mi茅rcoles, 19 de enero de 2022

ALICIA VIAJ脫 AL INFRAMUNDO

 

Todav铆a pod铆a escuchar a la reina gritando: ¡qu茅 le corten la cabeza! mientras corr铆a. En su alocada carrera vislumbr贸 a lo lejos un caballo de madera apoyado sobre el tronco de un 谩rbol. Aminor贸 la marcha y cuando estuvo a su altura 茅ste le habl贸, porque en los sue帽os todo es posible.

- ¿A d贸nde vas con tanta prisa? -le pregunt贸

-Huyo de la reina –le dijo Alicia.

-Si subes a mi lomo ir谩s m谩s deprisa –le respondi贸.

As铆 lo hizo. Para su desconcierto, el caballo de madera no trotaba, se manten铆a suspendido a escasos cent铆metros del suelo. Entr贸 en una cueva muy oscura. Pregunt贸 a d贸nde iba. No obtuvo respuesta.

Descend铆an. Pasado un largo tiempo, se detuvieron. El lugar donde se encontraba era pasto de las llamas y en el ambiente reinaba un fuerte olor a azufre. Alicia viaj贸 al inframundo. El caballo de madera ya no era tal, se hab铆a convertido en una bestia que le dio la bienvenida a su humilde morada., de la cual, no saldr铆a jam谩s. Ella le suplic贸 que la dejara libre. Intent贸 huir. Al girar la cabeza, 茅sta cay贸 rodando por el suelo. Aun as铆, sus pies siguieron corriendo. La bestia profiri贸 una sonora carcajada mientras agarraba la cabeza de la muchacha y la lanzaba a las llamas. 脡l era el se帽or de los sue帽os. 脡l era la pesadilla de la que no despertar铆a jam谩s. 

 

lunes, 17 de enero de 2022

LA PARTIDA

 

No sab铆a cu谩nto tiempo, pero intu铆a que mucho, llevaba sentado sobre la hierba, mirando hipnotizado aquella l谩pida. En ella hab铆a escrito “El tiempo vuela, el sol se esconde y el silencio queda”. Le hab铆a gustado aquella frase en cuanto la hubo le铆do, en alg煤n libro, quiz谩. No lo recordaba. S贸lo sab铆a que se le hab铆a quedado grabada a fuego, en su mente.

Estaba ante la tumba de su padre. No hab铆a estado con 茅l en su lecho de muerte. De hecho, hac铆a m谩s de veinte a帽os que no lo ve铆a. A su lado descansaba su madre, que hab铆a muerto cuando 茅l era muy peque帽o. Regresar a aquel pueblo, a aquel cementerio, tra铆a consigo consecuencias a corto plazo. La peor, evocar tiempos pasados que cre铆a olvidados y que empezaron a emerger de lo m谩s profundo de su mente. Recuerdos tan n铆tidos de su sufrimiento que, viejas heridas ya cicatrizadas en su cuerpo, comenzaron a dolerle.

Odiaba a su padre desde que ten铆a uso de raz贸n. Deseaba que muriera. Deseaba que desapareciera de su vida. Pero no lo hizo. Tuvo que desaparecer 茅l. Largarse de su casa. Comenzar una nueva vida lejos de all铆. Esper贸 pacientemente el momento. Y en cuanto lleg贸, se fue, jurando que no volver铆a jam谩s. Y no lo hizo. Hasta ahora.

Su cuerpo entumecido, por largo tiempo en la misma posici贸n, lo sac贸 de sus recuerdos. Se levant贸. Mir贸 a su alrededor. Estaba solo. El sol se hab铆a ido. La noche hab铆a llegado y con ella las sombras, que daban un aspecto m谩s tenebroso, si cabe, al camposanto.

Ten铆a las maletas en el coche. Pens贸 en ir a un hotel, pero le pareci贸 tirar el dinero teniendo una casa a donde ir. Anta帽o hab铆a sido su hogar. Pero ahora era la casa de su padre, aunque 茅ste ya no pudiera vivir all铆. Nunca la considerar铆a suya. Nunca. No guardaba ning煤n recuerdo que hiciera que esbozara una sonrisa. Cualquier recuerdo de su vivencia all铆, hac铆a que su cuerpo temblara como una hoja.

Sali贸 del cementerio con paso lento, se sent铆a cansado, como si llevara todo el peso del mundo sobre sus hombros.

