martes, 3 de mayo de 2022

LA AGUJA DE LA MUERTE

 

Salió de la sala de reuniones desconcertado, aturdido y muy enfadado. Tenía que tratarse de un sueño. No podía ser de otra manera. Porque si no era así…. Significaba que aquello era el principio del fin de la humanidad.

Había votado que no a lo que se proponían hacer, aun sabiendo que su voto no valía nada si sus “colegas”, los 20 que estaban allí reunidos, habían dado un voto favorable. Estaba en clara desventaja.

Para cuando llegó a su despacho, le dijo a la enfermera que cancelara todas las citas. No tenía humor ni se sentía bien para atender a ningún paciente en lo que quedaba de día.

Cerró la puerta tras de sí dando un portazo y descargó su furia tirando todo lo que había sobre la mesa.  

Necesitaba salir de aquel hospital.

Fuera se había desatado una fuerte tormenta.

Empezó a correr bajo la lluvia. No vio el coche que en esos momentos se dirigía hacia él a gran velocidad. Se quedó petrificado. Aquello era el fin. Pero antes de perder el conocimiento reconoció al conductor. No le cabía la menor duda de que iban a por él.

Una mujer hablaba con un médico en un largo pasillo junto a la puerta abierta de una de las habitaciones del hospital. Le preguntaba por el estado de su marido que llevaba un mes en coma y todavía no se había despertado.

-Señora, sólo le puedo decir que hay que esperar. Puede salir del coma mañana, dentro de una semana, un mes o quizá no lo haga en años. No lo sabemos. Ha sufrido grandes lesiones internas.

Mientras tanto sentada en el borde de la cama una niña de unos seis años con un peluche en forma de sirena le hablaba a aquel hombre postrado en la cama.

- ¿Papá cuando vuelves a casa con nosotras?

Lo zarandeó para que se despertara.

Bajó de la cama y se dirigió hacia la mujer.

Su mamá seguía hablando con aquel hombre mayor vestido con una bata blanca. Esperó sentada en el pasillo a que su madre se diera cuenta de que estaba allí. Tenía prohibido molestar a los mayores cuando estuvieran hablando.

Jugaba con su sirena mientras le llegaban retazos de la conversación. Ellos o no se habían dado cuenta de su presencia o pensaban que prestaba más atención a jugar con su peluche que a lo que estaban hablando ellos dos.  

Pero ella estaba escuchando.

-Piense lo que le acabo de decir. Tal vez no despierte nunca y el gasto del hospital se va a disparar cada día que pase aquí.

-Pero lo que me propone es…. matarlo- musitó ella

-No, ese dinero se lo da el hospital y lo puede invertir en la educación de su hija, en una buena universidad. Hace un mes que lo hemos decidido en una junta extraordinaria. El gasto que conlleva un paciente de larga duración por una enfermedad grave que le dejará secuelas de por vida, le será entregado a su familia un cincuenta por ciento de dicho gasto, si ésta decide parar el tratamiento y por consiguiente dejar la cama libre.

La mujer había comenzado a llorar.

-No sé- logró decir.

-Mire, aquí tengo una hoja con los cálculos hechos del dinero que supondrá que su marido esté ingresado durante un año.

La mujer con los ojos anegados en lágrimas contempló aquella cifra de varios ceros. Abrió la boca sorprendida para decir algo, pero se lo tragó junto con las lágrimas que corrían por sus mejillas.

- ¿Está seguro que no despertará? -logró preguntarle

-Los daños cerebrales son muy graves y si despierta será una persona dependiente toda su vida. Escuche…

Se acercó a ella como si le fuera a contar un secreto

-Usted es joven. Puede rehacer su vida cuando quiera. No creo que quiera malgastarla cuidando de una persona que la va a necesitar toda su vida para T O D O. –le dijo, recalcando esa última palabra y estirándola en el tiempo.

- ¿Podré despedirme de él?

-Claro que si, además….

Y siguieron hablando. La niña no quiso escuchar más.

Entró en la habitación y se subió a la cama donde yacía su padre.

-¡¡Papá!!!- lo zarandeó todo lo fuerte que sus fuerzas le permitían. - ¡Tienes que despertar! ¡Lo tienes que hacer ya! Mamá y ese señor te quieren matar.

Se acurrucó a su lado llorando. Se quedó dormida.

