viernes, 23 de abril de 2021

COMBUSTIÓN

 

 

 

Trípode a una distancia prudencial, desde la cual, una vez colocado el telescopio tendría una perspectiva completa del lugar. Estaba en la azotea de su casa, situada en lo alto de la colina. Desde allí la vista del pueblo era impresionante. Vería aquello que, alguna gente, que lo había visto, lo describía como un demonio, un ser envuelto en llamas. Miró el reloj, las tres de la madrugada, la hora en que todos coincidían que se podían ver. Se puso en alerta. Nadie había sido muy específico sobre el lugar exacto donde aparecían. Decían que eran varios y que se les veía por todas partes. Miró el reloj, las tres y cuarto y no había visto nada todavía. Esa noche, hacía calor, la luna llena brillaba en todo su esplendor en la cúpula celeste. Se quitó la chaqueta, la dejó en el suelo, a su lado, pero al hacerlo, por el rabillo del ojo, vio algo que no le agradó mucho. Había un ser, era oscuro, podía pasar por una sombra, sino fuera por los ojos llameantes que lo delataban. Se miraron unos segundos. De la nada surgieron unas llamas que envolvieron a aquel ser. Parecía no sentir dolor, no gritaba y no se movía. Duró unos minutos y luego se desvaneció. En su lugar, algo brillaba en el suelo, se acercó, era una perla. Sería una prueba de aquella locura. Pero al cogerla se quemó la mano. Aulló de dolor y la soltó. Esperaría a que se enfriara para cogerla de nuevo, mientras tanto tenía que curar la quemadura de la mano. Le dolía mucho. Se fue de la azotea, bajó las escaleras que la separaban del piso superior de la casa y se encaminó hacia el baño. Llevaba la mano cerrada a la altura del pecho, sentía unas punzadas muy grandes de dolor como si se la estuvieran atravesando con un puñal. Al llegar al baño, buscó vendas y una pomada para las quemaduras, cuando tenía todo listo, la abrió, dispuesto a hacerse las curas. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que había un agujero en su mano, en el lugar donde se había quemado. Se sintió mareado. Pensó que el dolor hacía que no viera las cosas claras. Tenía que ser una alucinación, no podía tener un agujero en la mano. Pero cuando se la volvió a mirar, aquel agujero se había hecho más grande, la mano había desaparecido hasta la altura de la muñeca. Lo más desconcertante de todo aquello es que salía humo de la carne, era como si se estuviera quemando desde dentro. Entró en pánico. Tenía que pedir ayuda. Para cuando llegó al piso inferior para hacer la llamada le faltaba el brazo a la altura del codo. Logró hacer la llamada antes de desmayarse. Cuando llegaron los sanitarios sólo encontraron un puñado de cenizas al lado de la mesa donde estaba el teléfono descolgado.

EL ASTRONAUTA

 

 

 

 

Allende los mares, tenía puesto su pensamiento. Nunca había salido de su pueblo natal y ansiaba poder hacerlo. Era el mediano de tres hermanos, su padre, pescador, como lo había sido su padre y su abuelo, no gozaba de buena salud y ellos tenían que ayudarle. Pero aquel joven, añoraba el momento de irse a la gran ciudad y buscar un provenir distinto a las redes de pesca con las que tenía que lidiar día tras día. Le gustaba leer, devoraba un libro tras otro en la pequeña biblioteca de la escuela, a la que acudía diariamente. Los que más le gustaba eran los relacionados con el espacio, planetas, naves espaciales, apariciones ovni. Eran un gran conocedor del tema a tan temprana edad.

Una mañana había madrugado mucho para ir a ayudar a su padre, ellos iban en una lancha y sus otros dos hermanos iban en otra aparte.

Estaba despuntando el alba, ya habían lanzado las redes al agua, cuando un destello de luz los alarmó. Vieron una bola de fuego en el cielo, descendiendo a gran velocidad hacia donde estaban ellos. Aquella bola impactó en el mar, haciendo que las lanchas zozobraran peligrosamente.  Tras el susto inicial, y posterior intento de estabilizarlas, vieron algo que flotaba en el agua. Se acercaron, con cierto temor a lo que pudieran encontrar allí flotando y descubrieron, con gran desconcierto, que se trataba de un astronauta.

Los tres chicos, sin pensárselo, se lanzaron al agua en un intento desesperado de rescatarlo. La misma idea se cruzó por la cabeza de los tres muchachos y por la de su padre, tenía que estar muerto, era imposible sobrevivir a una caída desde semejante altura y seguir con vida para contarlo.

