miércoles, 25 de enero de 2023

EL CÓNCLAVE

 


El cónclave ha comenzado. Los aspirantes a ser el nuevo pontífice residen en la Casa de Santa Marta, una residencia en el propio Vaticano, manteniendo la prohibición de cualquier contacto con el mundo exterior.

Son recluidos en un recinto cerrado, no se les permiten habitaciones individuales ni sirvientes. La comida se les sirve por un ventanuco.

El séptimo día cuando se acercaron a llevarles la ración y nadie se acercó al ventanuco, ni tampoco escucharon voces, ni movimiento alguno dentro de estancia, fue entonces cuando comenzaron a sospechar que algo pasaba. Tras pedir los permisos pertinentes abrieron la puerta.

Boquiabiertos, estupefactos y muertos de miedo se quedaron al ver a aquella joven de unos veinte años, vistiendo un vestido blanco salpicado de sangre que le llegaba hasta los pies descalzos, una larga cabellera negra como la noche más oscura y unos ojos hipnóticos grandes y azules que los miraba fijamente mientras esbozaba una sonrisa siniestra. Llevaba un hacha en la mano.

Estaba parada inmóvil en medio de un gran charco de sangre y rodeada de las cabezas de los aspirantes papales.

Dos hombres de seguridad irrumpieron en el recinto. Comenzaron a dispararle hasta que no quedó ninguna bala en sus pistolas.

La joven cayó al suelo.

Escucharon unos gemidos. Había un hombre vivo. El favorito para el puesto.

En ese momento la puerta se cerró con gran estrépito tras ellos. Las cortinas se corrieron y las luces se apagaron. Se hizo la oscuridad total.

Comenzaron a gritar asustados. Entonces…

La temperatura comenzó a subir. Los hombres comenzaron a sudar copiosamente.

La joven que finge morir para seguir matando se levantó bajo la mirada atónita de los presentes.

Surgió una llamarada de la nada y de ella apareció un ente, un demonio, que todos reconocieron de inmediato: Satán.

La joven lo miró con ternura mientras le ofrecía el hacha.

—Te cedo el honor papá, de matar al próximo papa

 

 

 

 

 


miércoles, 18 de enero de 2023

HOSPITAL SANT MARIE

 

HOSPITAL PSIQUIÁTRICO

SANT MARIE

 

 

 

 

 

Querido Coronel Marlowich:

 

Le he enviado a lo largo de estos últimos meses varias misivas de las que no he recibido respuesta. Espero que tal retraso se deba a la guerra que estamos viviendo y que usted, como un hombre de honor que es, está librando en ella en nombre de su país.

Su querida y apreciada hermana Madeleine ha sufrido una gran recaída en los últimos meses. Su estado anímico y físico se han deteriorado considerablemente. Se niega a salir de su habitación y a tomar tomo alimento sólido y líquido que le proporcionamos.

Pensamos que tal eventualidad se debe a su ausencia. El lazo fraternal que los une siempre fue rígido y sólido y su falta ha calado en ella de tal manera que sus ganas de vivir se van mermando cada día que pasa.

Su hermana siempre fue una mujer de carácter, dotada de gran carisma y apreciada por los demás pacientes del hospital. El hecho de que no haya salido en semanas de su habitación ha hecho mella en los ánimos de los demás internos. Hemos sufrido varios altercados y reacciones hostiles culpándonos, a mí y a todo el personal que trabaja aquí, de su situación.

La noticia de su fallecimiento supuso una gran tragedia para nosotros. Debo confesarle que hemos enterrado tu cuerpo en el cementerio que hay detrás del hospital, una noche fría y lluviosa con la presencia de un servidor como director de este hospital, el médico que certificó su muerte y una enfermera que había trabado una gran amistad con su querida hermana.

Ahora nos encontramos en la peor situación que cualquier persona puede vivir. Encerrados en el sótano del hospital nos encontramos todo el personal.

Madeleine no había muerto. Ha sido la actuación crucial de uno de los pacientes, Alan Valdomir, un joven médico que, tras una negligencia con un paciente su padre optó por encerrarlo tras estos muros, fue el que observó desde la ventana de su habitación la comitiva funeraria de tres aquella noche. Cuatro contando con su hermana.