 

Sintió la humedad sobre su cara y un calor en su mejilla izquierda. Todo estaba muy oscuro. Fuera donde fuese que estuviera era frío y húmedo, sin luz, sólo oscuridad.

¡Un momento! Escuchaba algo. Llantos. Parecían lejanos. Shhhh. Eran de una niña. Decía algo.

¿Por qué no podía entenderlo? Sonaba muy lejos. Tenía que moverse. Pero ¿hacia dónde? Estaba desorientado. Todo a su alrededor estaba negro. Otra vez la voz. Se movió en aquella dirección. Cada vez la escuchaba más cercana. ¡Papá! Si, lo había oído. La reconoció. Era de su pequeña.

Entonces todo se movió. Él se movía. Como si fuera parte de los ingredientes de una coctelera que estaban agitando. Le dolía la cabeza. Se estaba mareando. Escuchó otra vez la voz de su niña. ¡Tienes que despertar! ¡Abre los ojos papá!

No podía hacerlo. Un momento, la oscuridad se estaba disipando. Una puerta se cerró tras él dejándola atrás. Sintió presión en su pecho. Se estaba ahogando. Tenía que tomar aire. Necesitaba respirar……

El hombre se incorporó en la cama, con los ojos abiertos de par en par, llevándose por delante a la niña que se había tendido sobre su pecho en un intento de evitar que aquel hombre de la bata blanca le clavara una aguja, la aguja de la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 2 de mayo de 2022

DESPUÉS DE LA TORMENTA.....

 

El día había amanecido claro y luminoso. Sin embargo, a media mañana el cielo se cubrió de unas grandes, amenazantes y oscuras nubes. Las sombras se fueron dispersando por aquel pequeño pueblo costero.

Esas sombras comenzaron a trepar por las paredes, cubriendo puertas y ventanas, impidiendo así la entrada y salida de la gente, convirtiendo en prisioneros a todos sus habitantes dentro de sus propias casas.

La silueta de aquellas sombras era similar a la humana.  Estaban provistas de brazos y piernas, aunque eran inusualmente grandes. Tenían una cabeza muy pequeña en comparación con la longitud del cuerpo de casi dos metros de altura. No tenían cara. Sólo eran oscuridad.

La ciudad al completo entró en pánico al darse cuenta de que hicieran lo que hiciesen no podían escapar de aquel encierro que le habían impuesto.

Los gritos de pánico y terror se dejaban escuchar por todas partes. Gritos desesperados y aterradores por salir. No sabían cuánto duraría aquel encierro y el no tener las respuestas a esa y otras muchas preguntas estaba haciendo mecha en la salud mental de cada uno de ellos. Los móviles no funcionaban. Tampoco había luz. Todo era un plan urdido por el mismísimo demonio. 

Lo que ocurrió allí, también pasaba en otros lugares del mundo. Lugares clave mencionados en todos y cada uno de los libros sagrados de todas las religiones.

Mientras tanto, una mujer joven ataviada con un vestido blanco, se paseaba por las calles vacías esbozando una sonrisa malvada, escalofriante.

 

Comenzó a llover. El sonido de la lluvia amortiguaba los llantos y lamentos que cada vez se escuchaban con menor intensidad.

La mujer comenzó a bailar bajo la lluvia.

Su danza macabra la llevó hasta la playa.

En el mar, que había estado en calma hasta ese momento, comenzó a formarse grandes olas.

La joven se lanzó al agua. Habían desaparecido sus piernas, dejando ver una gran cola de pez. Su rostro ya no era el de una muchacha joven y hermosa. Se había transformado en la de un ser monstruoso con grandes colmillos, garras en vez de manos y un par de cuernos a ambos lados de la frente. Su nombre: Siredil

Una ola de unos cinco metros de altura se acercaba a pasos agigantados hacia la orilla.

En cuestión de minutos el pueblo quedó destruido.

Dejó de llover.

El agua fue retrocediendo hasta regresar al lugar de donde provenía, el mar.

La tierra comenzó a temblar. Se formaron varias grietas en ella. Por allí comenzaron a salir al exterior cientos, miles de seres oscuros.

Después de la tormenta nunca llegó la calma.

 

 

 

 

 

miércoles, 27 de abril de 2022

EL OJO

 

Tras la operación de córnea por haber perdido la visión del ojo izquierdo en aquel fatídico accidente de coche que casi le cuesta la vida, regresó a casa acompañado de su mujer. Estaba radiante de felicidad.

