miércoles, 16 de noviembre de 2022

SENTENCIA DE MUERTE

 

“El oráculo pide la muerte de…”

Un silencio sepulcral reinó en la sala.

Un hombre y una mujer aguardaban el veredicto. Las manos atadas a la espalda.  Impertérritos esperaban a que dijeran su nombre y la muerte les llegara.

Un hombre alto, delgado, con el cabello muy corto, rubio, casi blanco, vestido con una túnica blanca, en señal de la pureza de sus actos, había pronunciado aquellas palabras. Sonreía.

Él era el Vigía, el ojo que todo lo ve. Él era la voz que habla. Él era el dios supremo. El rey de reyes. Él era el Oráculo.  Se regodeaba con el suspense que estaba causando, la intriga, la incertidumbre, la paranoica que causaba en la mente de aquel hombre y a aquella mujer esperando que su nombre no fuera pronunciado. En verdad, disfrutaba cada segundo de aquel teatro que él solo había montado.

Los dos eran culpables de enturbiar la pacifica vida de los habitantes de aquel pequeño pueblo aislado de todo y de todos, aislado del resto del mundo. Ninguna información del exterior era compartida con sus súbditos, porque la ignorancia los hacía borregos, la ignorancia los hacía temerosos, la ignorancia le daba poder.

El hombre se había presentado como representante de una deidad, un único dios todopoderoso, con el poder de otorgar la inmortalidad a las almas que creían en él y el fuego eterno del infierno a los que lo renegasen.  

Había creado un gran revuelo en el pueblo. Incluso algunos tuvieron la osadía de alzarse en su contra, alzarse contra el Oráculo.

Ella había llegado en un carro de hierro. Con vestimentas inapropiadas para el cuerpo de una mujer. Enviada por las fuerzas del mal, lo había seducido primero, para luego intentar matarlo.

Los dos merecían morir. Pero la decisión estaba tomada.

Se acercó a ellos. Caminaba despacio. Tomándose su tiempo. Sin dejar de sonreír. Estaba claro que estaba disfrutando con todo aquello.

Estaba tan cerca de ellos que podía oler el sudor que bañaba los cuerpos de aquellos infelices, esperando su sentencia de muerte.

La mujer miró al hombre que estaba a su derecha. Él también la miró.

Un casi imperceptible movimiento de cabeza de ella le indicó que era la hora.  

Habían logrado aflojar las cuerdas que ataban sus manos.

En un rápido movimiento se abalanzaron sobre el oráculo que había sido lo suficientemente incauto como para creer que estaba libre de peligro y había prescindido de su habitual escolta.

Los prisioneros trajeron la muerte del oráculo.

 

 

lunes, 14 de noviembre de 2022

EL DIABLO SIEMPRE GANA

 

Un ruido lo despertó. Miró el reloj. Marcaba las3:33. Sabía lo que significaba a ello. La mujer que estaba a su lado se movió. Esperaba que no se despertara. No lo hizo. Se giró y siguió durmiendo. Mejor así. No quería que viera lo que iba a suceder. Es más, sabía que ella estaba relacionada con EL visitante.

Todo había comenzado tiempo atrás. Ni en un millón de años habría podido imaginar todo lo que se podía encontrar en internet. Desde hechizos de amor, pasando por cómo matar a una persona, hasta cómo hacer un pacto con el DIABLO Él hizo esto último.

Siguió todos los pasos. Se situó frente al espejo del baño. Se rodeó de 13 velas negras. Recitó una oración. Eligió la hora señalada. Las 3:33 ni un minuto más ni uno menos. Y pidió un deseo. Casi todos los mortales pedirían riquezas al diablo, pero él no, él quería la inmortalidad.

Dos semanas después sonó el timbre de la puerta. Como no podía ser de otra manera a las 3:33.

La abrió. Frente a él había un hombre. Estaba pulcramente vestido. Llevaba un traje negro, camisa blanca y una corbata granate. Su pelo canoso le llegaba hasta los hombros. Perfectamente peinado, perfectamente cortado. Agarraba un maletín negro con su mano derecha. Le sonrió. Su sonrisa le mostró unos dientes perfectamente alineados, blancos como la nieve. La imaginación no SIEMPRE acierta.

