lunes, 20 de diciembre de 2021

LA PELÍCULA

 

Después de pagarle al repartidor, se sentó ante el televisor. Había un girasol dibujado en la caja que contenía la pizza. Le sorprendió comprobar que aquel era el logotipo de la empresa y sonrió ante tal ocurrencia. Cogió un trozo y mientras lo comía, se concentró en la película que estaba viendo, antes de que el timbre de la puerta lo interrumpiera.  Estaba solo, su hermana regresaría a casa en un par de horas, cuando saliera de trabajar. La protagonista, una adolescente, iba montada en la parte de atrás de la moto del “malote” del instituto, llevaba puesto un sombrero que iba sujetando con una mano, para que no volara. Se dirigían a casa de un amigo que había montado una fiesta, aprovechando que sus padres se habían ido de viaje el fin de semana. Era la típica película de terror adolescente, donde un asesino iba matando, uno a uno, a todos los jóvenes que estaban en la casa. La había visto muchas veces, le fascinaba, se sabía los diálogos de todos y cada uno de los personajes que aparecían en ella. Comía despacio, al ritmo de un caracol, concentrado al máximo en las imágenes que iban pasando ante sus ojos.  Cuando los jóvenes de la moto llegaron a la casa, el diálogo cambió, mejor dicho, tenían que haber hablado y no lo hicieron. Le extrañó mucho aquella omisión. En el hall de la casa, recordaba que había una maqueta de un barco vikingo sobre una mesita. No estaba. En su lugar se veía la de un molino. Al abrir la puerta de la calle, se coló un poco de aire, aquello provocó que las aspas comenzaran a girar. Los chicos dejaron sus abrigos en el armario y encaminaron sus pasos hacia otra puerta que daba al salón, donde se celebraba la fiesta. La imagen se congeló en el momento en que los jóvenes cruzaban el umbral, quedando en la pantalla un primer plano del molino cuyas aspas giraban y giraban sin parar. Daría un puñado de monedas de oro, si las tuviera, por saber qué estaba pasando. Fue el último pensamiento que tuvo antes de que el continuo movimiento de aquellas aspas, lo hipnotizaran por completo. No vio la cara pintada de blanco de un hombre en la pantalla de su televisor mirándolo, mientras esbozaba una sonrisa amenazadora y siniestra. Poco después llegó su hermana a casa. En el salón, sobre la mesa que había frente al televisor, encontró una caja con una pizza dentro a medio comer y en la televisión estaba puesta aquella película que tanto le gustaba a su hermano. Hizo una mueca de disgusto, pensando que era enfermiza la obsesión que tenía con ella. Gritó su nombre. Nadie le contestó. Escuchó unos ruidos en la cocina. Pensando que era su hermano quien los hacía, fue hasta el baño con la intención de darse una ducha. Al correr la cortina para abrir el grifo, lo encontró en la bañera en medio de un gran charco de sangre. Gritó con todas sus fuerzas. Se giró presa del pánico, para salir de allí y pedir ayuda, pero en el umbral de la puerta la esperaba alguien. Llevaba la cara pintada de blanco y sonreía. Aquella sonrisa le provocó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y la puso en alerta. Abrió la boca para volver a gritar, pero aquel hombre fue más rápido, se colocó tras ella y se la tapó con una mano enguantada, la que tenía libre, porque en la otra llevaba un cuchillo con el que le rajó la garganta.

 


jueves, 16 de diciembre de 2021

NAVIDAD

 

Un ambiente festivo envolvía las calles decoradas con luces de colores y guirnaldas, música de villancicos que se dejaba escuchar, a todas horas, por unos altavoces colocados estratégicamente por todo el pueblo, cortesía del alcalde. Tiendas abarrotadas de gente comprando regalos, niños sonriendo, otros llorando, en el regazo de Papa Noel, todo esto junto con el olor a turrón y mazapanes que se respiraba, era el indicativo de que la Navidad había llegado.

Un anciano, apoyado en un bastón con una empuñadora de oro, en forma de dragón, paseaba entre la multitud. Tenía el pelo muy corto y completamente blanco, era alto y delgado. Vestía un traje caro, de color negro. Unos zapatos del mismo color aparecían pulcramente lustrados.  Una niña pequeña que iba de la mano de su madre, quedó algo rezagada mirando un oso de peluche que había en el escaparate de una tienda, al volver la mirada al frente, después de un ligero tirón de su madre, tropezó con aquel hombre mayor. Sus miradas se cruzaron durante unos segundos, tiempo suficiente para que el miedo invadiera el cuerpo de la pequeña y se pusiera a llorar. La madre después de disculparse con el anciano, la cogió en su regazo tratando de calmar a su hija que lloraba desconsoladamente. El hombre siguió su camino, esbozando una sonrisa que, para cualquiera que lo estuviera observando, la tildaría de siniestra, malvada.

