El padre Matías estaba
sentado en su despacho iluminado únicamente con una lamparilla que había sobre
la mesa. Esperaba una visita. Llegaría en menos de una hora. Hacía algo más de
una década que era el sacerdote titular de la iglesia de San miguel. Era respetado y querido por
sus feligreses. Era un hombre sencillo, amable, amigo de sus amigos y siempre
dispuesto a ayudar a aquel que más lo necesitaba. Pero hacia unos días que no
se encontraba muy bien. Los dolores de cabeza cada vez eran más frecuentes, tenía
náuseas, apenas comía y la luz le molestaba soberanamente. Sabía que debía acudir
al médico, pero no era que no confiara en él, al contrario, les unía una buena
amistad, pero tenía fobia a los hospitales, tal vez fuera un trauma de pequeño,
por las largas horas que había pasado en ellos, acompañando a su madre enferma
que finalmente falleció en una cama de hospital.
Terminó su tarea y abrió
el segundo cajón de su escritorio, que siempre lo tenía cerrado con llave, sacó
la botella de whisky que tenía allí guardada y se sirvió un generoso trago.
Aquello era lo único que le mitigaba el dolor de cabeza desde hacía…. lo pensó
detenidamente, si desde hacía una semana. Concretamente desde que aquella madre
desesperada había llamado a su puerta pidiéndole que ayudara a su hija enferma.
Los ojos de aquella mujer eran el claro reflejo del miedo y la desesperación. Él
le dijo que la ayudaría y lo hizo. Le llevó tres días exorcizar a aquella joven.
El demonio que habitaba en ella abandonó su cuerpo, su nombre, Amudiel. La
joven murió. Él conocía bien aquel demonio, nunca abandonaba un cuerpo que
siguiera con vida, sólo lo abandonaba si moría la persona que había poseído.
Dormía mal por las
noches y cuando se levantaba por la mañana había pisadas de barro por la casa y
la puerta de la calle siempre estaba abierta. Vivía en una casa pequeña, al
lado de la iglesia, en la parte de atrás del camposanto.
No recordaba abrirla,
ni recordaba salir a la calle, pero sus pies, cuando se levantaba a la mañana
siguiente, estaban sucios, llenos de barro. Un día, a parte del barro en sus
pies, su pijama y sus manos aparecieron ensangrentadas.
Estaba asustado y sabía
que necesitaba ayuda, pero no quería que lo viera un médico, le mandaría hacer
un montón de pruebas que no aportarían nada, sabía que su mal no estaba en su
cuerpo, sino en su alma. La idea de que aquel demonio hubiera tomado su cuerpo
le rondaba por la cabeza, era lo más probable, por eso lo había llamado, él se
lo confirmaría.
Miró el reloj de péndulo
que colgaba de la pared, faltaban cinco minutos para la hora concertada. Unos golpes
de nudillo en la puerta lo sobresaltaron.
En el umbral de la
puerta apareció una figura alta, delgada, morena con el pelo muy corto, vestido
con un traje negro y un abrigo del mismo color. Sin mediar palabra se sentó en
la única silla que había frente a la mesa del sacerdote, desabrochó su abrigo y
de un bolsillo del interior sacó un periódico y lo puso delante de Matías. En
la portada había la foto de dos chicas que habían aparecido asesinadas, hacia
un par de noches en el bosque. Matías se puso lívido al comprender que él había
sido el autor de aquellos asesinatos.
Aquel hombre después de
mirarlo durante unos minutos le habló:
-Hola Matías ¿Cuánto
tiempo hace que no nos vemos?, veamos, unos treinta años más o menos, desde
aquel día en el hospital, cuando eras apenas un chiquillo y llorabas,
desesperado, porque tu madre estaba enferma.
Matías asintió con la
cabeza, sabía que, si abría la boca, ningún sonido saldría de su garganta.
Aquel día que había evitado durante mucho tiempo había llegado y ya no tenía
escapatoria.
-Quiero que sepas que me alegro de volver a verte. Y no es nada
personal mi presencia hoy aquí, al fin y al cabo, fuiste tú quien me llamó, creo
que, con un poco de retraso, pero lo has hecho y aquí estoy.
Matías abrió la boca
para decir algo, pero aquel hombre hizo un ademán con la mano para que no
hablara.
-Has tenido una buena
vida, la vida que querías. Te acuerdas cuando te pregunté en el hospital si podía
hacer algo por ti. Tú me dijiste que curara a tu madre. Yo te di a elegir, o
curar a tu madre o ver cumplidos tus sueños. Ya tenías clara tu vocación por entonces,
querías ser sacerdote. No lo dudaste mucho y escogiste lo segundo. También te
dije que algún día te pediría un favor a cambio, y aceptaste. Tú mataste a esas
chicas, bueno en realidad ayudado por Amudiel, que habita en ti, como tú mismo sospechabas.
Esas muertes digamos son un daño colateral. Son para demostrarte que ya no
tienes el control de tu cuerpo, y menos de tus acciones, ahora las riendas las
lleva él.
-Quiero que sepas que llegó el momento de que me devuelvas ese
favor.
Matías lo escuchó
atentamente. El arzobispo visitaría su parroquia en el plazo de una semana, el
plan era el siguiente. El demonio que habitaba en él tenía que pasar al cuerpo
del arzobispo, pero para ello él tenía que quitarse la vida en su presencia. Y
aquello condenaría su alma eternamente.