mi茅rcoles, 10 de agosto de 2022

MENTIRAS

 

Era una soleada tarde de verano de un d铆a muy especial para ella. Su cumplea帽os. Sus padres hab铆an preparado una gran mesa en el jard铆n. Sus primos, sus t铆os, sus abuelos, sus amigos, todos estaban all铆 reunidos. Pero aquel no era una celebraci贸n cualquiera. Hab铆a salido del hospital, hac铆a menos de una semana, tras someterse a un trasplante de ri帽贸n.

Lleg贸 el momento de los regalos. Su padre se acerc贸 a ella y le entreg贸 un peque帽o paquete envuelto en papel de regalo de color blanco con un lazo rojo. Lo abri贸. Dentro hab铆a una cadena de plata con un colgante en forma de mariposa. Era precioso. Mir贸 a su padre con los ojos llenos de l谩grimas y lo abraz贸 con fuerza. Entonces el cuerpo de su padre se deshac铆a entre sus brazos mientas escuchaba una voz que dec铆a. “nada es lo que parece”.

Grit贸. Hab铆a sido una pesadilla, la misma que durante las 煤ltimas semanas, la despertaba noche tras noche.

Un mes despu茅s de su cumplea帽os, hab铆an sufrido un accidente de coche cuando iban de camino al colegio. Ella sali贸 ilesa salvo por algunos rasgu帽os. Su padre hab铆a pasado varios d铆as en el hospital hasta que la muerte se lo llev贸.

Hab铆an pasado quince a帽os y todav铆a recordaba con gran nitidez, cada detalle de aquel accidente. Pod铆a sentir la angustia y el miedo que la hab铆an embargado en esos angustiosos momentos.

Sab铆a que esa noche le costar铆a volver a dormir. Mir贸 la hora. Las doce y media. Se levant贸 y se encamin贸 hacia la cocina a beber un vaso de agua.

Escuch贸 un ruido a sus espaldas. Pensando que era Juan, su marido, le pregunt贸 si tambi茅n se hab铆a desvelado. Al no obtener respuesta se gir贸. No hab铆a nadie. Estaba sola. Pero hab铆a algo sobre la mesa de la cocina. Algo que antes no estaba. Una caja peque帽a. Dentro hab铆a un colgante. Lo reconoci贸 al instante. Era como el que le hab铆a regalado su padre el d铆a de su cumplea帽os y que hab铆a perdido el d铆a del accidente. Nunca apareci贸 a pesar de todos los esfuerzos que hicieron por encontrarlo. Y ahora… estaba all铆 delante de ella.

Pensando que hab铆a sido obra de su marido, cogi贸 la caja y fue hasta la habitaci贸n. Encontr贸 a Juan completamente dormido. ¿Si no hab铆a sido 茅l, qui茅n hab铆a sido entonces?

Volvi贸 a la cocina. Se sent贸 y lo contempl贸 durante unos minutos. Reuni贸 las fuerzas suficientes para sacar el colgante de aquella cajita. Le dio la vuelta y all铆 estaba, la inscripci贸n que hab铆a mandado grabar su padre, “Mi gran guerrera. Te quiere, pap谩”.  Rompi贸 a llorar.

Miles de recuerdos se agolparon en su memoria. Recuerdos que no quer铆a evocar pero que emerg铆an uno tras otros a una velocidad vertiginosa. Comenz贸 a recordar los d铆as angustiosos que hab铆a pasado mientras su padre luchaba por sobrevivir. Y el momento en que el m茅dico le hab铆a dado a su madre la fat铆dica noticia de su fallecimiento.

Record贸 que a partir de ese momento todo hab铆a sucedido muy deprisa. El ata煤d cerrado, y el entierro pocas horas despu茅s. Su madre rota de dolor apenas se mov铆a. Dej贸 de hablar. Sus abuelos la hab铆an cuidado durante los meses posteriores a la muerte de su padre mientras esperaban la recuperaci贸n de su madre. Pero la anhelada mejor铆a nunca lleg贸. Meses despu茅s se quitar铆a la vida.

A pesar del trauma que hab铆a sufrido sus abuelos se volcaron en ella d谩ndole una buena vida y sobre todo mucho cari帽o y comprensi贸n, acompa帽谩ndola en cada paso que daba. Nunca se hablaba de su padre en casa. Ella siempre pens贸 que era a causa del dolor de la p茅rdida. Ellos hab铆an perdido a un hijo y a una nuera. Era mucho dolor.  Nunca volvi贸 a la casa que hab铆a compartido con sus padres.

Y ahora…

Volvi贸 a escuchar otro ruido. Una puerta se cerr贸. Sali贸 al pasillo.

-Juan, ¿eres t煤? –pregunt贸 en un tono entre asustado y enfadado. Porque si su marido la quer铆a asustar lo estaba consiguiendo con creces.

Sinti贸 un fuerte dolor en la cabeza.

Poco a poco, fue recobrando la conciencia. Los recuerdos de lo que hab铆a pasado fueron tomando forma, poco a poco, en su memoria. Ten铆a una hinchaz贸n en la frente. La hab铆an golpeado y ese era el resultado. Se levant贸 con esfuerzo. Mir贸 a su alrededor. Estaba oscuro. Pero pudo distinguir las siluetas de las tumbas que la rodeaban. No le cupo la menor duda de que estaba en el cementerio. Se sacudi贸 la tierra y comenz贸 a caminar. A los pocos metros vio una pala que descansaba sobre una tumba. El nombre de su padre estaba grabado en la l谩pida.

Comenz贸 a cavar.

Estaba amaneciendo cuando la pala golpe贸 el ata煤d. El golpe le hab铆a hecho un agujero.  No le cost贸 mucho arrancar la madera podrida de la tapa, lo suficiente para ver lo que hab铆a en su interior. Un mont贸n de piedras. Dentro de ese ata煤d nunca hubo un cuerpo.

La hab铆an enga帽ado. 脡l no hab铆a muerto. Su madre se hab铆a quitado la vida por una mentira.