Pero nadie se fijó en él. En medio de aquella ola de gente, era uno más. Pero había una diferencia a tener en cuenta, mientras los demás iban con prisas de un lado a otro, él caminaba despacio, observándolo todo y a todos, intentando atrapar en sus retinas hasta el más mínimo detalle de lo que acontecía a su alrededor.

Sus pasos lo llevaron hasta la reja abierta, de una gran casona, donde una mujer de mediana edad, muy maquillada y envuelta en pieles, le daba un bofetón a una joven porque se le había caído una botella de leche en el camino de acceso, manchándole sus caros zapatos. El anciano sonrió.

Siguió caminando. Sus pasos le llevaron hasta Papa Noel. Había una inmensa hilera de niños que esperaban su turno para hacerle sus peticiones. En esos momentos un niño de unos siete años, estaba sentado en su regazo. Le estaba enumerando una lista infinita de juguetes que quería. Papa Noel lo miró fijamente y le dijo que tenía que dejar algo para los demás niños. El chaval, visiblemente enfadado, le respondió que no le importaban los demás niños y que, si no le traía lo que le había pedido se lo diría a su padre, que era el alcalde, y lo llevaría al calabozo.

Siguió con su paseo. Un coche se detuvo en un callejón oscuro, de él se bajó un joven de unos treinta años, llevaba el cuello del abrigo subido, un sombrero negro cubriéndole la cabeza y una bufanda le tapaba la mitad de la cara. Miró a ambos lados y cuando estuvo seguro de que nadie lo veía entró por la puerta trasera de un famoso prostíbulo. El anciano sabía quién era a pesar de intentar pasar desapercibido. El padre Juan, hombre devoto donde los haya. Pero humano, al fin y al cabo. Portaba una bolsa llena de regalos. Sonrió.

A Martín no le gustaba lo que su padre le mandaba hacer, sobre todo en aquella época del año, pero según él era la mejor para aquel “trabajo”. La gente era más generosa, los remordimientos tenían mucho que ver en ello, soltaban más monedas que de costumbre.  Se colocó en una esquina muy concurrida, vistiendo sus peores ropas, a pedir limosna. Al cabo de una hora allí, tuvo que darle la razón a su padre, la gente le lanzaba monedas como caramelos. Mejor así, porque si no llevaba suficiente dinero esa noche a casa, le daría una paliza y lo mandaría a la cama sin cenar. El anciano le arrojó un par de monedas al niño, mientras le sonreía.

Siguió caminando. Una pareja estaba discutiendo. Ella le decía a su novio, que no quería ver a la hermana de él, que era una arpía y que le caía mal. Él le reprochaba que no quisiera cenar con su familia. Ella rompió a llorar de impotencia. Una mujer se acercó a ellos, era la hermana del joven. Sus últimas palabras al teléfono antes de acercarse a su hermano y su cuñada, fueron “tengo que colgar, querida, he de saludar a la imbécil de la novia de mi hermano, hablamos luego”. Guardó el móvil en el bolso y se acercó a la mujer, le estampó un par de besos en la mejilla, sin dejar de repetirle lo guapa que estaba y lo mucho que se alegraba de verla y que le había comprado un regalo que la iba a dejar sin palabras.

Le encantaba aquella época del año. La Navidad era, sin duda, la festividad donde los hombres más pecaban. Y él se alimentaba de los pecados de los humanos.

El Demonio sonrió y continuó caminando. Estaba disfrutando muchísimo con aquel paseo.

Y la noche, no había hecho más que empezar.  

 

 

 

 

 

lunes, 13 de diciembre de 2021

LA DUALIDAD DE LAS LETRAS

 

UNO


Encendiste mi cielo con tu luz 

apagaste mi infierno con ella 

En tus brazos he vuelto a nacer 

en tus brazos aprenderé de nuevo 

el significado de la palabra Amor.



¡Maldito! 

Encendiste mi cielo con tu luz 

Salí huyendo 

buscando el refugio de la oscuridad 

No quiero tu compasión 

quiero que la apagues para poder morir entre tinieblas.


DOS


La esperanza como escudo para un corazón que aún late de amor por ti.

