lunes, 10 de octubre de 2022

MI QUERIDA LUNA

 


Mi querida Luna:

Recuerdo la primera que vez que nos vimos. Yo buscaba una mascota y tú un hogar. Me olisqueaste y me lamiste una mano cuando me acerqué a ti para acariciarte.

Me escogiste como tu dueño. Yo acepté tu decisión.

Empecé a quererte sin querer.

La policía andaba tras mi pista. Un pequeño error podía costarme vivir entre rejas el resto de mi vida. Me vi en la imperiosa necesidad de huir de la ciudad, con solo lo puesto y una pequeña maleta hecha a toda prisa. Cogí el primer avión y aterricé al otro lado del mundo. Encontré una bonita casa. Nadie conocía mi tortuoso pasado. Me sentía a salvo. Pero me faltaba algo. Me fijé que todos tenían perros con los que pasear y entablar conversación con los vecinos. Lo vi necesario para que te invitaran a sus barbacoas, cumpleaños y demás eventos vecinales.  Por eso acudía allí. Buscando sin saber muy bien qué. Pensé en un perro grande, pero entonces apareciste tú, tan pequeña, tan frágil….

Conseguí esa vida que tanto anhelaba. Gracias a ti acudía a un centenar de barbacoas, cumpleaños e incluso me invitaron a una boda. Me llevaba bien con los vecinos. Venían a mi casa y yo a la de ellos. Dejé de matar. Ya no sentía esa necesidad carcomiéndome por dentro. Por primera vez desde que tengo uso de razón fui feliz, una persona integrada en la sociedad. Un trabajo, una casa, una vida normal y una mascota.

Ahora sin ti, las cosas han cambiado.

Todo comenzó cuando llegó un nuevo vecino a la casa al lado de la nuestra. Un viejo gruñón y amargado que todo le molestaba. Vivía solo.  Un día te escapaste persiguiendo un gato. Entraste en su jardín. Él hacía semanas que venía quejándose de tus ladridos. El caso es que ladrabas de día, por las noches jamás lo hacías.

Te busqué desesperadamente. Siempre regresabas a casa. Pero esa vez no lo hiciste.

El segundo día de tu búsqueda, recuerdo que el viejo se sentó en el porche de su casa. En esos momentos pasaba por delante de su casa. Recuerdo ver como encendía su pipa tranquilamente y me preguntó dónde estaba “mi maldita perra”.

Me paré delante de él. Lo miré fijamente a los ojos. Su manera de moverse en la silla me indicó que estaba nervioso. Tenía las botas sucias y en sus manos quedaban restos de tierra que no había logrado quitar al lavarlas. Me acerqué a él. Le expliqué mi situación.  Mi otro yo, el que había logrado calmar durante los años que estuviste a mi lado, regresó. Comencé a notar como tomaba posesión de mi cuerpo. Aun así, mantuve la calma hasta el final. Me invitó a una cerveza. Acepté. Entró en la casa para ir a buscarla a la nevera. Entré tras él. Estaba anocheciendo. La calle estaba desierta en esos momentos.

En el barrio se busca a mi perra. Sé dónde está. Enterrada en el jardín de mi vecino.

En el barrio se busca a mi vecino. Sé dónde está. Enterrado en su jardín muy cerca de mi perra.

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 5 de octubre de 2022

SUENAN LAS CAMPANAS DEL INFIERNO

 

- ¡Sois una panda de pecadores! ¡Me avergüenzo de vosotros! Vuestras almas impuras están cargadas de odio, maldad y rencor, dispuestas a hacer cualquier cosa para alimentar vuestro ego. No tenéis fe. No sois merecedores del perdón de Dios. El mismísimo diablo habita en vosotros.

Hizo una pausa, miró uno a uno a los hombres, mujeres y niños que lo miraban atentamente. Vio el desconcierto en sus miradas, respiró hondo y continuó:

-Hoy suenan por ti las campanas del infierno, por ti, por ti y por ti también, por todos vosotros –decía el sacerdote en el sermón dominical mientras iba señalando con el dedo a cada vecino del pueblo que ese domingo, como todos, se habían acercado a la iglesia de San Miguel.

Las campanas de la iglesia comenzaron a sonar. Con cada toque, los presentes podían sentir el miedo extendiéndose en su interior. Serpientes reptando en sus entrañas. Raíces de un árbol bifurcándose hasta el rincón más inhóspito de sus cuerpos.

