miércoles, 12 de enero de 2022

LA LLAVE

 

El conde, sabiendo que su vida llegaba a su fin, decide donar parte de su colección. Son libros muy antiguos, únicos, de un valor incalculable.  Su decisión dice basarla en la creencia certera de que sus allegados no sabrán valorar realmente ese tesoro que ha ido adquiriendo, año tras año, a lo largo de su vida. No sabrán apreciar el verdadero valor de esos libros y los venderán, por unas cuantas monedas, al primero que se ofrezca a comprarlas.  Pero, ¿es ese el verdadero motivo que le lleva a aquella donación?

Se presenta una joven en la mansión. El anciano la recibe sentado en una silla junto a la ventana. Sus miradas se cruzan. Su belleza lo fascina. Ella observa la pila de libros que hay sobre la mesa, sonríe. Luego, su mirada recorre la basta biblioteca que tiene ante sí. Parece que busca algo.  El anciano sabe lo que es. Le ofrece una taza de té. Ella la acepta encantada. Hablan sobre la donación. La conversación es informal, distendida y pronto llegan a un acuerdo.  

La joven dice sentirse mareada. Se levanta. Le cuesta caminar. Toda gira a su alrededor. Le pregunta dónde está el baño. Él le da las indicaciones precisas. Pero no llega a salir de la habitación. El conde sonríe cuando cae desplomada en el suelo. El plan que había urdido había funcionado. O eso creía. Quería algo que ella tenía. Tuvo que contenerse y guardar la compostura, cuando la joven al entrar en la biblioteca e inclinarse ante él para estrecharle la mano, la llave que llevaba colgada al cuello, quedó a la vista de sus ojos. Entonces supo que no se había equivocado de persona.  

Se acercó a uno de los estantes y cogió un libro.  El libro. En la parte de atrás hay una cerradura. Estaba muy emocionado. Le temblaban las manos. Se acercó a la joven y alargó su mano hacia su cuello. Rozó con los dedos la llave. Entonces, profirió un grito desgarrador de dolor. Contempló horrorizado sus dedos quemados. La joven se despertó. Lo miró y comprendió lo que había pasado. Tomó aquel libro entre sus manos. Cogió la llave y entonces… se abre el libro del rey maldito. El libro que confiere la inmortalidad a quien pueda abrirlo. El libro que puede despertar a las almas confinadas en el infierno. Lee en voz alta unas palabras plasmadas en él. El anciano comienza a arder. En minutos quedó reducido a cenizas. Ella lanza una carcajada sonora que se escucha en toda la casa. Da media vuelta y se va, dejando tras de sí un halo con fuerte olor a azufre.

martes, 11 de enero de 2022

BAJO EL COLOR DE LA SANGRE, ESTÁN LOS INOCENTES

 

- ¡Alfombra roja!, buscad una, ¡rápido! -les gritó a sus hombres.

Aquel monstruo, asesino de niños, al cual, llevaban varios meses buscando, al fin lo habían encontrado. Cuando se dio cuenta de que lo habían descubierto, sin titubear un segundo, se había pegado un tiro en la sien.  Pero antes de acabar con su vida, había dicho algo. Tal vez, en aquellas palabras, estaba la clave para encontrar a las víctimas.

-"Bajo el color de la sangre, están los inocentes".

Estaba anocheciendo. En la casa, las sombras empezaban a ganar terreno. Encendieron todas y cada una de las luces. Se pusieron a registrar cada habitación, moviendo muebles, escudriñando cada rincón, en un intento desesperado por encontrar a aquellos niños.

- ¡Aquí hay una! - gritó un policía.

Corrieron hacia donde estaba su compañero y efectivamente había una gran alfombra roja que ocupaba gran parte del suelo de aquella habitación. Sobre ella descansaba una gran mesa de madera de gran tamaño. Era muy pesada y necesitaron la ayuda de los cinco hombres para poder moverla.  Levantaron la alfombra.

Encontraron una trampilla. La abrieron. A la luz quedaron visibles unas escaleras que se perdían en la oscuridad. Lo más seguro es que llevaban hasta el sótano. El capitán bajó primero. Detrás de él lo siguieron un par de hombres. Cada uno llevaba una linterna.  Un olor nauseabundo les golpeó la cara. Faltaban un par de peldaños para pisar el suelo del sótano cuando….

