viernes, 14 de enero de 2022

HAY UNA HORA PARA MORIR

 

Salió de la consulta del médico pálido como la cera. Sabía, desde hace tiempo, que en su cuerpo había “algo” que no iba bien. Incluso pensó en “aquello”, pero una cosa es pensarlo y otra saberlo con certeza. Era un hecho. Se estaba muriendo.  ¿Cuánto le quedaba? El doctor no pudo ser más directo. Un mes. Le quedaban treinta días, no, treinta y uno, estaba de suerte. Cuando salió a la calle tenía claro (muy claro, de hecho), sobre lo que iba a hacer. Nadie le iba a decir cuando se iba a morir ni siquiera “aquello” que crecía en su cabeza, le iba a poner fecha de caducidad a su vida. Él decidiría, por lo menos mientras tuviera las suficientes fuerzas tanto físicas como mentales, cuando iba a morir.

Sonrió, aunque parezca mentira, se sintió más animado. Pensar que todavía podía tener el control sobre su vida, le insufló fuerzas para seguir adelante, quizá un día, o dos, tal vez. Él decidiría.

Antes de ir a su casa, hizo una parada en una farmacia. Luego otra, en una ferretería. Para cuando abrió la puerta de su apartamento ya había anochecido.

Se preparó algo de cenar, abrió una cerveza y se dispuso a ver el partido que retransmitían esa noche. Pero antes hizo una llamada, de esas difíciles que a nadie le gustaría recibir.

Llantos al otro lado de la línea, en un principio, luego al ver que no conseguía nada por ese camino, comenzaron los insultos e improperios. Antes que diera paso a las amenazas el hombre pudo hacer un hueco, en aquel monólogo al otro lado de la línea, para decir unas palabras: apelo a tu valor para entender que no pudimos ser, más de lo que fuimos.  Escuchó una respiración entrecortada al otro lado. Antes de que la rabia y la ira volvieran tomaran el control sobre el cuerpo de la mujer, colgó. Ya había tenido bastante por aquella noche.

A la mañana siguiente se despertó cansado y con ganas de vomitar. Nada nuevo desde hacía unos meses. Fue al baño y entonces lo vio. Sobre el lavabo. Inmóvil. Esperando pacientemente que él alargara la mano y…. ¿por qué no? Pensó, ese día era tan bueno como cualquier otro.

Abrió el frasco y tragó todas las pastillas. Luego se sentó en el frio suelo de baldosas apoyando su espalda contra la pared y esperó a que la muerte llegara. Pero no llegó. En su lugar llegaron arcadas seguidas de los vómitos. Parecía que aquel día no aparecería impreso en su lápida, como la fecha de su muerte.

Se acostó hasta bien entrada la tarde. Consiguió comer algo y se volvió a meter en la cama. Tenía más de diez llamadas perdidas de su médico. Sabía lo que quería. Comenzar con la quimio. ¿para qué? Para prolongar unos meses su vida. Pues no.

Le extrañó no tener llamadas de “ella”. Tal vez, hubiera entrado en razón, tal vez, lo hubiera comprendido el mensaje, tal vez. Ojalá fuera así, aunque, ciertamente, lo dudaba.

Después de haber dormido casi todo el día, sabía que sería casi imposible, conciliar el sueño esa noche. Salió a dar un paseo por el parque. Llevaba algo en una bolsa. Sabía que no habría nadie paseando a esas horas de la madrugada. Era el momento. Tan bueno como cualquier otro. Miró a su alrededor escudriñando cada árbol que había allí. Se decidió por uno con el tronco ancho y muy alto. Aguantaría su peso. Trepó por él. Llegó a una rama que parecía bastante sólida. Pasó la cuerda por ella, hizo un nudo, se puso otro alrededor del cuello y se lanzó. Pudo ver la luna llena antes de…

Por increíble que pudiera parecer, la cuerda se rompió. No tenía sentido, la había comprado esa tarde. No acabó con su vida. Otra vez. En su lugar, consiguió un esguince en el tobillo derecho y varias contusiones. Una mujer que pasaba por allí con su perro, llamó a emergencias. Pasó la noche en el hospital.

