domingo, 14 de febrero de 2021

SAN VALENTIN

 


- ¡Mamá, mamá! Los gritos de mi hija desde el salón me despertaron. Me levanté de golpe esperando que no le estuviera sucediendo nada malo. Bajé, escuché el televisor y fui hasta allí para averiguar cuál era la urgencia. “Mira lo que dicen en las noticias” me estaba diciendo, pero yo ya no la escuchaba. Me senté en el sofá porque las piernas me empezaron a temblar. Recuerdos que intenté olvidar durante años estaban aflorando. En el televisor estaba la foto del hombre que había marcado mi vida para siempre. “Hoy, 14 de febrero, después de permanecer en la cárcel por más de treinta años, diez de los cuales, en el corredor de la muerte, fue ejecutado en la silla eléctrica el asesino en serie apodado “El Don Juan”

Oí el timbre de la puerta, sonaba muy lejano. Al cabo de un rato dos policías entraron en el salón. Me saludaron cordialmente y se disculparon por las molestias. Uno de ellos se acercó y me tendió algo que llevaba en la mano, parecía una carta. Lo miré con incredulidad. La habían encontrado entre las pertenencias del hombre que habían ejecutado. En el sobre ponía “entregar a mi muerte”. Vi mi nombre en él. La abrí con manos temblorosas, dentro había una hoja de papel, en ella había escrita una sola frase “siempre fuiste tú”. No pude evitarlo, me eché a llorar. La había escrito en 1983.

Ese año, yo era una adolescente, extrovertida y con toda la vida por delante. Cursaba el primer año de universidad. Allí conocía a aquel chico. Era guapo, amable y la estrella del equipo de fútbol. Las chicas revoloteaban a su alrededor como moscas. No sé cómo, ni por qué se interesó en mí.

Durante años una serie de desapariciones de chicas en la ciudad, todas adolescentes, tenía a la gente atemorizada. La policía investigaba los casos, pero hasta el momento no sabían nada de su paradero, ni si estaban vivas o muertas. Se empezó a barajar la idea de que tal vez se hubieran ido voluntariamente y no querían ser descubiertas por sus familias. En los últimos tres años habían desaparecido unas diez chicas.

Empecé a salir con aquel chico. Mis padres no estaban muy contentos con que me echara novio tan pronto, pero respetaron mis deseos. Era su último año de carrera y le habían ofrecido un trabajo en un bufete de abogados. Era brillante, el primero de su promoción y tenía un gran futuro por delante. Hacíamos muchos planes, me decía que me quería, que se había enamorado de mí, aquellas palabras eran música celestial para mis oídos, yo estaba perdidamente enamorada de él.

El día de san Valentín, tenía una sorpresa, iríamos a una cabaña en el bosque que era propiedad de la familia. Yo nunca había estado allí, ni sabía que existía, no me pareció raro que no me lo hubiera dicho, tampoco le di muchas vueltas al tema. No tenía motivos para desconfiar de él.  No me negué y allá fuimos. No quedaba lejos, el sitio era idílico, la cabaña estaba situada al pie de un lago, había un pequeño bote. Remó hasta que estuvimos en el medio, allí se arrodilló y me pidió matrimonio, mostrándome un anillo precioso, el más bonito que había visto en toda mi vida. Le dije que sí.

Entrada la noche me despertaron unos ruidos que venían de fuera de la casa. Me dolía la cabeza y sentía las piernas pesadas. Aun así, me incorporé y salí de la cama. No estaba a mi lado. Grité su nombre, pero no obtuve respuesta. Salí al exterior y lo vi alejándose hacia el lago. Empujaba una carretilla, por el esfuerzo que hacia parecía que llevaba algo pesado en ella.

