lunes, 4 de julio de 2022

HISTORIA DE UNA VIDA POR VIVIR

 

Sara estaba al frente de la única librería que había en aquel pueblo. Después de comer fue a recoger unas cajas que habían llegado a la oficina de correos. Tras casi un mes esperando por aquellos ansiados libros, al fin habían llegado. Las cargó en el coche y se encaminó hacia la tienda. Eran las cuatro de la tarde. Desde lejos vislumbró un hueco donde aparcar el coche justo frente a la puerta. Aquel era su día de suerte, pensó. También vio a un corrillo de cinco mujeres hablando entre ellas frente al escaparate de la librería. Con tanto ajetreo se olvidó del día que era. Los viernes por la tarde el club de lectura se reunía para hablar del o de los libros que habían leído durante la semana.

Tras aparcar y antes de meter las cajas dentro, les abrió la puerta. La saludaron efusivamente y entraron. Para cualquier mortal que estuviera viendo la escena, aquello no tenía nada de particular, un grupo de mujeres que entraban en la librería, pero había un detalle a tener en cuenta y que pasaba desapercibido para la mayoría, no caminaban, flotaban.

El club de lectura se reunía en la trastienda, Cuando salió de nuevo a la calle las escuchó hablar animadamente mientras colocaban las sillas y las mesas.

Cargó con las tres cajas y comenzó a caminar con paso lento hacia la puerta, la visibilidad era casi nula, pero conocía bien el camino. Entonces alguien la empujó. Las cajas se tambalearon y sin nada que se pudiera hacer para evitarlo, cayeron al suelo. Los libros se desparramaron sobre la acera. Una mujer de unos cuarenta años, rubia, muy delgada y visiblemente nerviosa se deshizo en disculpas. Se había quedado ensimismada mirando el escaparate, no se percató de la presencia de la mujer que portaba las cajas. Entonces al darse la vuelta… Sara se dio cuenta, al mirarla a los ojos, que estaba a punto de echarse a llorar.

La tranquilizó mientras recogían la mercancía y la invitó a tomar un café con ella en la tienda. La mujer vació durante unos segundos. Al final aceptó.

Sara era una persona muy observadora, podía ver en las personas detalles que al resto de los mortales les pasaba desapercibidos. Al tocar su mano para tranquilizarla supo de inmediato el sufrimiento que la embargaba. Pudo ver las nubes negras que flotaban sobre ella, cargadas de años de soportar lo insoportable, de acallar sus sentimientos, de mantener a raya su ira, su pena y sus ganas de gritar.

A Elisa le encantaba leer, según le dijo, tenía mucho tiempo libre, no trabajaba, su marido no se lo permitía. Pero él estaba fuera todo el día y ella mataba las horas leyendo un libro tras otro.

En la trastienda el club de lectura estaba en su punto más álgido. Las risas y las bromas eran las protagonistas. Menos mal que sólo las podía escuchar ella. A veces le costaba entender lo que Elisa le decía porque hablaba en voz muy baja. Pero de una cosa estaba segura aquella mujer estaba sufriendo y necesitaba su “ayuda” para cambiar su vida. Y ella tenía lo que le hacía falta. Se levantó y se encaminó hacia el fondo de la librería perdiéndose entre los pasillos de estanterías repletos de libros. Elisa esperó paciente su regreso, sin moverse de la silla en la que había permanecido sentada hasta ese momento. Al cabo de unos minutos Sara volvió con un libro entre sus manos. Se lo dio. Elisa leyó el titulo HISTORIA DE UNA VIDA POR VIVIR. Le gustó. La dueña le dijo que era un préstamo. Que una vez lo leyera se lo devolviera. Así de fácil. Ella prometió hacerlo esbozando una gran sonrisa. No se acordaba de la última vez que había sonreído, ni de haberse sentido tan bien. Elisa lo hojeó. Le pareció extraño que las últimas páginas estuvieran en blanco. No quería parecer una desagradecida y no le comentó nada al respecto, pensando que, tal vez, fuera un defecto de impresión o algo así.

Lo llevó a casa. Tras hacer la comida y esperar que su marido se presentara a la hora de comer, cosa que no hizo y ella agradeció enormemente, ya que, tenía unas ganas inmensas de comenzar a leer el libro, se fue al salón se sentó en su butaca preferida, una situada delante de la ventana que daba al jardín y comenzó la lectura. Las horas pasaron volando, la luz del día dio paso a la oscuridad de la noche.

El libro que tenía entre sus manos era su historia, su vida hasta ese momento. Comenzaba narrando su infancia y terminaba en el momento en que Sara se lo entregó. Aunque ya conocía la historia, no podía dejar de leerlo, como si la protagonista fuera otra persona y no ella.

Ahora comprendía lo que significaban aquellas hojas en blanco. Era su vida por vivir.

