viernes, 9 de julio de 2021

NO HAY CABIDA PARA EL ERROR

 


 

Con veinte años, aquel joven había conseguido la puntuación más alta en tiro. Se había alistado en el ejército cuando cumplió la mayoría de edad, no dejando escapar la oportunidad que se le ofrecía de largarse de casa. Su madre había muerto hacía un par de años y su padre desde entonces, se había convertido en un alcohólico. Lo despedían de todos los trabajos y se había puesto violento con él en más de una ocasión. Antes de abandonar su pueblo y la casa que lo vio crecer fue hasta el cementerio para despedirse de su madre. Depositó sobre su tumba un ramo de tulipanes, sus flores preferidas.

En su primera misión en combate, el parabrisas del camión donde iba con sus compañeros, había quedado hechos añicos por una explosión. Resultó con heridas leves. Sus compañeros no corrieron la misma suerte, había sido tal la fuerza de la explosión que la onda expansiva los lanzó varios metros por el aire, pereciendo algunos y otros quedando en un estado más bien lamentable, falleciendo poco después. Se salvaron el sargento al mando y él.  Intentando protegerse de las balas que zumbaban a su alrededor subieron los escalones de un edificio casi en ruina hasta la azotea, desde la cual tenían una buena visión de toda la aldea. Estaba anocheciendo. El enemigo se escondía entre las sombras que poco a poco iban cubriendo el lugar. Entonces lo volvió a ver. Ahí estaba Él. La última vez que había visto a aquel ser encapuchado de blanco tenía doce años. Estaba jugando al fútbol con unos amigos en la calle, no vieron el camión que había perdido los frenos y que se acercaba a ellos a una gran velocidad. Fue la primera vez que lo vio. Se colocó en medio de la carretera y durante unos minutos el tiempo se paró para todos menos para él y sus amigos que lograron ponerse a salvo y no morir atropellados.

Escuchó como el sargento le gritaba que disparara. Tenía a aquel hombre a tiro, pero había un problema, había tomado a una mujer como rehén con un estado muy avanzado de embarazo. Si disparaba a aquel hombre podía errar y matarla a ella. Era buen tirador, el mejor, pero aquella situación lo sobrepasaba. Conocía los engranajes de la guerra y que la duda, aunque fuera mínima podía costarte la vida. Colocó el dedo en el gatillo dispuesto a disparar a la cabeza de aquel hombre, esperando no fallar. Sabía que si le daba a aquella mujer caería en un pozo de depresión. La culpabilidad lo perseguiría toda su vida y viviría una realidad maquillada. Entonces aquel ser vestido de blanco se situó delante de la mujer. No lo dudó. Apretó el gatillo. Abatió al enemigo.


sábado, 3 de julio de 2021

LA MUJER DE BLANCO

 

Tenía que coger un avión aquella mañana. El despertador no había sonado y era consciente de que si no me daba prisa por llegar al aeropuerto perdería el vuelo. El tiempo era muy desapacible. Había llovido toda la noche y continuaba haciéndolo por la mañana. Como si no llegara con la lluvia, se había levantado una niebla que hacía que la visibilidad fuera muy escasa, prácticamente nula, más allá de los faros del coche. Aun así, pisé el acelerador a fondo para llegar lo más rápido posible al aeropuerto, sabiendo que aquella temeridad me podía costar la vida.

Entonces la vi. De pie, inmóvil en medio de la carretera, había una figura embozada en una túnica blanca. Frené. El coche derrapó y se salió de la carretera. Cuando me desperté supe que estaba mal herido. No podía moverme por mucho empeño que pusiera en ello. Una rama había atravesado el parabrisas del coche, clavándose en mi abdomen. Perdía mucha sangre.  La mujer que había visto en la carretera se sentó a mi lado. Empezó a acariciar mi canoso pelo mientras sus labios esbozaban una sonrisa. Me transmitía paz su contacto en mi piel. Sabía quién era ella y sabía por qué estaba allí. Entonces dentro de mi emergieron unas ansias enormes de hablar. Sentía una necesidad imperiosa de contarle mis hazañas, mis aventuras y desventuras vividas por encontrar la verdad de ella, por saber su identidad.

