sábado, 3 de abril de 2021

ANIVERSARIO

 

 

 

 

 

Un día como hoy de hace diez años, Antonio era feliz, era el día de su boda. Se celebraría en la enorme casa de campo que tenían los padres de su novia Clara. Después de una semana de lluvias intensas y fuertes vientos, ese día amaneció soleado, luminoso, como un ave Fénix resurgiendo de sus cenizas. El tiempo desapacible dio paso a un día radiante en consonancia con el ánimo de los presentes. Pero a día de hoy su recuerdo, no tiene nada de feliz. Año tras año deseaba con todas sus fuerzas que no apareciera en el calendario.

Para mantener la mente ocupada y no pensar, sintonizó la televisión en un canal que emitían todas las mañanas, para hacer deporte desde casa. Hoy las flexiones eran las protagonistas y el verbo sudar, en todas sus conjugaciones parecía el favorito de aquel tipo musculoso que aparecía en pantalla. El susodicho tenía un lema “como un guerrero tenemos que luchar contra la grasa”. Pero, aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, el día que era no se iba de su cabeza.

 A veces pensaba que lo sucedido había sido parte de un complot en contra de ellos dos. Conspiradores que no querían verlos juntos, tal vez pensando que él iba detrás del dinero del padre de su novia. No sabían que realmente estaban enamorados.

Había una chica algo siniestra, llena de tatuajes y piercings, vestía de negro y parecía que siempre estaba enfadada. A él nunca le había caído bien, pero estaba presente porque era parte de la familia de Clara, aunque ella le confesó, tiempo atrás, que no la aguantaba, de hecho, eran enemigas acérrimas desde pequeñas, su novia le había quitado el novio a aquella muchacha. Nunca se lo perdonó y siempre que podía le hacía la vida imposible. Y si…. Desechó la cabeza. No tenía sentido volver atrás y recordar hechos que la policía ya había dado por aclarados. Caso cerrado.

En la habitación hacía mucho calor, a pesar de que las ventanas estaban abiertas y había puesto el ventilador. Apagó la televisión, ya se había cansado de verle la cara a aquel tipo y estaba cansado de hacer flexiones. Se iba a dar una ducha cuando llamaron a la puerta. En el umbral, un empleado de correos tenía una carta para él. La cogió, le dio las gracias y cerró la puerta. No había remitente en el sobre. La abrió. Leyó lo que ponía: “en el desván hay un baúl”

jueves, 1 de abril de 2021

AMARILLO


 

 

 


Mandatar al ejército, pensaba que era la decisión más acertada. Hacía un par de semanas algo inusual estaba sucediendo. Empezaron con pequeños casos, hasta convertirse en un problema a nivel mundial. Las cabezas pensantes se pusieron a trabajar, buscando los posibles factores que causaban aquello y así poner en práctica las posibles soluciones. Mientras tanto el caos fue inevitable. La gente tenía miedo. Y la incertidumbre unida al pánico puede hacer muchos estragos. Permítanme ponerlos en situación. Las anomalías en cuestión, se producían en una franja de edad comprendida entre los 20 y 30 años, hombres y mujeres. Al resto no les perjudicaba. Ahora viene lo mejor. La sola visión del color amarillo, hacía que se desencadenaran en ellos unas ganas incontrolables de matar al que estuviera a su lado o en las inmediaciones. Una flor, una prenda de ropa, un cartel publicitario, un coche, una fruta, en fin, cualquier cosa que tuviese ese color, provocaba en ellos esas ansias. Daba igual quien estuviera a su lado, o en las inmediaciones, no se libraban de una muerte segura. Como poseídos, actúan con una saña y una fuerza descomunal. Este es el panorama, todavía no se sabe la causa, así que no hay vacuna, pastillas, ni nada que los cure. Pensar en cómo acabará esto me produce escalofríos. Menos mal que tengo a mano un jersey. Los mandamases de las superpotencias tomaron una decisión, mientras no se conocieran las causas de aquel suceso anómalo, eliminar ese color. Pero señores, ¿ustedes creen que es posible eliminar de un plumazo el color amarillo de todas partes? Creo que la respuesta es simple: no. Entonces llegaron unos expertos que habían estado trabajando en el tema desde que salió a la luz. Dieron una solución (posible), para salir del paso. Inventaron unas gafas que, al llevarlas puestas, anulaban ese color que se había convertido en maldito de la noche a la mañana. Pero ¿y si no las ponían? Entonces empezaron a hablar de un determinado nervio en el ojo que alterándolo podría funcionar. No soy experto en la materia y no me enteré mucho del tipo de nervio ni de los pormenores científicos de todo aquello. Requirieron voluntarios y se experimentó con ellos. Funcionó la idea y parecía que la solución era ya un hecho palpable, pero esta solución no venía sola, traía consigo un precio que pagar por ello. Aquellos jóvenes, pasarían de ser, y perdonen por el ejemplo, una televisión en color, a una en blanco y negro, se les vetaría por siempre la visión de los colores.

