jueves, 18 de enero de 2024

LA DAMA DUENDE

 —Henry, llevo días observándote y últimamente eres el último en marchar de la oficina. ¿Va todo bien?

El aludido levantó la mirada. Su jefe estaba frente a él hablándole. Era un hombre rubicundo, parcialmente calvo. Se le veía muy avejentado como si estuviera a  pocos pasos de la jubilación, aunque sabía a ciencia cierta de que aquel hombre no llegaba a los cincuenta años.  Lo miraba preocupado.

—Verá, señor, las cosas en casa no van nada bien y….

—¡No me digas más! —le respondió— recoge tus cosas y vamos a tomar una copa. Sé de un sitio donde podemos hablar tranquilamente.

El lugar en cuestión era bastante acogedor y tranquilo. Un camarero le hizo saber al señor Martínez que su mesa estaba preparada. Así que Henry dedujo que su jefe era un habitual de aquella cafetería.

Primero comenzaron a hablar de trivialidades preparando el camino para lo que habían ido allí. Comenzó a hablar con soltura, su jefe conocía a la perfección el arte de escuchar.

Le habbló del aborto que había sufrido su esposa hacía pocos meses, de que a raiz de aquel acontecimiento ella comenzó a sumirse poco a poco en una depresión que acabó afectando al matrimonio. Apenas se hablaban. Se habían convertido en un par de desconocidos viviendo bajo el mismo techo. Hacía un par de semanas que ella había decidido irse a vivir a casa de su madre durante una temporada. Le dejó claro que no la llamara ni tratara de ir a buscarla. Necesitaba tiempo. Pero el problema es que la echaba mucho de menos….

Henry apuró su copa bajo la atenta mirada del señor Martínez.

Estuvieron unos minutos callados. No resultaba un silencio incómodo, sino más bien necesario, como una pausa en una obra de teatro para el siguiente acto.

—Conozco una mujer... —dijo al fin su jefe—No se trata de sexo por lo menos del convencional si es lo que estás pensando. Estoy seguro de que ella te ayudará mucho. Yo…. He ido un par de veces buscando consejo para la empresa y mi vida privada y siempre, siempre, me ha ayudado.

Sus mejillas se le ruborizan. Le estaba confiando a un empleado suyo algo muy personal.

—Perdone Sr. Martínez, sé que lo que me dice es de buena fe, pero yo no creo en adivinadores, ni sanadores, ni echadores de cartas. Creo que es una pérdida de tiempo y de dinero.

—Por el tiempo no te preocupes, mañana te doy el día libre para que la vayas a ver y el dinero tampoco es un impedimento porque ella no cobra nada.

A la mañana siguiente Henry se presentó en casa de aquella mujer. El señor Martínez le había conseguido una cita para las diez de la mañana.

Estaba muy nervioso cuando pulsó el timbre de la puerta.

No tardó en escuchar unos pasos acercándose.

La puerta se abrió.

Frente a él había una mujer vestida con una amplia túnica negra y un velo del mismo color cubriéndole la cara.

—¿Henry?

—Sí.

Lo hizo pasar a una pequeña sala donde había una mesa redonda con un mantel blanco cubriéndola por completo y un par de sillas.

La mujer se sentó dando la espalda a la ventana y él hizo lo mismo frente a ella.

—¿Está listo?

—Si —Le respondió él no muy convencido.

—Deme sus manos, por favor y cierre los ojos.

Él hizo lo que le pidió aquella extraña mujer de la cual no sabía su nombre ni cómo era su rostro.

De repente, al contacto con la piel de la mujer comenzó a sentir como una energía que recorría todo su cuerpo acompañada de una paz y serenidad que nunca había sentido. Escuchaba que ella le decía que se imaginara un lugar en el que había sido realmente feliz alguna vez. Y así lo hizo. Evocó los veranos en los que él y su hermano pasaban en casa de sus abuelos. Todo eran risas, juegos, felicidad. También pudo percibir nítidamente el olor de las galletas que su abuela hacía en el horno y que tanto le gustaban.

Cuando ella le soltó las manos, él se resistió no quería volver a la realidad quería seguir siendo un niño, sin preocupaciones, siempre feliz y contento. Al final habían hecho el amor sin rozarse pero gozó como nunca lo había hecho jamás.

Pero tuvo que hacerlo.

Ya en la puerta de la calle ella le dijo que volviera cuando quisiera.

Cerró la puerta cuando Henry salió a la calle.

