturas no sepas que yo no hago nada por casualidad.

Ella esboz贸 una triste sonrisa.

- ¿Cu谩nto tiempo hace que nos conocemos?

-M谩s de diez a帽os -le respondi贸 Gladys- Me da pena que ella…. Ya sabes…

La muerte hizo un adem谩n r谩pido con su huesuda mano, en se帽al de que ya sab铆a a lo que se refer铆a.

-Lo s茅. Pero ya sabes que la vida es un regalo y que yo aparecer茅 cuando menos se espera.

- ¿Por qu茅 no te llevas a ese hombre? - le pregunt贸 se帽alando la cama donde descansaba el anciano

-Ese hombre, vivir谩 unos a帽os m谩s –le respondi贸- a ella vine a liberarla de su sufrimiento.

-No es justo –le espet贸 ella, en un tono que distaba mucho de ser cordial.

-Lo s茅, querida.

-Parece que no te importa –le reproch贸 la enfermera.

-Importe, o no, tengo que hacer mi trabajo –le dijo un poco enfadada la muerte por el atrevimiento de Gladys en juzgarla- as铆 que es mejor que te apartes.

--¿Y, sino que? –le dijo ella desafi谩ndola.

La muerte lanz贸 una sonora carcajada. Ten铆a agallas aquella mujer, pens贸.

-No puedes morir dos veces querida, si no te apartas entrar茅 de todos modos, s贸lo quer铆a ser amable, nada m谩s

La enfermera lo dej贸 pasar.

-M铆ralos – dijo la muerte- Ese hombre ha vivido una vida plena, ha tenido una bonita historia de amor, sin embargo, saldr谩 de esta y todav铆a le quedan unos cuantos a帽os de vida.

Guard贸 silencio.

-Ella –continu贸 hablando mientras sus cuencas ausentes de ojos se posaban sobre la joven. - Ella ha tenido un accidente de coche junto al chico con el que hab铆a comenzado una historia de amor.  Hay finales que cuentan historias y principios que tal y como empiezan se borran para siempre.

La m谩quina que le proporcionaba la vida a la joven comenz贸 a pitar. El joven que estaba a su lado se despert贸 y comenz贸 a gritar pidiendo ayuda. En minutos la habitaci贸n se llen贸 de gente.

La enfermera se alej贸 por el pasillo cabizbaja y triste, desvaneci茅ndose a cada paso que daba.

 

 

 

 

 

 

mi茅rcoles, 16 de noviembre de 2022

SENTENCIA DE MUERTE

 

“El or谩culo pide la muerte de…”

Un silencio sepulcral rein贸 en la sala.

Un hombre y una mujer aguardaban el veredicto. Las manos atadas a la espalda.  Impert茅rritos esperaban a que dijeran su nombre y la muerte les llegara.

Un hombre alto, delgado, con el cabello muy corto, rubio, casi blanco, vestido con una t煤nica blanca, en se帽al de la pureza de sus actos, hab铆a pronunciado aquellas palabras. Sonre铆a.

脡l era el Vig铆a, el ojo que todo lo ve. 脡l era la voz que habla. 脡l era el dios supremo. El rey de reyes. 脡l era el Or谩culo.  Se regodeaba con el suspense que estaba causando, la intriga, la incertidumbre, la paranoica que causaba en la mente de aquel hombre y a aquella mujer esperando que su nombre no fuera pronunciado. En verdad, disfrutaba cada segundo de aquel teatro que 茅l solo hab铆a montado.

Los dos eran culpables de enturbiar la pacifica vida de los habitantes de aquel peque帽o pueblo aislado de todo y de todos, aislado del resto del mundo. Ninguna informaci贸n del exterior era compartida con sus s煤bditos, porque la ignorancia los hac铆a borregos, la ignorancia los hac铆a temerosos, la ignorancia le daba poder.

El hombre se hab铆a presentado como representante de una deidad, un 煤nico dios todopoderoso, con el poder de otorgar la inmortalidad a las almas que cre铆an en 茅l y el fuego eterno del infierno a los que lo renegasen.  