En uno de los bancos una niña pequeña se agarró con fuerza al cuello de su madre. Estaba muerta de miedo ante las palabras de aquel hombre vestido de negro. Los otros niños comenzaron a llorar. Pedían a sus padres, entre sollozos, que se fueran de allí. Estaban aterrados.

Los demás feligreses, sin dar crédito a lo que estaban escuchando, observaban al sacerdote con miradas cargadas de terror y desconcierto ante lo que estaban escuchando. El padre Matías siempre había sido muy amable con todos. Un hombre humilde, generoso, cordial. No entendían aquel cambio que se había producido en él.

El sacerdote impasible siguió hablando.

- ¡He tenido una revelación! Dios me ha hablado. –Alzó sus brazos y dirigió su mirada al techo de la iglesia- Debéis expiar vuestros pecados. Hacer un sacrificio para ganar el perdón. El fin ha llegado. Si no lo hacéis vuestras almas arderán eternamente en el infierno.

Fuera, la presencia de una grandes y oscuras nubes amenazaban con eclipsar el día soleado y caluroso con el que se habían levantado. Gotas de agua comenzaron a chocar contra las cristaleras de la iglesia.

Los presentes miraron hacia el exterior estupefactos. Hacía más de tres meses que no llovía.

El sacerdote alzó la voz. Cada vez más enfadado.

-Quiero que los niños se acerquen a mí. ¡Que suban! - les gritó.

Los niños comenzaron a llorar y a gritar. Ninguno quería dejar a sus padres. Ninguno quería subir.

Entonces aquellas gotas de agua que, hasta ese momento, caían delicadamente contra los cristales se convirtieron en grandes bolas de granizo del tamaño de pelotas de golf, con tal fuerza que algunos cristales se rompieron con el impacto. El ruido era ensordecedor. Aquellas bolas de granizo destrozaban los coches aparcados. Los niños gritaban asustados. Todos se levantaron al mismo tiempo, con una idea muy clara en sus mentes. Tenían que salir de allí. Y tenían que hacerlo ya. Corrieron hasta la puerta. La encontraron cerrada. Miraron hacia el sacerdote sin comprender lo que estaba pasado.

Este soltó una carcajada siniestra, malvada. Su cara mutó. Ya no era el sacerdote quien reía. Estaban ante un ser monstruoso, un demonio salido de las profundidades del averno.

En la Iglesia reinó un silencio sepulcral. El terror en estado puro los envolvió con su manto negro.

Los niños comenzaron a caminar por el pasillo, moviéndose al ritmo de una marcha macabra que sólo ellos parecían escuchar.

El sacerdote los esperaba. Sonreía.

- ¡La sangre de los inocentes calmará la ira de Satanás! –vaticinó.

Les rajó el cuello a los niños.

Las campanas dejaron de sonar.

Las puertas de la iglesia se abrieron.

El granizo cesó.

 

 

lunes, 3 de octubre de 2022

POR SIEMPRE A MI LADO

 

Abrió los ojos lentamente. Le dolía la cabeza una barbaridad.  

Un pequeño grito se escapó de su garganta. Alguien la observaba.  Podía oler su aliento, para nada agradable. A rancio. A comida pasada. Sea quien fuere estaba a escasos centímetros de su cara.  Levantó la mirada. Un hombre le sonreía. Una sonrisa pegada a una cara, pensó.  Le recordó a la de un payaso, amplia, queriendo parecer cordial, amable pero que en el fondo era siniestra, malvada.

Sobre esa sonrisa surgía una pelusilla que quedaba a muchos años luz de ser un bigote, pero parecía que al dueño no le importaba. Lo lucía con cierta coquetería pensando que lo hacía parecer más mayor de lo que en realidad era. Ella pensó que era ridículo. Lo pensó. Pero no lo dijo. No quería ser descortés dadas las circunstancias en las que se encontraba. Aquello no haría más que empeorar las cosas que ya de por sí no pintaban bien.  

Intentó moverse, pero descubrió, muy a su pesar, que estaba amordazada y atada de pies y manos a una silla.

Volvió a fijar su mirada en la cara de aquel individuo que distaba mucho de ser un hombre como pretendía que lo vieran. Tenía la tez muy blanca, surcada de pecas. Sus ojos grandes y azules tenían un brillo que ella le recordó a los que tenían los locos en las películas de terror que veía y que tanto le gustaban. Desorbitados, fuera de sí.