La trampilla se cerró tras ellos con un golpe seco.  

Las linternas dejaron de funcionar.

La luz se fue en toda la casa.

Uno de los policías, el que iba más rezagado, se puso nervioso, perdió el equilibrio y se precipitó escaleras abajo llevándose a su paso a sus compañeros con él.

Los policías que habían quedado arriba, al escuchar aquel estrepitoso ruido, intentaron abrir la trampilla. No lo consiguieron. Llamaron a gritos a sus compañeros, pero no recibieron respuesta.

Pidieron refuerzos por radio.

A lo lejos se empezaron a escuchar el ruido de las sirenas de los coches patrulla acercándose a la casa. Procedente del sótano los dos policías escucharon gritos de dolor y pánico. Desesperados intentaban abrir la trampilla. Pero ésta no cedía. Cuando llegaron los refuerzos, los gritos cesaron. La trampilla se abrió de golpe, como impulsada con una fuerza descomunal.

Asomaron las cabezas esperando escuchar algo. Nada.

Comenzaron a bajar. Al final de las escaleras había tres cuerpos.  

Se acercaron, la luz de las linternas les permitió ver un cuadro dantesco, repulsivo. Aquellos cuerpos semidesnudos estaban a medio comer.  Quienes estuvieran dándose aquel festín, se escondieron al escucharlos bajar.

Las manos les temblaban visiblemente mientras alumbraban el lugar. Uno de ellos le señaló al compañero un punto en la pared del fondo. Unas figuras pequeñas, con los ojos inyectados en sangre y blancos como la cera, comenzaron a caminar hacia ellos. Despacio, muy despacio. Eran muchos, demasiados.

La trampilla se cerró con un golpe seco.

Corrieron escaleras arriba, intentaron abrirla. No lo consiguieron.

Aquellos seres se acercaban a ellos. Los tenían acorralados. No había escapatoria posible. Comenzaron a gritar.

Los refuerzos intentaron abrirla. No lo consiguieron. Unos gritos desgarradores provenientes del sótano los pusieron en alerta…… Minutos después la trampilla se abrió. Bajaron….

 

 

 

 

 

sábado, 8 de enero de 2022

LO IMPOSIBLE

 

Un trineo se deslizaba a una velocidad vertiginosa, por la ladera de la montaña.

Un guarda forestal en la cima, lo observaba a través de unos prismáticos.

Temía por la vida de aquel hombre. No podía entender a qué se debía tanta prisa.

Echó un vistazo a su alrededor y entonces lo vio. Una nube oscura y de grandes dimensiones parecía perseguirlo.

Su velocidad iba incrementando en proporción a la velocidad que iba adquiriendo el trineo.

Entonces bajo la mirada estupefacta del guarda, sucedió lo imposible.

Algo insólito, macabro, impensable.

Aquella nube empezó a escupir peces de su interior. El trineo perdió el control, impactando contra un árbol.

El guarda, visiblemente nervioso, comenzó a deslizarse por la ladera, en un intento desesperado por salvar la vida de aquel hombre.

Cuando llegó junto al trineo, el cuerpo del hombre había sido sepultado por centenares de peces provistos de grandes aletas y de color plateado.

Pidió ayuda por radio. Con voz temblorosa y cargada de miedo trató de explicar lo que había pasado. Tenían que enviar, urgentemente, al servicio de rescate y una ambulancia.

 

 

 

 

 

viernes, 7 de enero de 2022

SED DE VENGANZA

 

Esperó a que oscureciera para saltar la verja del cementerio y caminar con paso firme y decidido, hasta aquella tumba, la última morada del asesino de su hija. Levantó el pico que llevaba en la mano y arremetió contra ella, una y otra vez, hasta que no le quedaron fuerzas para seguir, mientras profería un insulto tras otro. Luego condujo dos horas hasta su casa, en completo silencio.

El pueblo estaba celebrando la noche de Halloween. Las calles estaban abarrotadas de gente disfrazada. Pasaban diez minutos de la media noche. 

Estaba llenando la bañera cuando sonó el timbre. Bajó a abrir. En el umbral de la puerta, había alguien disfrazado. Llevaba un hacha en la mano.

- ¿Truco o trato? –le preguntó.