En la última página escrita, se topó con un poema, uno que determinaría su vida a partir de ese momento. La continuación de la historia dependía de la decisión que tomara en ese momento.

He aprendido a subsistir sin el mísero oxigeno que me regalabas

Y ahora encumbro futuros de un añil esperanzador

Sabía lo que significaba aquello. Tenía que dejar atrás su vida, la vida que llevaba ahora. Dejar a su marido y emprender un camino nuevo, aún sabiendo que no iba a ser nada fácil.

Pero había otra opción.

Una semana después Elisa volvió a la librería. Vio a un grupo de mujeres frente a la puerta. Ella llevaba el libro que le había prestado Sara apretado contra su pecho. Una de ella se le acercó y le sonrió.

-Bienvenida -le dijo- es bueno tener un miembro más en nuestro club de lectura.

Elisa le sonrió.

Sara abrió la puerta de la tienda. Las mujeres pasaron. Elisa, entró de última. Le entregó el libro a Sara y le dio las gracias. Sara sabía lo que había pasado. Sabía que aquella mujer había escogido el final del libro, su final.

Ahora era libre, libre para siempre, pero su libertad había tenido un precio, el de su vida.

Tras matar a su esposo, se había suicidado.

miércoles, 29 de junio de 2022

EL DIABLO NO SE DESPEINA

 

La oscuridad había caído sobre aquel pueblo. Sin embargo, nadie parecía querer dormir esa noche. Se respiraba un ambiente festivo. Las fiestas del pueblo eran el motivo de la celebración. La mayor parte de la gente estaba congregada dentro y fuera del pabellón de deportes. Casi todos eran jóvenes, pero los había también de cierta edad que habían acudido hasta allí movidos por la curiosidad. El pueblo era tan pequeño que en la calle principal estaban, rozándose como viejos amantes, la comisaría de policía, el ayuntamiento, el colegio, el pabellón de deportes y un poco alejado, pero muy poco, el cementerio. Las otras edificaciones, tales como las viviendas, tiendas y las cafeterías, estaban dispuestas en forma de circulo a su alrededor.

Un ruido ensordecedor envolvía al pueblo. Tal ruido provenía del pabellón. Frente a la puerta había una furgoneta negra. En sus laterales, rotulados con grandes letras del color de la sangre se podía leer “El diablo no se despeina” Aquella furgoneta pertenecía a los cinco componentes de una banda de rock, la que estaba tocando en esos momentos. No es que lo hicieran mal, aunque tampoco tan bien como pensaban, pero sabían desenvolverse en el escenario agitando sus largas melenas y marcando unos movimientos, dentro de unos ajustados pantalones de cuero, que dejaban extasiadas a las féminas jóvenes y las que no lo eran tanto.

Lo que no sabían ni los componentes de la banda, ni los vecinos del pueblo y forasteros allí presentes que habían acudido a las fiestas, es que esa noche marcaría el comienzo de una serie de sucesos que estarían en boca de todos.

No muy lejos de allí, un gran gato negro con andares pausados pero firmes, atravesó las puertas del cementerio. Era medianoche.

En un descanso del concierto, el batería de la banda, salió a la calle a estirar las piernas y fumar un cigarro. Lo hizo por la puerta trasera, no sin antes cerciorarse de que no había nadie en las inmediaciones que pudiera perturbar su ansiado respiro.

Se colocó al lado de unos cubos de basura y se distrajo mirando el móvil.

Unos ruidos de pasos lo volvieron a la realidad. Alzó la vista y vio acercarse una figura. El lugar estaba oscuro salvo por una única luz situada sobre la puerta que era tan tenue que no le permitía distinguir sus facciones.

Aquella figura avanzaba hacia él, con ritmo firme y acompasado y con un ligero movimiento de caderas que lo dejó hipnotizado. Se trataba de una mujer. Pero qué mujer. Una de esas que quitaban el hipo. Se situó frente a él y le pidió un cigarrillo. Al joven le temblaban las manos cuando se lo dio. Estuvieron hablando un rato y luego se alejaron calle abajo. Iban cogidos de la mano. Estaban doblando la esquina cuando salió el guitarrista a buscarlo en el momento que desaparecía de su vista envuelto entre las sombras. No iba solo. Gritó su nombre y echó a correr tras él. Cuando dobló aquella esquina no vio a nadie y eso que la calle era muy larga. La más larga del pueblo. Estaba vacía y oscura.

Tenían un problema, sin el batería no podrían tocar. Y el batería no daba señales de vida. No respondía las llamadas y nadie lo había visto a pesar de que habían hecho una batida por el pueblo. Parecía que se había esfumado. A regañadientes los asistentes abandonaron el pabellón y se dio por concluido el concierto.

Sin embargo, sus amigos no dejaron de buscarlo. Quedaba sólo un sitio donde no habían ido: el cementerio.