Después de un esfuerzo casi sobrehumano, lograron meterlo en la lancha donde esperaba el padre, que intentaba ayudarles desesperadamente. Olvidaron la pesca por aquel día y lo llevaron a tierra. Por el camino llamaron a una ambulancia, sabían que la iban a necesitar, o bien para llevarlo al hospital o bien para llevarlo a la morgue.

Cuando por fin tocaron tierra, entre los cuatro, colocaron muy despacio al astronauta sobre la arena. Al hacerlo escucharon un clic metálico, retrocedieron un paso atrás, asustados. El casco se había aflojado. Lo levantaron con cuidado y uno de los chicos intentó quitárselo, la sirena de la ambulancia se escuchaba cada vez más cerca. Al hacerlo un golpe de calor les dio en toda la cara seguido de un humo amarillento y maloliente. Lo que tenían ante ellos, definitivamente no era un ser humano. Aquel ser tenía un solo ojo, como un cíclope, su cuerpo era oscuro, lleno de manchas blancas y con granos que supuraban un líquido amarillento. No tenía nariz, en su lugar había dos pequeños agujeros, su boca una línea recta, iba de oreja a oreja, los ojos, ahora cerrados, eran grandes como dos pelotas de tenis.

No podían reaccionar, aquella visión los había dejado inmóviles, petrificados y así estaban cuando los sanitarios acudieron a su encuentro. Uno de ellos no pudo menos que vomitar ante tal visión, el otro, cogió su móvil y llamó a la central esperando órdenes directas de su superior. Aquello no tenía buena pinta, aquel ser, fuera lo que fuese, estaba enfermo y no sabía las consecuencias de aquella enfermedad, tal vez, tocarlo podría ser fatal para ellos. Los refuerzos tardaron unos treinta minutos en llegar, para cuando lo hicieron, ya era tarde para aquellas personas, que yacían sobre la arena retorciéndose y aullando de dolor, a los pocos minutos dejaron de respirar. Sólo una parecía que estaba bien y se trataba del hijo mediano del pescador. Era el único superviviente.


DUENDES

 



 

 

 

 

 

 

