viernes, 28 de noviembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE CINCO. ENCUENTROS,

 Tomás al salir del trabajo, cogió el coche y puso rumbo a Finisterre. No se le ocurría un lugar mejor para deshacerse de esas maletas que llevaba en el coche.

Estaba anocheciendo, pero eso no le impidió reconocer a un hombre que iba por la carretera caminando a paso acelerado y cabizbajo. No le cabía la menor duda de que era San, el anciano que vivía en la casa al lado de la de su hermana.

A pesar de que el anciano iba en dirección a Coruña de donde venía él, no dudó ni un segundo en dar la vuelta en la rotonda y pararse a su lado. 

Al principio San no lo reconoció pero en cuanto pronunció su nombre, se paró y lo contempló con la mirada perdida.

Tomás se bajó del coche y le preguntó a dónde iba.

Él le respondió que a ver a Elena, su mujer. Tomás le dijo que subiera que lo llevaría él. San le dio las gracias y se subió al coche. 

Estuvieron un rato callados hasta que el anciano rompió el silencio.

-Hoy he recibido una llamada -le dijo mientras apretaba contra su pecho el paraguas que llevaba en la mano. Eran imaginaciones suyas o aquel paraguas tenía en la base algo inusual, le pareció una daga o un puñal pero no podía ver bien lo que era porque la luz de las farolas no llegaba a alumbrarlo. Lo que sí se podía ver claramente era la empuñadura en forma de león. 

-¿De quién?

San obvió la pregunta y siguió hablando.

-¿Te acuerdas de que hace tres años murieron mi hijo, mi nieto y mi nuera en aquel accidente de tráfico en la autopista de Santiago?

Tomás asintió con la cabeza. Había sido una auténtica tragedia. 

Elena y Santiago no tenían más hijos y desde entonces sus vidas cambiaron para siempre. Él lo había ido superando a su manera pero su mejor se fue marchitando como una flor a pasos agigantados.

-Bien pues me llamó hace una media hora diciéndome no se que de una casa que había comprado, que mi nieto era muy bueno en el fútbol y que no se podía hacer cargo de su madre.

Silencio

Tomás lo miró desde el asiento del conductor sorprendido. ¿Estaría perdiendo el juicio el buen hombre? 

-Bueno tú sabes tan bien como yo que mi hijo no pudo hacer esa jodida llamada porque está muerto. Pero había algo en su voz. Algo que me asustó. Me pareció reconocer a la persona o quien fuera al otro lado del teléfono. Y tuve un presentimiento. Algo estaba pasando o pasará en breves. Algo endiabladamente malo. Así que me dije: voy a visitar a Elena y sin pensarlo me puse en camino. 

-¿No pensaste que podría ser alguien que te estuviera haciendo una broma macabra?

San no respondió a la pregunta. Entonces Tomás le preguntó:

-¿Por qué no cogiste el coche?

Esta pregunta sí tuvo respuesta.

-Estoy demasiado nervioso para conducir, además estoy perdiendo la visión del ojo derecho.

-Muy bien ya hemos llegado, te espero en la cafetería mientras visitas a Elena y luego te llevo de vuelta a casa.

-Gracias amigo, sabía que podía contar contigo.

Tomás dejó al anciano en la puerta de la residencia y fue a aparcar el coche. 

Se acercó a la cafetería del centro y pidió un café con leche. Era el único cliente. 

Unos ruidos, llantos y gritos provenientes de los pisos superiores lo pusieron a él y al camarero en alerta. Iban a salir a preguntar qué pasaba cuando una enfermera cubierta de sangre entró en la cafetería. Estaba llorando y temblaba como una hoja a punto de caer. Se sentó ante una mesa mientras el camarero le llevaba un vaso de agua. Tomás también se acercó a la mesa y ambos le preguntaron a la mujer qué había pasado.

-Entre sollozos lograron comprender que Santiago Pemán había matado a su mujer y luego se había quitado la vida.

