lunes, 7 de marzo de 2022

LA SUERTE EN LA MUERTE

 

Cuando bajaron el féretro a la fosa, el joven no pudo más y se derrumbó. Había intentado mantener la poca compostura que le quedaba, pero aquella visión… pensar que su madre yacería eternamente en aquel hoyo oscuro y húmedo… La poca cordura que se aferraba a él con unas y dientes, con una desesperación desmesurada, se desvaneció, resquebrajando por completo la tela de la razón, por la cual, y como esperando el momento exacto para hacer acto de presencia se coló la locura.

Echó a correr. Atravesó el camposanto bajo la mirada atónita de los asistentes al entierro. Amigos y familiares que miraban estupefactos como el hombre se perdía entre el bosque de lápidas huyendo de algo, de alguien, de sí mismo, de su dolor, de su agonía, de la muerte…

Se subió al coche y aceleró. Necesitaba huir de aquel lugar, morada de muertos, de vidas sesgadas, de recuerdos extraviados, de nombres ya olvidados.

Y corrió y corrió por carreteras estrechas, por caminos de tierra, donde la noche lo encontró llorando al volante como un niño sin fiesta de cumpleaños.

Entonces...

Con su ultimo vestido, el escogido para el ultimo baile con la muerte. Su carmín rojo en los labios, su pelo suelto cayendo en cascada sobre sus hombros, su mirada ausente, sin vida, pero aun así lo miraba. Sus ojos aterrados, le suplicaban.

Aminoró la marcha, unos segundos, tiempo suficiente para darse cuenta de que los labios de su madre se movían con desesperación. Haciéndole señas con los brazos para que se detuviese. No escuchaba su voz. El alto volumen de la radio amortiguaba aquellos gritos desgarradores.

Por unos segundos vio aquel muro, que inexplicablemente habían levantado en medio de aquella carretera. Pisó el freno a fondo, sabiendo que si no lo hacía el impacto sería mortal.

No pudo evitar el choque frontal contra aquella pared. Pero sí pudo eludir a la muerte.

Aquella visión le salvó de una muerte segura.

Los sanitarios que acudieron al lugar de los hechos no podían explicarse el accidente. El coche presentaba fuertes daños en la parte frontal. Pero no había nada que les indicara contra que había chocado. No había un árbol, ni restos del atropello de un animal, ni una piedra, nada que se hubiera interpuesto en su camino.

“En la orfandad suprema de la muerte

Te vi caer al abismo de la suerte”

 

 

sábado, 5 de marzo de 2022

TENÍA UNA MISIÓN

 

A los cinco años me perdí en el bosque. Era muy travieso y con una imaginación desbordante. No recuerdo muy bien qué paso. Me vienen imágenes sueltas, envueltas en una densa niebla. Sólo sé que aquel día al atardecer cogí mi tirachinas, cargué los bolsillos de mi pantalón de piedras y me encaminé hacia el bosque. Por aquel entonces, me encantaban los tebeos de superhéroes y las ganas que tenía de ser uno de ellos. Salvar al mundo y todo eso. Aquella tarde me envalentoné y salí a cazar a aquel animal que oíamos aullar todas las noches y que tenía atemorizados a todos los vecinos de la aldea, incluidos mis padres, que hablaban de un ser, un demonio que venía a por las almas de los incautos.

La idea de ir a por él surgió de repente. Recuerdo estar dibujando a Superman. Guardé los lápices en un estuche con forma de huevo. Me puse una sudadera que tenía la letra A, de un color rojo intenso, impresa en la parte delantera y salí. La tarde llegaba a su fin. Cogí en el sendero que había detrás de mi casa con mi preciado tirachinas en la mano. Nunca me sentí tan seguro de sí mismo. Estaba más que convencido de que daría caza a aquel demonio.

Mi madre preparaba la cena con el sonido de la televisión de fondo. No estaba pendiente de las imagines, si lo hubiera hecho habría visto entre los corredores de fondo que estaban a punto de comenzar la carrera, al nuevo campeón mundial. Colocó la mesa. Se despistó al escuchar la puerta de la calle al abrirse. Mi padre regresaba de su taller mecánico. Se sentó ante la mesa mientras mi madre fue a llamarme a mi habitación. El hombre se levantó en busca de un tenedor. Su esposa irrumpió en la cocina. Estaba pálida. Su respiración era entrecortada. Trataba de decirle algo, pero le faltaba el aire. Se acercó a ella y trató de calmarla. La mujer le dijo que yo no estaba en la casa.

