sábado, 20 de febrero de 2021

FIN DE FIESTA

 



La fiesta de aquella noche prometía. La plaza del pueblo estaba engalanada con banderitas y luces de colores. El palco listo para la gran actuación del grupo de rock local. Los bares sacaron las mesas a la calle, para que la gente pudiera beber y no perderse la actuación. El día dio paso a una noche estrellada y cálida. Poco a poco la gente se fue congregando en la plaza. Yo acudí con mi novio y unos amigos en común. Era nuestro último día de universidad y lo queríamos celebrar a lo grande. Así que empezamos con unos chupitos. El grupo de rock empezó a tocar los primeros acordes. Luego fuimos a otro y cuando ya estábamos en el tercero, uno de nuestros amigos señalaba con el dedo un punto en el bosque. Todos miramos hacia allí y vimos humo entre los árboles. Decidimos ir y averiguar qué era aquello, tal vez había otra fiesta y nos la estábamos perdiendo. Íbamos algo “perjudicados” por el alcohol y en esos momentos a todos nos pareció la mejor idea del mundo. Así que allá nos fuimos. Se unió a nosotros un chico que habíamos encontrado en el último bar en el que habíamos estado. Parecía sacado de una comuna hippie de los años 60. Era muy simpático y a todos nos caía muy bien. Cuando llegamos a un claro del bosque vimos una gran hoguera encendida. A su alrededor había mucha gente sentada, bebiendo y cantando. Todos jóvenes como nosotros. Nos sentamos entre ellos sin ningún problema. La acogida fue total. Sobre la hoguera había un gran caldero negro. Salía humo de dentro, como si se estuviera cociendo algo. El joven que nos había acompañado nos sirvió en unas tazas, un líquido verde que sacaba de allí. Al principio nos mostramos un poco reacios a probarlo, pero en cuanto lo hicimos todos coincidimos que aquello era la mejor bebida que habíamos probado nunca. A la segunda taza de aquel brebaje ya estábamos cantando y bailando como si lo hubiéramos hecho toda la vida. Recuerdo haberme quitado la blusa porque tenía calor y también recuerdo verlo hacer a los demás. Luego apareció un hombre vestido con una túnica dorada, con el pelo muy largo y una gran barba blanca que le llegaba hasta el pecho. Parecía sacado de una película, me sorprendió el gran parecido que tenía con el mago Merlín. No podía para de reírme. Llevaba una bolsita de cuero colgada al cuello. Sentía curiosidad por lo que llevaba dentro. El chico hippie había estado hablando con él, parecía como si se conocieran de toda la vida, así que se lo pregunté y él me respondió “un par de anillos”. Aquello me hizo mucha gracia, y le dije que para que los quería. Me miró como si estuviera loca y me dijo que era “El Mago de la vida ”. No le di importancia y seguí bailando y bailando, no podía parar. Sentía que podía flotar y una gran felicidad me embargaba por completo.

Me desperté con un gran dolor de cabeza y el cuerpo dolorido. Miré a mi alrededor y vi la plaza del pueblo, vacía y sucia por la fiesta de la noche anterior. Sentí frio, estaba desnuda y acostada en un sofá. Pero eso no era todo, había alguien a mi lado, lo reconocí de inmediato era el chico hippie de la fiesta. Pero las sorpresas aun no habían terminado, llevaba un anillo en el anular de mi mano izquierda, eso solo podía significar una cosa, me había casado con aquel chico que yacía también desnudo a mi lado y  que según pude comprobar, también llevaba uno, igual que el mío. Pero, ¿Dónde estaban los demás? Me levanté y me puse a caminar, fui hasta el bosque con la intención de encontrarlos allí. Y lo hice, los encontré, estaban todos muertos. Había regueros de sangre por todas partes. Empecé a gritar como una loca, presa del pánico. Pero había alguien más, estaba aquel hombre vestido con la túnica dorada, delante de la hoguera que no se había apagado, observándome, como si me estuviera esperando. Escuché pasos acercándose, era el chico con el que, supuestamente me había casado. Se puso a mi lado. Supe entonces, que aquel hombre nos había casado en una especie de ritual. No quería ni imaginar qué más había pasado esa noche, que no recordaba. Los miré y presentí que algo malo iba a pasar. Sus ojos se tornaron rojos y la transformación fue total, ante mí ya no había dos hombres, había dos bestias salidas del inframundo. Mi cuerpo también empezó a cambiar, sentí náuseas y la tripa empezó a hincharse. Algo malo estaba creciendo dentro de mí. Me volví loca, empecé a gritar y a gritar hasta que me dolió la garganta y luego corrí y corrí y me lancé entre las llamas. Estoy en el hospital, me salvaron de morir en la hoguera. Tengo gran parte del cuerpo quemado. No encontraron ningún rastro de aquellos dos hombres. A mis amigos, a mi novio y al resto de la gente los degollaron. Y la respuesta a la pregunta que se están haciendo es no. No estoy embarazada.


