sábado, 27 de febrero de 2021

LOBO NEGRO

 

 

 

Creía, que lo que había sentido por aquella muchacha había sido amor a primera vista. No le cabía la menor duda. Desde el primer momento que la vio, en aquel parque, con aquel vestido rojo, no cejó en el empeño de enamorarla y después de varias semanas, lo había conseguido. Ahora después de varios años casados seguía enamorado. Y sabía a ciencia cierta que ella sentía lo mismo por él.

Habla la leyenda, que un anciano chamán, le cuenta una historia a su nieto: “en el interior de cada persona, se desata cada día, una batalla terrible entre dos lobos. Uno blanco y uno negro. Que simbolizan al bien y al mal”. El niño pensativo, le pregunta quién gana de los dos, a lo que el abuelo le responde: “ganará el que tú elijas alimentar”.

El hombre llevaba años alimentando más al lobo negro que al blanco, y el primero ya superaba en fuerza al segundo. El resentimiento, la mentira y la maldad, daban pasos agigantados cada día.

Se quedó sin trabajo, su jefe le despidió después de que el hombre le propinara un puñetazo, rompiéndole la nariz, por no cambiarle el turno de trabajo. Pasó un par de días en el calabozo. De camino a casa vio un cartel en la cristalera de un bar, “se alquila”, decía. Sin pensárselo dos veces, marcó el número y después de un rato largo hablando con el dueño del establecimiento quedaron en verse al día siguiente.

Llegaron a un acuerdo y se sumergió de lleno en el mundo de la hostelería. Una de las cosas que más le gustó del bar, fue el nombre que tenía y que no pensaba cambiar: “Caperucita Roja”. Desde el momento en que tomó las riendas, el negocio le fue bien. La suerte estaba de su lado.

Pero llegó el día, en que todo se torció, fue en el momento que aquella mujer entró en su local. Se hizo un silencio total a su paso, como si hubiera entrado un ángel. Tanto los hombres como las mujeres, que allí estaban, no podían apartar la mirada de ella. Alta, rubia, con un cuerpo de vértigo y una sonrisa que hacía que el corazón le latiera desbocado en el pecho. Él por supuesto sucumbió a sus encantos, cayendo rendido a sus pies. Comenzaron casi de inmediato una relación. Pero poco a poco, aquella mujer, se fue transformando, pasando de ser una venus del olimpo a la maléfica de los cuentos. Se vio envuelto en una relación turbia, dañina para el alma y el corazón, cargada de reproches y de celos. Entonces su lobo negro, que ya tenía la fuerza de mil demonios, entró en juego.

El hombre le dijo que quería terminar aquella relación. Ella le amenazó con contárselo a su mujer. Él con matarla si lo hacía. Un tira y afloja. Ahí quedó la cosa. Pensaba que no sería capaz de hacerlo. Pero sí lo hizo. Su mujer se enfadó con él y se fue a casa de su hermana “unos días”. Aquello fue un sábado.

Su ira iba en aumento por momentos. Pero ante todo tenía que controlarla y mantener la calma. Tenía un plan. Llamó a su amante y la citó en el local a medianoche. Cuando hubo entrado la mujer, le asestó un golpe en la cabeza dejándola inconsciente, a continuación, le asestó varias puñaladas en el pecho, causándole la muerte. Luego con una sierra la fue despedazando, le llevó gran parte de la noche, pero mereció la pena. Metió los trozos de carne en una bolsa de deporte negra, hizo un agujero en la pared y la emparedó. Ya había amanecido, cuando terminó de rellenar el hueco en la pared. Luego se fue a casa, se duchó se puso su mejor traje, y fue a casa de su cuñada a buscar a su mujer. Tenía que volver con él. Pero cuando llegó a la casa, su cuñada se negaba a abrirle. Así que se abalanzó sobre la puerta, hasta romperla. Entró, su cuñada le recriminó lo que había hecho, vociferando e insultándolo. La rabia y la ira lo cegaron, la cogió por el cuello apretándoselo hasta que la mató, luego fue a por su mujer. El lobo negro seguía hambriento.