martes, 30 de marzo de 2021

LA JOVEN DEL PARQUE

 [-(8-2) +(3+6)], terminó de escribir la profesora en la pizarra, recordándoles que tenían que hacer esa ecuación y dos más para el día siguiente. Sonó el timbre. Había sido un día agotador para aquella mujer. Era su primer día como sustituta de la profesora de matemáticas. Casi no había ni tenido tiempo de colocar sus cosas que todavía seguían dentro de las cajas apiladas en el garaje. Le gustó el colegio y sus compañeros, los otros profesores eran muy atentos con ella. Presentía que se sentiría a gusto allí y eso la animó bastante. Después de preparar la clase del día siguiente, decidió salir a dar un paseo por el parque que no distaba mucho de su nueva casa. Hacía una noche cálida y apacible. En el parque encontró más gente caminando como ella, en grupos y también sola, otros paseaban con sus perros y alguna que otra pareja besuqueándose amparadas por las sombras. A lo lejos, sentada en un banco, vio a una joven, estaba sola y tenía la mirada perdida y triste. Tuvo el impulso de acercarse y hablarle, le entraron unas ganas enormes de abrazarla y decirle que todo iba a salir bien, pero rehusó pensando que la tildaría de loca o algo así. Contuvo las ganas y siguió caminando. Al día siguiente al despertarse la imagen de aquella joven le volvió a la mente y decidió volver al parque esa noche. La encontró en el mismo lugar. Esta vez le hablaría. Se estaba acercando, cuando escuchó que la llamaban por su nombre, era su vecina. Estuvo un rato charlando con ella, y para cuando la mujer se fue, y la profesora dirigió la mirada hacia aquel banco, la joven ya no estaba. La noche siguiente tenía invitados a cenar, hizo la compra y ante de irse a casa para preparar la cena, decidió volver al parque y echar un vistazo, por si la volvía a ver Allí estaba. Ni se lo pensó. Se sentó a su lado y comenzó a hablarle. Al principio, la muchacha parecía asustada, pero poco a poco, se fue soltando. Su hermana y su cuñado, al comprobar que no estaba en casa, salieron a buscarla. La encontraron en el parque, sentada en un banco. Su hermana se acercó a ella, preocupada. La profesora se excusó con la joven y se levantó. La hermana le preguntó con quien hablaba. Allí no había nadie. Desconcertada, soltó la bolsa que llevaba en la mano, sin darse cuenta, desparramándose por el suelo, los ingredientes con los cuales iba a preparar el adobo para la carne. Aquella noche le costó conciliar el sueño. No podía creer que aquella muchacha fuera un fantasma. No estaba loca por mucho que su hermana se lo insinuara. Decidió hacer algunas averiguaciones por su cuenta. Calculaba que tendría unos 16 años, y seguramente estudiaría en el único instituto que había y donde ella daba clases. Sabía su nombre: María González porque ella se lo había dicho. Así que aquella mañana cuando tuvo un descanso, buscó su nombre en la lista de los alumnos del centro. No encontró nada. Lejos de rendirse fue a hablar con el director, pensó que sería la persona más adecuada para preguntarle al llevar allí muchos años dirigiendo el centro. En cuanto le mencionó su nombre, el color de la cara de aquel hombre desapareció, dando paso a una lividez cadavérica. Carraspeó y le preguntó quién le había dado ese nombre. Ella no iba a contarle la verdad, estaba claro, así que le dijo que lo había oído mencionar por los pasillos del centro a los alumnos. El hombre, sin mediar palabra, abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó una carpeta, poniéndola delante de la profesora. Ella lo miró de manera interrogante, él le hizo un ademán de que la abriera. Así lo hizo. En ella había una hoja con el emblema de la policía y una palabra subrayada varias veces: SUICIDIO. La fecha era de hacía un año. Esa noche la profesora volvió al parque con la esperanza de encontrarla de nuevo y pedirle que le contara qué había pasado, qué le llevó a quitarse la vida. Pero la joven no estaba, el banco donde solía sentarse, estaba vacío. Pero había algo…. Se acercó casi corriendo, y encontró una hoja de papel doblada varias veces. Se sentó mientras lo desdoblaba con el pulso tembloroso. Había algo escrito, lo leyó en voz alta: “En la taquilla número 101 pegada con cinta adhesiva en la parte de abajo de la estantería metálica, está lo que necesitas saber”.