Se encerró en el baño. Delante del espejo contempló el milagro que habían obrado los médicos. Cerró el ojo izquierdo, luego el derecho. Quería cerciorarse de que la visión era la misma en ambos ojos.

Tras varios intentos acompañadas de las muecas pertinentes, llegó a la conclusión de que los colores y las formas eran más nítidas a través del ojo operado. Volvió a hacer la prueba. Cerró el ojo izquierdo. Los colores a través del ojo derecho no eran tan intensos. Cerró el otro. Había una diferencia abismal que pasaba desapercibida si tenía ambos ojos abiertos. O se estaba volviendo loco o aquello no era normal. Tendría que hablar con el médico. Hizo una última prueba. Cerró el derecho de nuevo. Entonces pasó. Vio reflejada una figura en el espejo. Un hombre. Se volteó. Estaba solo en el baño.

Volvió a fijar su mirada en el espejo, pensando que había sido fruto de su imaginación. Seguía con el ojo derecho cerrado. El hombre seguía allí. Lo veía a través del espejo Estaba tras él. Su sonrisa macabra lo hizo estremecer de miedo. Aquella figura lo agarró por los hombros con una fuerza descomunal mientras le susurraba al oído con una voz gutural que le heló la sangre: “tienes algo que me pertenece”. Gritó. Lo hizo como nunca lo había hecho en toda su vida.

La puerta se abrió de golpe. Su mujer entró en el baño. Encontró a su marido tumbado en el suelo. Se arrodilló junto a él

- ¿Estás bien cariño? ¡Dime algo! ¿qué te pasa? - le suplicaba ella.

Él se despertó aturdido como si lo hubieran sacado de un mal sueño. Le dijo que estaba bien. Pero… ¿lo estaba? No.

Ella pudo ver con desconcierto que sus ojos habían cambiado, por lo menos el izquierdo, el que le había operado. Había cambiado de color, pasando del tono azul cielo a un negro intenso como la noche más cerrada.

-Tenemos que ir al hospital, te has dado un fuerte golpe en la cabeza –le dijo su esposa visiblemente asustada

-Estoy bien –mintió él mientras se levantaba del suelo.

Había perdido la visión de su ojo derecho, el sano.

No se lo contó a ella. ¿Para qué? Eran sus ojos y su visión, la zorra esa ya sabía demasiado. Salió del baño. Caminó con paso lento hasta la cocina. Se sentía diferente., como si fuera otra persona. Ya no le invadía la felicidad de hacía unos minutos. No. Estaba enfadado. Consigo mismo, con el mundo, con su esposa. Tenía ganas de….

Ella lo siguió. Hablaba y hablaba. ¿Por qué no se callaba? Cuanto más parloteaba ella, más crecía la rabia y la ira en él. Comenzó a recordar…. La infidelidad de ella con su mejor amigo. Las humillaciones que le hacía su suegro, el cual, era su jefe. Aquel accidente en que ella salió indemne y él había perdido la visión porque se habían enzarzado en una discusión sin fin y había perdido el control del coche.

Recordaba y recordaba…

Al final no lo soportó mas.

Su ojo despertó las tormentas.

Las tormentas que estaban adormecidas en su interior y que clamaban a gritos venganza.

Le rebanó la garganta con un cuchillo.

Luego con una tranquilidad pasmosa llamó a la policía y confesó su crimen.

Esperó pacientemente a que llegaran.

No había soltado el cuchillo.

Los esperó tras la puerta.

Sonreía.

 

 

 

lunes, 25 de abril de 2022

MOMENTOS

 

Aprendió a callar y a fingir que todo iba bien. Aprendió a distinguir lo que era real de lo que no. Tuvo que hacerlo.

Quería ser “normal”, llevar una vida como los demás sin correr el riesgo de que la tildaran de “rarita” o de loca. Un día, antes de comprender que, para sobrevivir en aquel mundo lleno de normas, entre las que se encontraban las morales, tenía que aprender a hacerlo. Tenía que aprender a fingir.

Una tarde se sinceró con su madre. Le contó lo que le pasaba. Necesitaba ayuda y creyó que ella podría brindársela.  Ésta, a su vez, se lo contó a su padre. A partir de ese día comenzaron las idas y venidas de una consulta médica a otra. Le pedían, amablemente, que dibuja mientras como si de un juego se tratara, le hacían una pregunta tras otra que ella, como todo niño de jardín de infancia respondía con sinceridad tratando de hacerse entender con su escueto vocabulario. Pero la mente adulta de aquellos médicos, plagada de patrones y estereotipos inculcados por la sociedad de la que formaban parte, no entendían lo que ella les relataba con aquella inocencia que una vez tuvieron y de la que ya no quedaba nada en ellos.

