viernes, 15 de abril de 2022

OSCURA VERDAD

 


 

Recuerdo aquel fin de semana con una mezcla de sentimientos dispares. Una euforia desatada y un dolor de puñales clavados en el corazón, desgarrador, mortal.

El colegio había organizado una excursión a las montañas. Pasaríamos tres días y dos noches fuera de casa. Estaba feliz, radiante, rebosaba alegría por todos los poros de mi cuerpo. A mis doce años pasar tanto tiempo fuera de casa era toda una aventura. Pero al mismo tiempo, me preocupaba que mi madre se quedara sola. Mi padre viajaba mucho por temas de trabajo.  Y por aquel entonces llevaba fuera de casa más de una semana. Mi madre me prometió que estaría bien, que fuera tranquilo y disfrutara de esos días. Sería una experiencia maravillosa que no olvidaría nunca. Y qué razón tenía. Aquel fin de semana no lo he borrado de mi memoria, ni creo que lo haga mientras me quede un halo de vida.

A pesar de que llevaba poco tiempo en aquel pueblo, unos seis meses creo recordar, había hecho amigos con facilidad. Nos habíamos trasladado allí desde la otra punta del país al morir mi abuela. Mi padre heredó la casa. Era muy grande y estaba muy bien cuidada. En un principio me enfadé un poco por el cambio, dejar a mis amigos atrás, mi escuela, todo lo que conocía. Pero supe adaptarme bastante bien.

Cuando llegamos a nuestro destino montamos las tiendas y pasamos el resto de la tarde zambulléndonos en las cristalinas aguas del lago hasta la hora de cenar. Nos acostamos muy tarde esa noche y la siguiente también, porque las pasamos contando historias de miedo alrededor de una hoguera. Fueron unos días cargados de emociones y buenos recuerdos. El fin de semana transcurrió sin ningún contratiempo. Todo habían sido risas y diversión.

Había anochecido cuando llegamos a la escuela. Nuestros padres nos recogerían allí. Mi madre no estaba. Podía entender que mi padre no fuera a buscarme, lo más seguro es que no hubiera regresado todavía de su viaje, pero mi madre…. Ella siempre venía a recogerme. Comencé a caminar a casa, que no distaba mucho de la escuela, molesto y algo enfadado con ella por aquel olvido.

Los padres de mi mejor amigo se ofrecieron a acompañarme, pero les dije que no hacía falta que si me daba prisa no tardaría en llegar. Les di las gracias y comencé a caminar todo lo deprisa que podía teniendo en cuenta que cargaba con el saco de dormir y una mochila bastante pesada con todas mis cosas a la espalda.

Al llegar a mi casa me extrañó no ver luces dentro. La puerta de la entrada estaba cerrada. Toqué el timbre y llamé a mi madre, pero no obtuve respuesta. Di la vuelta y me encaminé hacia la puerta trasera. La poca luz que arrojaba la luna me permitió ver montículos de tierra por todo el jardín. Alguien había estado cavando. Quien fuera que lo había hecho estaba claro que buscaba algo. Me acerqué al hoyo que tenía más cerca. Había huesos desenterrados. Desconcertado sin saber qué pensar corrí hacia la puerta.

 La abrí y frente a mi vi una figura envuelta en sombras sentada en una silla. Reconocía a mi madre. Quise encender la luz, pero en un hilo de voz me pidió que no lo hiciera. Me acerqué a ella. Sus pies y sus manos estaban atados y su vestido estaba cubierto de sangre. ¡Su propia sangre! Presa del pánico le pregunté qué había pasado mientras intentaba desatarla. Estaba muy mal herida. Tenía la cara llena de moratones. Pero lo peor… lo peor fue ver su mirada clavada en mí llena de pánico, con los ojos vidriosos. Tenía un corte en la garganta. No parecía profundo. La sangre emanaba de ella, llevándose consigo la vida de mi madre.

Conseguí desatarla y la tumbé en el suelo. Grité con todas mis fuerzas pidiendo ayuda. Ella me agarró de un brazo. Intentaba decirme algo. Me incliné para escuchar lo que quería decirme. No podía parar de llorar.

“Cada palabra es una historia que extiende la virtud y la violencia de la humanidad”

Sentí pasos acercándose. Los vecinos escucharon mis gritos y se acercaron. La policía no tardó en llegar. Cuando lo hicieron mi madre ya estaba muerta.

Luego me enteré de que mi padre la había matado. El hombre que yo conocía, el hombre cariñoso que jugaba conmigo, era un asesino.

Cuando mi padre era un adolescente y vivía en aquella casa, habían desaparecido algunas chicas en aquel pueblo. Nunca cogieron al asesino.

Mi padre fue a la universidad. Al terminó viajó por todo el país, viviendo en varios lugares hasta que conoció a mi madre y se quedó a vivir en la ciudad donde nací y de la que nos habíamos ido hacía poco tiempo. Lo que yo no sabía es que allá donde fuera mi padre desaparecía gente. La policía le pisaba los talones. Al sentirse acorralado decidió volver al pueblo, donde todo había comenzado. Pero no quería vivir bajo el mismo techo que mi abuela. Una mujer autoritaria con un carácter muy fuerte y conocedora del secreto que tan celosamente guardaba su hijo. Así que mi padre no tuvo reparos en matarla haciéndole tomar un frasco entero de sedantes que le había recetado el médico para dormir. Debido a su avanzada edad y a la demencia que venía padeciendo los últimos meses, dieron por hecho que había sido ella la que por su propia mano las había tomado, en un momento de enajenación mental.

Mi madre tenía una pasión, la jardinería. Siempre estaba cuidando sus flores y plantando unas nuevas. Recuerdo que unos días antes de irme a aquella excursión había comprado varios árboles frutales. La teoría es que cuando estaba cavando la tierra para plantarlos encontró algún hueso. Eso la llevó a segur cavando y seguir encontrando más y más. Eran los huesos de las jóvenes desaparecidas cuando mi padre vivía en aquella casa.

Cuando llegó de su viaje y encontró a mi madre cavando en el jardín supo que había sido descubierto. Ella le preguntó qué significaba aquello. Él se puso nervioso y la mató. O eso creyó antes de huir. Pero de alguna manera mi madre logró mantenerse con vida hasta que yo llegué.

Mi padre se convirtió en el asesino en serie con más muertes a su espalda que ningún otro conocido, dejando un reguero de cadáveres allá por donde pasara.

Hoy lo ejecutarán. Estaré presente y lo miraré a los ojos hasta que la muerte lo lleve al infierno.

 

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