La incertidumbre la estaba matando, decidió ir hasta el instituto, sabía que a esas horas el servicio de limpieza estaba allí, daría cualquier excusa para que la dejaran entrar y encontrar aquello de lo que hablaba aquella chica en esa nota. No le costó entrar, se dirigió hacia la taquilla 101, no le costó abrirla porque tenía la cerradura forzada, palpó debajo de la estantería y encontró algo. Efectivamente estaba pegada, quitó la cinta adhesiva con cuidado y encontró un pendrive, lo guardó en el bolso y salió de allí. Cuando llegó a su casa y lo puso en su portátil, las imágenes allí grabadas la dejaron sin palabras. Había sido víctima de abusos sexuales por parte del director del instituto. Era hora de que la policía interviniera y tomara medidas al respecto.

domingo, 28 de marzo de 2021

LA NIÑA DE LA CAPA ROJA

 



 

 

Había una vez una niña que vivía en una casa al lado del bosque. Su madre le había hecho una capa roja con capucha que ella, odiaba. Pero para no hacerle el feo, se la ponía. Con 11 años ya no era una niña pequeña, pensaba, para ir así vestida. Su madre era costurera y hacía la ropa que la gente del pueblo le encargaba. A ella le gustaba el abrigo que le había confeccionado a su mejor amiga. Eso sí que era elegante. Como una modelo de las revistas de moda que tenía su madre.