 Casi toda mi vida la pasé viajando de un lugar a otro por el mundo cubriendo noticias de toda índole, guerras, desastres naturales, siempre en primera línea, muchas veces arriesgando mi vida en ello. Tuve que renunciar a muchas cosas. No me arrepiento, porque logré vivir la vida que quería y tener el trabajo que me gustaba.

     Hace algunos años viajé al Vaticano para cubrir la noticia de la elección del nuevo Papa. Estaba en mi hotel, redactando un artículo en mi portátil, cuando una fotografía me llamó la atención. Me sentí hipnotizado al ver aquella mujer. La foto era borrosa, pero aun así se podía ver su gran belleza, su porte divino, que no tenía cabida en este mundo. El titular rezaba: la mujer de blanco vuelve a hacer presencia en el aeropuerto de Roma. Nunca había leído nada sobre ella, y sentí curiosidad, así que leí el artículo hasta el final. Al parecer una mujer vestida totalmente de blanco, ataviada con una túnica larga, hacía su presencia en aeropuertos, estaciones de tren y autobuses, y era el presagio de que algo malo iba a pasar. Si la veías tenías la opción de cancelar tu viaje y de esa manera salvar tu vida. Aquella mujer presagiaba la muerte o… ¿ella era la Muerte? Me pareció de lo más sorprendente. Seguí navegando por internet para ver qué otra información había al respecto. No encontré mucha, no era una noticia de primera plana. De hecho, la información que encontraba, estaba relegada a las páginas interiores ocupando poco espacio, eso me llevó a pensar que el tema o bien no interesaba por su halo de misterio o porque se mencionaba un tema eternamente tabú: la muerte.

      Una persona en París me contó que la había visto en la terminal 4 del aeropuerto, en la fila de embarque. Él tenía que tomar ese avión, pero recordó las historias que había escuchado sobre esa mujer y no se lo pensó dos veces, no embarcó. Eso le salvó la vida.

     Este testigo no fue el único que se había quedado en tierra por voluntad propia. Todos tenían algo en común: la conocían o habían oído hablar de ella, y ante la duda, algunos pensaron que primero salvarían la vida ante cualquier otra cosa.

      En Argentina la habían visto en una estación de tren, y tras verla parada en uno de los arcenes, pocos se subieron al tren. Los que lo hicieron perecieron. El tren descarriló cuando estaba llegando a su destino. Las causas, todavía seguían sin estar claras del todo, solo suposiciones.

     Seguí investigando. Me llevó tiempo, horas de llamadas y mucha lectura. Pero no me importaba. El tema llegó a obsesionarme. Averigüé que la llevaban viendo mucho tiempo atrás, no solo años, sino siglos. Ella fue la que avisó a Alexander Fleming de que no cogiera aquel tren para ver a su familia, si lo hubiera hecho habría muerto y no hubiese descubierto la penicilina.    

He de reconocer que mi obsesión con esa mujer no tenía límites. Tenía que verla, pero ¿cómo?  No era tan simple como llamarla por teléfono o mandar un correo. En cada aeropuerto, estación de tren o autobús, esperaba verla. Anhelaba un encuentro. Cada mujer vestida de blanco que me cruzaba hacía que el corazón me diera un vuelco, pero nunca era ella. Estaba desesperado. Hasta que un día la vi. Ese día tan ansiado por fin había llegado.

   Fue en Japón. Acabé allí para informar de unos fenómenos naturales que estaban sucediendo en esos días. Y allí estaba, de pie en el aeropuerto, con su túnica blanca y su larga melena negra como azabache. La miré, ella me miró y creí ver que se dibujaba una sonrisa en sus labios. Sentí que un escalofrío corría por todo mi cuerpo. Los pelos como escarpias, el corazón a punto de explotar. Me tuve que sentar y tomar aliento. Ella sabía de mi existencia, pero para cuando me repuse y volví a mirar ya no estaba.

     Me puse en pie, todavía en shock. Un olor a lavanda impregnaba el ambiente, me giré y allí estaba, a mi lado, sentí el roce de su túnica en mis brazos desnudos. Se acercó a mí y me susurró al oído con una voz dulce, aterciopelada:” Estoy aquí, ya me has visto”, para luego desaparecer.

