jueves, 2 de septiembre de 2021

JAMES BOND

 

Suma, resta, multiplica y vuelta a empezar. Así era el trabajo de aquel hombre, rodeado de números, haciendo transacciones económicas, balances, registros, día tras día, durante más de 20 años. El salario era bueno y le daba para vivir bastante bien. Podía permitirse más de un capricho. Vivía en un ático en el centro, con unas vistas impresionantes de la ciudad. Viajaba bastante a menudo y no se privaba de casi nada. Pero de un tiempo a esa parte, su vida empezó a parecerle insulsa, vacía, sin sentido. Le gustaba leer, se inclinaba por la novela romántica, pero había empezado a leer novela negra y se había enganchado totalmente a ella. A veces mientras tomaba una copa al anochecer, contemplando la ciudad desde el ventanal de su salón, se ponía en los zapatos del protagonista de la historia del libro que estaba leyendo. Le gustaría ser un agente secreto, un James Bond de la vida, seductor y conquistador, rodeado de mujeres guapas y peligros constantes. En sus sueños se veía vigilado y perseguido por organismo de inteligencia, arriesgando su vida en cada momento, pero con la victoria siempre de su parte.

Pero una noche, sus sueños tomaron otro camino. No era un agente secreto, era un contable, era él. Y una sombra, una figura a los pies de su cama, lo observaba. No podía distinguir sus facciones, pero sí un par de ojos rojos como la sangre. “Cuidado con lo que sueñas”, le dijo antes de desaparecer de su vista.

Cuando se despertó a la mañana siguiente, se estremeció al recordar aquel sueño. El sonido del timbre lo devolvió a la realidad. En el umbral de la puerta había tres hombres trajeados. Sin mediar palabra entraron en su apartamento empujándolo hacia el salón. Sintió verdadero terror. Lo primero que pensó es que lo iban a matar sin contemplaciones. Pero, ¿por qué? La respuesta a la pregunta llegó de inmediato. Le ofrecían un trabajo de espionaje. Su posición en el banco en que trabajaba era favorable para ese tipo de cosas. Tenía acceso a las cuentas bancarias de las personas más ricas de la ciudad. Fue una gran sorpresa para él, cuando se vio aceptando la proposición de aquella gente.

miércoles, 1 de septiembre de 2021

LA SOMBRA

 

Hacía tiempo que cualquier tipo de sonrisas habían abandonado su cuerpo. Desde la avergonzada, porque creía que no debía sentir vergüenza por lo que le pasaba, tampoco la de desprecio, no, ese tipo de sonrisa sería más propia de esa cosa, o ente, o fuera lo que fuese. Tal vez, le quedara un atisbo de un tipo de sonrisa, la de miedo, porque, aunque sus facciones habían quedado impertérritas, debido al exceso de pánico y terror sufrido en los últimos días, se podía vislumbrar un pequeño rictus en su cara que bien  podría encajar en esa categoría.

Por el amor de Dios sólo tenía nueve años, ¿qué quería de él? ¿no podía dejarlo tranquilo una sola noche?

Pues parecía que no. Noche tras noche pasaba lo mismo. Y aunque llamase a sus padres a gritos, verdaderamente asustado, éstos eran incapaces de ver la realidad. Hacían siempre la misma comedia, miraban bajo la cama, dentro del armario, intentando darle confianza, para luego decirle, que se trataba de miedos nocturnos, miedo a la oscuridad, añadían como si nada y que tenía que superar todo aquello porque ya era todo un hombrecito. Y ya está. Ahí quedaba la cosa, se iban y él intentaba con todas sus fuerzas no volver a gritar, porque en cuanto cerraban la puerta de su habitación, la pesadilla volvía. Una noche tuvieron un detalle con él y le pusieron una lucecita en la mesilla. Aquello empeoró más las cosas. La sombra que aparecía todas las noches en su habitación ahora era más nítida y alargada, gracias a la genial idea de su mamá. Y casi, sólo casi, le podía ver la cara, a aquello, cuando flotaba sobre él, intuía que, si la llegaba a verla totalmente, se moriría del susto.