-Lo siento, no tengo nada para darte –se excusó ella.

-Mejor –le respondió el hombre, mientras empujaba la puerta y entraba en la casa.

La mujer, asustada, subió las escaleras y se encerró en el cuarto de baño. Escuchó pasos acercándose. Cada vez más y más cerca.

- ¡No te escondas!, ¡no podrás escapar! -gritó el intruso.

Reconoció esa voz. Pertenecía al hombre enterrado en la tumba que había destrozado.

- ¡Disfruté viendo morir a tu hija, ahora lo haré contigo! 

Lanzó una carcajada malvada, siniestra, mientras destrozaba la puerta a hachazos.

 

 

miércoles, 5 de enero de 2022

EL ESCARABAJO

 

Ni en un millón de años, se hubiese imaginado que tendría que ir a buscar a aquella mujer, con fama de bruja, que vivía en los confines del bosque, como la última esperanza de salvar la vida a su padre.

Él, el menor de tres hermanos que, a sus diez años, todavía se metía en la cama de sus padres cuando había tormenta y que odiaba la naturaleza, el bosque y todo lo relacionado con él, porque eran un avispero de animales y bichos de todo tipo. A todas luces parecía el menos indicado para llevar a cabo aquella tarea.

Pero no había vuelta atrás, la decisión estaba tomada. Su madre hacía las veces de enfermera, su hermano mayor tenía que ir a trabajar y el mediano se encargaba de la casa mientras su padre siguiera enfermo.

Se había enfadado mucho, pero cuando puso un pie en la calle, aquella ira se evaporó. Lo que ahora sentía, cuando caminaba por calles adoquinadas de aquel pueblo amurallado, era terror en estado puro.

Estaba anocheciendo. Empezaba a llover. Cubrió su cabeza con la capucha de su anorak rojo. Sin levantar la mirada del suelo, caminaba con rapidez. Pensando que cuanto antes llegara, antes regresaría y aquella pesadilla antes llegaría a su fin.

Pasó por la tienda de bonsáis. No se fijó en el dibujo de una mano que alguien había pintado en la pared de una casa abandonada. Tampoco prestó atención al escaparate de una librería donde tenían expuesta una máquina de escribir muy antigua. Ni en los paraguas, de lo más variopintos, que portaban unos turistas. Ni se fijó en el suelo cubierto de mosaicos de piedras de colores cuando pasó por delante del ayuntamiento. No vio al zorro escondido tras unos cubos de basura.

Caminó, caminó y caminó hasta llegar a un sendero que conducía al bosque.

De noche todo era diferente. Escuchaba ruidos que no podía identificar, la oscuridad ganaba terreno. Las sombras habían llegado para quedarse, formando siluetas macabras, distorsionando la realidad.  

Apuró todavía más el paso. Según las indicaciones que le había dado su madre sobre cómo encontrar la cabaña de aquella mujer, no quedaba muy lejos de donde estaba.

El crujido de una rama tras él, lo sobresaltó. Gritó de puro terror. Ahora ya no caminaba, corría como alma que lleva el diablo, rezando en voz baja, a quien le quisiera escuchar, que lo ayudara.

Corrió y corrió hasta que llegó a un claro y a la morada de la bruja. Había dejado de llover.

Era una cabaña de madera, vieja y destartalada. No había luz en su interior. Se acercó con paso firme. La indecisión no tenía cabida. Había llegado hasta allí y tenía que terminar lo que había empezado. Golpeó con los nudillos la ajada puerta. Esperó. Nadie abrió. No se rindió. Rodeó la casa hasta la parte de atrás. Vio un fuego. Sobre él, había una enorme olla. Salía vapor de su interior. Ni rastro de la mujer.

- ¿Me buscabas, jovencito? Has tardado mucho en llegar. Llevo horas esperándote.

Fue tal el susto que se llevó el muchacho al escuchar aquella voz, que el corazón le dio un vuelco en el pecho. Ante él había una mujer con un aspecto muy diferente al que se había imaginado. Cuando a uno le dicen que tiene que ir a buscar a una bruja, te imaginas a una anciana, muy mayor, de edad indeterminada, con aspecto desaliñado, ropas largas, un sombrero de pico y alguna que otra verruga en la cara. Pero ante él había una muchacha muy hermosa, joven, con una larga melena rubia, alta y delgada. Vestía unos vaqueros y un jersey rojo y no tenía ninguna verruga en su cara, sólo una amplia y bonita sonrisa. Se sonrojó al verla.