A pesar de su incertidumbre, su sorpresa, su dolor, y el miedo que la embargaba, lo reconoció.

-¡¡¡Buenos días princesa!!! –le dijo él sin dejar de sonreír.

Era el chico de la cafetería donde acudía cada mañana a buscar un café después de correr sus diez kilómetros diarios.

Recordó que aquella mañana el chico todavía estaba abriendo la cafetería cuando ella llegó. Era la única cliente que esperaba por su ansiada dosis de cafeína en la calle a que abriera la puerta.

Era el chico que veía cada mañana desde hacía meses. Siempre sonriente y muy amable.

Él le sirvió su café con leche desnatada y se lo dio, obsequiándola con una galleta de chocolate que ella aceptó de muy buena gana. Fuera había comenzado a llover así que esperando a que arreciara para irse a casa, ducharse y prepararse para irse al trabajo (iba con tiempo de sobra para todo aquello) se lo tomó tranquilamente en el local.

Luego…. no supo lo que había pasado. Hasta ahora.

Miró a su alrededor. Estaba en un lugar iluminado solo en parte por una única bombilla desnuda que colgaba del techo arrojando sobre ella un potente haz de luz.

Lo miró. Seguía sonriéndole. Aquella sonrisa le ponía la piel de gallina y la hacía estremecer de pies a cabeza.

Entonces se levantó y se separó de su lado. Ella respiró con cierto alivio.

Accionó un interruptor escondido entre las sombras, iluminándose con ello la otra parte del lugar donde estaba. Se dio cuenta de que era un sótano. Había una mesa de acero inoxidable similar a las que se utilizaban para realizar las autopsias. Y otra más pequeña donde descansaban instrumentos diversos que se utilizaban para tal fin.

-Quedarás preciosa cuando termine mi trabajo contigo. Vivirás por siempre a mi lado.  Comenzaremos este amor al revés: me dirás adiós y te quedarás a mi lado para siempre

Ella presa del pánico adivinando las malvadas y perversas intenciones de aquel loco, intentó desesperadamente desatar las cuerdas que la mantenían aferrada a aquella silla.

Escuchó los pasos de su verdugo acercándose a ella. Llevaba algo en la mano. Una jeringuilla. El miedo la paralizó. No se movió mientras él inyectaba aquel liquido letal por sus venas. Su hora eterna había llegado.

 

 

 


miércoles, 28 de septiembre de 2022

RABIA

 

Las noticias del mediodía eran, cada día, más de lo mismo, sólo cambiaban algunos personajes. El presentador de la cadena con mayor audiencia del país estaba hablando sobre el incremento de la bolsa de la compra en el último año que según decían los expertos había subido un 15 %, situándose en lo más alto de la lista el aceite y el pienso para perros. Algún que otro cliente del bar levantó la mirada hacia el televisor. El presentador impasible siguió hablando sobre la preocupación de que algunos dueños de estas mascotas las abandonaran por no poder darles de comer.

El propietario del local comentó al hombre sentado en la barra, un tipo alto, corpulento, con una gran barba salpicada de canas, la cabeza rapada, vestido con una camisa de leñador a la que le había cortado las mangas dejando al descubierto unos brazos musculosos, fruto de muchas horas de gimnasio y vaqueros desteñidos, mientras le servía una tercera cerveza: “la cosa se estaba poniendo muy fea”. El hombre meneó la cabeza por toda respuesta.

Había dejado el camión en el aparcamiento bastante concurrido a esas horas. Le quedaba menos de una hora para llegar a casa. Ese día había sido bastante extraño. Había salido de madrugada tras una llamada para un trabajo que había que realizar con máxima urgencia.

Tras dos horas de camino llegó a una gran nave. No era el único. Contó una veintena de camiones similares al suyo, unos como él, esperando para cargar y otros saliendo ya a la carretera en dirección a…. De momento no lo sabía.

Cuando le llegó su turno comprobó que la carga que había que llevar era pienso para perros. Envasado y listo para su venta. Todos eran de la marca EL MEJOR AMIGO. El eslogan decía: “La mejor comida para el mejor amigo”

Le dieron la dirección. Una nave en medio de la nada. A su llegada le esperaba un buen fajo de billetes. Le regalaron un saco grande de ese pienso para su perro.