VOCES

 

Silenciar aquellas voces que había en mi cabeza, era el propósito de las pastillas que me daba mi marido cada día. Lo que él no sabía es que esas voces no me inducían a hacer daño, me decían lo que iba a pasar y cómo tenía que solucionarlo. También me decían que estuviera atenta porque quería deshacerse de mí. Tomé entonces la determinación de no tomarlas más, fingía delante de él que sí lo hacía, luego las tiraba por el retrete. Una mañana sonó el timbre, yo estaba en la cama. Mi marido abrió la puerta. Lo oí cuchichear con alguien. Luego escuché un ruido muy fuerte. Me levanté y fui hacia la puerta. Vi a una mujer desplomada en el suelo en medio de un gran charco de sangre. Me puse nerviosa y le dije a mi marido que llamara a una ambulancia. Él rehusó. Se le veía enfadado y me culpó de aquello, acusándome de haberla matado. Pensé que era un sueño, no podía creer lo que estaba pasando. Hablaba de internarme en un centro donde me pudieran prestar la ayuda que necesitaba, que sería lo mejor para mí. Pero no decía nada de llamar una ambulancia o a la policía. Se puso a limpiar el suelo. Las voces me alertaron, me dijeron que aquella mujer era su amante, que estaban mintiendo, que todo aquello era una farsa que se estaban montando entre los dos. Me agaché, pasé el dedo por aquella sustancia roja lo llevé a la boca y descubrí que era salsa de tomate. Me quedé quieta, esperando el siguiente movimiento de él. Estaba hablando por teléfono, decía que vinieran cuanto antes que estaba sufriendo un ataque psicótico. Algo le dijeron al otro lado de la línea que no le gustó mucho, porque se enfadó y les gritó reclamando aquella plaza para mí. O sea que era cierto, lo tenía todo planeado, me iba a encerrar en alguna clínica para enfermos mentales. Me levanté y actúe como si estuviera ida, confusa, no quería que sospechara que realmente estaba más cuerda que nunca. Me vestí mientras él seguía limpiando la supuesta “sangre” del suelo. Marqué aquel número. “Solo para emergencias” me había dicho. Respondió al segundo tono. “Voy para allá” dijo y colgó. Ahora sólo tenía que esperar. Mi marido es psiquiatra, los últimos años cambiamos mucho de ciudad. Lo habían acusado de abusar sexualmente de sus pacientes, pero siempre salía impune de todos los cargos. Yo sospechaba algo, y se lo hice saber varias veces, un día tuvimos una discusión muy grande, y le comenté lo de las voces, él vio en aquello, un motivo para librarse de mí, era una lacra en su alocada vida y una posible testigo de sus fechorías. Empezó a medicarme para calmar aquellas voces, pero fueron ellas las que me alertaron de que algo no iba bien. La policía llevaba tiempo siguiéndonos y un día me abordaron en una cafetería, fueron muy amables conmigo y me ofrecieron ayuda si colaboraba con ellos para atraparlo. Accedí, estaba cansada de tantas mentiras. Necesitaba paz en mi vida. Entonces urdieron un plan. Pondrían un topo en su consulta, una nueva secretaria. Lo vigilaría de cerca, pero para ello tendría que seducirlo. La verdad es que la chica era muy guapa y mi marido acabó cayendo en aquella trampa. Como no. Le hizo creer que colaboraba con él en deshacerse de mí, era una buena policía y una muy buena actriz. Había marcado aquel número y no tardarían nada en llegar. El seguía abajo limpiándolo todo, la mujer lo ayudaba, podía escuchar las sirenas de los coches patrulla acercándose. Él comenzó a gritarme enfurecido, fuera de sí, para su sorpresa la mujer que hasta entonces pensaba que era su cómplice en todo aquello y que lo amaba, lo esposó. Por fin se había acabado todo. El ratón pilló al gato.

