miércoles, 27 de diciembre de 2023

EL PRECIO A PAGAR

 


El juglar Enrico Rastelli estaba haciendo unos impresionantes malabares con diez bolas ante la princesa Isabel, primogénita del rey Filipo. 

Se rumoreaba por el pueblo y por el palacio que la princesa estaba un poco triste y decaída desde hacía un tiempo. Enrico no dudó un segundo y se presentó en palacio para tratar de animarla.

Logró arrancarle una sonrisa, breve, pero una sonrisa al fin y al cabo.

Al terminar el número se ausentó del salón, cabizbaja y pensativa.

Enrico cogió sus cosas y se dispuso a marcharse cuando el rey se personó ante él.

Le explicó el motivo de la tristeza de su amada hija.

En pocas semanas sería desposada con un príncipe apuesto e inteligente  de un país cercano, heredero del trono. 

El caso es que la joven quería que acudiera a su boda un grupo de músicos famosos entre los nobles y los reyes. Pero para su desconsuelo ya habían sido contratados para otro evento similar en las mismas fechas. 

Por supuesto había otros músicos pero sin el talento de aquellos e Isabel no quería a nadie más que a ellos. 

Enrico estuvo unos minutos pensando en lo que el monarca le había dicho y supo que podía ayudarle. Así lo hizo saber.

El rey más animado le dijo que confiaba en su buen hacer y esperaba que solucionara aquel problema que le venía atormentando desde hacía tiempo.

Esa misma noche Enrico fue hasta las montañas y se adentra en una cueva oscura y húmeda.

Apiló algo de leña e hizo un fuego.

Nadie conocía su verdadera identidad. Todos creían que era un vulgar y simpático juglar que iba de pueblo en pueblo divirtiendo a reyes y plebeyos. Pero aquello sólo era una fachada.

El príncipe de los poetas invocó a Ovahiche, demonio patrono de los juglares que otorga el don de la rima y la improvisación.

Le expuso su problema y el demonio le dijo que podía ayudarle. Irían al día siguiente al palacio y hablarían con el rey.

Así lo hicieron. Le propusieron al monarca que reuniera a un grupo de jóvenes con cierto talento para la música.

El rey les preguntó qué querían a cambio.

El demonio le dijo que aquello lo hablarían cuando terminara su trabajo y si estaba satisfecho con el mismo.  Sería algo que él pudiera darle.

Dos días después una veintena de muchachos esperaban nerviosos en el patio de palacio que alguien les dijera lo que tenían que hacer.

El demonio Ovahiche se presentó ante ellos. Era un hombre muy atractivo, alto, delgado, con el cabello rubio y largo recogido en una coleta. Su tez era morena y los ojos azules como el mar.

Les habló durante un rato y les expuso lo que iban a hacer.

Durante dos días se reunieron allí. Cada uno tocaba un instrumento.

El último día tanto el rey como la princesa y todos los que vivían en el palacio quedaron prendados de lo bien que lo hacían. Incluso mejor que el grupo que la joven quería contratar.

Celebraron una fiesta en su honor. Ovahiche se sentó en la misma mesa que los monarcas y su hija. Isabel estaba radiante de felicidad.

Bailó y bailó con aquel hombre durante casi toda la velada. No paraban de reírse y de compartir confidencias al oído.

Al terminar la fiesta el rey se acercó al demonio y le preguntó cuál era su precio.

El no dudó en responderle: tu hija.



miércoles, 20 de diciembre de 2023

LA FIESTA DE NAVIDAD

 Un gran cartel a la entrada del hotel Finisterre rezaba: Prensa no. Aquel mensaje no hizo que Ana, reportera del periódico “La voz de Galicia”, desistiera echando a perder la oportunidad de escribir un gran reportaje que la lanzara a la fama. 

Se escondió detrás de unos enormes setos que había en un lateral del edificio. Desde allí podía obtener buenas fotografías de los invitados que iban llegando a la fiesta de Navidad que el gran Gatsby había dispuesto.

