Después del gran éxito de su última novela decidió tomarse
un descanso alejándose de todo y de todos. Había tomado el último vuelo disponible
aquella noche ante la insistencia de la editorial (incluso le habían pagado el
vuelo). Tenía que acudir al día siguiente, a un restaurante muy famoso del
centro de la cuidad, donde almorzaría con una importante periodista que le haría
una entrevista informal, pero vital para su carrera. (de la cual le habían informado
hacía meses y de la que se había olvidado.). En ella, se pretendía que sus
lectores conocieran su lado más humano, sus gustos, inquietudes, aficiones,
relegando a un segundo lugar su faceta como escritor de éxito. Durante casi
toda su vida, su parte más íntima había sido un secreto, salvando dos o tres noticias
puntuales, como el nacimiento de su hijo, la muerte de su mujer y haber logrado
un premio nobel, nada más se conocía sobre él. Aquello creó un aura de misterio
a su alrededor, beneficiando la venta masiva de sus novelas. No había fotos
recientes de él, las pocas que se podían conseguir eran de su época de
instituto, la universidad y por supuesto la del día que recogió aquel vanagloriado
y merecido premio a su carrera. La editorial creía que ya había llegado ese
momento. Y él, a sus setenta y cinco años, se sentía preparado. Aquella
entrevista le serviría para abrir camino hacia su autografía que había
comenzado a escribir durante sus vacaciones y de la cual la editorial todavía
no tenía noticia. Durante el trayecto en el avión se empezó a sentir un poco
indispuesto. Lo achacó a las turbulencias que no cesaron durante todo el
trayecto. Al llegar a su casa, el malestar y el cansancio se habían
incrementado notablemente. Decidió tomarse una ducha y acostarse, pensando que
al día siguiente estaría totalmente recuperado.
La periodista que iba a realizar la entrevista era una
veterana en el mundo de la comunicación, 30 años de carrera continuados, la
avalaban. Ahora era la directora de una importante cadena de televisión y por
supuesto, una gran admiradora de aquel escritor desde los inicios de su carrera.
Por eso, a medida que se acercaba la hora no podía dejar de sentirse cada vez más
nerviosa. Nada habitual en ella, poseedora de unos nervios de acero en momentos
decisivos. Pero esta vez era diferente. Durante muchos años había ansiado
realizar esa entrevista. Para ella iba más allá de lo meramente profesional,
entrando más bien en el terreno personal. Conocía bastante bien a aquel hombre.
Sabía de la relación cordial y afectuosa que mantenía con su hijo, un respetado
juez del tribunal constitucional. Tenía en su poder los informes médicos de la
enfermedad de su mujer. Sabía que tenía una cicatriz en su cuerpo a causa de un
accidente de tráfico cuando era joven. Conocía esos detalles y otros muchos porque….
Su mente dejó de vagar cuando una figura alta, delgada, vestida con un caro
trajo negro, complementado con un sombrero del mismo color, entró en el comedor
con ayuda de un bastón, su compañero en el camino en los últimos cinco años. Se
sonrojó al verlo entrar, pero a medida que el escritor se iba acercando a ella,
su semblante fue demudando de color hasta quedar blanco como la cera.
Cuando se despertó a la mañana siguiente el cansancio y
el malestar de su cuerpo no había cesado, todo lo contrario, se había
incrementado considerablemente. Se levantó con verdadero esfuerzo de la cama y
lentamente se dirigió al baño. Se miró en el espejo. La imagen que vio en ella
era tan terrible que un grito de terror salió de su garganta. Tenía la cara
llena de pústulas, no necesitaba un viscosímetro
para darse cuenta de la cantidad viscosa que emanaba de ellas. Pensó en ir a su
habitación coger el revólver que
tenía en la mesilla de noche y pegarse un tirio en la sien. Corrió las cortinas
de la ventana, para que nadie lo viera. A contraluz
los granos tenían peor aspecto, si cabe. Se quitó el pijama comprobando que no
sólo estaban en la cara, el cuerpo entero estaba plagado por aquellas llagas.
Aquello era un verdadero arte en lo
referente al deterioro del cuerpo humano. Hizo un balance de la situación. No podría presentarse así a la entrevista.
Eso, por una parte, la segunda parte sería llamar a la editorial para que
conocieran la situación en la que se encontraba y también creía necesario que
lo viera un médico. Se encaminó al salón para hacer la llamada, por el camino y
debido a su andar lento y tambaleante, tropezó con el bajo que cayó al suelo, dejando escapar unas lánguidas notas. Tras
el tercer tono atendieron su llamada. Se escuchaba el llanto de un bebé al otro lado de la línea,
seguramente era el pequeño de su editora. Cuando escuchó su voz, le contó lo
que le pasaba. Ella lo tranquilizó diciéndole que en media hora estaría en su
casa acompañada de un médico. En el tiempo programado vio desde la ventana de
su dormitorio como un coche se acercaba a la puerta. Era su editora acompañada
por el médico. Un muchacho montado en bicicleta
acababa de lanzar el periódico cayendo de lleno en el conuco, destrozando algunas hortalizas. Se dio la vuelta para no
ver los desperfectos causados y fue a abrir la puerta a sus invitados.
Tras la exploración, el doctor llegó a la conclusión de
que aquello no era contagioso y que su vida no corría peligro. Tomando unos fármacos
que le iba a recetar, vería resultados visibles en poco tiempo. La gran
pregunta ahora está en cómo iba a asistir así a la entrevista. No podían aplazarla,
llevaban meses programándola. Se les ocurrió una idea.
La periodista se dio cuenta de que aquel hombre que se
acercaba a ella no era el escritor que espera. Era un impostor. A los demás los
podrían engañar a ella no porque había sido su amante durante veinte años.