Alguien pronunci贸 su nombre al pie del hoyo. Mir贸 hacia arriba. Hab铆a un hombre.

Supo que era su padre.

El hombre comenz贸 a hablar. 

-La guerrera busca en la tumba la verdad –le dijo.

Elisa todav铆a llevaba la pala en la mano.  

- Espero que me perdones mi peque帽a guerrera, por abandonaros a ti y a tu madre. La muerte me acecha y los remordimientos me corroen el alma. Vengo a implorar tu perd贸n.

Sin pens谩rselo dos veces le golpe贸 la cabeza con la pala.  

Luego lo arroj贸 a la tumba. A su tumba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

mi茅rcoles, 3 de agosto de 2022

MORIR ES OLVIDO

 

No sab铆a con exactitud el tiempo que llevaba en aquel sitio. Al principio, iban a visitarlo bastante a menudo, una o dos veces al mes. Le llevaban un ramo de sus flores que impregnaba el ambiente con su olor evoc谩ndole recuerdos de su casa.

Las visitas se fueron distanciando.  Pasando a ser una vez cada dos meses, luego cada seis y desde hac铆a un par a帽os s贸lo iban a visitarlo el d铆a de su cumplea帽os.

El tiempo que pasaban con 茅l tambi茅n se vio reducido a unos escasos minutos, lo justo para dejarle las flores, saludar e irse.

La verdad es que se sent铆a muy solo en aquel lugar, aunque hubiera m谩s gente all铆. Casi todos eran muy amables con 茅l. Encontr贸 gente de su edad, j贸venes que al igual que 茅l hab铆a acabado con sus huesos all铆 de manera prematura.

La 煤ltima vez que hab铆a visto a su hermano gemelo se percat贸 de lo mucho que hab铆a crecido. Se hab铆a convertido en un joven muy guapo, alto y atractivo. Sus padres hab铆an envejecido bastante y su madre siempre lloraba cuando dejaba sobre tumba el ramo de margaritas blancas que siempre fueron sus preferidas.

Una tarde dando un paseo por los pasillos de aquel recinto, se encontr贸 con un hombre con aspecto de cura, lo hab铆a visto varias veces por all铆, aunque nunca hab铆an entablado una conversaci贸n s贸lo un ligero movimiento de cabeza a modo de saludo. Siempre iba leyendo el mismo libro que llevaba entre sus manos agarr谩ndolo con fuerza como un tesoro. Al acercarse a 茅l se dio cuenta de que se trataba de la Biblia. Le pregunt贸 amablemente, c贸mo podr铆a salir de aquel lugar.

El hombre lo mir贸 fijamente, entorn贸 los ojos y le sonri贸 de una manera casi lastimera al tiempo que le dec铆a.:

-Jovencito, para salir de estos muros has de ir acompa帽ado de alguien que te venga a visitar. Y por lo que veo por las flores marchitas que hay sobre tu tumba, hace mucho tiempo que nadie lo hace.

Solt贸 una carcajada que reson贸 en el cerebro del joven como una guitarra desafinada y se alej贸.

Faltaban unos meses para su cumplea帽os. Tendr铆a que esperar hasta ese d铆a a que vinieran a visitarle para poner en pr谩ctica su plan de fuga.

Pero su espera result贸 ser m谩s corta de lo que esperaba.

Unos d铆as despu茅s hubo un entierro. Un nuevo hu茅sped se alojar铆a en aquel lugar para siempre, donde dormir铆a el sue帽o eterno.

Una joven se acerc贸 a su tumba. Ten铆a los ojos enrojecidos de tanto llorar. Al principio no la reconoci贸. Hab铆a cambiado mucho. Pero al hablar supo con certeza qui茅n era aquella joven tan guapa que le hablaba. Era Elisa, su novia. 

Le cont贸 que acababa de morir su abuelo. 脡l conoc铆a bien el cari帽o que se procesaban el uno al otro y entendi贸 el dolor por el que estaba pasando ella, un dolor desgarrador que con el paso del tiempo se ir铆a calmando.

Luego se puso a hablar, atropelladamente, de lo que le echaba de menos, que todav铆a no le hab铆a olvidado. Aquello le son贸 a despedida m谩s que a una declaraci贸n de amor.

Un joven se acercaba a ella caminando entre las tumbas. No hizo falta que se acercara mucho para saber de quien se trataba, era mi hermano gemelo. Lleg贸 al lado de Elisa, la agarr贸 por la cintura, la bes贸 en los labios y le dijo que ten铆an que irse ya. No le dejaron ni una m铆sera flor, nada. En ese momento se dio cuenta de la cruda realidad, morir es olvido.

Estaba furioso, con todos y con todo. Quer铆a gritar, descargar su enojo sobre ellos. No exist铆a una extensi贸n m谩s grande de dolor que el que sent铆a aquel joven en aquellos momentos.

Escuch贸 un ruido.

Al lado de su tumba hab铆a un gran 谩ngel de piedra con las alas desplegadas.

Le habl贸 durante unos minutos. El rostro del joven mud贸 por completo.

El 谩ngel le convirti贸 en vengador.

Le dijo lo que ten铆a que hacer.

Se subi贸 a lomos de la joven, su Elisa de anta帽o.

Fue al atravesar las puertas del cementerio cuando la muchacha comenz贸 a sentirse mal. Se sent铆a cansada, le dol铆a todo el cuerpo y notaba una presi贸n enorme sobre su espalda y sobre todo le costaba mucho respirar.

Su novio llam贸 una ambulancia que no tard贸 en llegar.

Mientras se encaminaban al hospital la joven pudo ver su imagen reflejada en una de las ventanas de la ambulancia. Aquello la volvi贸 loca. Ten铆a unos brazos alrededor de su cuello y la cabeza de un muchacho junto a la suya. Grit贸….

 

 

 

viernes, 29 de julio de 2022

EN LA PARADA DEL AUTOB脷S

 

Hab铆a sido un d铆a agotador y lo 煤nico que deseaba Elisa, m谩s que nada en el mundo, era llegar a su casa, cenar algo e irse a la cama.