           Dos intentos de suicidio fallidos. Parecía que la muerte se alejaba de él. Pensó postrado en la cama mientras observaba el techo de la sala de urgencias donde se encontraba. La señora que estaba en la cama de al lado musitó algo en voz baja, que no logró entender. Corrió la cortina que separaba ambas camas y se acercó a ella. Le preguntó que había dicho. Ella abrió los ojos, le agarró con increíble fuerza, para ser una persona tan mayor, el brazo y le dijo mirándolo fijamente: “todavía no ha llegado tu hora. Ten paciencia, Llegará”. Dicho esto, exhaló su último suspiro bajo la mirada atónita del hombre. La muerte estaba allí en ese momento. Por un segundo la vio, en el umbral de la puerta, le sonreía de manera burlona.

Se fue a casa por la mañana. Se dio una ducha y decidió coger el coche y salir de la ciudad. Eso le ayudaría a aclarar sus ideas y buscar una manera definitiva de acabar con su vida.

No era mala idea la de lanzarse por un barranco como en aquella película.

En cuanto sacó el coche del garaje, uno aparcado en las inmediaciones, comenzó a seguirlo por toda la ciudad y continuó haciéndolo cuando el hombre se desvió hacia una carretera secundaria. Fue ahí cuando tuvo la certeza de que lo seguían. Quien lo siguiera (seguramente “ella”) pareció darse cuenta de que había sido descubierta porque fue acortando la distancia hasta quedar prácticamente pegado a la parte de atrás de su coche. Ahí comenzó la persecución. La carretera era muy estrecha, apenas cabían dos coches en ambos sentidos. No sabía muy bien a dónde iba a dar. Se había metido por allí en un intento de despistar a su perseguidora cuando todavía no tenía la certeza de que lo estuviera siguiendo. Pero ahora lo tenía claro. Iba a por él. No era esa la forma que tenía en mente de morir. Él tenía el poder de elegir cómo hacerlo. Y no iba a ser como aquella loca le impusiera.

Intentaba arrinconarlo hacia la cuneta, mientras tocaba el claxon y hacía señales con las luces. Quería sacarlo de la carretera. Estuvieron así un par de kilómetros. Vio un desvío. Lo tomó. Pero….

Un perro se cruzó en su camino. Dio un volantazo para no atropellarlo. Perdió el control del coche que salió volando, literalmente, unos metros y terminó impactando contra unos nichos de un viejo cementerio. A su lado se paró el coche que lo perseguía. Una persona bajó de él. Milagrosamente, no había perdido el conocimiento, reconoció la cara de aquel hombre, era su médico. Con su ayuda salió del vehículo.  Otra vez la muerte había pasado de largo. O no.

Mientras esperaban la llegada de la ambulancia, el médico le explicó que llevaba días llamándolo. Tenía algo que decirle. No se estaba muriendo. Se habían equivocado de expediente. Estaba sano, muy sano.

Una ira y una furia desmesuradas embargaron el cuerpo de aquel hombre. No daba crédito a lo que estaba escuchando. Haciendo acopio de todas las fuerzas que pudo reunir, se levantó del suelo, se abalanzó sobre el galeno y le apretó el cuello hasta que dejó de respirar. Debido al esfuerzo que hizo para acabar con la vida del médico se desmayó. La muerte soltó una carcajada. Hay una hora para morir. Y la de él todavía no había llegado.

 

 

 

 

 

miércoles, 12 de enero de 2022

LA LLAVE

 

El conde, sabiendo que su vida llegaba a su fin, decide donar parte de su colección. Son libros muy antiguos, únicos, de un valor incalculable.  Su decisión dice basarla en la creencia certera de que sus allegados no sabrán valorar realmente ese tesoro que ha ido adquiriendo, año tras año, a lo largo de su vida. No sabrán apreciar el verdadero valor de esos libros y los venderán, por unas cuantas monedas, al primero que se ofrezca a comprarlas.  Pero, ¿es ese el verdadero motivo que le lleva a aquella donación?

Se presenta una joven en la mansión. El anciano la recibe sentado en una silla junto a la ventana. Sus miradas se cruzan. Su belleza lo fascina. Ella observa la pila de libros que hay sobre la mesa, sonríe. Luego, su mirada recorre la basta biblioteca que tiene ante sí. Parece que busca algo.  El anciano sabe lo que es. Le ofrece una taza de té. Ella la acepta encantada. Hablan sobre la donación. La conversación es informal, distendida y pronto llegan a un acuerdo.  