Hab铆a creado un gran revuelo en el pueblo. Incluso algunos tuvieron la osad铆a de alzarse en su contra, alzarse contra el Or谩culo.

Ella hab铆a llegado en un carro de hierro. Con vestimentas inapropiadas para el cuerpo de una mujer. Enviada por las fuerzas del mal, lo hab铆a seducido primero, para luego intentar matarlo.

Los dos merec铆an morir. Pero la decisi贸n estaba tomada.

Se acerc贸 a ellos. Caminaba despacio. Tom谩ndose su tiempo. Sin dejar de sonre铆r. Estaba claro que estaba disfrutando con todo aquello.

Estaba tan cerca de ellos que pod铆a oler el sudor que ba帽aba los cuerpos de aquellos infelices, esperando su sentencia de muerte.

La mujer mir贸 al hombre que estaba a su derecha. 脡l tambi茅n la mir贸.

Un casi imperceptible movimiento de cabeza de ella le indic贸 que era la hora.  

Hab铆an logrado aflojar las cuerdas que ataban sus manos.

En un r谩pido movimiento se abalanzaron sobre el or谩culo que hab铆a sido lo suficientemente incauto como para creer que estaba libre de peligro y hab铆a prescindido de su habitual escolta.

Los prisioneros trajeron la muerte del or谩culo.

 

 

lunes, 14 de noviembre de 2022

EL DIABLO SIEMPRE GANA

 

Un ruido lo despert贸. Mir贸 el reloj. Marcaba las3:33. Sab铆a lo que significaba a ello. La mujer que estaba a su lado se movi贸. Esperaba que no se despertara. No lo hizo. Se gir贸 y sigui贸 durmiendo. Mejor as铆. No quer铆a que viera lo que iba a suceder. Es m谩s, sab铆a que ella estaba relacionada con EL visitante.

Todo hab铆a comenzado tiempo atr谩s. Ni en un mill贸n de a帽os habr铆a podido imaginar todo lo que se pod铆a encontrar en internet. Desde hechizos de amor, pasando por c贸mo matar a una persona, hasta c贸mo hacer un pacto con el DIABLO 脡l hizo esto 煤ltimo.

Sigui贸 todos los pasos. Se situ贸 frente al espejo del ba帽o. Se rode贸 de 13 velas negras. Recit贸 una oraci贸n. Eligi贸 la hora se帽alada. Las 3:33 ni un minuto m谩s ni uno menos. Y pidi贸 un deseo. Casi todos los mortales pedir铆an riquezas al diablo, pero 茅l no, 茅l quer铆a la inmortalidad.

Dos semanas despu茅s son贸 el timbre de la puerta. Como no pod铆a ser de otra manera a las 3:33.

La abri贸. Frente a 茅l hab铆a un hombre. Estaba pulcramente vestido. Llevaba un traje negro, camisa blanca y una corbata granate. Su pelo canoso le llegaba hasta los hombros. Perfectamente peinado, perfectamente cortado. Agarraba un malet铆n negro con su mano derecha. Le sonri贸. Su sonrisa le mostr贸 unos dientes perfectamente alineados, blancos como la nieve. La imaginaci贸n no SIEMPRE acierta.

Le hizo pasar hasta el sal贸n. Se sent贸 en su sof谩. Le ofreci贸 algo de beber que el hombre rechaz贸 amablemente. Sin m谩s pre谩mbulos fue al grano. Ten铆a prisa, le dijo. Todav铆a ten铆a que visitar a m谩s clientes.

Ante los ojos temerosos del hombre abri贸 el malet铆n. Sac贸 una hoja de papel y un bol铆grafo. Los puso sobre la mesa y le dijo que firmara.

Armando ley贸 el documento. Su cara demud贸 de color con cada palabra que le铆a. Ten铆a que entregarle un alma al mes. Mir贸 al diablo a los ojos. Vio reflejado en ellos el placer que le causaba todo aquello. 脡l estaba terriblemente asustado.

-No puedo hacer lo que me pide –le dijo en un hilo de voz.