El d铆a no hab铆a comenzado bien. El coche no arranc贸 cuando intent贸 encenderlo. Tuvo que llamar a una gr煤a. En el taller le informaron que tardar铆an unos d铆as en arreglarlo, no entendi贸 muy bien de que se trataba el arreglo del que le hablaban porque estaba demasiado agobiada para prestarle la debida atenci贸n.

Cogi贸 un taxi. Lleg贸 tarde al trabajo. Su jefe la mir贸 por encima de las gafas cuando entr贸 en la oficina. Aquello no presagiaba nada bueno.

A media ma帽ana cuando se estaba preparando una taza de caf茅, la llam贸 a su despacho.

Le dijo que ten铆a que llevar un nuevo caso que hab铆a llegado esa ma帽ana. Estaba hasta arriba de trabajo. Pero no dijo nada. No quer铆a tentar a la suerte. As铆 que asinti贸 y sali贸 con una carpeta baja el brazo y que coloc贸 sobre el gran mont贸n que hab铆a sobre su mesa. Tendr铆a que olvidarse del descanso por ese d铆a.

Un rato despu茅s de camino al ba帽o un compa帽ero tropez贸 con ella derram谩ndole el contenido de su taza de caf茅 sobre su blusa blanca. El hombre se excus贸 un mill贸n de veces mientras ella le restaba la importancia que realmente ten铆a con una amable sonrisa. Trat贸 de quitarse la mancha en el ba帽o sin mucho 茅xito. Menos mal que ese d铆a no ten铆a pensado recibir a nadie en su despacho. Pero, aun as铆, a pesar del calor que hac铆a, sac贸 un jersey de uno de los cajones de su escritorio donde lo guardaba para d铆as patosos como aquellos y se lo puso.

Su marido la llam贸. Se hab铆a torcido un tobillo. Estaba en el hospital. Ella quer铆a ir. Pero 茅l le dijo que en un rato se ir铆a a casa. No era nada grave y que estaba bien. Por causas obvias no podr铆a ir a buscarla a la oficina. As铆 que, no le quedaba otra alternativa que coger el autob煤s de regreso a casa porque dos taxis en el mismo d铆a era un derroche excesivo de un dinero del que no dispon铆a.

Sentada en la parada del autob煤s pensaba en su llegada a casa y so帽aba despierta con la ducha de agua caliente que se tomar铆a antes de cenar. Algo cay贸 al suelo cuando intent贸 colocar el bolso a su lado. Era un libro.

Mir贸 a su alrededor por si ve铆a a alguien que lo viniera a buscar al acordarse de que lo hab铆a olvidado all铆, pero la calle estaba completamente vac铆a, salvo por un par de coches que circulaban en esos momentos.

Estir贸 una mano y lo cogi贸. Parec铆a pesado. No ten铆a t铆tulo. Estaba encuadernado en piel. Presentaba un aspecto deteriorado debido, quiz谩, por el paso del tiempo y del uso. Las esquinas estaban algo ajadas. No ten铆a t铆tulo.

Lo abri贸. Las hojas estaban amarillentas y presentaban manchas de humedad.

La primera p谩gina estaba en blanco. No hab铆a fecha de impresi贸n ni rastro de la identidad del autor.

La siguiente comenzaba diciendo:

-Hab铆a una vez una joven que esperaba el autob煤s, estaba tan ensimismada leyendo un libro que no vio acercarse a un anciano de aspecto desali帽ado y empujando un carrito de supermercado repleto de cachivaches, en su direcci贸n. La joven se dio cuenta de su presencia cuando not贸 un olor f茅tido frente a ella. Levant贸 la mirada….

Elisa dej贸 de leer porque aquel olor que se describ铆a en aquella p谩gina era tan real que hasta pod铆a olerlo.

Alz贸 la vista y vio a un vagabundo frente a ella sonri茅ndole, mostr谩ndole una boca carente de casi todos los dientes y los pocos que le quedaban estaban podridos por la falta de higiene. El miedo la envolvi贸.

Instintivamente agarr贸 el bolso y lo apretuj贸 contra ella.

El hombre no dejaba de mirarla. Ya no sonre铆a.

-No voy a robarle. Solo quiero unas monedas para comer algo, nada m谩s –le dijo en tono lastimero que la hizo sentirse culpable. Lo que no vio Elisa era el gran cuchillo que escond铆a en uno de los bolsillos de su holgado y sucio abrigo marr贸n.

Ella abri贸 el bolso y le dio un billete. Despu茅s de darle las gracias una infinidad de veces desapareci贸 calle abajo. No lo supo, pero se hab铆a librado de una muerte segura.

Ya un poco m谩s calmada retom贸 la lectura.

Hab铆a una vez una joven que esperaba el autob煤s, estaba tan ensimismada leyendo un libro que no se dio cuenta de la llegada de uno. Alz贸 la vista y vio que no era el suyo, pero….

El ruido de un frenazo la hizo levantar la mirada. Frente a ella se hab铆a parado un autob煤s. Se fij贸 en el n煤mero que figuraba en el lateral. No era el que ella esperaba. Las farolas que hasta ese momento hab铆an permanecido apagadas se encendieron de repente arrojando luz sobre los pasajeros que iban dentro.

El libro cay贸 de sus manos cuando se puso en pie de un salto. Ya no estaba asustada, no, hab铆a entrado en p谩nico total. Lo que vio a trav茅s de los cristales eran cuerpos en descomposici贸n, algunos ya esqueletos, otros les colgaban jirones de carne en la cara como si fueran trozos de tela desgarrada

Y lo peor de todo aquello era ver c贸mo le sonre铆an.

El autob煤s de los muertos arranc贸 desapareciendo de su vista al dar la vuelta a la esquina. Lo que no sab铆a Elisa es que si se hubiera subido acabar铆a como ellos.

Elisa estaba muy alterada y sudaba copiosamente. Sac贸 el m贸vil del bolso. Ten铆a que llamar a un taxi, no pensaba permanecer all铆 ni un segundo m谩s, pero….

