sábado, 5 de junio de 2021

EL PLAN

 

 

 

Había escuchado rumores y especulaciones sobre el tema desde hacía mucho tiempo en boca de sus más allegados, aquellos en los que podía confiar plenamente. Aquello que contaban, si era cierto, podía significar un gran avance para los suyos, significaría expandirse y conquistar otros lugares donde asentarse y hacerse más fuertes. Esa noche decidió aventurarse a averiguar si todo aquello que contaban era verdad. Al anochecer cogió una barca, una de las muchas que había ancladas en el muelle, y se hizo a la mar. Conocía el sitio exacto donde tenía que situarse y esperar. La espera fue corta. Una nave, de enormes dimensiones, se posicionó encima de él. Un haz de luz se proyectó sobre la barca. Dentro de la cual vislumbró una rampa en movimiento continuo. En un abrir y cerrar de ojos, estaba dentro. Los seres que lo esperaban tenía una forma humana. Él también la tenía. Había optado por ella, para no levantar sospechas. Tal vez si hubiese adquirido una forma animal, no habría conseguido subir a aquella nave. Miró a su alrededor y supo que el plan que había trazado se estaba llevando a cabo. De momento todo iba bien. Lo llevaron a una gran sala donde había cientos de pantallas encendidas ofreciendo distintos datos en cada una de ellas. Le explicaron de dónde venían. Un planeta similar a la tierra y también le informaron de que había muchos más como el suyo que estaban habitados. Ellos tenían una tecnología superior a la que había en el planeta Tierra en esos momentos. Y tenían como única misión observarlos. Él les preguntó sobre temas variados, entre los cuales se interesó por el concepto que tenían ellos del bien y el mal. Para su sorpresa no era creyentes. Se regían por unas normas y leyes, pero no tenían un dios creador, ni un cielo ni un infierno. No había cárceles, ni iglesias, ni jueces. No les hacía falta. Tampoco existía en su vocabulario la palabra, crimen, ira, celos, racismo, violencia, guerra….. No existía el mal en el planeta del que venían. Aquello era una buena noticia, mejor que eso, una noticia excepcional. Hizo un ademán con la mano. La señal que los suyos esperaban, los demonios que habían entrado con él en aquella nave. Aquellos seres no podían ver nada que no tuviera una forma corpórea. Así que fue fácil poseerlos. Conquistar aquel planeta e implantar el mal en ella, era su misión. Satán volvió a la lancha, desde la cual contempló como desaparecía aquella nave en la inmensidad de la cúpula celestial.


viernes, 4 de junio de 2021

OTRA REALIDAD

 