Le hizo pasar hasta el salón. Se sentó en su sofá. Le ofreció algo de beber que el hombre rechazó amablemente. Sin más preámbulos fue al grano. Tenía prisa, le dijo. Todavía tenía que visitar a más clientes.

Ante los ojos temerosos del hombre abrió el maletín. Sacó una hoja de papel y un bolígrafo. Los puso sobre la mesa y le dijo que firmara.

Armando leyó el documento. Su cara demudó de color con cada palabra que leía. Tenía que entregarle un alma al mes. Miró al diablo a los ojos. Vio reflejado en ellos el placer que le causaba todo aquello. Él estaba terriblemente asustado.

-No puedo hacer lo que me pide –le dijo en un hilo de voz.

El hombre recogió el papel y el bolígrafo lo guardó en el maletín y se levantó con la intención de marcharse.

- ¡Espere! –le gritó.

El diablo se detuvo a pocos metros de la puerta.

- ¡Lo haré!

Firmó el documento.

Durante los siguientes años todo había ido bien. Había cumplido, a rajatabla, lo estipulado en el contrato.

Un día conoció a una joven. Desde el primer momento en que la vio supo que quería pasar el resto de su vida con ella. O por lo menos los años que pudiera antes de que tanto ella como el resto del mundo se dieran cuenta de que no envejecía. Se dieran cuenta de que no podía morir.

Y ahora…. sabía que era él. Porque no había matado a nadie ese mes. Pero el tiempo junto a Elisa pasaba como un suspiro. No quería separarse de ella ni un segundo. Nunca había sido tan feliz. La había soñado una y mil veces. Y no cejó en buscar las letras necesarias que señalasen la ruta de su nombre. No paró hasta encontrarla.

Era consciente de que no había cumplido su parte del contrato. Y ahora…. era tarde.

Abrió la puerta. Estaba nervioso. Volvió a ver a aquel hombre frente a él.

Sin mediar palabra el diablo entró en su casa.

Fue hasta el salón y se sentó en el sofá donde lo había hecho años atrás.

Cogió el contrato entre sus manos dispuesto a romperlo.

Armando le gritó, le suplicó que no lo hiciera.

Una voz de mujer lo llamó por su nombre desde el piso de arriba.

El diablo levantó la mirada. Sonrió.

-Aun estás a tiempo –le dijo sonriendo.

Armando de rodillas le suplicó que no podría hacerlo. Ella no. La amaba.

Pero al mirar a los ojos a aquel ser supo que sus plegarias eran en vano.

Comenzó a romper el contrato

-¡¡¡Está bien!!! –le gritó el hombre

Dirigió sus cansados pasos hasta la cocina.

Cogió el cuchillo más grande que encontró.

Subió las escaleras.

El diablo siempre GANA.

 

 

 

 

miércoles, 9 de noviembre de 2022

TRATAMIENTO MORTAL

 

Salió de su letargo. Abrió los ojos. Estaba confusa. Le dolía mucho la cabeza y tenía la boca muy seca, le costaba tragar saliva. Miró a su alrededor. Estaba en un lugar apenas iluminado. La luz de la calle arrojaba la luz suficiente para darse cuenta de que estaba en una habitación de hospital. Quiso levantarse. No pudo. Tenía las manos y los pies atados a la cama. Quiso gritar. No lo hizo. Respiró hondo. Intentó calmarse. Se concentró en escuchar algún ruido.  Nada. Estaba sola. Sus ojos se acostumbraron a la poca luz. Se dio cuenta de que tenía las muñecas vendadas. Sendas manchas de sangre enturbiaban el blanco de las vendas.  Intentó recordar lo que había pasado. Estaba claro que había intentado cortárselas. Pero no recordaba haberlo hecho.  Nunca haría tal cosa. No tenía motivos para hacerlo y sin embargo…. ahí estaba la evidencia de que lo había intentado.

Cerró los ojos. Su cerebro estaba inerte, como un amasijo de hierros de un coche tras un accidente. No lograba recordar nada. Aun así, no se rendiría. Tenía una vía puesta por la que llegaba el suero a sus venas. Se sentía tan cansada…. Sólo quería recordar.