Miró su reloj. Eran las tres de la tarde. Habían pasado allí cinco horas que le habían parecido minutos.

Volvió más veces. Cada vez que iba se sentía mucho mejor consigo mismo y con el mundo en general. Disfrutaba haciendo el amor con aquella mujer sin necesidad de contacto físico. Pero disfrutaban plenamente. Su mujer había querido hablar con él y volvían a estar juntos de nuevo. Y su jefe le había dado un ascenso.

La vida le sonreía.

Al cabo de un año, su jefe murió repentinamente. Estaba demacrado, envejecido. Parecía que cada mes que pasaba era un año que se le venía encima. Una semana antes del ataque al corazón que lo llevó al otro barrio le había pedido, suplicado, que no fuera a ver más a aquella mujer. Todo tenía un precio y él lo estaba pagando con creces.

Henry no comprendió lo que le decía y por supuesto no dejó de ver a aquella mujer de la que todavía no conocía su nombre.

Una mañana Henry se miró al espejo. No tenía más de treinta y cinco años y su pelo se había vuelto canoso. Tenía bastantes arrugas en la cara y la vista le iba a menos.

Se asustó y recordó las palabras del señor Martínez y decidió volver a verla. Ella lo recibió con la amabilidad de siempre. Le cogió de las manos y volvió a tener otro viaje placentero, relajante.

Al salir de allí lleno de vitalidad y euforia pensó que las palabras de su jefe habían sido un delirio propio de una enfermedad que lo estaba matando poco a poco.

Pero cada hoja que pasaba del calendario se sentía más y más viejo, más y más cansado, más y más acabado.

La dama duende se alimentaba de sus amantes.


jueves, 11 de enero de 2024

TÚ DECIDES

 —Buenas tardes, soy Marcos Segura y os doy la bienvenida a este nuevo proyecto. Vosotros tres sois los primeros y espero que no los últimos. Os daré la oportunidad de calmar vuestra conciencia. Perdonar o no a quien os haya hecho daño.  Os voy a contar algo.

El hombre, un tipo más bien corpulento de unos cincuenta y tantos con el pelo muy corto, la tez blanquecina se sentó en una silla frente a ellos.

Tres personas lo miraban como hipnotizados asintiendo a cada palabra que el hombre decía. 

Había un chico de unos quince años, alto, delgado, con la cara llena de acné y unas lentes de culo de botella que hacían que sus ojos parecieran muy pequeños. Se llamaba Toni.

Una mujer de unos treinta años, alta, delgada, muy guapa con una larga cabellera rubia recogida en una coleta. Se llamaba Ana.

Y luego un hombre de unos cuarenta años, Con un cuerpo atlético, el pelo cortado al cepillo, con pinta de ser militar. Se llamaba Mario.

El hombre continuó hablando:

—Os voy a contar una historia. En la mitología griega hablaban de tres divinidades infernales que atormentaban con remordimientos a los autores de malas acciones, había una que castigaba los delitos morales, Alecto. Había otra, Megera que castigaba los delitos de infidelidad y por ultimo pero no por ellos menos importante Tisifone la vengadora del asesinato. Las erinias lanzaron tres maldiciones al mundo.

Hizo una pausa y continuó:

—Toni, a ti te hicieron bullying durante años. Tus acosadores salieron impunes, tú tuviste que cambiar de instituto y acudir a un psicólogo.

El muchacho asintió con la cabeza.

—Ana, tu marido te fue infiel muchas veces. Le has perdonado todas, alegando que estabas enamorada de él.

La mujer asintió.

—Mario, han matado a tu mujer. El asesino está en libertad después de haber estado en prisión cinco años. Lo soltaron por buena conducta.

Mario también asintió.

—Debajo de vuestras sillas hay un maletín. No lo abráis todavía. Cuando os diga saldréis de esta sala al pasillo. Allí encontraréis tres habitaciones. La número uno es para Toni. La dos para Ana y la tres para Mario. Dentro están las personas que os han causado tanto daño. De vosotros depende perdonar o castigar. Ya podéis sacar el maletín y abrirlo.

Dentro había una rosa y una pistola.

Perdonar o matar.


miércoles, 3 de enero de 2024

EL ÁRBOL OSCURO

 Harry se había quedado en casa. Su madre lo consideraba demasiado pequeño para ir al bosque a cazar. 

Su padre, con un grupo de amigos y su hijo mayor, Bill, salieron un par de horas antes del amanecer.