A la salida de la escuela, quedó con su mejor amiga para ir a su casa. Pero, para su sorpresa y gran enfado, al llegar a casa, su madre tenía otros planes para ella, tenía que ir a casa de la abuela, a llevarle una compra que le había hecho porque estaba enferma y no podía salir de casa. ¡Vaya faena! Pensó la niña. Ya no podría ir con sus amigas. Y por encima el camino más corto para ir hasta el otro lado del bosque, donde vivía su abuela, era un sendero que lo atravesaba, y ese sendero pasaba justo al lado de la casa de su mejor amiga y no soportaría verla a ella y a las demás niñas jugando, mientras ella tenía que hacer aquel recado. Y la cosa no terminó ahí, para colmo, su madre le pidió que se pusiera la capa roja. Cuando se dispuso a salir de casa estaba realmente enfadada, con su madre, con ella misma, por no decirle a su madre que no le gustaba nada aquella capa y por supuesto, con el mundo entero. Entonces se acordó de que se olvidaba de algo, así que antes de irse, subió a su cuarto, cogió una cosa que tenía guardada en el último cajón de su mesilla de noche, se lo guardó en uno de los bolsillos de la capa y salió sonriendo, llevaba tal prisa, que casi se olvida de la bolsa para la abuela. Su madre le había dicho que si regresaba pronto podría ir a jugar. Pasó por delante de la casa de su amiga, estaban todas allí, la saludaron alegremente.  Ella les explicó a dónde iba y éstas le dijeron que se diera prisa en volver, que la estarían esperando. La niña apretó el paso para llegar antes a su destino. En su loca carrera, se le cayeron las naranjas que llevaba en la bolsa, se paró para recogerlas. Cuando levantó la vista vio alguien acercándose a ella. No le gustó mucho la pinta de aquel personaje, así que dio media vuelta, bufando y continuó su camino sin mirar atrás y sin hacerle el mínimo caso. Aquel personaje le empezó a hablar, con voz dulce y zalamera, hasta se ofreció a llevarle la bolsa, que, según él, tenía pinta de pesar mucho. Cada vez se iba acercando más y más. La niña no estaba asustada, estaba más bien harta de gente como aquella, que tanto había oído hablar: los pesados de turno. Además, no tenía el día para cuentos, estaba desando llegar pronto a casa de su abuela, darle la bolsa y reunirse con sus amigas. No tenía tiempo que perder. Cansada de la cháchara de aquel individuo, se plantó en medio del camino. Dejó la bolsa en el suelo, hurgó en el bolsillo de su capa y sacó el tirachinas que había guardado allí antes de salir de casa. Por el camino había ido recogiendo piedras, había que ser precavida. El personaje detuvo sus pasos y se la quedó mirando fijamente. Por un instante, ella pudo ver miedo en sus ojos. Luego burla y mofa. Se estaba riendo de ella. Le decía que no tendría puntería para acertarle, las chicas no sabían disparar. Ella no titubeó. Tampoco perdió la calma. Sacó una piedra, la colocó en el tirachinas apuntó y le dio directamente en un ojo. El hombre se puso a chillar como un loco de dolor, mientras le gritaba que la iba a matar por aquello. Como se temía, era un lobo disfrazado de corderito. La niña, cogió la bolsa del suelo y siguió su camino. Un poco más adelante se encontró con un cazador. La saludó amablemente. Había visto lo que había pasado y sabía que aquella niña no necesitaba ayuda. Sabía defenderse por sí misma. La niña lo saludó y continuó su camino. Nadie la volvió a molestar. Estuvo un rato con su abuela y luego se fue hasta la casa de su amiga. Jugaron un rato hasta que oscureció, después regresó a su casa. Había sido un día muy productivo.


FOBIAS

 


 

 