Lo distribuirían en clínicas veterinarias, grandes superficies, supermercados y demás puntos de venta autorizados, a un precio irrisorio. Se alegró de que por fin alguien tuviera esa iniciativa. Ya había bastantes perros callejeros por las calles, abandonar a los que tenían dueño sería un caos.

Terminó la cerveza, se levantó y se dirigió al camión. Cuando estaba saliendo por la puerta en la televisión del bar estaban dando la noticia de que la empresa “huellas”, la mayor del mundo dedicada al bienestar de las mascotas, acababa de sacar a la venta una marca de pienso para perros de gran calidad a un precio muy bajo.

Al llegar a casa su perro, un Golden retriever de dos años llamado Coco, lo recibió con entusiasmo moviendo la cola y saltando a su alrededor. Él lo acarició con verdadero afecto. Adoraba a aquel perro. En la cocina lo esperaba su mujer terminando de preparar la comida. Le comentó lo que había hecho esa mañana y le sirvió un buen cuenco del nuevo pienso a Coco que lo devoró en un abrir y cerrar de ojos.

La tarde transcurrió tranquila. Hicieron unas compras en el centro comercial, cenaron unas hamburguesas y regresaron a casa. Les extraño que Coco no saliera a recibirlos. Lo encontraron tumbado en la cocina. Parecía dormido. Mientras tanto la mujer había puesto la televisión. El informativo disponía de un gran titular aquella noche: “el pienso maldito”. Según decía el presentador visiblemente consternado, era que aquel pienso “los contagió con la rabia del infierno”. Una cepa muy virulenta de la rabia que los hacía muy violentos y agresivos, llegando incluso a matar a todo el que se interpusiera en su camino. Pero algunos canes habían dado un paso más. Devoraban a sus dueños.

Pero el hombre ya no pudo hacer nada a pesar de haber escuchado los gritos de su mujer de que no se acercara a Coco. Era demasiado tarde. El perro estaba sobre él. Las intenciones de querer jugar con su dueño estaban del todo descartadas.

 

 

miércoles, 21 de septiembre de 2022

LA MUSA DE LA MUERTE

 

Que sucedan dos accidentes de coche similares en la misma semana y en  el mismo sitio puede ser una casualidad, cosas más raras había visto. Pero tres en el transcurso de diez días, ya daba que pensar.  Estaba claro que aquello era intencionado. Algo o alguien los estaba provocando, no le cabía la menor duda. Todo esto pensaba la muerte escondida tras el tronco de un árbol al borde de la carretera, mientras la policía, ambulancias y los periodistas de las grandes cadenas de televisión del país estaban haciendo su trabajo.  Éstos últimos habían bautizado aquel tramo de carretera como “la curva maldita” ya que, todo sucedía a la salida de una curva bastante cerrada y peligrosa.  

La primera vez que acudió allí le pareció ver una figura que se movía dentro del coche. Sabía que dentro había dos personas, un hombre y una mujer. No sabía cómo, pero aquella figura, con forma humana, le escuchó llegar y logró escapar antes de que pudiera ver de quien se trataba. Supo que era una mujer en cuanto salió corriendo del coche para internarse en el bosque. Llevaba un vestido blanco vaporoso, bastante sucio y raído y su melena rubia presentaba un aspecto desaliñado, sucio. Sujetaba algo entre las manos, parecía una bolsa. Pensó que sería alguna ladronzuela, vio el coche siniestrado y aprovechó para agenciarse de lo que no era suyo. No le dio importancia y siguió su camino.

La segunda vez, unos días después en el mismo tramo de carretera, la volvió a ver. Pero esta vez su aspecto había cambiado. Llevaba unos vaqueros bastante limpios y una camiseta negra. Su pelo estaba recién lavado y bien peinado. Se sorprendió al verlo llegar y como la otra vez huyó antes de que pudiera preguntarle qué hacía allí.

Pero esa tercera vez la muerte estaba preparada.

Un joven saltó a la carretera procedente el basto bosque que la rodeaba. Había visto el accidente y decidió ir a ver si podía ayudar a los ocupantes del vehículo, esa sería su versión si alguien le preguntaba qué hacía allí, claro está.

Había una joven dentro. La luz que arrojaba la luna llena sobre el coche le dejó ver su larga melena rubia sobre una camiseta negra. Estaba agachada. Se acercó con cuidado, intentando hacer el mínimo ruido para no alertarla de su presencia. Se colocó tras ella. Y entonces lo comprendió todo.