 

 

 

viernes, 26 de febrero de 2021

LA LLAMADA

 


 

Siempre respeté e idolatré a mi padre desde bien pequeña. Para mí siempre fue un ejemplo a seguir, a pesar de que no era perfecto. No me gustaba el bigote que se había dejado, le hacía parecer mayor, él me decía que le quedaba bien, que le hacía más profesional. Trabaja en el área de psiquiatría de un hospital muy grande y muy conocido. Mi madre se hacía cargo de las gemelas y de mí, a tiempo completo. Las gemelas, de quince años, eran unos verdaderos demonios. Yo con 17 años, una adolescente como ellas, pasaba el día enfadada y encerrada en mi cuarto. Ellas se lo pasaban peleándose y quejándose, yo ya había pasado esa etapa, lo mío ahora era el encierro total del mundo que me rodeaba, excepto de mis amigos y de mi música.

El ritmo de trabajo que llevaba mi padre, le provocó un infarto. Aquello lo asustó y tomó una decisión, creo una de las más acertadas en su vida, tomarse unas vacaciones. El ambiente en casa era de una verdadera fiesta, pasaríamos unas semanas en una cabaña en el bosque que estaba al lado de un lago. Mi madre estaba muy entusiasmada, las gemelas no tanto, eran más de ciudad que de campo, pero tendrían que superarlo. Yo, pues a mi manera, manifestaba cierto regocijo, pero sin pasarme. Ya teníamos las maletas en el coche, una vieja ranchera de color verde. Sonó el teléfono fijo en casa. Mi madre le suplicó con la mirada a mi padre que no lo cogiera. Pero él se excusó y fue a contestar. Yo salí tras él, quería saber quién llamaba. Al alejarme me fijé en una pegatina que habían puesto las gemelas en la parte delantera del coche, era de una liebre. Puse los ojos en blanco arrancándoles así una carcajada. Mi padre estaba al teléfono, hablaban mucho al otro lado de la línea, pero él no mediaba palabra. Pensé en broma que no tendríamos ese año aguinaldo. Después de un rato, colgó. Su semblante cambió, pasó de la alegría del viaje a uno de preocupación y casi me atrevería a decir que de miedo y angustia. Sobre la mesita donde estaba el teléfono había varios bolígrafos, junto a un block de notas, tomó uno y anotó algo, con trazo firme y enérgico. No se había dado cuenta de que lo estaba mirando, hasta que alzó la mirada y me vio. Se acercó a mí y me pidió que le ayudara a decirle a mamá y a las gemelas que el viaje se cancelaba. Le pregunté el porqué de aquello y me respondió que tenía que ir al hospital, era un asunto de vida o muerte. Mi madre se enfadó con él, las gemelas empezaron a pelearse entre ellas, en unos minutos el caos había puesto nuestras vidas, patas arriba.

Mi madre entró en casa y se sirvió una copa de vino, mientras nosotras descargábamos las maletas del coche. Al terminar, mi padre se metió en el coche y aceleró como si se diera a la fuga, tuve la sensación de que no lo volveríamos a ver. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Más tarde me enteraría por la policía lo que había pasado. El por qué mi padre salió a toda prisa y qué había escrito en aquella nota.

Uno de sus pacientes, acababa de matar a dos enfermeras. Cuchillo en mano amenazaba de muerte a todo aquel que se le acercaba. Se trataba de un chaval de unos 20 años, alto y muy delgado, apenas pesaba cuarenta kilos, había ingresado allí con delirios paranoides, escuchaba voces que le hablaban y le inducían a autolesionarse, le decían que era para purificar su alma y así no caer en manos del oscuro.