Que aún espera tu regreso

Que aún no se rindió ante tu prolongada ausencia

Que aún recuerda tus caricias sobre su piel

Que aún saborea tus besos sobre mis labios



La esperanza como escudo para un corazón que aún sigue vivo y espera ser rescatado. 

Te lo arranqué del pecho y lo he pisoteado, una y otra vez, 

¿tengo que matarte para que te olvides de mí? 

Dime, ¿es eso lo que quieres?


TRES


Abre la ventana, mi amor

Y túmbate a mi lado

Dejemos entrar a las hadas con su magia

Bañada con el polvo de estrellas

Bañado con el polvo de estrellas

Impregnándonos de amor

Tocaremos el cielo


Invoqué a los demonios en la cueva fría y oscura donde me encerraste.

Escucho pasos. 

Se acercan. 

Les suplico venganza. 

Tu vida como precio.

Bañada con el polvo de estrellas negras y oscuras del averno, 

me libero de las ataduras. 

Te acercas confiado con una daga en la mano. 

Aprieto con fuerza tu cuello con las cadenas. 


CUATRO


Me sumerjo en tus ojos verdes como el mar

Me miras y me derrito de amor

Sonríes pícaramente

Tus ojos brillan

Hay una mezcla de lujuria y pasión en tu mirada

El mundo posee tu cuerpo, pero no tus ojos.

 


El mundo posee tu cuerpo

fantasean con él y tú te deleitas con ello

Tu gélida mirada cargada de desprecio se posa en mí.

El mundo posee tu cuerpo, pero no tus ojos

Ahora son míos

Veo tu alma desnuda a través de dos cuencas vacías

Donde una vez hubo arrogancia y ahora sólo hay oscuridad.



CINCO


La sombra del silencio

Cae sobre mí si no estás

Tu ausencia me envuelve en una espiral de melancolía

Mi alma llora y mi corazón te añora

Cuando estás a mi lado

irradias una luz que

disipa las sombras de mi pena


La sombra del silencio

Extendió su manto

La sombra del silencio

Vino para quedarse

La sombra del silencio

Acalló tus llantos, tus súplicas, tus lamentos

La sombra del silencio

Llegó con la Muerte


SEIS


Nuestras miradas se encuentran

Mis ojos están llorosos

Los tuyos irradian alegría

Me abrazas tiernamente

Me murmuras al oído

Disipando mis dudas

No te vas, te quedas, me iluminas.


Mi mirada, es el reflejo del odio que siento hacia ti

Tu mirada, refleja la ira que sientes hacia mi

Enfurecido me dices “no te vas, te quedas, me iluminas”

Tus palabras son falacias

Tus actos te delatan

No quiero quedarme

Las ataduras a la silla me obligan a hacerlo

Te reto con la mirada y te pregunto

¿Me vas a matar?

A lo que tú contestas

Puede ser



lunes, 6 de diciembre de 2021

PRINCIPIO

 

Sintió una mano fría sobre su muslo derecho. Abrió los ojos asustada, pero no se movió, tenía tanto miedo que, a duras penas podía reprimir el grito que se había formado en su garganta. Estaba en su cama. La luz estaba apagada. Alguien se había sentado en el borde. Se estaba inclinando sobre ella. Podía sentir su aliento sobre su cara. Apestaba a alcohol. Sabía muy bien quién era. También sabía que tenía que hacer algo para terminar con aquello antes de que fuera demasiado tarde. Su madre trabajaba como enfermera en el hospital. Tenía turno de noche. Su hermano pequeño dormía en la habitación de al lado. Su padrastro había regresado del bar donde había estado bebiendo con sus amigos. Sintió el contacto húmedo de su lengua sobre su oreja. Su cuerpo se estremeció de asco y repulsión. No aguanto más. Empujó al hombre que lo cogió por sorpresa. Perdió el equilibrio y terminó de espaldas sobre el suelo. Ella saltó de la cama y salió del cuarto hacia la puerta de la calle. La abrió y echó a correr como alma que lleva al diablo, sin mirar atrás, hasta que no pudo más y cayó rendida sobre el asfalto. Tenía que ir al hospital y contarle a su madre lo que había pasado. Se levantó despacio. Tenía mucho frío. Siguió caminando. Debido a la poca iluminación de la calle, un coche que circulaba a bastante velocidad, la arrolló. El cuerpo de la joven yacía inmóvil a pocos metros del automóvil. El conductor que iba ebrio, se dio a la fuga.