Caminaron durante un rato alumbrados por linternas y en silencio hasta que salió el sol. Habían cazado unos cuantos conejos y le seguían el rastro a un ciervo.

Bill se alejó un poco del grupo persiguiendo a una ardilla que al final se había encaramado a un árbol escondiéndose entre sus ramas. En un principio no se había fijado en el árbol hasta que retrocedió unos pasos para intentar localizar a la ardilla. 

Nunca había visto un árbol igual. Parecía que tenía vida. Sus ramas se movían, a pesar de que no hacía viento, como múltiples brazos que gesticulaban. Hasta le pareció escuchar susurros. Muchas voces hablando en voz baja a la vez. Sintió un pánico atroz.  Decidió regresar con el grupo. Comenzó a correr durante un buen rato hasta que sus piernas se doblaron y cayó al suelo. Estaba exhausto. La idea de que se había perdido pasó por su cabeza y se echó a llorar. Escuchó la voz de su padre a lo lejos, llamándolo a gritos.

Pronto estuvo a su lado. Entonces Bill comenzó a contarle lo que había visto y lo que le había asustado aquel árbol. El hombre trató de consolarlo diciéndole que todo había sido fruto de su imaginación.

Uno de los hombres que iban con ellos escuchó lo que el pequeño le había contado a su padre y su cara se puso tensa.

Decidieron regresar.

Bill corrió hasta la casa mientras su padre y sus amigos se reunían en el granero.

Harry que los había escuchado llegar se escondió entre el heno.

Al cerrar la puerta tras ello uno de los hombres cogió a su padre por la pechera de la camisa con fuerza mientras le gritaba que su hijo lo había visto.

Tom intentó convencerlo de que su hijo no contaría nada a nadie. Era un buen chico.

A Harry no le gustó nada el giro que estaba tomando aquella conversación. Sintió frió. Miedo. Por su padre. Por su hermano.

—Tú ahora eres el señor de la oscuridad. Él te ha elegido y como tal te corresponde que nadie localice el Árbol Oscuro. Ahora eres Herumor y tienes que ser consecuente con lo que tal honor representa.

—Por favor, ¡mi hijo no! —le suplicó.

—Será sacrificado. Lo haremos al anochecer. No podemos arriesgarnos a que alguien más se entere de la existencia del árbol. —sentenció el hombre.

Harry no quiso escuchar más y colándose por un agujero que había entre las tablas corrió hasta la casa para avisar a su hermano.

Pero su madre no le dejó pasar a su habitación. En la que estuvo encerrado  hasta que cayó la noche y su padre fue a buscarlo.

Lo llevó en sus brazos. Seguía dormido. 

Harry vio como se lo llevaba hacia el bosque seguido de los hombres ahora vestidos con túnicas negras que le tapaban la cabeza.

Harry intentó salir de la casa pero su madre no se lo permitió. La mujer estaba muy tranquila. Demasiado pensó él. Algo no marchaba bien.

Se fue a su habitación, se metió en la cama y se tapó con las mantas. 

En el bosque, los hombres encendieron unas velas y atacaron al muchacho al tronco del árbol.

Comenzaron a cantar. Herumor inició el ritual frente al Árbol Oscuro.

Al amanecer, Bill ya formaba parte del árbol. 

Sólo quedaban las cuerdas como el único vestigio de que alguna vez estuvo allí. 



miércoles, 27 de diciembre de 2023

EL PRECIO A PAGAR

 


El juglar Enrico Rastelli estaba haciendo unos impresionantes malabares con diez bolas ante la princesa Isabel, primogénita del rey Filipo. 

Se rumoreaba por el pueblo y por el palacio que la princesa estaba un poco triste y decaída desde hacía un tiempo. Enrico no dudó un segundo y se presentó en palacio para tratar de animarla.

Logró arrancarle una sonrisa, breve, pero una sonrisa al fin y al cabo.

Al terminar el número se ausentó del salón, cabizbaja y pensativa.

Enrico cogió sus cosas y se dispuso a marcharse cuando el rey se personó ante él.

Le explicó el motivo de la tristeza de su amada hija.

En pocas semanas sería desposada con un príncipe apuesto e inteligente  de un país cercano, heredero del trono. 

El caso es que la joven quería que acudiera a su boda un grupo de músicos famosos entre los nobles y los reyes. Pero para su desconsuelo ya habían sido contratados para otro evento similar en las mismas fechas. 