El suicidio de su marido corrió como la pólvora por todo el pueblo. A la gente le encantaba afilar, con un diabólico sacapuntas, la mina de los acontecimientos para causarle el mayor daño posible. Ya no podía leer más los comentarios y suposiciones sobre el por qué, la razón, que le había llevado a su marido a realizar aquel acto tan atroz. Por la calle, la gente del pueblo, la miraba de reojo cuchicheando a su paso. Los que creía eran amigos la culpaban de ello hasta el punto de hacerla sentir culpable. Le había sido infiel. Sí. Que esa infidelidad pudiera ser el detonante. No. Lo tenía muy claro. Porque ya hacía tiempo que su matrimonio no estaba bien. Ni siquiera compartían la misma cama y la idea del divorcio ya rondaba por sus cabezas hacía meses. Se sentó en una terraza. Desde allí podía ver el muelle. No pudo reprimir las lágrimas. Sacó un pequeño espejo del bolso. Contempló su rostro demacrado con grandes ojeras y ojos enrojecidos. Vio a una pareja, caminando en dirección al muelle, cogidos de la mano. El último lugar donde había estaba su marido. El lugar que escogió para tirarse al mar, mientras el sol se ocultaba en el horizonte. Si lo piensas bien, hasta podía decirse que había sido un momento romántico aquel encuentro con la muerte. Aquella noche, al igual que las últimas siete, no pudo dormir. Decidió leer un rato pero era incapaz de concentrarse. Se levantó y fue hasta la cocina. Se sirvió un vaso de leche. Mientras lo hacía, decidió que tenía que hacer algo para poder dormir, o se volvería loca. Se le ocurrió la idea de arreglar el armario de su habitación. Había ropa que ya no se ponía y ese momento era tan bueno como cualquier otro para hacerlo. Fue sacando la ropa y colocándola sobre la cama. En un momento dado, su mano derecha, tocó la parte trasera del armario, atravesándolo literalmente. La mano desapareció tras la madera. La quitó rápidamente. La contempló asustada, desconcertada. Estaba intacta, sin rasguño alguno en ella. Decidió volver a probar. Esta vez metió el brazo entero para luego sacarlo con rapidez. No pasó nada. Decidió ir más allá. Introdujo todo su cuerpo. Se encontró dentro de otro armario. Estaba oscuro. Sintió el contacto de las prendas de ropa, que había allí colgadas, en su piel. Abrió despacio una de las puertas. Donde fuera que estaba era de día. Podía ver una cama, con una colcha igual que la que tenía en la suya. Un traje negro descansaba sobre ella. Parecía que no había nadie. Decidió salir y averiguar dónde estaba. Lo que vio la dejó petrificada. Estaba en una habitación igual que la suya. En la cabecera estaba el cuadro que le había regalado una amiga. Las lámparas eran las mismas, el tocador, el armario, las fotos enmarcadas sobre las mesillas, el joyero que había pertenecido a su madre. Se acercó a él y lo abrió, estaba el collar de perlas que le había regalado su marido por su décimo aniversario de boda. Incluso el libro sobre cómo ser una buena acuicultora, que había comprado hacía unos meses, cuando empezó a interesarse por el tema. Escuchó pasos acercándose. Se metió en el armario de nuevo. Dejó entreabierta un poco la puerta para poder ver de quién se trataba. ¡Era su marido! ¡Estaba vivo! Quiso salir y abrazarlo. Pero se contuvo. Aquello no podía ser real. Dejó algo sobre la cama. Alguien lo llamó. Era la voz de un hombre. Volvió a salir. Sobre la cama había ahora un periódico. Leyó los titulares. “La pasada noche, una mujer se lanzó al agua desde el muelle. Esta mañana, los buzos, encontraron su cuerpo.” La noticia venía acompañada de una foto de la mujer. Era ella.

martes, 1 de junio de 2021

HADA

 

 

 

 

Aceleración del coche de carreras, lo producía al pulsar el botón del mando que tenía entre las manos. Pulsaba una y otra vez dicho botón, haciendo que el coche avanzara de forma descontrolada por la habitación. Le habían despertado unos ruidos en la planta baja de la casa. A dichos ruidos le siguieron gritos. Reconoció de inmediato quién profería dichos gritos. Eran de su madre y su hermana. No escuchaba a su padre. Le habían regalado aquel coche hacía poco más de una semana, cuando celebró su octavo cumpleaños. Desde aquel momento no se desprendió de él, lo llevaba a todas partes.  Se había escondido debajo de la cama. No pensando que el ruido del coche al acelerar, pudiera alertar a quien hubiera entrado en la casa. Entonces los gritos cesaron. Él dejó de pulsar el botón. El coche dejó de moverse. En medio del silencio, que reinaba en esos momentos en la habitación, pudo escuchar ruidos de pasos subiendo las escaleras. No tardarían en descubrirlo. No podía llorar, ni moverse. El miedo lo había paralizado por completo. Una pequeña luz empezó a pulular por la habitación. Apareció a su lado. Esa luz tenía forma de mujer. Le tendió la mano. No lo dudó y la tomó con fuerza. Sus pies dejaron de pisar el suelo. Estaba volando de la mano de un hada.

DESLIZAR

 

 

Deslizar aquellas ideas por mi mente, como pequeñas gotas de agua que se van escurriendo por el cristal de la ventana en un día de lluvia, me resultaba placentero y me atrevería a decir que estimulante. La sola idea de que estaban allí, dentro de mí, hacían crecer mi ego de manera exorbitante. Seguramente Dios se sentiría de aquella manera, era fascinante. Aquellas ideas, una vez depositadas en algún rincón de mi cerebro, empezaron a tomar forma. Se hacían cada vez más nítidas, más reales, a medida que se iban juntando y entrelazando entre ellas. Una mañana al despertarme supe que estaba listo. Me dediqué a planificar hasta el último detalle. No podía dejar ningún cabo suelto, ni fiarme del arma de doble filo, que es el azar. La parte que menos me gustaba era la de esperar, a veces durante horas. Quería entrar en acción, sentir el chute de adrenalina corriendo por mis venas, que me producía juguetear con mi presa, cuchillo en mano y luego arrancarle la vida con él. Al principio la torpeza, ralentizaba mi tarea. Pero, como en cualquier trabajo rutinario, con el tiempo, adquieres destreza y rapidez. Este es el cuerpo número cincuenta que tiro por esta cascada.