  Tomé ese avión, tengo que confesar que con recelo. Pero llegamos a nuestro destino sanos y salvos. Me sentí por primera vez en mucho tiempo, en paz, una fuerza renovadora había embargado mi cuerpo y colmado de alegría mi corazón. Salí del aeropuerto sonriendo y tarareando una vieja canción de mi infancia que tenía por olvidada. Estaba feliz.

 

    Alargué la mano, ella la tomó entre las suyas. La miré a los ojos y le dije: “no querría a nadie más a mi lado en este mi último viaje” susurré. Ella se inclinó sobre mí y me besó con ternura. Emprendí mi último viaje notando como sus labios besaban los míos.

 

 

 


viernes, 2 de julio de 2021

CHUPA PIES

 

 

 

Acostado en la cama que compartía con su mujer desde hacía más de una década, el hombre miraba a través del cristal de la ventana del dormitorio, las estrellas que formaban la cúpula celestial pensando en la miríada de realidades alternas que ofrece el universo. El ladrido de su cachorro lo sacó de sus pensamientos. Con tan solo tres meses, dormía a los pies de la cama. Se levantó para ver si estaba bien, el perrito seguía durmiendo, había tenido una pesadilla. Volvió a la cama. Se acurró junto a su esposa, cerró los ojos y esperó que el sueño lo envolviera. Pronto su cerebro comenzó a divagar en la oscuridad de su mente, mostrándole destellos de cosas vividas recientemente, como la compra de un cinturón negro para el pantalón del traje gris que se iba a poner para la boda de su cuñada el próximo fin de semana. La imagen de una jarra de cerveza muy fría en el chiringuito de la playa con unos amigos. Y la de aquel compresor que le había prestado el vecino, para inflar los neumáticos de su coche. Destellos y más destellos de recuerdos inundaban su mente. Al fin cesaron y pudo descansar hasta que el despertador lo trajo de vuelta del mundo de los sueños, a las siete de la mañana. Aquel día tenía que realizar unas entrevistas a posibles candidatos para un puesto de contable en la empresa. El primero en presentarse fue un tipo con pinta de intelectual que parecía un adolescente a pesar de tener los 30 años cumplidos. Su voz era pausada y lenta. Le recordó a un caracol

Regresó a su casa al atardecer cansado y hambriento. Tras la cena pusieron una película. Su mujer escogió una ambientada en la época medieval, “El último caballero” se titulaba. A pesar de que estaba bastante entretenida tenía que hacer unos esfuerzos sobrehumanos para no quedarse dormido. Su mujer se había enfadado con él, al ver las cabezadas que daba en el sofá cuando estaban viendo la película, le culpaba de que cuando ella elegía algo que le gustaba él se dormía y ella tenía que mantenerse despierta cuando ponía sus malditas pelis de extraterrestres. ¡Qué pesadilla de mujer! Así que esa noche, ella, puso una gran almohada haciendo un entreliño en la cama. Cuando el sueño había invadido todo su cuerpo el perro empezó a ladrar igual que la noche anterior pero esta vez con más insistencia. Abrió los ojos, intentó levantarse para ver qué le pasaba al cachorro cuando notó que las sábanas se elevaban a la altura de sus pies. Pensó que sería su mujer queriendo hacer las paces, pero había algo extraño en aquello que no le encajaba, le estaba chupando los pies. Nunca se los había chupado con anterioridad, ni tenía conocimiento alguno de que le gustara hacer esas cosas. Levantó las mantas de golpe y su sorpresa fue mayúscula cuando comprobó que allí no había nadie. Sin embargo, notaba cierta humedad en sus dedos. Fue al baño y se los lavó con verdadero asco. Volvió a la cama, su mujer no se había movido ni un centímetro de su lado de la cama, es más, estaba profundamente dormida. Tardó en volver a quedarse dormido, pero al final lo consiguió. Al día siguiente volvió a ocurrir lo mismo, primero el ladrido del cacharro como un previo aviso y luego el lametazo, esta vez notó una lengua áspera y húmeda sobre ellos. Volvió a levantar las mantas. No había nada. Los lavó y volvió a acostarse. Su mujer ni se había inmutado. Seguía dormida en la misma posición en la que se había acostado. Se había llevado consigo el atizador de la chimenea. Esta vez si volvía a suceder estaría prevenido. Pero esa noche no volvió a ocurrir. Pero sí al día siguiente. La misma rutina. Entonces atizador en mano lo descargó con todas sus fuerzas sobre aquel ser o lo que fuera que le estaba chupando los pies. Las sábanas se tiñeron de rojo, bajo sus desconcierto y terror. Las levantó y vio a su mujer con una gran brecha en la cabeza, de la cual, no paraba de manar sangre. La había matado.