Por supuesto había otros músicos pero sin el talento de aquellos e Isabel no quería a nadie más que a ellos. 

Enrico estuvo unos minutos pensando en lo que el monarca le había dicho y supo que podía ayudarle. Así lo hizo saber.

El rey más animado le dijo que confiaba en su buen hacer y esperaba que solucionara aquel problema que le venía atormentando desde hacía tiempo.

Esa misma noche Enrico fue hasta las montañas y se adentra en una cueva oscura y húmeda.

Apiló algo de leña e hizo un fuego.

Nadie conocía su verdadera identidad. Todos creían que era un vulgar y simpático juglar que iba de pueblo en pueblo divirtiendo a reyes y plebeyos. Pero aquello sólo era una fachada.

El príncipe de los poetas invocó a Ovahiche, demonio patrono de los juglares que otorga el don de la rima y la improvisación.

Le expuso su problema y el demonio le dijo que podía ayudarle. Irían al día siguiente al palacio y hablarían con el rey.

Así lo hicieron. Le propusieron al monarca que reuniera a un grupo de jóvenes con cierto talento para la música.

El rey les preguntó qué querían a cambio.

El demonio le dijo que aquello lo hablarían cuando terminara su trabajo y si estaba satisfecho con el mismo.  Sería algo que él pudiera darle.

Dos días después una veintena de muchachos esperaban nerviosos en el patio de palacio que alguien les dijera lo que tenían que hacer.

El demonio Ovahiche se presentó ante ellos. Era un hombre muy atractivo, alto, delgado, con el cabello rubio y largo recogido en una coleta. Su tez era morena y los ojos azules como el mar.

Les habló durante un rato y les expuso lo que iban a hacer.

Durante dos días se reunieron allí. Cada uno tocaba un instrumento.

El último día tanto el rey como la princesa y todos los que vivían en el palacio quedaron prendados de lo bien que lo hacían. Incluso mejor que el grupo que la joven quería contratar.

Celebraron una fiesta en su honor. Ovahiche se sentó en la misma mesa que los monarcas y su hija. Isabel estaba radiante de felicidad.

Bailó y bailó con aquel hombre durante casi toda la velada. No paraban de reírse y de compartir confidencias al oído.

Al terminar la fiesta el rey se acercó al demonio y le preguntó cuál era su precio.

El no dudó en responderle: tu hija.



miércoles, 20 de diciembre de 2023

LA FIESTA DE NAVIDAD

 Un gran cartel a la entrada del hotel Finisterre rezaba: Prensa no. Aquel mensaje no hizo que Ana, reportera del periódico “La voz de Galicia”, desistiera echando a perder la oportunidad de escribir un gran reportaje que la lanzara a la fama. 

Se escondió detrás de unos enormes setos que había en un lateral del edificio. Desde allí podía obtener buenas fotografías de los invitados que iban llegando a la fiesta de Navidad que el gran Gatsby había dispuesto.

Grandes y lujosos coches con los cristales tintados, iban parando frente a la puerta. De ellos bajaban personalidades del mundo de la política, el cine, la televisión, la música, deportes e incluso gente de la nobleza, ataviados con sus mejores galas. Sacó una foto tras otra esperando captar cada detalle de cada personaje, sus sonrisas, muecas, y con suerte algún tropezón. Ésto último les encantaba a sus lectores, esos traspiés demostraban que aquellos seres eran tan humanos como el resto de los mortales.

Después de más de media hora de fotos, el ir y venir de los coches de lujo cesó.

Ana aprovechó aquel parón para echar un vistazo a las instantáneas que había realizado.

No fue poca la sorpresa que se llevó al contemplar algo muy curioso en todas ellas. Aquellas personas no llevaban zapatos, no iban calzados.

Aumentó el zoom de algunas de las fotografías y descubrió que aquellos pies descalzos, tenían garras con una uñas muy largas donde deberían estar los dedos de los pies.

Tenía que entrar. Pero no sabía cómo hacerlo.

Fue hasta el coche, dejó las cámaras y abrió una bolsa donde había un vestido. No era tan caro ni lujoso como los que llevaban aquellas mujeres pero esperaba dar el pego. Se vistió en el coche, se maquilló y recogió el pelo en un moño y se acercó hasta la puerta de la entrada esperando que la dejaran pasar. Pero allí no había nadie y la puerta estaba abierta. Entró. Subió las escaleras sin encontrarse con ningún personal del hotel, se imaginó que todos estaban muy ocupados en satisfacer todas las demandas del anfitrión.