La puerta se abre. Se hace la dormida. No quiere que sepan que ha despertado. No. Todavía no. Necesita recordar. Necesita que su cerebro vuelva a funcionar. Alguien se acerca a su cama. Le llega un olor, el aroma de una colonia. Le resulta familiar…. Una mano le toca la frente. Está fría. Ese aroma…. Unas imágenes pasan por delante de sus ojos. Ella entra en una perfumería. Escoge una colonia. Sabe que es la preferida de…. ¿de quién?

“Recuerda Elisa, recuerda”. Se dice.

Los pasos se alejan. La puerta se cierra tras ellos.

Entonces los engranajes de su mente empiezan a girar. Sus recuerdos parecen volver poco a poco.

¡Sara! Se llama Sara. Por fin recuerda. Sara su mejor amiga. Trabajan juntas como enfermeras en el hospital. Le había comprado una colonia por su cumpleaños. Hacía… una semana. Sí. Estaba recordando.

Bien….

Escucha la puerta de su habitación abrirse. De nuevo pasos acercándose a su cama.

Y la voz de Sara hablándole.

-Querida qué se siente al estar ahí. Ahora eres la paciente. Te voy a poner otra bolsa de suero. Esta es la que curará tus heridas para siempre. Porque tus heridas no son físicas, están en el alma. Elisa, siempre fuiste tan correcta, tan moralista. No podía permitir que me delataras, porque estabas a punto de darte cuenta de que yo era la culpable de todas esas muertes. Lo pude ver en tu cara, en cómo me miraste cuando anoche fui a tu casa. Vi miedo en tus ojos. No supiste reprimirlo. Pero yo iba preparada. Una botella de vino. Un fuerte sedante. Te bebiste la copa sin rechistar, sin desconfiar. Siempre fuiste tan buena…. Viendo en cada momento el lado bueno de las personas… Lo demás vino solo. La bañera. Los cortes en las muñecas. Un suicidio en toda regla. Pero tuvo que llegar tu marido. Pensé que estaría fuera todo el fin de semana. Pero no, tuvo que volver. Pero logré escapar. Él te encontró y ahora nos encontramos en esta situación. Esta vez no fallaré.

Los recuerdos volvieron a su memoria a raudales. La llegada de Sara. La botella de vino que se habían bebido. Cómo comenzó a marearse hasta perder el conocimiento. Pero antes….

Había mandado un correo al director del hospital esa tarde, antes de que Sara llegara a su casa. Sabía que lo leería a primera hora de la mañana. Pensó en llamarlo, pero todavía no tenía todas las pruebas para implicarla en las muertes acaecidas en el último mes. Sospechaba que inyectaba insulina en las bolsas del suero. La muerte de los pacientes se producía en horas, en un día a lo mucho.

Elisa sufrió el tratamiento mortal. Sara le había puesto la bolsa de suero letal.

Ya había amanecido. No sabía qué hora era. El tiempo jugaba en su contra.

Sara la arropó. Le apartó un pelo que le tapaba la cara. Se inclinó sobre ella y le susurró al oído.

-Descansarás eternamente, querida amiga.

Escuchó sus pasos alejándose de su cama. Sonaban cada vez más lejanos. Estaba tan cansada. Necesitaba dormir.

Entonces….

La puerta se abrió de golpe. La habitación se llenó de gente. El director del hospital había ido a trabajar antes aquel día. Tenía una reunión importante a las 8. Lo primero que hacía cada mañana a llegar a su despacho era leer su correo.

 

 

lunes, 7 de noviembre de 2022

ORACIÓN DE MUERTE

 

ORACIÓN DE MUERTE

 

Convento de María Auxiliadora, año 1856

 

- ¡Santa Muerte, te suplico que escuches mis plegarias! El dolor que me embarga que me corroe las entrañas y se ha llevado mis ganas de vivir, es más fuerte cada día que pasa. Mi cuerpo ya no necesita alimentarse, ha de romper las cadenas que lo tienen anclado a la vida, mi alma quiere ser libre, volar eternamente hacia las estrellas donde, con seguridad, encontrará la paz tan ansiada junto a mi amado… Santa muerte, ten piedad de mí. Espero con ansia tu llegada. Mi vida en la tierra ya no tiene sentido. ¡Santa Muerte ven a por mí… te lo suplico!