La llegada de la noche para él era un calvario. La idea de que su cuarto iba a quedar envuelto en sombras, era insoportable. Durante el día lo iba llevando más o menos bien. Tenía grandes ojeras y se quedaba dormido en clase. Pero sabía que mientras el sol no se ocultara, él estaría a salvo.

Pero tras otra noche horrorosa, en la que ya harto de que sus padres lo tomaran por loco, mientras aquel ser lo observaba desde el techo de su habitación, se dispuso a dar cuenta con verdadero apetito de un plato de sopa que su madre le había preparado. Solía desayunar cereales, pero ella insistió en que se la comiera aquella mañana, al ver su cara demacrada. Por el ventanal de la cocina entraban los primeros rayos de sol. Sin embargo, se dio cuenta, muy a su pesar, que el lado de la mesa que ocupaba él, estaba en penumbra. Alzó la vista. La sombra lo observaba desde el techo de la cocina. Un líquido se le iba escurriendo, poco a poco, por la comisura de los labios, cayendo en forma de gotas, sobre su plato de sopa.

martes, 31 de agosto de 2021

EL SOL

 

El sol lucía radiante. Era una hermosa tarde de verano. La gente se había agolpado en el arenal. Unos tomaban el sol, otros se zambullían en el mar. Al lado de la playa, había una pequeña arboleda, a la que acudían aquellos que buscaban un poco de sombra donde descansar. Bajo uno de los árboles, tumbados sobre una manta, había una joven pareja. Se les veía felices. Ella había colocado su cabeza sobre el abdomen del joven y él estaba apoyado contra el tronco de un árbol, mientras le acariciaba tiernamente y jugueteaba con su pelo. Al fondo se escuchaban las risas de los niños, algún que otro grito de alguna madre nerviosa, indicándoles que no se adentraran mucho en el agua, un ronquido que otro y charlas distendidas.

Los jóvenes envueltos en un manto de tranquilidad y relajación se quedaron dormidos. Unas molestias en la espalda, despertaron al joven al cabo de una media hora.

Un sexto sentido lo alertó de que algo estaba pasando. Apartó suavemente a su novia hacia un lado, intentando no despertarla y se puso en pie. La playa estaba vacía, exceptuando a un par de personas que estaban dormitando bajo sus sombrillas. Igual pasaba en la arboleda, no había nadie, salvo los que como él y su novia habían sucumbido al sueño. Pero lo más extraño de todo esto es que los enseres seguían en la arena. Tumbonas, sombrillas, mochilas, ropa, zapatos…. Todo seguía en el lugar que los habían dejado. Por lógica si se hubieran ido se hubieran llevado sus cosas, pensó el joven.

Iba a despertar a su novia cuando un hombre que se encontraba a un par de árboles de donde estaban ellos, se despertó. Abrió los ojos, miró hacia el cielo, se levantó y se encaminó hacia el agua con andares pesados y lentos. Llegó a la orilla y sin detenerse, siguió caminando, adentrándose en el mar. El agua le llegaba más arriba del pecho y el hombre parecía que no era consciente de que si no se ponía a nadar, se ahogaría. El joven corrió hasta la orilla y le gritó. El hombre ni se inmutó, siguió caminando hasta que su cabeza desapareció bajo el agua. Sin pensárselo dos veces fue tras él. Pero entonces, los que hasta ahora habían estado durmiendo, se estaban acercando a la orilla. No sabía qué hacer. Si parar a los que se iban adentrando o salvar al hombre que se acababa de sumergir. Todos tenían algo en común. Todos miraban hacia arriba, hacia el sol, embelesados, hipnotizados. Se lanzó al agua y nadó con todas sus fuerzas. Se sumergió para ver si podía ver el cuerpo del hombre. Sus gafas de sol flotaban en el agua, con las prisas y el pánico al ver como aquel hombre se hundía, se había olvidado por completo de que las llevaba puestas.