La visi贸n del libro en el suelo la hizo reflexionar.

Todo aquello no eran nada m谩s que visiones provocadas por el cansancio que embargaba su cuerpo. Su autob煤s no tardar铆a en llegar. Intent贸 mirar la hora en el m贸vil, pero 茅ste se hab铆a apagado. Intent贸 encenderlo sin ning煤n 茅xito. Parec铆a que se hab铆a muerto.

Intent贸 calmarse.

Leer铆a un rato m谩s mientras esperaba.

-Hab铆a una vez una joven que esperaba el autob煤s, estaba tan ensimismada leyendo un libro que no se percat贸 de la presencia de una ni帽a peque帽a que la observaba hasta que 茅sta le tir贸 de la manga del jersey para llamar su atenci贸n.

Elisa se sobresalt贸. Alguien le tiraba del jersey. Levant贸 la mirada y vio a su lado a una ni帽a rubia de no m谩s de siete a帽os que la miraba muy seria. Ten铆a los ojos rojos de haber llorado y todav铆a pod铆a ver restos de l谩grimas en su peque帽a cara pecosa.

Elisa le pregunt贸 si se hab铆a perdido. La ni帽a movi贸 la cabeza afirmando.

Le pregunt贸 donde viv铆a. La chiquita se帽al贸 con el dedo al descampado que hab铆a tras la marquesina del autob煤s.

No sab铆a qu茅 hacer, no quer铆a perder el autob煤s, no pod铆a llamar a nadie porque el m贸vil no le funciona y su conciencia le dec铆a que ten铆a que ayudar a aquella ni帽a peque帽a.

Se levant贸 y le dio la mano a la peque帽a. La ten铆a helada. Le dijo que si ten铆a frio, ella le dejaba su jersey sin ning煤n problema. La ni帽a neg贸 con la cabeza. Se pusieron a caminar en silencio.

Escuch贸 su nombre a sus espaldas. Reconoci贸 la voz que lo pronunciaba. Era de su marido, de Juan.

Hab铆a ido a buscarla. Cuando lo vio acercarse a ella se dio cuenta de que no cojeaba y su cara era la viva imagen de la angustia y el miedo. Pero, ¿por qu茅? Ella estaba bien.

El la abraz贸 con fuerza. Rompi贸 a llorar.

-Elisa, ¿qu茅 te ha pasado? Hace horas que ten铆as que estar en casa. Ya no hay autobuses. Has desaparecido todo el d铆a. Llam茅 a la oficina y me dijeron que no hab铆as ido a trabajar. Llevo todo el d铆a busc谩ndote.

-Pero ¿qu茅 dices? - le respondi贸 ella desconcertada- sal铆 del trabajo hace un rato y me sent茅 aqu铆 a esperar, todav铆a no ha pasado y ahora me dispon铆a a llevar a esta ni帽a perdida con sus padres.

-Que ni帽a? –le pregunt贸 Juan

La ni帽a no estaba a su lado.

Lo que no sab铆a Elisa es que si hubiera ido con ella habr铆a desaparecido tambi茅n, para siempre.

Elisa muy asustada mir贸 a su alrededor, sab铆a que a ojos de su marido parec铆a que hab铆a perdido la cabeza, pero no era as铆, hab铆a visto a la ni帽a y le hab铆a dado la mano, de eso estaba segura, incluso recordaba lo fr铆a que la ten铆a cuando la cogi贸. No pod铆a explicar a Juan ni a nadie d贸nde estaba. No hab铆a nadie por la calle. No hab铆a ni rastro de la peque帽a.

Mir贸 a su marido y le pregunt贸 por qu茅 no cojeaba. Lo 煤ltimo que sab铆a de 茅l es que hab铆a estado en urgencias porque hab铆a sufrido un accidente.

脡l la mir贸 sin comprender de lo que le estaba hablando. No hab铆a tenido un accidente aquel d铆a. No hab铆a estado en urgencias.

Ella no entend铆a nada.

Entonces se acord贸 de algo.  Se quit贸 el jersey para comprobar que la mancha de caf茅 de esa ma帽ana segu铆a all铆. No hab铆a ninguna mancha en su blusa, porque llevaba el pijama puesto y estaba limpio.

Era oficial, se hab铆a vuelto loca.

-Espera –le dijo a Juan en un intento de desechar esa posible demencia que parec铆a cernirse sobre ella inevitablemente- hab铆a un libro que empec茅 a leer mientras esperaba el autob煤s. Lo encontr茅 en el banco donde estaba sentada. Ech贸 a andar hacia la marquesina, casi corr铆a. Y all铆 estaba el libro.

Lo agarr贸 entre sus manos como quien coge un trofeo. No estaba loca. Ten铆a el libro. Pero…

En la portada hab铆a algo escrito. Era el t铆tulo que antes se le hab铆a pasado por alto ¿o no?

“Momentos casi perfectos para morir”.

 

 

 

 

 

 

mi茅rcoles, 27 de julio de 2022

VISI脫N

 

Era un caloroso d铆a del mes de junio. Faltaban pocos d铆as para terminar las clases. El verano ya estaba a la vuelta de la esquina y con 茅l las ansiadas vacaciones.

La joven y guapa profesora de historia, Elisa, estaba intentando que sus alumnos prestaran atenci贸n a su clase de historia sin mucho 茅xito. Las continuas y r谩pidas miradas hacia el reloj que hab铆a sobre la pizarra le indicaba que estaban desando irse y que la clase les estaba siendo la mar de aburrida. Sonri贸. El ambiente ol铆a a d铆as repletos de diversi贸n y playa.

Fij贸 su mirada en un chico que se sentaba al fondo. Era muy alto y delgado, con el cabello muy corto y rubio. Era el 煤nico que prestaba atenci贸n. Lo conoc铆a bien. Mateo era un alumno destacado y con unas ansias desmesuradas de empaparse de conocimientos, sobre todo los referentes a su clase.