-Hola –le dijo en todo amable

La joven se sobresaltó. Su cabeza rebotó contra el techo del coche. Se dio la vuelta para huir de allí visiblemente nerviosa. La habían pillado.

Pero el joven fue más rápido que ella y la agarró con fuerza de un brazo. Ella intentó soltarse sin mucho éxito. Entonces lo miró a los ojos desafiándolo.

Él vio a la mujer más hermosa que había visto nunca. A pesar de tener la cara manchada de sangre, vislumbraba una belleza sin igual en las facciones de su rostro. La guinda del pastel eran aquellos enormes ojos azules que le invitaban a sumergirse en su mirada.

- ¡Suéltame!  o te arrepentirás… –le amenazó.

El joven lanzó una sonora carcajada al aire. Todavía no sabía quién era él, pero notaba que su cuerpo temblaba bajo la presión de su mano y que sus fuerzas se iban debilitando poco a poco. Solía causar ese efecto entre los de su especie.

-Así que eres tú quién provoca estos accidentes.

Ella se revolvió por enésima vez intentando soltarse, ahora utilizaba también las piernas e incluso intentó morderle en un par de ocasiones.

Le agarró el otro brazo y la atrajo hacia él. Ella lo vio como realmente era. Estaba ante la muerte.

Un silencio sepulcral los envolvió.

Él la abrazó con ternura. Ella se dejó llevar.

Ella se convirtió en la musa de la muerte.

Nunca le faltaría sangre a su lado.

 

 

 

 

 

 

miércoles, 14 de septiembre de 2022

EL PACTO

 

El hombre blanco había llegado dispuesto a implantar sus leyes a los habitantes de la tribu que, durante siglos, el corazón de la selva había sido su hogar.

El jefe de la aldea era una mujer. Tenía una hija cuya fama de gran guerrera, dotada de una fuerza descomunal y de una enorme crueldad con sus enemigos, había traspasado fronteras.

El hombre blanco había escuchado rumores sobre la valentía y destreza a la hora de luchar de aquella mujer, pero lejos de amendentrarse hicieron apuestas de quien la mataría primero.

Les ganaban en número y en armas a los habitantes del poblado. Dieron por sentado que la batalla estaba ganada antes incluso de empezar.

Pensaban atacar al amanecer. Decisión tomada por el general Marlon tras no llegar a un acuerdo con la mujer que gobernaba la tribu. Ellos querían su independencia y no yacer bajo el yugo de opresión que ellos querían imponerles con sus leyes y normas. Eran un pueblo libre y como tal querían seguir siéndolo.

Comieron y bebieron hasta el amanecer convencidos de que aquellos aldeanos tenían las horas contadas. Pero al despuntar el alba cuando el general llamó a sus hombres para preparase para el ataque se encontró que sólo un par de ellos seguían con vida.

El primer habitante de la tribu había hecho, siglos atrás, un pacto con el oscuro. Nadie conquistaría aquellas tierras, los salvaría de extraños e intrusos y vivirían en paz y armonía. A cambio el oscuro era libre de yacer con sus mujeres y engendrar guerreros inmortales que le ayudarían en su tarea de conquistar el mundo.

El general Marlon comenzó a caminar hacia la aldea lleno de ira y rabia. Era un hombre duro que no conocía la palabra miedo. No esperaba encontrar lo que encontró, ni ver lo que vio. Había muchas estacas colocadas hilera frente a la aldea, con las cabezas de sus hombres clavadas en ellas. Llegó la siniestra independencia.

Fue llevado a la aldea donde le tenían preparada otra sorpresa.

Lo hicieron arrodillar ante un ser monstruoso con grandes colmillos y garras afiladas que se asemejaba más a un animal que a una persona. Tenía una calavera entre sus manos. A su lado había una joven muy hermosa. La reconoció. Era la famosa guerrera de la que había oído hablar.

--Ésta es la calavera del último insensato que, como tú, quiso conquistar estas tierras. –le habló aquel ser del averno- quiero que sepas que nadie logrará hacerse nunca con estas tierras. Seremos libres hasta la extinción del mundo tal y como lo conocemos. Éste es mi reino y el que ose tan siquiera pensar en arrebatármelo tendrá el mismo final que tus hombres y los hombres que antes vinieron.

Tras unos minutos de silencio que se le hicieron eternos al general porque sabía que en ese intervalo de tiempo estaba en juego su vida, el ser por fin habló.