Su novia que se había despertado poco después que él y al ver cómo su novio se lanzaba al agua, corrió hacia la orilla gritando su nombre con desesperación. Le había costado poco entender lo que estaba sucediendo allí. Pronto encajó las piezas de aquel rompecabezas. Ella había visto con sus propios ojos como la poca gente que quedaba en la playa se despertaba y como sonámbulos se dirigían al agua para hundirse en ella sin oponer resistencia alguna. Todos dirigían sus miradas hacia el sol. Ella también lo hizo. Le pareció ver una sonrisa macabra dibujada en el astro rey e incluso pudo vislumbrar un par de filas de afilados dientes que quedaban al descubierto. No le entraron impulsos de arrojarse al mar, pero sí de escapar corriendo de allí. Entonces se dio cuenta de algo. Ella a diferencia de las demás personas que lo contemplaban, llevaba puestas unas gafas de sol. Tal vez aquella fuera la razón de que no le entrara el impulso y las ganas de suicidarse en el mar. Vio las gafas de su novio flotando en el mar. Sabía que, si no se las ponía, su final era irremediable. Se lanzó al agua en su busca. Pero él ya había emergido del fondo. Su cara había mutado completamente. Su semblante era el vivo retrato del pánico y el terror que sentía. La vio acercarse y comenzó a nadar hacia ella. Le costaba hacerlo. Lo que acababa de ver lo había dejado exhausto, sin fuerzas. Ella le estaba gritando algo. En un principio su mente, confusa por lo vivido, no logró descifrar sus palabras. Hasta que cayó en la cuenta de que lo que le quería decir: sus gafas de sol. Las buscó y las encontró no muy lejos de donde estaba. Las cogió. Ella había llegado ya a su lado y le dijo casi gritando que se las pusiera. No rechistó y se las colocó delante de los ojos. Llegaron a la orilla al cabo de unos minutos. Se tumbaron en la arena, intentando recuperar el aliento. Al cabo de un rato él empezó a hablar atropelladamente.

-He visto cientos de cuerpos en el fondo del mar. Niños, mujeres, hombres. Pienso que toda la gente de la playa estaba ahí. Y luego esos hombres que no han intentado nadar siquiera y se dejaron hundir. ¡Es horrible! ¿qué demonios está pasando?

Ella lo abrazó e intentó calmarlo.

-He descubierto algo, cariño. Las gafas de sol nos han salvado. No debemos quitarlas en ningún momento. He observado mientras tú intentabas salvar a aquel hombre, que los que se iban despertando y miraban directamente al sol, se dirigían hacia el agua con la única intención de hundirse en ella. Nosotros no fuimos atraídos por esa fuerza misteriosa que los llevó al suicidio.

- ¡Larguémonos de aquí! –exclamó el muchacho, visiblemente nervioso- tenemos que alertar a la policía.

Se levantaron y se dispusieron a marcharse cuando escucharon una voz tras ellos, procedente del mar. Se giraron y vieron a un niño de unos cinco años, flotando sobre el agua. Sus ojos eran negros como el averno y mostraba una sonrisa siniestra que haría estremecer hasta la persona más valiente sobre la faz de la tierra.

-No os libraréis tan fácilmente. –sentenció-  Caeréis como todos. Sólo es cuestión de tiempo.

Tras lo cual, soltó una estridente carcajada que aún retumbaba en los oídos de los jóvenes a varios kilómetros de allí. Pararon el coche muy asustados. Él la abrazó. Ella temblaba de miedo. Él le levantó suavemente la cabeza, ella lo miró enamorada y agradecida por aquella muestra de cariño. El grito de terror que se estaba formando en la garganta de la chica, murió antes de nacer. Había unas cuencas vacías donde tendrían que estar los ojos de su amado. Éste acercó su boca y la besó en los labios, absorbiéndole la vida.