MUERTE EN VIDA

 


 

 

 

“Espartano, está libre. Tras cumplir una condena de veinte años, esta mañana ha salido en libertad.” Estaba en la cocina cuando escuchó la noticia por la radio. Su cuerpo se paralizó. Un escalofrío recorrió su espina dorsal y empezó a tener dificultades para respirar. Se sentó ante la mesa de la cocina y se agarró la cabeza con ambas manos. La habitación giraba a su alrededor. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas formando un pequeño charco sobre la mesa. Las manos aun le temblaban cuando llamó a la policía. La tranquilizaron diciéndole que le pondrían vigilancia delante de su casa, para que se sintiera segura y que no debía preocuparse porque ahora tenía una identidad nueva y vivía en otro país. Era muy difícil que la localizara. “Difícil, sí, pensó ella, pero no imposible”. Los siguientes días fueron una verdadera tortura para aquella mujer, siempre expectante a cualquier ruido que hubiera dentro o fuera de la casa. Hacía desplazamientos en coche, nunca iba andando. Un coche patrulla estuvo delante de su casa una semana, tras la cual, no volvió a aparecer. Pasaron seis meses desde que Espartano saliera de la cárcel. Poco a poco la rutina de aquella mujer entró a formar parte, de nuevo, de su vida. Una mañana, el cartero llamó a su puerta, le entregó un paquete. Ella lo llevó hasta la cocina y lo abrió. Salieron decenas de insectos de su interior. Un grito de terror salió de su garganta. Sólo una persona podría saber que era alérgica a la picadura de abeja.


VOLAR

 

 

 

 

 

Muelle, lugar de reunión para amigos, amantes. También lugar de encuentro con uno mismo. El mar, en toda su magnitud, a sus pies. Lugar de reflexión, de paz, de ensimismamiento. Lugar donde poder expiar tus pecados, llorar tus penas, añorar tiempos mejores y evocar sueños no cumplidos. Un bonito lugar para empezar algo nuevo. Dejar atrás penas, dolores, miedos, fobias. Lanzar al mar el ancla que te sujeta a la vida. Dejarte llevar. Volar. Soltar amarras. Buscar la felicidad que un día te fue vetada. Un lugar en el cual, si cierras los ojos, todo parece posible. Hasta ser feliz. Una mujer, sentada ante una mesa, contemplaba aquellas vistas impresionantes, tomando su última taza de café. Sus ojos ojerosos, rojos de tanto llorar y sufrir, cubiertos por unas gafas de sol, se deleitaba ante tal belleza. Pero aquello no era suficiente para reactivar su corazón, que yacía muerto hacía mucho tiempo. Muerto en vida. Maltratado una y otra vez. Tan roto, que cada vez era más difícil unir los miles de trozos que lo formaban y que tantas veces había tratado de pegar. Se levantó. Dejó unas monedas sobre la mesa. Se acercó a la barandilla, la subió, estiró los brazos como un pájaro dispuesto a alzar el vuelo y se dejó caer, mientras el sol se escondía tras el horizonte.

sábado, 29 de mayo de 2021

VENGANZA

 

Llevaba un tiempo en la cárcel, menos de la mitad de la condena que le habían impuesto. Cada día se le hacía más difícil seguir allí. Cada noche cuando apagaban las luces de la penitenciaria, tramaba una y otra vez el mismo plan, acabar con la vida de su esposa. La que lo había metido allí. En realidad, él solo se había metido en aquello, pero era más fácil culpar a otros de sus errores. El insomnio acudía día sí y día también a su celda. Se metía en su cabeza a hurtadillas, al caer la noche, para quedarse. Recreaba una y otra vez la manera en que le sesgaba la vida a aquella mujer, que tanto había amado. La madre de su hija, a la que tuvo que matar, con tan solo cinco años. Él no quería hacerlo, pero ella lo había incitado a ello al negarse a volver con él. Por aquel motivo estaba allí. Su vida no tenía sentido mientras ella estuviera vida. Era como un cáncer para él, tenía que acabar con ella. Ella era la culpable de todo. No dormía pensando en que estaba en brazos de otro hombre, riéndose de él, pensando que había ganado porque lo habían pillado y encerrado. Disfrutando de aquel amor sin acordarse si quiera de su hija, la que tuvo que sacrificar por su amor. Pero tenía un plan. Había leído mucho sobre aquello en la biblioteca que tenían en la cárcel, tiempo no le faltaba, y poco a poco su plan se fue formando de manera nítida y clara en su cabeza. Ahora sólo tenía que encontrar el momento de entrar en acción y sabía cuándo y dónde.

