viernes, 16 de abril de 2021

MISIÓN EN LA PLAYA

 


 

 

El timbre del teléfono lo despertó. Lo sacó de un sueño donde estaba con aquel monumento de mujer, que se parecía a su compañera, tal vez fuera ella, quién sabe, y que lo único que le decía era una y otra vez: neles. Miró el reloj, eran las tres de la madrugada. Al descolgar un hombre le habló al otro lado de la línea, reconoció su voz al momento, era la de su jefe.

 - ¿Sabe dónde está su compañera? - le preguntó sin preámbulos.

Tardó unos segundos en responder, el tiempo que le llevó a su cerebro procesar la pregunta. La tarde anterior la había dejado en casa pronto, le dijo que necesitaba descansar porque tenían que coger un avión, a primera hora de la mañana, que los llevaría a la playa. Era todo lo que recordaba. Le había contado una milonga en toda regla, estaba claro. En ningún momento le había mencionado que se iba a ausentar durante la noche. Así se lo hizo saber.

 -Entonces está claro que no sabe dónde está –le respondió su superior. Apreció en su tono de voz que algo no iba bien. De hecho, escuchaban martillazos, al otro lado de la línea, como si su jefe estuviera en una herrería o algo similar. Se estremeció pensando que podría ser algún tipo de tortura que estuvieran infringiendo a alguien.

-No, no lo sé. -le respondió casi en un susurro.

-Yo se lo diré entonces –le respondió de malas maneras- su compañera lleva dos horas en su destino.

Se va a armar la de Troya pensó mientras se levantaba de la cama.

Mientras tanto, ese viernes, Valeria, ya se había registrado en el hotel, con una de sus muchas identificaciones falsas que tenía. Después de desayunar (un pastel de merengue y un café) se puso el bikini y bajó a la playa. Hacía un día espléndido. Pero antes de hacerlo investigó un poco. Sabía ya la habitación donde se hospedaba el objetivo. Tampoco le había costado mucho averiguar su rutina, los horarios a los que iba al comedor, mesa en la que se sentaba, y mesa donde se sentaban sus guardaespaldas. Horas de tomar el sol y horas de reuniones. Le resultó fácil, sabía cómo sobornar y aprovechar su atractivo para con los hombres. Era una tentación para ellos. Nunca fallaba, un buen fajo de billetes y un minúsculo bikini en un cuerpo bonito. Esperaba terminar el trabajo antes de la hora de comer.

Colocó la tumbona mirando hacia la puerta del hotel, en un sitio estratégico sabiendo que el hombre tendría que pasar por su lado. Mientras tanto disfrutaría del sol. Una sonrisa afloró a sus labios pensando en la cara que se le pondría a su compañero cuando viera que ella ya se había ido. Pero tenía que hacerlo y demostrarles a todos que, por ser mujer, no era ni mejor ni peor, tenían que empezar a valorarla y no compararla, quería pertenecer al grupo, ser una más.

A la hora en punto los guardaespaldas bajaron a la playa. Después de una rápida verificación de que no había nada sospechoso por allí, apareció el objetivo. De cerca, era todavía más repulsivo que en las fotos. Había perdido casi todo el pelo, y tenía una barriga de un tamaño considerable. Se le veía bastante fofo, calculó que debía de pesar unos 130 kilos. Llevaba puesto un albornoz blanco.

Su compañero no había conseguido un vuelo. Así que hizo el trayecto en coche. Todavía le quedaban más de dos horas de viaje y rezaba para que Valeria no cometiera ninguna tontería. La conocía muy bien y sabía que si hacía aquello ella sola era para demostrar su valía, lo que ella no sabía es que todos eran conocedores del aplome, entereza y maestría de aquella mujer. No tenía que demostrar nada a nadie.

El objetivo clavó su mirada en ella, como no hacerlo, el cuerpo de aquella mujer quitaba el hipo a cualquiera. Se paró delante. La joven se estaba echando crema solar por las piernas. Se acercó y le preguntó si podía ayudarle. Ella lo miró incrédula y le dijo que no había falta que ella sola podía hacerlo. A lo que él le replicó que le echaría crema con gusto en la espalda sin ningún problema. Ella, dudó unos segundos y luego accedió. El hizo un ademán con la mano y los guardaespaldas desaparecieron.

Apareció un camarero con unos refrescos. Ella se presentó como Elizabeth. Estuvieron charlando y riéndose durante un rato. Entonces él le propuso ir al jacuzzi que tenía en su habitación, estarían más cómodos y sin miradas chismosas a su alrededor.

La cosa estaba saliendo mejor de lo que ella se esperaba.

 Un coche entraba en el aparcamiento del hotel, en el mismo momento que una monja salía por la puerta. La monja al verlo esbozó una sonrisa picarona al verlo, con aquel traje negro bastante arrugado. Estaba ojeroso y visiblemente enfadado, no sabía decir el motivo, pero le recordó a un samurái procedente de una guerra de la que no había salido bien parado. Él le abrió la puerta del coche y ella entró. Antes de arrancar el hombre pudo ver en la mirada de la mujer que la misión se había llevado a cabo con éxito. El presidente de la República había muerto. Sonaron sus teléfonos móviles al unísono. Sólo podía significar una cosa: una nueva misión. Y así era. En los móviles apareció un mensaje: Trabajo realizado. Se procede a una nueva actualización.

 

 

 


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