La joven dice sentirse mareada. Se levanta. Le cuesta caminar. Toda gira a su alrededor. Le pregunta dónde está el baño. Él le da las indicaciones precisas. Pero no llega a salir de la habitación. El conde sonríe cuando cae desplomada en el suelo. El plan que había urdido había funcionado. O eso creía. Quería algo que ella tenía. Tuvo que contenerse y guardar la compostura, cuando la joven al entrar en la biblioteca e inclinarse ante él para estrecharle la mano, la llave que llevaba colgada al cuello, quedó a la vista de sus ojos. Entonces supo que no se había equivocado de persona.  

Se acercó a uno de los estantes y cogió un libro.  El libro. En la parte de atrás hay una cerradura. Estaba muy emocionado. Le temblaban las manos. Se acercó a la joven y alargó su mano hacia su cuello. Rozó con los dedos la llave. Entonces, profirió un grito desgarrador de dolor. Contempló horrorizado sus dedos quemados. La joven se despertó. Lo miró y comprendió lo que había pasado. Tomó aquel libro entre sus manos. Cogió la llave y entonces… se abre el libro del rey maldito. El libro que confiere la inmortalidad a quien pueda abrirlo. El libro que puede despertar a las almas confinadas en el infierno. Lee en voz alta unas palabras plasmadas en él. El anciano comienza a arder. En minutos quedó reducido a cenizas. Ella lanza una carcajada sonora que se escucha en toda la casa. Da media vuelta y se va, dejando tras de sí un halo con fuerte olor a azufre.

martes, 11 de enero de 2022

BAJO EL COLOR DE LA SANGRE, ESTÁN LOS INOCENTES

 

- ¡Alfombra roja!, buscad una, ¡rápido! -les gritó a sus hombres.

Aquel monstruo, asesino de niños, al cual, llevaban varios meses buscando, al fin lo habían encontrado. Cuando se dio cuenta de que lo habían descubierto, sin titubear un segundo, se había pegado un tiro en la sien.  Pero antes de acabar con su vida, había dicho algo. Tal vez, en aquellas palabras, estaba la clave para encontrar a las víctimas.

-"Bajo el color de la sangre, están los inocentes".

Estaba anocheciendo. En la casa, las sombras empezaban a ganar terreno. Encendieron todas y cada una de las luces. Se pusieron a registrar cada habitación, moviendo muebles, escudriñando cada rincón, en un intento desesperado por encontrar a aquellos niños.

- ¡Aquí hay una! - gritó un policía.

Corrieron hacia donde estaba su compañero y efectivamente había una gran alfombra roja que ocupaba gran parte del suelo de aquella habitación. Sobre ella descansaba una gran mesa de madera de gran tamaño. Era muy pesada y necesitaron la ayuda de los cinco hombres para poder moverla.  Levantaron la alfombra.

Encontraron una trampilla. La abrieron. A la luz quedaron visibles unas escaleras que se perdían en la oscuridad. Lo más seguro es que llevaban hasta el sótano. El capitán bajó primero. Detrás de él lo siguieron un par de hombres. Cada uno llevaba una linterna.  Un olor nauseabundo les golpeó la cara. Faltaban un par de peldaños para pisar el suelo del sótano cuando….

La trampilla se cerró tras ellos con un golpe seco.  

Las linternas dejaron de funcionar.

La luz se fue en toda la casa.

Uno de los policías, el que iba más rezagado, se puso nervioso, perdió el equilibrio y se precipitó escaleras abajo llevándose a su paso a sus compañeros con él.

Los policías que habían quedado arriba, al escuchar aquel estrepitoso ruido, intentaron abrir la trampilla. No lo consiguieron. Llamaron a gritos a sus compañeros, pero no recibieron respuesta.

Pidieron refuerzos por radio.

A lo lejos se empezaron a escuchar el ruido de las sirenas de los coches patrulla acercándose a la casa. Procedente del sótano los dos policías escucharon gritos de dolor y pánico. Desesperados intentaban abrir la trampilla. Pero ésta no cedía. Cuando llegaron los refuerzos, los gritos cesaron. La trampilla se abrió de golpe, como impulsada con una fuerza descomunal.

