Allende los mares, tenía puesto su pensamiento. Nunca
había salido de su pueblo natal y ansiaba poder hacerlo. Era el mediano de tres
hermanos, su padre, pescador, como lo había sido su padre y su abuelo, no
gozaba de buena salud y ellos tenían que ayudarle. Pero aquel joven, añoraba el
momento de irse a la gran ciudad y buscar un provenir distinto a las redes de
pesca con las que tenía que lidiar día tras día. Le gustaba leer, devoraba un
libro tras otro en la pequeña biblioteca de la escuela, a la que acudía
diariamente. Los que más le gustaba eran los relacionados con el espacio,
planetas, naves espaciales, apariciones ovni. Eran un gran conocedor del tema a
tan temprana edad.
Una mañana había madrugado mucho para ir a ayudar a su
padre, ellos iban en una lancha y sus otros dos hermanos iban en otra aparte.
Estaba despuntando el alba, ya habían lanzado las redes
al agua, cuando un destello de luz los alarmó. Vieron una bola de fuego en el
cielo, descendiendo a gran velocidad hacia donde estaban ellos. Aquella bola
impactó en el mar, haciendo que las lanchas zozobraran peligrosamente. Tras el susto inicial, y posterior intento de
estabilizarlas, vieron algo que flotaba en el agua. Se acercaron, con cierto
temor a lo que pudieran encontrar allí flotando y descubrieron, con gran
desconcierto, que se trataba de un astronauta.
Los tres chicos, sin pensárselo, se lanzaron al agua en
un intento desesperado de rescatarlo. La misma idea se cruzó por la cabeza de
los tres muchachos y por la de su padre, tenía que estar muerto, era imposible
sobrevivir a una caída desde semejante altura y seguir con vida para contarlo.
Después de un esfuerzo casi sobrehumano, lograron meterlo
en la lancha donde esperaba el padre, que intentaba ayudarles desesperadamente.
Olvidaron la pesca por aquel día y lo llevaron a tierra. Por el camino llamaron
a una ambulancia, sabían que la iban a necesitar, o bien para llevarlo al
hospital o bien para llevarlo a la morgue.
Cuando por fin tocaron tierra, entre los cuatro,
colocaron muy despacio al astronauta sobre la arena. Al hacerlo escucharon un
clic metálico, retrocedieron un paso atrás, asustados. El casco se había
aflojado. Lo levantaron con cuidado y uno de los chicos intentó quitárselo, la
sirena de la ambulancia se escuchaba cada vez más cerca. Al hacerlo un golpe de
calor les dio en toda la cara seguido de un humo amarillento y maloliente. Lo
que tenían ante ellos, definitivamente no era un ser humano. Aquel ser tenía un
solo ojo, como un cíclope, su cuerpo era oscuro, lleno de manchas blancas y con
granos que supuraban un líquido amarillento. No tenía nariz, en su lugar había
dos pequeños agujeros, su boca una línea recta, iba de oreja a oreja, los ojos,
ahora cerrados, eran grandes como dos pelotas de tenis.
No podían reaccionar, aquella visión los había dejado
inmóviles, petrificados y así estaban cuando los sanitarios acudieron a su
encuentro. Uno de ellos no pudo menos que vomitar ante tal visión, el otro,
cogió su móvil y llamó a la central esperando órdenes directas de su superior.
Aquello no tenía buena pinta, aquel ser, fuera lo que fuese, estaba enfermo y
no sabía las consecuencias de aquella enfermedad, tal vez, tocarlo podría ser
fatal para ellos. Los refuerzos tardaron unos treinta minutos en llegar, para
cuando lo hicieron, ya era tarde para aquellas personas, que yacían sobre la
arena retorciéndose y aullando de dolor, a los pocos minutos dejaron de
respirar. Sólo una parecía que estaba bien y se trataba del hijo mediano del
pescador. Era el único superviviente.