Esperó pacientemente a que finalizara el sepelio y a continuación desenterró lo enterrado. La catalepsia de Madeleine trajo la muerte que nos acecha desde entonces.

No sé el tiempo que podremos sobrevivir en este angosto, húmedo y frío sótano, sin comida y bebida salvo por las ratas que viven aquí y el agua fétida que discurre entre por el suelo.

Le imploro clemencia si lee esta carta. Necesitamos ayuda urgente.

 

 

 

 SALVADOR CROWN

Director

 

 

 

miércoles, 11 de enero de 2023

TRAS LA SOMBRA

 

—¿Dónde está el Príncipe? –le preguntó un demonio en tono apremiante a un subordinado que acababa de entrar en su despacho.

—Todavía no volvió jefe –le dijo con cara de consternación.

—¿En serio? –respondió el jefe sin poder creer lo que le estaba diciendo – ¿crees que debemos preocuparnos por su tardanza?

A lo que el otro le respondió mientras tomaba asiento frente al jefe.

—Resistir, resistiremos algún tiempo más, pero en los niveles más bajos empiezan a cuestionarse su regreso y estoy más que seguro que están elaborando un plan para hacerse con el control de los niveles superiores. Ya sabe a lo que me refiero…

—Lo sé, lo sé –le dijo el otro moviendo la cabeza preocupado- Irán tomando los niveles convenciendo a su paso a la escoria que los habita hasta crear un ejército lo suficientemente numeroso para alzarse contra nosotros.

—Sí, jefe, así es –le respondió su subordinado

—Sabemos si ha cambiado de lugar o ¿sigue en el mismo sitio?

—Sigue ahí, jefe, no sabemos muy bien por qué Satanás visitó la ciudad de los umbrales.

—¿Quieres que te lo diga? –le espetó su jefe que sin esperar respuesta continuó- Está obsesionado por encontrar la sombra.

—¿La sombra? ¿Qué sombra? –le preguntó asombrado el otro.

—¿Cuál va a ser pedazo de carne con patas? –le respondió malhumorado por las pocas luces que tenía aquel demonio- La suya.

—No sabía que la había perdido –le dijo el otro pensativo

—Así es. Un buen día se largó. Según me contó le dijo que estaba harta de él, más bien de su cambio de actitud, que ya no era tan malo como lo pintaban, se estaba volviendo vago, no dejaba el infierno para nada, todo el día sentado viendo pasar la eternidad en vez de salir al mundo de los vivos y provocar catástrofes

—¿De verdad? Eso es injusto, ¿no le parece? Él no tiene que salir, para eso estamos nosotros

—Pero hay más amigo mío. Escucha atentamente –y se acercó a él como si le fuera a contar un secreto, el subordinado hizo lo mismo y sus cuernos quedaron a pocos centímetros los unos de los otros- Le llamó gordo y que ella no podía permitirse que la vieran por ahí con esos kilos de más.

Estuvieron un rato en silencio mirándose el uno al otro agarrándose el vientre para no reírse, pero sin mucho resultado, las carcajadas, sonoras, estridentes y terroríficas se escucharon en varios kilómetros a la redonda, haciendo que un montón de curiosos se acercaran a ver qué pasaba.

—Así que su sombra se fue en busca de aventuras y qué mejor lugar que ese, habitado por las almas más oscuras que hay sobre la faz de la tierra –sentenció el jefe.

 


miércoles, 4 de enero de 2023

TORMENTO

 

Tormento se cansó del chantaje.

Cuando se despertó la habitación estaba en penumbra. El despertador que había sobre su mesilla de noche marcaba las tres de la madrugada. Giró la cabeza hacia el otro lado de la cama, pero el dolor que sintió al hacerlo le arrancó un grito lastimero y unas lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas. Optó por alargar su mano izquierda. No le dolió al hacerlo. Comprobó que ese lado de la cama estaba vacío. Mejor así, pensó. Se levantó con gran esfuerzo y arrastrando los pies logró llegar al baño.  El espejo situado sobre el lavabo, le devolvió el reflejo de ella misma. No se reconocía. Tenía un ojo amoratado, cerrado en su totalidad. La cara hinchada, moretones en el cuello como si alguien hubiese intentando estrangularla. Le faltaba un par de dientes y sospechaba que tenía la nariz rota. Aquel rostro que veía en el espejo no era el de ella. No podía serlo. No reconocía a aquella mujer que la estaba mirando.