Se dirigi贸 a su coche aparcado a escasos metros de la entrada.  Pasar铆a la noche en aquella casa y por la ma帽ana har铆a los tr谩mites necesarios para ponerla a la venta.

Hizo el trayecto en silencio sumido en sus propios pensamientos. Pasados quince minutos hab铆a llegado. Se ape贸 del coche. Hab铆a una luz encendida dentro de la casa. Aquello lo desconcert贸. Se supon铆a que estaba vac铆a. Su padre, hasta donde 茅l sab铆a, siempre vivi贸 solo. Tal vez, los sanitarios al ir a recoger el cuerpo, (alertados por una vecina que hac铆a d铆as que no lo ve铆a), simplemente se olvidaron de apagar las luces. Ten铆a que ser eso. No hab铆a otra explicaci贸n m谩s que aquella.

La pesadez de su cuerpo iba en aumento. El cansancio empeoraba a cada minuto que pasaba. Arrastrando los pies se dirigi贸 a la entrada. Sac贸 la llave del bolsillo delantero de sus vaqueros y abri贸 la puerta. 脡sta se cerr贸 tras 茅l, con un golpe seco que lo sobresalt贸. “El viento” pens贸. Pero la verdad era que aquella noche, el viento brillaba por su ausencia.

Atraves贸 el vest铆bulo hasta llegar a la cocina. Se sirvi贸 un vaso de agua. Se sinti贸 mejor. Incluso la pesadez de su cuerpo hab铆a desaparecido. Reuni贸 las fuerzas necesarias para recorrer aquella casa que tan malos recuerdos le tra铆a. Pens贸 en ir a buscar las maletas al coche. Desech贸 la idea. Lo har铆a m谩s tarde.

Estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta de la cocina, cuando escuch贸 unas voces que ven铆an del sal贸n. Retrocedi贸 unos pasos asustado. Hab铆a alguien m谩s en la casa. Rebusc贸 en los cajones hasta que dio con un cuchillo de grandes dimensiones. Llevarlo en la mano, lo envalenton贸. Encamin贸 sus pasos hacia aquellas voces.

Alrededor de una mesa redonda, vio a tres hombres sentados. Hab铆a una cuarta silla. Estaba vac铆a. Parec铆an esperar a alguien. ¿A 茅l? Jugaban a las cartas. Eran de la edad de su padre fallecido, a帽o arriba, a帽o abajo.

Uno de ellos levant贸 la mirada del abanico de cartas que sujetaba y lo mir贸. O eso crey贸. Pero se dio cuenta de que no lo miraba a 茅l. Hab铆a clavado sus ojos en el espacio que hab铆a entre su espalda y la puerta del sal贸n. Un escalofr铆o recorri贸 todo su cuerpo. Entonces el anciano habl贸:

- ¡Antonio! Te est谩bamos esperando. –le hizo una se帽a para que se sentara en la silla vac铆a- Veo que has venido con tu hijo. Perdona que hayamos empezado sin ti, pero no sab铆amos si el chaval vendr铆a a casa hoy o lo har铆a ma帽ana. Ya sabes que las partidas de los viernes son sagradas para nosotros.

Dicho esto, lanz贸 una carcajada al aire. Los otros dos hombres lo imitaron.

La silla vac铆a se movi贸 unos cent铆metros.

 

 

 

 

 

 

viernes, 14 de enero de 2022

HAY UNA HORA PARA MORIR

 

Sali贸 de la consulta del m茅dico p谩lido como la cera. Sab铆a, desde hace tiempo, que en su cuerpo hab铆a “algo” que no iba bien. Incluso pens贸 en “aquello”, pero una cosa es pensarlo y otra saberlo con certeza. Era un hecho. Se estaba muriendo.  ¿Cu谩nto le quedaba? El doctor no pudo ser m谩s directo. Un mes. Le quedaban treinta d铆as, no, treinta y uno, estaba de suerte. Cuando sali贸 a la calle ten铆a claro (muy claro, de hecho), sobre lo que iba a hacer. Nadie le iba a decir cuando se iba a morir ni siquiera “aquello” que crec铆a en su cabeza, le iba a poner fecha de caducidad a su vida. 脡l decidir铆a, por lo menos mientras tuviera las suficientes fuerzas tanto f铆sicas como mentales, cuando iba a morir.

Sonri贸, aunque parezca mentira, se sinti贸 m谩s animado. Pensar que todav铆a pod铆a tener el control sobre su vida, le insufl贸 fuerzas para seguir adelante, quiz谩 un d铆a, o dos, tal vez. 脡l decidir铆a.

