El timbre del teléfono lo despertó. Lo sacó de un sueño
donde estaba con aquel monumento de
mujer, que se parecía a su compañera, tal vez fuera ella, quién sabe, y que lo
único que le decía era una y otra vez: neles.
Miró el reloj, eran las tres de la madrugada. Al descolgar un hombre le habló
al otro lado de la línea, reconoció su voz al momento, era la de su jefe.
- ¿Sabe dónde está
su compañera? - le preguntó sin preámbulos.
Tardó unos segundos en responder, el tiempo que le llevó
a su cerebro procesar la pregunta. La tarde anterior la había dejado en casa
pronto, le dijo que necesitaba descansar porque tenían que coger un avión, a
primera hora de la mañana, que los llevaría a la playa. Era todo lo que
recordaba. Le había contado una milonga
en toda regla, estaba claro. En ningún momento le había mencionado que se iba a
ausentar durante la noche. Así se lo hizo saber.
-Entonces está
claro que no sabe dónde está –le respondió su superior. Apreció en su tono de
voz que algo no iba bien. De hecho, escuchaban martillazos, al otro lado de la
línea, como si su jefe estuviera en una herrería
o algo similar. Se estremeció pensando que podría ser algún tipo de tortura
que estuvieran infringiendo a alguien.
-No, no lo sé. -le respondió casi en un susurro.
-Yo se lo diré entonces –le respondió de malas maneras-
su compañera lleva dos horas en su destino.
Se va a armar la de Troya
pensó mientras se levantaba de la cama.
Mientras tanto, ese viernes, Valeria, ya se había
registrado en el hotel, con una de sus muchas identificaciones falsas que
tenía. Después de desayunar (un pastel de merengue
y un café) se puso el bikini y bajó a la playa. Hacía un día espléndido. Pero
antes de hacerlo investigó un poco. Sabía ya la habitación donde se hospedaba
el objetivo. Tampoco le había costado mucho averiguar su rutina, los horarios a
los que iba al comedor, mesa en la que se sentaba, y mesa donde se sentaban sus
guardaespaldas. Horas de tomar el sol y horas de reuniones. Le resultó fácil, sabía
cómo sobornar y aprovechar su atractivo para con los hombres. Era una tentación para ellos. Nunca fallaba, un
buen fajo de billetes y un minúsculo bikini en un cuerpo bonito. Esperaba
terminar el trabajo antes de la hora de comer.
Colocó la tumbona mirando hacia la puerta del hotel, en
un sitio estratégico sabiendo que el hombre tendría que pasar por su lado.
Mientras tanto disfrutaría del sol. Una sonrisa afloró a sus labios pensando en
la cara que se le pondría a su compañero cuando viera que ella ya se había ido.
Pero tenía que hacerlo y demostrarles a todos que, por ser mujer, no era ni
mejor ni peor, tenían que empezar a valorarla y no compararla, quería pertenecer
al grupo, ser una más.
A la hora en punto los guardaespaldas bajaron a la playa.
Después de una rápida verificación de que no había nada sospechoso por allí,
apareció el objetivo. De cerca, era todavía más repulsivo que en las fotos.
Había perdido casi todo el pelo, y tenía una barriga de un tamaño considerable.
Se le veía bastante fofo, calculó que debía de pesar unos 130 kilos. Llevaba
puesto un albornoz blanco.
Su compañero no había conseguido un vuelo. Así que hizo
el trayecto en coche. Todavía le quedaban más de dos horas de viaje y rezaba para
que Valeria no cometiera ninguna tontería. La conocía muy bien y sabía que si
hacía aquello ella sola era para demostrar su valía, lo que ella no sabía es
que todos eran conocedores del aplome, entereza y maestría de aquella mujer. No
tenía que demostrar nada a nadie.
El objetivo clavó su mirada en ella, como no hacerlo, el
cuerpo de aquella mujer quitaba el hipo a cualquiera. Se paró delante. La joven
se estaba echando crema solar por las piernas. Se acercó y le preguntó si podía
ayudarle. Ella lo miró incrédula y le dijo que no había falta que ella sola
podía hacerlo. A lo que él le replicó que le echaría crema con gusto en la
espalda sin ningún problema. Ella, dudó unos segundos y luego accedió. El hizo
un ademán con la mano y los guardaespaldas desaparecieron.
Apareció un camarero con unos refrescos. Ella se presentó
como Elizabeth. Estuvieron charlando
y riéndose durante un rato. Entonces él le propuso ir al jacuzzi que tenía en
su habitación, estarían más cómodos y sin miradas chismosas a su alrededor.
La cosa estaba saliendo mejor de lo que ella se esperaba.
Un coche entraba
en el aparcamiento del hotel, en el mismo momento que una monja salía por la
puerta. La monja al verlo esbozó una sonrisa picarona al verlo, con aquel traje
negro bastante arrugado. Estaba ojeroso y visiblemente enfadado, no sabía decir
el motivo, pero le recordó a un samurái procedente
de una guerra de la que no había salido bien parado. Él le abrió la puerta del
coche y ella entró. Antes de arrancar el hombre pudo ver en la mirada de la mujer
que la misión se había llevado a cabo con éxito. El presidente de la República
había muerto. Sonaron sus teléfonos móviles al unísono. Sólo podía significar una
cosa: una nueva misión. Y así era. En los móviles apareció un mensaje: Trabajo
realizado. Se procede a una nueva actualización.