El hombre recogi贸 el papel y el bol铆grafo lo guard贸 en el malet铆n y se levant贸 con la intenci贸n de marcharse.

- ¡Espere! –le grit贸.

El diablo se detuvo a pocos metros de la puerta.

- ¡Lo har茅!

Firm贸 el documento.

Durante los siguientes a帽os todo hab铆a ido bien. Hab铆a cumplido, a rajatabla, lo estipulado en el contrato.

Un d铆a conoci贸 a una joven. Desde el primer momento en que la vio supo que quer铆a pasar el resto de su vida con ella. O por lo menos los a帽os que pudiera antes de que tanto ella como el resto del mundo se dieran cuenta de que no envejec铆a. Se dieran cuenta de que no pod铆a morir.

Y ahora…. sab铆a que era 茅l. Porque no hab铆a matado a nadie ese mes. Pero el tiempo junto a Elisa pasaba como un suspiro. No quer铆a separarse de ella ni un segundo. Nunca hab铆a sido tan feliz. La hab铆a so帽ado una y mil veces. Y no cej贸 en buscar las letras necesarias que se帽alasen la ruta de su nombre. No par贸 hasta encontrarla.

Era consciente de que no hab铆a cumplido su parte del contrato. Y ahora…. era tarde.

Abri贸 la puerta. Estaba nervioso. Volvi贸 a ver a aquel hombre frente a 茅l.

Sin mediar palabra el diablo entr贸 en su casa.

Fue hasta el sal贸n y se sent贸 en el sof谩 donde lo hab铆a hecho a帽os atr谩s.

Cogi贸 el contrato entre sus manos dispuesto a romperlo.

Armando le grit贸, le suplic贸 que no lo hiciera.

Una voz de mujer lo llam贸 por su nombre desde el piso de arriba.

El diablo levant贸 la mirada. Sonri贸.

-Aun est谩s a tiempo –le dijo sonriendo.

Armando de rodillas le suplic贸 que no podr铆a hacerlo. Ella no. La amaba.

Pero al mirar a los ojos a aquel ser supo que sus plegarias eran en vano.

Comenz贸 a romper el contrato

-¡¡¡Est谩 bien!!! –le grit贸 el hombre

Dirigi贸 sus cansados pasos hasta la cocina.

Cogi贸 el cuchillo m谩s grande que encontr贸.

Subi贸 las escaleras.

El diablo siempre GANA.

 

 

 

 

mi茅rcoles, 9 de noviembre de 2022

TRATAMIENTO MORTAL

 

Sali贸 de su letargo. Abri贸 los ojos. Estaba confusa. Le dol铆a mucho la cabeza y ten铆a la boca muy seca, le costaba tragar saliva. Mir贸 a su alrededor. Estaba en un lugar apenas iluminado. La luz de la calle arrojaba la luz suficiente para darse cuenta de que estaba en una habitaci贸n de hospital. Quiso levantarse. No pudo. Ten铆a las manos y los pies atados a la cama. Quiso gritar. No lo hizo. Respir贸 hondo. Intent贸 calmarse. Se concentr贸 en escuchar alg煤n ruido.  Nada. Estaba sola. Sus ojos se acostumbraron a la poca luz. Se dio cuenta de que ten铆a las mu帽ecas vendadas. Sendas manchas de sangre enturbiaban el blanco de las vendas.  Intent贸 recordar lo que hab铆a pasado. Estaba claro que hab铆a intentado cort谩rselas. Pero no recordaba haberlo hecho.  Nunca har铆a tal cosa. No ten铆a motivos para hacerlo y sin embargo…. ah铆 estaba la evidencia de que lo hab铆a intentado.

Cerr贸 los ojos. Su cerebro estaba inerte, como un amasijo de hierros de un coche tras un accidente. No lograba recordar nada. Aun as铆, no se rendir铆a. Ten铆a una v铆a puesta por la que llegaba el suero a sus venas. Se sent铆a tan cansada…. S贸lo quer铆a recordar.