-¿Cómo la mató? -le preguntó Tomás sin poder creer lo que aquella mujer les estaba diciendo.

-Con un puñal que llevaba en el paraguas.

Comenzaron a escucharse las sirenas de la policía. No estaban lejos. 

Tomás se levantó y salió de la residencia. Si se quedaba corría el riesgo que descubrieran de una manera u otra lo que llevaba en el mallero. Era consciente de que era una paranoia suya. ¿Por qué le iban a registrar el coche? No tenían motivo para ello. Aquello había sido un asesinato y un suicidio. Más claro blanco y en botella. Aun así, encendió el coche y salió de allí como alma que lleva el diablo.


La escritora se había quedado dormida en el sofá viendo una película cuando el sonido de su móvil la despertó.

La estaba llamando una amiga enfermera que trabajaba en la residencia donde Elena, la mujer de San era una paciente.

No le dio buena espina aquella llamada.

Cuando colgaron al otro lado del teléfono ella estaba llorando.

Tenía que ir hasta allí. No tenían más familia desde que su único hijo había muerto con su familia, en un aparatoso accidente en la autopista. Un camión había perdido los frenos y había pasado por encima del coche.


Se vistió a toda prisa. Cogió el abrigo y el bolso y se subió al coche.

Cogió, lo que le pareció un atajo, ir por San Icía.

Santa Icía es una pequeña aldea situada después del cementerio de Feans. Era famosa por sus curvas y sobre todo por una recta cuesta abajo en la que ya se habían producido varios accidentes, el último hacía un año la de un chaval de unos veinte años que se salió de la carretera al no poder controlar el coche en un día lluvioso.

Estaba llegando a esa recta cuando vio que un coche bajaba a toda velocidad y dando eses. Le hizo luces y le pitó. En un momento pensó que iba a chocar contra ella así que se arrimó lo que pudo a la cuneta. 

Aquello le salvó la vida.

No tuvo la misma suerte el conductor del otro vehículo que al hacer un viraje de ciento ochenta grados las ruedas perdieron el contacto con la carretera  y volcó en la cuneta.


Continuará….



jueves, 27 de noviembre de 2025

MUERTE EN EL AULA

 Elisa permanecía sentada ante su mesa mirando fijamente al profesor de matemáticas que no paraba de hablarle. Que si había aprobado por los pelos, que si tenía que esforzarse más y que la clase de refuerzo que le había dado la semana anterior había jugado un gran papel en aquel aprobado y que si quería aprobar la asignatura tendría que seguir yendo a aquellas clases de refuerzo cada semana.

Elisa recordaba la vez que se había quedado a solas con aquel hombre. Tenía la cara surcada de arrugas que parecía el mapa de carretera de algún país para ella desconocido, una nariz aguileña y unos ojos negros como como el azabache. Pero lo que más  recordaba y le producía un estremecimiento por todo su cuerpo era su aliento. Una mezcla de tabaco, alcohol y muerte que le daba arcadas igual que cuando su madre le ponía un plato de brócoli para comer.

Aquel ser asqueroso (sabía que a algunas chicas le parecía atractivo, no podía entenderlo) le dijo que fuera hasta su mesa. Subió el peldaño que le separaba del resto de los alumnos como si fuera un ser superior a ellos, un dios arcano con un gran poder sobre ellos porque sabía que en sus manos tenía el aprobado que tanto deseaban para pasar de curso.

Elisa obedeció. Llevaba su libro de matemáticas en una mano y un bolígrafo en la otra.

Ella guardó una cierta distancia. Él le dijo que se acercara más agarrándola por la cintura, ella hizo un movimiento brusco consiguiendo que aquellas garras la soltaran. El profesor lejos de enfadarse se rió mostrando unos dientes amarillos por la nicotica. La agarró de la mano con fuerza  y le pidió que se sentara en su regazo. Ella rehusó la invitación. En su mundo que una alumna lo rechazara era inconcebible. Todavía era atractivo y eso jugaba a su favor. Una buena nota en su asignatura, la nota más alta y tendría un currículum brillante de cara a la universidad.