Una joven arrodillada frente a un humilde camastro rezaba con fervor. Estaba desnuda. Su cuerpo mostraba una extrema delgadez.  En el suelo descansaba una túnica talar de lana, el hábito que llevaban las monjas de ese convento.

Golpeaba su espalda con punzantes espinas. Una y otra vez. Sin dejar de rezar. Esperando que la ansiada muerte fuera a buscarla.

A causa del dolor aquella muchacha perdió la conciencia.

La muerte había escuchado sus plegarias. La observaba desde un rincón de su pequeña y húmeda celda, oculta entre las sombras.

Se acercó a ella. La contempló de cerca. Yacía boca abajo sobre el frio suelo empedrado. Tenía la espalda ensangrentada, la piel hecha jirones. Su respiración entrecortada denotaba que la vida se le escapaba a cada aliento que exhalaba. 

Conocía la historia de esa joven. Encerrada en aquel lugar por petición de su padre. La depresión que sufría aquella muchacha fue tomada por una enfermedad mental. La causa de aquel mal que la embargaba era la falta de noticias de su amado tras varios años de espera. Había partido a luchar en una guerra en nombre del Rey. Nunca había regresado ni se sabía nada de él.

Pero la muerte sabía lo que le había pasado al joven amado. Ella lo había ido a buscar cuando las heridas que presentaba presagiaban el final de su vida.

La muerte cogió a la joven entre sus brazos. Despacio, como quien recoge a un pajarillo herido. La miró con ternura mientras besaba su rostro cubierto de lágrimas.  Ella abrió los ojos. No vio a la muerte frente a ella.  Vio a su amado. Sonrió. Él había venido a buscarla.

“Aún en una resignada carencia, aguardaba su peregrina huella”

 

miércoles, 2 de noviembre de 2022

LA CORTINA CARMESÍ

 

Pablo, un joven alto y desgarbado de 17 años, era el sobrino de Víctor Damon, un afamado pintor de retratos muy reclamado en la alta sociedad francesa. El muchacho se había metido en algunos líos y sus padres esperando un milagro por parte del pintor lo mandaron a pasar un verano con él. El hombre vivía en una enorme mansión a las afueras de París.

A su llegada a la estación se subió al coche que lo estaba esperando y que lo llevaría al que sería su nuevo hogar en los siguientes tres meses.

Al ver la mansión se quedó estupefacto ante la inmensidad y la majestuosidad que desprendía aquellos muros de piedra de siglos de antigüedad. Todo estaba limpio y bien cuidado, eso incluía el gran jardín que la rodeaba. Se respiraba una gran paz y tranquilidad de la que no estaba acostumbrado.  El venía de vivir en un piso ubicado en el centro de Madrid. Al fondo vio algo que le alegró un poco aquel día de cambios, un embarcadero. Había una pequeña lancha pintada de rojo atada a un gran poste de madera.

El chófer ya había bajado las maletas y le pidió, amablemente, que lo siguiera al interior de la casa.

Por dentro era más impresionante todavía. Los muebles parecían sacados de una tienda de antigüedades. Enormes lámparas colgaban del techo. Y numerosos cuadros vestían las paredes. En ellos se veía siempre retratada a la misma mujer. Una joven pelirroja con la cara muy blanca y cubierta de pecas. Poseía una belleza deslumbrante y una gran sonrisa. Desbordaba felicidad y alegría. No conocía aquella mujer. Sabía que había estado casado e incluso había tenido una hija. También conocía el trágico destino que les había deparado. Habían encontrado la muerte en un accidente de coche. Éste se había caído por un precipicio. Nunca encontraron los cuerpos.

Unas enormes escaleras de madera en forma de caracol ascendían hacia el piso de arriba. Pablo siguió al hombre. Abrió una de las muchas puertas que había a lo largo del pasillo y lo hizo pasar. Era su habitación. Le informó que su tío lo vería a la hora de la cena, mientras tanto podía darse una vuelta por la casa y los jardines.

Así lo hizo hasta que de un viejo reloj sonaron nueve campanadas que retumbaron por toda la casa. Pasó a un gran comedor donde su tío lo esperaba sentado a la cabecera de una mesa.

Lo recordaba más joven. Hacía unos cinco años que no lo veía. Solía visitar a su hermana, su madre, dos o tres veces al año, hasta que un día dejó de hacerlo. El día que murieron su mujer y su hija. El día que compró aquella mansión.

