Enemigas
acérrimas desde siempre. No podía acordarse del motivo que las llevó a ese odio
mutuo, durante tantos años. Ahora, ante su ataúd, a la espera de que lo bajaran
a aquel hoyo cavado en la tierra, donde descansaría eternamente, se arrepentía
de no haber hablado con ella sobre el tema y tratar de arreglarlo. Intuía que
sus días en la tierra estaban contados, su salud se iba mermando poco a poco, a
pasos agigantados. Cuando llegó a casa, acompañada de su nieta, se fue directa
al salón, faltaba poco para que emitieran un nuevo capítulo de su novela
favorita. Pero antes se cambiaría de ropa, el color negro la deprimía. Entró en
su cuarto, se sentó en la cama para descalzarse cómodamente y entonces notó una
mano sobre su hombro izquierdo. Se sobresaltó y asustada se giró. La mujer que
acababan de enterrar estaba sentada en su cama, detrás de ella, llevaba puesta
la ropa con la que la habían metido en el ataúd. Le sonreía, pero su sonrisa no
la tranquilizó lo más mínimo, era macabra, siniestra. Entonces con voz ronca y
agresiva le dijo, mientras la agarraba por el cuello: "hoy no verás la
novela". La mujer gritó, pero su nieta, que estaba en el garaje con la
música a todo volumen no la escuchó, seguía como si nada pasara, haciendo
flexiones, ajena a lo que estaba pasando en el piso superior la casa.
La abuela se
había quedado paralizada a causa del miedo que aquella visión le había
provocado. En un primer momento pensó que aquello no era real, que era una
alucinación provocada por su mente, ante la desazón que sentía por no haber
arreglado las cosas con la difunta. Pero al mismo tiempo, le asustaba haber
sentido la presión de aquella mano sobre su hombro, parecía tan real… Pero no podía
ser, acababan de enterrarla. Aquella mujer estaba muerta. Logró mirarla
fijamente. Sus ojos carecían de brillo y su tez era blanquecina. Pero lo que
más le asustaba, era su sonrisa. Trató de irse, huir de allí. Notó unas manos
huesudas en torno a su cuello, apretándolo más y más. La habitación empezó a
dar vueltas en torno a ella, no podía respirar, notaba que la vida se le
escapaba, poco a poco, en cada bocanada de aire que tan desesperadamente
intentaba inhalar.
Cuando su nieta
terminó su tabla de ejercicios, se encaminó al piso de arriba para darse una
ducha. El baño estaba al fondo, tenía que pasar por la habitación de su abuela
para acceder a él. Le extrañó no haberla visto en el salón viendo la
televisión, era la hora de su novela preferida. Así que mientras iba subiendo
las escaleras, gritaba su nombre, sin obtener respuesta alguna. Al llegar a la
habitación, la vio tirada en el suelo a escasos centímetros de la puerta. Tenía
la cara desencajada, vio miedo en sus ojos, abiertos de par en par. La ropa de
la cama estaba esparcida por el suelo, como si allí, se hubiera desatado una
pelea. El médico, que acudió a la llamada de la joven, le dijo que la causa de
la muerte de su abuela había sido un infarto. Tenía sentido, tenía problemas de
corazón desde hacía algún tiempo, y los acontecimientos de aquel día, no habían
sido nada halagüeños.