Grandes y lujosos coches con los cristales tintados, iban parando frente a la puerta. De ellos bajaban personalidades del mundo de la política, el cine, la televisión, la música, deportes e incluso gente de la nobleza, ataviados con sus mejores galas. Sacó una foto tras otra esperando captar cada detalle de cada personaje, sus sonrisas, muecas, y con suerte algún tropezón. Ésto último les encantaba a sus lectores, esos traspiés demostraban que aquellos seres eran tan humanos como el resto de los mortales.

Después de más de media hora de fotos, el ir y venir de los coches de lujo cesó.

Ana aprovechó aquel parón para echar un vistazo a las instantáneas que había realizado.

No fue poca la sorpresa que se llevó al contemplar algo muy curioso en todas ellas. Aquellas personas no llevaban zapatos, no iban calzados.

Aumentó el zoom de algunas de las fotografías y descubrió que aquellos pies descalzos, tenían garras con una uñas muy largas donde deberían estar los dedos de los pies.

Tenía que entrar. Pero no sabía cómo hacerlo.

Fue hasta el coche, dejó las cámaras y abrió una bolsa donde había un vestido. No era tan caro ni lujoso como los que llevaban aquellas mujeres pero esperaba dar el pego. Se vistió en el coche, se maquilló y recogió el pelo en un moño y se acercó hasta la puerta de la entrada esperando que la dejaran pasar. Pero allí no había nadie y la puerta estaba abierta. Entró. Subió las escaleras sin encontrarse con ningún personal del hotel, se imaginó que todos estaban muy ocupados en satisfacer todas las demandas del anfitrión.

Estaba claro donde se celebraba la fiesta, los gritos y la música se podían escuchar en el hall. Estaba en el último piso.

Cogió el ascensor y subió hasta el último piso. No tuvo problemas en colarse entre la gente. No podía creer que todo le hubiese salido tan bien y que hubiera sido tan fácil colarse allí. Nadie la miró. Nadie le habló. Cogió una copa de champán que le ofreció uno de los camareros. El gran Gatsby charlaba con unas mujeres muy hermosas. 

Faltaban menos de quince minutos para la medianoche. La gente bailaba dando vueltas y vueltas por el salón desinhibida por la bebida.

Entonces dieron las 12.

Los camareros se retiraron.  

Con terror Ana escuchó que cerraban las puertas del salón con llave.

Las luces se apagaron.

Ana se escondió en un rincón tras una enorme columna. Podía escuchar el corazón latiendo descompasado en su pecho. 

Cuando las luces se encendieron, un grito murió en su garganta antes de perder el conocimiento al contemplar el horror que sus ojos le mostraron.

Los invitados se despojaron de la ropa y la piel humana que los cubría, quedando a la luz su verdadero aspecto.

La fiesta de Gatsby convocó a los demonios oscuros.


miércoles, 13 de diciembre de 2023

EL LOTERO

 Harris Thompson regresó a su casa pasadas las seis de la tarde. Se había quedado en el instituto corrigiendo los últimos exámenes de sus alumnos.

—¡Ya estoy en casa! —gritó tras cerrar la puerta de la calle.

No obtuvo respuesta. 

Encontró a su esposa Hellen en el salón viendo las noticias de la tarde en el televisor.

—Hola cariño —lo saludó ella

Él se acercó, se sentó a su lado y le dio un beso en la mejilla.

—Acaban de encontrar el cuerpo de un chaval entre unos matorrales. Entre sus ropas encontraron una nota mecanografiada que decía: te ha tocado la lotería. Atte. El Lotero.

—¿En serio? —Harris tomó el mando y elevó el volumen —Eso parece mi instituto.

—Si, lo encontraron hace una media hora. ¿No te habías enterado?

—No, nadie me llamó —le respondió su esposo.

Escucharon la noticia en silencio, uno junto al otro sin dar crédito a lo que estaba diciendo el presentador. En ese momento los dos habían pensado en la misma cosa. En su hijo. Que por suerte estaba a cientos de kilómetros de casa, en la universidad.

