viernes, 16 de abril de 2021

CUIDADO CON LO QUE CUENTAS

 



 

 

Aquel hombre de constitución más bien fuerte, alto, con el pelo cortado al cero, con unos ojos azules como el mar, fue ingresado en el ala psiquiátrica del hospital. Motivo: intento de suicidio. Su primer día andaba perdido por todas partes. Su idea era la de no salir de la habitación, pero si quería ver la tele y comer tendría que hacerlo en las zonas comunes con los demás internos. Así que no le quedó otra que salir. El comedor estaba bastante concurrido. “la de locos que hay por aquí”, pensó y sonrió ante tal ocurrencia. Luego se arrepintió, él era uno de ellos, o eso le querían hacer creer. Se sentó solo en una mesa, no conocía a nadie y no se le daba bien lo de hacer amigos.

Por la tarde salió al jardín a que le diera el aire, era un día soleado y hacía calor. El pronóstico era que el verano transcurriría con más días calurosos como aquel. No le apetecía mucho caminar así que se sentó en uno de los bancos de madera que había a lo largo y ancho del jardín. A pocos metros de él, había un hombre ya mayor, calcularía sobre setenta años, más o menos, podría ser su padre tranquilamente. Estaba inmóvil mirando a la nada. Decidió acercarse a él y hablarle, ¿qué podía perder? No mucho, pensó. Y así lo hizo. El hombre era parco en palabras y aparte que algún que otro monosílabo no decía nada más. Así que él empezó a contarle, largo y tendido, el motivo por el cual estaba ahí. Lo hizo durante casi una hora, hasta que los llamaron para cenar. Los días siguientes hizo lo mismo, no paraba de parlotear con aquel hombre, aunque ese no le contestase nunca, ni le diera parecer alguno sobre lo que le contaba. Le gustaba aquella situación, nadie le escuchaba como él quería y la verdad era que tenía mucho que decir. Le habló de su mujer que lo había encerrado allí y a la cual la odiaba por aquello, a sus suegros por incitarla a hacerlo. De sus padres que no lo iban a visitar y que tampoco habían hecho nada por impedir su ingreso y así durante días y horas. Siempre el mismo repertorio.

Un día un celador le comentó que, a su amigo, “el mudo” como lo llamaban, le darían el alta al día siguiente. Él contento por aquella grata noticia, le escribió una nota donde figuraba su teléfono y su dirección para que fuera a visitarlo en cualquier momento. Sabía que en dos o tres días él también se iría de allí. El hombre lo miró y por primera vez le sonrió.

Tres días después, le dieron el alta, como estaba previsto. Cuando estaba saliendo del hospital vio su coche aparcado fuera. Su preciado monovolumen de color negro. Le pareció extraño que su mujer le fuera a buscar, porque él no había llamado a nadie. Pensó, enfadado, que el hospital se habría puesto en contacto con ella para informarle de su alta. Ese era sin duda alguna, el motivo de que estuviera allí, esperándolo.

Se encaminó hacia su coche, tranquilamente, pensando que tal vez ella estuviera arrepentida de haberlo encerrado allí y que le pediría perdón por la decisión que había tomado. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que al volante no estaba su mujer sino aquel hombre, el amigo que había hecho en el hospital. Le saludó, el hombre le hizo un ademán para que se sentara en el asiento del copiloto. Al entrar comprobó que en la parte de atrás del coche había cuatro maletas grandes de color negro.  Le preguntó si se iba de viaje. El hombre negó con la cabeza. Metió la mano en uno de los bolsillos de su abrigo y le entregó una nota que decía: “ya puedes estar tranquilo, me he encargado de tus problemas”.

Rápida como un rayo, una idea terrorífica pasó por su cabeza. Abrió una de las puertas traseras. Sobre cada maleta, había pegada una nota. En una ponía SUEGRO. Espantado y temeroso de lo que podía haber en las otras maletas siguió leyendo. En otra, SUEGRA, en la otra, PADRE y en la otra MADRE. Las piernas le flaqueaban, le faltaba el aire, no podía respirar. Salió de allí asustado, fue hasta la parte trasera del coche. Abrió el maletero. Había otra maleta, en ésta la nota rezaba ESPOSA. Con manos temblorosas abrió la maleta. Dentro yacía el cuerpo de su esposa descuartizado. Horrorizado ante tal visión se apartó de él. No supo, hasta que fue demasiado tarde, que aquel que creía su amigo, estaba detrás de él. Llevaba una barra de hierro en la mano. Antes de que la descargara sobre su cabeza, ya sabía que aquel era su final.


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