Lo llevó adentro, le pidió que se sentara y le ofreció un refresco. El interior de la cabaña, nada tenía que ver con el aspecto que presentaba por fuera. Estaba todo muy bien cuidado y limpio, era muy amplia y tenía muebles modernos y funcionales.

Cuando hubo apurado hasta la última gota del vaso, pasó a contarle lo que le había llevado hasta allí. Ella lo escuchó atentamente. Cuando hubo acabado de relatarle lo sucedido, ella se levantó, cogió un maletín negro que descansaba sobre el sofá y se pusieron en marcha.

El camino de regreso fue más llevadero. Hablaron durante el trayecto y el muchacho se sentía muy a gusto y relajado al lado de aquella joven.

Al llegar a la casa, la llevaron hasta el dormitorio donde el hombre yacía en la cama. Estaba pálido y ojeroso. Pidió que le trajeran agua caliente y unas toallas limpias y que encendieran la chimenea.

Le colocó sobre el abdomen y la frente las toallas, previamente mojadas en el agua caliente.

Luego extrajo de su maletín un frasquito de cristal, dentro había un líquido verde. Ayudada por la esposa, levantaron la cabeza del hombre que descansaba sobre una almohada, luego le dio de beber aquella poción. La bruja comenzó a recitar unas palabras en una lengua desconocida para ellos.

Pasados cinco minutos, el hombre empezó a toser. Lo ayudaron a ir al baño. En uno de esos accesos de tos expulsó un escarabajo negro cuyo tamaño era inusualmente grande.

Rápidamente la joven lo agarró y lo lanzó al fuego de la chimenea. Escucharon un grito desgarrador cargado de odio y dolor proveniente de las llamas. La bruja les pidió que mantuvieran el fuego encendido durante dos noches y dos días. Tiempo más que suficiente para que aquella vampira, que había tomado la forma de aquel asqueroso insecto, se consumiera.

La recuperación del hombre, fue instantánea. Con los ojos anegados en lágrimas le dijo a su mujer que tenía hambre. Ésta fue a prepararle algo de comer. Se acercó a la joven para darle las gracias y preguntarle qué quería como pago.

Ella sonrió maliciosamente.

El hombre al mirarla a los ojos pudo, su interior, su esencia, su oscuridad. Aquella visión lo asustó. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Fuera cual fuese su petición no podría negarse, estaba ante un ente muy poderoso y carente de alma.

Respondió:

-A tu hijo pequeño.

 

 

 

 

 

lunes, 3 de enero de 2022

¿CÓMO COMENZAR DESDE EL DOLOR?

 


 

¿Cómo comenzar desde el dolor?

¿Cómo hacerlo después de conocer la verdad?

Seguramente esas preguntas y muchas más se le pasaron por la cabeza a aquel muchacho después de averiguar la verdadera historia de su corta vida.

Pero no nos adelantemos y vayamos al principio.

Ricardo era un joven de quince años. Vivía a las afueras de un pequeño pueblo, en una casa de dos plantas rodeada de un enorme jardín.

Desde muy pequeño estuvo al cuidado de su padre. Ellos dos solos. Éste le había contado que su madre había fallecido al poco de nacer él. Quedando sumido en una gran depresión por la pérdida de su esposa, se volcó completamente en el cuidado de su hijo recién nacido.

El padre preocupado desde siempre por la seguridad de su pequeño, le relataba historias que terminaban en moraleja. Historias sobre no hablar con extraños, obedecer a sus padres, hacer sus tareas, aplicarse en los estudios…

El tiempo fue pasando y aquellas historias dieron paso a otras más acordes a su edad. En la era de internet y los peligros que acechaban a los jóvenes eran otros y más oscuros.

Un día el padre se presentó en su habitación. El joven estaba ante el ordenador jugando online con otros usuarios.

-Hijo tengo que contarte una historia –le dijo

-Papá –protestó el muchacho- ya no tengo cinco años para tus cuentos de miedo.

-Pero éste es real, Ricardo y creo que te vendría bien escucharlo.