Sus miradas se cruzaron. Mateo sinti贸 como una suave brisa lo envolv铆a. Ol铆a a sal. Cerr贸 los ojos y dej贸 que aquel olor llenara sus pulmones. Los volvi贸 a abrir. Elisa estaba frente a 茅l, observ谩ndolo con aquellos grandes ojos azules inmensos como el mar. Reinaba un silencio sepulcral a su alrededor. Una r谩pida mirada a su alrededor le mostr贸 la quietud y la calma que reinaba en el lugar. Ning煤n compa帽ero se mov铆a parec铆a como si una fuerza invisible los hubiera congelado en el tiempo. Las manecillas del reloj marcaban una hora eterna. Se removi贸 en su asiento. Parte de su temor se disip贸 al ver que 茅l estaba libre de cualquier atadura siniestra y diab贸lica que lo clavara a la silla.

Entonces fue consciente de lo que realmente era aquella mujer. Vio bajo su largo vestido algo que estaba m谩s all谩 de cualquier razonamiento l贸gico. Un grito muri贸 en su garganta antes incluso de nacer. Su joven y guapa profesora no ten铆a piernas, sobresal铆an de su vestido unos tent谩culos iguales a los que ten铆an los pulpos.

Sinti贸 que la fina l铆nea lo separaba de la locura comenzaba a resquebrajarse.

Ella lo asi贸 de su mano y entonces….

Se vio en aquel nav铆o el que descubrir铆a nuevas tierras surcando los mares. 脡l formaba parte de la tripulaci贸n. Una gran tormenta se cern铆a sobre ellos. Las inmensas olas ba帽aban el barco arrasando a su paso todo lo que encontraba, incluyendo a los tripulantes que desaparec铆an entre desgarradores gritos de auxilio.

El miedo se cerni贸 sobre ellos como una gran losa, incapaces de ver un final prometedor ante tanta desolaci贸n.

Entonces la vio. Era ella. Se elevaba sobre el agua del mar a caballo de una enorme ola. Sus tent谩culos se mov铆an a gran velocidad provocando aquel infierno.

La cecaelia destruy贸 el barco dej谩ndolo a 茅l y a algunos hombres flotando a su suerte en las aguas fr铆as y saladas del mar.

Sus ojos ya no ten铆an aquella tonalidad azul que recordaba, no, hab铆an cambiado. Ahora presentaban un color rojo como la sangre, como las llamas del infierno, como la muerte misma que ven铆a a buscarlos.

Grit贸. Lo hizo como nunca lo hab铆a hecho.

Unas risas lo transportaron a un lugar seco y c谩lido.

Desconcertado, comprob贸 que estaba en la clase de historia y que era el blanco de todas las miradas.

Se sonroj贸 al darse cuenta de que se hab铆a quedado dormido. Todo hab铆a sido un mal sue帽o.

Sin embargo, pudo ver que bajo los pies de su profesora se hab铆a un charco de agua. Sonre铆a mientras lo miraba con aquellos grandes ojos azules como el mar.

 

 

mi茅rcoles, 20 de julio de 2022

INVASI脫N DEMON脥ACA

 

- ¿Quer茅is salvar vuestras almas?, si es as铆, escuchad lo que os tengo que decir.

Un joven de unos veinte a帽os, vestido con una camisa blanca y unos vaqueros deste帽idos, formulaba esa pregunta mientras recorr铆a las calles de la ciudad. Llevaba entre sus manos una biblia encuadernada en cuero.

La gente lo miraba con cierta desconfianza e incluso miedo, apresurando el paso al pasar junto a 茅l.

El muchacho sigui贸 su camino, sin cejar en su intento de ser escuchado.

Lleg贸 a la plaza mayor. All铆 se encaram贸 al viejo olmo que, desde hac铆a varias d茅cadas, era testigo silencioso de todo lo que pasaba en el pueblo.

Algunas personas llevadas por la curiosidad, comenzaron a escucharlo dejando, eso s铆, una cierta distancia entre ellos como temiendo que la locura de aquel joven fuera contagiosa.

-He tenido una revelaci贸n –comenz贸 a decir- esta noche vuestro ganado morir谩. Es el principio del fin.

Los vecinos horrorizados por aquellas palabras, trataron de encubrir el temor que sent铆an de que aquello fuera cierto, tild谩ndolo de charlat谩n y loco.

Abandonaron el lugar entre risas y bromas.

Pero esa noche lo que aquel muchacho hab铆a predicho se cumpli贸. El ganado apareci贸 muerto por la ma帽ana.

A la misma hora del d铆a anterior el muchacho volvi贸 a subir a aquel 谩rbol y volvi贸 a hablar.

-Esta noche caer谩n piedras del cielo y arrasar谩n vuestros cultivos.

Los m谩s esc茅pticos llamaron a la polic铆a. Pas贸 la noche en una celda de la comisar铆a.

Al anochecer de ese d铆a, grandes piedras en forma de granizo cayeron del cielo, arrasando por completo todos los cultivos del pueblo.

El miedo se adue帽贸 del pueblo. Los vecinos temerosos de lo que pudiera pasar la noche siguiente se congregaron frente a la comisar铆a. Quer铆an saber la nueva desgracia que caer铆a sobre ellos.

Antes los gritos de los congregados, la polic铆a no tuvo m谩s remedio que dejarlo salir. Cuando lo vieron aparecer, la gente comenz贸 a suplicarle que les dijera que iba a suceder esa noche. El joven se ve铆a cansado y ojeroso. Habl贸 despacio, y con cada palabra que pronunciaba punzadas de dolor atravesaban el coraz贸n de aquella gente.

-Esta noche, los ni帽os y los ancianos, morir谩n.

La reacci贸n de los vecinos no tard贸 en manifestarse. Como una horda de zombis comenzaron a acercarse a 茅l. Sus intenciones no eran nada halag眉e帽as. La polic铆a tuvo que intervenir. Lograron salvar la vida del muchacho meti茅ndolo dentro de comisar铆a. Aun as铆, no pudieron evitar que alg煤n compa帽ero resultara herido.

Esa noche, por su seguridad, volvi贸 a pasarla en el calabozo.