Ahí comenzó mi búsqueda. He de decir que yo nunca me sentí en peligro. Incluso cuando hubo anochecido y las primeras sombras fueron adueñándose del bosque me sentí seguro bajo la luz de la luna llena iluminando mis pasos.

Escuché aquella especie de aullido proveniente de las profundidades del bosque. Me pareció que sonaba muy cerca de donde estaba. Seguí caminando, mientras tensaba mi tirachinas dispuesto a disparar en cualquier momento. Escuche el crujir de una rama delante de mí. Disparé. Erré el tiro. El ciervo me miró y siguió su camino. Yo hice lo mismo.  Detrás de mi escuché mi nombre en bocas distintas. Sabía que me estaban buscando. No podía permitir que me encontraran antes de llevar a cabo aquella misión que tenía en manos.

Llegué a un claro. Vi a un hombre. Vestía de negro. Su pelo era amarillo como el sol, lo llevaba muy corto. Su tez era muy blanca. Me sonreía al tiempo que me alargaba la mano para que se la tomara. Sentí que una fuerza invisible que no podía dominar, se había adueñado de mí. Tiré el tirachinas que cayó a mis pies y comencé a caminar hacia él, hipnotizado. Tomé aquella mano que me tendía y sin mediar palabra comenzamos a caminar.

Escuché a alguien que se acercaba a mí corriendo y mi nombre envuelto en un grito desgarrador. Reconocí la voz de mi madre. Me agarró con fuerza levantándome del suelo. Solté aquella mano. Miré hacia donde antes estaba aquel hombre, pero… no había nadie.

Años después y recordando lo acontecido en la consulta de mi terapeuta, pude recordar algo más. Cuando comencé a caminar de la mano de aquel hombre sentí que de alguna manera éramos uno solo. Como si nuestros cuerpos se hubieran fundido en uno. Recuerdo ver una sombra reflejada en el suelo. Una sola. No dos. Era la sombra de un ser muy alto, con patas de chivo y con unos cuernos en su cabeza.

miércoles, 2 de marzo de 2022

EL HOMBRE DE LA BOLSA

 

Soy unos años mayor que mi hermanita. Recuerdo una canción que nos cantaba nuestra madre para que durmiéramos. A mí me daba miedo escucharla porque hablaba del hombre de la bolsa que se comía a los niños que se portaban mal. Un día en que mi madre trabajó hasta tarde, mi hermana y yo fuimos solos al parque. Yo jugaba al fútbol con mis amigos mientras ella jugaba al escondite con los suyos. Tuve un mal presentimiento cuando vi acercarse a un hombre muy flaco, con ropa holgada, muy gastada. Tenía una espesa barba gris y el pelo estaba enmarañado y muy sucio. Llevaba una gran bolsa a la espalda. Desapareció de mi vista entre unos árboles. Lo primero que se me vino a la mente fue la canción de mi madre y pensé que si aquel hombre existía era ese. Sentí pánico por el “hombre de la bolsa”. Giré la cabeza para localizar a mi hermanita, pero no la vi.  Pregunté a sus amigos, pero no sabían dónde estaba. No la volvimos a ver. Años después yo tenía mi propia hija. Y la historia se repitió. Mi hija despareció de igual qué manera que años atrás lo había hecho mi hermana. Soy policía y no paré hasta descubrir el paradero de mi pequeña. La idea se atornilló en mi mente con la fuerza de una obsesión. Aquel hombre vivía en una destartalada casa hecha de troncos y tablas en la profundidad del bosque. Fue por casualidad, gracias al aviso de unos cazadores que la habían visto. Nadie sabía de su existencia. Lo que descubrimos allí estaba fuera de los límites de lo racional. Huesos y calaveras de niños esparcidos por el suelo. El lugar era pequeño. Había un colchón sucio en el suelo, una vieja mesa en el centro y una silla. También una cocina a gas con varias ollas encima. Dentro había trozos de carne. Vimos una puerta al fondo. Atada con cadenas estaba mi hija. Seguía con vida. Ni rastro del hombre. Mis compañeros peinaron la zona. Encontraron un cobertizo detrás de la casa y el cuerpo de un niño colgado de unos ganchos. Le faltaban varios trozos de carne.