El sonido del despertador, rompe el silencio de la habitación. Aquella mujer que yace dormida en la cama, se despierta sobresaltada. Por un momento está desorientada, la alarma la había sacado de un bonito sueño, en el que era un hada del bosque y un joven muy apuesto, se había enamorado de ella. Se despereza y toma fuerzas para comenzar un nuevo día. Se siente cansada y el cuerpo se niega a salir de la cama. A duras penas logra ponerse en pie. En el suelo junto a las zapatillas, ve algo brillante, es una perla, la recoge y comprueba con asombro, que corresponde al anillo que le había regalado su madre. Tendría que engastar de nuevo aquella perla para no perderla. Siente frío, la temperatura en la habitación parece haber descendido de manera considerable. La ventana estaba abierta, lo curioso de aquello es que no recordaba haberla abierto. Le suena el móvil, es su amiga Lorena. La llama para recordarle la fiesta de inauguración de su nueva casa, esa tarde. Se le había olvidado por completo. Por acordarse ni se acordaba del día que estaba viviendo. En su teléfono lo vio muy claro: viernes, 17 de marzo, día de San Patricio. Se dirige hacia la cocina con la intención de preparar un café, enchufa la cafetera, pero parece que no hay luz. Desconcertada acciona los interruptores de toda la casa y el resultado es el mismo, no hay electricidad. Vuelve a la cocina, por el pasillo ve unas pequeñas esferas de luz acercándose a ella. Se queda inmóvil, está asustada. Le parece escuchar unas risitas que salen de aquellas diminutas bolas. Piensa que aquello son imaginaciones suyas, no es real. Acelerara el paso hasta llegar a la cocina. Se queda en el umbral contemplando la escena que hay ante sus ojos, la mitad de la cocina está desparramada por el suelo, como si hubiera pasado un huracán y hubiere arrasado con todo, pero incomprensiblemente la otra mitad está intacta. Las bolas de luz pululan por la cocina, de un lado a otro. Abrió la boca, quería gritar, pero ningún sonido salió de su garganta, lo que sí consiguió fue tragarse una bola de aquellas. A partir de aquel momento el día para Martha ya no fue igual. Por la tarde, su amiga se acercó hasta la casa, llamó al timbre y al ver que nadie contestaba atisbó por las ventanas por si la veía. La vio. Estaba sentada en una silla en el salón de su casa, mirando allende las montañas. Consiguió abrir la ventana y se acercó a ella. Martha la empujó y la insultó, para luego, como si no hubiera pasado nada, seguir sentada, mirando por la ventana. Su amiga asustada por aquel comportamiento llamó a su novio que se presentó allí enseguida. El joven la observó detenidamente durante un rato y luego recorrió la casa en busca de algún indicio que pudiera indicar la causa de aquel comportamiento. Vio lo que había pasado en la cocina. Aquellas esferas de luz que había visto Martha, ahora estaban revoloteando a su alrededor. Entonces lo comprendió. Fue a buscar el trípode y su telescopio al coche. Lo encontró debajo de unas cajas de nachos que iban a ser parte de la cena de aquella noche. Mientras tanto su novia, permanecía al lado de Martha, la preocupación se reflejaba en su rostro. Sacó un cigarrillo y un mechero para encenderlo, Martha se lo arrebató de las manos, «que milagro tan grande, es el proceso de la licuefacción”, murmuró al tiempo que lo encendía, una y otra vez, arrimándolo peligrosamente a las cortinas. La amiga se lo quitó, Martha se levantó y le propinó una patada, luego, como lo más natural del mundo, se bajó las bragas e hizo pis en la alfombra. Su amiga no salía de su asombro, había conseguido asustarla. Salió de la habitación llamando a gritos a su novio. Lo encontró en la cocina colocando el trípode y el telescopio. Desde allí podía observan bien el bosque. Porque estaba seguro que lo que pasaba en la casa procedía de aquel lugar. La televisión que había sobre la encimera, se puso a funcionar. En el monitor se veían imágenes de un astronauta, pasando luego a imágenes de gatos, luego de ardillas y así iban cambiando una tras otra, durante unos minutos hasta que enmudeció, de la misma manera que se había encendido, misteriosamente, sin que nadie accionara el mando a distancia. Los coches fueron llegando a la casa, eran los invitados a la cena. Martha los esperaba en la puerta, todavía llevaba el camisón puesto. Sus amigos la miraban incrédulos al verla de aquella guisa. Ella sonreía picaronamente mientras se iba acercando a ellos. A uno de sus amigos le dio un enorme beso en la boca para luego irse, dejando al hombre aturdido y desconcertado. La novia de él le dio un bofetón, el hombre no entendía el porqué de aquella reacción, no había hecho nada. Martha siguió con su fiesta particular. A una amiga le dio un tirón de pelos arrancándole las extensiones que llevaba puestas y así broma tras broma a unos y otros. Lorena y su novio salieron de la casa al ver el percal que se estaba produciendo fuera. Intentaron calmar los ánimos de los asistentes. Todo tenía una explicación. Era el día de San Patricio. Según contaban, ese día los duendes emergían de sus escondites haciendo calamidades, unas veces ellos mismos y otras poseyendo el cuerpo de alguien que haya pasado por un acontecimiento nuevo en su vida, en este caso la entrada a vivir en esa casa una nueva persona, Martha. Como no lo entendían muy bien tuvo que hacer una paráfrasis de ello para que lo comprendieran mejor. La solución más rápida y que tenían a mano es que cada uno de ellos buscara un trébol de cuatro hojas. Cuando todos tuvieron uno, Martha regresó de su hipnosis, aturdida y sin comprender lo que había pasado.


miércoles, 21 de abril de 2021

MARTHA

 




Martha tenía un secreto que guardaba celosamente. No porque se avergonzara de él, ni mucho menos, sino porque sabía que no lo entenderían. Desde pequeña era una niña solitaria, "la rarita", la llamaban y cuando fue creciendo su situación no hizo más que acrecentarse, hasta tal punto que vivía, poco menos, que encerrada en casa. O eso es lo que querían que los demás pensaran de ella. Era una escritora de éxito. No daba entrevista y poco se sabía de ella. Ese halo de misterio daba más morbo a sus lectores que leían de forma compulsiva todos y cada uno de los libros que iba publicando, que acababan siendo siempre superventas. Lo que no sabían era su contacto con los seres oscuros. Había ido y regresado del infierno varias veces. Ella escribía lo que ellos querían que saliera al mundo de los vivos. Lo plasmaba con una realidad pasmosa, sin mucho esfuerzo, porque eran vivencias ocurridas en carne propia de los allí condenados eternamente. Historias aterradoras, siniestras, inhumanas, etiquetadas como ficción, porque ninguna mente en su sano juicio podría entenderlo de otra manera. ¿Cómo accedía al averno? Fácil, no la avisaban, simplemente el suelo se "derretía" a sus pies, como pasa con las arenas movedizas.