A la ma帽ana siguiente los ni帽os y los ancianos hab铆an muerto.

Esta vez los vecinos aparecieron enfurecidos, gritando como posesos y armados con aperos de labranza, cuchillos y diversos objetos punzantes, dispuesto a matar a aquel muchacho al que acusaban de ser el culpable de los males que les estaban ocurriendo.

Un grupo de polic铆as, armados hasta los dientes, salieron a calmar los 谩nimos de los vecinos.

El comisario sali贸 con una hoja en la mano.

Al ver el semblante que presentaba, serio, blanco como la cera y con un ligero temblor en las manos todos los presentes guardaron silencio. Sab铆an que nada bueno saldr铆a de aquella lectura.

Alguien grit贸:

- ¡Dinos de una vez que ha visto “El Profeta”! ¿Qu茅 nuevos males nos esperan?

-Hemos reproducido palabra por palabra, lo que nos fue dictando el muchacho. El joven que ha predicho todo lo que ha pasado en estas 煤ltimas noches con un acierto total.  

“Al caer la noche, cuando las primeras sombras cubran vuestro pueblo, el sue帽o os invadir谩. No durm谩is. Ten茅is que manteneros despiertos hasta el amanecer, de lo contrario, vuestras almas estar谩n condenadas al fuego eterno por los siglos de los siglos. “

Se escucharon unos murmullos seguidos de suspiros de alivio. Aquella noche nadie iba a morir ni nada ser铆a destruido. Quedarse despierto no ser铆a tan dif铆cil, pensaban. Los 谩nimos fueron decayendo y aquella euforia por destrozarlo todo, desapareci贸. La resignaci贸n los envolvi贸 en su manto de delirio y poco a poco fueron abandonando el lugar.

La tarde estaba llegando a su fin.

Las primeras sombras comenzaron a deslizarse, furtivas, sigilosas por cada rinc贸n del pueblo.

Las casas iluminadas mostraban a sus ocupantes en sus rutinas diarias. Pero hab铆a algo diferente. Nadie se preparaba para irse a dormir. Todos estaban viendo la tele, escuchando la radio o bebiendo cantidades ingestas de caf茅 para no quedarse dormido.

Estos 煤ltimos, los que llevaban la cafe铆na corriendo por sus venas, lograron mantenerse despiertos para ver como miembros de su familia ca铆an desplomados al sucumbir al sue帽o. Los intentos por despertarlos eran in煤tiles, hab铆an ca铆do en un sue帽o profundo, como si hubieran entrado en coma, o peor a煤n, como si estuvieran muertos.

Lo que les llev贸 al borde de la locura, fue ver como aquellas sombras que los rodeaban se mov铆an, adquiriendo formas grotescas, espeluznantes. Monstruos salidos del averno dispuestos a conquistar el mundo de los vivos.

Aquella noche en comisar铆a hab铆a cinco personas, de las cuales, tres no pudieron evitar quedarse dormidos.

La recepcionista y un compa帽ero eran los 煤nicos despiertos. Se acercaron a la celda donde estaba encerrado el muchacho al escuchar unos estruendos que proven铆an de aquel lugar del s贸tano.

Apuntando con sus armas se acercaron.

El miedo los envolvi贸 al ver como los barrotes de la celda estaban doblados como si fuesen blandos como la plastilina y no barras de hierro. No hab铆a rastro del joven.

- ¿Me buscabais? –pregunt贸 una voz cavernosa a sus espaldas

Se giraron y vieron a un monstruo de unos dos metros de altura, cubierto de escamas de pies a cabeza, con unos ojos inyectados en sangre que los miraba con una ira y una crueldad desmesurada.

Aquel muchacho al que llamaban “El Profeta” dio el primer paso para la invasi贸n.

 

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lunes, 18 de julio de 2022

"LA MILLA VERDE"

 

Mart铆n decidi贸 salir a dar un paseo aquella calurosa noche. Ten铆a los ex谩menes finales a la vuelta de la esquina, pero hac铆a tanto calor que la ropa se le pegaba al cuerpo y su mente clamaba a gritos un respiro.

As铆 que no lo dud贸 ni un minuto. Sali贸 a la calle y se puso a caminar. Sus pies lo llevaron a la parte antigua de la ciudad. Entre el calor y la caminata le entraron unas ganas enormes de beber algo bien fr铆o. Vislumbr贸 el cartel de un bar haciendo esquina a pocos metros de donde estaba. Le gust贸 el nombre “La milla verde”.  La terraza estaba a tope, as铆 que entr贸. El aire acondicionado estaba puesto y al entrar aquel aire fr铆o le roz贸 ligeramente la cara como el beso de un amante.

Se acerc贸 a la barra, se sent贸 en el 煤nico taburete que estaba vac铆o. Una voz dulce y melodiosa le pregunto ¿qu茅 quer铆a beber? Al alzar la mirada vio que ten铆a ante s铆 a una chica muy guapa con una mirada intensa, tras unos ojos verdes grandes y brillantes. El coraz贸n comenz贸 a latir en su pecho de manera apresurada y las manos comenzaron a sudarle.

No pod铆a dejar de mirarla mientras ella iba y ven铆a sirviendo a los clientes que se agolpaban en la barra como una horda de zombis.

Cuando al fin ella, tuvo un peque帽o descanso pudieron charlar un rato. Escribi贸 algo en una servilleta de papel y se lo dio. Sus labios rozaron ligeramente los suyos. Mart铆n sali贸 del bar envuelto en una ola de 茅xtasis. En la servilleta hab铆a anotado su n煤mero de tel茅fono y su nombre, Alma.

Cuando regres贸 a su casa, desech贸 la idea de seguir estudiando y se acost贸. Pas贸 una noche inquieta, cargada de sue帽os extra帽os que le causaban angustia y miedo. Por la ma帽ana se levant贸 somnoliento y muy cansado. Pero aquello no le impidi贸 ir a clase.

