miércoles, 8 de febrero de 2023

EL SUBMARINO

 


Sentado junto a la ventana de la habitación que compartía con sus dos hermanos mayores, Martín, un muchacho de doce años, estaba enfrascado en la lectura del libro «veinte mil leguas de viaje submarino» de Julio Verne. Ajeno a todo lo que ocurría fuera de su habitación el muchacho se había sumergido en las aguas profundas de la historia fruto de la inagotable imaginación del escritor.

Fuera, en el jardín delantero de la gran casa colonial que compartía con sus cuatro hermanos, dos chicas y dos chicos y sus padres, las risas, gritos y el bullicio propio de niños jugando le pasaban desapercibidos.

Sus hermanos y hermanas no compartían su afición. Lo dejaban por imposible, un caso perdido pensaba. No comprendían que prefiriera quedarse en la habitación leyendo a salir a jugar con ellos al jardín. Sólo una persona conocía, al igual que él, el poder de la lectura. Poder viajar a sitios lejanos, exóticos, vivir aventuras, experiencias únicas, evadirse durante un tiempo de la realidad, de lo cotidiano, de la monotonía. Esa persona era su madre. Gran lectora y aficionada a los libros sea cual fuera su género. A lo largo de los años había conseguido los suficientes libros para tener una pequeña biblioteca de la cual se sentía muy orgullosa. Ahora estaba en el jardín sentada bajo la sombra de un viejo sauce, con un libro entre sus manos mientras vigilaba que ninguno de sus retoños se hiciera daño en sus juegos.

Martín, escucha la voz de unos hombres muy cerca de donde estaba, somnoliento abre los ojos y para su desconcierto se da cuenta de que ya no está en su cuarto. Sentado en un rincón de una habitación con paredes redondeadas y de aspecto metálico. Se levanta y se acerca al grupo de hombres que sentados ante una mesa están hablando sobre como atrapar al impostor y echarlo del nautilius, un submarino nuclear.

De repente un fuerte golpe efectuado desde el exterior produjo que el submarino se moviera de una manera alarmante. Una sirena comenzó a sonar de manera insistente a una gran intensidad provocando que los asistentes se taparan los oídos.

El submarino había sido dañado de manera grave.

Un hombre entró gritando:

-Una medusa roja está nos está atacando y no podemos descartar la llegada de más.

El llamado «impostor» no era otro que un científico, dueño de la nave, que no había informado de que el nivel de radiación que liberaba el submarino triplicaba lo permitido, atrayendo de esta manera a monstruos marinos como la medusa roja que se había vuelto loca debido a los altos niveles radiactivos que circulaban por el fondo del mar. Trajo la muerte a veinte mil leguas submarinas.

Tenían que abandonar la nave antes de que fuese destruida por esos monstruos.

Pero ¿cómo? No podían salir al exterior sin que fueran atacados por las medusas. El número había aumentado considerablemente.

Martín estaba terriblemente asustado por lo que estaba sucediendo. Nadie parecía prestar atención a sus llantos y súplicas de que quería volver a casa.

Volvió a sentarse en el rincón y comenzó a llorar desconsoladamente. Alguien comenzó a zarandearlo, primero despacio y luego con más intensidad. Pensando que el submarino se estaba hundiendo bajo sus pies se puso a gritar.

Alguien lo abrazó. Era su madre. Había ido a despertarlo para que fuera a cenar.

 

 

 

 

 


miércoles, 1 de febrero de 2023

EL MONSTRUO

 

María Prado entró corriendo en la iglesia. Buscaba al padre Marcus. Estaba llorando y se la veía muy nerviosa y asustada. El sacerdote que en esos momentos estaba en la sacristía hablando con el padre de una joven que se sería desposada en un par de semanas, salió apresuradamente al escuchar gritar su nombre. Intentó calmarla. María temblando de miedo se abrazó a él buscando consuelo entre sus brazos.

Un poco más sosegada el padre le ofreció una silla para que sentara al tiempo que le preguntaba el motivo de su desconsuelo.