Al empujar las puertas éstas se abrieron con un chirrido estridente. Los cuatro componentes de la banda llevaban sendas linternas en la mano. Era una noche sin luna y sin estrellas, oscura como la boca del lobo, negra como el pecado. Avanzaron despacio para no tropezar con las tumbas y llegaron a la parte más alejada. Allí las sepulturas eran muy antiguas. Algunas estaban rotas y se podían ver los restos óseos que albergaban dentro. Uno de ellos enfocó el haz de luz de su linterna en el muro que delimitaba el camposanto. Un grito desgarrador salió de su garganta. Allí, clavado en una cruz invertida estaba su amigo. Se acercaron para ver si todavía respiraba. Estaba muerto.

A partir de entonces, en noches oscuras como aquella, desaparecía, al azar, un hombre del pueblo corriendo la misma suerte que aquel joven.

Se habló y conjeturó mucho sobre aquello. Unos decían que era el espíritu de una joven que había vivido allí y que había sido violada y maltratada por unos hombres que habían llegado al pueblo de paso y que ella buscaba venganza. No pararía hasta que encontrara a sus asesinos.

 

 

lunes, 27 de junio de 2022

HASTA EL INFINITO

 

La causa de que abandonara su sueño (que iba por el camino de convertirse en eterno) fue el enorme dolor que sentía en su cuerpo entumecido de frio, que se manifestaba como si le estuvieran clavando miles de agujas en él. Abrió los ojos. Se miró. Iba vestida con algo parecido a un camisón largo. No podía ver el color. Estaba muy oscuro.  Intentó levantarse. Lo consiguió al cabo de unos interminables minutos con verdadero esfuerzo. Sentía las piernas dormidas, débiles, carentes de la fuerza necesaria para soportar su peso. Sintió una angustia como una pesada losa sobre ella a causa del miedo que empezaba a tomar posesión de su cuerpo a pasos agigantados. En un intento de calmarse inhaló y exhaló aire varias veces. Se calmó un poco, muy poco, para ser exactos, pero lo suficiente para atreverse a estirar los brazos y tantear con las manos lo que había a su alrededor. Se topó con una pared de acero a su derecha, otra a su izquierda y otra en la parte de atrás. Delante parecía ser más gruesa. Al tacto descubrió una rendija en el centro. A su derecha vio un panel de botones, iluminados tenuemente, con números en cada uno de ellos. Contó seis, si es que el 0 cuenta, claro.

Dedujo que estaba en un ascensor. Sonrió al descubrir que podía deducir cosas tan obvias a pesar el pánico que sentía. En un muy pequeño. Sintió que la claustrofobia se adueñaba de ella. Si no intentaba calmarse entraría en pánico y aquello no la ayudaría en la ardua tarea de pensar en una solución para salir de allí.

Había una luz en el botón 0 pero las puertas estaban cerradas. Probó marcando el 1. Aquella caja se movió con un ruido estridente. Subía. Se paró de golpe. Esperó. Las puertas se abrieron. La oscuridad era la misma dentro que fuera, pero había algo diferente. En el ambiente había un olor a chocolate caliente. Cerró los ojos y aspiró ese aroma.

Cuando los volvió a abrir se vio a si misma con 10 años en la cocina de su casa. Su madre le estaba sirviendo un tazón muy grande. Sobre la mesa había una bandeja con churros recién hechos, espolvoreados de azúcar. El corazón le dio un vuelco y no pudo contener las lágrimas.

Quiso gritar el nombre de su madre, pero de su garganta salió algo parecido a un carraspeo. Su madre, sin embargo, pareció oírla porque se dio la vuelta para mirarla con aquellos grandes ojos negros que tanto echaba de menos.

-Tienes que seguir adelante, hija –le dijo- sigue subiendo, no te pares.

Las puertas se cerraron de golpe y volvió a su mundo de tinieblas y oscuridad.

Visiblemente emocionada, las manos le temblaban cuando marcó el número 2

Las puertas se abrieron de nuevo.

Se escuchaba música muy alta, risas y movimiento de ir y venir de personas. Escuchó una voz que la llamaba.

-¡¡¡Elisa!!! Ya has llegado –le decía Juan- venga vamos a bailar, esta canción me encanta.

Era Juan su novio de la universidad.

Recordaba aquella noche. Era la fiesta de la graduación. Había sido un día perfecto. Feliz. Inolvidable.

Miró a su alrededor buscándolo. Preguntándose dónde estaba. Por qué no estaba con ella allí.

Los sonidos se fueron mitigando poco a poco. Las puertas del ascensor se cerraron de nuevo.

Otra vez se quedó sola envuelta en la negrura más profunda.