Su mejor amigo, 脕lvaro, le pregunt贸 si se encontraba bien al ver el mal aspecto que ten铆a aquella ma帽ana. 脡l le explic贸 lo que le hab铆a pasado la noche anterior, c贸mo hab铆a conocido a aquella chica y como le hab铆a impresionado. Tambi茅n le relat贸 lo mal que hab铆a dormido esa noche, que hab铆a tenido sue帽os que no recordaba pero que al despertar su cama estaba revuelta como si hubiera estado pele谩ndose con alguien.

脕lvaro le pregunt贸 d贸nde estaba ese bar. Mart铆n se lo dijo. Su amigo abri贸 los ojos como platos porque por casualidades (o no) de la vida, su abuela viv铆a a dos calles de aquella direcci贸n y ten铆a que recoger unas medicinas en la farmacia y llev谩rselas.

Pasar铆an por aquel bar antes de ir a casa de su abuela. Mart铆n accedi贸.

Al llegar, aquella cafeter铆a no mostraba el aspecto que 茅l recordaba de la noche anterior. La puerta estaba cerrada con una gran cadena oxidada. Las ventanas estaban muy sucias, la pintura de la fachada hab铆a perdido el color y estaba cubierta de pintadas. Todo hac铆a indicar que aquel bar llevaba mucho tiempo cerrado.

Mart铆n qued贸 at贸nito. No pod铆a creer lo que estaban viendo.

- ¿Est谩s seguro de que es aqu铆? –le pregunt贸 脕lvaro

Mart铆n asinti贸 con la cabeza. No pod铆a hablar. No entend铆a lo que estaba pasando

-Tal vez, solo tal vez, lo has so帽ado Mart铆n –le dijo su amigo- a veces nuestra mente nos juega malas pasadas.

-Podr铆a ser –le dijo 脕lvaro- pero que me dices de esta servilleta, donde ella escribi贸 su n煤mero de tel茅fono, tiene el nombre del bar.

Su amigo tuvo que reconocer que aquello era muy raro y le propuso que la llamara. As铆 saldr铆an de dudas.

As铆 lo hizo.

Le respondieron al segundo tono. Reconoci贸 la voz de Alma de inmediato.

Charlaron un rato y quedaron en verse esa noche sobre las 10 en el bar.

Estaba tan feliz por aquella cita que se olvid贸 por completo de la situaci贸n en la que estaba metido. Era como si al escuchar su voz s贸lo existieran ellos dos. Pero la realidad le dio de lleno en la cara como una bofetada al finalizar la llamada.

Ten铆a que haberle dicho que estaba delante de “La Milla Verde” y se ve铆a sucio y abandonado desde hac铆a mucho tiempo. Preguntarle si todo aquello era una broma. Porque si era as铆, era de muy mal gusto. Pero no lo hizo.

Su amigo decidi贸 acompa帽arle esa noche.

脕lvaro esper贸 a Mart铆n en la calle a que 茅ste saliera de su casa. Caminaron un rato en silencio. Mart铆n estaba muy nervioso. La incertidumbre de lo que se iba a encontrar al llegar a su destino lo estaba matando. Su amigo quer铆a decirle, gritarle, suplicarle, que lo mejor era dar la vuelta y olvidarse del tema, que aquello era un error. Pero ve铆a en la mirada de su amigo que ya hab铆a tomado una decisi贸n y no se iba a echar a atr谩s.

A escasos metros de “La Milla Verde” 脕lvaro le pregunt贸:

- ¿Est谩s seguro?

-S铆 –le respondi贸.

Al dar la vuelta a la esquina lo vieron.

Mart铆n vio un bar rebosante de vida. Con la terraza llena de clientes y a Alma llevando una bandeja cargada de vasos y botellas que iba dejando en las diversas mesas.

Lo vio, le sonri贸 y le hizo una se帽a para que entrara.

脡l no lo dud贸 y entr贸 en el bar tras ella.

脕lvaro vio como Mart铆n caminaba con paso lento, hacia aquella puerta sucia y ajada por el paso del tiempo cerrada con una cadena. Grit贸 su nombre, pero su amigo no se par贸. Parec铆a que aquel lugar lo estuviera llamando.

Lo que sucedi贸 a continuaci贸n lo desconcert贸. 脕lvaro entr贸 en p谩nico y se puso a gritar.

Las puertas se abrieron de par en par, dejando escapar retazos de una canci贸n y el barullo de un bar lleno de gente.

Se cerraron de golpe tras 茅l una vez hubo entrado.

Luego nada.

La puerta volv铆a a estar cerrada con la cadena. El bar a oscuras y con el mismo aspecto de abandono de hac铆a unos minutos. Pero sucedi贸 algo….

Una servilleta de papel sali贸 de aquel lugar y cay贸 a sus pies. 脕lvaro la ley贸:

“A veces los errores se disfrazan de deliciosos bombones,

para que las almas incautas y golosas no puedan reconocerlos”

mi茅rcoles, 13 de julio de 2022

EL PRINCIPIO

 

Se reunieron para celebrar el principio.

Mateo, junto a sus compa帽eros pararon, despu茅s del trabajo, en la “milla verde” para tomar una cerveza.

Para cuando decidieron irse a casa aquella primera cerveza hab铆a dado paso a otras cinco. Se ofrecieron a acercarlo al pueblo donde viv铆a, pero 茅l rehus贸 amablemente la oferta, alegando que necesitaba caminar aquel kil贸metro que distaba desde ese bar de carretera a su casa. Le vendr铆a bien para despejar la cabeza.

La noche era calurosa. Hab铆a luna llena. Aquello le facilitaba las cosas a Mateo a la hora de caminar. Su luz, aunque tenue, iluminaba el camino que iba recorriendo. Su estado era peor de lo que se hab铆a imaginado. Las piernas le flaqueaban y sent铆a como si alguien le estuviera clavando cientos, miles de alfileres en la cabeza. As铆 que decidi贸 tomar un atajo. Nadie en su sano juicio lo har铆a a esas horas de la madrugada, pero 茅l no vacil贸 lo m谩s m铆nimo cuando cruz贸 la puerta del camposanto.  Ayudado por la linterna de su m贸vil avanzaba con paso firme y acelerado, sin llegar a correr, pero casi, entre las tumbas, mirando siempre al frente con el coraz贸n encogido, esperando no encontrarse con alg煤n espectro por el camino.  Un escalofr铆o recorri贸 su cuerpo al pensarlo. Pero no fue eso lo que se encontr贸, sino con tumbas resquebrajadas y vac铆as, como si los inquilinos que las moraban hubieran decidido que aquella era una buena noche para salir a dar un paseo por el mundo de los vivos.