viernes, 19 de febrero de 2021

¡HUYE!

 



No soy ciega de nacimiento. En un terrible accidente de coche, que le costó la vida a mi hermana gemela, perdí la visión. Desde aquel día, hace ya cinco años, mi vida cambió totalmente. En la oscuridad, donde transcurre mi vida, reside la culpa. Se fue mi hermana y llegó ella. Sigo con vida. Yo conducía el coche. Es un peso enorme con el que tendré que cargar toda mi vida.

 Unas amigas del instituto y sus esposos pasarán el fin de semana con mi marido y conmigo. Tenemos una cabaña en el bosque y quedamos en reunirnos allí. Presiento que será un fin de semana inolvidable. Mi matrimonio no está en su mejor momento, pensamos que tal vez aquella reunión nos viniera bien a los dos.

Estaba cortando unos tomates cuando escuché el ruido de unos coches acercándose a la casa. Habían llegado. Fui a abrir la puerta de la calle, la noche se presentaba tormentosa, escuché el sonido estrepitoso de los truenos a lo lejos, la idea de los rayos hizo que me estremeciera, los odiaba.

Para silenciar el ruido que había fuera, decidimos poner música. Aquello me relajó bastante. La cena fue un éxito. Fuimos al salón, encendimos la chimenea, y charlamos hasta bien entrada la noche. Hubo un tiempo, en que estas reuniones eran algo tradicional para todos. Esperábamos volver a revivir aquella tradición.

Mientras charlábamos una alerta se disparó en mi cabeza. Aunque no tenga visión mis otros sentidos me ayudan a comprender, “a ver” el entorno en el que me encuentro.

Ciertos tonos en las palabras, murmullos, movimientos que pasarían desapercibidos para otras personas pero que para mí eran una clara evidencia de que algo pasaba, que algo andaba mal. Todo eso lo podía notar, sentir.

 Mi marido podía ser camaleónico siempre que se lo propusiera. A veces llegaba a pensar que varios “yo” compartían su cuerpo. Me sorprendía pensando que, tal vez, no lo conociera de todo, que me había enamorado de un “yo” que, últimamente, pocas veces se dejaba ver.

Cuando me desperté a la mañana siguiente me sorprendió el silencio que reinaba en la casa. Mi marido no estaba a mi lado. Me dolía la cabeza, estaba cansada y notaba el cuerpo muy pesado. No había bebido alcohol la noche anterior, así que no podía ser resaca. No le di más importancia. Me vestí, cogí mi bastón y fui hasta la cocina con la esperanza de que estuvieran allí desayunando. Pero no estaban. La casa estaba vacía. Se habían ido todos. Recorrí la cabaña buscando respuestas. Descubrí que sus cosas seguían allí. Salí fuera, había dejado de llover. Una bandada de pájaros pasó sobre la casa en esos momentos. Podía escuchar el sonido que hacían mientras se alejaban. Fui hasta el garaje, conté cuatro coches. Eso significaba que no se habían ido. Por lo menos no muy lejos. Tal vez habían madrugado y habían ido hasta el lago, que estaba cerca de la cabaña, y salieran a navegar en la lancha de mi marido. Aquello encajaba. Regresé a casa. Escuché el sonido de mi móvil, lo había dejado sobre la encimera de la cocina. Era mi madre, estaba haciendo una video llamada para ver cómo me encontraba. Le expliqué lo que estaba sucediendo y estuvo de acuerdo conmigo en que no me preocupara, que seguramente estarían en la lancha navegando por el lago. Nos despedimos prometiéndonos vernos pronto.

