sábado, 19 de junio de 2021

SAN JUAN

 

 

El día anterior de la festividad de San Juan un grupo de muchachos comenzaron a primera hora de la mañana, la ardua tarea de llevar fardos de leña a la playa con la intención de apilarla y hacer una gran hoguera esa noche. Al atardecer, encendieron un fuego y se sentaron a su alrededor. Comenzaron a contar historias que habían escuchado sobre esa noche, mientras daban cuenta de unas sardinas asadas y papas. Uno de ellos contó que la hoguera se encendía porque el fuego purificaba tanto a hombres, como animales y campos y ahuyentaba los malos espíritus que, en esa noche, la más corta del año, campaban a sus anchas por nuestro mundo y atraer a los buenos. Otro relató que su padre le había contado que la primera vez que se encendió una hoguera fue por orden de Zacarías para anunciar a sus familiares y vecinos el nacimiento de su hijo, Juan Bautista, que coincidía con el solsticio de verano. Contaban también que el fuego, no sólo se encendía con la idea de rendir tributo al sol, sino también como purificador de los pecados. Se arrojaba sobre él ropas viejas, papeles y cualquier objeto que significaban un mal recuerdo durante ese año que había pasado. A media noche, decía otro, había que saltar la hoguera un número impar de veces para purificarse y alejar así a malos espíritus y brujas. Todas estas historias se relataban en un ambiente festivo, alegre y distendido.

Faltaba poco para las 12 de la noche, la hora mágica. Los muchachos se preparan para saltar la hoguera entre risas y bromas. Entonces se dan cuenta de la ausencia de alguien del grupo. Concretamente una chica, Lucía. Le preguntaron a su amiga Ana, que había estado sentada a su lado todo el tiempo, si sabía dónde estaba. La amiga negó con la cabeza, visiblemente preocupada.

A unos metros de donde estaban los muchachos, había una campiña, donde había una multitud de gente sentada sobre la hierba, contemplaban las hogueras, mientras charlaban y cantaban. Había una higuera enorme no muy lejos de allí. Vieron a su amiga sentada bajo ella. Parecía tranquila y relajada. Un detalle en aquella visión les llamó la atención. A medida que se iban acercando, Lucía parecía estar hablando con alguien, que desde donde estaban no podían ver de quién, sólo podían vislumbrar una sombra sentada a su lado.

Lucía había abandonado el círculo en torno a la hoguera donde se había sentado con sus amigos al escuchar que la llamaban por su nombre. Pareció reconocer aquella voz como la de su amiga Lara. Se levantó y acudió a su encuentro, sin pararse a pensar por un momento, que no podía tratarse de su amiga, era imposible, Lara llevaba muerta más de un año. La vio sentada bajo una higuera. Se sentó a su lado. Tocaba una canción con una guitarra. La reconoció de inmediato y la transportó a la infancia que habían compartido juntas. Lucía escuchaba unas voces lejanas. Sus amigos la llamaban. Quiso levantarse, pero una mano le agarró el brazo impidiéndoselo. Se giró sin comprender qué estaba pasando. En ese preciso momento supo que algo no iba bien, aquello que la miraba no era de este mundo. Ese ser, no era su amiga. Frente a ella había una mujer, una anciana, con la cara surcada por profundas arrugas. Sus ojos carecían de brillo y su sonrisa era malvada, terrorífica, mostrando una boca desdentada. Gritó, pero aquel grito quedó ahogado en su garganta mientras unas manos huesudas le apretaban el cuello con la única intención de ahogarla. Cuando creyó que su vida se acabaría en ese momento, sintió como la presión sobre su cuello disminuía poco a poco hasta desaparecer por completo. Eran las doce de la noche, las hogueras se habían encendido y las brujas eran ahuyentadas por el poder purificador del fuego.


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