Cuando entró aquel hombre en comisaría denunciando la
desaparición de su mujer todos quedaron sorprendidos ante tal noticia. Tanto él
como su esposa eran muy conocidos en aquel pueblo. Gente respetable. Una pareja
de mediana edad, aparentemente sólida y sin problemas de ninguna índole. Vivían
solos en una gran casa de dos pisos rodeada de un gran jardín.
Él era un prestigioso abogado que trabajaba en un bufete en
la cuidad y ella era maestra en la escuela primaria del pueblo.
La última vez que la vieron fue a la salida del colegio.
Nunca llegó a casa. Su esposo dio la voz de alarma por la tarde cuando regresó
del trabajo y su esposa no estaba. Algo inusual en ella. La llamó repetidas
veces al móvil. No daba señal.
Comenzaron las pesquisas. Preguntaron a los vecinos. El director
de la escuela dijo a la policía que le pareció ver cómo subía a una furgoneta
negra, sin rotulación y con los cristales tintados. Era un dato a tener en
cuenta. Sólo faltaba esperar a que, si
había sido un secuestro, llamaran para pedir un rescate. No descartaban esa
posibilidad. Era de todos conocido su buena posición económica. No se conocían
enemigos por ambas partes, pero no dejarían de averiguar. Por el trabajo del
esposo podría tratarse de cualquier malhechor que hubiera metido en la cárcel y
lo hiciera por venganza. El abanico de posibilidades era bastante amplio. Al
cabo de dos días, un canal de televisión le propuso al esposo ponerse en
contacto con los secuestradores en la hora de mayor audiencia. Les daría lo que
pidieses a cambio de que dejaran volver a su esposa a casa.
En todas las pantallas de televisión del país se podía
ver a un hombre demacrado, ojeroso, con la mirada ida y con los ojos anegados
de lágrimas. Era la viva imagen del dolor, el sufrimiento y la desesperación.
Incluso recitó una poesía que había escrito para su esposa y que no dejó
indiferente a nadie:
Desde que partiste
Mi cielo naufragó,
Inmovilizando al
tiempo en el exilio
donde até mi alma
Pasaron los días y no había señales de que los
secuestradores se fueran a poner en contacto con él.
La policía entonces decidió tomar otros caminos
alternativos.
Mientras tanto el hombre sumido en una tristeza no se
dejaba ver por el pueblo. Cuando no estaba trabajando se encerraba en su casa.
La policía mientas tanto seguía haciendo su trabajo. Así
que una tarde se acercaron a hablar con el afligido esposo. Habían recibido una
llamada de un hombre que no quiso dar su nombre pero que tenía una información
importante que darles. La esposa desaparecida había tenido una aventura con el
director del colegio durante meses. Unos
días antes de su desaparición ella había puesto fin a aquella relación. El director confirmó aquel hecho. Diciéndoles
que el marido se había enterado de la infidelidad de su mujer y que se había
presentado en su despacho furioso y fuera de sí, montándole una escena. Al
final lograron calmarlo y se había ido a casa. Luego ella despareció.
En aquel momento todo indicaba que el marido tenía algo
que ver en la desaparición de la maestra. Tal vez la hubiera matado en un
arrebato de celos. Cabía esa posibilidad. Tenían que tomar aquel camino.
Pidieron dos órdenes de registro. Una de ellas se llevó a
cabo en casa del marido. Él no se opuso a tal requerimiento. Se le veía
cansado, envejecido y muy delgado. Esperó pacientemente a que terminaran,
sentado en una butaca en el salón de su casa. La policía comprobó que la ropa
de la mujer seguía en su armario, así como todas sus pertenencias. Revisaron
cada rincón de la casa, incluido el sótano. No encontraron nada que pudiera incriminar
al marido.
Al mismo tiempo se realizaba otro registro en la casa
donde residía el director del colegio. Era pequeña, de un solo piso. Cuando les
abrió la puerta iba en pijama. No les sorprendió. Era fin de semana y no tenía
que madrugar para ir al colegio. En un principio se sorprendió al verlos. Luego
al ver la orden de registro se enfureció. No tenían derecho a entrar en su
casa, les decía gritando. Lo apartaron a un lado y comenzaron a registrar la
casa. Estaba bastante desordenada y sucia. Recorrieron las dos habitaciones que
tenía, el salón, y el cuarto de baño. No
tardaron en encontrar algo sospechoso. Y fue en la cocina. Les extrañó que un
hombre que vivía solo tuviera una nevera tan grande. De esas que son tan altas
que rozan el techo. Otro detalle era que descansaba sobre un carrito con ruedas
que facilitaba su manejo. Pero, ¿para qué quería mover la nevera? Teniendo en
cuenta la suciedad de la casa descartaban que fuera para limpiar.
Encontraron una puerta tras ella.
No les costó abrirla, no estaba cerrada con llave.
Tras encender la luz, bajaron por unas escaleras que
daban a un sótano.
Olía a antiséptico.
Había una mesa sobre la que descansaban diversos materiales quirúrgicos,
escalpelos, tijeras…. A su alrededor había una gran cantidad de animales de
distintos tamaños desecados.
Resulta que al del director del colegio le encantaba la
taxidermia.
Pero la cosa no terminó ahí.
Recorriendo aquel sótano vieron un bulto al fondo,
escondido entre las sombras y tapado con una sábana blanca que dejaba ver las
patas de madera de una silla sobre el que estaba colocado. Se acercaron. Lo
destaparon y….
Encontraron a la mujer desaparecida.