Le dolía todo el cuerpo, pero lo peor no era el dolor físico sino el dolor del alma.  Para el dolor físico que la atormentaba se tomó un par de analgésicos. El dolor del alma sería más difícil de curar, no había pastillas para calmarlo.

El baño comenzó a girar a su alrededor. Despacio y con gran esfuerzo apoyó su espalda en la puerta. Lloró. Lloró como no lo había hecho nunca. Esta vez su marido se había lucido de lo lindo.

Gritó.  Fue grito desgarrador, desesperado, terrorífico.

No se sintió mejor al hacerlo.

Cerró los ojos.

Escuchó una voz. La reconoció al momento. Era la suya. Alzó la mirada y se vio. Allí plantada delante de ella estaba otro yo mirándola fijamente. Había desafío en sus ojos, determinación y coraje, algo que hacía tiempo que no sentía.

- ¡Mírame! –le instó- soy tus emociones. Soy el miedo, el asco, la ansiedad, la culpa, la ira, la tristeza. Llámame tormento. Vengo a ayudarte.

Lo que ocurrió a continuación lo recordaba de forma distorsionada. Recordaba que había escuchado abrirse la puerta de la calle. Luego unos pasos que conocía muy bien, acercándose a la cocina. Ella estaba allí tras la puerta. No recordaba cómo había llegado. Pero allí estaba esperándolo, conteniendo el aliento a cada paso que él daba, para no ser descubierta. Recordaba tener algo en la mano. Un cuchillo.

Su marido entró tambaleándose. Había estado bebiendo.  Fue directo a la nevera. Ella se situó detrás de él.

Pronunció su nombre. Él se giró sobresaltado. La hacía en la cama. No esperaba que estuviera levantada esperándolo. Todo un detalle por su parte, nada mejor que una buena paliza para doblegar a las mujeres, pensó. Sonreía cuando se giró. Al hacerlo sintió un dolor punzante y frío en el abdomen. Miró lo que le había pasado y vio sangre, mucha sangre traspasando su camiseta blanca. Levantó la mirada. Ya no sonreía. Su mirada rabiosa se clavó en la de ella. Ahora era ella la que estaba sonriendo.  Antes de desplomarse agarró con furia a su mujer. Intentó pegarle, pero las fuerzas le abandonaron y se desplomó sobre el frío suelo de la cocina.

 

 

 

miércoles, 28 de diciembre de 2022

ELMUNDO SE EXTINGUIRA A LAS 12

 

Se despertó sobresaltado. Había tenido una pesadilla. Se ahogaba, no podía respirar. El terror y el pánico más absoluto se habían adueñado de él. Entonces…. Abrió los ojos. Pero no lograba ver nada. A su alrededor todo era oscuridad. Mirara hacia donde mirara, no había ni un resquicio de luz que iluminara la penumbra en la que se encontraba. Inhaló una bocanada de aire que llenó sus pulmones exhalándola después. Volvió a repetir lo mismo varias veces. El poder respirar era en gran medida un alivio, pero aquella negrura que lo envolvía no ayudaba a que pudiera relajarse totalmente.

La sensación de ahogo volvió con más intensidad a cada segundo que pasaba. Sentía que su movilidad estaba bastante reducida. Podía mover los brazos y piernas ligeramente. Ahora bien, si las levantaba se topaba con algo sólido que no le permitía alzarlas por completo. También intentó incorporarse. La primera vez se llevó un buen golpe en la cabeza, debido al impacto sentía un gran dolor en la cabeza. Se tocó el sitio dañado y vio que le había salido un bulto del tamaño de un huevo de codorniz.  Varias ideas cruzaron su mente. Pero sólo pilló una al vuelo. La que se repetía más veces. Quizá la menos adecuada en su situación. Pero la que más veracidad podía tener teniendo la situación en la que se encontraba. Lo habían enterrado vivo. ¿Pero cómo era posible sentir dolor y miedo si estaba muerto?