 

viernes, 27 de agosto de 2021

EL EMBRUJADOR DE LOS NIÑOS MUERTOS

 

La última vez que había estado en una biblioteca había sido hacía muchos años, tantos que ni se acordaba. Hacía un siglo, o eso le parecía, que había terminado la universidad y con ello su época de ir a aquel lugar lleno de sueños y aventuras que te envolvían en un manto de paz y silencio.

Estaba a un par de años de la jubilación. Se había hecho policía al acabar sus estudios de derecho. Después de mucho meditarlo, optó por atrapar al malo y meterlo en la cárcel y no ayudarle a salir de ella. Aunque, tal y como estaba la justicia, tuviera que atraparlo más de una vez. Le gustaba aquello, la adrenalina corriendo por sus venas cuando perseguía a algún malnacido. Había llegado a inspector por su valentía, su carisma y su don por encontrar al culpable y ver lo que otros no podían. Podía leer las caras e interpretar a la perfección cada mueca, cada movimiento de los sospechosos Siempre acertaba. Cuarenta años en el cuerpo de policía. Lo echaría de menos.

Tenía en manos algunos casos sin resolver. Todos de niños desaparecidos. Algunos hacía décadas. Sabía que aquello era como encontrar una aguja en un pajar, pero era optimista y no desistiría hasta agotar la última vía. La ciencia forense había avanzado mucho en los últimos años, tal vez, gracias a ello, podría encontrar a algún asesino y encerrarlo para siempre, por la muerte de aquellas criaturas inocentes.

Se puso tras el ordenador y buscó información sobre aquel niño. El primero de la lista que le habían dado. Salió su retrato en la pantalla. Tenía 10 años en el momento de su desaparición. Ahora, si seguía con vida, sería adulto.

Tras pulsar imprimir, se levantó para ir a la impresora. Pero algo le llamó la atención. La pantalla que estaba abierta había desaparecido, en su lugar había otra. Un rápido vistazo le bastó para catalogarla dentro de los parámetros del 1 al 10 de extrañeza, con un 10 y subiendo.

Un gran árbol aparecía en la pantalla. Le pareció un roble, aunque no podría jurarlo, lo suyo no era la dendrología. Sus raíces estaban al descubierto. Y no había nada escrito. Sólo el árbol y un reloj en el margen superior derecho, mostrando una cuenta atrás: 23:59:01 y retrocediendo segundo a segundo.

Como si el ordenador tuviera vida, apareció la palabra PUENTE. Un par de minutos después fue apareciendo un texto en la pantalla, en tiempo real. El inspector comenzó a leer:

“Somos el puente entre la vida y la muerte. El acceso del espíritu al más allá. Pero algunos no pueden atravesarlo. La causa de ellos es una muerte prematura, una vida sesgada antes de tiempo. Permanecen entre los vivos esperando venganza, junto a sus cuerpos.

Llegado a este punto dejaron de escribir. El inspector se acomodó en su silla a la espera de más información. No lo defraudaron.

“Querido inspector, sabemos lo que está haciendo y nos parece de lo más loable. Volver a abrir casos antiguos para resolver esos crímenes que quedaron impunes, créame, nos llena de satisfacción. Queremos ayudarle. Pero para ello se tiene que involucrar totalmente en el proyecto. Depende de usted querer seguir adelante o no. Le podemos asegurar que no encontrará nada sin nuestra ayuda. Pero su decisión es suya y respetaremos su negativa. Se preguntará cómo podemos ayudarle. No somos de la policía, ni de ningún cuerpo secreto de seguridad, ni nada que se asemeje a eso. Simplemente le daremos un poder especial con el cual usted podrá descubrir los cuerpos de los niños desaparecidos y a sus asesinos. Ese poder no le hará daños físicos, ni le provocará la muerte. Ni se transformará en un monstruo, ni sufrirá pérdida de ninguna parte de su cuerpo, por si está barajando esas posibilidades. Ahora bien. Hay algo que sí sufrirá daños. La poca fe que le queda en Dios y en el hombre la perderá para siempre. Conocerá las respuestas a preguntas que incluso el ser humano más piadoso del mundo no haría, porque  la verdad, no se parece en nada, a lo que vemos y  creemos conocer y saber. “

Otra pausa. Esperó.