Antes de ir a su casa, hizo una parada en una farmacia. Luego otra, en una ferreter铆a. Para cuando abri贸 la puerta de su apartamento ya hab铆a anochecido.

Se prepar贸 algo de cenar, abri贸 una cerveza y se dispuso a ver el partido que retransmit铆an esa noche. Pero antes hizo una llamada, de esas dif铆ciles que a nadie le gustar铆a recibir.

Llantos al otro lado de la l铆nea, en un principio, luego al ver que no consegu铆a nada por ese camino, comenzaron los insultos e improperios. Antes que diera paso a las amenazas el hombre pudo hacer un hueco, en aquel mon贸logo al otro lado de la l铆nea, para decir unas palabras: apelo a tu valor para entender que no pudimos ser, m谩s de lo que fuimos.  Escuch贸 una respiraci贸n entrecortada al otro lado. Antes de que la rabia y la ira volvieran tomaran el control sobre el cuerpo de la mujer, colg贸. Ya hab铆a tenido bastante por aquella noche.

A la ma帽ana siguiente se despert贸 cansado y con ganas de vomitar. Nada nuevo desde hac铆a unos meses. Fue al ba帽o y entonces lo vio. Sobre el lavabo. Inm贸vil. Esperando pacientemente que 茅l alargara la mano y…. ¿por qu茅 no? Pens贸, ese d铆a era tan bueno como cualquier otro.

Abri贸 el frasco y trag贸 todas las pastillas. Luego se sent贸 en el frio suelo de baldosas apoyando su espalda contra la pared y esper贸 a que la muerte llegara. Pero no lleg贸. En su lugar llegaron arcadas seguidas de los v贸mitos. Parec铆a que aquel d铆a no aparecer铆a impreso en su l谩pida, como la fecha de su muerte.

Se acost贸 hasta bien entrada la tarde. Consigui贸 comer algo y se volvi贸 a meter en la cama. Ten铆a m谩s de diez llamadas perdidas de su m茅dico. Sab铆a lo que quer铆a. Comenzar con la quimio. ¿para qu茅? Para prolongar unos meses su vida. Pues no.

Le extra帽贸 no tener llamadas de “ella”. Tal vez, hubiera entrado en raz贸n, tal vez, lo hubiera comprendido el mensaje, tal vez. Ojal谩 fuera as铆, aunque, ciertamente, lo dudaba.

Despu茅s de haber dormido casi todo el d铆a, sab铆a que ser铆a casi imposible, conciliar el sue帽o esa noche. Sali贸 a dar un paseo por el parque. Llevaba algo en una bolsa. Sab铆a que no habr铆a nadie paseando a esas horas de la madrugada. Era el momento. Tan bueno como cualquier otro. Mir贸 a su alrededor escudri帽ando cada 谩rbol que hab铆a all铆. Se decidi贸 por uno con el tronco ancho y muy alto. Aguantar铆a su peso. Trep贸 por 茅l. Lleg贸 a una rama que parec铆a bastante s贸lida. Pas贸 la cuerda por ella, hizo un nudo, se puso otro alrededor del cuello y se lanz贸. Pudo ver la luna llena antes de…

Por incre铆ble que pudiera parecer, la cuerda se rompi贸. No ten铆a sentido, la hab铆a comprado esa tarde. No acab贸 con su vida. Otra vez. En su lugar, consigui贸 un esguince en el tobillo derecho y varias contusiones. Una mujer que pasaba por all铆 con su perro, llam贸 a emergencias. Pas贸 la noche en el hospital.

           Dos intentos de suicidio fallidos. Parec铆a que la muerte se alejaba de 茅l. Pens贸 postrado en la cama mientras observaba el techo de la sala de urgencias donde se encontraba. La se帽ora que estaba en la cama de al lado musit贸 algo en voz baja, que no logr贸 entender. Corri贸 la cortina que separaba ambas camas y se acerc贸 a ella. Le pregunt贸 que hab铆a dicho. Ella abri贸 los ojos, le agarr贸 con incre铆ble fuerza, para ser una persona tan mayor, el brazo y le dijo mir谩ndolo fijamente: “todav铆a no ha llegado tu hora. Ten paciencia, Llegar谩”. Dicho esto, exhal贸 su 煤ltimo suspiro bajo la mirada at贸nita del hombre. La muerte estaba all铆 en ese momento. Por un segundo la vio, en el umbral de la puerta, le sonre铆a de manera burlona.