martes, 20 de abril de 2021

LLAMAS

 




Colocó el trípode a una distancia prudencial, desde la cual, una vez colocado el telescopio tendría una perspectiva completa del lugar. Estaba en la azotea de una casa, situada en lo alto de la colina. Desde allí la vista del pueblo era impresionante. Vería aquello que, alguna gente, que lo había visto, lo describía como un demonio, un ser envuelto en llamas. Miró el reloj, las tres de la madrugada, la hora en que todos coincidían que se podían ver. Se puso en alerta. Nadie había sido muy específico en el lugar exacto donde los veían. Decían que eran varios y aparecían por todas partes. Miró el reloj, las tres y cuarto y no había visto nada todavía. Esa noche, hacía calor y la luna llena brillaba en todo su esplendor en la cúpula celeste. Se quitó la chaqueta, la dejó en el suelo, pero al hacerlo, por el rabillo del ojo, vio algo que no le agradó mucho. Había un ser, era oscuro, podía pasar por una sombra, sino no fuera por los ojos llameantes que lo delataban. Se miraron unos segundos.  De la nada surgieron unas llamas que envolvieron a aquel ser. Parecía no sentir dolor, no gritaba y no se movía. Duró unos minutos y luego se desvaneció. En el sitio en el que había estado, algo brillaba en el suelo, se acercó, era una perla. Sería una prueba de aquella locura.


NO DUERMAS

 



Marmota, le vino a la cabeza cuando pensó en un animal que dormía mucho. Ojalá fuera una y pudiera dormir. Sus padres lo llevaron a una psicóloga. Le caía bien, pero no tenía ganas de hablar, y como sólo tenía 8 años, lo ponían a hacer dibujos. Evitaba dibujar lo que quería aquella mujer, a su hermanita. Sus padres estaban pasando por un mal momento. La muerte de un hijo no es fácil y ellos habían perdido a su hija de un año, hacía menos de dos meses. A raíz de aquello, empezaron sus problemas con el sueño. Pero él sabía algo que los demás desconocían. La voz que le hablaba en su cabeza le prohibía contarlo. Era un secreto entre ellos dos. Pero él recreaba una y otra vez aquella fatídica noche. Una noche sus padres le dieron una pastilla que, según ellos, le ayudaría a dormir. Se la tomó sin rechistar. Se acostó y esperó a que llegara el sueño tan ansiado. Llegó, pero no venía solo, le acompañaban los llantos de su hermana, eran tan fuertes que lo iban a volver loco. Tenía que hacer algo. Sacó su caja de tebeos de debajo de la cama, cogió el cuchillo, que todavía tenía restos de sangre. Fue a la habitación de sus padres. Dormían. Descargó su ira sobre ellos. Los llantos cesaron. Luego fue hasta la cocina y se comió una manzana.


sábado, 17 de abril de 2021

VALERIA

 



 

 

 

La vida de aquella joven, de apenas 17 años se vio truncada de un día para otro. Todo comenzó una mañana en la que se despertó con un fuerte dolor de cabeza, se tomó un par de aspirinas y el dolor remitió. Pero al atardecer, volvió y esta vez con más fuerza. La llevaron de urgencias al hospital, le hicieron diversas pruebas. Determinaron que lo que le pasaba es que tenía migraña, le recetaron unos medicamentos que le aliviarían el dolor, e incluso con el paso del tiempo remitiría completamente. Durante la semana siguiente se sintió mejor, los dolores de cabeza ya no eran tan persistentes. Pero al cabo de esa semana, volvieron y esta vez con más intensidad, era tal el sufrimiento que padecía que llegaba a perder el conocimiento. Volvieron al médico. Decidieron hacerle una resonancia. Los resultados de la prueba eran fatídicos, tenía un tumor bastante grande en una parte del cerebro inoperable. Dos meses después, una madrugada, mientras dormía, después de haberle suministrado un fuerte sedante, la joven fallecía.