La puerta se abre. Se hace la dormida. No quiere que sepan que ha despertado. No. Todav铆a no. Necesita recordar. Necesita que su cerebro vuelva a funcionar. Alguien se acerca a su cama. Le llega un olor, el aroma de una colonia. Le resulta familiar…. Una mano le toca la frente. Est谩 fr铆a. Ese aroma…. Unas im谩genes pasan por delante de sus ojos. Ella entra en una perfumer铆a. Escoge una colonia. Sabe que es la preferida de…. ¿de qui茅n?

“Recuerda Elisa, recuerda”. Se dice.

Los pasos se alejan. La puerta se cierra tras ellos.

Entonces los engranajes de su mente empiezan a girar. Sus recuerdos parecen volver poco a poco.

¡Sara! Se llama Sara. Por fin recuerda. Sara su mejor amiga. Trabajan juntas como enfermeras en el hospital. Le hab铆a comprado una colonia por su cumplea帽os. Hac铆a… una semana. S铆. Estaba recordando.

Bien….

Escucha la puerta de su habitaci贸n abrirse. De nuevo pasos acerc谩ndose a su cama.

Y la voz de Sara habl谩ndole.

-Querida qu茅 se siente al estar ah铆. Ahora eres la paciente. Te voy a poner otra bolsa de suero. Esta es la que curar谩 tus heridas para siempre. Porque tus heridas no son f铆sicas, est谩n en el alma. Elisa, siempre fuiste tan correcta, tan moralista. No pod铆a permitir que me delataras, porque estabas a punto de darte cuenta de que yo era la culpable de todas esas muertes. Lo pude ver en tu cara, en c贸mo me miraste cuando anoche fui a tu casa. Vi miedo en tus ojos. No supiste reprimirlo. Pero yo iba preparada. Una botella de vino. Un fuerte sedante. Te bebiste la copa sin rechistar, sin desconfiar. Siempre fuiste tan buena…. Viendo en cada momento el lado bueno de las personas… Lo dem谩s vino solo. La ba帽era. Los cortes en las mu帽ecas. Un suicidio en toda regla. Pero tuvo que llegar tu marido. Pens茅 que estar铆a fuera todo el fin de semana. Pero no, tuvo que volver. Pero logr茅 escapar. 脡l te encontr贸 y ahora nos encontramos en esta situaci贸n. Esta vez no fallar茅.

Los recuerdos volvieron a su memoria a raudales. La llegada de Sara. La botella de vino que se hab铆an bebido. C贸mo comenz贸 a marearse hasta perder el conocimiento. Pero antes….

Hab铆a mandado un correo al director del hospital esa tarde, antes de que Sara llegara a su casa. Sab铆a que lo leer铆a a primera hora de la ma帽ana. Pens贸 en llamarlo, pero todav铆a no ten铆a todas las pruebas para implicarla en las muertes acaecidas en el 煤ltimo mes. Sospechaba que inyectaba insulina en las bolsas del suero. La muerte de los pacientes se produc铆a en horas, en un d铆a a lo mucho.

Elisa sufri贸 el tratamiento mortal. Sara le hab铆a puesto la bolsa de suero letal.

Ya hab铆a amanecido. No sab铆a qu茅 hora era. El tiempo jugaba en su contra.

Sara la arrop贸. Le apart贸 un pelo que le tapaba la cara. Se inclin贸 sobre ella y le susurr贸 al o铆do.

-Descansar谩s eternamente, querida amiga.

Escuch贸 sus pasos alej谩ndose de su cama. Sonaban cada vez m谩s lejanos. Estaba tan cansada. Necesitaba dormir.

Entonces….

La puerta se abri贸 de golpe. La habitaci贸n se llen贸 de gente. El director del hospital hab铆a ido a trabajar antes aquel d铆a. Ten铆a una reuni贸n importante a las 8. Lo primero que hac铆a cada ma帽ana a llegar a su despacho era leer su correo.

 

 

CA脥N

  Su padre lo esperaba envuelto en oscuridad. Cuando Ca铆n regres贸 a casa se llev贸 un susto de muerte al encender la luz de la cocina y ver a...