Su tío seguía siendo el hombre hablador que recordaba. Parecía muy contento de tenerlo allí. Pablo le habló de sus padres, de sus estudios y de sus expectativas de futuro.

Él le sugirió que podía ayudarle en su estudio. Limpiaría los pinceles, iría a la ciudad a comprar el material que necesitaba y cosas así. El joven aceptó de buena gana.

A la mañana siguiente se presentó en el estudio de su tío. Estaba en la última planta, a la cual se accedía por las mismas escaleras que las que daban a la primera, donde estaban los dormitorios. Pero había algo inusual. Una puerta roja al final de las escaleras. La empujó y está se abrió lentamente emitiendo quejumbroso gemido.

Se quedó perplejo cuando entró. La última planta estaba libre de tabiques. Era diáfana. La luz entraba a raudales por los ventanales.

Estaban llena de cuadros, casi todos tapados con sábanas blancas, excepto uno de ellos que era en el que estaba trabajando su tío.

Su tío dejó el pincel y se acercó a él. Le enseñó el lugar mientras le daba instrucciones de lo que tenía que hacer. Cuando llegaron al fondo Pablo vio que había una parte oculta tras una cortina carmesí. Al ver el interés que aquello suscitó en su sobrino el pintor se apresuró a decirle que nunca, bajo ningún concepto corriera aquella cortina.

El joven asintió con la cabeza. Al tiempo que miraba fijamente a los ojos de su tío. Unos ojos negros y penetrantes que parecían atravesarle el cuerpo de parte a parte. Su mirada le asustó y tartamudeando logró decirle que no lo haría. El pintor le respondió que sí lo hacía le infringiría un gran castigo. El joven al escuchar aquello y viendo donde estaba se imaginó que en el sótano de aquella vieja casa tendría un buen surtido de aparatos de tortura.

Los días fueron pasando en total tranquilidad. Le gustaba ayudar a su tío e incluso comenzó a hacer pequeños bocetos. Su tío al ver el interés del muchacho comenzó a enseñarle algunas técnicas de dibujo.

Una noche escuchó ruidos en el exterior. La risa de unas mujeres rompía el silencio nocturno. Se asomó a la ventana. Habían llegado en el mismo coche que lo había traído de la estación varios días atrás. El chófer las estaba llevando hacia la casa.

A la mañana siguiente subió al estudio de su tío como siempre. No había rastro alguno de las muchachas.

Su tío había comenzado un cuadro nuevo. En él se veían a dos jóvenes, una con el cabello muy rubio, casi blanco y otra con el cabello negro como el azabache. Sonreían. Una imagen acudió a su mente, como un flash. La chica rubia era idéntica a la que había visto la noche anterior bajar del coche. Lo sabía porque ella había mirado hacia su ventana y bajo la luz de las farolas la había visto perfectamente.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo, a pesar de la temperatura en aquel lugar rondaba los 30 grados. Las ventanas estaban abiertas. Una ligera brisa movía ligeramente la cortina carmesí del fondo. Le pareció ver un pie asomando. Aquello no era posible. Allí, según le había dicho su tío, había retratos terminados. Encargos por entregar.

Esa noche la cena se realizó en total silencio. Su tío no estaba muy hablador. Quizá preocupado por su nuevo cuadro o cualquier otra cosa que le rondara por la cabeza. El muchacho respetó aquel silencio. Al terminar se fue a dormir. Su tío hizo lo propio y se fue a su cuarto que quedaba a dos puertas del suyo.

A medianoche escuchó unos ruidos en el piso de arriba. Se despertó asustado. Salió al pasillo. Allí se oían con más intensidad. Le extrañaba que su tío no se diera cuenta. Tocó en la puerta de su habitación y entró. El hombre estaba completamente dormido. Sus ronquidos lo delataban, así como, una botella de whisky vacía sobre su mesilla de noche.

A parte de él y su tío nadie más vivía en la casa. El personal acudía a primera hora de la mañana y se iban al oscurecer.

Subió despacio las escaleras. La puerta de acceso al estudio estaba abierta de par en par. Buscó el interruptor de la luz. Cuando las lámparas se encendieron, entró.

