El hombre lloraba la muerte de su esposa, el hijo,
lloraba la muerte de su madre. Frente a ellos había un ataúd cubierto por
completo de flores, a punto de descender a la fosa cavada en la tierra, que
sería su nueva morada. Había fallecido dos días atrás en un accidente de coche.
Al terminar el oficio la gente, poco a poco, se fue yendo
tras darles el pésame, hasta que sólo quedaron ellos dos. Con apenas fuerzas
para caminar, porque el dolor que sentían era como una losa puesta sobre sus
corazones, llegaron al coche. En la radio hablaban sobre el robo efectuado,
hacía un par de días, en un banco de la ciudad. El padre apagó la radio e
hicieron el resto del camino de regreso a casa, en silencio. Mientras el joven,
que había cumplido dieciocho años días atrás, se había recostado en el asiento
del copiloto y dormitaba, el padre, no dejaba de mirar por el espejo retrovisor,
nervioso, impaciente. Los había visto en el cementerio, eran dos, los había
reconocido por sus trajes negros y las gafas de sol. Sabía que lo estaban
vigilando.
Un coche blanco estaba apartado delante de su casa. Sabía
de quién era. El chaval seguía durmiendo ajeno a todo. Mejor así, pensó.
- ¿Dónde está el dinero? –le espetó
-Acabo de enterrar a mi mujer, capullo, un poco de
respeto –le respondió de mala manera.
El hombre llevaba en el bolsillo de su abrigo, una
pistola, se arrimó a él y le apuntó con ella.
-Dime dónde está el dinero y te dejaré en paz. -insistió
En ese momento los dos hombres que habían estado en el
cementerio, pasaron por delante de la casa, iban en un coche negro. Aminoraron
la marcha y les dispararon. Las balas silbaban a su alrededor. El hombre
temeroso que le hicieran algo a su hijo, fue corriendo a buscarlo, mientras el
otro hombre se metía en el coche y huía.
Ya dentro de la casa, el padre tenía claro que tenían que
salir de allí o los matarían a los dos.
Su esposa, él, y el capullo aquel que lo había estado
esperando fuera, habían atracado aquel banco. Hacía meses que sabía que su
esposa y aquel hombre tenían una aventura. Hizo sus propias indagaciones y
descubrió que tenían pensado matarlo después del atraco, para luego llevarse al
hijo de ambos y el dinero. Pero les había salido mal el plan. La mujer había
muerto y él tenía el botín. También sabía que aquel hombre no pararía hasta
tenerlo, y que haría todo lo posible por recuperarlo. Los hombres del cementerio,
eran del FBI. No sospechaban de él, todavía, pero sí del otro hombre. Estaba
claro que tenía que huir, con su hijo y el dinero, lo antes posible y empezar
una nueva vida lejos de allí.
Metieron lo imprescindible en unas mochilas y se fueron a
un hotel. No podían ir en su coche, así que lo hicieron en un taxi. Le pidió al
taxista que lo dejara a un par de manzanas del hotel. El resto del trayecto lo
hicieron a pie. Se registraron con nombres falsos y ya en la habitación, planearon
la fuga. El chaval sacaría unos billetes de tren que saliera esa madrugada. El
padre, iría en busca del dinero. Le dio unas instrucciones claras a su hijo,
sino aparecía en la estación a la hora estipulada, tenía que coger aquel tren y
largarse de allí. Le dio un sobre que tendría que abrir una vez estuviera
dentro del tren.
Al anochecer el hombre salió del hotel. Empezó a caminar evitando
las farolas y las cámaras de seguridad que había por toda la ciudad. Se había
puesto una gorra y se había vestido de negro para pasar desapercibido. Vio un par de veces el coche negro recorriendo
las calles de la ciudad. Pasó delante de su casa. Volvió a ver el coche blanco,
dentro había tres hombres. Aquellos sicarios estaban esperando a que regresara.
Se escondió detrás de un árbol. Desde su posición pudo ver como entraban en su
casa. Buscaban el dinero. Siguió caminando hasta llegar a su destino. La tierra
todavía estaba blanda y no le costó cavarla y llegar hasta el ataúd de su
esposa. Allí había escondido una bolsa de deportes. Dentro estaba el dinero.
Llegó a la estación de tren cinco minutos antes de que
arrancara. Su hijo nervioso, caminaba de un lado al otro del andén. Escuchó por megafonía el último aviso para
subir al tren. El chaval subió, mirando a ambos con la esperanza de ver a su
padre. Sabía que no lo había conseguido. Se sentó, sacó la carta del bolsillo de
su cazadora y se disponía a abrir el sobre, cuando un anciano le entregó una
bolsa de deportes. Confuso le dio las gracias sin comprender bien lo que estaba
pasando. La colocó a sus pies. Tenía la corazonada de que su padre estaba
detrás de todo aquello. Abrió el sobre y lo comprendió todo.
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