Lo llamé, pero parecía no oírme, corrí tras él, al escuchar mis pasos se paró y me miró, parecía enfadado. Me regañó por haberme levantado, y me pidió que volviera a la cama. Pero ya era tarde, un rápido vistazo a la carretilla sirvió para darme cuenta de que llevaba un cuerpo tapado con una lona, una mano asomaba fuera y parecía la de una chica, porque las uñas las llevaba pintadas de un color rojo intenso. Me puse nerviosa y le pregunté quién era esa chica y a dónde la llevaba. Que habría que llamar a la policía y llevarla al hospital. El me agarró con fuerza y me tapó la boca para que no gritara. Entonces supe que mi vida corría peligro. Aquel hombre que me estaba agarrando no era el hombre del que me había enamorado. Era otra persona. Le mordí la mano con la que me tapaba la boca y eché a correr hacia el bosque. Estuve mucho tiempo corriendo, me dolían los pies y me sangraban, en la carrera había perdido las zapatillas. El pijama estaba roto y sucio por las veces que me había caído en mi alocada carrera. Oía sus gritos detrás de mí, pidiéndome que parara, que no me iba a hacer daño. Entonces todo empezó a tomar sentido, las chicas desaparecidas, la cabaña…. Él las secuestraba y las mataba. Y si no encontraba pronto a alguien también me mataría a mí. Había descubierto lo que hacía. Seguí corriendo hasta que llegué a una carretera. Era de madrugada y recé con todas mis fuerzas para que algún coche pasara por allí. Sabía que sólo un milagro me salvaría. Pero aquel día tuve la suerte de cara y apareció un coche de la forestal que estaban haciendo su ronda. Me puse en medio de la carretera y les hice señas con los brazos. Gracias a dios que pararon, bajaron del coche y se acercaron a mí.

Luego en el hospital me enteré de que las chicas que secuestraba las llevaba hasta aquella cabaña, las violaba, las estrangulaba y luego las tiraba al lago. Habían encontrado los cuerpos de las chicas desaparecidas allí. El apodo de “El Don Juan” fue idea de un periodista, al ser detenido en San Valentín.

 

 


sábado, 13 de febrero de 2021

DELIRIOS

 



He salido a comprar, el supermercado queda a escasos metros de mi casa. Es temprano, me cruzo con un vagabundo por la calle, me mira de soslayo, lo miro y un escalofrío recorre mi cuerpo al ver la cara sucia y arrugada de aquel hombre, con unos ojos pequeños y hundidos, empujaba un carrito, parecía pesar mucho, por el esfuerzo que hacía. ¿Y si había matado a alguien y lo llevaba allí, tapado con aquellos cartones y mantas viejas? Acelero el paso y miro de vez en cuando hacia atrás por si me sigue. No lo hace. El supermercado está abierto, pero las estanterías están casi vacías, hay escasez de casi todo. Cojo lo que necesito y me voy.  Le epidemia que vivimos ha mermado los suministros básicos, tienen problemas en la distribución, la gente se muere y falta personal. La población ha mermado en un setenta por ciento. A este paso los que todavía seguimos vivos, nos moriremos de inanición. Regreso a mi casa, no es seguro estar en las calles, hay saqueadores por todas partes que te matarían por un trozo de pan.

De momento tengo comida para varios días, eso, estirándola. Luego la cosa se va a poner muy fea, como esto no mejore, y no creo que lo haga. En las noticias han dicho que la falta de alimentos y productos básicos es generalizada. Y a este ritmo llegarán a desaparecer.

Trabajo en una tienda de decoración, mejor dicho, trabajaba, porque con todo lo acontecido ya nadie quiere redecorar su casa. Ya no se venden cuadros, ni lámparas y mucho menos figuras decorativas con precios exorbitados. Ahora son otras las prioridades y las más importante y casi diría que única, es la de la comida. Los pocos vecinos que quedan en mi barrio casi no salen de casa, vivimos en una urbanización que es más o menos segura. De momento no se dieron saqueos en las casas. Pero el barrio está muerto, ya nadie pasea, ni se ven niños en el parque, ni personas paseando sus mascotas, por ver no se ven ni perros, gatos, ni ningún otro animal. He oído en las noticias que hay un montón de gente desaparecida. No saben quién los lleva, ni a donde, lo único que se sabe es que no vuelven a ver. Esta noche he visto a una persona encapuchada por la calle, parecía que buscaba algo, me dio mala espina, pero no hice nada. Tengo miedo. Esta noche volveré a vigilar desde la ventana por si veo algo. Vivo sola, a mi marido y a mi hija se los ha llevado el virus y a veces, casi siempre para ser sincera, me culpo por seguir viva. Más de una vez pensé en suicidarme, creo que estaría mejor muerta y enterrada con ellos, que seguir como estoy, muerta en vida. Luchando cada día por sobrevivir. Los hospitales están faltos de personal, han muerto la mayoría de los médicos y enfermeras, y los que quedan están agotados y desmoralizados, porque son incapaces de parar este virus que nos asola. Los infectados siguen creciendo día a día. Sólo hay que ver lo que dicen en la televisión.