El ruido venía del fondo. El ruido procedía de detrás de la cortina carmesí.

Éstas se movían descontroladas como si una fuerte brisa las impulsara. Pero las ventanas estaban cerradas.

- ¿Quién anda ahí? –preguntó intentando que su voz no delatara el miedo que le embargaba.

Nadie respondió. Se hizo el silencio.

Siguió caminando en aquella dirección. Alzó la mano para correr la cortina, aun sabiendo que lo tenía prohibido.

Su mano quedó suspendida en el aire cuando escuchó unas risas. Una de ellas era la de una niña.

Retrocedió. Estaba aterrado.

Las diabólicas rascaron la cortina carmesí.

En pocos segundos quedó hecha jirones.

Entonces lo vio.

Dos muchachas tumbadas en una gran cama. Tenían puestas unas vías en sus brazos delas cuales salían unos tubos llenos de sangre. Dicha sangre iba hasta unos grandes cubos de los cuales una mujer y una niña pequeña, ambas pelirrojas, bebían con un ansia desmesurada.

 

 

 

 

lunes, 31 de octubre de 2022

HAY AMORES QUE MATAN

 

 

- ¿Te fijas cuanta gente se ha reunido hoy aquí, Mario?

El tal Mario, un adolescente alto y desgarbado, miraba a su alrededor asombrado y sin llegar a entender muy bien que un entierro tuviera un gran parecido con un día de feria. Viejos y no tan viejos rostros pasaban ante él. Casi todos eran conocidos. Los asistentes mostraban semblantes compungidos, enmascarando corazones helados. Caminaban como sonámbulos en busca de un poco de paz para sus ya condenadas almas.

Mario caminaba entre ellos mirando en todas direcciones como si no buscara algo en concreto.  Una conversación entre una joven muy guapa, la cual no conocía, y un chico, el único amigo que había tenido en su vida, salvo Juan, claro está captó su atención. Se detuvo a poca distancia de ellos, quería escuchar lo que hablaban.

Juan se puso a su lado. Mario le dijo entre susurros que no hiciera ruido y que escuchara.

- ¿No te das cuenta de que somos invisibles para todos ellos? –le replicó Juan

-Aun así, no te muevas, por favor –le respondió en todo casi suplicante Mario.

La chica le había pedido a su amigo que le contara lo que había pasado para que aquel nublado y frío del mes de octubre se reunieran en aquel lugar que le producía escalofríos. Nunca le gustaron los cementerios. Había escuchado retazos de ella, pero dudaba que todo lo que se decía por ahí fuese cierto. Ella sabía que él conocía si no todos, por lo menos si la mayoría de los detalles de lo acontecido.

Juan y Mario iban juntos al instituto. Juan llegó el último año y en cuanto la mirada de aquellos dos chicos se cruzó en clase, el flechazo fue total. Mario no tenía muchos amigos. Se apartaban de él como si su homosexualidad fuera una enfermedad contagiosa. Pasaba los días en la biblioteca. Era el primero de su clase. Siempre quiso ser cirujano y lo hubiese conseguido….

A veces, yo acudía también a la biblioteca a estudiar con él. Siempre me ayudaba en los deberes de matemáticas. Gracias a Mario logré graduarme.

El padre de Mario era un hombre muy religioso.  Un día descubrió a los chicos en una “aptitud comprometedora” según sus palabras, al abrir la puerta de la habitación de su hijo y fue a partir de aquel momento cuando sus vidas se convirtieron en un auténtico infierno.

Intentaron separarlos de todas las maneras posibles, pero ellos siempre volvían a reencontrarse.

Hasta que decidieron que lo mejor para ellos eran poner millones de litros de agua por medio. Mandarían a Mario a la otra punta del mundo.

Aquello los volvió locos. No podían ni pensar que no volver a ver. Aquello los estaba enloqueciendo. Entonces tomaron una decisión y lo prepararon todo….

Por las mejillas de la muchacha empezaron a resbalar unas lágrimas. Sabía la difícil decisión que habían tomado y su trágico final.

-Tuvieron que llegar a esto para estar juntos –le dijo a su amigo señalando los dos féretros que esperaban pacientemente descender a la oscuridad de la tierra.