A lo que su hijo le respondió:

-Papá te advierto que tus historias de terror ya no me dan miedo

-Entonces escucha atentamente –le pidió el padre

“Un joven de tu edad, al igual que tú, jugaba por internet con otros usuarios. Un día se fijó en uno, se hacía llamar Inesperado66. Podría haberle pasado desapercibido sino fuera por un detalle a tener en cuenta, siempre estaba conectado, fuera cual fuese la hora del día o de la noche. Era muy bueno, estaba en la posición más alta. Un día comenzaron a chatear. Parecía simpático, incluso le había dicho que era de su misma edad. Hablaban del colegio y de trivialidades del día a día. Le enseñó técnicas del juego y en pocas semanas, había escalado posiciones situándose entre los diez mejores. El día de su cumpleaños aquel jugador le había obsequiado con una gran cantidad de monedas y vidas extras para el juego. Cosa que le halagó mucho y se sintió de alguna manera más cercano a él. Entonces pasó algo que en el fondo deseaba que ocurriera, inesperado66 le propuso conocerse, a lo que el chaval no pudo negarse, porque esa idea ya se le había pasado por la cabeza varias veces. Le dio su dirección.

Sin embargo, aquella noche cuando sus padres llegaron a casa, pensó en contarles lo que había hecho. Se sentía mal por haberle dado la dirección a aquel usuario y las advertencias que, una y otra vez, le hacían sus padres de no dar datos personales a nadie que hubiera conocido por internet, no se iban de su cabeza. Pero para cuando quiso decírselo a su padre, éste se excusó con tener que hacer una llamada importante y que hablarían más tarde. Al intentarlo con su madre le pidió que se lo contara luego porque era la hora de la cena y también la hora del baño del bebé. El joven se ofreció a bañar a Ricardo, su hermano pequeño. Al final fue el único que lo escuchó. Más tarde decidió irse a la cama sin contarlo, pensando que quizá aquel miedo que le rondaba era infundado.”

-Un momento papá –le interrumpió el muchacho- ¿el bebé se llama como yo? Nunca antes habías puesto nombre a los protagonistas de tus historias.

-Quizá porque nunca fueron tan reales como ésta, jovencito.

Aquello desconcertó al joven. Pero su padre prosiguió con su historia zanjando de aquella manera cualquier pregunta al respeto.

“En algún momento de la noche, unos ruidos provenientes de la planta baja de la casa lo despertaron. Parecía que alguien había volcado algún mueble. No se movió. Estaba asustado. Agarrando las sábanas con fuerza, se mantuvo en alerta a la espera de nuevos ruidos. Pero esta vez fueron pasos lo que escuchó. Pasos subiendo las escaleras. Pasos acercándose y el crujido de la puerta de la habitación de sus padres al abrirse. Se tapó la cabeza con las mantas a modo de escudo.

Durante un rato, reinó el silencio. En la cama de al lado dormía su hermano Ricardo. Aquellos ruidos no lo habían despertado.

Entonces escuchó pasos que se acercaban a su habitación. La puerta comenzó a abrirse lentamente con un chirrido ensordecedor que no recordaba que hiciera hasta ese momento.

En el umbral apareció un hombre vestido de negro, era muy alto y sus ropas estaban cubiertas de sangre. Llevaba algo entre las manos que arrojó sobre la cama del joven. Eran las cabezas de sus padres.

-Hola querido amigo. –le saludó.

El muchacho reconoció a aquel hombre como su amigo de internet.

Presa del pánico se levantó de la cama de un salto y fue hasta la de su hermano. Lo cogió en brazos y lo abrazó con todas sus fuerzas. El bebé comenzó a llorar.

El hombre se acercó a ellos. Llevaba un cuchillo ensangrentado en la mano y lo blandía amenazadoramente hacia ellos. El joven le gritó que los dejaran en paz. El asesino de sus padres le arrebató al bebé de sus brazos y luego le clavó el cuchillo en el abdomen.

Ricardo dejó de llorar. Miraba al hombre detenidamente mientras intentaba agarrarle la barba con sus pequeñas manos. El hombre también lo miró y entonces el bebé le sonrió. En aquel momento supo que no podría matar a ese niño, supo que criaría aquel bebé como si fuera suyo.