Con el haz de luz que arrojaba la linterna de su m贸vil ilumin贸 a su alrededor. No todas estaban abiertas. El terror m谩s absoluto se apoder贸 de 茅l. Comenz贸 a correr. Vislumbraba la valla que cercaba el cementerio, no tendr铆a problemas para saltarla, pero cuando m谩s corr铆a hacia ella 茅sta parec铆a que se iba alejando a la misma velocidad. Desesperado y a punto de desfallecer se par贸 para tomar aire. Entonces lo escuch贸. Alguien corr铆a en su direcci贸n. Se escondi贸 detr谩s de un 谩ngel tallado en piedra, ajado y cubierto de musgo por los muchos a帽os que llevaba expuesto a las inclemencias del tiempo. Era un esqueleto. Corr铆a como alma que lleva el diablo. Salt贸 el muro con una facilidad pasmosa y sigui贸 corriendo en direcci贸n a las monta帽as, que como un cintur贸n rodeaban el pueblo. La lucidez volvi贸 a tomar el control de su cuerpo. Le entraron ganas de orinar. Mientras eliminaba los l铆quidos sobrantes frente al muro que bordeaba el cementerio, tuvo una idea que la raz贸n rechaz贸 de inmediato, pero la curiosidad gan贸 la batalla. Salt贸 el muro y comenz贸 a caminar en la misma direcci贸n que minutos antes hab铆a hecho aquel esqueleto. Que, dicho sea de paso, juraba que hab铆a sido fruto de la borrachera que llevaba. Pero al mismo tiempo no perd铆a nada en averiguar hacia donde llevaba aquel camino por el que hab铆a desaparecido aquella alucinaci贸n.

Camin贸 durante veinte minutos hasta que se top贸 con una valla y un letrero que rezaba: PROHIBIDA LA ENTRADA a la cueva. Hab铆a o铆do hablar de aquel sitio, aunque nunca se hab铆a aventurado a ir hasta all铆. Hac铆a m谩s de cien a帽os aquello era una mina de carb贸n. Su abuelo hab铆a trabajo all铆 al igual que el padre de 茅ste. Unos a帽os atr谩s, unos chavales con ganas de aventuras, se hab铆an colado en aquella cueva. Nunca m谩s se supo de ellos. As铆 que aquel sitio se convirti贸 en un lugar maldito, de acceso prohibido. Vio un par de c谩maras. No sab铆a si segu铆an en funcionamiento, de hecho, le daba igual, ten铆a que saber qu茅 le hab铆a llevado a aquel esqueleto ir a aquel lugar. Que era mala idea hacerlo, s铆, pero ya hab铆a llegado muy lejos para echarse atr谩s. Comenz贸 a llover. La t铆pica tormenta de verano, pens贸, pasar谩 pronto. Corri贸 los doscientos metros que le distaban de la entrada de la mina. Estaba empapado. Se mir贸. Su camisa blanca hab铆a perdido su color. Se hab铆a te帽ido de rojo. Sus manos, su pelo, su cara, todo estaba cubierto de una sustancia escarlata. Se moj贸 los labios con ella y descubri贸 que era sangre. Todav铆a estaba intentando encontrar un sentido a todo aquello cuando escuch贸 ruidos provenientes del interior de la cueva. Risas, aplausos, v铆tores, era lo que escuchaba. Entr贸. Hab铆a un largo pasillo iluminado con antorchas a ambos lados. Aquel camino iba desciendo a medida que lo recorr铆a como si el final del mismo terminara en las entra帽as de la tierra, en el mismo infierno. Camin贸 un buen rato hasta que los gritos le llegaron m谩s n铆tidos, indic谩ndole que hab铆a llegado a su destino. Se top贸 con una gran sala circular. La mala iluminaci贸n dejaba ver sombras alargadas y grotescas danzando a sus anchas por doquier. Vio una columna. Se escondi贸 tras ella. No lo hab铆an visto llegar. Desde all铆 ten铆a una buena visi贸n de todo el recinto. Lo que vio le encogi贸 el coraz贸n y un grito se ahog贸 en su garganta. Estaba repleto de esqueletos. En el centro, un 谩ngel negro alado hab铆a tomado la palabra. Todos lo escuchaban con atenci贸n. De vez en cuando alzaban sus huesudos brazos y emit铆an sonido parecidos a un grito victorioso proveniente de ¿de d贸nde? Porque no ten铆an garganta. Sus ojos recorrieron cada cent铆metro del lugar. Al fondo vio a otro 谩ngel. Este era diferente. Un aura de luz lo rodeaba. Estaba de rodillas con la cabeza agachada y llevaba una trompeta entre sus manos. La misma con la que hab铆a tocado la primera plaga, la de convertir el agua en sangre.

El 谩ngel negro hablaba en esos momentos:

-Los sepulcros se abrieron y los cuerpos de la escoria m谩s grande que ha pisado esta tierra se han levantado. ¡¡¡Aqu铆 est谩is hermanos!!!

Se escuch贸 una ovaci贸n que hizo temblar los muros de la vieja mina.

-He venido para deciros que el Principio ha llegado. Tomaremos el mundo. Pero primero que hacemos con el arc谩ngel Gabriel aqu铆 presente.

La respuesta no se hizo esperar

- ¡Matadlo!

 

BIENVENIDO A DERRY

  Jack Mortel ser铆a el nuevo sheriff de Derry. Cuando pusieron la propuesta en la mesa nadie la quiso. Jack lo tom贸 como un reto en su carre...