viernes, 25 de junio de 2021

SOLO

 

Llegó a casa después de una dura jornada de trabajo, se preparó un bocadillo y se sentó en el sofá a ver un rato la televisión. Después de no encontrar nada que le interesara en ninguno de los canales, (no le apetecía ver como un grupo de personas jugaban a la tómbola, ni un trío de música, ni mucho menos un documental sobre cómo se formaba la nieve), optó por ver una película. Se decidió por una de zombis. Adoraba esas películas en que un virus terminaba con la vida en la tierra y daba a los muertos vida atemorizando a los supervivientes. Así que dio buena cuenta de su bocadillo, se tumbó en el sofá se tapó con una manta y empezó a ver la película. Pero a los diez minutos había sucumbido al sueño más profundo. Le despertó un fuerte dolor en el cuello. Fue al baño y optó por irse a la cama, durmiendo hasta bien entrada la mañana. Se levantó, preparó un café y mientras se lo tomaba se asomó al balcón. Hacía un rato que no escuchaba ningún ruido, ni procedente de la calle, ni de sus vecinos de al lado que tenían un bebé de pocos meses y siempre lo escuchaba llorar, sobre todo por las mañanas y al anochecer. Pero hoy nada, silencio absoluto. Eran las once de la mañana de un viernes, día laborable, y como tal tendría que haber coches por la calle y gente caminando. Las tiendas, frente a su casa todavía no habían abierto, algo inusual a esas horas. Él tenía el turno de tarde, se lo había cambiado a un compañero que tenía una boda el fin de semana y quería emprender el viaje esa tarde. Se duchó, se vistió y bajó al portal. Abrió el buzón por si había correspondencia, nada, el cartero no había pasado todavía. Salió a la calle. Era un precioso día de verano, con el cielo despejado y la temperatura subiendo a cada minuto que pasaba. Comenzó a caminar por la acera, a dos portales de su casa, la tienda del Señor Gustavo estaba abierta. En el escaparte había un surtido de frutos secos, cebollas y una ristra de ajos formando una trenza. Entró, estaba vacía, gritó su nombre, sin obtener respuesta. Se estaba empezando a poner nervioso. Gotas de sudor le cubrían la frente y le costaba respirar. Estaba sufriendo un ataque de pánico. Echó a correr por la calle gritando con la esperanza de que alguien lo escuchara. Sólo recibió por respuesta su propio eco. Vio una sombra al final de la calle que desaparecía tras doblar la esquina de una casa de ladrillos. Corrió como no lo había hecho nunca, mientras una inmensa alegría recorría todo su cuerpo. Había alguien más, no estaba solo. Pero al girar aquella esquina casi se lleva por delante al perro que se había sentado a esperarle. Un pastor alemán que lo miraba con verdadera fascinación moviendo el rabo efusivamente. No era lo que esperaba. Lo abrazó con todas sus fuerzas, mientras el perro le lamía la cara indicándole que también se alegraba de encontrar un humano. A partir de ese momento se hicieron inseparables. Recorrieron la ciudad en busca de alguien con vida, sin mucho éxito. Al atardecer cansados de tanto caminar se sentaron en un banco de un parque. Frente a ellos había un enorme cartel con la foto de una chica muy guapa al lado de un caballo negro con una brida de color rojo intenso, el cartel rezaba que eran las mejores del mercado. Estuvo un rato contemplándolo ensimismado, pensando si los caballos y otros animales también habrían desaparecido. Entonces el perro, que hasta ese momento estaba tumbado a su lado, empezó a gruñir. Frente a ellos una veintena de canes los estaban mirando fijamente mientras gruñían enseñando los dientes.  Les tiró unas botellas de plástico que había tiradas en el suelo para ahuyentarlos. Los animales se enfurecieron más. Aquello no tenía buena pinta. Se levantó muy despacio del banco, bajo la atenta mirada de los perros y echó a correr. Éstos hicieron lo mismo tras él. En su alocada carrera por salvar su vida, tropezó y se cayó al suelo. Ya no pudo levantarse. Los canes se le echaron encima. Empezó a gritar con todas sus fuerzas cubriéndose la cara.