El padre terminó el relato bajo una mirada cargada de dolor, terror y desconcierto por parte de su hijo Ricardo.

No hizo falta hablar, Ricardo comprendió que todas aquellas historias de terror que, noche tras noche, le contaba su padre eran reales.

Se dio cuenta de que aquel bebé era él.

Supo que aquel hombre, no era su verdadero padre y que su madre no había muerto al nacer él. Él la había asesinado.

Supo que aquel hombre, era un asesino serial.

 

 

 

 

 

domingo, 2 de enero de 2022

SI ENTRAS, NO SALES

 

 

 

Era una cálida tarde de verano, cuando los vecinos de aquel pequeño pueblo, vieron pasar una ranchera verde. Al llegar a una gran casa pintada de blanco, situada a las afueras, se detuvieron. Habían llegado.

Del coche se apearon un hombre, una mujer y una adolescente. La muchacha con el ceño fruncido y semblante malhumorado, se plantó delante de la casa mirándola de manera inquisitoria dispuesta a protestar por su aspecto. Pero no pudo hacerlo. Era más bonita de lo que jamás se hubiera imaginado. Tenía dos plantas y hasta donde sus ojos podían ver, un gran jardín en la parte trasera.

-Espera a ver su interior y la piscina –le susurró su padre al oído, mientras cargaba con dos grandes cajas.

Su madre le pidió que llevara sus maletas y procedieron a la apertura de la puerta principal. El padre, introdujo la llave en la cerradura. Al abrirla, hizo una ceremoniosa reverencia invitándolas a entrar en su nuevo hogar.

Tanto la madre como la hija no pudieron menos que reírse. Carol había dejado atrás su enfado dando paso a la curiosidad propia de una chica de su edad, por ver cómo era por dentro.

La joven, comenzó a recorrer la planta de abajo. Y lo que vio le gustó. La cocina era enorme. Tenía una puerta que daba al jardín desde la cual podía ver una enorme piscina. Intentó abrirla, pero estaba cerrada.

Encaminó sus pasos hacia el salón, de un tamaño considerable. En una de las paredes había una gran chimenea que le robó una sonrisa. Los muebles eran nuevos y funcionales, pero había algo que le llamó la atención. En las paredes, había retratos de familias enmarcados. En uno se veía a una joven con un bebé en brazos. En otra, a un matrimonio de mediana edad con cinco niños, tres niñas y dos niños. Otra, mostraba a dos ancianos, un hombre y una mujer y en las otras dos, se veía una pareja con una niña de unos ocho años, en una y la otra estaba vacía. Todos sonreían. A Carol le dio la impresión que sus ojos se movían para mirarla al pasar. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Le quiso preguntar a su padre si sabía algo de aquello, pero prefirió dejarlo para más tarde y de paso sugerirle quitarlos de allí. Tanto él como su madre estaban muy atareados descargando cajas y bolsas del coche.

Al cabo de un rato, cuando por fin hubieron metido todo dentro, Carol ya había recorrido la parte de arriba y se había enamorado completamente de su habitación. Era enorme, muy soleada y daba al jardín trasero. Escuchó risas en la cocina. Bajó a ayudarles.

La tarde estaba cayendo y las primeras sombras de la noche ganaban terreno, a pasos agigantados, a la luz del sol. Decidieron hacer un descanso y comer algo.

Fue entonces cuando la joven le comentó a su padre que la puerta que daba al jardín estaba cerrada con llave. El hombre probó cada una de las llaves que le había dado la inmobiliaria, pero ninguna abría aquella puerta. Marcó el número de la joven que le había vendido la casa, pero el móvil no daba señal. No le dio mucha importancia y decidió que por la mañana se acercaría hasta allí.

Pero la joven de la inmobiliaria se había dado cuenta de que no le había dado todas las llaves, en la oficina estaban la que daba al jardín trasero y la del sótano. Así que antes de irse a su casa decidió pasarse por allí puesto que le quedaba de camino.

Mientras tanto en la casa se vieron que los problemas empezaban a mostrar su cara más siniestra. No había electricidad. Encontraron una linterna que funcionaba, en uno de los cajones de la cocina y el hombre se encaminó hacia el sótano donde estaba el cuadro de la luz. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando al ir a abrir la puerta se dio cuenta de que estaba cerrada con llave y él no la tenía. Intentó volver a llamar a la inmobiliaria, pero seguía sin dar señal. Pensó en coger el coche e ir hacia allí, pero era muy tarde y lo más seguro es que hubieran cerrado. No se equivocó.

