¿A qué vienen los
extraterrestres a nuestro mundo? ¿A conquistarnos, tal vez, a observarnos, a
dar un paseo casual o quizá son otras sus intenciones?
Aquella noche, ya pasadas
las doce, algo ocurrió en aquel bosque, los pájaros levantaron el vuelo presas
de pánico, los animales huyeron refugiándose en otro lugar donde pudieran estar
a salvo, pero, ¿de qué? Nadie escuchó nada, todos estaban durmiendo, salvo un
puñado de personas que por un motivo u otro estaban despiertos y vieron algo
que surcaba el cielo. Algo luminoso, de grandes proporciones, silencioso, que
se posó en el bosque.
Una de esas personas era
Clara, había estado trabajando hasta tarde en un proyecto que tenía entre
manos. Desde la ventana de su estudio había visto una luz atravesando el cielo
y que luego desaparecía entre los árboles que poblaban el bosque que tenía
enfrente de su casa. Tano, su perro mestizo comenzó a ladrar con ímpetu en la
puerta. Ella, trató de calmarlo, pero los ladridos iban subiendo de intensidad.
Decidió salir con él a dar una vuelta, antes de que despertara a sus vecinos
con sus ladridos y de paso intentaría averiguar que era aquello que había visto
en el cielo.
Salieron, ella llevaba al
perro de la correa, caminaron por un sendero que se adentraba en el bosque, no
le hacía falta llevar una linterna, aquella noche había luna llena.
El perro que hasta entonces
había dejado de ladrar, comenzó a ponerse nervioso y cada vez tiraba más de la
correa, en un descuido el perro se soltó y comenzó a correr internándose en el
bosque. Ella comenzó a llamarlo mientras iba tras él.
Llegó hasta un claro en el
bosque, y allí descubrió lo que había visto y leído multitud de veces, un ovni.
Se quedó boquiabierta ante lo que tenía delante. Aquel aparato era más grande
que un avión, pero a diferencia de éste, era ovalado, como un huevo, con luces
por todas partes, de color plateado. La mitad para arriba de aquel objeto
estaba formada en su totalidad por cristal. No podía ver lo que había dentro
porque las luces la cegaban. La mitad para abajo era completamente lisa, no se
veía ninguna puerta.
Los ladridos insistentes del
perro la sacaron de su ensimismamiento. Acudió a su encuentro. Tano le estaba
ladrando a algo que permanecía inmóvil frente a él, como si fuera una estatua,
al acercarse, Clara descubrió que estaba ante un ser, vestido con un mono
plateado, del mismo color que aquel aparato, le cubría la cabeza, dejando ver
sólo la cara y las manos. Los pies estaban enfundados en unas botas negras.
Aquel ser extendió las manos
vacías indicándole que no llevaba nada en ellas, en un intento de
tranquilizarla. Clara llamó a su perro, éste se acercó a ella, reticente, sin
dejar de mirar y gruñir a aquella cosa.
Ella se acercó un poco más a
él, con cautela y a medida que lo iba haciendo apreció que a los pies de aquel
ser había unos frascos pequeños, redondos, de un color azul intenso como el
cielo, calculó que habría decenas, quizá un centenar de ellos esparcidos por el
suelo. Él la estaba mirando y se percató de que miraba a aquellos frascos,
entonces le habló, y no lo hizo en una lengua extraña, lo hizo en su idioma.
Tenía una voz grave, le hablaba despacio, con calma, para no asustarla.
-Hola, -comenzó a
decirle- mi nombre es Arum, como ya habrás imaginado vengo de muy lejos. Pero
no vengo a hacerte daño ni a ti ni a nadie, vengo en una misión.
Clara, parpadeó, estaba
confusa y eufórica al mismo tiempo. Su instinto le decía que aquel tipo no era
peligroso, su instinto y su perro que se había acostado a su lado como si nada
hubiera pasado.
-Yo me llamo
Clara y éste es Tano mi perro.
Una vez echas las
presentaciones el ambiente se distendió un poco. El tipo aquel se sentó sobre
el tronco de un árbol caído y le hizo un ademán para que se sentara a su lado y
Clara así lo hizo.
-Bueno, esto te
parecerá raro, pero quiero contártelo todo para que lo entiendas. Cada cierto
tiempo, viajamos por el espacio, recorremos muchos planetas entre ellos éste.
Venimos de una galaxia muy lejana a la vuestra, donde vivimos en un planeta
parecido al tuyo. Allí nacemos, hacemos nuestra vida, estudiamos, trabajamos,
igual que vosotros y luego también morimos. Cuando alguien muere, metemos su
alma en estos frascos. Esperamos a tener muchas, cientos, miles, para emprender
el viaje. Durante muchos años vamos de planeta en planeta y las vamos dejando.
Mi misión, lo que me ha traído a este planeta, es esparcir estos frascos por todo
el mundo. No estoy solo, hay más naves surcando vuestros cielos, en estos
momentos, con la misma misión.
- ¿Y para que
hacéis esto? –logró preguntarle Clara.
Él la miró y ella
pudo ver un atisbo de ternura y comprensión en su cara, entonces continuó
hablando.
-Verás,
sabemos de vuestros procedimientos y ritos cuando uno de vosotros muere,
nosotros también tenemos los nuestros. Estas almas que están en los frascos,
son liberadas en cuanto vosotros, por pura curiosidad, abráis el frasco. Esta
alma al fin liberada, buscará un recién nacido y se introducirá en su cuerpo,
de esa manera volverá a vivir y tendrá otra oportunidad de redimir los pecados
que habría hecho en la otra u otras vidas que haya tenido, hasta alcanzar la
plenitud, la paz total.
- ¿Y por
qué están estas esparcidas por el suelo?
-¡¡Ahh!!,
eso, sí –y soltó una carcajada- no esperaba compañía, tu perro me asustó y me
cayeron, pero tranquila, los frascos no se rompen.
Clara estaba
realmente confundida, lo que le había contado la había dejado desconcertada. El
hombre se levantó y ella hizo lo mismo.
-Bueno
tengo trabajo que hacer como ya ves, -le dijo- pero he de hacer una última cosa
para que no tengas problemas con los tuyos. Esto no lo pueden saber, no están
preparados todavía, lo hago por tu bien. Espero que me perdones.
Clara se
despertó sobresaltada. Había tenido un sueño rarísimo, sobre una nave espacial
y un extraterrestre. Se levantó, Tano estaba a su lado en su cama, durmiendo
plácidamente. Fue hasta la cocina a beber un vaso de agua, y entonces vio
tierra en el suelo, delante de la puerta de la entrada.