El hombre postrado en la cama de la habitación número dos había empezado a gritar y a convulsionar de manera preocupante. El monitor mostraba que sufría fuertes ramalazos en la zona lumbar. Un médico que lo estaba viendo en el monitor desde la sala de control, fue corriendo a la habitación para inyectarle un tranquilizante. El ataque de los perros había sido el detonante de aquel ataque. La manada prevalece ante un animal solo. El instinto de supervivencia se incrementa ante las adversidades. Sonrió.

En aquel laboratorio se estaban realizando unos experimentos con una serie de personas que se habían presentado voluntarias y a las cuales se les retribuiría con una gran cantidad de dinero por aceptar formar parte de aquel proyecto gubernamental sobre el comportamiento humano ante adversidades de origen tanto medioambiental, como el provocado por el hombre.

En la habitación número uno había una mujer, monitorizada y con un proyector de retina en forma de pantalla en su cabeza, donde estaba siendo parte de una catástrofe natural, vivida en tiempo real, para estudiar con detenimiento el comportamiento del ser humano ante tales sucesos.

En la habitación número tres, un hombre se enfrentaba a una invasión alienígena.

Y en la habitación número dos, estaba nuestro hombre. Ahora más relajado tras el sedante que le habían inyectado. Esperarían un par de horas para continuar con la experimentación. Esta vez volvería a empezar de nuevo, despertándose en su casa tras una larga jornada de trabajo.

 

jueves, 24 de junio de 2021

EL JUEGO DEL AMOR

 

Botellas de vino sobre la enorme mesa de madera, que ocupaba casi todo el salón. Junto a ellas, habían servido un verdadero festín. Los comensales comenzaron a comer con voraz apetito. Habían sido invitados por el conde, señor del castillo, para festejar su regreso que, por motivos reales, lo había tenido ausente muchos meses. Aún lejos del castillo, era conocedor de todo acontecía allí.  Supo de la infidelidad de su esposa y el nombre del amante. Uno de sus hombres de confianza y un gran erudito. Aquella fiesta formaba parte de un plan que había ideado y que sólo una mente perversa y malvada, como la suya, podría urdir. Cuando sus invitados hubieron calmado su apetito y saciado su sed, les propuso un juego. Haría una serie de preguntas que versarían sobre temas variados, entre ellos religión, arte, música, literatura. El que mayor número de respuestas acertara sería proclamado rey hasta el amanecer. Coronándolo con tal y sentándose en su trono. Todos aplaudieron la idea con entusiasmo y el juego sin más preámbulos, comenzó. A pocos minutos de la media noche quedaban dos ganadores. El amante de su esposa era uno de ellos. Hizo una última pregunta. Pidió que tradujeran un texto al latín. Sólo uno supo hacerlo, el abad. Como ganador se sentó en el trono, entre aplausos y vítores de los presentes. El rey, fiel a su palabra, le colocó en la cabeza una corona de hierro al rojo vivo acabando con su vida. 

sábado, 19 de junio de 2021

SAN JUAN

 

 

El día anterior de la festividad de San Juan un grupo de muchachos comenzaron a primera hora de la mañana, la ardua tarea de llevar fardos de leña a la playa con la intención de apilarla y hacer una gran hoguera esa noche. Al atardecer, encendieron un fuego y se sentaron a su alrededor. Comenzaron a contar historias que habían escuchado sobre esa noche, mientras daban cuenta de unas sardinas asadas y papas. Uno de ellos contó que la hoguera se encendía porque el fuego purificaba tanto a hombres, como animales y campos y ahuyentaba los malos espíritus que, en esa noche, la más corta del año, campaban a sus anchas por nuestro mundo y atraer a los buenos. Otro relató que su padre le había contado que la primera vez que se encendió una hoguera fue por orden de Zacarías para anunciar a sus familiares y vecinos el nacimiento de su hijo, Juan Bautista, que coincidía con el solsticio de verano. Contaban también que el fuego, no sólo se encendía con la idea de rendir tributo al sol, sino también como purificador de los pecados. Se arrojaba sobre él ropas viejas, papeles y cualquier objeto que significaban un mal recuerdo durante ese año que había pasado. A media noche, decía otro, había que saltar la hoguera un número impar de veces para purificarse y alejar así a malos espíritus y brujas. Todas estas historias se relataban en un ambiente festivo, alegre y distendido.