Colgué y al rato volvió a sonar el móvil. Pregunté quién llamaba y una voz que sonaba muy lejana, me gritó “¡¡huye, tu vida corre peligro!!”. Tuve que apoyarme en la encimera porque las piernas me empezaron a flaquear. Conocía aquella voz, era la de mi hermana. Aquello era una psicofonía, una llamada del más allá.

Escuché pasos fuera. Por la manera de caminar estaba segura de que era mi marido. Me encaminé hacia la puerta, en el momento que escuché como la cerraba con llave. Aquello me desconcertó, ¿por qué la cerró? ¿acaso no sabía que estaba dentro? Entonces me acordé de la llamada de mi hermana, tenía que salir de allí. Me encaminé hacia la parte de atrás, mientras escuchaba con atención cualquier ruido que hubiera fuera. Esa puerta estaba abierta. La cerré en cuanto hube salido. Conocía perfectamente el entorno de la cabaña y conocía muy bien el sendero que llevaba hasta el bosque. Aceleré el paso y me encaminé hacia allí, me escondía a cierta distancia detrás de un árbol, el corazón estaba a punto de salirse de mi pecho, estaba muy asustada. No podía comprender el comportamiento de mi marido. Me llegó un olor a gasolina. Aquello me alertó. Me alejé un poco más. Escuché una explosión y luego el ruido de las llamas.

La cabaña estaba ardiendo. Entré en pánico e intenté correr, pero las piedras del camino y las raíces de los árboles hacían que me cayera una y otra vez. Sabía que la carretera estaba a menos de dos kilómetros de donde me encontraba, si llegaba hasta allí podría pedir ayuda.

La idea de que mi marido me quería matar se hacía cada vez más latente en mi cabeza. Seguramente me había drogado la noche anterior. Lo tenía todo planeado. Mientras nuestros amigos estaban navegando, él quemaba la cabaña, tal vez pensando que seguiría dormida. Un buen plan, simular un accidente por mi parte. Esas cosas pasan. Él se llevaría una buena tajada del seguro. Sus negocios no iban tan bien como hacía creer a la gente. Necesitaba dinero. El sonido de un claxon hizo que volviera a la realidad, había llegado a la carretera. Estaba viva y a salvo. Alguien se acercaba a mí, por el olor supe que era él. Comencé a gritar presa del pánico. Entonces escuché otra voz, que se identificó como la policía. Lo habían llamado nuestros amigos al ver el fuego.

 

 

 

 


miércoles, 17 de febrero de 2021

NOCHE DE LLUVIA

 