—¡Es terrible! —gimió ella mientras cambiaba de canal.

—Voy a preparar una copa, ¿quieres una?

—De acuerdo, me vendrá bien beber algo fuerte, estas noticias me ponen el cuerpo muy mal.

Cuando su marido le entregó la bebida ella tenía la mirada perdida. De pronto se giró hacia él y le dijo:

—Acabo de tener una idea que tal vez te ayude con ese bloqueo de escritor que estás sufriendo.

—Sorpréndeme, cariño —le respondió esbozando una sonrisa cargada de ternura.

—Podrías escribir sobre lo que acabamos de escuchar en la televisión. Sobre el asesinato de ese muchacho. Tal vez, ojalá que no, pero puede ser que estemos ante un asesino en serie. Además tu hermano Tom te podría ayudar dándote algún que otro dado extraoficial, según las noticias el caso lo lleva la comisaría donde él trabaja.

Después de pensarlo un rato, Harris le respondió:

—No es una mala idea, Hellen. Tendré que darle un par de vueltas pero tal vez me ayude con este bloqueo. (Además lo podré escribir en primera persona, ésto último, por supuesto, no lo dijo en voz alta)


Harris Thompson era un hombre de mediana edad, profesor de lengua, muy querido por sus alumnos y respetado por todo el mundo. 

Había adquirido, en los últimos años, una aberración ante aquellos chicos y chicas sensibles, que siempre siguen las normas, que nunca hacen pellas, nunca rebaten las opiniones de sus mayores, aunque sepan que no llevan toda la razón, futuros ciudadanos modélicos, aburridos e insulsos. 

Había acabado con la vida de dos, una chica (que no habían encontrado todavía) y ahora este muchacho. 

Era cauto, precavido, nadie tenía ningún motivo para desconfiar de él. Los muchachos no intentaban huir cuando él se acercaba a ellos. Antes de matarlos les daba a elegir: Acabas de ganar la lotería… decide cómo morir. Es un honor que mueras en mis manos porque te harás famoso. Me convertiré en el asesino serial más renombrado de todos los tiempos. ¿Quieres morir de forma rápida o prefieres una muerte lenta y dolorosa?

Los dos habían elegido la primera opción. Los degolló con el cuchillo.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

LA CUEVA DEL DIABLO

 Nacida en una cueva oscura hizo temblar la tierra para salir.

Pero aquella no era la dulce y cariñosa Sara que todos habían conocido, no, aquella era la parte tenebrosa y malvada de ella, su mitad oscura.

Aquel movimiento de la tierra, si bien, no había sido de gran magnitud había sido lo suficientemente enérgico para que los habitantes del pueblo salieran a la calle asustados.

Pero la peor parte del terremoto había ocurrido en la montaña que bordeaba el pueblo, concretamente en una zona conocida como «la cueva del diablo» Una llamada al cuartel de la guardia civil alertaron de que varios senderistas habían subido a la montaña al amanecer y que seguramente habían quedado atrapados.

El corrimiento de tierras hizo imposible poder acceder por las carreteras secundarias. Así que llamaron a los servicios de emergencia que acudieron en un helicóptero.

Un par de hombres descendieron de la aeronave y lograron acceder al lugar. 

«La cueva del diablo» parecía no haber sufrido muchos daños.

Entraron.

Lo primero que vieron alumbrando con sendas linternas fue un gran hoyo en el suelo y unas pisadas que se dirigían  a la profundidad de la caverna.

Preguntaron por radio si aquel sitio tenía otra salida. 

Tras estudiar los planos de la zona, descubrieron que sí.

Willian se encontraba desayunando en su casa. Su hijo Bill le había llamado poniéndole al día de los acontecimientos que se habían producido en la montaña. 

Willian llevaba retirado de la policía unos cinco años. Ahora era Bill, su hijo, quien trabajaba allí. 

La voz de Bill sonaba temblorosa. Estaba asustado. 

El hombre se levantó para dejar la taza en el fregadero.

