miércoles, 5 de enero de 2022

EL ESCARABAJO

 

Ni en un millón de años, se hubiese imaginado que tendría que ir a buscar a aquella mujer, con fama de bruja, que vivía en los confines del bosque, como la última esperanza de salvar la vida a su padre.

Él, el menor de tres hermanos que, a sus diez años, todavía se metía en la cama de sus padres cuando había tormenta y que odiaba la naturaleza, el bosque y todo lo relacionado con él, porque eran un avispero de animales y bichos de todo tipo. A todas luces parecía el menos indicado para llevar a cabo aquella tarea.

Pero no había vuelta atrás, la decisión estaba tomada. Su madre hacía las veces de enfermera, su hermano mayor tenía que ir a trabajar y el mediano se encargaba de la casa mientras su padre siguiera enfermo.

Se había enfadado mucho, pero cuando puso un pie en la calle, aquella ira se evaporó. Lo que ahora sentía, cuando caminaba por calles adoquinadas de aquel pueblo amurallado, era terror en estado puro.

Estaba anocheciendo. Empezaba a llover. Cubrió su cabeza con la capucha de su anorak rojo. Sin levantar la mirada del suelo, caminaba con rapidez. Pensando que cuanto antes llegara, antes regresaría y aquella pesadilla antes llegaría a su fin.

Pasó por la tienda de bonsáis. No se fijó en el dibujo de una mano que alguien había pintado en la pared de una casa abandonada. Tampoco prestó atención al escaparate de una librería donde tenían expuesta una máquina de escribir muy antigua. Ni en los paraguas, de lo más variopintos, que portaban unos turistas. Ni se fijó en el suelo cubierto de mosaicos de piedras de colores cuando pasó por delante del ayuntamiento. No vio al zorro escondido tras unos cubos de basura.

Caminó, caminó y caminó hasta llegar a un sendero que conducía al bosque.

De noche todo era diferente. Escuchaba ruidos que no podía identificar, la oscuridad ganaba terreno. Las sombras habían llegado para quedarse, formando siluetas macabras, distorsionando la realidad.  

Apuró todavía más el paso. Según las indicaciones que le había dado su madre sobre cómo encontrar la cabaña de aquella mujer, no quedaba muy lejos de donde estaba.

El crujido de una rama tras él, lo sobresaltó. Gritó de puro terror. Ahora ya no caminaba, corría como alma que lleva el diablo, rezando en voz baja, a quien le quisiera escuchar, que lo ayudara.

Corrió y corrió hasta que llegó a un claro y a la morada de la bruja. Había dejado de llover.

Era una cabaña de madera, vieja y destartalada. No había luz en su interior. Se acercó con paso firme. La indecisión no tenía cabida. Había llegado hasta allí y tenía que terminar lo que había empezado. Golpeó con los nudillos la ajada puerta. Esperó. Nadie abrió. No se rindió. Rodeó la casa hasta la parte de atrás. Vio un fuego. Sobre él, había una enorme olla. Salía vapor de su interior. Ni rastro de la mujer.

- ¿Me buscabas, jovencito? Has tardado mucho en llegar. Llevo horas esperándote.

Fue tal el susto que se llevó el muchacho al escuchar aquella voz, que el corazón le dio un vuelco en el pecho. Ante él había una mujer con un aspecto muy diferente al que se había imaginado. Cuando a uno le dicen que tiene que ir a buscar a una bruja, te imaginas a una anciana, muy mayor, de edad indeterminada, con aspecto desaliñado, ropas largas, un sombrero de pico y alguna que otra verruga en la cara. Pero ante él había una muchacha muy hermosa, joven, con una larga melena rubia, alta y delgada. Vestía unos vaqueros y un jersey rojo y no tenía ninguna verruga en su cara, sólo una amplia y bonita sonrisa. Se sonrojó al verla.

Lo llevó adentro, le pidió que se sentara y le ofreció un refresco. El interior de la cabaña, nada tenía que ver con el aspecto que presentaba por fuera. Estaba todo muy bien cuidado y limpio, era muy amplia y tenía muebles modernos y funcionales.

Cuando hubo apurado hasta la última gota del vaso, pasó a contarle lo que le había llevado hasta allí. Ella lo escuchó atentamente. Cuando hubo acabado de relatarle lo sucedido, ella se levantó, cogió un maletín negro que descansaba sobre el sofá y se pusieron en marcha.

El camino de regreso fue más llevadero. Hablaron durante el trayecto y el muchacho se sentía muy a gusto y relajado al lado de aquella joven.

Al llegar a la casa, la llevaron hasta el dormitorio donde el hombre yacía en la cama. Estaba pálido y ojeroso. Pidió que le trajeran agua caliente y unas toallas limpias y que encendieran la chimenea.

Le colocó sobre el abdomen y la frente las toallas, previamente mojadas en el agua caliente.

Luego extrajo de su maletín un frasquito de cristal, dentro había un líquido verde. Ayudada por la esposa, levantaron la cabeza del hombre que descansaba sobre una almohada, luego le dio de beber aquella poción. La bruja comenzó a recitar unas palabras en una lengua desconocida para ellos.

Pasados cinco minutos, el hombre empezó a toser. Lo ayudaron a ir al baño. En uno de esos accesos de tos expulsó un escarabajo negro cuyo tamaño era inusualmente grande.

Rápidamente la joven lo agarró y lo lanzó al fuego de la chimenea. Escucharon un grito desgarrador cargado de odio y dolor proveniente de las llamas. La bruja les pidió que mantuvieran el fuego encendido durante dos noches y dos días. Tiempo más que suficiente para que aquella vampira, que había tomado la forma de aquel asqueroso insecto, se consumiera.

La recuperación del hombre, fue instantánea. Con los ojos anegados en lágrimas le dijo a su mujer que tenía hambre. Ésta fue a prepararle algo de comer. Se acercó a la joven para darle las gracias y preguntarle qué quería como pago.

Ella sonrió maliciosamente.

El hombre al mirarla a los ojos pudo, su interior, su esencia, su oscuridad. Aquella visión lo asustó. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Fuera cual fuese su petición no podría negarse, estaba ante un ente muy poderoso y carente de alma.

Respondió:

-A tu hijo pequeño.

 

 

 

 

 

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