Estaba claro donde se celebraba la fiesta, los gritos y la música se podían escuchar en el hall. Estaba en el último piso.

Cogió el ascensor y subió hasta el último piso. No tuvo problemas en colarse entre la gente. No podía creer que todo le hubiese salido tan bien y que hubiera sido tan fácil colarse allí. Nadie la miró. Nadie le habló. Cogió una copa de champán que le ofreció uno de los camareros. El gran Gatsby charlaba con unas mujeres muy hermosas. 

Faltaban menos de quince minutos para la medianoche. La gente bailaba dando vueltas y vueltas por el salón desinhibida por la bebida.

Entonces dieron las 12.

Los camareros se retiraron.  

Con terror Ana escuchó que cerraban las puertas del salón con llave.

Las luces se apagaron.

Ana se escondió en un rincón tras una enorme columna. Podía escuchar el corazón latiendo descompasado en su pecho. 

Cuando las luces se encendieron, un grito murió en su garganta antes de perder el conocimiento al contemplar el horror que sus ojos le mostraron.

Los invitados se despojaron de la ropa y la piel humana que los cubría, quedando a la luz su verdadero aspecto.

La fiesta de Gatsby convocó a los demonios oscuros.


miércoles, 13 de diciembre de 2023

EL LOTERO

 Harris Thompson regresó a su casa pasadas las seis de la tarde. Se había quedado en el instituto corrigiendo los últimos exámenes de sus alumnos.

—¡Ya estoy en casa! —gritó tras cerrar la puerta de la calle.

No obtuvo respuesta. 

Encontró a su esposa Hellen en el salón viendo las noticias de la tarde en el televisor.

—Hola cariño —lo saludó ella

Él se acercó, se sentó a su lado y le dio un beso en la mejilla.

—Acaban de encontrar el cuerpo de un chaval entre unos matorrales. Entre sus ropas encontraron una nota mecanografiada que decía: te ha tocado la lotería. Atte. El Lotero.

—¿En serio? —Harris tomó el mando y elevó el volumen —Eso parece mi instituto.

—Si, lo encontraron hace una media hora. ¿No te habías enterado?

—No, nadie me llamó —le respondió su esposo.

Escucharon la noticia en silencio, uno junto al otro sin dar crédito a lo que estaba diciendo el presentador. En ese momento los dos habían pensado en la misma cosa. En su hijo. Que por suerte estaba a cientos de kilómetros de casa, en la universidad.

—¡Es terrible! —gimió ella mientras cambiaba de canal.

—Voy a preparar una copa, ¿quieres una?

—De acuerdo, me vendrá bien beber algo fuerte, estas noticias me ponen el cuerpo muy mal.

Cuando su marido le entregó la bebida ella tenía la mirada perdida. De pronto se giró hacia él y le dijo:

—Acabo de tener una idea que tal vez te ayude con ese bloqueo de escritor que estás sufriendo.

—Sorpréndeme, cariño —le respondió esbozando una sonrisa cargada de ternura.

—Podrías escribir sobre lo que acabamos de escuchar en la televisión. Sobre el asesinato de ese muchacho. Tal vez, ojalá que no, pero puede ser que estemos ante un asesino en serie. Además tu hermano Tom te podría ayudar dándote algún que otro dado extraoficial, según las noticias el caso lo lleva la comisaría donde él trabaja.

Después de pensarlo un rato, Harris le respondió:

—No es una mala idea, Hellen. Tendré que darle un par de vueltas pero tal vez me ayude con este bloqueo. (Además lo podré escribir en primera persona, ésto último, por supuesto, no lo dijo en voz alta)


Harris Thompson era un hombre de mediana edad, profesor de lengua, muy querido por sus alumnos y respetado por todo el mundo. 

Había adquirido, en los últimos años, una aberración ante aquellos chicos y chicas sensibles, que siempre siguen las normas, que nunca hacen pellas, nunca rebaten las opiniones de sus mayores, aunque sepan que no llevan toda la razón, futuros ciudadanos modélicos, aburridos e insulsos. 

Había acabado con la vida de dos, una chica (que no habían encontrado todavía) y ahora este muchacho. 

Era cauto, precavido, nadie tenía ningún motivo para desconfiar de él. Los muchachos no intentaban huir cuando él se acercaba a ellos. Antes de matarlos les daba a elegir: Acabas de ganar la lotería… decide cómo morir. Es un honor que mueras en mis manos porque te harás famoso. Me convertiré en el asesino serial más renombrado de todos los tiempos. ¿Quieres morir de forma rápida o prefieres una muerte lenta y dolorosa?