-No te mataré. Contarás al mundo lo que aquí ocurrió. Pero tu vida tiene un precio, el de tus seres queridos. En tu tierra nadie te esperará. Vivirás solo el resto de tus días y cuando llegue la muerte a buscarte te estaré esperando.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

VENENO DE AMOR

 

El día tan deseado para ella, con el que siempre había soñado, había llegado. El chico que le gustaba, Anko, del que llevaba enamorada desde que tenía uso de razón, la había invitado al cine.  Se pasó parte del día buscando una ropa adecuada para la ocasión. Su nerviosismo iba en aumento a medida que se acercaba la hora de la cita.

Mientras se arreglaba soñaba con lugares lejanos, de los que había oído hablar en las novelas románticas que devoraba, repletos de finales felices y encuentros románticos bajo la luz de la luna. Se imaginaba que su historia de amor se asemejaría a los relatados en aquellos libros que tanto le gustaban.

El joven la esperaba frente a su portal. Le dio un rápido beso en la mejilla. Elisa se ruborizó.  Comenzaron a caminar. Él le agarró la mano. Ella dejó que lo hiciera.

A un par de manzanas del cine el joven tomó una calle apenas transitada y poco iluminada. Ella reticente a seguirlo le preguntó el motivo de ir por allí. Él le respondió que llegarían antes si tomaban aquel atajo. Ella no quería llegar antes, quería que los minutos se alargaran en el tiempo para seguir disfrutando eternamente de su compañía. Pero no dijo nada y siguieron caminando.

Un coche se detuvo a escasos metros.

Dos muchachos se apearon de él. Uno la agarró por la espalda al tiempo que le tapaba la boca con un pañuelo. Al poco rato perdió el conocimiento.

Cuando se despertó era de noche. Estaba tumbada entre unos arbustos cerca de un camino de tierra que atravesaba el bosque. Intentó levantarse. Los muchachos apoyados en el coche, bebían y fumaban sin parar de reírse.

El cuerpo le dolía horrores.

Anko se acercó. Ella había conseguido, a duras penas, ponerse de rodillas. Le suplicó que la ayudara a levantarse. Por toda respuesta recibió una patada en la cara. Su cabeza cayó hacia atrás golpeándose de lleno contra una piedra. Antes de morir, mirándole fijamente a los ojos, juró venganza. Exhaló su último suspiro en forma de pregunta: ¿por qué?

Nerviosos al ver lo que había pasado se metieron en el coche con la intención de huir de allí. No llegaron muy lejos. En medio del camino vieron la silueta de un ser monstruoso. Tenía la cabeza de un toro, sin embargo, caminaba erguido sobre dos piernas humanas. Era muy alto, sobrepasaba los dos metros de altura.

Levantó el coche con sus patas delanteras como si de una pluma se tratara y lo lanzó al aire con una fuerza descomunal. En su trayectoria chocaba contra los árboles que había a ambos lados del camino. Éstos fueron cayendo al suelo, uno a uno, como si de palillos se trataran.

Anko logró salir del coche en llamas.  Estaba malherido, pero seguía con vida. Sus amigos no tuvieron la misma suerte. Sus cuerpos se consumieron entre las llamas.

Logró ponerse a salvo al pie de un árbol. Las sirenas de los bomberos se oían todavía lejanas.

Escuchó el ruido de fuertes pisadas. El suelo temblaba a cada paso. Cerró los ojos muerto de miedo. Supo, antes de verlo, que se trataba del monstruo que los había abordado en el camino. Sin embargo, a medida que se iba acercando a él, aquellos pasos iban perdiendo intensidad.

Alzó la mirada y la vio. Era ella. Elisa. Tenía la cabeza ensangrentada y la ropa sucia y desgarrada. Sus ojos carentes de vida, lo observaban detenidamente. Intentó levantarse. Pero tenía una pierna rota.  Gritó desesperado.

-Probarás mi veneno de amor –sentenció ella.

A partir de ese día su vida se volvió un infierno. Tenía pesadillas con aquel monstruo. Revivía cada noche el horror de ver a sus amigos envueltos en llamas entre gritos aterradores de dolor y miedo. Cuando al fin se despertaba, bañado en sudor y con el corazón a punto de salirse del pecho, Elisa estaba allí, acostada junto a él en la cama, mirándolo, con una sonrisa macabra dibujada en su cara.

 

 

MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...