Lloró durante un buen rato. Miles de preguntas se agolpaban en su garganta. Sólo quería gritar. Lo peor no era la soledad que sentía en su alma. Lo peor es que no había nadie que le diera las respuestas ansiadas. Entonces se le ocurrió la idea, la única que tenía cabida en su cabeza en ese momento, estaba muerta y ese era e infierno. Porque, qué otra cosa podría ser si no.

El botón número tres del ascensor se iluminó. Se levantó lentamente para pulsarlo, porque sabía que si no lo hacía aquella caja metálica no se movería. ¿Qué sorpresa le esperaría cuando las puertas se abrieran? No quería saberlo. Pero algo le decía que si quería seguir adelante tenía que pulsarlo.

Así lo hizo.

Las puertas se abrieron, una vez más.

Oscuridad acompañada de una música que reconoció al instante. Era el son nupcial. Era el día de su boda.

Estaba radiante. Recordaba que se había enamorado de aquel vestido en el momento justo en que lo vio en el escaparate de aquella tienda.

Juan estaba radiante con su traje negro, irradiaba felicidad por cada poro de su piel. No pararon de reírse ni un segundo. Eran la viva imagen de la felicidad.

Esta vez trató de hacer algo que no había intentado en los otros dos pisos. Traspasar las puertas del ascensor.

Levantó un pie para salir de él. Su sorpresa fue mayúscula cuando se topó con un muro invisible que como si de una cama elástica se tratara, rebotó contra ella terminando contra la pared del fondo.

Perdió el equilibrio y terminó en el suelo.

No podía salir de allí. Le había quedado más que claro. Estaba a merced de aquel infernal sitio.

El botón número 4 se iluminó.

Lo pulsó.

Se abrieron las puertas. Oscuridad otra vez, como no. Pero reconoció una voz.

-Cariño ya estoy en casa –era la voz de Juan, su marido

Ella estaba en la cocina ultimando los últimos preparativos de la cena sorpresa que le había preparado. Tenía un sobrado motivo para hacerlo. Estaba embarazada.

Fueron pasando ante ella las imágenes del crecimiento de su barriga. Los preparativos para la llegada del bebé. La decoración de la habitación. Elegir un nombre. Querían que fuera una sorpresa el sexo del bebé que venía de camino. Pasaban las noches hablando sobre él. Felices. La familia crecía.

El día del parto había llegado. Sus padres habían pasado el fin de semana con ellos. Los dolores comenzaron un lunes a media mañana. Juan había salido a trabajar. Sus padres se ofrecieron a llevarla al hospital, las contracciones eran cada vez más fuertes. De camino al hospital llamarían a Juan.

Pero nunca llegaron. Un camión sesgó sus vidas. Excepto la de ella.

- ¿POR QUÉ? –le preguntó a la nada con un grito desgarrador.

Aquello era un juego macabro. No podían estar haciéndole eso. No…. Eran tan dolorosos esos recuerdos. Miles de dagas clavadas por su cuerpo no le provocarían ni la milésima parte del dolor que sentía. Un dolor que la corroía por dentro rompiéndole el corazón en mil pedazos.

Pero parecía que no le querían dar tregua. El botón número 5 se iluminó.

Estuvo tentada de no levantarse. Para qué, pensó. Pero al mismo tiempo una voz interior le decía que podría ser el último piso, el de la libertad, el de poder salir de allí, el que acabara con la tortura a la que le estaban sometiendo. No perdía nada por comprobarlo. Porque lo había perdido todo. No le quedaba nada.

Pulsó el ultimo botón y esperó.

Las puertas tardaron más de lo normal en abrirse.

Cuando lo hicieron una intensa luz que se proyectó sobre el pequeño cubículo en el que estaba llenándolo de claridad.

Dos figuras avanzaban hacia ella al compás de la melodía de un saxofón. Eran sus padres. Su madre llevaba un bebé en brazos. Supo que era su bebé. Le sonreían. El bebé dormía plácidamente. Ella, sin importarle nada, corrió hacia ellos. Esta vez no encontró impedimento para hacerlo. Los abrazó con fuerza. Cogió a su bebé entre sus brazos, mientras lo mecía con ternura y lo colmaba de besos. Le prometieron que cuidarían de él. Tenía que regresar. Tenía toda una vida por delante. Tenía que aprender a vivir con aquel dolor. Ellos siempre velarían por ella.

 

El sonido del móvil lo despertó. Desorientado miró el despertador. Marcaba las 4 de la mañana. Juan se irguió de golpe en la cama. Sabía que una llamada esas horas no pronosticaba nada bueno. Las manos le temblaban cuando cogió el móvil y miró el número que había en la pantalla.

Lo había arrancado de un sueño. Elisa estaba junto a él en la cama. Su mirada cargada de amor le sonreía mientras le hablaba de modo extraño, como si le estuviera recitando una poesía:

La oscuridad del mundo,

Lo sabes, no osará jamás,

Apagar la llama… ya no.