En la pantalla aparecieron dos pulgares arriba.

“Si está de acuerdo, pulse los pulgares. Debe hacerlo antes de que la cuenta atrás termine"

El inspector no lo dudó y los pulsó.

Siguieron escribiendo:

“Saldrá un contrato en la impresora. NO lo firme. Basta con una gota de sangre de la yema de uno de sus dedos pulgares. Una vez hecho, vuelva a poner la hoja en la impresora”

Fue hasta la impresora, hizo lo que le dijeron y tiró las otras hojas que había impreso anteriormente, en una papelera que decía RECICLAR PAPEL.

¿Y ahora qué?  Pensó.

Una semana después, las principales cadenas de televisión de todo el mundo no daban abasto con la información que les iba llegando sobre lo que estaba ocurriendo a lo largo y ancho del mundo. Miles de cuerpos de niños, emergían de sus tumbas improvisadas, cavadas por sus asesinos. Sobre cada cuerpo, había una pluma blanca. Tras analizarlas, los expertos, no pudieron dar con el ave al que correspondían. Los más fervientes devotos decían que aquellas eran plumas de las alas de algún ángel.

Analizaron las cámaras de los lugares donde se producían dichos hallazgos. Al principio parecía una coincidencia, pero se hizo muy recurrente para pasarlo por algo. Se veía en todas ellas a un hombre vestido con un traje blanco y un sombrero, como los que llevan los vaqueros, del mismo color cubriendo su cabeza. En ninguna de aquellas filmaciones se le podía ver la cara con nitidez.

Pronto le pusieron un nombre al hombre del traje blanco. Todo comenzó cuando un cazador, escopeta en mano, había escuchado un ruido en el bosque, pensando que sería un ciervo se fue acercando sigilosamente. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio una figura blanca, inmóvil, con la cabeza inclinada mirando el suelo. Murmuraba algo que no llegó a entender. El cazador le dijo que se diera la vuelta o le dispararía. La verdad es que estaba muerto de miedo y el pulso le temblaba demasiado para que su puntería fuera buena. La tierra empezó a temblar en aquel punto. Al cabo de un rato unos huesos afloraron a la superficie. Había una pluma blanca sobre aquellos restos. Un puente surgió de la nada y aquel hombre junto a un niño muy pequeño que llevaba cogido de la mano, comenzaron a caminar sobre él, hasta desaparecer. Tras conocer aquella historia, la prensa pronto bautizó a aquel ser de blanco como EL EMBRUJADOR DE LOS NIÑOS MUERTOS.

Pero la cosa no terminó ahí. Al mismo tiempo que iban apareciendo cuerpos de niños y niñas, también aparecían hombres y mujeres cruelmente torturados y asesinados. Unos colgados con ganchos y abiertos en canal con las tripas grotescamente colgando fuera de su cuerpo. Otros con la cabeza cortada. Algunos con sus órganos genitales mutilados. Incluso dentro de las cárceles aparecían colgados en sus celdas. Todo hacía pensar que aquello también era obra del hombre del traje blanco.

El inspector había pedido la jubilación anticipada. Cuando le preguntaban qué iba a hacer a partir de entonces, su respuesta siempre era la misma: viajar por todo el mundo y pescar.

Y aunque la policía tenía que detener a aquel hombre como presunto culpable de aquellos asesinatos tan macabros, la verdad es que tampoco se molestaban mucho en hacerlo. Aquel personaje, fuera humano o no, la verdad es que les estaba ayudando mucho eliminando a aquella escoria. ¿Por qué pararlo? Era el mejor peón que tenían y por encima no había que pagarle.