Pero ella se resistía. En ese momento de incertidumbre, en esos segundos en los que el profesor dudó de lo que pasaba, Elisa aprovechó para golpearle en la cabeza con el libro de matemáticas y a continuación le clavó el bolígrafo en la garganta, directo a la yugular.

La sangre comenzó a salir a borbotones cubriendo la ropa y la mesa del profesor de sangre.

Ella se limitó a limpiar el bolígrafo manchado de sangre en la ropa del profesor. Fue hasta su mesa. Guardó el libro de matemáticas en la mochila junto al bolígrafo. Se puso el abrigo y salió del aula.

No haría nada con el cuerpo, no merecía la pena. Lo encontrarían tarde o temprano. Le daba igual.

No había nadie en el instituto, incluso el conserje se había ido a casa. Se ocultó de las cámaras que había en el exterior del instituto y siguiendo una senda por el bosque llegó a casa.

La complejidad de la clase trajo la muerte.


viernes, 21 de noviembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE CUATRO. CASUALIDADES

 Santiago Pemán, San, para amigos y familiares llegó a su casa. Cuando estaba poniendo la llave en la cerradura para abrir la puerta escuchó que el teléfono sonaba insistentemente. Entró y descolgó el auricular. El teléfono estaba en el mueble de la entrada donde dejaba las llaves y la cartera cuando llegaba a casa. 

San, era de los de antes, no le gustaba la tecnología y siempre se había negado a comprar un móvil. Su hijo se había ofrecido a conseguirle uno, incluso se lo compró. San puso cara de entusiasmo para no defraudar a su hijo cuando se lo dio pero cuando este se fue, el móvil había acabado en su mesilla de noche.

-¡Hola papá! ¿Cómo estás?

-Hola hijo. Pues bien, muy bien ¿y vosotros?

-Todo bien papá, Paloma está bien y Santi está hecho un fenómeno en el fútbol.

-No sabes lo que me alegra -San hizo una pausa y luego le preguntó- ¿Cuándo vais a venir por aquí?

Un silencio sepulcral se hizo tras esa pregunta que duró más de lo que tenía que durar.

Al final el hijo le respondió.

-Papá tenemos que hablar.

Mal asunto, pensó San.

-Hemos vendido el piso y nos hemos comprado una casa a las afueras de Coruña -otra pausa- verás con lo de la hipoteca, el colegio del niño y Paloma en el paro no puedo hacerme cargo de la parte que me corresponde del pago de la residencia de mamá. Y con tu sueldo de jubilado tampoco podrás hacer frente al pago mensual.

Silencio por parte de San, sabía por dónde quería ir su hijo pero lo dejó hablar.

-Entonces Paloma y yo pensamos que lo mejor es que mamá volviera a vivir contigo y tal vez pudiéramos pagar una enfermera que te ayudase con sus cuidados. Nos saldría más barato que tenerla en la residencia.

Al final San rompió el silencio después de pensarlo.

-Vale hijo, como quieras.

-Gracias papá por entenderlo. La residencia está pagada hasta final de mes. Luego te la llevarán a casa en una ambulancia. Ya está todo solucionado.

Así que ya lo había tramado todo a sus espaldas, pensó San.

Tras cortar la comunicación, San se puso de nuevo su anorak, cogió su paraguas y salió de la casa.


Mientras tanto, al lado de la tienda de antigüedades había sucedido un altercado. A una mujer le habían robado el bolso y se había caído. Debido a la caída se había dado un fuerte golpe en la cabeza y cuando avisaron en la central él era el que más cerca estaba de allí. 

Su compañero Fran y él se bajaron del coche patrulla para evaluar los hechos.