 Si sales del rebaño estás perdido.

A pesar de su corta edad, era bastante avispada y fue comprendiendo que lo que dibujaba en aquellas hojas en blanco que le daban no hacía más que emporar las cosas. Dejó de dibujar fantasmas, gente muerta y comenzó a dibujar árboles, flores, montañas y casas. De repente, todo cambió. Dejó de visitar a toda aquella gente y en su casa las cosas cambiaron para mejor. Ya no la miraban como si fuera un monstruo de feria, ahora lo hacían con amor. A ella le gustaba aquello. Se sentía querida.

Aprendió la lección, vaya si lo hizo. Aprendió a callar lo que veía y sobre todo a no hablar de ello. Aprendió a distinguir los vivos de los muertos cuando se los cruzaba por la calle. Era un alivio poder hacerlo, aunque con algunos les costaba más, sobre todo con los que habían muerto recientemente debido a que su aspecto todavía no se había deteriorado haciendo que las diferencias entre los vivos fueran mínimas. Pero aprendió. Y se sintió aliviada de haberlo hecho.

A veces, cuando estaba sola, le gustaba hablar con ellos. No todos eran malos, algunos estaban perdidos, se sentían solos, desorientados y se pegaban a ella buscando un poco de conversación, nada más. Le contaban sus historias y ella les escuchaba con atención. Algunas de ellas eran realmente fascinantes, llenas de dramas que la hacían llorar. Ellos eran agradecidos y la protegían alertándola de los oscuros, los olvidados. Le enseñaron a distinguirlos. La clave estaba en sus ojos. Oscuros como la noche, oscuros como el pecado. De momento le servía fingir que no los veían. Pero no bastaba con ello. Eran conocedores de la capacidad que tenía ella para ver muertos. Podían tomar una apariencia más humana, solían engatusar con sus dulces y amables palabras que, si les prestabas atención, lograban meterse dentro de ti obligándote a hacer cosas “malas” no sólo a los demás sino a ti mismo. 

En el instituto todo iba bien. Sacaba buenas notas y había hecho muchos amigos.

Le encantaba escribir. Devoraba un libro tras que sacaba de la biblioteca. Su temática preferida era la de terror. Había descubierto un par de escritores de ese género que le fascinaron. Y no paró hasta leer todos sus libros. Aprendió a comprender mejor a los fantasmas con los que vivía diariamente. Descubrió el mundo de las brujas y los demonios. Y comenzó a escribir su propio libro basado en la experiencia de los no vivos con su encuentro con la muerte. Lo tituló: MOMENTOS CASI PERFECTOS PARA MORIR.

Una tarde fue a estudiar a casa de una amiga. Cuando terminaron se dieron cuenta de que se había hecho muy tarde. Había anochecido. Ella no vivía muy lejos, tan solo a dos calles de allí. Los padres de su amiga se ofrecieron a llevarla a su casa. Ella rehusó el ofrecimiento diciéndoles que prefería caminar.

Las farolas de las calles se habían encendido. Quedaba unos metros para llegar a su portal cuando descubrió que aquel tramo estaba completamente a oscuras. Las farolas no estaban encendidas. Apresuró el paso agarrando con fuerza su carpeta contra su pecho a modo de escudo. Entonces lo vio.

Había un joven sentado en el bordillo de la acera bajo la única farola encendida en todo aquel tramo de la calle y que, casualidad o no, era la situada justo enfrente a su casa. Ella pasó a su lado sin mirarlo intentando pasar desapercibida. Pero no fue así. Él la llamó por su nombre. Ella, pasmada al escuchar que la llamaba, volteó la cabeza para mirarlo pensando que también lo conocía, quizá del instituto o fuera algún vecino. El corazón le latía apresuradamente en su pecho. Estaba nerviosa.  Era muy guapo, un poco mayor con ella. Le sonreía. Le hizo una seña con la mano para que se sentara a su lado disculpándose al mismo tiempo por haberla asustado. Ella vaciló sólo unos segundos antes de sentarse junto a él. Sabía que aquel muchacho estaba muerto. Pero no le importó. Había algo en aquel joven que la atraía enormemente. El comenzó a preguntarle cosas sobre ella. La había visto por el barrio. Conocía su nombre porque así la habían llamado unos amigos al despedirse de ella en su portal.