 

 

 

miércoles, 25 de agosto de 2021

RECICLAR

 

El reloj de oro que estaba en el escaparate de la casa de empeños, avivó en él una emoción muy parecida al amor. No podía quitarle los ojos de encima. Cuanto más lo miraba más le gustaba y más le costaba dejar de mirarlo. Pero tuvo que hacerlo, porque el dueño del establecimiento salió hecho una furia exigiéndole que se fuera, llevaba casi una hora mirándolo embelesado. No disponía del dinero necesario para comprarlo. Aquello valía más que lo que ganaba en todo un año como repartidor de pizzas.

Le costó dormir esa noche. Cada vez que cerraba los ojos veía aquella belleza. Y la cosa no mejoró las siguientes noches. Llegó a obsesionarse de tal manera con aquel reloj que una necesidad imperiosa de conseguirlo, invadió su cuerpo. Pasaba cada poco por delante del escaparate para verlo. Hasta que el dueño lo sacó de allí para enseñárselo a una señora.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Si aquella mujer lo compraba…

Sentía como la ira se adueñaba de él.

Efectivamente la señora pagó en efectivo y salió de la tienda con el reloj metido en una caja, envuelta en papel de regalo y con un coqueto lazo a su alrededor de color rojo.

Rojo como la sangre, pensó él.

Tenía que hacerse con aquel tesoro y si tenía que matarla, pues que así fuera. Sería un daño colateral.

La siguió durante un rato mientras pensaba la manera de robarle aquel tesoro. Pero no hizo falta que pensara mucho, la oportunidad se presentó sola. La mujer tropezó y se cayó de bruces en el suelo. Él fingiendo ser un buen samaritano, la ayudó a levantarse. La llevó hasta la entrada de un callejón sin salida que él conocía muy bien. Aquel era su lugar preferido para abandonar los bolsos que robaba, después de extraerles el dinero y lo que había de valor, claro está.

Una vez allí no le costó mucho hacerse con el reloj. Pero la mujer no se pudo estar callada, no, tuvo que gritar como una posesa. Sacó la navaja que siempre llevaba, por si acaso, en el bolsillo izquierdo de su pantalón y se lo clavó sin miramientos en la garganta. Se hizo el silencio. Bendito sea, pensó.

Había una serie de contenedores al final del callejón. Eran de uso privado del restaurante chino. La cocina daba a la parte de atrás. Siempre se consideró un buen ciudadano. No iba a dejar aquel cuerpo allí, tirado en el suelo para que se lo comieran las ratas, no. Lo primero era lo primero. Había que contribuir a ayudar al medio ambiente. Así que lanzó el cuerpo de la mujer al contenedor de los orgánicos. Se alejó de allí sonriendo. Le gustaba reciclar.

martes, 24 de agosto de 2021

EL DIBUJO

 

Conocía sus raíces y estaba orgullosa de ellas.

Desde muchos siglos atrás, todas las mujeres de su familia nacían con un designio, fruto de una maldición. Su madre se lo contó, como la suya se lo había contado a ella, al igual que la madre de su madre y así generación tras generación.

Una antepasada muy lejana, de joven, había sido la doncella de una señora pudiente. Dicha mujer tenía muy mal carácter y fama de hacer pactos con el diablo. Acostumbraba a pegar a los sirvientes por nimiedades y a tratarlos como animales. Un día la joven cansada de ser apaleada e insultada día tras día, se encaró a su señora. La dueña de la casa le perdonó la vida a ella y a toda su familia, pero a cambio, condenó el alma de todas las mujeres descendientes de su familia, a servir al diablo. Así que, todas y cada una de sus antepasadas, habían sido brujas, y ella, por supuesto, no fue una excepción. Pero, por algún motivo que traspasaba cualquier razonamiento lógico, aquella niña había sido dotada de un gran poder. Un poder que no tuvieron las otras mujeres de su familia.

Desde muy temprana edad destacó por su gran destreza en el dibujo. Fuera lo que fuese que dibujara, lo hacía con tanta destreza, realismo y lujo de detalles, que más que un dibujo parecía una fotografía.