Me cuesta mucho recordar aquel día, a pesar de los años que han pasado. Hablar de ello es sinónimo de sufrimiento e impotencia. Mi terapeuta me dice que escribirlo, plasmarlo en una hoja de papel, me hará más bien que mal. Así que lo voy a intentar. Lo he perdido todo, ya no me queda nada. Me casé joven, enamorada y muy ilusionada. Queríamos formar una gran familia, pero los niños no venían. Pero después de un par de años de tratamiento, por fin, me quedé embarazada y tuve a mi pequeño Juan. A partir de ahí una obsesión empezó a rondar por mi cabeza, tenía miedo de perderle, no sólo que lo apartaran de mi lado, sino también de que se muriera. Reconozco que me volví muy protectora y sufría de ansiedad si se iba a pasar la noche a casa de algún amiguito. Sentía una verdadera fobia. A raíz de mi obsesión por estar siempre con él y no perderlo de vista, mi pequeño empezó a crear una propia. Nos dimos cuenta de ello, un día en que tuve que salir y quedó con su padre en casa, nuestro hijo ya tenía 9 años. Nuestro vecino le pidió si podía ayudarle a mover unos muebles porque quería pintar, mi marido fue, no sin antes avisar a Juan de que no iba a tardar mucho. Al final se demoró un poco más de lo acordado y los gritos del niño se escucharon por toda la calle, cuando llegó mi marido, nuestro hijo estaba en un rincón de su habitación en posición fetal llorando y chupándose un dedo como si fuera un bebé. Le compramos un peluche, un osito, parecía que aquello funcionaba, dormía con él todas las noches y lo llevaba consigo a todas partes. Eso y que ya nunca más lo dejamos solo. Pero para quedarnos más tranquilo, le pusimos una cámara en su habitación, gracias a ello, nos dimos cuenta que, gracias a aquel regalo se sentía protegido. Un día recibimos una llamada, a mi marido le iban a hacer un homenaje en reconocimiento a sus muchos años de trabajo y los muchos éxitos de su carrera. Teníamos que ir el sábado a aquella cena, era muy importante para él. Pero el problema era nuestro hijo, no lo podíamos llevar y no podía quedarse solo. Así que después de darle vueltas al tema, decidimos dejarlo con una chica adolescente que vivía en nuestra misma calle y conocíamos desde siempre. Le gustaban los niños y conocía al nuestro y se llevaba muy bien. Así que llegó el día. La canguro llegó y nosotros nos fuimos. A Juan lo dejamos durmiendo, abrazado a su osito y la niñera sólo tenía que ir a verlo de vez en cuando para cerciorarse de que no se despertaba. No sabíamos que la joven tenía miedo a la oscuridad. En cuanto nos fuimos encendió todas las luces de la casa, incluida la de la habitación de nuestro hijo. La joven se fue al salón a ver la tele y cada diez o quince minutos iba al cuarto del niño para ver que todo seguía igual. Estaba tranquilamente viendo una película cuando las luces se apagaron, todas, sin excepción, quedando toda la casa, totalmente a oscuras. Entró en pánico. Con la linterna del móvil, fue hasta la caja de fusibles, dándose cuenta de que allí no estaba el fallo. Escuchó llorar a Juan en su habitación. Subió corriendo. El pequeño estaba sentado en la cama y al verla le señaló con un dedo hacia una esquina de la habitación. Ella iluminó esa parte, pero no vio nada. Juan ya no tenía el peluche consigo. Lo cogió en brazos para calmarlo. Quería salir de allí. La puerta del cuarto del niño se cerró de golpe como si hubiera un golpe de aire. Retrocedió hasta la cama, asustada, dejó al niño en el suelo y se dispuso a llamarnos. De repente, sintió algo punzante en la espalda, se giró, pero no logró ver nada, sólo sombras. Nuestro hijo se puso a gritar y se escondió debajo de la cama. Ella notó algo húmedo en su espalda se la tocó, comprobando desconcertada, que era sangre. Se asustó mucho, corrió hacia la puerta. Una figura apareció reflejada en ella. Tenía la forma del peluche de Juan, pero algo no iba bien, su altura era de unos dos metros. Se giró con el corazón desbocado y lo vio frente a ella. Aquel peluche se había convertido en un ser maquiavélico, tenía los ojos de color rojo, dientes afilados y sus manos y sus pies eran garras. Aquello se abalanzó sobre ella. Antes de morir vio el cuerpo de Juan inerte, en medio de un gran charco de sangre. Aquel monstruo lo había matado. Desde el móvil de la joven, se escuchaba mi voz, desesperada, desgarrada. Cuando llegamos a la casa subimos corriendo al cuarto de Juan. Ante nuestros ojos vimos una auténtica masacre. Nuestro hijo y su niñera estaban muertos. Pero parecía que quien los hubiera matado, se habían ensañado con la chica, estaba destripada y las vísceras las habían colgado de la lámpara del techo. Mi marido, desesperado cogió en brazos el cuerpo de nuestro hijo, detrás de él estaba el armario. Las puertas se abrieron y aquel monstruo se abalanzó sobre él, lo cogió por sorpresa y no pudo hacer nada por salvar su vida. Yo logré huir. Salí a la calle gritando desesperadamente, pidiendo ayuda. El resto es historia, creé otra fobia, la de salir a la calle. Estoy internada en un hospital psiquiátrico, intenté suicidarme varias veces. Creen en mí, no me dan por perdida. Pero en cuando acabe de escribir, sé lo que debo hacer. Me reuniré con ellos.  Esta vez no fallaré.