Estaba pidiendo una ambulancia por la radio cuando alguien le tocó el hombro.

Se giró y vio al hombre que le había vendido la pipa.

-Tengo algo para tí Tomás. Está en mi tienda.

-Ahora estoy ocupado -le respondió airoso.

-Muy bien si no vienes a recogerlo lo dejaré en la calle y sospecho que en poco tiempo llamará la atención y alguien vendrá, tal vez tú y tu compañero, a recogerlo y entonces….

Tomás se puso pálido y comenzó a temblar.

-De acuerdo, vamos a ver lo que es. 

Un mal presentimiento le oprimía el pecho.

En la entrada había dos maletas que conocía muy bien.

-Como ves son las maletas que hace un año metiste en mi taxi y dejaste en el aeropuerto

-¿Por qué las tienes tú?

-Tomás. estuve esperando a que tu sobrina las recogiera pero al cabo de un buen rato al ver que nadie las reclamaba las volvi a meter en el taxi y las traje a la tienda.

-¿Por qué no me las diste el día que me diste la pipa?

-Porque cada cosa tiene su momento y aquel no era el apropiado.

Tras una pausa el hombre le preguntó:

-No quiero aguarle más la fiesta de lo que ya está, pero ¿qué tal te va la pipa? La marihuana sabe mejor, supongo. ¿Estoy en lo cierto?

-Ahora estoy trabajando, vendré más tarde a por ellas -fue la respuesta de Tomás obviando la pregunta del dueño de la tienda.

-No, las llevas ahora -le respondió de manera cortante dándole a entender que aquello era una orden y que no admitía un no por respuesta.

Tomás colocó las maletas en el coche patrulla malhumorado. Cuando llegara al cuartel las pondría en el maletero de su coche y se desharía de ellas.


La escritora había llegado a casa cargando con la vieja máquina de escribir. En el coche había estado pensando en lo surrealista de lo que le había pasado en aquella tienda y la impresión de que aquel ·regalo· tenía algún motivo escondido que ella no lograba comprender.

Decidió que dejaría aparte su portátil (de momento) y comenzaría a utilizar aquella máquina de escribir como a la vieja usanza.

Así que dejó a un lado el portátil y puso en su lugar la nueva adquisición. Colocó una hoja en blanco y decidió que comenzaría su trabajo al día siguiente. Necesitaba descansar. 


Continuará…..


jueves, 20 de noviembre de 2025

EL HOMBRE DE ARENA

 Elisa estaba con sus amigos en una vieja fábrica abandonada a las afueras de la ciudad. Solían reunirse allí los fines de semana. Ponían música y bebían hasta bien entrada la noche.

Les gustaba contar historias de miedo, cada cual más macabra e insólita que la anterior. 

Lo pasaban bien, eran una piña, siempre juntos. Elisa, Andrea, Jaime, Tomas y Luna.

Elisa era la más escéptica del grupo. Aquellos relatos, aquellas leyendas urbanas no le daban miedo, se lo tomaba como lo que ella creía que eran, puros chismes y cuentos para asustar a la gente.

Todos en el grupo lo sabían y entonces Jaime, que era el que más historias de miedo conocía, le propuso un reto que había visto ese día en internet.

-Elisa te reto a que esta noche invoques al hombre de arena.

-Por qué yo? -preguntó mirando a los demás chicos.

-Porque eres la más adecuada, nada te da miedo y esto pondrá a prueba tu escepticismo.

Elisa puso los ojos en blanco y todos se rieron.

-A ver dime de qué se trata.

-Tienes que cantar una nana para que funcione.

-¿Me estás tomando el pelo? porque me levanto y me voy.

-No, no, espera -le suplicó Jaime- es parte del reto, de esa manera

entra el hombre de arena en tu habitación. Tienes que cantarle mientras él echa arena en tus ojos para que no tengas pesadillas.  Así que esta noche cuando te vayas a acostar tienes que cantar esta canción:

“Duerme,

niño chiquito,

duerme,

mi alma,

duérmete,

lucerito de la mañana”


Al día siguiente sus amigos esperaban a Elisa delante del instituto para preguntarle si lo había hecho y si era así si había funcionado.