Pues nuestro amor se escribió con un do sostenido…

Hasta el infinito.

 

Respondió la llamada. La voz que escuchó al otro lado del teléfono le era familiar. Enseguida supo quién era.

-Su esposa está consciente y pregunta por usted –le dijo el médico de Elisa en tono amable y a la vez apremiante.

Rompió a llorar. Era la mejor noticia que le podían dar. Ya había perdido la esperanza después de tres meses en que su esposa había caído en el estado llamado de “Mínima conciencia” tras el shock sufrido por la pérdida, en aquel fatídico accidente, de sus padres y su bebé. Los médicos habían sido claros con él. El porcentaje de que volviera a reaccionar, exceptuando un milagro, eran escasos.

 

 

 

 

miércoles, 22 de junio de 2022

SENTENCIA

 

Un recinto circular. Antorchas colocadas estratégicamente entre los muros de piedra para que cada rincón estuviera iluminado. Siete tronos elaborados a través de la madera de ginkgo, árbol inmortal. Siete arcontes, gobernantes del reino de las tinieblas. Siete dictaminarán por unanimidad la sentencia a aplicar. Eso es lo pactado, pero hoy, tan solo seis están presentes. Viento, tierra, naturaleza, agua, fuego y hielo. En el centro un ángel portando una espada con restos visibles de sangre en ella. Sus alas han dejado atrás su esplendor y su pureza. El ángel había sido derrotado, tras herir de muerte al arconte de la electricidad cuya divinidad era la eternidad. Pero falló en su empresa. El arconte seguía con vida. Entró en el recinto cuando la sentencia a aplicar estaba a punto de hacerse pública. Los seis habían decidió aceptar a aquel ángel entre los suyos, de todos era sabido que su vuelta al paraíso era impensable. También conocían la crueldad y malicia con la que actuaba el arconte al que había intentado matar. Su gran poder y su gran ira eran desmesurados.

El maquiavélico arconte juzgó a aquel ángel. Su decisión era inapelable, hecha bajo la coacción y las amenazas hacia sus compañeros presentes. Lo condenó a vagar eternamente entre los dos mundos, nunca volvería al paraíso y nunca sería aceptado entre ellos. Aquella, era la peor condena porque durante su sueño eterno estaría condenado a recrear, una y otra vez, su acto y su juicio.


lunes, 20 de junio de 2022

CARTA DESDE LA OSCURIDAD

 

Mi querida Elisa:

El tiempo a lomos de un caballo blanco pasa trotando por nuestras vidas a la velocidad de un rayo. Sólo nos queda guardar en nuestra memoria retazos de momentos vividos que, aunque fugaces, logramos atrapar en nuestra retina y guardar, cual tesoro, en nuestros corazones. Momentos vividos que nos causaron felicidad y otros que nos provocaron pena y dolor.

Lo demás, lo insignificante, el viento ya se encarga de barrerlo con su escoba eterna cual hoja caída de un árbol, efímera y liviana como una pluma.

Pero anclado en mi memoria permanecerá impertérrito al paso de los días, meses y años, tu recuerdo.

El dolor no se desvanece, se alimenta de mi añoranza y mis deseos de volver a verte. Se hace más fuerte, si cabe, y sucumbe a mis ganas de vivir. Porque sin ti no soy nada, ni nadie, tan solo una mota de polvo más, un aliento exhalado, un suspiro anhelado, un grito desesperado. Ese dolor tan profundo y doloroso corroe mis entrañas, traspasa mi corazón como miles de puñales rompiendo la piedra que lo rodea.

Y aquí me hayo, tumbado en mi cama mirando el techo sin mirar, esperando sin esperar, suspirando sin suspirar. El arrepentimiento me mece entre sus brazos esperando el sueño eterno.

¡Oh, mi querida Elisa! Mis palabras no tienen sentido, lo sé, y más sabiendo que yo te arrebaté la vida con mis manos. No fue la ira, ni los celos, ni el odio lo que me llevó a hacerlo, no. La causa fue mi amor por ti. Un amor desmesurado que me volvió loco. Mi locura mató a la razón que me gritaba desesperada que no lo hiciera, pero ya era tarde mi amor, era muy tarde.

Ahora soy preso de la culpa que me embarga y que me lleva al borde de la muerte, fruto de la cruel demencia que alimenta mi alma y mi espíritu.

Puedo oler tu fragancia a mi alrededor, sentir tus labios en los míos, el roce de tu piel contra mi cuerpo desnudo, tu aliento susurrándome palabras al oído. No te has ido. Sé que estás aquí.

Tiemblo pensando en tu venganza.

Eres el espejismo de mis silencios gritados y de mis gritos callados.

Pronto me reuniré contigo. Al fin y al cabo, ese era el plan que había urdido sumergido en el pozo donde no tiene cabida ni la cordura ni el perdón.