Un par de vigilantes de seguridad, altos y fornidos, intentaron sujetarlo, el joven los levantó del suelo como si fueran plumas, y no hombres de casi cien kilos y los lanzó por la ventana al vacío, los vigilantes salieron despedidos, como si se deslizaran por un resbalín. Después de aquello, el chaval pidió a gritos que le trajeran una pizza de jamón y queso porque tenía mucha hambre. Aquello parecía surrealista. Mi padre acababa de llegar y le habían puesto al tanto de todo lo que había pasado. La idea era acercarse a él, como su terapeuta el joven lo conocía bien y creía que no iba a tener problemas en hacerlo entrar en razón. Llevaba preparada una jeringuilla con un fuerte sedante listo para clavársela, si las cosas se torcían. Cuando entró en la sala y vio a mi padre, aquel chico se puso a llorar, pidiendo perdón por lo que había hecho, diciendo que él no quería que pasara, pero si no lo hacía aquel ser oscuro lo llevaría con él al infierno. Mi padre intentó calmarlo, mientras se iba acercando a él poco a poco. Para ganar su confianza empezó a hablarle de cuando había sido guitarrista en aquel grupo que había formado en el instituto con unos colegas. El joven sonrió ante ese recuerdo. Y pareció relajarse. Mi padre siguió acercándose a él, algo más confiado. Cuando estaba a escasos metros se fijó en su cara, estaba transformada, algo no iba bien. Sus ojos estaban hundidos, sin iris, negros, como si no tuviera alma. Lo agarró en el momento justo en que su cuerpo empezó a tambalearse, impidiendo así que se cayera en el suelo. El muchacho se sujetó al cuello de mi padre, sus bocas quedaron a escasos centímetros, la una de la otra. Un aliento negro salió de su interior para luego introducirse en la boca de mi padre. El joven salió del trance en el que estaba y al ver lo que había pasado, no lo dudó un instante y le clavó un cuchillo en el abdomen, para luego rajarse el cuello mientras gritaba “búscate otro cuerpo”. La policía encontró en el bolsillo del pantalón de mi padre aquella nota, decía: Posesión.

 


domingo, 21 de febrero de 2021

¡HUYE! (continuación)

 