Rayos en el cielo, el sonido de los truenos y una fuerte lluvia, eran los compañeros de viaje de aquella mujer, camino a su casa. Los limpiaparabrisas funcionaban a tope y aun así no podía ver más allá del capó del coche. Puso la radio para intentar relajarse un poco. No le gustaba nada conducir con lluvia, le creaba angustia y nerviosismo. Desvió un poco la mirada para cambiar de emisora, en esos momentos que el hombre del tiempo estuviera diciendo que iba a llover toda la semana, no le animaba mucho. Escuchó un fuerte golpe en la parte de delante del coche. El corazón le latía desbocado en el pecho. Su primer pensamiento fue que había atropellado a alguien, pero ¿qué persona, en sus cabales, andaría de noche y con esta lluvia por la carretera? Su segundo pensamiento, y quizá el más razonable, es que se tratara de un animal. Se bajó del coche y fue a ver qué había pasado. Efectivamente, había atropellado un animal. Parecía un cachorro de lobo. Se acercó a él, no se movía, había muerto. De regreso al coche vio una figura delante de ella, inmóvil, observándola. Era un enorme lobo, tal vez, fuese la madre del cachorro muerto. Se interponía entre el coche y ella. No tenía escapatoria. Sabía a ciencia cierta que iba a morir en aquella carretera bajo la lluvia. Su último pensamiento fue para su esposo y su hijo. La loba se abalanzó sobre ella mientras sonaba el móvil en el coche, su marido, preocupado, la estaba llamando. El alto volumen del tono de llamada sobresaltó a la loba. Vaciló unos segundos, desvió la mirada, mientras olfateaba el aire, intentando identificar a qué correspondía aquel sonido. Ella aprovechó aquellos segundos de desconcierto del animal para correr hacia el coche. Por un momento pensó que no lo conseguiría. Las piernas no le respondían, estaban a punto de ceder cuando consiguió abrir la puerta del copiloto. Estaba a salvo. La loba que se percató de lo que había pasado se enfureció y se abalanzó sobre el coche. Ella había logrado sentarse al volante, las llaves estaban puestas, lo encendió y pisó el acelerador a fondo, llevándose al animal por delante. No miró por el retrovisor. Presa del pánico y temblando de miedo siguió conduciendo. Todavía no se podía creer que el alto volumen del móvil le hubiera salvado la vida. Su marido siempre se enfadaba con ella por ello. Menos mal que no le había hecho caso. No pudo evitar reírse a carcajadas, mientras las lágrimas empapaban sus mejillas.

domingo, 14 de febrero de 2021

DESEO

 


Partituras en su sitio. Me siento al piano y empiezo a tocar. Desde muy pequeño me apasionó la música y el piano se convirtió en mi razón de ser. Esta noche compartiré con el público mi música y sé que me aclamarán, siempre lo han hecho. Hace dos noches tuve un sueño. Una mujer bellísima, se presentó en mi cuarto, llevaba un vestido blanco que le llegaba hasta los pies. Me preguntó cuál era mi mayor deseo, le dije sin titubear, que quería ser el mejor pianista de todos los tiempos. Entonces me entregó unas partituras, prometiéndome que con ellas no habría nadie que me pudiera parar. Al levantarme por la mañana, unos papeles cayeron al suelo desde mi cama. Eran aquellas partituras. Esta noche tendré una sorpresa para mi público, después de leerlas una y otra vez he de decir que es lo mejor que se haya escrito nunca. Empecé con aquella partitura, a los dos minutos, el público había enmudecido, mis dedos se movían solos como si aquella música saliera de dentro de mi. Estaba fascinado. Pero.... algo pasó, la gente se empezó a levantar de sus asientos, se agredían unos a otros, se mordían y arañaban, había sangre por todas partes. Quise dejar de tocar pero mis dedos no me obedecían. No podía dejar de moverlos. Un hombre viene hacia mí. ¿De qué salga vivo, cuál es el porcentaje? Yo diría que más bien nulo. Se acerca cada vez más, no parece humano. Se ven manchas de sangre en su traje negro, también en sus manos y en su cara. Me entra pánico. Intento que mis dedos dejen de tocar aquella música. Sé que es la causante de todo aquel caos. Pero no hay manera. Mi muerte está cerca, lo presiento, no podré escapar de aquel hombre, no mientras mis dedos sigan pegados a las teclas. Entonces tras él aparece la mujer que había visto en mis sueños. El tiempo se para. El hombre que se iba a abalanzar sobre mí, tal vez para arrancarme los ojos o un trozo de sangre, no quiero saber cuál era su intención, queda en una posición un tanto inverosímil, sino fuera por el pavor que me embargaba, creo que me echaría a reír. De puntillas con una pierna, la otra levantada a punto de hacer un salto, la boca abierta de par en par, con unos regueros de saliva corriendo por su barbilla, los ojos desorbitados, y los brazos estirados, parecía un acróbata a punto de realizar un salto mortal. Aquella mujer se acercó a mi mientras me miraba atentamente. Sus ojos azules como el cielo eran hipnotizadores, Y me volvió a realizar la misma pregunta que ya había oído dos noches atrás. ¿Cuál era mi mayor deseo? La respuesta obviamente, no fue la misma. “Salir de aquí con vida” le dije. Ella esbozó una sonrisa y me dijo. “Si mueres hoy, serás reconocido mundialmente por tu música. Si sales con vida, no volverás a tocar el piano jamás, tus dedos sufrirán daños irreversibles” Aquello me hizo recapacitar antes de dar la respuesta definitiva. La música, el piano, aquella vida, lo era todo para mí. Si no podría tocar nunca más, de alguna forma estaría muerto en vida. Mi respuesta hizo que el tiempo siguiera corriendo y que aquel hombre me matara.