Asomaron las cabezas esperando escuchar algo. Nada.

Comenzaron a bajar. Al final de las escaleras había tres cuerpos.  

Se acercaron, la luz de las linternas les permitió ver un cuadro dantesco, repulsivo. Aquellos cuerpos semidesnudos estaban a medio comer.  Quienes estuvieran dándose aquel festín, se escondieron al escucharlos bajar.

Las manos les temblaban visiblemente mientras alumbraban el lugar. Uno de ellos le señaló al compañero un punto en la pared del fondo. Unas figuras pequeñas, con los ojos inyectados en sangre y blancos como la cera, comenzaron a caminar hacia ellos. Despacio, muy despacio. Eran muchos, demasiados.

La trampilla se cerró con un golpe seco.

Corrieron escaleras arriba, intentaron abrirla. No lo consiguieron.

Aquellos seres se acercaban a ellos. Los tenían acorralados. No había escapatoria posible. Comenzaron a gritar.

Los refuerzos intentaron abrirla. No lo consiguieron. Unos gritos desgarradores provenientes del sótano los pusieron en alerta…… Minutos después la trampilla se abrió. Bajaron….

 

 

 

 

 

sábado, 8 de enero de 2022

LO IMPOSIBLE

 

Un trineo se deslizaba a una velocidad vertiginosa, por la ladera de la montaña.

Un guarda forestal en la cima, lo observaba a través de unos prismáticos.

Temía por la vida de aquel hombre. No podía entender a qué se debía tanta prisa.

Echó un vistazo a su alrededor y entonces lo vio. Una nube oscura y de grandes dimensiones parecía perseguirlo.

Su velocidad iba incrementando en proporción a la velocidad que iba adquiriendo el trineo.

Entonces bajo la mirada estupefacta del guarda, sucedió lo imposible.

Algo insólito, macabro, impensable.

Aquella nube empezó a escupir peces de su interior. El trineo perdió el control, impactando contra un árbol.

El guarda, visiblemente nervioso, comenzó a deslizarse por la ladera, en un intento desesperado por salvar la vida de aquel hombre.

Cuando llegó junto al trineo, el cuerpo del hombre había sido sepultado por centenares de peces provistos de grandes aletas y de color plateado.

Pidió ayuda por radio. Con voz temblorosa y cargada de miedo trató de explicar lo que había pasado. Tenían que enviar, urgentemente, al servicio de rescate y una ambulancia.

 

 

 

 

 

viernes, 7 de enero de 2022

SED DE VENGANZA

 

Esperó a que oscureciera para saltar la verja del cementerio y caminar con paso firme y decidido, hasta aquella tumba, la última morada del asesino de su hija. Levantó el pico que llevaba en la mano y arremetió contra ella, una y otra vez, hasta que no le quedaron fuerzas para seguir, mientras profería un insulto tras otro. Luego condujo dos horas hasta su casa, en completo silencio.

El pueblo estaba celebrando la noche de Halloween. Las calles estaban abarrotadas de gente disfrazada. Pasaban diez minutos de la media noche. 

Estaba llenando la bañera cuando sonó el timbre. Bajó a abrir. En el umbral de la puerta, había alguien disfrazado. Llevaba un hacha en la mano.

- ¿Truco o trato? –le preguntó.

-Lo siento, no tengo nada para darte –se excusó ella.

-Mejor –le respondió el hombre, mientras empujaba la puerta y entraba en la casa.

La mujer, asustada, subió las escaleras y se encerró en el cuarto de baño. Escuchó pasos acercándose. Cada vez más y más cerca.

- ¡No te escondas!, ¡no podrás escapar! -gritó el intruso.

Reconoció esa voz. Pertenecía al hombre enterrado en la tumba que había destrozado.

- ¡Disfruté viendo morir a tu hija, ahora lo haré contigo! 

Lanzó una carcajada malvada, siniestra, mientras destrozaba la puerta a hachazos.