Cierro los ojos esperando verte de nuevo. Cogernos de la mano y caminar juntos por el sendero del para siempre.

Ya queda poco mi querida Elisa. La eternidad nos espera.

Nada, ni nadie, se interpondrá en nuestro camino. Te lo juro.

Caigo en las redes del silencio sepulcral, en el vacío de la nada, en la ausencia de luz de la oscuridad. Palpo las tinieblas caminando a ciegas. Te busco. No te encuentro. ¿Dónde estás mi amor? La desesperación llega con la ausencia de luz. Quiero gritar. Pero mi garganta enmudeció. Mis sentidos están anulados. No puedo oler tu fragancia, no veo tu rostro, no puedo saborear tu nombre, ni tocar tu piel.

Escucho algo…. Unas carcajadas lejanas. Se acercan. Cada vez son más nítidas. Es tu risa la que llega como una suave brisa y se cuela en mis oídos. No está todo perdido ¿o sí?

 

 

miércoles, 15 de junio de 2022

ASILO OSCURO

 

Samuel, un joven de dieciocho años, entró en urgencias en estado muy grave tras una paliza que le habían propiciado unos desconocidos cuando se dirigía a su casa.  Tras varias horas en quirófano el doctor Granados consiguió que el joven no entrara en el sueño eterno del que no saldría jamás. Durante días Samuel sólo recibía la visita del doctor.  Su evolución era favorable, pero detectaron que algo no iba bien en su cerebro tras las múltiples pruebas que le hicieron. Pero el detonante fue cuando los padres tuvieron el permiso para visitarlo. El joven entró en pánico, gritando y suplicando que no les dejara a solas con esa gente que no conocía de nada. Las lesiones físicas curaban rápidamente mientras que las mentales se agravaban día a día. La única presencia que aceptaba en su habitación era la de su médico, el doctor Granados, hasta que un día dejó de reconocerlo como tal, tildándolo de impostor. Lo agarró de la bata blanca, con una fuerza sobrenatural, al tiempo que le preguntaba, una y otra vez, quién era él y que había hecho con el médico.

Lo llevaron al Asilo de Enfermos Mentales. El doctor pidió su traslado para seguir de cerca la evolución del muchacho. En ese lugar estaban las personas con los trastornos mentales y psicológicos más extraños del mundo.

Al día siguiente de su ingreso la sorpresa del doctor fue mayúscula cuando el muchacho parecía dar muestras de reconocerlo sin pensar que era otra persona que lo suplantaba.

Lo acompañó a la sala común donde los demás internos estaban viendo la televisión en esos momentos. Le provocó una gran ternura al ver su aspecto frágil y tímido cuando entró allí. Le susurró que no le dejara solo, como si fuera un niño pequeño en su primer día de escuela. El doctor le explicó que tenía que interactuar con los demás pacientes, le vendría bien para su recuperación y se quedó un rato con él.

Los días pasaron y su integración estaba siendo más que satisfactoria. Se relacionaba con todos los residentes, era amable con los enfermeros y tomaba su medicación sin rechistar. Se había hecho muy amigo de una chica que no paraba de arrancarse el pelo y la de un hombre que no pronunciaba una sola palabra. Sólo bufaba y mugía. Se consideraba un toro.

Los dos meses que siguieron a su internamiento en el Asilo parecía que iba evolucionando bien.  Una noche en que el doctor Granados estaba a punto de irse, recibió la visita del director del centro en su despacho. Se veía consternado. Todos los días hacían una limpieza exhaustiva de las celdas de los internos buscando pastillas que no tomaban mientras éstos estaban en el comedor cenando. Le mostró tres bolsitas de plástico llenas de píldoras de varios colores y tamaños. Correspondían a tres internos, el que se creía un toro, la chica que se arrancaba el cabello y Samuel.

Unos gritos desgarradores les alertaron de que algo malo estaba pasando. Provenían de la zona del comedor. Cuando llegaron vieron a los dos enfermeros del turno de la noche tirados en el suelo en medio de sendos charcos de sangre. Mientras los demás internos seguían cenando tranquilamente, ajenos a todo, los causantes de aquello se reían danzando alrededor de los dos cuerpos sin vida. El hombre-toro bufaba mientras arañaba con sus uñas las frías baldosas del comedor, la chica se había arrancado casi toda su larga cabellera rubia como el oro. Había trenzado los largos mechones agitándolos al aire mientras bailaba y Samuel, con los ojos inyectados en sangre, gritaba que había que acabar con los impostores, acusando a aquellos dos hombres de matar al director y al doctor Granados y hacerse pasar por ellos para torturarlos.