SAN VALENTIN

 


- ¡Mamá, mamá! Los gritos de mi hija desde el salón me despertaron. Me levanté de golpe esperando que no le estuviera sucediendo nada malo. Bajé, escuché el televisor y fui hasta allí para averiguar cuál era la urgencia. “Mira lo que dicen en las noticias” me estaba diciendo, pero yo ya no la escuchaba. Me senté en el sofá porque las piernas me empezaron a temblar. Recuerdos que intenté olvidar durante años estaban aflorando. En el televisor estaba la foto del hombre que había marcado mi vida para siempre. “Hoy, 14 de febrero, después de permanecer en la cárcel por más de treinta años, diez de los cuales, en el corredor de la muerte, fue ejecutado en la silla eléctrica el asesino en serie apodado “El Don Juan”

Oí el timbre de la puerta, sonaba muy lejano. Al cabo de un rato dos policías entraron en el salón. Me saludaron cordialmente y se disculparon por las molestias. Uno de ellos se acercó y me tendió algo que llevaba en la mano, parecía una carta. Lo miré con incredulidad. La habían encontrado entre las pertenencias del hombre que habían ejecutado. En el sobre ponía “entregar a mi muerte”. Vi mi nombre en él. La abrí con manos temblorosas, dentro había una hoja de papel, en ella había escrita una sola frase “siempre fuiste tú”. No pude evitarlo, me eché a llorar. La había escrito en 1983.

Ese año, yo era una adolescente, extrovertida y con toda la vida por delante. Cursaba el primer año de universidad. Allí conocía a aquel chico. Era guapo, amable y la estrella del equipo de fútbol. Las chicas revoloteaban a su alrededor como moscas. No sé cómo, ni por qué se interesó en mí.

Durante años una serie de desapariciones de chicas en la ciudad, todas adolescentes, tenía a la gente atemorizada. La policía investigaba los casos, pero hasta el momento no sabían nada de su paradero, ni si estaban vivas o muertas. Se empezó a barajar la idea de que tal vez se hubieran ido voluntariamente y no querían ser descubiertas por sus familias. En los últimos tres años habían desaparecido unas diez chicas.

Empecé a salir con aquel chico. Mis padres no estaban muy contentos con que me echara novio tan pronto, pero respetaron mis deseos. Era su último año de carrera y le habían ofrecido un trabajo en un bufete de abogados. Era brillante, el primero de su promoción y tenía un gran futuro por delante. Hacíamos muchos planes, me decía que me quería, que se había enamorado de mí, aquellas palabras eran música celestial para mis oídos, yo estaba perdidamente enamorada de él.

El día de san Valentín, tenía una sorpresa, iríamos a una cabaña en el bosque que era propiedad de la familia. Yo nunca había estado allí, ni sabía que existía, no me pareció raro que no me lo hubiera dicho, tampoco le di muchas vueltas al tema. No tenía motivos para desconfiar de él.  No me negué y allá fuimos. No quedaba lejos, el sitio era idílico, la cabaña estaba situada al pie de un lago, había un pequeño bote. Remó hasta que estuvimos en el medio, allí se arrodilló y me pidió matrimonio, mostrándome un anillo precioso, el más bonito que había visto en toda mi vida. Le dije que sí.

Entrada la noche me despertaron unos ruidos que venían de fuera de la casa. Me dolía la cabeza y sentía las piernas pesadas. Aun así, me incorporé y salí de la cama. No estaba a mi lado. Grité su nombre, pero no obtuve respuesta. Salí al exterior y lo vi alejándose hacia el lago. Empujaba una carretilla, por el esfuerzo que hacia parecía que llevaba algo pesado en ella.