Era tal la consternación, la impotencia y el dolor de aquellos padres que el pueblo entero se volcó con ellos, ayudando en todo lo que pudieran para hacer más llevadero aquel día tan fatídico. Se hicieron los preparativos para el entierro. A la joven se la vistió con un vestido blanco. Le pusieron un ramo de rosas rojas entre sus manos, sus flores preferidas. Colocaron el ataúd abierto en la iglesia y toda la gente del pueblo pasó a despedirse de ella. El comentario, entre los allí presentes era siempre el mismo, parecía un ángel. Daba la impresión de que estaba durmiendo. No mostraba ningún signo del sufrimiento que había padecido los últimos días antes de su muerte. El oficio se prolongó hacia bien entrada la tarde, porque todos querían hablar sobre ella, lo buena persona que había sido y lo que la iban a echar de menos.

Cuatro compañeros del instituto portaron su féretro hasta el cementerio, seguidos por los padres y la gente del pueblo. El sacerdote, estaba visiblemente emocionado. Había visto crecer a aquella chiquilla, la había bautizado y le había dado el sacramento de la comunión y ahora la tenía que enterrar. Terminó el oficio y el cementerio se fue quedando, poco a poco vacío, los cientos de flores y ramos, que habían dejado en su tumba, eran los únicos acompañantes en su primera noche en el camposanto.

Pasaron los meses y llegó el verano. La vida siguió para todos. Sus amigos intentaban reponerse de aquella dolorosa pérdida. Decidieron hacerle un homenaje al finalizar el curso. Celebrarían una fiesta en su honor. A ella le encantaban las fiestas cuando estaba viva. Los profesores estuvieron de acuerdo y decidieron que se celebraría en el pabellón de deportes el día de San Juan. Todos colaboraron en los preparativos. Una orquesta se ofreció a tocar gratis para ellos ese día, aportando así, su granito de arena en aquel homenaje póstumo. Antes de la fiesta habría un partido de fútbol amistoso entre el equipo local y otro que invitaron de un pueblo cercano.

Llegó el gran día. Se celebró el partido de fútbol. La victoria la llevó el equipo del pueblo. Al atardecer comenzó la fiesta.

 Llegó un joven en una moto, aparcó delante del pabellón, fuera se escuchaba la música y alboroto de la gente que estaba dentro. La fiesta estaba en pleno apogeo. Entró. A lo lejos vio a algunos amigos suyos y se acercó a saludarlos. Entonces la vio. Era la chica más guapa que había visto nunca. Y lo estaba mirando. Antes de decidirse a ir a hablarle, los pies ya avanzaban en su dirección. De cerca era todavía más guapa. Tenía una sonrisa adorable. Parecía un ángel con aquel vestido corto, de color blanco que dejaba ver sus largas piernas bronceadas. Sus ojos eran azules como el cielo. Congeniaron desde el primer momento, charlaron, bebieron, bailaron y el mundo se paró para ellos, en aquel pabellón solo existían ellos dos. Él supo, en ese instante, que se había enamorado de ella. Ella le pidió que la acompañara a casa porque se estaba haciendo tarde. Salieron al exterior. Fuera hacía fresco, él le ofreció su cazadora de cuero, para que se abrigara, ella aceptó. Se subieron a la moto y la dejó delante de su casa. Le peguntó cuando la volvería a ver. Recibió una sonrisa por toda respuesta. Esperó a que entrara en casa antes de irse. Cuando regresó a la fiesta, se dio cuenta de que aquella chica, Valeria, no le había devuelto la cazadora, se alegró por aquello, sería una buena excusa para volver a verla. Iría por la mañana a buscarla.

A la mañana siguiente, fue hasta la casa de la chica, llamó a la puerta. Una señora de mediana edad le abrió la puerta. Él, muy amablemente le explicó que venía a recoger la cazadora que le había prestado a la chica que vivía allí, la noche anterior.

La cara de la señora demudó de color. Se puso lívida y comenzó a llorar. El joven desconcertado le preguntó qué pasaba. Ella lo dejó pasar a la casa, lo llevo hasta el salón y le señaló un retrato que había colgado de la pared, le preguntó si reconocía a la chica. Él le dijo que sí, esa chica es Valeria. Lo que le dijo la señora lo dejó en shock, la joven llevaba muerta unos seis meses. Fueron hasta el cementerio, la madre quería mostrarle a aquel joven la tumba donde estaba enterrada su hija. La cazadora que le había dejado la noche anterior, estaba sobre la lápida.

 

 

 

 


REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...