sábado, 27 de marzo de 2021

REGALO

 

 

Soy ciego. Pero no nací privado de la vista. Un fatídico accidente de coche, hace cinco años, envolvió mi vida en sombras. Imagínense ustedes cómo me sentí cuando me di cuenta de lo que pasaba. La alegría de seguir con vida, dio paso a la ira de no haber muerto, para qué vivir si ya no podía contemplar el rostro de mi amada esposa y el de mi querida hija.  Meses de terapia para superar el trauma. Aprendía a utilizar mis otros sentidos y a fingir que todo iba bien. Me gustaba dormir, mi esposa dice que parezco una marmota, pero no es así. Finjo que duermo. Las noches son lo peor, no hay una en que no escuche pasos en la habitación, voces susurrándome al oído, incluso vislumbro, figuras altas y delgadas, de dientes afilados y garras que me acechan entre las sombras de mi habitación. No se lo cuento a nadie, para qué, pensarán que son alucinaciones provocadas por mi trauma. Tal vez sea así, pero son tan nítidas….

Hoy es un día especial y aunque no me apetezca mucho celebrarlo sé que mi esposa lleva días preparándolo todo para darme una sorpresa. Hoy, 26 de marzo, celebro mi cumpleaños número 40. Me haré el sorprendido, sonreiré y fingiré (son un experto en eso) que soy feliz. El olor del adobo llega a mi habitación, y aviva mis ganas de desayunar. Pero antes debo escuchar el radiograbador que puse por la noche, espero que no haya nada grabado en él.

Cuando mi vida dio este giro inesperado, tuve que mandatar a mi hermano para que se hiciera cargo de mis negocios. Hace un buen trabajo, le ayudo cuando me lo pide, pero sin salir de la sombra y exponerme a miradas curiosas.

Me levanto para ir al baño. Conozco el camino de sobra, no me hace falta el bastón. Pero sobre la silla que está al lado de la cama hay algo, lo toco y sé lo que es, el vestido que mi esposa se pondrá esa tarde, sé que es de color rojo, no porque lo “vea” ni sea adivino, sino porque me lo dijo ella, le encanta ese color. La habitación está tan ordenada que, como siempre, no encuentro ningún obstáculo en mi camino al baño.

Otro olor inunda la casa, es el olor a manzana. Intuyo que, en la cocina, se está preparando una tarta, es mi preferida.

Salgo un rato al jardín, me gusta el olor que trae la primavera consigo. Es el olor del resurgir de la vida. Me siento a escuchar los ruidos que hay a mi alrededor, casi puedo escuchar crecer la hierba, las flores abrir sus pétalos al sol y por primera vez en mucho tiempo me siento en paz conmigo mismo y con la naturaleza.

Los invitados a mi cumpleaños empiezan a llegar. Me saludan, me abrazan y parecen alegrarse de verme. Estoy feliz de que estén conmigo en este día tan especial, los cuarenta no se celebran todos los días y tengo que reprimir unas lágrimas por la emoción que aflora en mí. La comida se celebra en armonía y con muy buenas vibraciones, la primavera está haciendo efecto en todos y cada uno de nosotros. Mi sobrina se acerca a mí y me da un paquete. Un regalo. Lo abro, lo toco y me doy cuenta de que es un jersey, la abrazo emocionado, me dice que lo hizo ella, eso tiene un valor añadido. Me lo pruebo, es ligero, pero abriga. Fue el primer regalo de varios. Debido a la emoción que me embarga no puedo evitar romper a llorar. No me avergüenzo de ello, los hombres también lloramos y sienta muy bien hacerlo de vez en cuando.