Ya es de noche estoy en la ventana, he visto al tipo de la noche anterior, voy a seguirlo, sé que es una locura. Lo hago guardando una distancia prudencial, llevamos un rato caminando, creo que no se dio cuenta de que estoy tras él. Gira a la izquierda y se mete en un callejón. Lo sigo.  Está muy sucio, hay contenedores de basura por todos los lados. El hombre abre una puerta que hay al fondo y entra. Sigo andando, llego hasta allí, y lo sigo hasta el interior. Alguien me agarra por el cuello. Me han descubierto. Pierdo el conocimiento, seguramente por el golpe que me han dado en la cabeza. Al volver en mí, hay un tipo mirándome fijamente. Me ayuda a levantarme.

Ya estoy en casa. Esta noche volveré a salir, sé lo que tengo que hacer. Me lo han dejado muy claro. Veo una joven con una caja de cartón en la mano, va corriendo, yo estoy rezagada tras un seto que hay delante de mi casa, la observo. Aporrea con fuerza la puerta de mi vecina de enfrente, deja la caja en el suelo y se va. Mientras la joven llegaba a la puerta yo me fui moviendo con sigilo, cruzando la calle, al amparo de las sombras. Llego a la casa. Agachada llego hasta la puerta de la casa y me coloco en un lateral de la puerta, esperando que mi vecina  la abra. Le di una pequeña patada a la caja, era pesada, esperaba que allí dentro hubiera lo que tanto deseábamos todos. Saqué el cuchillo que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Mi vecina abrió y me abalancé sobre ella, se lo clavé en la garganta cuando un grito de terror empezaba a salir de su garganta. Silbé tres veces y unas sombras se fueron acercando a mi encuentro. Dos de ellas metieron el cuerpo sin vida en una furgoneta aparcada muy cerca de donde estábamos. Miré lo que contenía la caja, lo que me imaginaba, era comida. Sonreí. Teníamos aquel cuerpo y el contenido de la caja, no nos moriríamos de hambre, de momento.

La policía me ha traído hasta este sitio, no me puedo mover, llevo puesta una camisa de fuerza, como esas que le ponen a la gente que está loca. No sé porque me la pusieron, no estoy loca. Dicen que es por mi bien, que estoy nerviosa. Les dije que había matado a mi vecina para no morirme de hambre, que ellos también tenían que hacerlo. Creen que sufro delirios y que me lo estoy inventando todo. No hay comida, el mundo ha llegado a su fin, es la ley de la supervivencia. ¿Acaso no ven las noticias? ¿Quién es el loco aquí?

 


viernes, 12 de febrero de 2021

LOCURA

 



Me duele el estómago y la cabeza me va a estallar, los excesos con el turrón y los barriles de cerveza que trajo mi cuñado, me están pasando factura. No logro dormirme, y necesito hacerlo, aunque sea un par de horas, o me volveré loca. Mi marido no está, tiene turno de noche en el hospital y mi hija se fue de fiesta con una amiga. Tumbada en la cama me doy cuenta del silencio que hay en la casa, escucho mis propios pensamientos y como me zumba la cabeza, es de locos. Sería un buen tema para una historietista. Creo que el sueño ya llega, bienvenido sea. Escucho algo, creo que están llamando a la puerta, quién puede ser a estas horas, ¡dios santo, espero que no sea la policía! Existe un gran porcentaje de que eso ocurra. No son ellos. ¡Menos mal! Vuelven a aporrear la puerta. Algunas personas deberían invertir su tiempo libre en algo productivo, y no en molestar a la gente. Por la mirilla no veo a nadie, tal vez debería llevar algo para defenderme, nunca se sabe. Pero ¿qué?, el bate de béisbol de mi marido, está metido en el paragüero, no sé qué hace ahí, pero eso no importa ahora. Lo cojo y abro la puerta con cautela. No hay nadie, salgo y tropiezo con algo. Una caja de cartón. ¿Qué demonios es esto? Está claro que tengo un don para toparme con cosas que no son mías. La abro y…¡¡ sorpresa, un bebé!!, parece muy pequeño, casi como si acabara de nacer. Y viene con una nota que dice: “el padre es tu marido”. Ante este hallazgo, por un momento me cuesta hilvanar las ideas en mi cabeza.