Fue la última noche en el Asilo.

lunes, 13 de junio de 2022

PLATO ÚNICO: VENGANZA

 

Manuel Martínez, de unos cuarenta años, cuerpo moldeado de gimnasio, bien parecido, desprendía miradas seductoras y algún que otro suspiro cuando alguna fémina pasaba a su lado. De gran carisma y dotado de un gran don de gentes eran algunas de las cualidades que le habían llevado a ser el presentador de un programa en una conocida y renombrada cadena nacional llamado FANTASMAS Y OTROS PERSONAJES desde hace más de un año. Se presentó un día de primavera, un viernes 13 en concreto, con un espectacular currículo bajo el brazo en aquella pequeña ciudad pidiendo trabajo. El director de la cadena, conocedor de su fama en todo el país, no cuestionó que un gran locutor como aquel que había trabajado hasta entonces como presentador de las noticias del mediodía quisiera trabajar allí. No lo dudó ni un instante y le dio lo que pedía. Un programa de madrugada que hablara sobre lo sobrenatural y que los oyentes pudieran interactuar haciendo llamadas en directo.

Durante el primer año de emisión los índices de audiencia habían sobrepasado las expectativas con creces a pesar de que otra emisora emitía en la misma franja horaria un programa muy similar. Digamos que FANTASMAS Y OTROS PERSONAJES era un plagio de él en letras mayúsculas. Pero la voz acompasada, seductora, casi susurrante, tenía encandiladas a la audiencia femenina. Aunque la presentadora del otro programa no se quedaba atrás, es más, su profesionalidad era muy superior a la de Manuel, éste jugaba con los sentimientos de su audiencia, invitando a cenar a alguna que otra oyente y haciendo adulaciones que arañaban la línea de lo moralmente correcto al realizar diversas preguntas, a su audiencia femenina, basadas en la ropa que llevaban para dormir en esas cálidas noches de verano, entre otras preguntas, a cada cual más subida de tono.

Hay un dicho que dice que quien juega con fuego se acaba quemando y Manuel comprobó su veracidad en sus propias carnes. Una de aquellas citas había sido ni más ni menos que con la nieta de su jefe. Una adolescente con la mayoría de edad recién cumplida. Salieron a cenar y a bailar. Ella era muy guapa. Lucía una larga melena rubia y un cuerpazo que sacaba el hipo. Todo aquello quedaba en segundo plano cuando abría la boca. Digamos que, carecía de luces, su nivel cultural ni siquiera se acercaba al aprobado. Tenía una risa acompañada de algo parecido a un rebuzno que hacía que el que estuviera a su lado sintiera vergüenza ajena. No lo dudó ni un segundo, le dio una excusa y la acompañó a casa dándole largas de cuando se volverían a ver. Pasaron las semanas y al no tener noticias de él comenzó el calvario para Manuel.

Ella, despechada comenzó a difamarlo por las redes sociales. Tenía muchos “amigos” y pronto la audiencia comenzó a descender en picado. Su jefe sabiendo como era su nieta trató de disuadirla en lo que estaba haciendo. A los pocos días apareció muerta. La habían violado y estrangulado. Su cuerpo apareció flotando en un río.

Unos días después Manuel pidió a su jefe poder ausentarse unos días por motivos personales. Su madre estaba gravemente enferma. Cuando retomó su programa una semana después, lo hizo recitando unos versos desgarradores donde plasmaban el dolor que sentía por la muerte de la mujer que lo había traído al mundo. El teléfono comenzó a sonar, llamadas para darle el pésame colapsaban la línea. En unos días la audiencia volvió a subir. Su plan había funcionado.

Tras el entierro de su madre, invitó a su hermana pequeña a pasar unos días en su casa. Una noche cuando regresaba de la emisora la encontró despierta esperándolo. No le gustó lo que vio reflejado en su cara, era una mezcla de desconfianza, miedo y mucha rabia.

Ella lo acusó de matar a su madre. No concebía que muriera de un ataque al corazón sabiendo de la buena salud que gozaba. No creía para nada en que la causa de la muerte fuese aquella. La discusión subió de tono en un determinado momento. Él empujó a su hermana y ésta perdió el equilibrio golpeándose la cabeza contra el suelo. Perdió el conocimiento.

Una hora después él llamó a la policía. Encontraron a la mujer en la bañera con las venas cortadas.  Todo indicaba que estaban ante un suicidio.

No hace falta decir que, tras unos versos de sublime dolor, una voz entrecortada en antena y cientos de llamadas, la audiencia superó lo nunca visto en un programa de radio. A todo esto, hay que añadir que escritores reconocidos del género de terror, querían que promocionara sus obras.

Esa noche promocionaría la nueva novela de un gran escritor. Una novela llena de intrigas, humor negro y calabazas.

 

INTRIGANTE COMO PLATO ENTRANTE,

DE RAZA Y SIN MORDAZAS

¡LEAN CREMA DE CALABAZA!

 

Las cosas no le podían ir mejor. La audiencia crecía cada día. Todos los ojos de los medios de comunicación estaban posados en él.