—¿Hola?

Contuvo la respiración durante un instante. Le pareció que alguien le hablaba. ¿No estaba solo? ¿A cuántos más los habían enterrado con vida a su lado? Tal vez aquella voz estuviera en su cabeza. Tal vez se estaba volviendo loco. Tal vez….

—¿Estás bien?

Otra vez aquella voz. No sonaba muy lejos. No a su lado, pero sí muy cerca. Decidió responderle.

—Hola…. Estoy bien, o eso creo. ¿Dónde estoy? –le preguntó con un deje de miedo en su voz.

—Escucha –le respondió- impúlsate con los pies para subir.

—Cómo?

—Sólo tienes que dar un salto y podré verte. Hazme caso sé de lo que hablo –le dijo el desconocido.

«Dar un salto, pensó David».  ¿Podría hacerlo? Lo intentaría. Por intentarlo que no quedara.

Dobló las rodillas y se impulsó. Al hacerlo sintió como si fuera un cohete propulsado hacia el espacio. Pero su viaje terminó en la rama de un árbol.

Sintió como sus pulmones se llenaban de aire puro. La claridad le hizo entornar los ojos. Volvió a escuchar la voz.

—Tranquilo te irás adaptando poco a poco a la luz –le decía- por cierto, me llamo Antonio.

Tardó unos minutos en que su visión se adaptara a tanta luz. Cuando lo hizo vio cientos, quizá miles de árboles que se levantaban majestuosos delante de sus ojos formando un inmenso bosque del que no se veía el final. Giró la cabeza en la dirección de donde provenía aquella voz desconocida. Vio a un muchacho de unos veinte años vestido con vaqueros rotos y una camiseta negra con el logotipo de una conocida banda de rock. Lo miraba fijamente, sonriendo. Hasta ahí todo bien. Pero lo que no encajaba era que aquel muchacho estaba sentado sobre la rama de un árbol. Se asustó. Pero pronto fue consciente de su situación. El también estaba encaramado en la rama de un árbol. Otro árbol.

Gritó. Un grito desgarrador salió de lo más profundo de su garganta.

—Tranquilo –le dijo el muchacho en un tono sosegado y amable- no te vas a caer. Estás a salvo. Ahora perteneces al árbol.

—Pero… qué estás diciendo? ¿Que yo soy un árbol?

—Algo así –le respondió.

Aquello era una locura. Estaba soñando. No podía ser de otra manera. Aquello era una terrible pesadilla, no le cabía la menor duda. Se tocaba y era aire. La nada había adquirido la forma de su cuerpo. Era un fantasma. Tenía que ser eso. Se tocó la cabeza. El chichón seguía allí. Era de locos.

—Tengo que salir de aquí –le dijo al joven

Intentó descender por la rama para llegar al suelo. Estaba muy alto. Era consciente de que si se caía se mataría. Pero….

—Si te caes no te matarás –le dijo el joven como si le hubiera leído el pensamiento- no puedes volver a morir. Las ramas te recogerán antes de que caigas al suelo. Todo eso ya lo hice yo. Intenté huir como quieres hacerlo tú ahora. Puedes intentarlo, eres libre de hacerlo, pero no lo conseguirás nunca.

—Entonces… [estaré en este árbol para siempre? –le preguntó David asustado y desconcertado.

—Bueno hay una manera de quedar libre.

—Cuál? –le preguntó David deseoso de conocer la respuesta para poder ponerla en práctica cuanto antes.

—La muerte del árbol.

David no podía creer lo que le acababa de decir. El árbol se tenía que morir para que quedara libre. Aquello tenía que ser una broma. Porque cómo podría morirse un árbol. Se le ocurrieron algunas opciones, que lo talaran, un incendio, que lo partiera un rayo, una plaga….

—Sí, colega, un poco difícil pero no imposible –le dijo Antonio al ver la cara de incredulidad de su nuevo vecino.

—Y… ¿Cómo llegué aquí? 