 

 

lunes, 28 de febrero de 2022

ANIVERSARIO

 

 

Los primeros rayos de sol se colaron en la habitación descubriendo a un hombre tendido en una cama. El sonido insistente de la alarma lo despertó. Alargó el brazo tanteando la superficie de la mesilla en busca del despertador. Lo cogió. Con las pocas fuerzas que le quedaban lo arrojó contra la pared. Se hizo el silencio. Pero parecía que los astros, se habían alineado ese día, para no dejarlo dormir. Sonó su móvil. Le estaban esperando desde hacía más de una hora. Se excusó y les pidió que se fueran sin él. Los alcanzaría más tarde. Se incorporó en la cama. Le dolía mucho la cabeza. La noche anterior se había pasado con la bebida, como venía haciendo desde….

Al apoyar los pies en el suelo, notó algo debajo de uno de ellos. Parecía una hoja de papel. La cogió. Había algo escrito en ella:

 

"No finjas no ver el eclipse de un beso, cuando se rozan nuestros labios Ni entender en qué lengua muerta, escriben nuestras manos el abecedario"

 

 

La soltó como si le quemara las manos y se levantó de un salto.

Reconocía aquellos versos, reconocía aquella letra. Eran de ella. Pero ella estaba muerta. Hoy era el primer aniversario de su desaparición en el bosque.

Fue al baño, se tomó un par de aspirinas y se dio una ducha caliente. No podía quitarse de la cabeza aquella nota. No sabía quien la había puesto allí. Lo más seguro es que alguien que los conocía bien lo hubiera hecho. A medida que pensaba en ello más seguro estaba de que era una broma, una muy macabra por parte de sus amigos y se iba enfureciendo a pasos agigantados. Se vistió y salió. Le quedaban un par de horas de camino hasta llegar al lugar donde la había visto por última vez. Se reuniría con los familiares y amigos para hacerle un homenaje. No habían encontrado su cuerpo.

El día se había oscurecido. Unas nubes grandes y oscuras tapaban el sol. No tardaría en llover.

A medida que se iba acercando los recuerdos se hacían más nítidos en su memoria. Había intentado durante esos doce meses olvidar lo que había pasado aquel día. Lo conseguía a medias con el alcohol que se había convertido en su única compañía desde entonces. Le ayudaba a mitigar los remordimientos.

Desvió la mirada un segundo para abrir la guantera y coger la botella que tenía allí. Cuando volvió a mirar a la carretera vio una mujer a pocos metros de su coche. Estaba inmóvil. Había algo en ella que le era familiar. Frenó. ¡Era ella! Vestía la misma ropa que llevaba ese día. El coche giró violentamente. Se salió de la carretera precipitándose por la ladera de la montaña. Dio varias vueltas de campana hasta impactar contra un enorme árbol que había a medio camino de aquel descenso. Una enorme rama rompió el parabrisas atravesando el pecho del hombre.

Todavía con vida, escuchó la voz de su esposa:

-Hace un año que me abandonaste en el bosque. Me dejaste sola, con una pierna rota mientras tú ibas por ayuda. Pero no diste el aviso hasta varios días después. Cuando yo ya había muerto. Te libraste de mí. Mi cuerpo fue devorado por las alimañas del bosque. Ahora te espera el mismo final. Nadie te encontrará aquí. Yo no lo permitiré.

Giró la cabeza para suplicarle por su vida, pero no vio a nadie. Lo que si vio fue a unos lobos mirándolo fijamente, mientras la saliva se escurría entre sus afilados dientes.

 

miércoles, 23 de febrero de 2022

NO SALGAS

 

El día llegaba a su fin. Las primeras sombras comenzaron a colarse en la casa. La anciana les pidió que cerraran las puertas, bajaran las persianas y que nadie saliera al exterior hasta el amanecer. Todos le obedecieron, nadie rechistó. Conocían lo que te podría pasar si la noche te cogía fuera de casa. Todos se reunieron en el salón, la anciana, su hija junto a su marido y los dos hijos de ambos, un muchacho de trece años y una jovencita de 17. Decidieron ver una película hasta la hora de dormir. Pero… faltaba la chica. Fueron a su habitación. No estaba. Un mal presentimiento se cernió sobre ellos. La muchacha había salido. Así era. Se había escapado para acudir con unos amigos del pueblo a una fiesta que se celebraba en el río.