Faltaba poco para las 12 de la noche, la hora mágica. Los muchachos se preparan para saltar la hoguera entre risas y bromas. Entonces se dan cuenta de la ausencia de alguien del grupo. Concretamente una chica, Lucía. Le preguntaron a su amiga Ana, que había estado sentada a su lado todo el tiempo, si sabía dónde estaba. La amiga negó con la cabeza, visiblemente preocupada.

A unos metros de donde estaban los muchachos, había una campiña, donde había una multitud de gente sentada sobre la hierba, contemplaban las hogueras, mientras charlaban y cantaban. Había una higuera enorme no muy lejos de allí. Vieron a su amiga sentada bajo ella. Parecía tranquila y relajada. Un detalle en aquella visión les llamó la atención. A medida que se iban acercando, Lucía parecía estar hablando con alguien, que desde donde estaban no podían ver de quién, sólo podían vislumbrar una sombra sentada a su lado.

Lucía había abandonado el círculo en torno a la hoguera donde se había sentado con sus amigos al escuchar que la llamaban por su nombre. Pareció reconocer aquella voz como la de su amiga Lara. Se levantó y acudió a su encuentro, sin pararse a pensar por un momento, que no podía tratarse de su amiga, era imposible, Lara llevaba muerta más de un año. La vio sentada bajo una higuera. Se sentó a su lado. Tocaba una canción con una guitarra. La reconoció de inmediato y la transportó a la infancia que habían compartido juntas. Lucía escuchaba unas voces lejanas. Sus amigos la llamaban. Quiso levantarse, pero una mano le agarró el brazo impidiéndoselo. Se giró sin comprender qué estaba pasando. En ese preciso momento supo que algo no iba bien, aquello que la miraba no era de este mundo. Ese ser, no era su amiga. Frente a ella había una mujer, una anciana, con la cara surcada por profundas arrugas. Sus ojos carecían de brillo y su sonrisa era malvada, terrorífica, mostrando una boca desdentada. Gritó, pero aquel grito quedó ahogado en su garganta mientras unas manos huesudas le apretaban el cuello con la única intención de ahogarla. Cuando creyó que su vida se acabaría en ese momento, sintió como la presión sobre su cuello disminuía poco a poco hasta desaparecer por completo. Eran las doce de la noche, las hogueras se habían encendido y las brujas eran ahuyentadas por el poder purificador del fuego.


viernes, 18 de junio de 2021

LA ENTREVISTA

 

 

 

Después del gran éxito de su última novela decidió tomarse un descanso alejándose de todo y de todos. Había tomado el último vuelo disponible aquella noche ante la insistencia de la editorial (incluso le habían pagado el vuelo). Tenía que acudir al día siguiente, a un restaurante muy famoso del centro de la cuidad, donde almorzaría con una importante periodista que le haría una entrevista informal, pero vital para su carrera. (de la cual le habían informado hacía meses y de la que se había olvidado.). En ella, se pretendía que sus lectores conocieran su lado más humano, sus gustos, inquietudes, aficiones, relegando a un segundo lugar su faceta como escritor de éxito. Durante casi toda su vida, su parte más íntima había sido un secreto, salvando dos o tres noticias puntuales, como el nacimiento de su hijo, la muerte de su mujer y haber logrado un premio nobel, nada más se conocía sobre él. Aquello creó un aura de misterio a su alrededor, beneficiando la venta masiva de sus novelas. No había fotos recientes de él, las pocas que se podían conseguir eran de su época de instituto, la universidad y por supuesto la del día que recogió aquel vanagloriado y merecido premio a su carrera. La editorial creía que ya había llegado ese momento. Y él, a sus setenta y cinco años, se sentía preparado. Aquella entrevista le serviría para abrir camino hacia su autografía que había comenzado a escribir durante sus vacaciones y de la cual la editorial todavía no tenía noticia. Durante el trayecto en el avión se empezó a sentir un poco indispuesto. Lo achacó a las turbulencias que no cesaron durante todo el trayecto. Al llegar a su casa, el malestar y el cansancio se habían incrementado notablemente. Decidió tomarse una ducha y acostarse, pensando que al día siguiente estaría totalmente recuperado.