El sonido de un claxon hizo que volviera a la realidad, había llegado a la carretera. Un coche pasó rozándome, un centímetro más y me hubiera llevado por delante. No se detuvo. Estaba cansada, pero viva y a salvo. O eso creía. Pero entonces escuché unos pasos, alguien se acercaba a mí, por el olor, supe que era él. Comencé a gritar presa del pánico. Se había dado cuenta de que no estaba en la cabaña y me había seguido hasta allí. Intenté escapar, me agarró por la espalda impidiéndome huir. Me tapó la boca para que no gritara, mientras me susurraba al oído que si lo hacía me mataría. Sabía que no estaba mintiendo, estaba segura de que lo haría, era tal la desesperación que había en su voz que estaba mas que segura que lo haría sin contemplaciones. Me arrastró con él hacia el bosque. Forcejeé, pero cuanto más lo hacía, más me apretaba los brazos. El dolor era insoportable por momentos. Escuché una voz, se identificó como la policía.  Lo habían llamado nuestros amigos al ver las llamas que salían de la cabaña. Le dio el alto a mi marido, pidiéndole que me dejara ir, el sonido que hizo al soltar el seguro de la pistola, llegó con nitidez hasta mis oídos, estaba listo para disparar en el momento oportuno, y supe por el tono de su voz que lo haría sin miramientos. Nos detuvimos, él le gritó que se fuera o me mataría, me estaba utilizando de escudo. A pesar de la tensión que había en el ambiente, mi sentido del oído me decía que no estábamos solos, había más gente a nuestro alrededor. Podía escuchar pasos y diversos olores, unos eran conocidos y otros no. Supuse que aquel policía no estaría solo, por lo menos habría otro más, su compañero, seguramente estaría ocultándose en algún lugar, esperando tener una oportunidad para dispararle sin que yo saliera herida.  El policía que llevaba la pistola le exigía encarecidamente que me soltara. Mi marido a su vez, le gritaba para que se largara y nos dejara en paz, que aquello no era más que una discusión de pareja que la arreglaríamos sin la intervención de la policía. Ante aquella situación, en la que estaba inmersa, en medio de ambos, estaba a punto de desmayarme, en parte por el pánico que invadía mi cuerpo y en parte por la fuerte tensión del momento. En mi cabeza recreaba una y mil maneras de zafarme de él, pero me faltaban las fuerzas y el miedo me tenía inmovilizada, me sentía mal por eso, me sentía mal por ser tan cobarde. Lo único que no paraba de hacer y la verdad, se me estaba dando muy bien, era la de llorar. Una brisa se empezó a formar a nuestro alrededor, al principio se manifestó ligeramente, pero poco a poco fue cobrando más fuerza, hasta el punto, en que los arboles empezaron a moverse y las hojas se elevaban del suelo como si fueran atraídas por un gran imán situado en el cielo. Escucho aquellos pasos más cerca, eran varias personas, se acercaban sigilosamente, agazapadas, detrás de nosotros. La idea de que fueran nuestros amigos llegó mi corazón de esperanza. Aquella brisa se volvió más fuerte con la intensidad de casi un huracán, nos levantó un palmo del suelo, nos caímos, en la caída, me soltó, y pensé que era ahora o nunca. Me levanté con gran esfuerzo y me encaminé hacia donde creía haber oído la voz de aquel policía. El caminar se hacía complicado por momentos, el viento me daba de cara y no podía avanzar lo rápido que quería. A mis espaldas la voz de mi marido, gritándome, sonaba cada vez más cerca. Oí un disparo, luego otro, me quedé quieta esperando sentir dolor, pensé que me habían disparado. Oí un ruido sordo a mis espaldas, luego una caída, lo habían abatido, luego muchos gritos a mi alrededor y varios manos intentando agarrarme, antes de que me cayera desplomada en el suelo, rendida, exhausta. Escuché voces conocidas que pude identificar, eso hizo que pudiera relajarme un poco y respirar algo más tranquila, las conocía eran voces amigas. El viento igual que había empezado, cesó. Y allí tendida rodeada por mis amigos, pude ver por primera vez en mucho tiempo, una cara, me sonreía, ¡Cuánto la había echado de menos!, era mi hermana.


sábado, 20 de febrero de 2021

FIN DE FIESTA

 



La fiesta de aquella noche prometía. La plaza del pueblo estaba engalanada con banderitas y luces de colores. El palco listo para la gran actuación del grupo de rock local. Los bares sacaron las mesas a la calle, para que la gente pudiera beber y no perderse la actuación. El día dio paso a una noche estrellada y cálida. Poco a poco la gente se fue congregando en la plaza. Yo acudí con mi novio y unos amigos en común. Era nuestro último día de universidad y lo queríamos celebrar a lo grande. Así que empezamos con unos chupitos. El grupo de rock empezó a tocar los primeros acordes. Luego fuimos a otro y cuando ya estábamos en el tercero, uno de nuestros amigos señalaba con el dedo un punto en el bosque. Todos miramos hacia allí y vimos humo entre los árboles. Decidimos ir y averiguar qué era aquello, tal vez había otra fiesta y nos la estábamos perdiendo. Íbamos algo “perjudicados” por el alcohol y en esos momentos a todos nos pareció la mejor idea del mundo. Así que allá nos fuimos. Se unió a nosotros un chico que habíamos encontrado en el último bar en el que habíamos estado. Parecía sacado de una comuna hippie de los años 60. Era muy simpático y a todos nos caía muy bien. Cuando llegamos a un claro del bosque vimos una gran hoguera encendida. A su alrededor había mucha gente sentada, bebiendo y cantando. Todos jóvenes como nosotros. Nos sentamos entre ellos sin ningún problema. La acogida fue total. Sobre la hoguera había un gran caldero negro. Salía humo de dentro, como si se estuviera cociendo algo. El joven que nos había acompañado nos sirvió en unas tazas, un líquido verde que sacaba de allí. Al principio nos mostramos un poco reacios a probarlo, pero en cuanto lo hicimos todos coincidimos que aquello era la mejor bebida que habíamos probado nunca. A la segunda taza de aquel brebaje ya estábamos cantando y bailando como si lo hubiéramos hecho toda la vida. Recuerdo haberme quitado la blusa porque tenía calor y también recuerdo verlo hacer a los demás. Luego apareció un hombre vestido con una túnica dorada, con el pelo muy largo y una gran barba blanca que le llegaba hasta el pecho. Parecía sacado de una película, me sorprendió el gran parecido que tenía con el mago Merlín. No podía para de reírme. Llevaba una bolsita de cuero colgada al cuello. Sentía curiosidad por lo que llevaba dentro. El chico hippie había estado hablando con él, parecía como si se conocieran de toda la vida, así que se lo pregunté y él me respondió “un par de anillos”. Aquello me hizo mucha gracia, y le dije que para que los quería. Me miró como si estuviera loca y me dijo que era “El Mago de la vida ”. No le di importancia y seguí bailando y bailando, no podía parar. Sentía que podía flotar y una gran felicidad me embargaba por completo.