Pero Elisa no apareció.

Pensando que llegaría tarde se fueron a clase.

Cuando pasaban cinco minutos de las 9 de la mañana, el director por megafonía avisó a todos los alumnos del instituto que una compañera suya, Elisa Salazar, había desaparecido esa noche de su casa. Se iban a hacer batidas por los bosques, así que, necesitaban toda la ayuda posible. Los chicos y chicas de los últimos cursos que se apuntaran no tendrán clase ese día.

Más tarde sus amigos pudieron saber por el padre de Luna, que era policía, que la habitación de Elisa estaba llena de arena. Lo peor estaba en su cama. Allí la arena había tomado la forma de un ser humano. ¿Sería Elisa ese montón de arena?


viernes, 14 de noviembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE TRES. LA ESCRITORA.

 Llevaba meses encerrada en casa sin levantar apenas las persianas.

Vivía en una penumbra física y emocionalmente.

Siempre le pasaba en las mismas fechas. En el aniversario de la desaparición de su hija. su única hija. 

¿Sabes qué era lo peor de todo? que no sabía si estaba viva o muerta, simplemente desapareció. Se fue. Se esfumó.

Cuando denunció su desaparición, la policía se puso en marcha con todos los recursos que tenían a mano, porque según le dijeron, las cuarenta y ocho horas siguientes a la desaparición eran primordiales para encontrarla, ya que después. si la hubieran secuestrado o en el peor caso, asesinado, la posibilidad de encontrarlas se iban menguando con el paso del tiempo.

La interrogaron durante horas y horas, como si ella fuera la culpable. Lo único que les podía decir es que su hija no se había fugado de casa como ellos pretendían hacerla creer. Era mayor de edad sí, y podría hacerlo, pero ambas tenían una buena relación madre e hija. También sabía que nada le preocupaba a su pequeña en esa etapa de su vida, al contrario, estaba entusiasmada, feliz porque iba a estudiar lo que más le gustaba en este mundo, medicina y lo iba a hacer  a Londres.

La última vez que vio a su hija fue la noche anterior de su viaje. Habían hablado que era mejor que cogiera un taxi y que no la llevara ella al aeropuerto. Le dijo que no podría soportar verla allí de pie mientras ella hacía el embarque. Porque tal vez, daría la vuelta y volvería a casa con ella para que no se quedara sola. 

Esa noche la escritora se tomó un par de pastillas para dormir y cuando despertó se asomó a la ventana, todavía somnolienta, pudo ver al taxista y a su hermano ayudándole a meter las maletas de su hija en el maletero.

Su hija  ya se había metido en el coche y no pudo verla.

Cuando a lo largo del día no había tenido señales de ella se alertó y llamó a su hermano. El le dijo que ella había tomado ese avión que la llevaría a Londres.

Pasó otro día y aunque la llamaba al móvil éste estaba siempre apagado.

Decidió denunciar su desaparición.

Le habían dicho que las cuarenta y ocho horas siguientes eran primordiales para encontrarla.  

Había pasado un año y no había rastro de ella.

Mientras recordaba todo ello se puso unas mallas y una camiseta y salió a correr. Necesitaba sentir el aire en la cara. Necesitaba sentirse viva. Aunque sabía que hacía un año que su cuerpo y su mente estaban  derrotados, muertos.  Ya no era ella misma. Pero nunca había perdido la esperanza.

Había dejado de escribir. Se sentaba ante el portátil y no se le ocurría nada. Era frustrante, día tras día, semana tras semana, mes tras mes ver la pantalla en blanco en su portátil y no poder escribir ni una sola línea, ni una sola palabra. 