No podía moverse. Le dolía todo el cuerpo y sentía un dolor muy intenso en el pecho. Nunca se imaginó que tal dolor pudiera existir, pero existía, y muy a su pesar aquel dolor lejos de remitir fue en aumento. Perdió el conocimiento.

Había oído hablar mucho sobre el tema de la muerte. Su madre, a veces, le contaba historias de gente que fallecía en el hospital. A ella siempre le fascinaron.  Había leído mucho acerca de lo que pasaba cuando te morías. La luz al final del túnel. Familiares que vienen a buscarte. Imágenes de tu vida como si de una película se tratara. Pero, ahora estaba en esa situación y era muy distinto a lo que había leído y escuchado. Se vio en el quirófano, varios doctores estaban haciendo todo lo posible para salvarle la vida. Una vida que ella ya sabía que había perdido y que aquellos hombres y mujeres ya no podrían hacer nada para devolvérsela.

Estaba flotando, muy cerca del techo. No había túnel, ni familiares conocidos ni desconocidos. Estaba sola. Se observó a sí misma, tan joven, con tantas cosas por hacer, tantas experiencias por vivir…. todo se había acabado en unos pocos y dolorosos minutos.  Una enorme ira y un odio intenso hacia aquel conductor la embargó. Las luces del quirófano se encendían y apagaban mientras ella luchaba por controlarse. Un grito sordo salió de su garganta y las luces dejaron de iluminar quedando el lugar completamente a oscuras. Se hizo un gran revuelo en el quirófano. Se fueron dejándola sola. Le daba igual.  Le preocupaba más su madre y su hermano viviendo bajo el mismo techo con aquel monstruo. Ojalá pudiera avisarles. Pero cómo hacerlo.

Taparon su cuerpo con una sábana.

Ojalá todo hubiera sido distinto y papá no hubiera muerto. Mamá no tendría que trabajar tanto y estaría más con ellos. Y sobre todo volvería a sonreír. Echaba mucho de menos su risa que se podía escuchar por toda la casa. Cuando papá estaba vivo ella era feliz.

Cerró los ojos y lloró, no se sorprendió que pudiera hacerlo. Visto lo visto ya nada le sorprendía.

Aunque era muy pequeña, apenas 6 años, sabía que el infarto, que causó la muerte de su padre, había sido por su culpa.

Jugando con sus pastillas, se le habían caído. Su padre nunca las dejaba a su alcance, pero aquella mañana se había olvidado de guardarlas, debido a las prisas. Vio el franco e intentó abrirlo. Lo logró al tercer intento, pero había hecho tal fuerza que, al quitar la tapa, salieron disparadas desparramándose por el suelo del cuarto de baño. Temiendo que le riñeran, las rellenó con otras que llevaba su madre en el bolso. Eran del mismo tamaño y color así que pensó que lo notarían.

Le gustaría volver atrás y reparar el daño causado. Pero ya era tarde.

Contempló su cuerpo y se recostó sobre él. Todavía estaba tibio. Lo echaría de menos. Le gustaba como era a pesar de su cabello rebelde, sus granos y su poco pecho.

 

-¡!!¡Carolina, levántate o llegarás tarde a la escuela!!!!

Abrió los ojos de golpe. Le había parecido escuchar la voz de su madre. Pensando que era un sueño se dio la vuelta en la cama para seguir durmiendo. Entonces escuchó otra voz. La voz de un hombre, una voz que hacía mucho tiempo que había dejado de oír. Se sentó en la cama y se pellizcó en la cara, el dolor que sintió en su mejilla derecha, le hizo saber que no estaba soñando. Se quitó las mantas de encima y bajó de la cama. Lo hizo tan rápido que perdió el equilibrio durante unos segundos. Profirió un grito, cuando se dio cuenta de que sus piernas eran pequeñas, demasiado pequeñas para tener 16 años. Corrió hacia el espejo que había en su armario. Lo que vio la dejó atónita. La imagen que vio reflejada era la de una niña de unos seis años.

- ¡Carolina! –su madre la volvía a llamar, esta vez con más insistencia y visiblemente enfadada.

Corrió al baño. Allí estaban las pastillas de su padre. Las contempló como si estuviera viendo un fantasma o a algo así. Las cogió con delicadeza. Arrimó la banqueta al lavabo, abrió la puerta del armario que había colgado encima y las colocó en el último estante junto con las otras medicinas.

Se lavó la cara, se visitó y bajó corriendo las escaleras deseando abrazar de nuevo a padre.

sábado, 4 de diciembre de 2021

FINALES



FINAL 1:

El Hombre de traje negro y con un maletín del mismo color en su mano derecha, entró en la cafetería. Una joven camarera se acercó a él, presurosa, para tomar nota de su pedido.