La mujer comenzó a hablar. Había visto a un hombre merodeando por el bosque. Ella, que había acudido allí a una hora temprana para recoger leña, se había escondido tras un árbol al verlo. No le había gustado su aspecto desaliñado. Caminaba dando grandes zancadas. De vez en cuando se paraba a escuchar husmeando el aire como un animal. Pero aquello no era todo. Lo peor es que llevaba un bebe entre sus brazos.

El padre Marcus se enderezó en su silla. La mujer logró captar por completo su atención.

En los últimos meses habían desaparecido tres bebés. Robados de sus cunas al anochecer. A pesar de los esfuerzos que habían hecho los habitantes del pueblo por descubrir al miserable monstruo secuestrador de niños, no se había llegado a descubrir al culpable.

Lo que le contaba la mujer era una información sumamente importante. Había visto a la persona que se llevaba a los bebés.

Le preguntó cuál era el aspecto de aquel hombre.

Ella le respondió que era más bajo y gordo, con una barba muy poblada y el cabello negro muy largo. Pero lo peor eran sus ojos grandes, saltones y rojos como las llamas del infierno. Nunca lo había visto antes. No era del pueblo.

Gritos desgarradores en la iglesia y un gran alboroto hicieron que el padre, seguido del hombre y de María salieran de la sacristía a ver que estaba pasando.

Una joven desesperada gritaba que se habían llevado a su bebé.

El padre Marcus les habló de lo que le había contado la mujer que estaba a su lado. Los hombres decidieron hacer una batida por el bosque. No podría haber ido muy lejos.

Mientras tanto María regresó a su casa. Al abrir la puerta de su choza escuchó los llantos del bebé que había robado a su madre aquella noche.

Ella le dio vida al monstruo.

 

miércoles, 25 de enero de 2023

EL CÓNCLAVE

 


El cónclave ha comenzado. Los aspirantes a ser el nuevo pontífice residen en la Casa de Santa Marta, una residencia en el propio Vaticano, manteniendo la prohibición de cualquier contacto con el mundo exterior.

Son recluidos en un recinto cerrado, no se les permiten habitaciones individuales ni sirvientes. La comida se les sirve por un ventanuco.

El séptimo día cuando se acercaron a llevarles la ración y nadie se acercó al ventanuco, ni tampoco escucharon voces, ni movimiento alguno dentro de estancia, fue entonces cuando comenzaron a sospechar que algo pasaba. Tras pedir los permisos pertinentes abrieron la puerta.

Boquiabiertos, estupefactos y muertos de miedo se quedaron al ver a aquella joven de unos veinte años, vistiendo un vestido blanco salpicado de sangre que le llegaba hasta los pies descalzos, una larga cabellera negra como la noche más oscura y unos ojos hipnóticos grandes y azules que los miraba fijamente mientras esbozaba una sonrisa siniestra. Llevaba un hacha en la mano.

Estaba parada inmóvil en medio de un gran charco de sangre y rodeada de las cabezas de los aspirantes papales.

Dos hombres de seguridad irrumpieron en el recinto. Comenzaron a dispararle hasta que no quedó ninguna bala en sus pistolas.

La joven cayó al suelo.

Escucharon unos gemidos. Había un hombre vivo. El favorito para el puesto.

En ese momento la puerta se cerró con gran estrépito tras ellos. Las cortinas se corrieron y las luces se apagaron. Se hizo la oscuridad total.

Comenzaron a gritar asustados. Entonces…

La temperatura comenzó a subir. Los hombres comenzaron a sudar copiosamente.

La joven que finge morir para seguir matando se levantó bajo la mirada atónita de los presentes.

Surgió una llamarada de la nada y de ella apareció un ente, un demonio, que todos reconocieron de inmediato: Satán.

La joven lo miró con ternura mientras le ofrecía el hacha.

—Te cedo el honor papá, de matar al próximo papa

 

 

 

 

 


miércoles, 18 de enero de 2023

HOSPITAL SANT MARIE

 

HOSPITAL PSIQUIÁTRICO

SANT MARIE

 

 

 

 

 

Querido Coronel Marlowich:

 

Le he enviado a lo largo de estos últimos meses varias misivas de las que no he recibido respuesta. Espero que tal retraso se deba a la guerra que estamos viviendo y que usted, como un hombre de honor que es, está librando en ella en nombre de su país.