La fiesta estaba en su pleno apogeo cuando la joven llegó acompañada de sus amigos. La música y el alcohol iban de la mano. En un momento de la noche uno de sus amigos se adentró en el bosque para orinar. Volvió al cabo de un rato acompañado de un hombre de unos treinta años, alto, delgado, vestido completamente de negro. Resurgió Orlok de la oscuridad. Se unió a la fiesta con ellos. Pronto fue el centro de todas las miradas. Contaba anécdotas que fascinaban a todos. La mitad de los que estaban a orillas de aquel río se agruparon a su alrededor, sin dejar de beber. Tenía don de gentes y las historias que les contaban los fascinaban. Hablaba de espíritus, apariciones, demonios y brujas. Les propuso un juego. Ir al bosque. Sabía de un lugar donde pasadas las doce de la noche, había apariciones. Envalentonados y entre risas nerviosas algunos de ellos decidieron ir con él. Otros siguieron con la fiesta riéndose de aquellas tonterías.

Al mismo tiempo que se iban internando en el bosque sus ánimos iban decayendo. Las risas cesaron y la tristeza y la pena los embargaban. Cada vez que se adentraban, más y más, la depresión hacía mella en ellos a pasos agigantados. Una enorme luna llena iluminaba el camino que les iba trazando aquel hombre. Unos ruidos muy cerca de ellos los puso en alerta. Se pararon, levantaron la mirada del sendero clavándola en los árboles que había a su alrededor, esperando que algún animal salvaje se abalanzase sobre ellos. Pero no ocurrió nada de aquello. Vieron sogas colgando de las ramas de cada árbol que había a su paso. El hombre se paró. Les gritó que se sentaran. Harían un descanso. Los muchachos lo hicieron, parecían hipnotizados. Nadie rechistó. El hombre se acercó al joven que iba tras él. Le susurró algo al oído. Éste se levantó, trepó al árbol, colocó la soga alrededor de su cuello y se dejó caer. Así fueron suicidándose uno tras otro.  El hombre bebió la sangre del primer muchacho. Luego hizo un ademán con la mano. Entre los árboles surgieron unas sombras que se abalanzaron sobre los colgados. La joven iba al final de la fila. Escuchó pasos acercándose a ella. Intentó levantarse. No pudo. El crujir de una rama le hizo girar la cabeza en la dirección contraria al hombre. Éste se puso en alerta. Una anciana apareció delante de él. Llevaba un crucifijo en la mano. No contó con el hombre que se había colocado tras él y que le asestó un fuerte golpe en la cabeza.

El amanecer lo encontró atado un árbol. El sol sale y Orlok arde en una nube de humo.

 

lunes, 21 de febrero de 2022

EL TAXISTA

 

Su amiga había llegado hacia escasos minutos de trabajar y había entrado en el salón donde estaba ella viendo la televisión, enfadada y malhumorada. Le preguntó qué le pasaba. Su amiga se sentó a su lado, le agarró fuertemente las manos y se lo contó. No podía creerlo. Él no le haría tal cosa, pensó. Era una equivocación. Tenía que verlo con sus propios ojos. “Ver para creer”. Así se lo hizo saber a ella que en un principio se negó rotundamente, pero tras mucho insistir logró convencerla y que la llevara al sitio donde había visto a su novio con otra mujer. Pararon el coche en la acera de enfrente de la cafetería. Por el gran ventanal se les veía muy cariñosos. Con cada caricia que el joven le hacía a aquella mujer, ella sentía un dolor punzante en el pecho como si le estuvieran clavando un cuchillo, una y otra vez.

Hicieron el camino de vuelta en silencio. No quiso cenar y se fue a la cama. Pasó la noche en vela, llorando.

Por la mañana no acudió a la facultad. Se sentía muy cansada. Miró el reloj. Las 8 de la mañana. Estaba sola en el piso. Su compañera ya se había ido. Se quedó mirando la foto que tenía en la pantalla de su móvil. Era de él. Se le veía feliz, sonreía. La habían hecho el verano pasado cuando había ido a pasar unos días a la playa. Esbozó una triste sonrisa al tiempo que le susurraba a aquella foto:

"Déjame que te diga,

tengo el corazón helado lleno de heridas,

soy vagabunda en la nieve con el alma perdida”

Dejó el móvil sobre la mesilla de noche, junto a un frasco de pastillas para dormir vacío.