Se fue a casa por la ma帽ana. Se dio una ducha y decidi贸 coger el coche y salir de la ciudad. Eso le ayudar铆a a aclarar sus ideas y buscar una manera definitiva de acabar con su vida.

No era mala idea la de lanzarse por un barranco como en aquella pel铆cula.

En cuanto sac贸 el coche del garaje, uno aparcado en las inmediaciones, comenz贸 a seguirlo por toda la ciudad y continu贸 haci茅ndolo cuando el hombre se desvi贸 hacia una carretera secundaria. Fue ah铆 cuando tuvo la certeza de que lo segu铆an. Quien lo siguiera (seguramente “ella”) pareci贸 darse cuenta de que hab铆a sido descubierta porque fue acortando la distancia hasta quedar pr谩cticamente pegado a la parte de atr谩s de su coche. Ah铆 comenz贸 la persecuci贸n. La carretera era muy estrecha, apenas cab铆an dos coches en ambos sentidos. No sab铆a muy bien a d贸nde iba a dar. Se hab铆a metido por all铆 en un intento de despistar a su perseguidora cuando todav铆a no ten铆a la certeza de que lo estuviera siguiendo. Pero ahora lo ten铆a claro. Iba a por 茅l. No era esa la forma que ten铆a en mente de morir. 脡l ten铆a el poder de elegir c贸mo hacerlo. Y no iba a ser como aquella loca le impusiera.

Intentaba arrinconarlo hacia la cuneta, mientras tocaba el claxon y hac铆a se帽ales con las luces. Quer铆a sacarlo de la carretera. Estuvieron as铆 un par de kil贸metros. Vio un desv铆o. Lo tom贸. Pero….

Un perro se cruz贸 en su camino. Dio un volantazo para no atropellarlo. Perdi贸 el control del coche que sali贸 volando, literalmente, unos metros y termin贸 impactando contra unos nichos de un viejo cementerio. A su lado se par贸 el coche que lo persegu铆a. Una persona baj贸 de 茅l. Milagrosamente, no hab铆a perdido el conocimiento, reconoci贸 la cara de aquel hombre, era su m茅dico. Con su ayuda sali贸 del veh铆culo.  Otra vez la muerte hab铆a pasado de largo. O no.

Mientras esperaban la llegada de la ambulancia, el m茅dico le explic贸 que llevaba d铆as llam谩ndolo. Ten铆a algo que decirle. No se estaba muriendo. Se hab铆an equivocado de expediente. Estaba sano, muy sano.

Una ira y una furia desmesuradas embargaron el cuerpo de aquel hombre. No daba cr茅dito a lo que estaba escuchando. Haciendo acopio de todas las fuerzas que pudo reunir, se levant贸 del suelo, se abalanz贸 sobre el galeno y le apret贸 el cuello hasta que dej贸 de respirar. Debido al esfuerzo que hizo para acabar con la vida del m茅dico se desmay贸. La muerte solt贸 una carcajada. Hay una hora para morir. Y la de 茅l todav铆a no hab铆a llegado.

 

 

 

 

 

mi茅rcoles, 12 de enero de 2022

LA LLAVE

 

El conde, sabiendo que su vida llegaba a su fin, decide donar parte de su colecci贸n. Son libros muy antiguos, 煤nicos, de un valor incalculable.  Su decisi贸n dice basarla en la creencia certera de que sus allegados no sabr谩n valorar realmente ese tesoro que ha ido adquiriendo, a帽o tras a帽o, a lo largo de su vida. No sabr谩n apreciar el verdadero valor de esos libros y los vender谩n, por unas cuantas monedas, al primero que se ofrezca a comprarlas.  Pero, ¿es ese el verdadero motivo que le lleva a aquella donaci贸n?

Se presenta una joven en la mansi贸n. El anciano la recibe sentado en una silla junto a la ventana. Sus miradas se cruzan. Su belleza lo fascina. Ella observa la pila de libros que hay sobre la mesa, sonr铆e. Luego, su mirada recorre la basta biblioteca que tiene ante s铆. Parece que busca algo.  El anciano sabe lo que es. Le ofrece una taza de t茅. Ella la acepta encantada. Hablan sobre la donaci贸n. La conversaci贸n es informal, distendida y pronto llegan a un acuerdo.  