Saco al bebe de la caja y lo llevo dentro. Por la ropita azul parece que se trata de un niño, esta dormidito y la verdad es que es muy guapo. Intento llamar a mi marido, pero me dicen que está operando en ese momento. La noche de Navidad suele ser dura en su trabajo. No sé de quién puede ser ese bebe, pero tengo claro de que de mi marido no es. Se hizo la vasectomía cuando tuvimos a la niña, de eso hace ya 15 años. Alguien quiere acabar con este matrimonio, pero ¿quién? Tengo que llevar al bebe al hospital para saber si está bien, y de paso avisar a la policía. Me visto mientras el niño sigue durmiendo plácidamente.  Lo envuelvo en una mantita y salgo a la calle. Un coche se acerca y se para a escasos metros de mí. Oigo unos gritos en el asiento y reconozco la voz de mi hija que me llama. El corazón me da un vuelco y corro hacia el coche. Entonces baja una mujer, la reconocí de inmediato, es una ex compañera de mi marido, trabajaba como pediatra en el hospital. Pero hacía casi un año que se había ido de la ciudad, por una depresión creo recordar. La llamaban la aragonesa. Abre la puerta trasera del coche y arrastra a mi hija por los pelos fuera. Mi hija grita y yo quiero ir a su encuentro, el bebé se pone a llorar en mis brazos y el miedo se apodera de mí. Esa mujer tiene algo entre las manos, ¡Dios mío es un cuchillo! Lo pone en el cuello de mi hija. Oigo un teléfono sonar en la casa, es mi móvil, con las prisas no lo cogí. Seguro que es mi marido, él sabe que nunca me separo de él y que si no lo cojo sospechará que pasa algo. Trato de acercarme a aquella mujer, está fuera de sí. Dice que nos va a matar a las dos. Me acerco a ella para tratar de calmarla, el resultado es un pequeño corte en el cuello de mi hija, puedo ver la sangre, no sigo avanzando y le pregunto qué demonios quiere. En mi cabeza suena el teclado de un piano con una melodía siniestra sacada de una macabra partitura. La respuesta es obvia quiere a mi marido y librarse de nosotras dos. Quiere formar una familia con él y con el hijo que dice que es de ambos. Yo le digo que no es de él que no puede ser, ahí queda un poco confusa, veo que no lo sabía. Las sirenas de la policía se oyen acercándose, dos coches patrullas se sitúan delante de la casa, detrás otro coche, lo reconocí, era el de mi marido. Tratan de calmar a la mujer, pero ésta se enfurece más, la vida de mi hija corre grave peligro. Mi marido baja del coche y se acerca corriendo. Ella lo ve y le dice que nos tiene que matar para comenzar una nueva vida juntos, con el bebé. Él se queda atónito no entiende nada, ¿de qué bebé le estaban hablando? Un par de policías se sitúan detrás de ella esperando el momento adecuado para reducirla. Le hacen señas a mi marido para que siga hablando con ella. Él trata de calmarla diciendo que baje el cuchillo y que lo solucionarán que se harán cargo del pequeño y que todo saldrá bien. Ella baja la guardia y en eso los policías entran en acción, la reducen y salvan a mi hija.

Días después nos enteramos por la policía, que la mujer había robado el bebé del hospital, y que sufría el síndrome de Clerambault o erotomanía. Estaba enamorada de mi marido y en su cabeza se formó la idea de que era correspondida e incluso que iban a tener un hijo juntos, como ella no podía tenerlos, lo robó de la maternidad. Este síntoma no es muy corriente suele suceder en mujeres más bien tímidas, aquejadas de depresión y baja autoestima. El objeto del engaño suele ser un hombre inalcanzable bien por su status financiero, social, matrimonio o desinterés.


miércoles, 10 de febrero de 2021

INFIDELIDAD

 


Tras preparar aquella escapada de fin de semana de manera casi milimétrica, para no levantar las sospechas de su mujer, todo se fue al traste. Su cita había cancelado el viaje citando textualmente, "motivos de trabajo" de los cuales no le explicó mucho, salvo que era muy importante. Así que, tras pasar una noche en el hotel solo decidió volver, la mañana del sábado, temprano a casa. Estaba seguro de que su mujer se pondría muy contenta al verlo, además ya tenía una excusa para justificar su regreso a casa antes de lo previsto. Pero las cosas casi nunca suceden como uno espera. Lo había escuchado muchas veces, pero aquel día lo viviría en primera persona.