Su querida y apreciada hermana Madeleine ha sufrido una gran recaída en los últimos meses. Su estado anímico y físico se han deteriorado considerablemente. Se niega a salir de su habitación y a tomar tomo alimento sólido y líquido que le proporcionamos.

Pensamos que tal eventualidad se debe a su ausencia. El lazo fraternal que los une siempre fue rígido y sólido y su falta ha calado en ella de tal manera que sus ganas de vivir se van mermando cada día que pasa.

Su hermana siempre fue una mujer de carácter, dotada de gran carisma y apreciada por los demás pacientes del hospital. El hecho de que no haya salido en semanas de su habitación ha hecho mella en los ánimos de los demás internos. Hemos sufrido varios altercados y reacciones hostiles culpándonos, a mí y a todo el personal que trabaja aquí, de su situación.

La noticia de su fallecimiento supuso una gran tragedia para nosotros. Debo confesarle que hemos enterrado tu cuerpo en el cementerio que hay detrás del hospital, una noche fría y lluviosa con la presencia de un servidor como director de este hospital, el médico que certificó su muerte y una enfermera que había trabado una gran amistad con su querida hermana.

Ahora nos encontramos en la peor situación que cualquier persona puede vivir. Encerrados en el sótano del hospital nos encontramos todo el personal.

Madeleine no había muerto. Ha sido la actuación crucial de uno de los pacientes, Alan Valdomir, un joven médico que, tras una negligencia con un paciente su padre optó por encerrarlo tras estos muros, fue el que observó desde la ventana de su habitación la comitiva funeraria de tres aquella noche. Cuatro contando con su hermana.

Esperó pacientemente a que finalizara el sepelio y a continuación desenterró lo enterrado. La catalepsia de Madeleine trajo la muerte que nos acecha desde entonces.

No sé el tiempo que podremos sobrevivir en este angosto, húmedo y frío sótano, sin comida y bebida salvo por las ratas que viven aquí y el agua fétida que discurre entre por el suelo.

Le imploro clemencia si lee esta carta. Necesitamos ayuda urgente.

 

 

 

 SALVADOR CROWN

Director

 

 

 

miércoles, 11 de enero de 2023

TRAS LA SOMBRA

 

—¿Dónde está el Príncipe? –le preguntó un demonio en tono apremiante a un subordinado que acababa de entrar en su despacho.

—Todavía no volvió jefe –le dijo con cara de consternación.

—¿En serio? –respondió el jefe sin poder creer lo que le estaba diciendo – ¿crees que debemos preocuparnos por su tardanza?

A lo que el otro le respondió mientras tomaba asiento frente al jefe.

—Resistir, resistiremos algún tiempo más, pero en los niveles más bajos empiezan a cuestionarse su regreso y estoy más que seguro que están elaborando un plan para hacerse con el control de los niveles superiores. Ya sabe a lo que me refiero…

—Lo sé, lo sé –le dijo el otro moviendo la cabeza preocupado- Irán tomando los niveles convenciendo a su paso a la escoria que los habita hasta crear un ejército lo suficientemente numeroso para alzarse contra nosotros.

—Sí, jefe, así es –le respondió su subordinado

—Sabemos si ha cambiado de lugar o ¿sigue en el mismo sitio?

—Sigue ahí, jefe, no sabemos muy bien por qué Satanás visitó la ciudad de los umbrales.

—¿Quieres que te lo diga? –le espetó su jefe que sin esperar respuesta continuó- Está obsesionado por encontrar la sombra.

—¿La sombra? ¿Qué sombra? –le preguntó asombrado el otro.

—¿Cuál va a ser pedazo de carne con patas? –le respondió malhumorado por las pocas luces que tenía aquel demonio- La suya.