Decidieron que aquello no le iba a arruinar su primera noche en su nuevo hogar. Rebuscando por los cajones encontraron unas cuantas velas y se dispusieron a cenar amparados por su luz. Se acostarían temprano y al día siguiente solucionarían el problema de la luz y de las llaves.

La joven de la inmobiliaria enfiló el coche por el sendero de grava, que daba a la casa. Estaba muy oscuro dentro. Pensó que tal vez hubieran retrasado su llegada hasta el día siguiente. Pero vio las siluetas de una joven con un bebé en brazos en el salón. Al ir acercándose escuchó música y pudo vislumbrar a una pareja de ancianos bailando. Le pareció bastante extraño todo aquello. Por lo que le había contado el hombre al que le había vendido la casa, allí iban a vivir él, su esposa y su hija adolescente. En ningún momento le habló ni de un bebé ni de unos ancianos.

Se apeó del coche y se dirigió a la puerta de la entrada. Timbró.

Dentro de la casa, poco antes de que sonara el timbre, el equipo de música que había en el salón comenzó a sonar, dejando escapar las notas armoniosas de un vals. Aquello los dejó petrificados.  El padre se levantó y accionó el interruptor de la cocina, donde estaban, que no arrojó luz en la estancia. Linterna en mano fue hasta el salón seguido de su mujer y su hija que por nada del mundo querían quedarse solas en la cocina, estaban muy asustadas.

La música cesó cuando se escuchó el timbre. Estaban en el umbral de la puerta del salón cuando aquello sucedió. Un pequeño grito salió de sus gargantas provocado por el susto que les causó el timbrazo.

Lo primero que se les pasó por la cabeza es que eran los de la inmobiliaria y que les iban a solucionar los problemas de la luz. El padre se dirigió hacia la puerta de la entrada dispuesto a abrirla, pero…. no pudo. Tenía la llave puesta, pero por más que lo intentaba no lograba hacerla girar. Gritó al que estuviera al otro lado de la puerta. Pero nadie le respondió. Escuchó pasos que iban en dirección al garaje. Corrió hacia la ventana para abrirla. No lo consiguió. La temperatura en la casa había bajado considerablemente. Pero lo peor no era el frío que sentían, sino la sensación de estaban siendo observados.

Fuera la joven timbró un par de veces más al ver que nadie acudía a abrir la puerta. La música había cesado.  Se acercó a las ventanas por si veía a los ancianos o a la mujer con el bebé, pero parecía que la casa estaba vacía. No sabía qué hacer. Fue hasta su coche y cogió su móvil. Llamó al hombre que había comprado la casa, pero no daba señal. Fue hasta el garaje. Había un coche allí. Una ranchera verde. Aquello sólo podía significar una cosa: habían llegado ese día.

Volvió a timbrar. Nada. Entonces una idea acudió a su cabeza. Habían salido a cenar al pueblo. No podía haber otra explicación. Sonrió con alivio. Se había puesto nerviosa por nada. Se subió al coche con la idea de volver al día siguiente por la mañana.

Así lo hizo. De camino al trabajo paró en la casa.

Se dio cuenta de que algo no iba bien a medida que se iba acercando con el coche.

Las luces de toda la casa estaban encendidas. La puerta de la casa estaba abierta de par en par. Asomó la cabeza mientras lanzaba una pregunta al aire: ¿hay alguien? Nadie respondió

Vio cajas vacías y otras a medio vaciar esparcidas por toda la planta baja.

Fue hasta el salón. Lo recorrió con la mirada y algo le llamó la atención. Los cuadros se habían caído. El suelo estaba cubierto de cristales. Sólo quedaba uno colgado en la pared. Se acercó. En él se veía a un hombre, una mujer y una adolescente. Reconoció al hombre. Era el nuevo propietario de la casa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA MUERTE DEL AVIADOR

  —¡Hola papá! ¿Cómo te encuentras hoy? Silencio al otro lado del teléfono —¡Papá! ¿estás ahí? —Sí, sí, estoy aquí —le respondió su padre —¿...