La joven dice sentirse mareada. Se levanta. Le cuesta caminar. Toda gira a su alrededor. Le pregunta d贸nde est谩 el ba帽o. 脡l le da las indicaciones precisas. Pero no llega a salir de la habitaci贸n. El conde sonr铆e cuando cae desplomada en el suelo. El plan que hab铆a urdido hab铆a funcionado. O eso cre铆a. Quer铆a algo que ella ten铆a. Tuvo que contenerse y guardar la compostura, cuando la joven al entrar en la biblioteca e inclinarse ante 茅l para estrecharle la mano, la llave que llevaba colgada al cuello, qued贸 a la vista de sus ojos. Entonces supo que no se hab铆a equivocado de persona.  

Se acerc贸 a uno de los estantes y cogi贸 un libro.  El libro. En la parte de atr谩s hay una cerradura. Estaba muy emocionado. Le temblaban las manos. Se acerc贸 a la joven y alarg贸 su mano hacia su cuello. Roz贸 con los dedos la llave. Entonces, profiri贸 un grito desgarrador de dolor. Contempl贸 horrorizado sus dedos quemados. La joven se despert贸. Lo mir贸 y comprendi贸 lo que hab铆a pasado. Tom贸 aquel libro entre sus manos. Cogi贸 la llave y entonces… se abre el libro del rey maldito. El libro que confiere la inmortalidad a quien pueda abrirlo. El libro que puede despertar a las almas confinadas en el infierno. Lee en voz alta unas palabras plasmadas en 茅l. El anciano comienza a arder. En minutos qued贸 reducido a cenizas. Ella lanza una carcajada sonora que se escucha en toda la casa. Da media vuelta y se va, dejando tras de s铆 un halo con fuerte olor a azufre.

martes, 11 de enero de 2022

BAJO EL COLOR DE LA SANGRE, EST脕N LOS INOCENTES

 

- ¡Alfombra roja!, buscad una, ¡r谩pido! -les grit贸 a sus hombres.

Aquel monstruo, asesino de ni帽os, al cual, llevaban varios meses buscando, al fin lo hab铆an encontrado. Cuando se dio cuenta de que lo hab铆an descubierto, sin titubear un segundo, se hab铆a pegado un tiro en la sien.  Pero antes de acabar con su vida, hab铆a dicho algo. Tal vez, en aquellas palabras, estaba la clave para encontrar a las v铆ctimas.

-"Bajo el color de la sangre, est谩n los inocentes".

Estaba anocheciendo. En la casa, las sombras empezaban a ganar terreno. Encendieron todas y cada una de las luces. Se pusieron a registrar cada habitaci贸n, moviendo muebles, escudri帽ando cada rinc贸n, en un intento desesperado por encontrar a aquellos ni帽os.

- ¡Aqu铆 hay una! - grit贸 un polic铆a.

Corrieron hacia donde estaba su compa帽ero y efectivamente hab铆a una gran alfombra roja que ocupaba gran parte del suelo de aquella habitaci贸n. Sobre ella descansaba una gran mesa de madera de gran tama帽o. Era muy pesada y necesitaron la ayuda de los cinco hombres para poder moverla.  Levantaron la alfombra.

Encontraron una trampilla. La abrieron. A la luz quedaron visibles unas escaleras que se perd铆an en la oscuridad. Lo m谩s seguro es que llevaban hasta el s贸tano. El capit谩n baj贸 primero. Detr谩s de 茅l lo siguieron un par de hombres. Cada uno llevaba una linterna.  Un olor nauseabundo les golpe贸 la cara. Faltaban un par de pelda帽os para pisar el suelo del s贸tano cuando….

La trampilla se cerr贸 tras ellos con un golpe seco.  

Las linternas dejaron de funcionar.

La luz se fue en toda la casa.

Uno de los polic铆as, el que iba m谩s rezagado, se puso nervioso, perdi贸 el equilibrio y se precipit贸 escaleras abajo llev谩ndose a su paso a sus compa帽eros con 茅l.

Los polic铆as que hab铆an quedado arriba, al escuchar aquel estrepitoso ruido, intentaron abrir la trampilla. No lo consiguieron. Llamaron a gritos a sus compa帽eros, pero no recibieron respuesta.

Pidieron refuerzos por radio.

A lo lejos se empezaron a escuchar el ruido de las sirenas de los coches patrulla acerc谩ndose a la casa. Procedente del s贸tano los dos polic铆as escucharon gritos de dolor y p谩nico. Desesperados intentaban abrir la trampilla. Pero 茅sta no ced铆a. Cuando llegaron los refuerzos, los gritos cesaron. La trampilla se abri贸 de golpe, como impulsada con una fuerza descomunal.