Me desperté con un gran dolor de cabeza y el cuerpo dolorido. Miré a mi alrededor y vi la plaza del pueblo, vacía y sucia por la fiesta de la noche anterior. Sentí frio, estaba desnuda y acostada en un sofá. Pero eso no era todo, había alguien a mi lado, lo reconocí de inmediato era el chico hippie de la fiesta. Pero las sorpresas aun no habían terminado, llevaba un anillo en el anular de mi mano izquierda, eso solo podía significar una cosa, me había casado con aquel chico que yacía también desnudo a mi lado y  que según pude comprobar, también llevaba uno, igual que el mío. Pero, ¿Dónde estaban los demás? Me levanté y me puse a caminar, fui hasta el bosque con la intención de encontrarlos allí. Y lo hice, los encontré, estaban todos muertos. Había regueros de sangre por todas partes. Empecé a gritar como una loca, presa del pánico. Pero había alguien más, estaba aquel hombre vestido con la túnica dorada, delante de la hoguera que no se había apagado, observándome, como si me estuviera esperando. Escuché pasos acercándose, era el chico con el que, supuestamente me había casado. Se puso a mi lado. Supe entonces, que aquel hombre nos había casado en una especie de ritual. No quería ni imaginar qué más había pasado esa noche, que no recordaba. Los miré y presentí que algo malo iba a pasar. Sus ojos se tornaron rojos y la transformación fue total, ante mí ya no había dos hombres, había dos bestias salidas del inframundo. Mi cuerpo también empezó a cambiar, sentí náuseas y la tripa empezó a hincharse. Algo malo estaba creciendo dentro de mí. Me volví loca, empecé a gritar y a gritar hasta que me dolió la garganta y luego corrí y corrí y me lancé entre las llamas. Estoy en el hospital, me salvaron de morir en la hoguera. Tengo gran parte del cuerpo quemado. No encontraron ningún rastro de aquellos dos hombres. A mis amigos, a mi novio y al resto de la gente los degollaron. Y la respuesta a la pregunta que se están haciendo es no. No estoy embarazada.


VOCES

 