Pero su talento no quedaba ahí, había algo más.

Un día se había enfadado con unos niños de la escuela que se burlaban de ella. La llamaban “rarita”. Era más bien tímida y poco sociable, siempre con la nariz pegada en los libros más extraños que podía encontrar. Llegó a casa muy enfada. Subió a su habitación y cogió su cuaderno de dibujo y un lápiz y empezó a dibujar frenéticamente como si su mano estuviera poseída por una fuerza invisible. Cuando terminó estaba exhausta y le dolía horrores la mano. En la hoja, que antes estaba en blanco, ahora se veía un autobús amarillo, como los de su colegio. Delante de ellos unos niños cruzaban la calle. El autobús perdía el control y se veía claramente, por la cara de pánico de los chavales, que se iba a abalanzar sobre ellos. Pudo distinguir claramente los rostros de esos niños. Sonrió. El lápiz volvió a cobrar vida en su mano. Dibujó una puerta en un lateral de la hoja. Siempre había tenido el control de sus dibujos, siempre dibujaba lo que quería, pero esa vez supo que no era ella quien había hecho aquel dibujo, era una fuerza superior que la había impulsado a ello.  

Esa noche durmió mejor que nunca. Por la mañana, cuando se levantó para desayunar y coger el autobús que la llevaría al colegio, una llamada al móvil de su madre, cambiaría para siempre su vida. Mientras su progenitora respondía la llamada, ella encendió el televisor. Estaban dando la noticia de lo sucedido. “Un fallo en los frenos de un autobús del colegio había atropellado a unos niños”.

Su madre le dijo que se habían suspendido las clases. La niña alzó ambos pulgares sonriendo, después de aquello nadie la podría parar.

 

lunes, 23 de agosto de 2021

MONEDA DE CAMBIO

 

Al pasar el puente encontraría el único local de comidas que había en el pueblo, según las indicaciones de un amable anciano al que le había preguntado. Era la primera vez que paraba en ese lugar, siempre lo pasaba de largo, prefería seguir hasta la ciudad y quedarse allí donde estaban todos sus clientes. Pero esa noche estaba demasiado cansado para seguir conduciendo. Así que, decidió comer algo e irse a dormir temprano. Aparcó delante del establecimiento y entró. Estaba casi vacío. Contó tres mesas ocupadas. En una había una pareja joven comiendo sendas hamburguesas, en otra un hombre con una cerveza y en la tercera dos mujeres, por la edad parecían madre e hija, seguramente de paso como él.  Se sentó ante una mesa y pidió un bocadillo a la amable camarera que le atendió. La campanilla que había sobre la puerta sonó indicando la entrada de un cliente. Nadie levantó la mirada de la mesa, sólo él. De pie ante la puerta había un hombre. Llevaba un traje gris, camisa blanca, corbata roja y portaba un maletín de cuero negro en su mano derecha. Miró a su alrededor y sus ojos se posaron en él. Se acercó a su mesa con paso lento y acompasado, esbozando una sonrisa cordial y amable.  El hombre sentado lo miró con verdadero desconcierto y cierto temor. Aquel hombre era exactamente igual que él. Sin preguntarle, se sentó en la silla vacía que tenía enfrente. Dejó el maletín en el suelo y cogió la carta de comidas que descansaba sobre la mesa.

-Deja que adivine –le dijo- Has pedido un bocadillo de jamón. ¿Me equivoco Lucas?

El hombre no contestó. No podía hacerlo. Se había quedado paralizado. Conocía su nombre.

-Lo sabía, y sabes ¿por qué? Porque soy tú. Soy tu otro yo. El lado oscuro de tu alma.

La camarera se acercó a la mesa con el pedido. Le dejó el plato en la mesa, le sonrió coquetamente y se fue sin preguntarle a su “invitado” si quería algo. Aquello era muy extraño.

Aquel hombre pareció leerle el pensamiento.

-No me ha preguntado si quiero algo, porque no me ve. No estoy aquí para nadie de este local, nadie me puedo ver salvo tú.