-Un café con leche, por favor –Le pidió amablemente.

Mientras esperaba desplegó el periódico que había comprado en el quiosco de la esquina y se puso a leer.

“ESTA MADRUGADA, HAN ROBADO UN OBJETO MUY VALIOSO DEL MUSEO DE HISTORIA”. Se trata de un hacha vikinga que, algunos no han dudado en mencionar que una cierta maldición se cierne sobre ella, fue hallada en una excavación arqueológica realizada en….

-Su café –le indicó la amable camarera, interrumpiendo su lectura.

Su móvil comenzó a sonar cuando estaba revolviendo el azúcar.  Era su jefe. Lo escuchó detenidamente mientras apuraba el contenido de su taza. Colgó y salió de la cafetería, no sin antes dejar una buena propina a la simpática camarera que lo había atendido.

De camino a su despacho, vio a un hombre, llevaba algo entre las manos envuelto en una tela negra. Se proponía tirarlo a un contenedor de basura. Se comportaba de manera sospechosa, mirando a ambos lados a cada paso que daba. Levantó la tapa y lo lanzó a su interior, tras lo cual, echó a correr como alma que lleva el diablo. El hombre del traje le gritó, pero el hombre ya había doblado la esquina desapareciendo de su vista. Entonces se encontró con el dilema de seguir adelante, como si no hubiera visto nada o levantar la tapa y ver lo que había tirado aquel hombre. Optó por la segunda opción, imaginándose que se estaba deshaciendo de las partes de un cuerpo después de haberlo mutilado, vistas las manchas de sangre que cubrían su cara, sus manos y su ropa. Debido a la cantidad de basura que había acumulada en aquel contenedor, como si hubieran pasado semanas desde la última que vez que lo habían vaciado, no le resultó difícil encontrarlo. Le quitó la tela que lo cubría y se encontró con un objeto muy antiguo con forma de hacha. Le sonaba. Había visto una foto de aquello en el periódico. Lo desplegó y sus sospechas se hicieron realidad, era el hacha vikinga que habían robado.  No tenía tiempo de llamar a la policía porque ya debería estar en una reunión importante que había comenzado hacía unos minutos. Lo haría al terminar. A medida que iba caminando comenzó a notar un hormigueo en el brazo que portaba el hacha, similar a pequeños calambres.  No le dio importancia. Pero al llegar a su despacho e intentar dejarla sobre su mesa, se dio cuenta, con total desconcierto, que se había pegado a su piel. No podía desprenderse de ella. Su jefe se estaba acercando, lo veía claramente a través de la cristalera. Empezó a sudar por la situación tan extraña en la que se encontraba y porque no sabía cómo reaccionaría su superior, si le decía lo que le estaba pasando. Su jefe seguía muy enfadado con él porque no había logrado llegar a un acuerdo con un cliente muy importante la tarde anterior y aquella situación, en la que se encontraba, no le favorecía ni lo más mínimo. Su raciocinio lo abandonó por completo para dar paso a una locura extrema que poseyó su mente en cuestión de segundos. Se escondió tras de la puerta de su despacho. Esperó pacientemente, la llegada de su superior.  Sin titubear ni un segundo, descargó el hacha sobre la cabeza de su jefe, partiéndosela a la mitad.

 

FINAL 2:

Una joven había terminado su turno de trabajo en un restaurante de comida rápida. En dirección a casa, pensó en parar a comprar leche en el supermercado. Aceleró un poco el paso para que le diera tiempo a comprarla e ir a recoger a su hermano pequeño a la escuela. Se levantó una ligera brisa que fue incrementado, poco a poco, hasta el punto de formar varios remolinos en la calle. Un sombrero, que había salido volando de la cabeza de algún viandante, le dio de lleno en la cara. Miró a su alrededor esperando ver el dueño o la dueña de dicho complemento, pero parecía que nadie lo echaba en falta. Entró en el súper, compró la leche y se encaminó con paso rápido hacia la escuela.

Como le estorbaba en la mano se lo colocó en la cabeza. Le sentaba bien, dictaminó mientras se contemplaba su reflejo en el escaparate de una tienda. Era de su talla.