 Al llegar a su casa, vio un coche en el camino de acceso, lo reconoció de inmediato, era el de su amante. La gran pregunta era ¿Qué demonios hacía allí? Y otra igual de importante ¿por qué estaba allí? Se sintió furioso y asustado. La primera idea que se le cruzó por la cabeza fui la de irse de allí, lo más lejos posible. Pero él no era la clase de persona que huye, él siempre afrontaba sus miedos y sus problemas, aunque aquello sobrepasaba todo lo que había tenido que vivir hasta ahora. Su peor pesadilla se estaba haciendo realidad. Despacio se encaminó hacia la puerta, esperando que en cualquier momento salieran cosas volando en su dirección o su mujer enfurecida abalanzándose sobre él con un cuchillo en la mano, llamándole infiel y cosas peores. No sucedió nada de eso.

Entró en casa, había abierto la puerta con sus propias llaves. Escuchó voces en el salón, reconoció dos de ellas, la de su mujer y la de su amante, pero la tercera no. Escuchaba risas mientras se acercaba. Aquello no tenía ningún sentido, ¿por qué se reían? Llegó hasta el salón, que era de donde provenían las voces, tres cabezas se giraron para mirarle, eran dos mujeres y un hombre. No entendía nada. Se levantaron, no mostraban signos de enfado hacia él. Ella iba tomada de la mano de la otra mujer. Su amante se acercó y lo besó en los labios. Había champán sobre la mesa y cuatro copas. Y una gran tarta de chocolate, su preferida. Lo abrazaban y felicitaban, se había olvidado de que era su cumpleaños. Lo habían dispuesto todo a sus espaldas. No sabía si enfadarse o seguirles la corriente. Optó por lo segundo. Tras unas copas de champán lo hablaron. Él era el único que no había visto lo que pasaba, tal vez porque pensó que ella no lo entendería. Pero ahora, se dio cuenta de que su mujer había pasado por lo mismo que él. Y no tuvieron la fuerza suficiente para hablarlo por no hacerse daño. Se rieron, lloraron y fue la mejor fiesta de cumpleaños de toda su vida. Al final, si los astros te acompañan, incluso las historias de infidelidad, pueden tener un final feliz.


lunes, 8 de febrero de 2021

CARMEN

 



Carmen era una hechicera muy poderosa. Era joven y muy guapa, había nacido con aquel don, que había heredado de su madre y ésta de su abuela y así de generación en generación. La gente del pueblo acudía a ella para que le hiciera conjuros de lo más variopintos, buenas cosechas, curación de animales y personas, de amor, suerte, trabajo. Lo hacía por unas monedas o por algo de comida, cualquier cosa que le dieran a cambio, para ella siempre era bienvenido. La gente la respetaba y temía. Por donde ella pasaba se hacía un gran silencio, nadie se metía con ella, nadie la provocaba. Sabían de su poder, de lo que era capaz de hacer. Un día un apuesto joven se presentó en su casa. En el mismo instante que lo vio, quedó cautivada por sus encantos, era apuesto, con un gran don de palabras y una amabilidad inusual, nunca vista, un caballero de los pies a la cabeza. Ella se enamoró de inmediato. Pero a partir de aquel momento todo cambió en el pueblo. Empezaron a desaparecer niños de sus cunas, el pueblo entero estaba aterrado. Las madres lloraban, rotas de dolor, por sus hijos. Lo que desconocía aquella buena gente era que el oscuro había entrado en la vida de la hechicera. Ella le había vendido su alma a cambio de su amor. Sus hechizos eran ahora de sangre, malvados, para calmar la sed de su amado, que parecía no calmarse nunca. Siempre quería más y más y ella nunca se negaba.

 Una noche el pueblo entero apareció en su casa. Sabían que era la culpable de todo lo malo que ocurría últimamente en el pueblo y querían venganza. Habían preparado una hoguera donde la quemarían. Atada en aquel poste de madera, rodeada de leña, Carmen escuchaba el zurear de las palomas, y deseó ser una de ellas y volar libre, sin ataduras, y lloró por haber sido tan estúpida y hacer daño a las gentes del pueblo que tan bien la habían tratado siempre. Y se arrepintió de todo y su maltratado corazón esperaba que algún día les perdonara. Estaba anocheciendo. Si la gente del pueblo no estuviera tan ocupada en encender la hoguera y su sed de venganza no les hubiera nublado la vista, podrían haber escuchado los gritos de perdón de Carmen, y haber visto entre los árboles del bosque, que les rodeaba, unas figuras blancas.