—No sabía que la había perdido –le dijo el otro pensativo

—Así es. Un buen día se largó. Según me contó le dijo que estaba harta de él, más bien de su cambio de actitud, que ya no era tan malo como lo pintaban, se estaba volviendo vago, no dejaba el infierno para nada, todo el día sentado viendo pasar la eternidad en vez de salir al mundo de los vivos y provocar catástrofes

—¿De verdad? Eso es injusto, ¿no le parece? Él no tiene que salir, para eso estamos nosotros

—Pero hay más amigo mío. Escucha atentamente –y se acercó a él como si le fuera a contar un secreto, el subordinado hizo lo mismo y sus cuernos quedaron a pocos centímetros los unos de los otros- Le llamó gordo y que ella no podía permitirse que la vieran por ahí con esos kilos de más.

Estuvieron un rato en silencio mirándose el uno al otro agarrándose el vientre para no reírse, pero sin mucho resultado, las carcajadas, sonoras, estridentes y terroríficas se escucharon en varios kilómetros a la redonda, haciendo que un montón de curiosos se acercaran a ver qué pasaba.

—Así que su sombra se fue en busca de aventuras y qué mejor lugar que ese, habitado por las almas más oscuras que hay sobre la faz de la tierra –sentenció el jefe.

 


miércoles, 4 de enero de 2023

TORMENTO

 

Tormento se cansó del chantaje.

Cuando se despertó la habitación estaba en penumbra. El despertador que había sobre su mesilla de noche marcaba las tres de la madrugada. Giró la cabeza hacia el otro lado de la cama, pero el dolor que sintió al hacerlo le arrancó un grito lastimero y unas lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas. Optó por alargar su mano izquierda. No le dolió al hacerlo. Comprobó que ese lado de la cama estaba vacío. Mejor así, pensó. Se levantó con gran esfuerzo y arrastrando los pies logró llegar al baño.  El espejo situado sobre el lavabo, le devolvió el reflejo de ella misma. No se reconocía. Tenía un ojo amoratado, cerrado en su totalidad. La cara hinchada, moretones en el cuello como si alguien hubiese intentando estrangularla. Le faltaba un par de dientes y sospechaba que tenía la nariz rota. Aquel rostro que veía en el espejo no era el de ella. No podía serlo. No reconocía a aquella mujer que la estaba mirando.

Le dolía todo el cuerpo, pero lo peor no era el dolor físico sino el dolor del alma.  Para el dolor físico que la atormentaba se tomó un par de analgésicos. El dolor del alma sería más difícil de curar, no había pastillas para calmarlo.

El baño comenzó a girar a su alrededor. Despacio y con gran esfuerzo apoyó su espalda en la puerta. Lloró. Lloró como no lo había hecho nunca. Esta vez su marido se había lucido de lo lindo.

Gritó.  Fue grito desgarrador, desesperado, terrorífico.

No se sintió mejor al hacerlo.

Cerró los ojos.

Escuchó una voz. La reconoció al momento. Era la suya. Alzó la mirada y se vio. Allí plantada delante de ella estaba otro yo mirándola fijamente. Había desafío en sus ojos, determinación y coraje, algo que hacía tiempo que no sentía.

- ¡Mírame! –le instó- soy tus emociones. Soy el miedo, el asco, la ansiedad, la culpa, la ira, la tristeza. Llámame tormento. Vengo a ayudarte.

Lo que ocurrió a continuación lo recordaba de forma distorsionada. Recordaba que había escuchado abrirse la puerta de la calle. Luego unos pasos que conocía muy bien, acercándose a la cocina. Ella estaba allí tras la puerta. No recordaba cómo había llegado. Pero allí estaba esperándolo, conteniendo el aliento a cada paso que él daba, para no ser descubierta. Recordaba tener algo en la mano. Un cuchillo.

Su marido entró tambaleándose. Había estado bebiendo.  Fue directo a la nevera. Ella se situó detrás de él.

Pronunció su nombre. Él se giró sobresaltado. La hacía en la cama. No esperaba que estuviera levantada esperándolo. Todo un detalle por su parte, nada mejor que una buena paliza para doblegar a las mujeres, pensó. Sonreía cuando se giró. Al hacerlo sintió un dolor punzante y frío en el abdomen. Miró lo que le había pasado y vio sangre, mucha sangre traspasando su camiseta blanca. Levantó la mirada. Ya no sonreía. Su mirada rabiosa se clavó en la de ella. Ahora era ella la que estaba sonriendo.  Antes de desplomarse agarró con furia a su mujer. Intentó pegarle, pero las fuerzas le abandonaron y se desplomó sobre el frío suelo de la cocina.