—Eso sí que te lo puedo decir. Te has suicidado.

David no entendía nada. No recordaba nada. Antonio siguió hablando.

—Cuando te quitas de en medio tu alma es absorbida por un árbol, donde se supone que purgas el pecado de acabar con tu vida. Yo llevo aquí cinco años. Me maté cuando tenía veinte. Era un drogadicto. Siempre me metía en problemas. Lo perdí todo. Así que decidí desaparecer. Fue fácil. Me inyecté una dosis letal y cuando desperté me encontré en esta mierda de lugar.  Tuve una compañera. Fíjate en lo que queda del árbol a mi derecha. Está seco. Creo que le entró una plaga o algo así. La tía que vivía en ahí quedó libre. Fue ella quien me contó todo esto y a ella se lo contó otra persona y así sucesivamente. La tía llevaba aquí veinte años. ¿Te imaginas?  ¡Veinte años! A dónde fue. Ni idea colega, pero ya no está. Recordarás lo que te pasó con el tiempo cuando estés más tranquilo. Bueno y dónde estamos, pues no lo sé. Podremos estar cerca de casa como al otro lado del mundo. Vete tú a saber.

Todo era muy raro. Se había suicidado. Había acabado en un árbol del que sólo podría salir si se moría. Definitivamente tenía que estar soñando. Aquello superaba cualquier película de terror que hubiera visto.

Antonio hizo un comentario. Luego se recostó sobre la rama y cerró los ojos como si fuera a echarse una siesta. David lo agradeció. No le caía mal el chaval. Le gustaba no estar solo. Pero tenía que pensar detenidamente en todo aquello.

—Qué has dicho? –le preguntó

—El mundo se acaba colega, tarde o temprano, es un hecho –le dijo Antonio antes de quedarse dormido.

Todo cobró sentido en ese momento para David. Comenzó a recordar.

Se vio con el móvil en la mano enviando un mensaje a su grupo de amigos, al grupo de sus compañeros de trabajo y al grupo que tenía con la familia. El mensaje le vino claro a la mente EL MUNDO SE EXTINGUIRA A LAS 12. Lo envió minutos antes de la hora señalada.

Luego…. Una bañera, su bañera llena de agua caliente. Y sangre, mucha sangre. El agua se había teñido de rojo en pocos minutos. Se había cortado la yugular. Su mundo explotó. Se extinguió.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 21 de diciembre de 2022

AJUSTE DE CUENTAS

 

Se embriagó de maldad porque su sed de venganza estaba sedienta de odio.

Para comenzar a narrar los hechos quiero que conozcáis (lo que todavía no lo habéis hecho) y recordad (para los que ya la conocíais) una cita de Charles Baudelaire que dice así: «El odio es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida» y podría jurar, sin perder una parte de mi cuerpo que, en el momento en que a este gran poeta se le ocurrió esa frase, estaba viendo a un hombre ante una mesa de madera ajada por el paso de los años y los clientes que en ella habían apoyado sus cansados codos mientras esperaban que le sirvieran una jarra del vino, un hombre escondido entre las sombras queriendo pasar desapercibido para el resto de la clientela que en esos momentos brindaban por la llegada de la Navidad.

Ese hombre más bien corpulento, vestía ropas que alguna vez fueron nuevas y que ahora presentaban un aspecto desgastado por el uso y los lavados llegando a perder su color original. Muchos años sin renovar el armario, es lo que tiene vivir en la cárcel.

Nadie le prestaba atención. Solo una cucaracha en busca de algún alimento que llevarse a la boca, paseaba por la mesa con una tranquilidad pasmosa sabiendo que era ignorada por todos incluido aquel hombre.

