miércoles, 27 de enero de 2021

LA CENA

 



          Coroto en la cocina, la más grande, puesta al fuego. Esa noche tenía diez invitados para cenar. Gente importante y amigos íntimos. Lo tenía todo organizado sobre la mesa para hacer aquel estofado que le salía tan rico y que tanto aclamaban sus comensales más fieles. Las verduras perfectamente troceadas sobre un plato, que iría añadiendo poco a poco para que estuvieran en su punto. Pero… faltaba algo. El ingrediente más importante, la carne. Utilizaría aguja, para él, la mejor para que el estofado estuviera sublime. Tendría que ir al sótano, allí tenía una cámara frigorífica, enorme, como la de los restaurantes, le gustaba tener mucha carne siempre a mano, porque era muy amigo de invitar a sus amigos, y no quería quedarse sin provisiones. Era un hombre meticuloso y organizado y un desliz como aquel sería poco menos que una aberración

         Nadie rehusaba sus invitaciones a comer o a cenar, era un cocinero excelente, aunque no estaba nada bien que él mismo lo dijera. Abrió la puerta, un aire gélido le golpeó en la cara como una bofetada. Entró, había tres piezas colgadas, cada una de un gancho. Estuvo mirando un rato dudando cual escogería, tenía que sorprender al alcalde, que esa noche le honraría con su presencia, y sabía por experiencia que, con el estómago bien lleno, y el gran dominio de la palabra, el cual era otra de sus muchas cualidades, un favor que le pidiera, pasaría a ser algo banal. Tenía pensado hacer unas obras en una casa que tenía en la montaña, ampliar y arreglar el sótano, la caza en la ciudad era fácil, tan fácil como salir a comprar el pan, pero había muchos ojos curiosos vigilando tras los visillos, a la espera de que algún vecino cometiera algún acto ilícito y aunque trabajase, la mayor parte del tiempo, de noche, quería reducir los riesgos de ser observado. Vivir en la montaña le daba aquella intimidad que tanto anhelaba, pero para eso el arreglo del sótano era crucial, y ahí entraba el alcalde, necesitaba un permiso de obra lo antes posible.

       Se decantó por la pieza del final, tendría que comerla cuanto antes, hacia una semana que le había dado caza y no quería que la carne se pasara, sería una gran pérdida, teniendo en cuanta la buena calidad de la misma.

       Contempló aquel cuerpo sin vida que pronto seria devorado por sus invitados. Le había costado mucho trabajo matarlo. Quién le iba a decir que aquel gordito se moviera con tanta rapidez. Vino a arreglarle la tele, sin sospechar que no saldría vivo de allí. Había sido muy eficiente, incluso le había añadido canales sin coste alguno porque él lo había tratado muy bien, le había ofrecido algo de picar y un refresco, y con aquello se lo había ganado totalmente. Mientras hacia su trabajo le hablaba sin parar de su trabajo, su novia y del fútbol. Él lo escuchaba aparentando interés. Esperó a que terminara para matarlo. Pero había cometido un error, cuando se iba a abalanzar sobre él blandiendo un cuchillo, el muchacho vio el reflejo en el televisor y supo reaccionar a tiempo. Luego empezó la persecución por la casa, aquel joven no paraba de gritar, pero lo arregló subiendo el volumen de la tele que había dejado puesta. Le sorprendió su agilidad, pero al final sucumbió y pudo matarlo. Tras lo cual lo llevó al sótano y allí estaba ante él. Tal vez tuviera un exceso de grasa, pero aquello le daba una jugosidad añadida a la carne. Sabía con certeza que sus invitados quedarían plenamente satisfechos con su elección. Le gustaba cazar, la adrenalina que invadía su cuerpo lo llevaba al éxtasis, ver el terror en los ojos de su presa, suplicándoles por su vida, lo elevaba a un nivel superior, de poder y excitación. Se sentía como si fuera el mismísimo Dios. Matar era su mayor afición.


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