 

 

miércoles, 5 de enero de 2022

EL ESCARABAJO

 

Ni en un millón de años, se hubiese imaginado que tendría que ir a buscar a aquella mujer, con fama de bruja, que vivía en los confines del bosque, como la última esperanza de salvar la vida a su padre.

Él, el menor de tres hermanos que, a sus diez años, todavía se metía en la cama de sus padres cuando había tormenta y que odiaba la naturaleza, el bosque y todo lo relacionado con él, porque eran un avispero de animales y bichos de todo tipo. A todas luces parecía el menos indicado para llevar a cabo aquella tarea.

Pero no había vuelta atrás, la decisión estaba tomada. Su madre hacía las veces de enfermera, su hermano mayor tenía que ir a trabajar y el mediano se encargaba de la casa mientras su padre siguiera enfermo.

Se había enfadado mucho, pero cuando puso un pie en la calle, aquella ira se evaporó. Lo que ahora sentía, cuando caminaba por calles adoquinadas de aquel pueblo amurallado, era terror en estado puro.

Estaba anocheciendo. Empezaba a llover. Cubrió su cabeza con la capucha de su anorak rojo. Sin levantar la mirada del suelo, caminaba con rapidez. Pensando que cuanto antes llegara, antes regresaría y aquella pesadilla antes llegaría a su fin.

Pasó por la tienda de bonsáis. No se fijó en el dibujo de una mano que alguien había pintado en la pared de una casa abandonada. Tampoco prestó atención al escaparate de una librería donde tenían expuesta una máquina de escribir muy antigua. Ni en los paraguas, de lo más variopintos, que portaban unos turistas. Ni se fijó en el suelo cubierto de mosaicos de piedras de colores cuando pasó por delante del ayuntamiento. No vio al zorro escondido tras unos cubos de basura.

Caminó, caminó y caminó hasta llegar a un sendero que conducía al bosque.

De noche todo era diferente. Escuchaba ruidos que no podía identificar, la oscuridad ganaba terreno. Las sombras habían llegado para quedarse, formando siluetas macabras, distorsionando la realidad.  

Apuró todavía más el paso. Según las indicaciones que le había dado su madre sobre cómo encontrar la cabaña de aquella mujer, no quedaba muy lejos de donde estaba.

El crujido de una rama tras él, lo sobresaltó. Gritó de puro terror. Ahora ya no caminaba, corría como alma que lleva el diablo, rezando en voz baja, a quien le quisiera escuchar, que lo ayudara.

Corrió y corrió hasta que llegó a un claro y a la morada de la bruja. Había dejado de llover.

Era una cabaña de madera, vieja y destartalada. No había luz en su interior. Se acercó con paso firme. La indecisión no tenía cabida. Había llegado hasta allí y tenía que terminar lo que había empezado. Golpeó con los nudillos la ajada puerta. Esperó. Nadie abrió. No se rindió. Rodeó la casa hasta la parte de atrás. Vio un fuego. Sobre él, había una enorme olla. Salía vapor de su interior. Ni rastro de la mujer.

- ¿Me buscabas, jovencito? Has tardado mucho en llegar. Llevo horas esperándote.

Fue tal el susto que se llevó el muchacho al escuchar aquella voz, que el corazón le dio un vuelco en el pecho. Ante él había una mujer con un aspecto muy diferente al que se había imaginado. Cuando a uno le dicen que tiene que ir a buscar a una bruja, te imaginas a una anciana, muy mayor, de edad indeterminada, con aspecto desaliñado, ropas largas, un sombrero de pico y alguna que otra verruga en la cara. Pero ante él había una muchacha muy hermosa, joven, con una larga melena rubia, alta y delgada. Vestía unos vaqueros y un jersey rojo y no tenía ninguna verruga en su cara, sólo una amplia y bonita sonrisa. Se sonrojó al verla.

Lo llevó adentro, le pidió que se sentara y le ofreció un refresco. El interior de la cabaña, nada tenía que ver con el aspecto que presentaba por fuera. Estaba todo muy bien cuidado y limpio, era muy amplia y tenía muebles modernos y funcionales.

Cuando hubo apurado hasta la última gota del vaso, pasó a contarle lo que le había llevado hasta allí. Ella lo escuchó atentamente. Cuando hubo acabado de relatarle lo sucedido, ella se levantó, cogió un maletín negro que descansaba sobre el sofá y se pusieron en marcha.