Escuchó cerrarse la puerta de la calle.

Vivía solo desde la muerte de su mujer y sólo él tenía la llave.

Apagó la radio.

Silencio.

Pisadas acercándose. 

Cogió un cuchillo del cajón y se acercó a la puerta de la cocina. 

La abrió despacio y salió.

Nadie a la vista.

Siguió caminando hasta el salón.

Vio una cabeza sobresaliendo del sillón donde él se sentaba para ver la televisión.

Se acercó despacio.

—¡Hola, papá!


Bill se metió en el coche patrulla para pedir refuerzos.

Sus manos le temblaban al coger la radio.

Al cerrar la puerta del coche, las puertas se bloquearon al momento.

Él no había tocado nada.

Un escalofrío  recorrió por su espina dorsal. 

Intentó abrir la puerta. No lo consiguió. Escuchó una respiración a su lado. Se giró y en el asiento del copiloto vio a su hermana Sara.

—Hola hermanito, ¿qué tal estás? -le preguntó al tiempo que le ofrecía una sonrisa macabra mostrando una fila de dientes podridos.

LLevaba puesto el vestido blanco con el que su padre y él la habian enterrado en aquella cueva fría y oscura.

No había sido por casualidad que estuviera muerta. Los celos que sentía hacia ella le corrompían por dentro. Habían sido gemelos, inseparables desde pequeños. Pero ella siempre recibía más atención por parte de sus padres que él, o eso creía. Un día que habían ido a coger setas al bosque ella había tropezado con una rama. Se cayó de bruces en el suelo golpeándose la cabeza en la caída.

Bill se acercó a ella. Estaba inconsciente. Y entonces una idea le pasó por la cabeza. 

Cogió una piedra grande y la dejó caer sobre la cabeza de su hermana. La sangre comenzó a manchar su camiseta y el suelo donde estaba. No se asustó. Sonrió. Había sido fácil acabar con ella.

Corrió hasta la casa y le contó a su padre lo que había pasado, omitiendo que él la había rematado. Pero su padre se dio cuenta de lo que había hecho su hijo y decidieron no contarlo a nadie, ni siquiera a su madre y enterrarla en la cueva del diablo. Luego dieron la alerta de que Sara se había perdido en el bosque.

Después de semanas de búsqueda la dieron por muerta, aunque nunca encontraron el cuerpo. Hasta ahora.

Su lado oscuro había regresado con muchas ganas de venganza.


miércoles, 29 de noviembre de 2023

ENGAÑO

 Si estoy relatando ésto es porque encontré cuadernos y lápices para hacerlo. Tengo veinticuatro años, hace diez que comenzó la etapa post apocalíptica de la que todavía no nos hemos recuperado. En el cielo aparecieron unas naves que no venían a tomar el té, ni mucho menos. Empezaron a lanzar bombas y a asesinar a más de la mitad de la población mundial. Los que habíamos sobrevivido milagrosamente, pensamos que aquello era el principio del fin de la humanidad y que aquellos seres se harían con nuestro planeta. Pero no fue así. Los mató las bacterias con las que convivimos diariamente y a las que nuestros organismos después de años y años se adaptaron a ellas.

Estallaron en todas partes del mundo y liberaron un gas letal para la humanidad. O eso no dijo una señora que se hacía llamar o la llamaban sus seguidores la «dama de la saya verde» por un problema de pigmentación en la piel, parecía  verde como un sapo pero en un tono más claro. Eso la hacía ser diferente al resto de todos nosotros y como tal, en un mundo donde ya nada era igual a lo que habías conocido esa diferencia la marcaba como alguien especial, una profeta puesta en la tierra para salvar a la poca humanidad que quedaba.

Mis padres y yo éramos de los pocos supervivientes que vagábamos por la ciudad en busca de comida y cobijo. Ella nos vio y nos ofreció unas máscaras antigás que según ella nos protegería de los gases que pululaban por el aire.