Su hermano pequeño y él llegaron a casa. El pequeño alabó el sombrero de su hermana, ella le sonrió, le dio las gracias y le dio un sonoro beso en la mejilla. Dejó la leche en la nevera, se quitó el abrigo e hizo lo mismo con el sombrero. Había decidido quedarse con él, le encantaba. A su parecer le daba un cierto aire sofisticado, de actriz de cine, que le encantaba. Entonces sucedió lo impensable. No podía quitarse el sombrero de la cabeza por más que tirara de él. Llamó a su hermano para que la ayudara. Pero al hacerlo, comprobaron que con él también se desprendía parte del cuero cabelludo provocándole un dolor inenarrable.

Entre los gritos de su hermana y el miedo total y absoluto que le había embargado, el chaval llamó a su abuela y llevaron a la joven al hospital.

 

FINAL 3:

Un niño y su abuela estaban en la sala de espera. La madre del chiquillo había sufrido un accidente de coche y la estaban operando de urgencia. La señora le preguntó si quería beber algo. Él le pidió un refresco. La abuela se levantó y se encaminó hacia las máquinas expendedoras que se encontraban en un rincón de la sala. En la pared que había frente a las sillas donde estaban sentados, había un cuadro. En él se veían unas casas a lo largo de una calle, un poco deterioradas pero pintadas con colores muy alegres. Aquel cuadro le fascinaba por algún motivo que no sabía explicar. Se levantó y se acercó a él. Entonces lo vio. Un niño salía de una de las casas con un balón en la mano. Al llegar a la calle se puso a jugar con él. El niño se movía. Podía jurarlo. Entonces el niño se giró, lo miró y le sonrió. Le estaba diciendo algo. Se acercó todavía más para escucharlo mejor, e incluso pegó la oreja al cuadro:

- ¿Quieres jugar conmigo? –oyó que le preguntaba.

Cuando la abuela volvió con el refresco, el niño no estaba en la sala. Nadie lo había visto salir de allí.

En el cuadro se veían dos niños jugando con un balón.

 

FINAL 4:

El conductor de la ambulancia, Carlos, había terminado su turno. El ultimo paciente que había llevado al hospital le había traumatizado bastante. Creía que ya lo había visto todo en lo referido a enfermedades y situaciones extrañas que formaban parte de su trabajo, pero lo de aquella chica que no podía quitarse el sombrero, lo había dejado algo tocado.

Así que, junto a su compañero Andy, decidieron parar a tomarse unas cervezas, de camino a casa.

El viento se había calmado por completo, dando paso a una tarde soleada y tranquila.

Se sentaron en la terraza de una cafetería. Hablaban animadamente mientras esperaban sus consumiciones. Llegaron acompañadas de unos aperitivos, los cuales, fueron recibidos por los jóvenes, con una gran sonrisa y muy buen humor. Carlos, agarró el vaso y se lo llevó a la boca. El semblante de Andy que estaba sentado frente de él, demudó de color tornándose blanco como la cera, al ver como en aquel vaso se movían unos gusanos de aspecto asqueroso y repugnante que, al inclinar el líquido hacia la boca, se introducían en la garganta de su amigo. Le gritó con desmesurada desesperación que no bebiera, pero ya era tarde. Carlos había apurado hasta la última gota del vaso.

Al rato estaba retorciéndose en el suelo presa de dolor, mientras aquellos gusanos lo devoraban por dentro.

 

FINAL 5.

 

Los senderistas llevaban horas caminando por el bosque acompañados de un guía de la zona. Estaban cansados y los ánimos empezaban a decaer. Quedaban pocas horas para que la tarde llegara su fin. Les urgía encontrar un lugar donde acampar, para pasar la noche.

El hombre les animó a seguir unos minutos más, prometiéndoles que a escasos metros había un claro donde podrían colocar las tiendas.

A pesar de las dudas del grupo, el guía cumplió su promesa. El lugar indicado estaba más cerca de lo que habían pensado. Prepararon el campamento. Había un lago muy cerca y algunos decidieron darse un chapuzón antes de cenar y otros optaron por recoger leña y hacer un fuego.

Una de las chicas que formaban el grupo, había salido a explorar por su cuenta. Se subió a una pequeña colina y desde la cima les llamó a gritos. Se la oía eufórica y visiblemente emocionada por lo que había encontrado. No paraba de gritar, una y otra vez, que había encontrado el paraíso.

Fueron hasta allí para ver qué era aquello tan espectacular que la hacía comportarse como una loca.

Todos enmudecieron ante aquella visión. Al otro lado de la colina había un campo de tulipanes. Era tan extenso que se perdía en la lejanía.

Eufóricos decidieron bajar. Cuando llegaron al prado, caminaron entre las flores, se tumbaron entre ellas. Por un momento todos sus problemas se esfumaron y una inmensa paz y tranquilidad envolvió sus corazones.