-Pero no fue tan fácil que hoy se vayan a enterrar juntos. Sus familias querían enterrarlos por separado. Pero logramos que nuestra petición fuera escuchada. E incluso que grabaran esa inscripción en su lápida compartida.

“Hay amores mortales por sus temores,

 inmortales por sus deseos

lunes, 24 de octubre de 2022

NI CONTIGO NI SIN TI

 

- “Cariño, saldremos de ésta ya verás. Nadie ni nada podrá separarnos jamás”.

Escuché la voz de mi hermana. Estaba hablando con alguien. Supuse que, con su marido, por el tono cariñoso que empleaba.

Me extrañó. El día anterior había llevado a su perro a mi casa para que lo cuidara durante unos días. Se iban de vacaciones. Su relación, una vez más, pasaba por un mal momento y, una vez más, trataban de solucionarlo. Llevaban más de 10 años juntos y no recordaba que lograran estar sin discutir más de dos meses seguidos. Recuerdo que me había dicho, en un tono bastante decidido, tal vez, para convencerme a mí o convencerse a ella misma que, al fin iban a solucionar sus diferencias de una vez por todas: «vamos a lanzar por la borda un último intento, así sabremos si nuestra relación reflota o se hunde para siempre”. Yo asentí como única respuesta, tenía mis dudas al respeto, pero no se lo dije.

Había ido a su casa a buscar algún juguete para Nerón, el pastor alemán, y su comida, de la cual, sorprendentemente, se había olvidado Elisa, mi hermana. Es una mujer meticulosa, obsesiva del orden y controladora. Olvidarse de la comida del perro era algo inédito en ella. No le di mucha importancia pensando que, la idea de esas vacaciones, acaparaba toda su atención.

La voz parecía provenir del salón. Grité su nombre. No obtuve respuesta. La casa estaba en penumbra. Las persianas estaban bajadas y sólo podía distinguir la forma de los muebles. Busqué el interruptor de la luz. No había nadie. Pero sí encontré algo que definitivamente no tenía que estar allí. Se trataba de una silla de madera colocada en medio del salón, de cara a la televisión. Sobre ella había unas cuerdas ensangrentadas. Y la alfombra tenía manchas de sangre. Alguien había sido atado con ellas.

 

Entonces escuché un ruido sordo sobre mi cabeza. Un ruido similar al que provoca un mueble al ser volcado.

Subí despacio hasta el piso de arriba. Estaba muy asustada.

El ruido provenía de la habitación de mi hermana. La puerta estaba entreabierta. El lugar estaba oscuro como el resto de la casa. La luz de las farolas de la calle me permitía distinguir las formas. Así fue como pude ver la cama. Allí tumbado distinguí la figura de un hombre. Ni rastro de mi hermana. Palpé la pared en busca del interruptor de la luz. Al iluminarse la habitación las sombras dieron paso a la realidad.

Aquella figura en la cama era mi marido. Me acerqué asustada. Lo toqué. Estaba frío. Tenía la ropa manchada de sangre. No estaba seca. Lo habían matado hacía poco. En las manos había marcas de ataduras. Entonces lo comprendí. Comencé a gritar rota de dolor. La puerta del baño se abrió de golpe. Salió mi cuñado. Llevaba un cuchillo cubierto de sangre en la mano. Sus ojos enloquecidos se clavaron en los míos. Mi grito lo había alertado de mi presencia.

Tras él apareció mi hermana. Llevaba la ropa mojada. Tenía la cara llena de arañazos y la ropa hecha jirones.

Mi cuñado se abalanzó sobre mí. Tuve los reflejos rápidos para agarrar la pequeña lámpara de bronce que había sobre la mesilla de noche y golpear su cabeza con ella.

Más tarde cuando llegó la policía supe la verdadera historia de aquel triángulo amoroso. Encontraron las suficientes pruebas para determinar que mi marido y mi hermana eran amantes. Mi cuñado lo había descubierto. Había matado a mi marido y habría hecho lo mismo con mi hermana si no hubiese escuchado mi grito desgarrador. Mi querida Elisa se ha esfumado. Por más que la buscaron durante días, no la encontraron.

Mi marido muerto, mi cuñado muerto, ahora me tocaba a mí vengarme.

¡¡¡Corre hermanita, corre, mientras puedas hacerlo!!!!

 

 

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...