Asomaron las cabezas esperando escuchar algo. Nada.

Comenzaron a bajar. Al final de las escaleras hab铆a tres cuerpos.  

Se acercaron, la luz de las linternas les permiti贸 ver un cuadro dantesco, repulsivo. Aquellos cuerpos semidesnudos estaban a medio comer.  Quienes estuvieran d谩ndose aquel fest铆n, se escondieron al escucharlos bajar.

Las manos les temblaban visiblemente mientras alumbraban el lugar. Uno de ellos le se帽al贸 al compa帽ero un punto en la pared del fondo. Unas figuras peque帽as, con los ojos inyectados en sangre y blancos como la cera, comenzaron a caminar hacia ellos. Despacio, muy despacio. Eran muchos, demasiados.

La trampilla se cerr贸 con un golpe seco.

Corrieron escaleras arriba, intentaron abrirla. No lo consiguieron.

Aquellos seres se acercaban a ellos. Los ten铆an acorralados. No hab铆a escapatoria posible. Comenzaron a gritar.

Los refuerzos intentaron abrirla. No lo consiguieron. Unos gritos desgarradores provenientes del s贸tano los pusieron en alerta…… Minutos despu茅s la trampilla se abri贸. Bajaron….

 

 

 

 

 

s谩bado, 8 de enero de 2022

LO IMPOSIBLE

 

Un trineo se deslizaba a una velocidad vertiginosa, por la ladera de la monta帽a.

Un guarda forestal en la cima, lo observaba a trav茅s de unos prism谩ticos.

Tem铆a por la vida de aquel hombre. No pod铆a entender a qu茅 se deb铆a tanta prisa.

Ech贸 un vistazo a su alrededor y entonces lo vio. Una nube oscura y de grandes dimensiones parec铆a perseguirlo.

Su velocidad iba incrementando en proporci贸n a la velocidad que iba adquiriendo el trineo.

Entonces bajo la mirada estupefacta del guarda, sucedi贸 lo imposible.

Algo ins贸lito, macabro, impensable.

Aquella nube empez贸 a escupir peces de su interior. El trineo perdi贸 el control, impactando contra un 谩rbol.

El guarda, visiblemente nervioso, comenz贸 a deslizarse por la ladera, en un intento desesperado por salvar la vida de aquel hombre.

Cuando lleg贸 junto al trineo, el cuerpo del hombre hab铆a sido sepultado por centenares de peces provistos de grandes aletas y de color plateado.

Pidi贸 ayuda por radio. Con voz temblorosa y cargada de miedo trat贸 de explicar lo que hab铆a pasado. Ten铆an que enviar, urgentemente, al servicio de rescate y una ambulancia.

 

 

 

 

 

viernes, 7 de enero de 2022

SED DE VENGANZA

 

Esper贸 a que oscureciera para saltar la verja del cementerio y caminar con paso firme y decidido, hasta aquella tumba, la 煤ltima morada del asesino de su hija. Levant贸 el pico que llevaba en la mano y arremeti贸 contra ella, una y otra vez, hasta que no le quedaron fuerzas para seguir, mientras profer铆a un insulto tras otro. Luego condujo dos horas hasta su casa, en completo silencio.

El pueblo estaba celebrando la noche de Halloween. Las calles estaban abarrotadas de gente disfrazada. Pasaban diez minutos de la media noche. 

Estaba llenando la ba帽era cuando son贸 el timbre. Baj贸 a abrir. En el umbral de la puerta, hab铆a alguien disfrazado. Llevaba un hacha en la mano.

- ¿Truco o trato? –le pregunt贸.

-Lo siento, no tengo nada para darte –se excus贸 ella.

-Mejor –le respondi贸 el hombre, mientras empujaba la puerta y entraba en la casa.

La mujer, asustada, subi贸 las escaleras y se encerr贸 en el cuarto de ba帽o. Escuch贸 pasos acerc谩ndose. Cada vez m谩s y m谩s cerca.

- ¡No te escondas!, ¡no podr谩s escapar! -grit贸 el intruso.

Reconoci贸 esa voz. Pertenec铆a al hombre enterrado en la tumba que hab铆a destrozado.

- ¡Disfrut茅 viendo morir a tu hija, ahora lo har茅 contigo! 

Lanz贸 una carcajada malvada, siniestra, mientras destrozaba la puerta a hachazos.

 

 

REBELI脫N

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, m谩s conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...