El guía que había llegado a la cima de la colina, cuando todos ya habían bajado, tuvo la visión más terrorífica y dantesca que ni en sus peores pesadillas podría imaginarse algo así, por lo siniestras y aterradoras que eran.

El grupo al completo, había quedado apresado por los tallos de aquellas flores. Se enredaban alrededor sus cuerpos inmovilizándolos por completo. Las flores habían aumentado de tamaño y pudo ver unos dientes afilados en los pétalos que se clavaban en la carne de aquellos chicos y chicas, mordiéndolos, mientras éstos no dejaban de gritar, presas del dolor y el pánico que sentían. Antes de perder el conocimiento vio como una de aquellas flores le arrancaba de un mordisco un trozo de carne a una de las chicas. Los estaban comiendo.

 

 

FINAL 6

 

Un inmenso prado, bordeaba el campo de golf.

Un hombre había realizado un lanzamiento casi certero, la bola quedó a escasos centímetros del hoyo final.

No hubo ninguna aclamación, ni vítores, ni mucho menos aplausos. Estaba solo. Con paso lento y acompasado se dirigió al lugar donde había quedado la pelota para darle el empujón definitivo.

Lo tenía más que fácil. Aun así, escenificó, de manera exagerada la escena, con estiramientos de dedos y un par de flexiones, seguidas de unas respiraciones acompasadas como si estuviera a punto de dar a luz, la mejor jugada de la historia.

Un sonido lo alertó. Alzó la mirada. Pero ante lo que se le venía encima no pudo reaccionar con la suficiente rapidez y evitar así una muerte segura. Un meteorito del tamaño de un coche se acercaba a él a toda velocidad. Lo sepultó en el hoyo final.

 

 

FINAL 7

 

Una pareja de recién casados paseaba por un mercado de antigüedades, en busca de alguna reliquia con la que aumentar su colección.

La joven vio algo que le llamó la atención.

Su flamante marido la siguió.

La mujer detuvo sus pasos delante de un tenderete donde un par de flamencos, de tamaño natural, realizados en cerámica, habían llamado su atención. Los observó con detenimiento con una mirada fría y calculadora que a él no le pasó desapercibida porque ya la había visto con anterioridad, alguna que otra vez. Significaba la certeza, el triunfo, de que había dado con algo muy antiguo y de gran valor. Después de regatear durante treinta minutos llegaron a un acuerdo con el dueño y cada uno tomó una en brazos, dispuestos a llevárselos al hotel.

Dejaron el barullo del mercado atrás para adentrarse en el ruido del tráfico de la gran avenida donde estaba situado su hotel. En un cruce, esperando que el semáforo cambiara de color, se dieron cuenta de un sonido que les había pasado por alto hasta entonces. Un tic tac que provenía de las figuras de cerámica. Pero para cuando se dieron cuenta de que aquello no presagiaba nada bueno, y antes de que pudieran reaccionar, estallaron en sus brazos.

lunes, 29 de noviembre de 2021

ZAPATOS NUEVOS

 

Lo que mejor se le daba, en esta vida, era matar gente. Lo hacía de manera rápida e indolora para la víctima. No disfrutaba viendo el sufrimiento que padecían antes de morir, no, le molestaba los llantos, quejidos y gritos que proferían, eran molestos y le producían dolor de cabeza. Mataba por el poder que le confería hacerlo. Mataba porque aquello lo ponía a la altura de algo poderoso, algo que todos temían, mataba porque siempre admiró a la Muerte y quería ser como ella. Verla reflejada en los ojos de sus víctimas le daba un placer inenarrable.

Días de vigilancia, a veces semanas, hasta que conocía al detalle el horario de su víctima. Escogía bien el lugar donde lo mataría, generalmente un sitio donde no estuviera muy concurrido. Sus lugares favoritos eran los parkings o los parques al anochecer. Con un cuchillo les abría la garganta, cogiéndolos por sorpresa. La persona elegida moría sin mostrar resistencia alguna y sin entender muy bien lo que estaba pasando. Luego pasaba a la siguiente fase. Los colgaba de unos ganchos boca abajo, como carne de matadero, con el mismo cuchillo hacía un corte desde la entrepierna hasta el cuello. Los órganos y las tripas caías desparramadas sobre el suelo.

Hecho esto, pasaba a desollarlos. Aquello le llevaba mucho tiempo, porque intentaba con mucha delicadeza e utilizando diversos instrumentos, sacar tiras de piel lo más grandes posibles.  Luego las sumergía en agua para eliminar la grasa y los pelos.