Si le preguntásemos a la susodicha algún aspecto que destacar sobre aquel individuo, no me cabría la menos duda que lo primero de lo que nos hablaría sería de su mirada. Una mirada cargada de odio, rencor e ira. Y lo segundo que sus ojos estaban puestos en un hombre que junto a la barra había invitado a todos los allí congregados al mejor whisky que el dueño de lo local les pudiera ofrecer. Dicho hombre desentonaba con el resto del personal. Vestía un traje caro, zapatos relucientes de piel y de su bolsillo había sacado una cartera repleta de billetes de los grandes, sin temor alguno que algún amigo de lo ajeno quisiera hacerse con ellos, porque aquel hombre era el dueño del pueblo, todos los allí presentes trabajaban para él. Y como bien decían las abuelas en su infinita sabiduría «nunca muerdas la mano que te da de comer»

Volvamos al hombre agazapado entre las sombras. El de la mirada de odio que bebía solo en un rincón y que al parecer aquella celebración le traía sin cuidado.

Desde los inicios de los tiempos las rencillas entre hermanos existen. No se olviden de Caín y Abel, tal vez la primera trifulca de este tipo conocida. Pues bien, el hombre amparado por las sombras se llama José y es hermano de Juan, el hombre del traje caro y cartera llena.

Hubo un tiempo, cuando todavía eran pequeños, en que se toleraban. Si bien el carácter reservado e introspectivo de José, el pequeño, siempre fue motivo de burlas por parte de su hermano y sus amigos. Juan siempre conseguía el beneplácito de su padre para todo, como hermano mayor y el que a la muerte del viejo tomaría el mando de la empresa. Eso no molestaba a José ni mucho tiempo, al contrario, que su padre no le prestara tanta atención le gustaba porque le permitía hacer lo que más le gustaba, leer y escribir historias de ciencia ficción.

Ni que decir tiene que mientras José era un alumno aventajado, Juan era la pesadilla de los profesores por sus numerosas trastadas y malas notas. Pero siendo hijo de quien era al final de curso siempre conseguía el aprobado en todas las asignaturas.

El tiempo fue pasando y las rencillas entre ellos iban en aumento. José fue a la universidad y Juan se quedó en el pueblo junto a su padre en la fábrica, malgastando el dinero en alcohol y fiestas.

Una noche en que José volvió a casa para pasar las navidades, Juan había bebido demasiado. José le quitó las llaves del coche y se puso delante del volante. Querían ir a una discoteca de moda al pueblo más próximo que distaba unos treinta kilómetros. Por el camino Juan no paraba de insultarlo, de hostigarlo y humillarlo llegando a darles golpes reiterados en los brazos y en la cabeza, incluso más de una vez se había hecho con el volante haciendo que el coche zigzagueara por la carretera. En una de esas alocadas maniobras perdieron el control. Algo golpeó el coche.

Días después José se despertó en el hospital, había estado. Habían atropellado a una joven del pueblo. Murió a causa de las heridas en la ambulancia de camino al hospital. Juan que había salido ileso salvo por algunos rasguños, culpó a su hermano del atropello. A José le cayeron cinco años de cárcel.

Había salido aquella tarde. Nadie lo sabía. Su padre había muerto hacía un año. No tenía, salvo a su hermano, a nadie a quien contárselo.

Tras más de tres horas observando el comportamiento de su hermano, entró en acción. Juan había salido a tomar un poco el aire. Su borrachera era más que evidente. Tambaleándose salió por la puerta de atrás del bar. Nadie lo acompañó, ni nadie lo echaría en falta durante algún tiempo. Seguramente hasta que cerrara el bar y tuviera que abonar la cuenta.

José salió tras él. Juan estaba vomitando entre unos cubos de basura. Se acercó a él. Juan lo miró. Nada en su comportamiento indicó que lo hubiera reconocido. Tal vez la causa podría ser por la espesa barba y el pelo rapado al cero que presentaba el individuo que lo estaba mirando fijamente.

José se ofreció a llevarlo a su casa.

Juan rehusó en un primer momento, alegando que tenía el coche cerca y que no necesitaba ayuda.

Pero al comenzar a caminar y ver que no se tenía en pie le lanzó las llaves a aquel desconocido, del cual no desconfiaba. Sabía el poder que tenía en el pueblo y que gozaba del respeto de todos, así que, no tenía nada por lo que preocuparse y mucho menos desconfiar.

José lo ayudó a subir, luego se colocó tras el volante y comenzó a conducir.

Juan se quedó dormido.