Silenciar aquellas voces que había en mi cabeza, era el propósito de las pastillas que me daba mi marido cada día. Lo que él no sabía es que esas voces no me inducían a hacer daño, me decían lo que iba a pasar y cómo tenía que solucionarlo. También me decían que estuviera atenta porque quería deshacerse de mí. Tomé entonces la determinación de no tomarlas más, fingía delante de él que sí lo hacía, luego las tiraba por el retrete. Una mañana sonó el timbre, yo estaba en la cama. Mi marido abrió la puerta. Lo oí cuchichear con alguien. Luego escuché un ruido muy fuerte. Me levanté y fui hacia la puerta. Vi a una mujer desplomada en el suelo en medio de un gran charco de sangre. Me puse nerviosa y le dije a mi marido que llamara a una ambulancia. Él rehusó. Se le veía enfadado y me culpó de aquello, acusándome de haberla matado. Pensé que era un sueño, no podía creer lo que estaba pasando. Hablaba de internarme en un centro donde me pudieran prestar la ayuda que necesitaba, que sería lo mejor para mí. Pero no decía nada de llamar una ambulancia o a la policía. Se puso a limpiar el suelo. Las voces me alertaron, me dijeron que aquella mujer era su amante, que estaban mintiendo, que todo aquello era una farsa que se estaban montando entre los dos. Me agaché, pasé el dedo por aquella sustancia roja lo llevé a la boca y descubrí que era salsa de tomate. Me quedé quieta, esperando el siguiente movimiento de él. Estaba hablando por teléfono, decía que vinieran cuanto antes que estaba sufriendo un ataque psicótico. Algo le dijeron al otro lado de la línea que no le gustó mucho, porque se enfadó y les gritó reclamando aquella plaza para mí. O sea que era cierto, lo tenía todo planeado, me iba a encerrar en alguna clínica para enfermos mentales. Me levanté y actúe como si estuviera ida, confusa, no quería que sospechara que realmente estaba más cuerda que nunca. Me vestí mientras él seguía limpiando la supuesta “sangre” del suelo. Marqué aquel número. “Solo para emergencias” me había dicho. Respondió al segundo tono. “Voy para allá” dijo y colgó. Ahora sólo tenía que esperar. Mi marido es psiquiatra, los últimos años cambiamos mucho de ciudad. Lo habían acusado de abusar sexualmente de sus pacientes, pero siempre salía impune de todos los cargos. Yo sospechaba algo, y se lo hice saber varias veces, un día tuvimos una discusión muy grande, y le comenté lo de las voces, él vio en aquello, un motivo para librarse de mí, era una lacra en su alocada vida y una posible testigo de sus fechorías. Empezó a medicarme para calmar aquellas voces, pero fueron ellas las que me alertaron de que algo no iba bien. La policía llevaba tiempo siguiéndonos y un día me abordaron en una cafetería, fueron muy amables conmigo y me ofrecieron ayuda si colaboraba con ellos para atraparlo. Accedí, estaba cansada de tantas mentiras. Necesitaba paz en mi vida. Entonces urdieron un plan. Pondrían un topo en su consulta, una nueva secretaria. Lo vigilaría de cerca, pero para ello tendría que seducirlo. La verdad es que la chica era muy guapa y mi marido acabó cayendo en aquella trampa. Como no. Le hizo creer que colaboraba con él en deshacerse de mí, era una buena policía y una muy buena actriz. Había marcado aquel número y no tardarían nada en llegar. El seguía abajo limpiándolo todo, la mujer lo ayudaba, podía escuchar las sirenas de los coches patrulla acercándose. Él comenzó a gritarme enfurecido, fuera de sí, para su sorpresa la mujer que hasta entonces pensaba que era su cómplice en todo aquello y que lo amaba, lo esposó. Por fin se había acabado todo. El ratón pilló al gato.

viernes, 19 de febrero de 2021

¡HUYE!

 



No soy ciega de nacimiento. En un terrible accidente de coche, que le costó la vida a mi hermana gemela, perdí la visión. Desde aquel día, hace ya cinco años, mi vida cambió totalmente. En la oscuridad, donde transcurre mi vida, reside la culpa. Se fue mi hermana y llegó ella. Sigo con vida. Yo conducía el coche. Es un peso enorme con el que tendré que cargar toda mi vida.

 Unas amigas del instituto y sus esposos pasarán el fin de semana con mi marido y conmigo. Tenemos una cabaña en el bosque y quedamos en reunirnos allí. Presiento que será un fin de semana inolvidable. Mi matrimonio no está en su mejor momento, pensamos que tal vez aquella reunión nos viniera bien a los dos.