La leña empezó a arder. El oscuro apareció de la nada, delante de la hoguera, la gente se iba apartando, quedando en círculo en torno a él. Reclamaba lo que era suyo, el alma de la joven que pronto seria consumida por las llamas. Aquellas figuras blancas del bosque comenzaron a caminar hacia la hoguera. Eran muchas, eran las almas de las hechiceras que habían sido quemadas en la hoguera a lo largo de la historia, mujeres y niñas condenadas por actos que no habían cometido, acusadas injustamente de utilizar su magia para hacer el mal. Querían ayudar a Carmen, que su alma pura no cayera en las manos del oscuro. La gente del pueblo no se movió, nadie hablaba, nadie hacia nada, porque nada podían hacer y lo sabían. Aquello estaba fuera de su control. Se fueron acercando, poco a poco, paso a paso, mientras el oscuro, ajeno a lo que estaba aconteciendo, clamaba lo que pensaba que le pertenecía. Llevaban algo entre sus brazos, eran bebés, los bebés que habían sido arrebatados a sus madres, y estaban con vida, aquello era un milagro. Rodearon a aquel demonio que lejos de atemorizarse las retó. No iba a asustarse por unas débiles mujeres. Su orgullo no le hizo ver que estaba solo frente a un ejército de almas en busca de venganza y cada vez eran más y más.

Los niños fueron entregados a sus madres, que los recogieron entre sus brazos entre sollozos y risas. Luego fueron a por él. Lo rodearon. Él notó que su fuerza iba disminuyendo, aquellas almas habían unido su poder, haciéndose muy poderosas. Finalmente, el oscuro se dio cuenta de su desventaja y como llegó desapareció, no sin antes jurar que se vengaría de cada una de ellas. Un juramento en vano, fruto de la presión y un orgullo herido. Apagaron el fuego y desataron el cuerpo sin vida de Carmen. Los habitantes del pueblo prometieron darle una digna sepultura en tierra sagrada. Sus pecados habían expiado. Las mujeres volvieron al bosque, pero ahora una más iba con ellas. Carmen las acompañaría para siempre, al fin era libre.


sábado, 6 de febrero de 2021

NO ENCIENDAS LA LUZ

 



Decidieron hacer un viaje por el interior del país, recorriendo los pueblos, buscando mitos, leyendas e historias que les pudieran contar la gente que vivía en ellos. Ana y Juan eran pareja, trabajaban para una revista especializada en viajes como colaboradores. Tenían un proyecto entre manos, necesitaban recopilar toda la información que pudieran, para llevarlo a cabo, así que un sábado por la mañana se pusieron en camino en la vieja furgoneta que tenían que era un milagro que siguiera funcionando.

El tiempo parecía acompañarlos. La primavera había llegado para quedarse, se plasmaba su presencia en el verde de los campos y en las flores que veían por doquier de todos los colores y tamaños. Los pájaros trinaban con más fuerza que nunca y los árboles frutales estaban floreciendo.

La acogida de las gentes de los pueblos que visitaban, era cálida y acogedora. Y en los tres días que llevaban de viaje ya tenían mucho más material del que habían imaginado cuando emprendieron aquella aventura.

Llevaban anotados en una libreta los pueblos que tenían pensado visitar. Ana la consultó, faltaban sólo tres pueblos. Uno de ellos estaba a pocos kilómetros de donde se encontraban. Se encaminaron hacia allí. A pocos metros del pueblo las cosas empezaron a cambiar. La vegetación cambió de repente, pasando del verde de los prados, a una zona árida, sin vida. No se oía el trinar de los pájaros, ni se apreciaba atisbo de vida alguno. En la entrada del pueblo había un cartel que rezaba: BIENVENIDOS A TALOS, PUEBLO MINERO.

Las casas estaban cubiertas de hiedras venenosas y espinos. El pueblo tenía el aspecto de estar vacío, abandonado, con signos más que visibles de derrumbe y deterioro.

Recorrieron la calle principal, con el corazón sobrecogido.

Las luces de las farolas estaban rotas, los cables de la electricidad arrancados y tirados por el suelo.

Se estaban poniendo nerviosos, aquel sitio les causaba escalofríos, se miraron y sin mediar palabra supieron que tenían que irse de allí lo más rápido posible. Juan pisó a fondo el acelerador de la furgoneta, la imperiosa necesidad de alejarse de aquel lugar era acuciante. Entonces lo vieron. Un hombre, sentado en una silla delante de una casa. Tenía algo entre las manos, pero no podían ver con claridad lo que era desde donde estaban.

Juan paró la furgoneta, dando un frenazo a escasos metros de aquel hombre, que pareció no darse cuenta. Era un anciano, con el cabello largo y la barba blanca y espesa. Entre las manos tenía un cuchillo. Delante de él había una mesa, en ella descansaba una figura de unos veinte centímetros, con la forma de un hombre, Juan vio el parecido que tenía con ella, el hombre en esos momentos tallaba un trozo de madera con la forma de una mujer, sorprendentemente se parecía mucho a Ana.