Aquello lo puso más nervioso todavía. Arrastró la silla hacia atrás para levantarse y largarse de allí. No le gustaba aquello. Pero el hombre fue más rápido que él y lo agarró de una mano.

-Yo no lo haría amigo, créeme, no lo haría –le dijo mientras su semblante se transformó completamente. La amable sonrisa de hacía unos segundos dio paso a una siniestra, malvada que le heló la sangre.

- ¿Qué quieres de mí? –le preguntó en un hilo de voz.

Aquel hombre soltó una sonora carcajada como si aquella pregunta fuera lo más divertido que hubiera escuchado jamás.

-Te he estado vigilando los últimos meses, Lucas. Sé todo de ti. Incluso lo que quieres ocultar al resto del mundo. Tus miedos, tus fracasos, tus iras, tus ganas de triunfar, tus mentiras, tus secretos más oscuros. Has sido infiel a tu mujer. No fuiste al último partido de tu hijo porque estabas con tu amante. Has adulterado la bebida de tu compañero para arrebatarle el proyecto y que te dieran a ti el ascenso. Y tu deseo más grande es llegar a ser el dueño de la compañía. Pero arrastras un gran peso que no te deja triunfar. A veces, cada vez con más frecuencia, te gustaría no tener una familia, ser libre.

Lucas palideció ante lo que aquel hombre le decía. Todo era verdad, hasta la última palabra.

Se levantó bruscamente de la silla dispuesto a terminar con toda aquella pantomima. La gente del restaurante lo estaba observando. En sus miradas vio miedo, repulsión y un atisbo de pena. Lo consideraban un perturbado. La camarera se acercó a él preguntándole si estaba bien. Le dijo que sí. Dejó el dinero sobre la mesa junto con una generosa propina y salió a la calle en dirección al coche. Hurgó en los bolsillos del pantalón en busca de las llaves.

- ¿Buscas esto? –le preguntó el hombre que había dejado sentado en su mesa y que ahora misteriosamente, estaba apoyado en su coche, mostrándoles las llaves.

- ¡Sube! –le ordenó- conduzco yo.

Estuvieron en silencio durante casi diez minutos mientras el desconocido conducía hacia algún lugar desconocido para él.

Era noche cerrada, sin luna, cuando el coche se paró en medio de la nada. O eso creía Lucas. Pero los faros del coche le indicaron otra cosa. Estaban en medio de las vías del tren.

-Te propongo una cosa. Un pacto digamos. El tren pasará en menos de cinco minutos. Tendrás una muerte terrible o….

Lucas, presa del pánico, intentó abrir la puerta del coche sin éxito. Aquel hombre había puesto los seguros.

-….. tendrás una vida cargada de éxito, fama y dinero. Depende de ti.

- ¡¿Cuál es el trato?! –le gritó fuera de sí.

-Veo que nos vamos entendiendo –le dijo mientras le sonreía irónicamente- Quiero a tu mujer y a tu hijo. Tú me los entregarás como moneda de cambio. Al fin y al cabo, te estoy haciendo un favor. Son tus lacras. Libérate de ellos para ser libre.

Lucas lo miró con verdadero terror. Sabía que no se había portado bien con ellos, pero los quería, aunque no se lo demostrara muy a menudo. Lo que le estaba pidiendo era una aberración.

-No lo pienses mucho, amigo, quedan dos minutos -lo apremió

El tren se escuchaba cada vez más cerca.

- ¡Decídete! –le gritó.

Las luces del tren iluminaron el interior del coche. Lucas cerró los ojos esperando la muerte, mientras su ultimo pensamiento fue hacia su mujer y su hijo. Entonces lo comprendió todo. Ellos ya estaban muertos. Él los había matado. Y aquello era un suicidio, fruto del remordimiento por arrebatarles la vida.

El coche quedó aplastado. Su cuerpo voló por unos minutos por el aire, como si fuera una pluma.

 

 

 

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...