La periodista que iba a realizar la entrevista era una veterana en el mundo de la comunicación, 30 años de carrera continuados, la avalaban. Ahora era la directora de una importante cadena de televisión y por supuesto, una gran admiradora de aquel escritor desde los inicios de su carrera. Por eso, a medida que se acercaba la hora no podía dejar de sentirse cada vez más nerviosa. Nada habitual en ella, poseedora de unos nervios de acero en momentos decisivos. Pero esta vez era diferente. Durante muchos años había ansiado realizar esa entrevista. Para ella iba más allá de lo meramente profesional, entrando más bien en el terreno personal. Conocía bastante bien a aquel hombre. Sabía de la relación cordial y afectuosa que mantenía con su hijo, un respetado juez del tribunal constitucional. Tenía en su poder los informes médicos de la enfermedad de su mujer. Sabía que tenía una cicatriz en su cuerpo a causa de un accidente de tráfico cuando era joven. Conocía esos detalles y otros muchos porque…. Su mente dejó de vagar cuando una figura alta, delgada, vestida con un caro trajo negro, complementado con un sombrero del mismo color, entró en el comedor con ayuda de un bastón, su compañero en el camino en los últimos cinco años. Se sonrojó al verlo entrar, pero a medida que el escritor se iba acercando a ella, su semblante fue demudando de color hasta quedar blanco como la cera.

 

Cuando se despertó a la mañana siguiente el cansancio y el malestar de su cuerpo no había cesado, todo lo contrario, se había incrementado considerablemente. Se levantó con verdadero esfuerzo de la cama y lentamente se dirigió al baño. Se miró en el espejo. La imagen que vio en ella era tan terrible que un grito de terror salió de su garganta. Tenía la cara llena de pústulas, no necesitaba un viscosímetro para darse cuenta de la cantidad viscosa que emanaba de ellas. Pensó en ir a su habitación coger el revólver que tenía en la mesilla de noche y pegarse un tirio en la sien. Corrió las cortinas de la ventana, para que nadie lo viera. A contraluz los granos tenían peor aspecto, si cabe. Se quitó el pijama comprobando que no sólo estaban en la cara, el cuerpo entero estaba plagado por aquellas llagas. Aquello era un verdadero arte en lo referente al deterioro del cuerpo humano. Hizo un balance de la situación. No podría presentarse así a la entrevista. Eso, por una parte, la segunda parte sería llamar a la editorial para que conocieran la situación en la que se encontraba y también creía necesario que lo viera un médico. Se encaminó al salón para hacer la llamada, por el camino y debido a su andar lento y tambaleante, tropezó con el bajo que cayó al suelo, dejando escapar unas lánguidas notas. Tras el tercer tono atendieron su llamada. Se escuchaba el llanto de un bebé al otro lado de la línea, seguramente era el pequeño de su editora. Cuando escuchó su voz, le contó lo que le pasaba. Ella lo tranquilizó diciéndole que en media hora estaría en su casa acompañada de un médico. En el tiempo programado vio desde la ventana de su dormitorio como un coche se acercaba a la puerta. Era su editora acompañada por el médico. Un muchacho montado en bicicleta acababa de lanzar el periódico cayendo de lleno en el conuco, destrozando algunas hortalizas. Se dio la vuelta para no ver los desperfectos causados y fue a abrir la puerta a sus invitados.

Tras la exploración, el doctor llegó a la conclusión de que aquello no era contagioso y que su vida no corría peligro. Tomando unos fármacos que le iba a recetar, vería resultados visibles en poco tiempo. La gran pregunta ahora está en cómo iba a asistir así a la entrevista. No podían aplazarla, llevaban meses programándola. Se les ocurrió una idea.

La periodista se dio cuenta de que aquel hombre que se acercaba a ella no era el escritor que espera. Era un impostor. A los demás los podrían engañar a ella no porque había sido su amante durante veinte años.

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...