Los dos habían elegido la primera opción. Los degolló con el cuchillo.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

LA CUEVA DEL DIABLO

 Nacida en una cueva oscura hizo temblar la tierra para salir.

Pero aquella no era la dulce y cariñosa Sara que todos habían conocido, no, aquella era la parte tenebrosa y malvada de ella, su mitad oscura.

Aquel movimiento de la tierra, si bien, no había sido de gran magnitud había sido lo suficientemente enérgico para que los habitantes del pueblo salieran a la calle asustados.

Pero la peor parte del terremoto había ocurrido en la montaña que bordeaba el pueblo, concretamente en una zona conocida como «la cueva del diablo» Una llamada al cuartel de la guardia civil alertaron de que varios senderistas habían subido a la montaña al amanecer y que seguramente habían quedado atrapados.

El corrimiento de tierras hizo imposible poder acceder por las carreteras secundarias. Así que llamaron a los servicios de emergencia que acudieron en un helicóptero.

Un par de hombres descendieron de la aeronave y lograron acceder al lugar. 

«La cueva del diablo» parecía no haber sufrido muchos daños.

Entraron.

Lo primero que vieron alumbrando con sendas linternas fue un gran hoyo en el suelo y unas pisadas que se dirigían  a la profundidad de la caverna.

Preguntaron por radio si aquel sitio tenía otra salida. 

Tras estudiar los planos de la zona, descubrieron que sí.

Willian se encontraba desayunando en su casa. Su hijo Bill le había llamado poniéndole al día de los acontecimientos que se habían producido en la montaña. 

Willian llevaba retirado de la policía unos cinco años. Ahora era Bill, su hijo, quien trabajaba allí. 

La voz de Bill sonaba temblorosa. Estaba asustado. 

El hombre se levantó para dejar la taza en el fregadero.

Escuchó cerrarse la puerta de la calle.

Vivía solo desde la muerte de su mujer y sólo él tenía la llave.

Apagó la radio.

Silencio.

Pisadas acercándose. 

Cogió un cuchillo del cajón y se acercó a la puerta de la cocina. 

La abrió despacio y salió.

Nadie a la vista.

Siguió caminando hasta el salón.

Vio una cabeza sobresaliendo del sillón donde él se sentaba para ver la televisión.

Se acercó despacio.

—¡Hola, papá!


Bill se metió en el coche patrulla para pedir refuerzos.

Sus manos le temblaban al coger la radio.

Al cerrar la puerta del coche, las puertas se bloquearon al momento.

Él no había tocado nada.

Un escalofrío  recorrió por su espina dorsal. 

Intentó abrir la puerta. No lo consiguió. Escuchó una respiración a su lado. Se giró y en el asiento del copiloto vio a su hermana Sara.

—Hola hermanito, ¿qué tal estás? -le preguntó al tiempo que le ofrecía una sonrisa macabra mostrando una fila de dientes podridos.

LLevaba puesto el vestido blanco con el que su padre y él la habian enterrado en aquella cueva fría y oscura.

No había sido por casualidad que estuviera muerta. Los celos que sentía hacia ella le corrompían por dentro. Habían sido gemelos, inseparables desde pequeños. Pero ella siempre recibía más atención por parte de sus padres que él, o eso creía. Un día que habían ido a coger setas al bosque ella había tropezado con una rama. Se cayó de bruces en el suelo golpeándose la cabeza en la caída.

Bill se acercó a ella. Estaba inconsciente. Y entonces una idea le pasó por la cabeza. 

Cogió una piedra grande y la dejó caer sobre la cabeza de su hermana. La sangre comenzó a manchar su camiseta y el suelo donde estaba. No se asustó. Sonrió. Había sido fácil acabar con ella.

Corrió hasta la casa y le contó a su padre lo que había pasado, omitiendo que él la había rematado. Pero su padre se dio cuenta de lo que había hecho su hijo y decidieron no contarlo a nadie, ni siquiera a su madre y enterrarla en la cueva del diablo. Luego dieron la alerta de que Sara se había perdido en el bosque.

Después de semanas de búsqueda la dieron por muerta, aunque nunca encontraron el cuerpo. Hasta ahora.

Su lado oscuro había regresado con muchas ganas de venganza.


MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...