El camino de regreso fue más llevadero. Hablaron durante el trayecto y el muchacho se sentía muy a gusto y relajado al lado de aquella joven.

Al llegar a la casa, la llevaron hasta el dormitorio donde el hombre yacía en la cama. Estaba pálido y ojeroso. Pidió que le trajeran agua caliente y unas toallas limpias y que encendieran la chimenea.

Le colocó sobre el abdomen y la frente las toallas, previamente mojadas en el agua caliente.

Luego extrajo de su maletín un frasquito de cristal, dentro había un líquido verde. Ayudada por la esposa, levantaron la cabeza del hombre que descansaba sobre una almohada, luego le dio de beber aquella poción. La bruja comenzó a recitar unas palabras en una lengua desconocida para ellos.

Pasados cinco minutos, el hombre empezó a toser. Lo ayudaron a ir al baño. En uno de esos accesos de tos expulsó un escarabajo negro cuyo tamaño era inusualmente grande.

Rápidamente la joven lo agarró y lo lanzó al fuego de la chimenea. Escucharon un grito desgarrador cargado de odio y dolor proveniente de las llamas. La bruja les pidió que mantuvieran el fuego encendido durante dos noches y dos días. Tiempo más que suficiente para que aquella vampira, que había tomado la forma de aquel asqueroso insecto, se consumiera.

La recuperación del hombre, fue instantánea. Con los ojos anegados en lágrimas le dijo a su mujer que tenía hambre. Ésta fue a prepararle algo de comer. Se acercó a la joven para darle las gracias y preguntarle qué quería como pago.

Ella sonrió maliciosamente.

El hombre al mirarla a los ojos pudo, su interior, su esencia, su oscuridad. Aquella visión lo asustó. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Fuera cual fuese su petición no podría negarse, estaba ante un ente muy poderoso y carente de alma.

Respondió:

-A tu hijo pequeño.

 

 

 

 

 

lunes, 3 de enero de 2022

¿CÓMO COMENZAR DESDE EL DOLOR?

 


 

¿Cómo comenzar desde el dolor?

¿Cómo hacerlo después de conocer la verdad?

Seguramente esas preguntas y muchas más se le pasaron por la cabeza a aquel muchacho después de averiguar la verdadera historia de su corta vida.

Pero no nos adelantemos y vayamos al principio.

Ricardo era un joven de quince años. Vivía a las afueras de un pequeño pueblo, en una casa de dos plantas rodeada de un enorme jardín.

Desde muy pequeño estuvo al cuidado de su padre. Ellos dos solos. Éste le había contado que su madre había fallecido al poco de nacer él. Quedando sumido en una gran depresión por la pérdida de su esposa, se volcó completamente en el cuidado de su hijo recién nacido.

El padre preocupado desde siempre por la seguridad de su pequeño, le relataba historias que terminaban en moraleja. Historias sobre no hablar con extraños, obedecer a sus padres, hacer sus tareas, aplicarse en los estudios…

El tiempo fue pasando y aquellas historias dieron paso a otras más acordes a su edad. En la era de internet y los peligros que acechaban a los jóvenes eran otros y más oscuros.

Un día el padre se presentó en su habitación. El joven estaba ante el ordenador jugando online con otros usuarios.

-Hijo tengo que contarte una historia –le dijo

-Papá –protestó el muchacho- ya no tengo cinco años para tus cuentos de miedo.

-Pero éste es real, Ricardo y creo que te vendría bien escucharlo.

A lo que su hijo le respondió:

-Papá te advierto que tus historias de terror ya no me dan miedo

-Entonces escucha atentamente –le pidió el padre

“Un joven de tu edad, al igual que tú, jugaba por internet con otros usuarios. Un día se fijó en uno, se hacía llamar Inesperado66. Podría haberle pasado desapercibido sino fuera por un detalle a tener en cuenta, siempre estaba conectado, fuera cual fuese la hora del día o de la noche. Era muy bueno, estaba en la posición más alta. Un día comenzaron a chatear. Parecía simpático, incluso le había dicho que era de su misma edad. Hablaban del colegio y de trivialidades del día a día. Le enseñó técnicas del juego y en pocas semanas, había escalado posiciones situándose entre los diez mejores. El día de su cumpleaños aquel jugador le había obsequiado con una gran cantidad de monedas y vidas extras para el juego. Cosa que le halagó mucho y se sintió de alguna manera más cercano a él. Entonces pasó algo que en el fondo deseaba que ocurriera, inesperado66 le propuso conocerse, a lo que el chaval no pudo negarse, porque esa idea ya se le había pasado por la cabeza varias veces. Le dio su dirección.