Se bajaron de la furgoneta y se dirigieron hacia él. El hombre ajeno a todo lo que le rodeaba, ni levantó cabeza para observarlos, sólo cuando ellos le saludaron, el masculló algo entre dientes, parecido a una maldición. Ana y Juan visiblemente nerviosos se acercaron un poco más a aquel hombre, con cautela. Éste, por fin, levantó la mirada y los observó detenidamente, parecía enfadado.

-No deberían estar aquí –les dijo.

-Sentimos mucho molestarle –se disculpó Juan- estamos recorriendo los pueblos del interior del país. Hablamos con la gente y les animamos a que nos cuenten historias relacionadas con ellos, sobre crímenes, fantasmas, todo eso. ¿Le importa que le haga unas preguntas?

El silencio del hombre hizo que Juan pensara que no era una negativa así que se aventuró a seguir preguntándole:

- ¿Qué pasó aquí?, hemos visto que el pueblo está abandonado.

El hombre miró a su alrededor y dijo:

-Está oscureciendo, es mejor que entremos en casa –sentenció.

Ana y Juan lo siguieron al interior de la vivienda. Era sencilla, los muebles se veían viejos y ajados, pero estaba todo muy limpio y ordenado. Los llevó hasta la cocina. Se sentaron en penumbra, aquel hombre no hizo ni el amago de encender una luz. Eso les pareció raro a Ana y a Juan, había una nevera que funcionaba, así que tenía que haber electricidad en aquella casa. ¿Por qué aquel hombre no encendía la luz? Miraron la lámpara que colgaba del techo y vieron que le faltaba la bombilla y pensaron que seguramente sería así en el resto de la casa.

-Pase lo que pase aquí a partir de ahora, no enciendan ninguna luz, si quieren seguir con vida, no se olviden de lo que les acabo de decir.

Ana y Juan se miraron entre ellos sin entender lo que estaba pasando. El hombre les sirvió café, se sentó con ellos y comenzó a hablar.

“Hubo un tiempo en que este pueblo era rico y próspero. Teníamos una mina de carbón que alimentaba a muchas familias. Los hombres trabajaban de sol a sol, pero no les importaba porque aquello significaba que sus hijos y sus mujeres no pasaran hambre. Durante años fueron cavando y cavando metros y metros de profundidad, alguno que otro bromeaba diciendo que a ese ritmo llegarían hasta el mismísimo infierno -soltó una carcajada mostrando una dentadura sucia y negra- Y no se equivocaron en sus predicciones. Un día se encontraron con algo inusual en una mina de carbón, o en cualquier otro sitio, ya puestos. Sus picos y palas se toparon con algo, que, por el ruido que producían parecía de metal, y así fue. Siguieron cavando hasta que se toparon con diez ataúdes enterrados muchos años atrás. Los sacaron al exterior. Estaba anocheciendo. Los pusieron en hilera delante de la mina, para que todo el pueblo pudiera contemplarlos. Iluminaron el lugar poniendo los coches de manera que los faros encendidos arrojaran luz sobre ellos. Entre los curiosos se encontraba una mujer, muy anciana, que vivía en ese pueblo desde mucho tiempo, antes incluso de que vivieran los abuelos de los allí presente. Nunca ocultó sus poderes curativos y de predicción. Todos, sin excepción, la respetábamos y la temíamos. Desde niños habíamos oídos infinidad de historias sobre ella, nada buenas, la verdad, pero si la respetabas, ella hacia lo mismo, pero pobre del que se cruzara en su camino, -el hombre sacudió la cabeza, luego prosiguió- Esa mujer se acercó a los ataúdes allí postrados. Con ayuda de los hombres allí presentes, levantó una de las tapas. Al ver aquel cuerpo, la expresión de su cara se tornó en puro terror. De dentro salió un humo negro que quedó flotando sobre el cadáver. La policía había llegado, intentaban abrirse paso entre la multitud allí congregada. Estaban llegando hasta los ataúdes cuando se escuchó un estruendo, como si una bomba hubiera estallado. La mina explotó, menos mal que ya no quedaba nadie dentro, sino aquello hubiera sido una catástrofe. Pero lo peor estaba por llegar. Las tapas de los ataúdes se abrieron en el momento de la explosión. Humos negros salieron de cada uno de ellos, quedando flotando sobre los cuerpos. El miedo nos dejó petrificados, no nos podíamos mover, aunque quisiéramos, aquel humo negro empezó a tomar forma. La bruja nos gritaba que no los mirásemos a la cara. Pero eso es lo que hacían la mayoría, mirarlos. Yo estaba de espalda a ellos, y no podía ver la cara de esas figuras fantasmagóricas. Entonces ocurrió algo que va más allá de cualquier entendimiento. La gente empezó a quemarse, reduciéndose a cenizas en poco tiempo. Los que pudieron reaccionar ante lo que estaban viendo escaparon despavoridos. Noté que me agarraban de un brazo y tiraban de mí. Yo por aquel entonces era joven y fuerte, pero aquella mano tenía más fuerza que veinte hombres juntos. Miré y era aquella anciana que me arrastraba con ella hacia el bosque. Corrimos como almas que lleva el diablo, no sé cuánto tiempo, pero fue mucho, me dolían los pies y me faltaba el aire. Entonces llegamos a un claro, nos sentamos sobre unos troncos caídos y allí me explicó que era todo aquello. Aquellos cuerpos allí enterrados pertenecían a gente de la peor calaña, asesinos, ladrones y violadores. Estaban bajo una maldición, estarían enterrados en la oscuridad por toda la eternidad junto con sus almas. Lo que habíamos hecho, era quebrantar aquella maldición al desenterrarlos, y al abrir los ataúdes las habíamos liberado. Yo me estremecí. Pero ella continuó hablando obviando el pánico que iba creciendo en mi interior. Al ser seres oscuros, odiaban la luz, al impactar contra ellos la devuelven en forma de calor haciendo que se quemen y queden reducidos a cenizas.