 

 

 

miércoles, 28 de diciembre de 2022

ELMUNDO SE EXTINGUIRA A LAS 12

 

Se despertó sobresaltado. Había tenido una pesadilla. Se ahogaba, no podía respirar. El terror y el pánico más absoluto se habían adueñado de él. Entonces…. Abrió los ojos. Pero no lograba ver nada. A su alrededor todo era oscuridad. Mirara hacia donde mirara, no había ni un resquicio de luz que iluminara la penumbra en la que se encontraba. Inhaló una bocanada de aire que llenó sus pulmones exhalándola después. Volvió a repetir lo mismo varias veces. El poder respirar era en gran medida un alivio, pero aquella negrura que lo envolvía no ayudaba a que pudiera relajarse totalmente.

La sensación de ahogo volvió con más intensidad a cada segundo que pasaba. Sentía que su movilidad estaba bastante reducida. Podía mover los brazos y piernas ligeramente. Ahora bien, si las levantaba se topaba con algo sólido que no le permitía alzarlas por completo. También intentó incorporarse. La primera vez se llevó un buen golpe en la cabeza, debido al impacto sentía un gran dolor en la cabeza. Se tocó el sitio dañado y vio que le había salido un bulto del tamaño de un huevo de codorniz.  Varias ideas cruzaron su mente. Pero sólo pilló una al vuelo. La que se repetía más veces. Quizá la menos adecuada en su situación. Pero la que más veracidad podía tener teniendo la situación en la que se encontraba. Lo habían enterrado vivo. ¿Pero cómo era posible sentir dolor y miedo si estaba muerto?

—¿Hola?

Contuvo la respiración durante un instante. Le pareció que alguien le hablaba. ¿No estaba solo? ¿A cuántos más los habían enterrado con vida a su lado? Tal vez aquella voz estuviera en su cabeza. Tal vez se estaba volviendo loco. Tal vez….

—¿Estás bien?

Otra vez aquella voz. No sonaba muy lejos. No a su lado, pero sí muy cerca. Decidió responderle.

—Hola…. Estoy bien, o eso creo. ¿Dónde estoy? –le preguntó con un deje de miedo en su voz.

—Escucha –le respondió- impúlsate con los pies para subir.

—Cómo?

—Sólo tienes que dar un salto y podré verte. Hazme caso sé de lo que hablo –le dijo el desconocido.

«Dar un salto, pensó David».  ¿Podría hacerlo? Lo intentaría. Por intentarlo que no quedara.

Dobló las rodillas y se impulsó. Al hacerlo sintió como si fuera un cohete propulsado hacia el espacio. Pero su viaje terminó en la rama de un árbol.

Sintió como sus pulmones se llenaban de aire puro. La claridad le hizo entornar los ojos. Volvió a escuchar la voz.

—Tranquilo te irás adaptando poco a poco a la luz –le decía- por cierto, me llamo Antonio.

Tardó unos minutos en que su visión se adaptara a tanta luz. Cuando lo hizo vio cientos, quizá miles de árboles que se levantaban majestuosos delante de sus ojos formando un inmenso bosque del que no se veía el final. Giró la cabeza en la dirección de donde provenía aquella voz desconocida. Vio a un muchacho de unos veinte años vestido con vaqueros rotos y una camiseta negra con el logotipo de una conocida banda de rock. Lo miraba fijamente, sonriendo. Hasta ahí todo bien. Pero lo que no encajaba era que aquel muchacho estaba sentado sobre la rama de un árbol. Se asustó. Pero pronto fue consciente de su situación. El también estaba encaramado en la rama de un árbol. Otro árbol.

Gritó. Un grito desgarrador salió de lo más profundo de su garganta.

—Tranquilo –le dijo el muchacho en un tono sosegado y amable- no te vas a caer. Estás a salvo. Ahora perteneces al árbol.

—Pero… qué estás diciendo? ¿Que yo soy un árbol?