 Los primeros rayos de la mañana que se colaban por la persiana de su habitación arrojó luz sobre ella, mostrándole la realidad de las cosas. Se incorporó en la cama sorprendida y asustada. Sus manos, así como su ropa, estaban cubiertas de sangre.

Con un esfuerzo casi sobrehumano logró levantarse de la cama y llegar al baño.

Su reflejo en el espejo le mostró un rostro pálido como la cera. Su pelo estaba enmarañado y se veía claramente restos de sangre en él.

 

Eran las 10 de la noche cuando el taxista recibió la llamada de su mujer diciéndole que saldría antes de trabajar. Así que dio por finalizado su trabajo por ese día. Recogería a su mujer en el trabajo y se irían a casa.

Hacía una semana habían asesinado a un compañero en la cafetería. Había salido a fumar al callejón que había en la parte de atrás, donde estaban los contenedores de basura. Su novia lo mató en un ataque de celos. El hombre se había liado con una cliente y al parecer la joven los había visto. Le había asestado varias puñaladas en el pecho causándole la muerte casi instantánea. Cuando la policía acudió a casa de la joven ésta se había tomado un frasco de somníferos. Encontraron su cuerpo, ya sin vida, en la cama.

Estaba llegando al restaurante donde ella trabajada cuando una joven que había salido de un portal le hizo señas para que se parara. El hombre dudó unos segundos. No porque la mujer no le inspirara confianza. Parecía una estudiante. Llevaba puesto un vestido blanco. Se paró y le dijo que no estaba de servicio. Iba a recoger a su esposa. Ella le preguntó dónde tenía que ir a buscarla. Él le indicó el lugar. Ella le respondió que iba en esa dirección y le suplicó que la llevara. El hombre no pudo negarse.  

Se pararon justo delante de la cafetería y bajo la mirada atónita y desconcertada del hombre ella entró en el local.

Su esposa se cruzó con ella en la puerta. Le extrañó que ni la mirara y así se lo hizo saber cuándo subió al coche.

Su esposa lo miró sorprendida y le preguntó de qué mujer hablaba, ella no se había cruzado con nadie en la puerta. Estuvieron un rato en el coche, él haciéndole ver que había dejado allí una muchacha con un vestido blanco, ella diciéndole que no había visto a nadie bajar de su taxi.

Al rato, la puerta del restaurante se abrió. En el umbral, estaba aquella joven. Tenía la mirada ida. Llevaba un cuchillo ensangrentado en la mano. Su vestido ya no era completamente blanco, tenía manchas de sangre. 

El hombre gritó con todas sus fuerzas y señaló la puerta.

Su mujer intentaba calmarlo diciendo que allí no había nadie.

 

 

 

miércoles, 16 de febrero de 2022

LA NIÑA MUERTA

 

Al final de la tarde el calor parecía haber aumentado unos grados. En la casa, el ventilador estaba a tope. El padre ante el portátil terminando unos informes del trabajo, sudaba copiosamente. El olor a asado impregnaba toda la casa. Sonó el timbre.

La mujer se contempló en el espejo de la entrada antes de abrir la puerta, sonrió ante la imagen reflejada en el espejo. Estaba muy guapa, como siempre. Eran ellos. La familia Cuesta, formada por Ana, su mejor amiga desde la infancia, Antonio, su marido y Lara la hija adolescente de ambas, compañera y amiga de su hija Alba.

El hombre cerró el portátil y se dispuso a recibir a las visitas. Abrazó a Antonio y lo llevó hasta el salón donde le sirvió una copa. Habían traído una cara botella de vino y una tarta de chocolate que tenía una pinta deliciosa. Las mujeres fueron hasta la cocina y lo guardaron en la nevera, luego ante una copa de vino, se pusieron al día de lo acontecido en las dos semanas que no se habían visto, mientras la cena terminaba de hacerse. Lara subió a la habitación de Alba.

El móvil de la mujer sonó. Estaba sobre la encimera de la cocina al lado del microondas. Se excusó con su amiga y fue a contestar. En la pantalla aparecía un número y un nombre que correspondía a la madre de su amiga Ana. La miró desconcertada, pero su amiga pareció no darse cuenta o fingir que no estaba atenta porque ni la miró. Tenía la mirada perdida en un punto más allá del ventanal de la cocina.