Estaba cortando unos tomates cuando escuché el ruido de unos coches acercándose a la casa. Habían llegado. Fui a abrir la puerta de la calle, la noche se presentaba tormentosa, escuché el sonido estrepitoso de los truenos a lo lejos, la idea de los rayos hizo que me estremeciera, los odiaba.

Para silenciar el ruido que había fuera, decidimos poner música. Aquello me relajó bastante. La cena fue un éxito. Fuimos al salón, encendimos la chimenea, y charlamos hasta bien entrada la noche. Hubo un tiempo, en que estas reuniones eran algo tradicional para todos. Esperábamos volver a revivir aquella tradición.

Mientras charlábamos una alerta se disparó en mi cabeza. Aunque no tenga visión mis otros sentidos me ayudan a comprender, “a ver” el entorno en el que me encuentro.

Ciertos tonos en las palabras, murmullos, movimientos que pasarían desapercibidos para otras personas pero que para mí eran una clara evidencia de que algo pasaba, que algo andaba mal. Todo eso lo podía notar, sentir.

 Mi marido podía ser camaleónico siempre que se lo propusiera. A veces llegaba a pensar que varios “yo” compartían su cuerpo. Me sorprendía pensando que, tal vez, no lo conociera de todo, que me había enamorado de un “yo” que, últimamente, pocas veces se dejaba ver.

Cuando me desperté a la mañana siguiente me sorprendió el silencio que reinaba en la casa. Mi marido no estaba a mi lado. Me dolía la cabeza, estaba cansada y notaba el cuerpo muy pesado. No había bebido alcohol la noche anterior, así que no podía ser resaca. No le di más importancia. Me vestí, cogí mi bastón y fui hasta la cocina con la esperanza de que estuvieran allí desayunando. Pero no estaban. La casa estaba vacía. Se habían ido todos. Recorrí la cabaña buscando respuestas. Descubrí que sus cosas seguían allí. Salí fuera, había dejado de llover. Una bandada de pájaros pasó sobre la casa en esos momentos. Podía escuchar el sonido que hacían mientras se alejaban. Fui hasta el garaje, conté cuatro coches. Eso significaba que no se habían ido. Por lo menos no muy lejos. Tal vez habían madrugado y habían ido hasta el lago, que estaba cerca de la cabaña, y salieran a navegar en la lancha de mi marido. Aquello encajaba. Regresé a casa. Escuché el sonido de mi móvil, lo había dejado sobre la encimera de la cocina. Era mi madre, estaba haciendo una video llamada para ver cómo me encontraba. Le expliqué lo que estaba sucediendo y estuvo de acuerdo conmigo en que no me preocupara, que seguramente estarían en la lancha navegando por el lago. Nos despedimos prometiéndonos vernos pronto.

Colgué y al rato volvió a sonar el móvil. Pregunté quién llamaba y una voz que sonaba muy lejana, me gritó “¡¡huye, tu vida corre peligro!!”. Tuve que apoyarme en la encimera porque las piernas me empezaron a flaquear. Conocía aquella voz, era la de mi hermana. Aquello era una psicofonía, una llamada del más allá.

Escuché pasos fuera. Por la manera de caminar estaba segura de que era mi marido. Me encaminé hacia la puerta, en el momento que escuché como la cerraba con llave. Aquello me desconcertó, ¿por qué la cerró? ¿acaso no sabía que estaba dentro? Entonces me acordé de la llamada de mi hermana, tenía que salir de allí. Me encaminé hacia la parte de atrás, mientras escuchaba con atención cualquier ruido que hubiera fuera. Esa puerta estaba abierta. La cerré en cuanto hube salido. Conocía perfectamente el entorno de la cabaña y conocía muy bien el sendero que llevaba hasta el bosque. Aceleré el paso y me encaminé hacia allí, me escondía a cierta distancia detrás de un árbol, el corazón estaba a punto de salirse de mi pecho, estaba muy asustada. No podía comprender el comportamiento de mi marido. Me llegó un olor a gasolina. Aquello me alertó. Me alejé un poco más. Escuché una explosión y luego el ruido de las llamas.