—Algo así –le respondió.

Aquello era una locura. Estaba soñando. No podía ser de otra manera. Aquello era una terrible pesadilla, no le cabía la menor duda. Se tocaba y era aire. La nada había adquirido la forma de su cuerpo. Era un fantasma. Tenía que ser eso. Se tocó la cabeza. El chichón seguía allí. Era de locos.

—Tengo que salir de aquí –le dijo al joven

Intentó descender por la rama para llegar al suelo. Estaba muy alto. Era consciente de que si se caía se mataría. Pero….

—Si te caes no te matarás –le dijo el joven como si le hubiera leído el pensamiento- no puedes volver a morir. Las ramas te recogerán antes de que caigas al suelo. Todo eso ya lo hice yo. Intenté huir como quieres hacerlo tú ahora. Puedes intentarlo, eres libre de hacerlo, pero no lo conseguirás nunca.

—Entonces… [estaré en este árbol para siempre? –le preguntó David asustado y desconcertado.

—Bueno hay una manera de quedar libre.

—Cuál? –le preguntó David deseoso de conocer la respuesta para poder ponerla en práctica cuanto antes.

—La muerte del árbol.

David no podía creer lo que le acababa de decir. El árbol se tenía que morir para que quedara libre. Aquello tenía que ser una broma. Porque cómo podría morirse un árbol. Se le ocurrieron algunas opciones, que lo talaran, un incendio, que lo partiera un rayo, una plaga….

—Sí, colega, un poco difícil pero no imposible –le dijo Antonio al ver la cara de incredulidad de su nuevo vecino.

—Y… ¿Cómo llegué aquí? 

—Eso sí que te lo puedo decir. Te has suicidado.

David no entendía nada. No recordaba nada. Antonio siguió hablando.

—Cuando te quitas de en medio tu alma es absorbida por un árbol, donde se supone que purgas el pecado de acabar con tu vida. Yo llevo aquí cinco años. Me maté cuando tenía veinte. Era un drogadicto. Siempre me metía en problemas. Lo perdí todo. Así que decidí desaparecer. Fue fácil. Me inyecté una dosis letal y cuando desperté me encontré en esta mierda de lugar.  Tuve una compañera. Fíjate en lo que queda del árbol a mi derecha. Está seco. Creo que le entró una plaga o algo así. La tía que vivía en ahí quedó libre. Fue ella quien me contó todo esto y a ella se lo contó otra persona y así sucesivamente. La tía llevaba aquí veinte años. ¿Te imaginas?  ¡Veinte años! A dónde fue. Ni idea colega, pero ya no está. Recordarás lo que te pasó con el tiempo cuando estés más tranquilo. Bueno y dónde estamos, pues no lo sé. Podremos estar cerca de casa como al otro lado del mundo. Vete tú a saber.

Todo era muy raro. Se había suicidado. Había acabado en un árbol del que sólo podría salir si se moría. Definitivamente tenía que estar soñando. Aquello superaba cualquier película de terror que hubiera visto.

Antonio hizo un comentario. Luego se recostó sobre la rama y cerró los ojos como si fuera a echarse una siesta. David lo agradeció. No le caía mal el chaval. Le gustaba no estar solo. Pero tenía que pensar detenidamente en todo aquello.

—Qué has dicho? –le preguntó

—El mundo se acaba colega, tarde o temprano, es un hecho –le dijo Antonio antes de quedarse dormido.

Todo cobró sentido en ese momento para David. Comenzó a recordar.

Se vio con el móvil en la mano enviando un mensaje a su grupo de amigos, al grupo de sus compañeros de trabajo y al grupo que tenía con la familia. El mensaje le vino claro a la mente EL MUNDO SE EXTINGUIRA A LAS 12. Lo envió minutos antes de la hora señalada.

Luego…. Una bañera, su bañera llena de agua caliente. Y sangre, mucha sangre. El agua se había teñido de rojo en pocos minutos. Se había cortado la yugular. Su mundo explotó. Se extinguió.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

REBELIÓN

  Era una agradable noche de primavera, el duende Nils, más conocido como el Susurrador de Animales, estaba sentado sobre una gran piedra ob...