Su editora quería otro libro, sus lectores esperaban otra obra suya. No. Todavía no. Tenía que sanar por dentro primero y luego…. ya se vería.

Por eso tenía que correr, alejarse de todo por un momento, encontrarse a sí misma y a su musa que la había abandonado.

Antes de salir llamó a su hermano Tomás para avisarle de que no estaría en casa. Su hermano había sido su pilar durante este año. Siempre estaba con ella, intentando sacarla de ese pozo y que volviera a sonreír aunque sólo fuera un poco. Pasaba todos los días por su casa después del trabajo para ver como estaba. 

Decidió correr por el bosque. Aire puro para sus pulmones. Cogió una de las varias sendas que había y se puso a trotar.

A los pocos kilómetros vio a San su vecino de al lado. Iba caminando despacio y hablando consigo mismo como siempre hacía. Lo de su mujer lo había afectado mucho. La demencia era cruel y cuando tuvieron que ingresarla en una residencia aquello fue un duro golpe para él.  Ella se fijó que llevaba algo en la mano. Le pareció un paraguas. Pero algo le chocó. La puntera tenía forma de puñal. 

Lo saludó aun sabiendo que él no respondería al saludo. Nunca lo hacía, estaba totalmente enfrascado en la conversación que tenía consigo mismo.

Hizo sus diez kilómetros y regresó a casa.

Se duchó y decidió que iría hasta la ciudad. Hacía un año que se había mudado de allí al pueblo donde ahora vive. Pasaría el día allí. Recorrería las calles que tantas veces lo había hecho con su pequeña. E iría de compras. Sería una buena terapia. Al fin se enfrentaría al mundo.

Pero aquella decisión no surgió del día a la mañana. Tenía una necesidad imperiosa de hacerlo. Una necesidad fuerte que la arrastraba con ella desde hacía unos días. 

Sabía a ciencia cierta que tenía que ir a la ciudad por una razón. Pero no sabía cual. 

Sonrió mientras lo pensaba. Se arregló, cogió el coche y puso rumbo a Coruña.

Aparcó el coche en la calle San Andrés. 

Cuando se estaba bajando vio que en la acera de enfrente había una tienda de antigüedades.

Le entró la curiosidad. Cruzó la calle. En el escaparate había una máquina de escribir antigua. Le gustó nada más verla. Así que decidió entrar.

Un hombre, seguramente el dueño, pensó ella, la saludó cordialmente. Ella respondió al saludo sin mirarlo porque sus ojos estaban centrados  en aquella máquina de escribir del escaparate. Si se hubiera fijado más en él sabría que ya lo había visto antes.

-Mi querida escritora, veo que le interesa algo del escaparate.

-Sí -le respondió ella- si la máquina de escribir.

-Entiendo… -le dijo el hombre de manera misteriosa. 

-¿Me puede decir el precio? por favor-

Lo que a continuación le respondió el hombre la dejó atónita.

-Presiento que desde hace un tiempo tu creatividad literaria se ha esfumado, seguramente por un trauma que has vivido recientemente. Por eso lo menos que puedo hacer para ayudarte es regalársela.

-¡Muchas gracias! pero no puedo aceptarlo. Dígame cuánto vale y yo se lo pago.

-Olvídese del dinero querida. Quiero ayudarla. Se dice que para salir del bloqueo lo mejor es escribir sobre algo que conocemos. Y una parte ya está escrita en los folios que hay en esta carpeta que también es suya. 

Cuando lo miró directamente a los ojos vio sinceridad en ello. Sinceridad y otra cosa. Su cara se le hacía conocida.

Lo que no lograba recordar era que aquel era el taxista que había llevado a Tomás y a su hija al aeropuerto un año atrás.


Continuará….


sábado, 8 de noviembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE DOS. TOMÁS

 Tomás un hombre grande, de casi dos metros de altura y ciento veinte kilos de peso acababa de aparcar el coche cuando vio salir a un hombre que le parecía conocido de una tienda en la acera de enfrente. Aquel hombre salió de allí  a paso acelerado, casi corriendo. Lo llamó a gritos por su nombre pero o bien San no lo escuchó o no quiso hacerlo.