Una noche que en un principio parecía una como otra cualquiera, aprovechó una pausa del programa en el que había puesto un par de bandas sonoras de películas muy conocidas de terror, para ir al baño.

A la vuelta se encontró sentado en su sitio a un hombre de media edad, con el pelo muy corto salpicado de canas. Vestía una camiseta donde se veían inscritas dos palabras verdad o mentira y unos vaqueros desteñidos. Sonreía.

-Hola –le saludó- veo que me recuerdas.

El pánico se había adueñado del cuerpo de Manuel. La visión de aquel hombre, que creía muerto, lo había dejado en shock.

El hombre lanzó una gran carcajada al aire. Se levantó lentamente sin apartar su mirada de la aterrada de Manuel y le hizo un ademán de que se sentara. La última canción estaba a punto de terminar. Pronto tendría que continuar con el programa. El hombre leyendo sus pensamientos le dijo que no se preocupara que la emisión del programa de esa noche se iba a poner más interesante a partir de ahora.

-No entiendo –logró decir Manuel

-Lo sé, pero no tardarás en comprenderlo todo –le respondió todavía sonriendo.

La canción se terminó. Manuel cogió entre sus manos el guion que tenía escrito para continuar la emisión donde lo había dejado hacía unos minutos. Pero para su sorpresa aquel hombre hizo una negación con la cabeza, le arrebató las hojas de sus manos, entregándole otras.

Manuel leyó los primeros renglones y su tez mudó de color, volviéndose blanca como la leche, como si hubiera visto un fantasma. Pulso el botón de silencio para no ser oído en antena. El hombre que en ese momento estaba situado a su espalda, lo volvió a encender.

-La gente tiene que saber la verdad –sentenció –comienza a leer.

- ¡No quiero! –le gritó- ¡esto es una blasfemia, no puedo leer esta sarta de mentiras!

- ¿Estás seguro? –le preguntó el hombre mostrándole una pistola que había sacado de la nada.

Visiblemente nervioso comenzó a leer lo que había escrito en aquella hoja.

-Mi nombre no es Manuel Martínez, ni tampoco Antonio García, ni Javier González, mi nombre verdadero es Jesús Martín. No soy periodista, he falsificado mi título para conseguir trabajo en distintas cadenas a lo largo de todo el país. Una tapadera para hacer lo que realmente me gusta: violar y matar a mujeres.

Llegado a este punto Manuel se levantó tirando la silla esperando tomar desprevenido a aquel hombre y poder huir. Pero no fue así. El hombre más corpulento que él y actuando con rapidez, le golpeó en la cara rompiéndole la nariz. A continuación, le gritó, le exigió, que continuara leyendo apoyando la pistola contra su cabeza.

-Bajo el nombre de Javier González he estrangulado a dos mujeres después de violarlas

Bajo el nombre de Antonio García, he matado a una mujer que se negó a entregarme el coche cuando huía de la policía después de intentar secuestrar a una chica que dio el grito de alarma.

Bajo el nombre de Manuel Martínez he matado a una chica de quince años y a su madre cuando entré en su casa, después de violarlas. Su marido entró cuando yo estaba a punto de marcharme. Forcejeamos y le disparé.

Aquella confesión lo desmoronó totalmente, comenzó a llorar suplicando que lo dejara en paz.

El hombre haciendo caso omiso a sus súplicas le dijo que siguiera leyendo.

-Lo que no sabía es que el padre de aquella chica no murió. Lo que tampoco sabía es que me estuvo siguiendo desde entonces controlando cada paso que daba. No tiene nada que perder perdió a su familia y luego a causa de la obsesión por pillarme también su trabajo. Él es el verdadero Manuel Martínez.

He matado a mi madre asfixiándola con una almohada para conseguir mayor audiencia en mi programa. También he matado a mi hermana. La drogué y la metí en la bañera donde le corté las venas para que pareciera que había sido un suicidio provocado por el dolor que la embargaba debido a la pérdida de nuestra madre.

Hay un sobre amarillo sobre la mesa donde estoy, dentro están las pruebas sacadas de unas cámaras colocadas en mi casa y en la de mi madre. Así como la llave de una caja de seguridad de un banco donde guardo los objetos personales de las chicas que he matado, así como fotos que les saqueé en el momento de su muerte. También encontrarán mis otras identidades.

Al terminar el silencio que reinaba en la sala pesaba sobre ellos como una losa. El teléfono no había sonado en todo ese tiempo.

Entonces el hombre, sin mediar palabra, le disparó en la sien derecha.

A continuación, colocó la pistola en la mano derecha de Manuel.

El teléfono comenzó a sonar.

Las sirenas de la policía sonaban cada vez más cerca.

El hombre salió del edificio perdiéndose entre las sombras de la noche.

 

 

 

 

 

 

 

REBELIÓN

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