Creía que la ronda de regalos había llegado a su fin. Pero me equivoqué. Sonó el timbre de la puerta. Entonces el silencio se hizo a mi alrededor. En mi mundo de oscuridad, no podía apreciar lo que estaba pasando. Nadie decía nada. Escuché la voz de mi esposa hablando con alguien, parecía la voz de un hombre. También los pasos de ambos dirigiéndose al comedor donde estábamos reunidos. Me saludó por mi nombre y me entregó algo. Parecía un sobre. Reconozco que estaba nervioso, inquieto y asustado incluso. Las manos me temblaban. Me dio la impresión de que tenía corchetes, pero eran unos clips, que sujetaban aquellas hojas de papel. Era obvio que no podía leer lo que hubiera allí escrito, a no ser que estuviera en braille. Mi querida esposa ese acercó a mí y dulcemente me dijo que aquello era un regalo que aquel hombre, muy amablemente, me hacía. El citado hombre era un prestigioso cirujano oftalmólogo y lo que estaba escrito en aquellas hojas era un consentimiento que debía firmar para una operación que me devolvería la visión. Le pregunté, en un hilo de voz, a causa de la emoción, las probabilidades de éxito, me dijo que eran del 99%. No os podéis imaginar lo que sentí en esos momentos, un cúmulo de sentimientos se agolparon en mí, quería llorar, gritar, saltar, pero no hice nada de todo aquello. Sólo pude asentir con la cabeza y firmé aquella hoja. Había abierto de nuevo la puerta que se había cerrado tras de mi hacía cinco años. Y lo primero que se me vino a la cabeza fueron embarcaciones navegando por el largo y ancho mar. Y mi deseo cuando recuperara la vista, sería ir en una de ellas, sentir la brisa y el sol en mi cara y gritar a pleno pulmón. Y tal vez, el regreso de la luz a mi vida, disiparía los monstruos y las voces que surgían de la oscuridad.

 

 

 


domingo, 21 de marzo de 2021

SUCESO EN EL TAXI

 


 

 

 

Llevo siendo taxista desde muy joven. Al cumplir los 18 y en vistas de que lo de estudiar no iba conmigo, mi padre me puso a trabajar conduciendo el taxi, que nos daba de comer. Él lo conducía de noche, yo de día, hasta que un día mi madre, se puso pesada y me sugirió en tono de orden más bien, que le cambiara el turno al viejo, porque ya iba mayor y que necesitaba descansar y todo eso que dicen las madres para tratar de convencerte y que en el fondo sabes que es verdad. Un chantaje psicológico y que siempre les funcionaba, vaya si le funcionaba.

Y ahí me vi yo, de noche por las calles de la ciudad en busca de algún cliente. Echaba de menos ver a mis amigos y tomar un refresco cuando hacía un descanso. Ahora si los veía sería divirtiéndose en alguna discoteca de moda o pub a donde iría a buscar a algún pasajero que necesitara de mis servicios. Y vaya si había, muchos, porque los que frecuentaban esos sitios acababan más bien temprano que tarde, incapacitados para conducir. Siempre trataba de estar ahí, al caer la noche y la gente quería ir a sus casas.

Un día, era domingo, estaba delante de la discoteca de moda esperando clientes, mis amigos estaban por allí poniéndome los dientes largos al ver como se divertían y ligaban con unas chicas muy guapas. Recibí una llamada de la central diciéndome que tenía que ir, lo más rápido posible a una dirección a buscar a una persona que tenía que coger un avión en menos de una hora.