Cada mes, se presentaba un hombre en su casa y le daba una buena suma de dinero por aquellas pieles. Lo había conocido por casualidad navegando por internet en una web oscura. Al principio desconfió, pero aquel hombre le demostró que no le importaba de dónde las sacara siempre y cuando le proporcionara una cantidad fija todos los meses. Pactaron no hacerse preguntas, ni de la procedencia ni lo que harían con ellas.

Su actual vigilancia era de un joven de gran tamaño, tanto de altura como de grosor. Iba algo retrasado ese mes. Su madre estaba enferma y había pasado mucho tiempo en el hospital con ella, dejando a un lado su “trabajo”. Aquel muchacho era justo lo que necesitaba. Tenía mucha piel. Sabía que con ella tenía el mes salvado. No lo había vigilado tanto como a sus otras víctimas, pero ya sabía lo suficiente de sus horarios para entrar en acción. Lo haría aquella misma noche.

Se despidió de su madre, prometiéndole que volvería por la mañana, como hacía siempre. Estaba saliendo por la puerta de la habitación cuando se topó con la enfermera del turno de noche. La conocía. Era una joven muy guapa, amable y muy simpática. Se pararon un rato a hablar. Incluso ella le insinuó que podían ir a cenar juntos algún día. Aquello lo desestabilizó por completo, nunca había tenido una cita. A pesar de que pronto cumpliría los 30 todavía no había estado con una mujer. Su vida, hasta entonces, la había dedicado única y exclusivamente a hacer lo que más le gustaba y llenaba, matar gente. Sabía que era bastante atractivo. Había visto a más de una chica girarse al pasar junto a él, para mirarlo. Trabajaba de informático en una empresa de seguridad y lo hacía desde su casa. Tenía un horario flexible que le permitía compaginar las dos vidas que llevaba. La de un trabajador modélico y eficiente y la de un asesino serial, frío y calculador.

Se excusó diciéndole que esa noche no podía, pero le prometió que al día siguiente irían a cenar.

Cumplió su palabra. Se presentó a la cita ojeroso. La matanza del joven le había llevaba más tiempo del que había calculado. Estaba muy cansado, pero a la ver eufórico por su primera cita. Cenaron, fueron a bailar y acabaron en casa de la muchacha. Sentados en el sofá, mientras se besaban, ella le susurró al oído “adónde tu piel me lleve ahí pienso anidar una noche o una eternidad”. La palabra “piel” hizo que un resorte saltara en su cabeza. Mil pensamientos se agolparon, cada cual más terrible, intentando salir al exterior y ponerlos en práctica. Una lucha interna se estaba librando dentro de él. Una voz le decía que ella sabía su secreto, conocía lo que hacía y que aquello era una encerrona, que seguramente ya había alertado a la policía. Otra voz le decía que aquello era una tontería que la mujer era sincera y que simplemente le estaba haciendo un halago. Quiso creer a la segunda voz, necesitaba creerla o se volvería loco.  Pero el siguiente comentario que hizo la joven desencadenó una furia de mil demonios en su interior: “tu piel es tan suave…”

Se abalanzó sobre ella, presionándole el cuello con sus manos hasta que la mujer dejó de respirar.

Luego la llevó hasta el sótano de su casa, donde realizaba sus prácticas macabras.

Hizo lo mismo que con sus anteriores víctimas. Pero la piel de la joven no la vendió. No podría hacerlo. Tenía otros planes para ella.  Después de curtirla y prepararla, la llevó a hacer unos zapatos a medida. Anidaría en ellos, una noche o una eternidad. Calzaría su recuerdo en busca de nuevas pieles.

 

 

 

 

 

Adónde tu piel me lleve.... (letras oscuras)

 

Nada tiene sentido si no tengo tus caricias, tus besos.

Nada tiene sentido….

Mi vida se apaga, poco a poco, si no puedo sentir el contacto de tu cuerpo junto al mío.

Nada tiene sentido….

Entre mis brazos, expiras tu último aliento.

¡Oh, mi amor no te vayas! ¡No me abandones! ¡No me dejes a merced de la soledad y el dolor que embargan mi corazón!

Te miro y sé que mi vida termina aquí y ahora, porque…

Nada tiene sentido….

 Adónde tu piel me lleve ahí pienso anidar, una noche o una eternidad.

Sin ti, ya nada importa. El destino, en forma de daga, nos unirá para siempre.

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...