La había cogido una mano. La acariciaba con ternura. Sintió una especie de electricidad recorriendo su brazo para luego extenderse por todo su cuerpo seguido de un escalofrío que la hizo estremecer. Aun así, no podía desviar su mirada de aquellos ojos color avellana que la observaban con dulzura.  Se sentía tan a gusto a su lado….

Al mismo tiempo notaba que sus fuerzas se iban debilitando a cada segundo que pasaba. El cansancio cayó sobre ella como una losa. Se sentía débil, a punto de desmayarse. Escuchaba la voz de aquel joven en su cabeza. Él no movía los labios. Algo le pasaba, algo que no le gustaba. Intentó moverse, levantarse, huir de allí. Pero no pudo hacerlo. Era como si su cuerpo se hubiera quedado pegado al bordillo de la acera.

Entonces la voz de su madre desde la ventana se escuchó por toda la calle que en aquellos momentos estaba vacía, salvo por ellos dos. Salvo por ella. Él alzó la mirada. Sus ojos cambiaron de color. Y pudo ver rabia e ira dibujadas en su cara. La fuerza que hasta ese momento había ejercido sobre ella desapareció. Aprovechó aquellos segundos para levantarse con verdadero esfuerzo. Dándole la espalda, comenzó a caminar lentamente hacia hasta que el portal. Escuchó su nombre envuelto en un grito desgarrador, espeluznante, tras de sí. Continuó caminando sin mirar atrás.

Subió las escaleras. Estaba recuperando las fuerzas poco a poco. Entró en casa. Estaba a oscuras. ¡Qué extraño! Pensó.  Encendió la luz. Había una nota sobre la encimera de la cocina. La leyó con manos temblorosas.  “Papá y yo fuimos a casa de la abuela, volveremos pronto”. 

 

 

 

miércoles, 20 de abril de 2022

EL TIEMPO DE LA MUERTE LLEGÓ

 

Se despertó muerto de frio y con un dolor punzante en el pecho. Se lo tocó. Sus manos se impregnaron en sangre. ¡Era suya! Entró en pánico, intentó levantarse, pero…  

Volvió a despertarse.  Esta vez en una habitación enorme rodeada de libros y antigüedades por todas partes. Estaba sentado en un sillón orejero. Frente a él, en otro similar, había un hombre completamente vestido de negro. De edad indeterminada. Lo miraba fijamente. Su mirada le causaba malestar y calor, mucho calor… En medio de los dos, había una mesa de cristal. Sobre ella descansaba un único objeto. Un reloj de arena. La parte inferior estaba completamente llena. Le entraron unas ganas desmesuradas de levantarse y darle la vuelta. Aquel hombre, como si le leyera el pensamiento, le dijo con calma, pero con un tono de voz firme que no daba pie a una negativa:

-No lo hagas. El tiempo de la muerte llegó.

Entonces… aquella habitación se desvaneció. Se sentía ligero como una pluma. Flotaba. Estaba pegado al techo al lado de un tubo fluorescente. Alguien hablaba. Era un hombre con una bata blanca que, seguramente, en algún momento había estado limpia. Presentaba diversas manchas, de varias tonalidades, pero las que más predominaban eran, sin duda, las de color rojo. Había alguien con él.  Un joven. Hablaban. Se colocó a su lado y escuchó: la causa de la muerte de este hombre fue, sin lugar a dudas, un infarto. Aquel hombre era él.

domingo, 17 de abril de 2022

HUYENDO DE LA MUERTE

 

 

Se vino a vivir aquí hace un par de meses. Hasta entonces éste era el lugar de veraneo para él y su familia. Pasaron los años.  Se divorció. Apareció unas cuantas veces acompañado de sus hijos. Éstos se hicieron mayores y volvía solo.

Llegó aquí, una fría tarde de invierno, para alejarse del mundo. Del ruido, la ingratitud y la miseria humana, de la mentira, la esclavitud psicológica, de la gente en general, de la oscuridad y de la muerte…

La casa situada entre la espesura del bosque, es un lugar idílico para encontrar la paz que tanto anhelaba. No hay teléfono, ni televisor, ni mucho menos internet. Pero ahí está con esa sonrisa permanente dibujada en su cara, satisfecho de estar aquí y feliz de no tener que ver a nadie. Tiene un libro en su regazo, se ha quitado las gafas de leer y contempla el paisaje que, como si de un cuadro se tratase, le ofrece el gran ventanal del salón. Me coloco a su lado para tener una perspectiva más clara de lo que está viendo.