Me despedí de los colegas y fui hasta allí. Era una zona residencial, con pinta de ser muy cara. Un hombre con un traje negro, impecablemente planchado, me esperaba en la entrada de su casa con una gran maleta. Paré el coche, me apeé y me dirigí hacia él para ayudarle a meter la maleta en el maletero. Él rehusó, muy amablemente, todo hay que decirlo, diciéndome que ya lo hacía él. No me pareció extraño, en ese momento, porque no era la primera vez que me pasaba. Así que cerré el maletero y nos metimos en el coche. Dirección aeropuerto. El hombre se sentó en la parte de atrás y era más bien parco en palabras. Puse la radio, una emisora de música para hacer la media ahora que nos separan del punto de destino, un poco más ameno. Por el retrovisor observé como se recostaba contra la ventanilla del coche y cerraba los ojos, me dio la impresión de que se había quedado dormido, un truco que hacía mucha gente para no darme conversación. No me importó. Seguí conduciendo. Cuando llegamos, me ofrecí a bajar la maleta, la verdad, es que tenía toda la pinta de pesar bastante. Pero rehusó de nuevo. Vi el esfuerzo que hacía para sacarla de allí, pero me mantuve al margen. Me pagó la carrera, me dejó una buena propina y lo perdí de vista tras las puertas del aeropuerto. Me quedé allí, esperando que llegara algún avión y algún cliente necesitara que lo llevara a la ciudad. Estuve cerca de media hora, estaba adormilado, escuchando, más que viendo, cómo se abrían y cerraban las puertas de la terminal. En esto veo al hombre salir de allí. No llevaba la maleta. Me pareció extraño ¿qué había hecho con ella? Yo estaba el tercero de la fila de la parada, así que pilló el primer taxi. No le di importancia. Y seguí esperando.

Horas después estaba en la cama durmiendo plácidamente, me había olvidado por completo de aquel hombre y su maleta.

Días después me levanté a la hora de comer, como siempre hacía. Mi madre estaba en la cocina, sirviendo la comida, tenía el televisor encendido. Estaban puestas las noticias de la tarde y hablaban de una misteriosa desaparición en una urbanización a las afueras de la ciudad. Levanté la mirada del plato al escuchar el nombre, me sonaba ese sitio. Allí había recogido al hombre de la maleta. Decían que había desaparecido una mujer. A los pocos minutos entró mi padre en la casa. Había llevado el taxi a lavar. Se sentó a la mesa y mientras mi madre le servía la comida, me comentó, como de pasada, que tenía que limpiar el maletero de vez en cuando, que había encontrado unas manchas rojas en él y que le había costado mucho limpiarlas.

Unas alarmas se dispararon en mi cabeza. Una idea descabellada pasó por ella. Pero eran tan disparatada que hasta el mero hecho de pensarla me producían náuseas. Desde la noche del hombre y su maleta, nadie más, por lo menos en mi turno, había utilizado el maletero. Y si lo que llevaba aquel hombre en la maleta era a su mujer descuartizada, de ahí la sangre, y la había facturado en el aeropuerto mandándola lejos. Tenía sentido, el hombre había salido sólo, sin maleta del aeropuerto. Aquello era una locura.

Después de darle vueltas, decidí ir a la policía, por lo menos a comentarles mis teorías. Aun sabiendo que me tildarían de loco, pero y si ¿era cierto? Al entrar vi mucho revuelo. No había nadie tras el mostrador de denuncias. Media hora después apareció una joven uniformada pidiéndome disculpas por el barullo que se había formado. Yo le pregunté qué había pasado. Ella, muy amablemente, me respondió que habían encontrado una maleta con los restos de una mujer descuartizada dentro, que los estaban analizando pero que seguramente eran los de la desaparecida días atrás. A cuadros me quedé, al final mis sospechas eran fundadas.

 


LA NO HISTORIA. PARTE CUATRO. CASUALIDADES

  Santiago Pemán, San, para amigos y familiares llegó a su casa. Cuando estaba poniendo la llave en la cerradura para abrir la puerta escuch...