La tienda era de antigüedades. Decidió acercarse hasta allí. Le preguntaría al dueño o al empleado que estuviera al frente del negocio si sabía que le había pasado a su amigo para que actuara de aquella manera.

Iba a abrir la puerta cuando por el rabillo del ojo vio algo que le llamó la atención. Era una pipa. Pero no era una pipa cualquiera, era LA PIPA. SU PIPA.

Nunca había fumado en pipa. Su adicción al tabaco venía de muchos años atrás y siempre lo había hecho con cigarrillos.

Una sensación de euforia lo envolvió, Aquella sensación hizo que se olvidara totalmente  del motivo por el que estaba en esa tienda. Entró. 

Necesitaba aquella pipa, pagaría lo que fuera por ella. Lo que fuera. Daría su alma al diablo si fuera necesario. No era nada del otro mundo aquella pipa, las había visto mejores, más elaboradas en algunos estancos de la ciudad. Era una pipa normal y corriente. De color negro. Eso sí pudo vislumbrar que tenía unas palabras escritas que no lograba leer a través del cristal del escaparate. 

Entró. 

Un hombre muy alto y con una espesa barba negra salpicada de canas estaba en la puerta. Parecía estar esperándolo. 

La tienda estaba vacía, salvo para ellos dos.

Le dio los buenos días y se hizo a un lado para que Tomás entrara.

Tomás le dijo a aquel hombre que le interesaba aquella pipa. 

El hombre se acercó al escaparate, la cogió y se la puso entre sus manos. Tomás la tomó con delicadeza como si fuera a romperse o esfumarse como por arte de magia. Sintió que una sensación de paz y tranquilidad lo envolvía y de pronto se sintió eufórico, con fuerza renovada. Con esa pipa sintió que podía hacer cualquier cosa. 

Se sintió invencible.

El dueño le preguntó si le interesaba aquella pipa. Tomás no dudó ni un segundo en responderle que sí.

Su sorpresa fue indescriptible cuando aquel hombre alto, calvo y con una gran barba, le dijo que era suya.

Tomás sin creérselo la miró detenidamente y pudo leer al fin la inscripción que tenía dicha pipa y que no pudo leer cuando estaba colocada en el escaparate. ALEA IACTA EST (la suerte está echada).

Sin dudarlo y por miedo de que el dueño cambiara de opinión le dio las gracias y salió corriendo de la tienda. Se paró a cuatro manzanas de allí y miró hacia atrás, el dueño no lo había seguido. Sabía que toda aquella película que se había montado en su cabeza eran paranoias suyas, sólo suyas, pero el mero hecho de que alguien le quitara aquella pipa lo volvía loco. 

Ahora estaba cómo sacar su coche aparcado frente a la tienda, la idea de que el dueño hubiera cambiado de idea. Así que esperó a que cerrara para coger su coche y salir pitando de allí.

Cuando el hombre estaba cerrando la puerta con llave se giró y clavó sus ojos sobre él. 

Tomás en un principio no lo reconoció. Su aspecto había cambiado a peor. Parecía un demonio, un monstruo. Allí donde habían estado sus ojos ahora se veían unas cuencas oscuras, negras, como la oscuridad más profunda.

Un autobús urbano se interpuso entre ellos. Ahí fue cuando Tomas salió del aparcamiento y salió pitando de allí quemando rueda. Durante todo  el trayecto a casa no cesaba mirar el retrovisor por si aquel hombre, aquel ser, lo seguía.


Continuará…






BIENVENIDO A DERRY

  Jack Mortel sería el nuevo sheriff de Derry. Cuando pusieron la propuesta en la mesa nadie la quiso. Jack lo tomó como un reto en su carre...