Nos metió en un bunker bajo tierra durante años. Ella tenía el control absoluto de todo lo que pasaba allí. Si no obedecías, si te revelabas o si no seguías las normas que ella había dictado, te mataba sin contemplaciones. Descubrimos, para nuestro horror, que luego nos servía a nuestros compañeros muertos en la comida. Nos convertimos en caníbales en contra de nuestra voluntad. Había puesto unas cámaras que vigilaban el perímetro exterior de donde nos hallábamos. Un día vio a un hombre. Envió a sus dos mejores sirvientes, los más leales, a buscarlo. Lo llevaron a una habitación minúscula, la misma donde dictaba sentencia y asesinaba. Estuvo cara a cara con él, interrogándolo durante horas, los dos solos. El hombre se había apartado de su grupo, y era el príncipe de un país vecino. Eso nos lo contó él más tarde. Lo pusimos al día. Él nos dijo que no había ningún gas allí fuera y que el aire se podía respirar sin problemas. A partir de ese momento el odio hacia ella creció exponencialmente. Cada vez que la mencionábamos lo hacíamos llamándole «bruja».

La bruja de la saya verde engañó al príncipe para que se quedara allí con ella, ofreciéndole «humo» a cambio.

Él le siguió la corriente mientras intentaba urdir un plan de huída. Le prestamos nuestra ayuda. Primero tendríamos que acabar con sus secuaces. Lo logramos poniendo matarratas en sus comidas. Siempre comían aparte. A ella le preparamos una muerte digna de una gran embaucadora. 

Una vez muertos los secuaces de la bruja logramos hacernos con las llaves de la trampilla que nos separaba del mundo exterior. Varios hombres entraron en su habitación mientras dormía y la llevaron a rastras arriba. Allí entre gritos de espanto por lo que estaban haciendo, la degollaron.

Ahora logramos encontrar un asentamiento donde intentamos sobrevivir día a día y estoy segura que lo conseguiremos.


miércoles, 22 de noviembre de 2023

CAZA AL ASESINO

 —Abuelo, por favor, cuéntanos la historia del lobo blanco.

El abuelo estaba sentado en su butaca preferida viendo las noticias en el televisor, cuando los gemelos, Tom y Harry, entraron en el salón corriendo y lo abrazaron. 

El hombre era feliz cada vez que su hija los traía de visita. Los abrazó con ternura pensando cuán rápido pasa el tiempo. Parecía que habían nacido ayer y ya pronto cumplirían trece años.

—¿Y cómo sabéis eso? —les preguntó aún sabiendo la respuesta.

—Fue la abuela, nos dijo que una vez habías visto cómo un lobo blanco mataba a una persona.

—Sí, es cierto. Pero eso sucedió hace más de cuarenta años, cuando yo era muy joven. 

Los muchachos se sentaron sobre la alfombra enfrente del hombre con las piernas cruzadas escuchando atentamente.

«Corría el mes de junio, el calor empezaba a notarse ya. Los días eran más largos y la gente estaba más que dispuesta a disfrutar de aquellos días soleados. Venía gente de fuera, forasteros, a nuestro pueblo. Más bien gente de ciudad que quería disfrutar de unos días tranquilos lejos de la rutina. Entre toda aquella gente llegó un hombre malo, de los que no vienen a disfrutar de la paz y la tranquilidad del pueblo sino de los que son felices arrancando los sueños y la vida de la gente.

Actuaba cuando el amanecer entraba de puntillas en el pueblo. Primero fue una chica, Amanda, que salía de su turno en la gasolinera. Luego Raúl,  que trabajaba en un pub. También el repartidor del pan y el de la leche. En un total de cinco personas en sólo un mes.

Los degollaba.  La policía estaba desconcertada. No había encontrado huellas, ni una sola pista. 

A la gente le gusta mucho cotillear y más cuando se tratan de temas como éste comenzaron a decir que el asesino tras cortarles el cuello a sus víctimas se quedaba mirando como se desangraba hasta morir. No sé si es cierto o no porque el hombre nunca habló.