El coche se paró. Juan abrió los ojos. Estaba somnoliento. Se dispuso a bajar. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no estaba en su casa, ni siquiera en el pueblo. Estaba en un mirador, alejado de todo y de todos, que conocía muy bien por sus innumerables noches de juerga.

—Mírame –le instó José- ¿No me reconoces?

Juan entrecerró los ojos en un intento de centrar la mirada y enfocarlo bien. Todo giraba a su alrededor.

Tardó unos minutos en darse cuenta de quién era aquel hombre.

- ¿Tú? –le preguntó atónito- ¿No estabas en la cárcel?

-He salido esta mañana, dos años antes por buena conducta –le respondió.

El silencio cayó sobre ellos como una gran losa.

Juan intentó coger desprevenido a José y se abalanzó sobre él llevando sus manos al cuello. Pero su hermano pequeño fue más rápido y lo apartó propinándole un golpe en la cara. El otro comenzó a sangrar por la nariz rota.

José sacó el freno de mano y se bajó del coche que comenzó a descender por el camino de tierra a gran velocidad. Mientras en su interior Juan intentaba abrir la puerta.

No lo consiguió.

El coche se precipitó por el acantilado.

 

 

miércoles, 14 de diciembre de 2022

UN DEMONIO ME CUIDA

 

—¿De verdad que no me vas a hacer daño?

Elisa que pasaba delante de la habitación de su sobrino, lo escuchó hablar.

—¿Estás bien cariño? –le preguntó mientras abría la puerta

Mario estaba sentado en la cama.

—¿Con quién hablabas? –le preguntó su tía.

El niño movió la cabeza de un lado a otro, se metió bajo las mantas y cerró los ojos. Ella le dio un beso de buenas noches y salió de la habitación.

Elisa se había hecho cargo del niño, hacía un par de meses tras la muerte de su hermana y su cuñado. Tenía tan solo seis años.

El padre del niño había llegado un día borracho a casa y había matado a la mujer. Mario había sido testigo de la brutal paliza que le había costado la vida a su madre y también había sido testigo del suicidio de su padre.

No hablaba. Se había convertido en un niño introvertido, solitario. No tenía amigos en el colegio. Las únicas veces que lo había escuchado hablar era cuando estaba solo, como en aquella ocasión.

Lo había comentado con su marido y con el pediatra. Llegando a la conclusión de que un amigo invisible le haría más bien que mal. Así que no le dio mayor importancia ni aquella vez, ni las veces posteriores.

Hasta que un día al entrar a limpiar su habitación encontró un par de dibujos colgados en la pared.

Cada día había alguno nuevo.

En todos aparecía siempre la misma figura.

Un ente, un demonio terrorífico, muy alto y extremadamente delgado, provisto de dientes afilados, dedos largos y esqueléticos que presentaban unas uñas en forma de garras.

En los primeros dibujos aparecía solo aquel monstruo.

Luego el niño se dibujaba junto a él. De pie unas veces cogidos de la mano, otras sentados en el suelo, jugando con sus coches de carreras o dibujando. En la bañera frotándole la espalda con la esponja, en la cocina añadiéndole leche a su tazón de cereales. En la cama junto a él abrazándolo.

En ningún dibujo aparecía nadie más.

Sólo ellos dos.

Su tía se preocupó seriamente al ver aquellos dibujos.

El niño dibujó la bestia que destrozó la realidad de lo que había conocido hasta entonces, sumergiéndolo en una nueva.

Un día tras merendar el niño fue a su habitación a jugar.

Ella esperó a que cerrara la puerta. Sigilosamente se colocó tras ella y escuchó.

Mario hablaba sin parar, sobre el colegio, los compañeros de clase, sus profesores….

En un principio sólo lo escuchaba a él y algo parecido a un gruñido. Hasta que aquellos gruñidos se convirtieron en palabras.

Reconoció aquella voz.

Sus piernas comenzaron a temblarle de miedo, de terror, de pánico. Se sentó en el suelo y rompió a llorar.

—Tu tía está detrás de la puerta –escuchó que le decía aquella voz al niño- ¿quieres que me encargue de ella?

—No, papá, es buena conmigo. Sigamos jugando.

 

 

 

 

 

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...