Todo comenzó una mañana de sábado, cuando al echar mano del frasco
que contenía las pastillas que tomaba para las fuertes migrañas que padecía, éste
estaba vacío. Se había olvidado de comprarlas y el dolor estaba empezando a
expandirse por su cabeza envolviéndola en una densa niebla gris. Hacía días que
no las tomaba, la sola idea de salir a la calle la aterraba, pero aquel día en
concreto necesitaba una con urgencia, temía que la cabeza le explotara en
cualquier momento.
Decidió prepararse un café bien cargado.
A la cafetera le habían salido un par de ojos y la
estaban mirando fijamente. Estupefacta y retrocediendo unos pasos muy asustada
pudo ver también una boca en ella que le sonreía mientras le decía con
sarcasmo:
-Querida, no creo que sea una buena idea que te tomes una
taza de café sin haberte tomado tus pastillas. ¿No crees?
Caminó de espaldas sin perder de vista a aquella cafetera
maldita, temiendo que bajara de la encimera y la persiguiera. Escuchó un
quejito a sus espaldas. Había chocado contra la puerta de la cocina.
- ¡A ver si miras por donde vas! ¡Me has hecho daño! –le regañó
ésta.
La mujer se agarró la cabeza con ambas manos. El dolor
que sufría era cada vez más intenso e insoportable. Le habían dado episodios fuertes,
pero como aquel no recordaba haberlos tenido nunca. Definitivamente estaba
perdiendo la cordura.
Salió de allí corriendo como alma que lleva el diablo y
se encerró en el cuarto de baño. Se apoyó contra la puerta, cerró los ojos y se
dejó caer hasta quedar sentada en el suelo. Tenía que tranquilizarse. Respiró
hondo y comenzó a contar en voz alta. Cuando en su cuenta llegara al número veinte
abriría los ojos y estaba casi segura que se despertaría en su cama y todo
aquello sería parte de una mala pesadilla.
Al llegar al número 20 abrió los ojos. Muy a su pesar no
estaba en su cama. Miró a su alrededor. No cabía duda que estaba en el baño,
pero era enorme, como hecho a la medida de un gigante y ella tenía el tamaño de
una hormiga. No sabía lo que le estaba pasando, pero todo aquello era de locos.
La ventana estaba abierta, pero el problema era cómo llegar hasta allí y pedir
ayuda. Tenía que intentarlo. No podía quedarse sentada allí para siempre. En un
lateral de la bañera una araña había tejido una tela. Hizo una nota mental en
su cabeza de limpiar mejor aquel sitio. Pero su pésima limpieza le podía salvar
la vida en esos momentos. Empezó a trepar por ella esperando que su dueña estuviera
ausente durante un buen rato. Encontró moscas muertas a su paso. Por fin llegó
hasta la parte superior de la bañera. Ahora sólo tenía que escalar la cortina y
llegaría hasta la ventana. Empezó a subir por ella, pero una minúscula gota de
agua la hizo resbalar, perdiendo el equilibrio y cayéndose de bruces sobre las
frías baldosas del suelo. Perdió el conocimiento.
Se despertó con el cuerpo dolorido. Se enderezó no sin
cierto esfuerzo y miró a su alrededor. El baño volvía a tener el tamaño que le
correspondía. Se levantó del suelo lentamente como si llevara el peso del mundo
sobre su espalda y con pasos lentos e inseguros agarrándose a las paredes llegó
hasta su habitación. Se sentó en la cama. Tenía que llamar a alguien que la
ayudara. Miró a su alrededor en busca de su móvil. Lo localizó en la mesilla de
noche al lado de la cama. Se dispuso a bajarse de la cama cuando se dio cuenta
de que todo a su alrededor se hacía muy pequeño a pasos agigantados y ella
estaba adquiriendo un tamaño desmesurado. Sus piernas y brazos habían crecido
tanto que no cabía en la habitación y tenía que permanecer encogida. Se puso a
llorar de rabia, impotencia, dolor y miedo. Las lágrimas corrían por sus
mejillas como cataratas y era consciente que si no paraba de llorar inundaría
la habitación en cuestión de minutos. El cansancio pudo con ella y se quedó
dormida. Cuando despertó la luz del sol había desaparecido y las sombras se
habían adueñado de su habitación. Volvía a tener su tamaño normal. Hizo la
llamada que no había podido hacer hasta entonces. En menos de quince minutos el
médico estaba llamando a su puerta. Traía consigo las pastillas de la migraña y
un fuerte sedante para tranquilizarla. Ella le preguntó qué le había pasado. Su
respuesta la dejó pasmada, sin palabras.
-Has sufrido un episodio de lo que llamamos síndrome de “Alicia
en el país de las maravillas” causado por las migrañas que padeces y por no
tomar la medicación correspondiente.