La cabaña estaba ardiendo. Entré en pánico e intenté correr, pero las piedras del camino y las raíces de los árboles hacían que me cayera una y otra vez. Sabía que la carretera estaba a menos de dos kilómetros de donde me encontraba, si llegaba hasta allí podría pedir ayuda.

La idea de que mi marido me quería matar se hacía cada vez más latente en mi cabeza. Seguramente me había drogado la noche anterior. Lo tenía todo planeado. Mientras nuestros amigos estaban navegando, él quemaba la cabaña, tal vez pensando que seguiría dormida. Un buen plan, simular un accidente por mi parte. Esas cosas pasan. Él se llevaría una buena tajada del seguro. Sus negocios no iban tan bien como hacía creer a la gente. Necesitaba dinero. El sonido de un claxon hizo que volviera a la realidad, había llegado a la carretera. Estaba viva y a salvo. Alguien se acercaba a mí, por el olor supe que era él. Comencé a gritar presa del pánico. Entonces escuché otra voz, que se identificó como la policía. Lo habían llamado nuestros amigos al ver el fuego.

 

 

 

 


miércoles, 17 de febrero de 2021

NOCHE DE LLUVIA

 

Rayos en el cielo, el sonido de los truenos y una fuerte lluvia, eran los compañeros de viaje de aquella mujer, camino a su casa. Los limpiaparabrisas funcionaban a tope y aun así no podía ver más allá del capó del coche. Puso la radio para intentar relajarse un poco. No le gustaba nada conducir con lluvia, le creaba angustia y nerviosismo. Desvió un poco la mirada para cambiar de emisora, en esos momentos que el hombre del tiempo estuviera diciendo que iba a llover toda la semana, no le animaba mucho. Escuchó un fuerte golpe en la parte de delante del coche. El corazón le latía desbocado en el pecho. Su primer pensamiento fue que había atropellado a alguien, pero ¿qué persona, en sus cabales, andaría de noche y con esta lluvia por la carretera? Su segundo pensamiento, y quizá el más razonable, es que se tratara de un animal. Se bajó del coche y fue a ver qué había pasado. Efectivamente, había atropellado un animal. Parecía un cachorro de lobo. Se acercó a él, no se movía, había muerto. De regreso al coche vio una figura delante de ella, inmóvil, observándola. Era un enorme lobo, tal vez, fuese la madre del cachorro muerto. Se interponía entre el coche y ella. No tenía escapatoria. Sabía a ciencia cierta que iba a morir en aquella carretera bajo la lluvia. Su último pensamiento fue para su esposo y su hijo. La loba se abalanzó sobre ella mientras sonaba el móvil en el coche, su marido, preocupado, la estaba llamando. El alto volumen del tono de llamada sobresaltó a la loba. Vaciló unos segundos, desvió la mirada, mientras olfateaba el aire, intentando identificar a qué correspondía aquel sonido. Ella aprovechó aquellos segundos de desconcierto del animal para correr hacia el coche. Por un momento pensó que no lo conseguiría. Las piernas no le respondían, estaban a punto de ceder cuando consiguió abrir la puerta del copiloto. Estaba a salvo. La loba que se percató de lo que había pasado se enfureció y se abalanzó sobre el coche. Ella había logrado sentarse al volante, las llaves estaban puestas, lo encendió y pisó el acelerador a fondo, llevándose al animal por delante. No miró por el retrovisor. Presa del pánico y temblando de miedo siguió conduciendo. Todavía no se podía creer que el alto volumen del móvil le hubiera salvado la vida. Su marido siempre se enfadaba con ella por ello. Menos mal que no le había hecho caso. No pudo evitar reírse a carcajadas, mientras las lágrimas empapaban sus mejillas.

MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...