Sin embargo, aquella noche cuando sus padres llegaron a casa, pensó en contarles lo que había hecho. Se sentía mal por haberle dado la dirección a aquel usuario y las advertencias que, una y otra vez, le hacían sus padres de no dar datos personales a nadie que hubiera conocido por internet, no se iban de su cabeza. Pero para cuando quiso decírselo a su padre, éste se excusó con tener que hacer una llamada importante y que hablarían más tarde. Al intentarlo con su madre le pidió que se lo contara luego porque era la hora de la cena y también la hora del baño del bebé. El joven se ofreció a bañar a Ricardo, su hermano pequeño. Al final fue el único que lo escuchó. Más tarde decidió irse a la cama sin contarlo, pensando que quizá aquel miedo que le rondaba era infundado.”

-Un momento papá –le interrumpió el muchacho- ¿el bebé se llama como yo? Nunca antes habías puesto nombre a los protagonistas de tus historias.

-Quizá porque nunca fueron tan reales como ésta, jovencito.

Aquello desconcertó al joven. Pero su padre prosiguió con su historia zanjando de aquella manera cualquier pregunta al respeto.

“En algún momento de la noche, unos ruidos provenientes de la planta baja de la casa lo despertaron. Parecía que alguien había volcado algún mueble. No se movió. Estaba asustado. Agarrando las sábanas con fuerza, se mantuvo en alerta a la espera de nuevos ruidos. Pero esta vez fueron pasos lo que escuchó. Pasos subiendo las escaleras. Pasos acercándose y el crujido de la puerta de la habitación de sus padres al abrirse. Se tapó la cabeza con las mantas a modo de escudo.

Durante un rato, reinó el silencio. En la cama de al lado dormía su hermano Ricardo. Aquellos ruidos no lo habían despertado.

Entonces escuchó pasos que se acercaban a su habitación. La puerta comenzó a abrirse lentamente con un chirrido ensordecedor que no recordaba que hiciera hasta ese momento.

En el umbral apareció un hombre vestido de negro, era muy alto y sus ropas estaban cubiertas de sangre. Llevaba algo entre las manos que arrojó sobre la cama del joven. Eran las cabezas de sus padres.

-Hola querido amigo. –le saludó.

El muchacho reconoció a aquel hombre como su amigo de internet.

Presa del pánico se levantó de la cama de un salto y fue hasta la de su hermano. Lo cogió en brazos y lo abrazó con todas sus fuerzas. El bebé comenzó a llorar.

El hombre se acercó a ellos. Llevaba un cuchillo ensangrentado en la mano y lo blandía amenazadoramente hacia ellos. El joven le gritó que los dejaran en paz. El asesino de sus padres le arrebató al bebé de sus brazos y luego le clavó el cuchillo en el abdomen.

Ricardo dejó de llorar. Miraba al hombre detenidamente mientras intentaba agarrarle la barba con sus pequeñas manos. El hombre también lo miró y entonces el bebé le sonrió. En aquel momento supo que no podría matar a ese niño, supo que criaría aquel bebé como si fuera suyo.

El padre terminó el relato bajo una mirada cargada de dolor, terror y desconcierto por parte de su hijo Ricardo.

No hizo falta hablar, Ricardo comprendió que todas aquellas historias de terror que, noche tras noche, le contaba su padre eran reales.

Se dio cuenta de que aquel bebé era él.

Supo que aquel hombre, no era su verdadero padre y que su madre no había muerto al nacer él. Él la había asesinado.

Supo que aquel hombre, era un asesino serial.

 

 

 

 

 

AMOR INMORTAL

  Por la mañana a la hora del desayuno Elisa estaba ausente. Con una taza de café en la mano tenía la mirada perdida. Su marido la besó en l...