Al otro lado de la línea la mujer intentaba decirle algo que no entendía, debido a los llantos. Le pidió amablemente que se calmara. La mujer respiró hondo y le dijo:

- ¡Han muerto!

- ¿Quién ha muerto? –le preguntó la mujer.

-Los tres, Ana, Antonio y Lara –le respondió la anciana- en un accidente de coche hace unas dos horas. La policía se acaba de ir de aquí. Quieren que vaya a identificarlos.

- ¡¿Qué!?, no pude ser –le respondió- si están aquí, en mi casa, acaban de llegar, vamos a cenar juntos.

-No pueden estar contigo, están en el Instituto Anatómico forense, van a hacerles la autopsia.

La mujer se giró para contarle a su amiga lo que pasaba, pero…. no estaba.

Salió de la cocina para ir a buscarla y chocó con su marido en el umbral de la puerta.

Estaba pálido como la cera. Le dijo que Antonio se había ido.

Alba bajaba las escaleras corriendo mientras les preguntaba si habían visto a Lara, había desaparecido de su habitación. Estaban charlando animadamente cuando de repente, se esfumó.

Eran cerca de las diez de la noche cuando llegaron los cuerpos de una familia que habían muerto en un accidente de coche esa noche. Firmaron la entrega en unas hojas escritas que les entregó la policía. El forense ya se había ido a casa. Los dos guardias de seguridad llevaron los cadáveres a una de las salas.

Media hora después llegó otro cuerpo. Éste correspondía al de una niña de unos diez años, en avanzado estado de descomposición. Llevaba puesto un vestido rojo sucio y echo jirones y un sombrero que alguna vez fue blanco cubriéndole la cabeza. La habían encontrado unos ciclistas en la montaña.

Los guardias la pusieron en la misma sala donde estaban los otros tres cuerpos.

Hicieron la ronda y al terminar volvieron a la sala donde tenían los monitores que mostraban las imágenes de las cámaras colocadas en todo el edificio. Se sirvieron sendas tazas de café. En una de ellas la espuma había tomado la forma de una nube. Bromearon un rato con aquello. De pronto, escucharon unos fuertes golpes que provenían de la sala donde estaban los cuatro cadáveres.

Sonó el teléfono. Uno de ellos salió de la habitación para comprobar que todo estaba bien. El compañero atendió la llamada.

Era el forense que quería saber si habían llevado los cuerpos de la familia que había fallecido en el accidente. El guardia le dijo que sí. Guardó silencio unos minutos y luego le dijo que habían escuchado unos ruidos extraños en la sala y que su compañero había ido a ver qué pasaba.

Al otro lado de la línea se hizo el silencio. El guardia sólo lograba escuchar la respiración entrecortada del forense como si estuviera sufriendo un ataque de ansiedad. Le preguntó preocupado si estaba bien. No obtuvo respuesta. Pasados unos minutos el forense volvió a hablar, esta vez le preguntó, en un hilo de voz, si había llegado algún cuerpo más.

El guardia le confirmó sus sospechas. El cuerpo de una niña que encontraron en muy mal estado en el bosque, le dijo.

El forense se puso nervioso y le gritó que pusieran a la niña en otra sala y cerraran la puerta con llave. Inmediatamente después colgó el teléfono.

El forense vivía a dos calles del Instituto forense. Cogió el coche y se dirigió hacia allí.

El aparcamiento estaba vacío. Aparcó cerca de la puerta. Se iba a bajar cuando vio una sombra pasar corriendo por delante del coche. A pocos metros se paró y lo miró. Logró ver de quien se trataba e incluso pudo ver su cara manchada de sangre. Un grito desgarrador salió de su garganta. Al mismo tiempo los dos guardias de seguridad salían corriendo del edificio en dirección a él. Temblaban a causa del miedo que los embargaba. Sus semblantes estaban pálidos y tenían los ojos desencajados.

Hablando al unísono. Aun así, el forense pudo entender lo que trataban de decirle. Se volvía a repetir otra vez. Habían vuelto a encontrar a aquella niña. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo mientras los escuchaba. Le contaron que habían visto a aquella niña comiéndose los intestinos de aquella familia. ¿Cómo era aquello posible? Le preguntaban una y otra vez.

No conocía la respuesta.

Lo que sí sabía es que había que apartarla de los demás cuerpos, aislarla en otra sala.

La niña después de mirarlo fijamente durante unos minutos, huyó en dirección al bosque.

 

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...