Pero el asesino cometió un error. Su última víctima logró escapar con vida. Sus gritos alertaron a los vecinos que llamaron a la policía. El asesino había huido al bosque.

Yo había salido muy temprano de casa para ir a cortar leña, no quería hacerlo cuando el sol estuviera muy alto y el calor me abrasara. Recuerdo que era una apacible y tranquila noche de luna llena. Fue cuando escuché unos pasos y una respiración agitada a mis espaldas. Me giré y vi a un hombre vestido completamente de negro, camisa, pantalón y zapatos. Su mirada era la de un loco que se había escapado del manicomio. Blandía un cuchillo. Se lanzó sobre mí dispuesto a matarme. Fui más rápido y pude evitarlo. Eché a correr como alma que lleva el diablo. El hombre me perseguía gritando que no tenía escapatoria, que me iba a matar.

Entonces lo vi. Un enorme lobo blanco saltó al sendero. El asesino se enfrentó a él amenazándolo con el cuchillo. El lobo se abalanzó sobre él. El hombre logró clavarle el cuchillo en una de sus patas delanteras. El lobo aulló de dolor. Aquello lo enfureció todavía más. Desgarró el cuello del asesino. Yo lo ví todo escondido tras unos matorrales.

—¡A cenar! —les gritó la abuela.

El abuelo cogió el bastón que descansaba a su lado y se puso en pie. 

Todavía arrastraba las secuelas de una herida de arma blanca sufrida cuando era joven.


miércoles, 15 de noviembre de 2023

SAFO

 Elisa había tenido una infancia feliz. Siempre había sido más bien delgada, con la tez muy blanca y una melena larga y rubia. Siempre sonreía. No tenía motivos para no hacerlo. Hija única de un acaudalado hombre de negocios, nunca le había faltado de nada. Su madre la adoraba, pero ella tenía debilidad por su padre. Cuando éste volvía de sus viajes de negocios, que a veces duraban meses, intentaba pasar todo el tiempo posible a su lado. 

Cuando escuchaba llegar el carruaje salía a esperarlo. Su padre la levantaba en volandas y giraba y giraba con ella llamándola por el mote que le había puesto de pequeña: Safo. Nunca supo por qué la llamaba así, pero le gustaba. 

Todo eran risas, abrazos y besos. Luego le daba el regalo que le habría traído que siempre fascinaba a la pequeña.

Pero Elisa fue creciendo y se convirtió en una muchacha muy guapa. Su padre comenzó a buscarle un buen marido.

Ella los rechazaba a todos. No quería casarse. No quería un marido que le diera órdenes y le cortara las alas. Quería estudiar, ver el mundo. No quería estar atada a ningún compromiso.

Después de rechazar el último candidato que su padre había invitado a comer, las cosas cambiaron en aquella casa. Su padre se volvió huraño hacia ella, evitaba estar en la misma habitación que ella. No le dirigía la palabra y pasaba más tiempo fuera de casa. Se convirtió en el monstruo de los cuentos que de pequeña le leía su progenitor antes de dormirse.

Una noche aquel monstruo entró en su habitación.

Por la mañana se había ido.

El tiempo pasó y Elisa se encontraba muy mal. No paraba de vomitar y pasaba casi todo el tiempo en la cama mareada y sin fuerzas.

Cuando regresó su padre, se dio cuenta de lo que pasaba.

Le dio un ultimátum: se casaría o se iría de casa. Pronto se le notaría el embarazo y si no tomaban medidas rápido destruiría por completo su reputación y la de toda su familia.

Elisa no lo dudó y aquella noche huyó de su hogar.

Caminó durante días. Hasta que las fuerzas la abandonaron y se desmayó en el borde de un camino.

Cuando se despertó estaba tumbada en una cama. 

La habían recogido unas monjas y la habían llevado al convento. Llevaba dos días inconsciente.

Le preguntaron su nombre. Ella respondió: Safo.

Los días pasaron. Sabía que el ser que crecía en su vientre era de aquel monstruo.

Safo tiñó las sábanas con el rojo líquido de su bebé.


MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...