Bebió el café de la taza, mientras en la cocina se había hecho un silencio casi sepulcral. Ana y Juan se miraron sin poder creerse aquella historia. Pero no dijeron nada. Ellos también apuraron su taza. El anciano continuó hablando:

Yo quise volver al pueblo y ver si mi familia seguía con vida. Pero en todas partes había cenizas y más cenizas, no quedaba nadie con vida. Intenté irme, varias veces para ser exactos, pero cuando pongo un pie fuera de los límites del pueblo, siento un calor tan grande que me provoca quemaduras. Se remangó el jersey que llevaba puesto y les mostró unas marcas en la piel, que se veía claramente que eran producidas por el fuego.

Ésta es mi casa, en la que nací y compartía con mis padres y mis hermanos, aprendí a vivir con esos seres, si no hay luz, no hay peligro. Sólo se acercan al anochecer. La luz del sol les hace daño. Ana le preguntó de dónde sacaban la comida, porque no habían visto un solo animal, ni vida alguna desde que habían entrado en el pueblo. Un ruido a sus espaldas los sobresaltó, intentaron levantarse, pero sentían las piernas muy pesadas como si fueran bloques de cemento, empezaron a sentirse mareados y somnolientos. Detrás de ellos apareció una anciana, de una edad indeterminada. Se dieron cuenta de que era aquella bruja que le había salvado la vida a aquel hombre. Portaba un hacha en su mano derecha que descargó sobre el hombre, luego sobre la mujer. La respuesta a la pregunta de Ana había llegado para desgracia de ellos.

 


viernes, 5 de febrero de 2021

MALA NOCHE

 



Acérrimo del equipo de fútbol, el Júpiter. Aquella tarde había partido, la copa estaba en juego. En la puerta del estadio escuchaba el zurear de las palomas mientras esperaba en la cola. Tras la victoria, una alfombra roja se desplegó en el campo. Todos los aclamábamos como si fueran estrellas de cine. Fui a celebrarlo. En la televisión escuché decir que esta noche un cometa surcaría los cielos, mientras intentaba abrir una botella de vino con el sacacorchos. Salí, el rocío empapó mi ropa y allí estaba Carmen, más guapa que nunca. El ocaso nos llevó a mi casa. Me desperté resacoso, desnudo, a mi lado, estaba ella, tapada con gruesas mantas, de pies a cabeza. La destapé. No era Carmen. Me quedé petrificado. En el suelo había un cuchillo con sangre. Estaba degollada. Fui hasta el baño, vi un reflejo tras de mí, un demonio, sonreía, traté de huir, la ventana estaba abierta, sentí cómo el frío me pellizcaba mientras me lanzaba. Grité con todas mis fuerzas, esperando que alguien me oyera, órale.

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...