sábado, 1 de noviembre de 2025

LA NO HISTORIA. PARTE PRIMERA. SAN

 Santiago Pemán, San para sus amigos y allegados se levantó aquella mañana del 12 de junio con ganas de coger el coche e ir a la ciudad. ¿Cuánto hacía que no se acercaba a Coruña?

Ni se acordaba. Se había acomodado en la casa que había comprado tras su jubilación como conserje de un instituto y casi nunca cogía el coche para ir a los sitios, prefería caminar, tenía tiempo, lo que le sobraba era eso, tiempo. Tomaba un café largo, solo y sin azúcar,  en el bar del pueblo todas las mañanas, mientras leía el periódico y luego caminaba un rato antes de la comida. Tras echar una buena siesta, salía a caminar de nuevo, unas veces solo y otras lo hacía con su mujer Elena. 

Pero aquella mañana decidió que iba a ir a la ciudad. No tenía un motivo para ir, simplemente quería ir. Es más, “debía ir”.

Se despidió de su mujer cogió su viejo Ford Fiesta y comenzó a conducir los quince kilómetros que le separaban de Coruña.

Aparcó a las afueras y cogió el bus de la línea 7 que le llevaba al centro de la ciudad.

Una vez se bajó del autobús. Sus pies pusieron rumbo a una calle que él conocía muy bien de los años que había vivido en aquella ciudad. Parecían ir solos, él no tenía un lugar en mente donde ir. Sus pies lo guiaban y si parecía que ellos sí sabían a donde se dirigían.

Eran las diez de la mañana de un sábado. No había mucha gente por las calles. Las tiendas estaban abriendo sus puertas al público.

Le apetecía tomarse un café y tal vez algo de bollería. Vio una cafetería con terraza que le gustó. El tiempo era agradable y echaba de menos su café y la lectura de un periódico, pero sus pies no le obedecían y seguían caminando. Lo hicieron durante unos quince minutos hasta que al final se pararon frente a un negocio de antigüedades. En el escaparate vio algo que le llamó la atención. Lo había visto por el rabillo del ojo porque estaba oculto entre paraguas y bastones. Pero cuando clavó sus ojos en él supo que tenía que ser suyo.

Ante él tenía un paraguas, pero no era un paraguas cualquiera, era SU PARAGUAS. La tela era negra. Tenía un puño en forma de león. Y la contera, aquella punta metálica que solían tener todos los paraguas tenía forma de flecha de un puñal. Vio aunque no supo lo que decían, unas letras escritas en ellas. Necesitaba las gafas de lejos que se había dejado en casa.

Entró en la tienda. El lugar estaba en penumbra pero vio al fondo el mostrador. Se encaminó hacia allí con paso decidido. Lo compraría a cualquier precio. Costase lo que costase. Tenía que ser suyo y  de nadie más. 

Una voz a su espalda lo asustó. Le preguntó si quería aquel paraguas del escaparate.

El dueño de la tienda, o eso supuse al verlo, porque a mi entender era demasiado mayor para ser un empleado, aunque también podría serlo, pero sus sentidos le decían que aquel hombre era el propietario del negocio. Era alto y muy delgado. Tenía la cara espigada, estaba totalmente calvo aunque presentaba una gran barba negra que le llegaba casi al pecho. Le daba un poco de miedo. Además vestía un traje impecablemente planchado de color negro, con una camisa blanca y una corbata roja.

Le dijo que sí, que le gustaba aquel paraguas y que le gustaría saber su precio.

El hombre fue hasta el escaparate, sacó el paraguas (mi paraguas pensó San) y se lo entregó diciéndole que era suyo. 

No podía creer que aquel hombre se lo estuviera regalando. Unas lágrimas luchaban por salir de sus ojos. Le daba igual que el hombre le viera llorar. Tenía “su” paraguas y eso era lo único que le importaba.

Salió de la tienda y solo quería coger el coche y llegar a casa. Ya se había olvidado del café y el periódico. 

No cogió el bus y caminó como alma que lleva el diablo.

Al llegar al coche intrigado por lo que decían aquellas palabras escritas en la contera en forma de puñal las leyó.

Estaban en latín y él no tenía ni idea de aquel idioma: ALEA IACTA EST. Miró en su móvil el significado y se quedó petrificado: LA SUERTE ESTÁ ECHADA.

Un escalofrío sacudió todo su cuerpo.


Continuará…..


LA NO HISTORIA. PARTE PRIMERA. SAN

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