Empezó con pequeñas molestias, exagerando un poco los dolores. Idas y venidas a la enfermería. Seguía insistiendo a pesar de que le decían que no tenía nada. Les amenazaba con que un día sería tarde cuando descubrieran que realmente estaba muy enfermo. Llegó a estar más en la enfermería que en la celda. Le gustaba estar allí, estaba casi siempre solo, y lo trataban muy bien. La comida era mejor que la que le daban habitualmente. Casi siempre era lo mismo, decía que le daban taquicardias y ansiedad, que le dolía mucho el pecho. Simulaba un infarto, conocía todos los síntomas previos a ello. Era tal su hipocondrismo que al final le hicieron caso.

Ella estaba en la cocina preparando la comida, cuando escuchó hablar al locutor de la radio, sobre el ingreso en el hospital de un preso por posibles problemas cardíacos. Al escuchar el nombre, tuvo que sentarse para no caer. La aceleración del corazón se fue incrementado por momentos y un torrente de lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, formando un pequeño charco de agua sobre la mesa. Se había creído a salvo. La pesadilla había comenzado de nuevo. Lo conocía bien y sabía que aquello era fingido. Se puso en contacto con la policía aun sabiendo de antemano la respuesta que le iban a dar. Pero tenía que hacerlo. También llamó a su abogado. Ninguna de las respuestas que les dieron la satisfizo demasiado. Sabía, como siempre había ocurrido, que estaba sola. El buscaría la manera de acercarse a ella, eludiendo cualquier seguridad. También sabía que tardaría en buscarla, se había cambiado de nombre y de país, pero sólo era cuestión de tiempo, que la encontrara. Ese tiempo jugaba a su favor, tenía que huir de nuevo. Lo que ella no sabía es que no estaba sola. Había un policía que velaba por ella. Un hombre que se había interesado por su caso, y que a pesar de haber encerrado al culpable no dejaba de hacer un seguimiento exhaustivo de él. Sabía que aquello era puro teatro, la única posibilidad, que veía para poder escapar. Se puso en contacto con ella y urdieron un plan. Una de las enfermeras que lo atendía en el hospital era policía. Él, por supuesto, no lo sabía. Cualquier visita que recibiera estaba grabada. Sólo tuvo una, un ex presidiario, que se hizo pasar por un familiar. Había sido su cómplice fuera de la cárcel, buscó a su mujer, y la encontró. Eran lo suficientemente listos para no hablar en voz alta del asunto. Pero las cámaras captaron cómo le entregaba algo bajo las sábanas, una nota. El hombre lo leyó, se lo volvió a dar y éste lo destruyó en el baño. Era la nueva dirección de la mujer.  Había que actuar con rapidez. Al caer la noche. El preso se escapó. El cómplice lo esperaba fuera con un coche en marcha. A pocos metros un coche los vigilaba. El preso llegó a la casa de la mujer. Se encaminó hacia la parte trasera. Intentó abrir una de las ventanas. Probó dos, sin éxito, pero la tercera cedió. Entró. Extrajo una linterna del bolsillo derecho del pantalón y fue iluminando el suelo a su paso. En el otro bolsillo llevaba una pistola, con el cargador lleno, dispuesto a vaciarlo sobre a aquella mujer que le había amargado la vida. Seguramente, también tendría que utilizar varias de esas balas, para matar al hombre que compartía cama con ella. Subió despacio las escaleras que llevaban a la planta de arriba. Había cuatro puertas, pero una de ellas le llamó la atención estaba entreabierta, su mujer nunca dormía con la puerta abierta, era, es, claustrofóbica. La empujó despacio, vislumbró su silueta en la cama. Su melena rubia descansaba sobre la almohada. Se acercó a la cama, despacio, sin prisa, queriendo saborear ese momento que tanto había anhelado. Sacó la pistola. En ese mismo instante, se encendieron las luces y un hombre a sus espaldas, se abalanzó sobre él, otros tres lo estaban apuntando con sus pistolas. Un cuarto, vestido de paisano, echó hacia atrás la ropa de la cama, allí no estaba su mujer, era un maniquí.

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...