Lo llamé, pero parecía no oírme, corrí tras él, al escuchar mis pasos se paró y me miró, parecía enfadado. Me regañó por haberme levantado, y me pidió que volviera a la cama. Pero ya era tarde, un rápido vistazo a la carretilla sirvió para darme cuenta de que llevaba un cuerpo tapado con una lona, una mano asomaba fuera y parecía la de una chica, porque las uñas las llevaba pintadas de un color rojo intenso. Me puse nerviosa y le pregunté quién era esa chica y a dónde la llevaba. Que habría que llamar a la policía y llevarla al hospital. El me agarró con fuerza y me tapó la boca para que no gritara. Entonces supe que mi vida corría peligro. Aquel hombre que me estaba agarrando no era el hombre del que me había enamorado. Era otra persona. Le mordí la mano con la que me tapaba la boca y eché a correr hacia el bosque. Estuve mucho tiempo corriendo, me dolían los pies y me sangraban, en la carrera había perdido las zapatillas. El pijama estaba roto y sucio por las veces que me había caído en mi alocada carrera. Oía sus gritos detrás de mí, pidiéndome que parara, que no me iba a hacer daño. Entonces todo empezó a tomar sentido, las chicas desaparecidas, la cabaña…. Él las secuestraba y las mataba. Y si no encontraba pronto a alguien también me mataría a mí. Había descubierto lo que hacía. Seguí corriendo hasta que llegué a una carretera. Era de madrugada y recé con todas mis fuerzas para que algún coche pasara por allí. Sabía que sólo un milagro me salvaría. Pero aquel día tuve la suerte de cara y apareció un coche de la forestal que estaban haciendo su ronda. Me puse en medio de la carretera y les hice señas con los brazos. Gracias a dios que pararon, bajaron del coche y se acercaron a mí.

Luego en el hospital me enteré de que las chicas que secuestraba las llevaba hasta aquella cabaña, las violaba, las estrangulaba y luego las tiraba al lago. Habían encontrado los cuerpos de las chicas desaparecidas allí. El apodo de “El Don Juan” fue idea de un periodista, al ser detenido en San Valentín.

 

 


sábado, 13 de febrero de 2021

DELIRIOS

 



He salido a comprar, el supermercado queda a escasos metros de mi casa. Es temprano, me cruzo con un vagabundo por la calle, me mira de soslayo, lo miro y un escalofrío recorre mi cuerpo al ver la cara sucia y arrugada de aquel hombre, con unos ojos pequeños y hundidos, empujaba un carrito, parecía pesar mucho, por el esfuerzo que hacía. ¿Y si había matado a alguien y lo llevaba allí, tapado con aquellos cartones y mantas viejas? Acelero el paso y miro de vez en cuando hacia atrás por si me sigue. No lo hace. El supermercado está abierto, pero las estanterías están casi vacías, hay escasez de casi todo. Cojo lo que necesito y me voy.  Le epidemia que vivimos ha mermado los suministros básicos, tienen problemas en la distribución, la gente se muere y falta personal. La población ha mermado en un setenta por ciento. A este paso los que todavía seguimos vivos, nos moriremos de inanición. Regreso a mi casa, no es seguro estar en las calles, hay saqueadores por todas partes que te matarían por un trozo de pan.

De momento tengo comida para varios días, eso, estirándola. Luego la cosa se va a poner muy fea, como esto no mejore, y no creo que lo haga. En las noticias han dicho que la falta de alimentos y productos básicos es generalizada. Y a este ritmo llegarán a desaparecer.