Al pie de la ladera donde está ubicada la casa hay un lago. Descansando en la orilla un bote de remos. El que utiliza casi a diario para ir a pescar o simplemente dar un paseo por aquellas aguas cristalinas que bajan directamente de la montaña.

Respira hondo. Es feliz. Lo siento. Se puede palpar la felicidad que rebosa por cada poro de su cuerpo.

Le gusta aquella ausencia de ruido. El sonido del silencio a su alrededor. Enturbiado, de vez en cuanto, por el canto de algún pájaro o el crujir de las ramas de los árboles al ser mecidas por el viento.

A mí también me gusta esta paz que se respira. Por eso no me he ido nunca de aquí. No encontraría un lugar mejor para pasar la eternidad.

Hay un par de pajarillos ocupados en hacer un nido. Vuelan buscando hojas secas y palitos. De aquellos huevos saldrán nuevas vidas en un mundo en guerra. Un mundo cubierto por el manto de la muerte. Qué ironía. Si no que me lo digan a mí.

Siento el ritmo acompasado de su respiración. Se quedó dormido. Los pajaritos siguen con…. ¿Qué es eso? Una sombra gira en la esquina de la casa. Una figura se cuela por la ventana abierta de la cocina. Lleva un cuchillo en la mano. Esto se pone feo.

Aquella figura completamente vestida de negro. Lleva puesta una capucha. Se acerca muy despacio hacia donde está el hombre dormido. No puedo hacer nada.

Un potente ruido despierta al dueño de la casa. La figura oscura proyecta su mirada más allá de los vidrios del ventanal. Yo hago lo mismo. Es un avión. Vuela muy bajo. Demasiado.

Entonces….

Todo salta por los aires.

Frente a mí, mirándome hay cuatro ojos, abiertos de par en paz, asustados desconcertados.

Ahora me toca explicarles que están muertos.  

 

 

 

viernes, 15 de abril de 2022

OSCURA VERDAD

 


 

Recuerdo aquel fin de semana con una mezcla de sentimientos dispares. Una euforia desatada y un dolor de puñales clavados en el corazón, desgarrador, mortal.

El colegio había organizado una excursión a las montañas. Pasaríamos tres días y dos noches fuera de casa. Estaba feliz, radiante, rebosaba alegría por todos los poros de mi cuerpo. A mis doce años pasar tanto tiempo fuera de casa era toda una aventura. Pero al mismo tiempo, me preocupaba que mi madre se quedara sola. Mi padre viajaba mucho por temas de trabajo.  Y por aquel entonces llevaba fuera de casa más de una semana. Mi madre me prometió que estaría bien, que fuera tranquilo y disfrutara de esos días. Sería una experiencia maravillosa que no olvidaría nunca. Y qué razón tenía. Aquel fin de semana no lo he borrado de mi memoria, ni creo que lo haga mientras me quede un halo de vida.

A pesar de que llevaba poco tiempo en aquel pueblo, unos seis meses creo recordar, había hecho amigos con facilidad. Nos habíamos trasladado allí desde la otra punta del país al morir mi abuela. Mi padre heredó la casa. Era muy grande y estaba muy bien cuidada. En un principio me enfadé un poco por el cambio, dejar a mis amigos atrás, mi escuela, todo lo que conocía. Pero supe adaptarme bastante bien.

Cuando llegamos a nuestro destino montamos las tiendas y pasamos el resto de la tarde zambulléndonos en las cristalinas aguas del lago hasta la hora de cenar. Nos acostamos muy tarde esa noche y la siguiente también, porque las pasamos contando historias de miedo alrededor de una hoguera. Fueron unos días cargados de emociones y buenos recuerdos. El fin de semana transcurrió sin ningún contratiempo. Todo habían sido risas y diversión.

Había anochecido cuando llegamos a la escuela. Nuestros padres nos recogerían allí. Mi madre no estaba. Podía entender que mi padre no fuera a buscarme, lo más seguro es que no hubiera regresado todavía de su viaje, pero mi madre…. Ella siempre venía a recogerme. Comencé a caminar a casa, que no distaba mucho de la escuela, molesto y algo enfadado con ella por aquel olvido.