Trabajo en una tienda de decoración, mejor dicho, trabajaba, porque con todo lo acontecido ya nadie quiere redecorar su casa. Ya no se venden cuadros, ni lámparas y mucho menos figuras decorativas con precios exorbitados. Ahora son otras las prioridades y las más importante y casi diría que única, es la de la comida. Los pocos vecinos que quedan en mi barrio casi no salen de casa, vivimos en una urbanización que es más o menos segura. De momento no se dieron saqueos en las casas. Pero el barrio está muerto, ya nadie pasea, ni se ven niños en el parque, ni personas paseando sus mascotas, por ver no se ven ni perros, gatos, ni ningún otro animal. He oído en las noticias que hay un montón de gente desaparecida. No saben quién los lleva, ni a donde, lo único que se sabe es que no vuelven a ver. Esta noche he visto a una persona encapuchada por la calle, parecía que buscaba algo, me dio mala espina, pero no hice nada. Tengo miedo. Esta noche volveré a vigilar desde la ventana por si veo algo. Vivo sola, a mi marido y a mi hija se los ha llevado el virus y a veces, casi siempre para ser sincera, me culpo por seguir viva. Más de una vez pensé en suicidarme, creo que estaría mejor muerta y enterrada con ellos, que seguir como estoy, muerta en vida. Luchando cada día por sobrevivir. Los hospitales están faltos de personal, han muerto la mayoría de los médicos y enfermeras, y los que quedan están agotados y desmoralizados, porque son incapaces de parar este virus que nos asola. Los infectados siguen creciendo día a día. Sólo hay que ver lo que dicen en la televisión.

Ya es de noche estoy en la ventana, he visto al tipo de la noche anterior, voy a seguirlo, sé que es una locura. Lo hago guardando una distancia prudencial, llevamos un rato caminando, creo que no se dio cuenta de que estoy tras él. Gira a la izquierda y se mete en un callejón. Lo sigo.  Está muy sucio, hay contenedores de basura por todos los lados. El hombre abre una puerta que hay al fondo y entra. Sigo andando, llego hasta allí, y lo sigo hasta el interior. Alguien me agarra por el cuello. Me han descubierto. Pierdo el conocimiento, seguramente por el golpe que me han dado en la cabeza. Al volver en mí, hay un tipo mirándome fijamente. Me ayuda a levantarme.

Ya estoy en casa. Esta noche volveré a salir, sé lo que tengo que hacer. Me lo han dejado muy claro. Veo una joven con una caja de cartón en la mano, va corriendo, yo estoy rezagada tras un seto que hay delante de mi casa, la observo. Aporrea con fuerza la puerta de mi vecina de enfrente, deja la caja en el suelo y se va. Mientras la joven llegaba a la puerta yo me fui moviendo con sigilo, cruzando la calle, al amparo de las sombras. Llego a la casa. Agachada llego hasta la puerta de la casa y me coloco en un lateral de la puerta, esperando que mi vecina  la abra. Le di una pequeña patada a la caja, era pesada, esperaba que allí dentro hubiera lo que tanto deseábamos todos. Saqué el cuchillo que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Mi vecina abrió y me abalancé sobre ella, se lo clavé en la garganta cuando un grito de terror empezaba a salir de su garganta. Silbé tres veces y unas sombras se fueron acercando a mi encuentro. Dos de ellas metieron el cuerpo sin vida en una furgoneta aparcada muy cerca de donde estábamos. Miré lo que contenía la caja, lo que me imaginaba, era comida. Sonreí. Teníamos aquel cuerpo y el contenido de la caja, no nos moriríamos de hambre, de momento.

La policía me ha traído hasta este sitio, no me puedo mover, llevo puesta una camisa de fuerza, como esas que le ponen a la gente que está loca. No sé porque me la pusieron, no estoy loca. Dicen que es por mi bien, que estoy nerviosa. Les dije que había matado a mi vecina para no morirme de hambre, que ellos también tenían que hacerlo. Creen que sufro delirios y que me lo estoy inventando todo. No hay comida, el mundo ha llegado a su fin, es la ley de la supervivencia. ¿Acaso no ven las noticias? ¿Quién es el loco aquí?

 


LA ESCRITORA

  Marta llevaba tres días encerrada en su casa, concretamente en su despacho. La muerte de su marido la había hundido en un pozo de pena y d...