Los padres de mi mejor amigo se ofrecieron a acompañarme, pero les dije que no hacía falta que si me daba prisa no tardaría en llegar. Les di las gracias y comencé a caminar todo lo deprisa que podía teniendo en cuenta que cargaba con el saco de dormir y una mochila bastante pesada con todas mis cosas a la espalda.

Al llegar a mi casa me extrañó no ver luces dentro. La puerta de la entrada estaba cerrada. Toqué el timbre y llamé a mi madre, pero no obtuve respuesta. Di la vuelta y me encaminé hacia la puerta trasera. La poca luz que arrojaba la luna me permitió ver montículos de tierra por todo el jardín. Alguien había estado cavando. Quien fuera que lo había hecho estaba claro que buscaba algo. Me acerqué al hoyo que tenía más cerca. Había huesos desenterrados. Desconcertado sin saber qué pensar corrí hacia la puerta.

 La abrí y frente a mi vi una figura envuelta en sombras sentada en una silla. Reconocía a mi madre. Quise encender la luz, pero en un hilo de voz me pidió que no lo hiciera. Me acerqué a ella. Sus pies y sus manos estaban atados y su vestido estaba cubierto de sangre. ¡Su propia sangre! Presa del pánico le pregunté qué había pasado mientras intentaba desatarla. Estaba muy mal herida. Tenía la cara llena de moratones. Pero lo peor… lo peor fue ver su mirada clavada en mí llena de pánico, con los ojos vidriosos. Tenía un corte en la garganta. No parecía profundo. La sangre emanaba de ella, llevándose consigo la vida de mi madre.

Conseguí desatarla y la tumbé en el suelo. Grité con todas mis fuerzas pidiendo ayuda. Ella me agarró de un brazo. Intentaba decirme algo. Me incliné para escuchar lo que quería decirme. No podía parar de llorar.

“Cada palabra es una historia que extiende la virtud y la violencia de la humanidad”

Sentí pasos acercándose. Los vecinos escucharon mis gritos y se acercaron. La policía no tardó en llegar. Cuando lo hicieron mi madre ya estaba muerta.

Luego me enteré de que mi padre la había matado. El hombre que yo conocía, el hombre cariñoso que jugaba conmigo, era un asesino.

Cuando mi padre era un adolescente y vivía en aquella casa, habían desaparecido algunas chicas en aquel pueblo. Nunca cogieron al asesino.

Mi padre fue a la universidad. Al terminó viajó por todo el país, viviendo en varios lugares hasta que conoció a mi madre y se quedó a vivir en la ciudad donde nací y de la que nos habíamos ido hacía poco tiempo. Lo que yo no sabía es que allá donde fuera mi padre desaparecía gente. La policía le pisaba los talones. Al sentirse acorralado decidió volver al pueblo, donde todo había comenzado. Pero no quería vivir bajo el mismo techo que mi abuela. Una mujer autoritaria con un carácter muy fuerte y conocedora del secreto que tan celosamente guardaba su hijo. Así que mi padre no tuvo reparos en matarla haciéndole tomar un frasco entero de sedantes que le había recetado el médico para dormir. Debido a su avanzada edad y a la demencia que venía padeciendo los últimos meses, dieron por hecho que había sido ella la que por su propia mano las había tomado, en un momento de enajenación mental.

Mi madre tenía una pasión, la jardinería. Siempre estaba cuidando sus flores y plantando unas nuevas. Recuerdo que unos días antes de irme a aquella excursión había comprado varios árboles frutales. La teoría es que cuando estaba cavando la tierra para plantarlos encontró algún hueso. Eso la llevó a segur cavando y seguir encontrando más y más. Eran los huesos de las jóvenes desaparecidas cuando mi padre vivía en aquella casa.

Cuando llegó de su viaje y encontró a mi madre cavando en el jardín supo que había sido descubierto. Ella le preguntó qué significaba aquello. Él se puso nervioso y la mató. O eso creyó antes de huir. Pero de alguna manera mi madre logró mantenerse con vida hasta que yo llegué.

Mi padre se convirtió en el asesino en serie con más muertes a su espalda que ningún otro conocido, dejando un reguero de cadáveres allá por donde pasara.

Hoy lo ejecutarán. Estaré presente y lo miraré a los ojos hasta que la muerte lo lleve al infierno.

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...